307. LOS CORPORALES DE ANIÑÓN (SIGLO
XIV. ANIÑÓN)
En torno al año 1300, una noche
aciaga, sin saber cuál fuera la causa, el templo dedicado a Nuestra
Señora del Castillo del pueblo de Aniñón, lugar situado en la
comunidad de Daroca, ardió por completo. Las enormes llamas
envolvieron al edificio hasta devorarlo por completo, a pesar de los
denodados esfuerzos de todos los habitantes del pueblo por salvarlo
haciendo una cadena humana con cubos de agua.
Aunque durante varios días siguió
saliendo humo del edificio en ruinas, afortunadamente el siniestro no
produjo ninguna pérdida humana, pero era peligroso adentrarse en sus
ruinas. No obstante, el sacerdote del pueblo —no pudiendo esperar
por más tiempo para indagar si se había salvado algo en el interior del templo, lo
cual era difícil— entró con unos feligreses, con gran riesgo para
su integridad personal, pues todavía quedaban vigas de madera a
medio quemar y lienzos de pared tambaleantes.
Lo que allí vivieron aquellas
atrevidas personas fue un portento que maravilló a todo el mundo
cristiano. Había ardido todo, excepto seis hostias consagradas y su
hijuela que el sacerdote había guardado en el Sagrario, entre unos
corporales, que igualmente quedaron intactos. El Sagrario, de madera,
había desaparecido. A decir verdad, algunas de las sagradas formas
quedaron mínimamente chamuscadas y cinco de ellas aparecían
cubiertas en sangre, entre los corporales igualmente empapados,
mientras que la sexta y la hijuela estaban unidas y se habían
convertido en una especie de levadura.
La noticia del portento —milagro le
llamaron los más— corrió veloz por todo el país, y hasta Aniñón
llegaron gentes de todos los puntos cardinales, convencidos los más
e incrédulos algunos. Naturalmente, también la monarquía aragonesa
estuvo al tanto del prodigio, por lo que no es de extrañar que, años
más tarde, el rey Juan II solicitara a los habitantes de Aniñón
que le dieran la hijuela con la Sagrada Forma pagada a ella.
Concedido el favor por los habitantes del pueblo, Juan II depositó
aquel auténtico tesoro en la catedral de Valencia, junto con el
Santo Grial.
[Lanuza, Historia eclesiástica de
Aragón, I, lib. 5, cap. 32. Faci, Roque A., Aragón..., I, págs.
8-10.]