98. LA RECONQUISTA DE EJEA RECONCILIÓ A ALFONSO I Y URRACA (SIGLO XII. EJEA DE LOS CABALLEROS)

Las cosas entre Alfonso I el Batallador y doña Urraca, su mujer y reina de Castilla, no iban bien, como era
notorio y sabido. Las desavenencias entre ambos eran constantes, motivadas fundamentalmente por las indecentes satisfacciones que la reina usaba con algunos de sus ricos hombres castellanos y por los
recelos que levantaban los soldados aragoneses y navarros en sus constantes andanzas por tierras de Castilla. Sin embargo, también existieron momentos de calma entre don Alfonso y doña Urraca,
logrados a veces de manera sorprendente, como en el caso que ahora nos ocupa.
notorio y sabido. Las desavenencias entre ambos eran constantes, motivadas fundamentalmente por las indecentes satisfacciones que la reina usaba con algunos de sus ricos hombres castellanos y por los
recelos que levantaban los soldados aragoneses y navarros en sus constantes andanzas por tierras de Castilla. Sin embargo, también existieron momentos de calma entre don Alfonso y doña Urraca,
logrados a veces de manera sorprendente, como en el caso que ahora nos ocupa.
Era Ejea un enclave tan importante y tan bien guardado dentro del sistema defensivo musulmán que su reconquista causó sensación no sólo entre los aragoneses, a los que llenó de gozo la noticia, sino también entre los castellanos, de modo que esta importante victoria del rey aragonés surtió mejores efectos en las relaciones turbulentas del matrimonio que cuantos oficios pacificadores se habían intentado hasta entonces.
Ante los ojos de doña Urraca, la figura de su marido, Alfonso I, se agrandó y llegó la paz de momento a la pareja, que se reconcilió, causando enorme disgusto en algunos nobles castellanos que deseaban el fracaso definitivo del matrimonio.
Aunque quedaba por delante todavía mucha tierra de moros por reconquistar, como luego haría el rey aragonés, la fiesta inundó al campamento cristiano y el Batallador, en una sencilla pero emotiva ceremonia, decidió tomar para sí el título de Emperador de España.
Aunque quedaba por delante todavía mucha tierra de moros por reconquistar, como luego haría el rey aragonés, la fiesta inundó al campamento cristiano y el Batallador, en una sencilla pero emotiva ceremonia, decidió tomar para sí el título de Emperador de España.
Por esta razón, lo mismo que la ciudad de Toledo había recibido en su momento el calificativo de Imperial, bien pudiera Ejea haber pretendido igual tratamiento y honor.
[Ferrer y Recax, Joseph Felipe, Idea de Exea, págs. 67-69.]
(no confundir con la urraca ave, aunque algún parecido tendrían).
