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domingo, 30 de junio de 2019

DOÑA URRACA SOLICITA EL DIVORCIO A ALFONSO I


103. DOÑA URRACA SOLICITA EL DIVORCIO A ALFONSO I
(SIGLO XII. MONTERROSO)

DOÑA URRACA SOLICITA EL DIVORCIO A ALFONSO I  (SIGLO XII. MONTERROSO)


Alfonso I el Batallador, rey de Aragón, y doña Urraca, reina de Castilla, habían convenido y contraído matrimonio, un enlace promovido con fines políticos, que se proyectó no sin grandes resistencias por parte de sus respectivos vasallos, tanto en Castilla como en Aragón, y que finalizó de mala manera, tras vivir momentos y enfrentamientos muy tensos, incluidos varios confinamientos de la reina castellana.

En Galicia, por razones de índole política que no vienen ahora al caso, la resistencia contra la celebración del matrimonio fue constante y enorme, de manera que ambos monarcas decidieron acudir allí con sus ejércitos para tratar de pacificar a sus nobles. Comenzaba el verano del año 1110 y la expedición primera, tras dura y sangrienta batalla, supuso la toma y captura del importante castillo de Monterroso, dentro de cuyas defensas fue hallado y apresado uno de los rebeldes, el noble Prado.

Al poco de tomar la fortaleza, tuvo lugar allí una tensa y dramática escena, pues Prado se aclamó a doña Urraca, su señora natural, de modo que se refugió materialmente bajo su manto. La reina lo cubrió por completo e incluso extendió los brazos sobre él para demostrar que lo tomaba bajo su protección y amparo. Aquella situación, a la que asistían como testigos varios nobles tanto castellanos como aragoneses, se hizo embarazosa e interminable, mirándose a los ojos fijamente los dos esposos en son de reto.

A los pocos instantes, el rey Alfonso I el Batallador, sin tener ningún tipo de consideración hacia la reina, su esposa, según la versión de la crónica que nos relata lo sucedido, tomó un venablo y lo lanzó contra Prado hiriéndole de muerte. La situación se hizo entonces insostenible y doña Urraca, aconsejada por sus nobles y muy molesta personalmente por lo sucedido, planteó al rey aragonés la disolución del matrimonio solicitándole el divorcio. Luego, sin mediar más palabras, tomó sus enseres y emprendió el regreso hacia León, mientras Alfonso I el Batallador continuaba en Galicia.

[Ubieto, Antonio, Crónicas anónimas de Sahagún, págs. 30-35.]







  • Antonio Ubieto Arteta , ed. 1987. Crónicas Anónimas de Sahagún . Textos Medievales, 75. Zaragoza: Anubar Ediciones.


  • venablo , lanza arrojadiza
    venablo, lanza arrojadiza,
    comprar en aceros de Hispania (Castelserás, Teruel, Aragón)





    Monterroso es una localidad y municipio español, situado en el oeste de la provincia de Lugo, cerca del centro geográfico de la comunidad autónoma de Galicia. Es capital de la comarca de Ulloa, partido judicial de Chantada, y comprende 30 parroquias, compuestas por 108 núcleos de población. En dicho término municipal se encuentra el establecimiento penitenciario de A Vacaloura.


    Se denomina Monterroso porque a mediados del siglo XII se asientan a vivir en el monte, donde está construido el pueblo actual, llamado Monterroso.

    Durante la época romana, el concello era atravesado por varias vías, incluyendo la XIX del Itinerario Antonino, que unía Lugo con Braga.

    Por Ligonde pasa el Camino de Santiago. Concretamente el Camino Francés, siendo ésta parroquia la etapa número 27 en el susodicho Camino.

    Parroquias que forman parte del municipio:

    Arada (Santa María)
    Balboa (San Salvador)
    Bidouredo (Santiago)
    Bispo (Santa María do)
    Cumbraos (San Martiño)
    Fente (San Martiño)
    Frameán (San Pedro)
    Fufín (San Martiño)
    Lavandelo (Santiago)
    Leborei (Santa María)
    Ligonde (Santiago)
    Lodoso (San Xoán)
    Marzán (Santa María)
    Milleirós (San Pedro)
    Esporiz (San Miguel)
    Novelúa (San Cristovo)
    Os Ferreiros (San Cibrao)
    Pedraza (Santa María)
    Penas (San Miguel)
    Pol (San Cibrao)
    Salgueiros (Santa María)
    San Breixo (San Salvador)
    Satrexas (Santa Eufemia)
    Sirgal (Santo André)
    Sucastro (Santa Mariña)
    Tarrío (Santa María)
    Vilanova (San Pedro)
    Viloíde (San Cristovo)

    La base económica del ayuntamiento es el sector primario, especialmente la ganadería. Siguiente en importancia es el sector terciario, concentrado en Monterroso (educación, sanidad, administración, comercio, bancos,etc.), así como el Centro Penitenciario de A Vacaloura.

    En estos momentos, empieza a resurgir el Turismo en la zona, especialmente el rural, ya que existen alojamientos de calidad en este concello, sumándose poco a poco nuevas incorporaciones...

    En semana santa, se celebra el torneo promesas “José Manuel Alvelo”, en el que participan de media, 80 equipos de toda Galicia.

    sábado, 29 de junio de 2019

    LA RECONQUISTA DE EJEA RECONCILIÓ A ALFONSO I Y URRACA


    98. LA RECONQUISTA DE EJEA RECONCILIÓ A ALFONSO I Y URRACA
    (SIGLO XII. EJEA DE LOS CABALLEROS)

    LA RECONQUISTA DE EJEA RECONCILIÓ A ALFONSO I Y URRACA  (SIGLO XII. EJEA DE LOS CABALLEROS)


    Las cosas entre Alfonso I el Batallador y doña Urraca, su mujer y reina de Castilla, no iban bien, como era notorio y sabido. Las desavenencias entre ambos eran constantes, motivadas fundamentalmente por las indecentes satisfacciones que la reina usaba con algunos de sus ricos hombres castellanos y por los recelos que levantaban los soldados aragoneses y navarros en sus constantes andanzas por tierras de Castilla. Sin embargo, también existieron momentos de calma entre don Alfonso y doña Urraca, logrados a veces de manera sorprendente, como en el caso que ahora nos ocupa.
    Era Ejea un enclave tan importante y tan bien guardado dentro del sistema defensivo musulmán que su reconquista causó sensación no sólo entre los aragoneses, a los que llenó de gozo la noticia, sino también entre los castellanos, de modo que esta importante victoria del rey aragonés surtió mejores efectos en las relaciones turbulentas del matrimonio que cuantos oficios pacificadores se habían intentado hasta entonces.
    Ante los ojos de doña Urraca, la figura de su marido, Alfonso I, se agrandó y llegó la paz de momento a la pareja, que se reconcilió, causando enorme disgusto en algunos nobles castellanos que deseaban el fracaso definitivo del matrimonio. Aunque quedaba por delante todavía mucha tierra de moros por reconquistar, como luego haría el rey aragonés, la fiesta inundó al campamento cristiano y el Batallador, en una sencilla pero emotiva ceremonia, decidió tomar para sí el título de Emperador de España.

    Por esta razón, lo mismo que la ciudad de Toledo había recibido en su momento el calificativo de Imperial, bien pudiera Ejea haber pretendido igual tratamiento y honor.

    [Ferrer y Recax, Joseph Felipe, Idea de Exea, págs. 67-69.]


    Alfonso I de Aragón (c. 1073-Poleñino, Aragón, 7 de septiembre de 1134),​ llamado el Batallador, fue rey de Aragón y de Pamplona entre 1104 y 1134. Hijo de Sancho Ramírez (rey de Aragón y de Pamplona entre 1063 y 1094) y de Felicia de Roucy, ascendió al trono tras la muerte de su hermanastro Pedro I.


    Destacó en la lucha contra los musulmanes y llegó a duplicar la extensión de los reinos de Aragón y Pamplona tras la conquista clave de Zaragoza. Temporalmente, y gracias a su matrimonio con Urraca I de León, gobernó sobre León, Castilla y Toledo y se hizo llamar entre 1109-1114 «emperador de León y rey de toda España» o «emperador de todas las Españas»,​ hasta que la oposición nobiliaria forzó la anulación del matrimonio. Los ecos de sus victorias traspasaron fronteras; en la Crónica de San Juan de la Peña, del siglo XIV, podemos leer:
    «clamabanlo don Alfonso batallador porque en Espayna no ovo tan buen cavallero que veynte nueve batallas vençió».​
    Sus campañas lo llevaron hasta las ciudades meridionales de Córdoba, Granada y Valencia y a infligir a los musulmanes severas derrotas en Valtierra, Cutanda, Arnisol o Cullera.

    A su muerte, y en lo que es uno de los episodios más controvertidos de su vida, legó sus reinos a las órdenes militares, lo que no fue aceptado por la nobleza, que eligió a su hermano Ramiro II el Monje en Aragón y a García Ramírez el Restaurador en Navarra, dividiendo así su reino.



    https://es.wikipedia.org/wiki/Urraca_I_de_Le%C3%B3n
    (no confundir con la urraca ave, aunque algún parecido tendrían).

    urraca, picaraza, garsa, pica pica, Urraca de León, Alfonso I el batallador

    jueves, 14 de marzo de 2019

    Libro décimo quinto

    Libro décimo quinto.






    Capítulo
    primero. De lo mucho que el Rey sintió la muerte del Rey don
    Fernando de Castilla
    , y murmurando de esto los suyos, las vivas
    razones que dio para abonar su sentimiento.






    Al
    tiempo que acabada la guerra y conquista del Reyno de Valencia el Rey
    se retiraba a la ciudad para entender en la ampliación y ornato de
    ella: le llegó nueva, como el Rey de castilla don Fernando el III,
    su consuegro, después de haber gloriosamente conquistado de los
    Moros e incorporado en sus Reynos la mayor parte de la Andalucía,
    habiendo adolecido de una recia calentura, era muerto de ella como un
    santo dentro de la ciudad de Sevilla. Sintió el Rey tan gravemente
    esta nueva, que luego se retiró a lo íntimo de palacio, y por
    algunos días no fue visto en público, pasándolos con mucho
    sentimiento y tristeza, por haber perdido, como él decía, un tan
    principal consuegro de quien tan buenas obras había recibido y a
    quien por sus maravillosas hazañas de valeroso y pío, había tenido
    santa envidia de continuo (
    cótino).
    Maravilláronse mucho de esto los criados y domésticos del Rey,
    señaladamente los capitanes que fueron y vinieron con él del Reyno
    de Murcia, y se habían hallado en la defensa de los extremos del
    Reyno de Valencia contra el Príncipe don Alonso hijo del muerto,
    para reprimir las entradas y daños que hacía en ellos. Y así
    murmuraban mucho del Rey porque se dolía tanto de la muerte de quien
    tan poco bien le hizo, o permitió que se le hiciese mal. Mayormente
    porque mientras
    durò
    la guerra y conquista de Valencia, con ser contra Moros, no solo no
    ayudó al Rey con gente y armas: pero se creyó que supo del secreto
    favor y socorro que el mismo don Alonso su hijo envió a los Moros de
    Xatiua, al tiempo que tenía el Rey puesto cerco sobre ellos: porque
    no era posible que ignorase el padre los acometimientos que el hijo
    hacía. Y así concluían su murmuración con decir, que quien
    pudiendo no vedaba, mandaba. Estas palabras fueron recitadas al Rey
    por los mismos de palacio, y por esto mandó luego llamar algunos de
    los que sobre esto más largo hablaron: a los cuales dio mano por
    ello, y les habló de esta manera. No puedo dejar de maravillarme
    mucho de vuestro poco saber y falta de discurso: pues del amor y
    amistad grande que yo he siempre tenido con el buen Rey don Fernando
    mi consuegro, juzgáis tan
    iniquamente,
    y tan al revés de lo que entre los dos ha pasado. Porque habiéndole
    yo amado como a mi propio hermano, y él a mí valido con su favor y
    armas en cuantas guerras he movido contra Moros, pensáis vosotros
    que mientras vivió me fue contrario. Mas porque descubráis como de
    lejos vuestro error con la lumbre de la razón, quiero yo ser ahora
    el fanal de ella: para que consideréis de este buen Rey, como las
    guerras y conquistas que llevó tan adelante en la Andalucía contra
    los Moros que estaban apoderados de ella, todas ellas me valieron y
    ayudaron grandemente para poder yo alcanzar las victorias y triunfos
    que gané de los Moros de Mallorca y Valencia. Porque mientras él
    entendió en ganar por fuerza de armas los dos tan poderosos reynos
    de Córdoba y Sevilla, y de tal manera perseguir a los de Granada con
    todo su poder, que los hizo arrinconar en su Reyno: no fue en esto
    gran parte para que la infinidad de enemigos Moros que habían de dar
    sobre nosotros, la entretuviese, y nos defendiese de ellos? No os
    parece que en ocuparlos, y divertirlos de acá, se ha habido con
    nosotros, de la manera que nosotros para con él? Pues con hacer
    guerra contra los de Mallorca y Valencia los entretuvimos de suerte,
    que ni por mar, ni por tierra pudieron valer, ni socorrer contra él
    a los del Andalucía? Porque quién duda de ellos, que si los dos no
    los ocupáramos allá y acá, que por su bien común, convirtieran
    sus odios particulares contra cualquier de nosotros: y que juntadas
    sus fuerzas debilitaran las nuestras, y del todo las postraran? Para
    que veáis claramente, como vino de la mano de Dios, que en un mismo
    tiempo juntamente emprendiésemos nuestras conquistas: él la de
    Córdoba (
    Cordoua)
    y Sevilla (
    Seuilla)
    y yo la de Mallorca y Valencia: no solo para echar de ellas la
    perversa secta de Mahoma, pero mucho más por introducir en ellas
    nuestra verdadera fé y religión Cristiana. Y pluguiese a Dios que
    mi yerno don Alonso su hijo y sucesor, heredase aquella buena
    intención y ánimo, aquella misma afición y diligencia que en
    perseguir los Moros su tan buen padre tuvo. Porque no dudo, que los
    dos juntos en voluntad y armas, seríamos parte para echarlos, y no
    dejar Moro en toda España. Por eso, habiéndonos Dios juntado a los
    dos en edad y costumbres, en una voluntad, y buenas intenciones, y
    con igual aparejo de armas encaminado nuestros ejércitos contra sus
    infieles enemigos, para que alcanzásemos tantas victorias de ellos:
    no queráis vosotros juzgar que habemos tenido formada enemistad
    entre los dos: antes: pensad de mí que he sido siempre envidioso
    imitador de su fama y gloria: y de él tened tal fé y crédito, que
    por las causas ya dichas, ha sido participante, y como autor de todos
    mis triunfos y victorias. Con esto os persuadiréis y creeréis muy
    de veras, que en mi vida he sentido cosa tanto como su muerte. Como
    los suyos oyeron al Rey estas palabras, concluidas con mucha pasión
    y sollozos, no solo se maravillaron muy mucho de su Cristianísimo
    razonamiento: pero considerando su grande equidad y modestia que
    guardaba en todas sus acciones, quedaron como pasmados de ver, que
    con tan gentil y cortesana plática, quisiese sus propias victorias y
    triunfos atribuirlos al rey don Fernando: habiéndole sido por si, o
    por los suyos, realmente contrario, y por tal tenido. Mas no contento
    con esto, mandó hacerle las obsequias con tanta pompa, trofeos,
    música, y alabanzas, como las hiciera por el propio Rey don Pedro su
    padre.











    Capítulo
    II. Como el Rey envió a consolar al Príncipe don Alonso, y de la
    poca estima que hizo de los embajadores, y que tentó hacer divorcio
    con doña Violante, enviando a pedir la hija del Rey de Noruega por
    mujer, y otras cosas.






    Hechas
    las obsequias del Rey don Fernando, envió el Rey sus embajadas a don
    Alonso su yerno, heredero universal y sucesor en los Reynos de
    Castilla y de León, y en los conquistados de la Andalucía: para
    consolarle por la muerte de tan buen padre y hermano como habían los
    dos perdido: prometiéndole de su parte todo el poder y fuerzas para
    valerle como a propio hijo en cuanto se le ofreciese: exhortándole
    mucho a que no dejase de proseguir la guerra tan prósperamente
    comenzada por su padre: porque en ser contra Moros no dejaría de
    hallarse siempre a su lado. Mas don Alonso aunque valeroso y
    belicoso, como fuese mozo vario y mudable, y de haberse dado tanto a
    los estudios y variedad de ciencias (como adelante diremos) no muy
    amigo de lo que convenía para el buen gobierno del Reyno, sino muy
    desapegado de negocios, tomó esta embajada muy al revés de lo que
    debiera: mostrando al parecer que se holgaba de los buenos
    advertimientos del Rey su suegro, siendo en lo demás muy corto de
    respuesta: diciendo que le hacía muchas gracias por tan buenos
    ofrecimientos como le hacía: y que en su lugar y caso haría la
    recompensa. Vueltos los embajadores, no quedó el Rey tan descontento
    de la corta respuesta de don Alonso, cuanto de lo que entendió del,
    que en verse heredado de tantos Reynos, luego se hizo con grande
    suntuosidad y pompa coronar Rey en Sevilla, intitulándose don Alonso
    el Christianísimo, y no se curó más de continuar la guerra contra
    los de Granada, que la pudiera muy bien acabar con el favor y ayuda
    del Rey su suegro, por hallarse entonces desocupado de la guerra de
    Valencia: antes por gozar del ocio de las letras, luego entendió en
    hacer treguas con el de Granada (no quedando ya otro Rey Moro en
    España) sin consultarlo primero con el Rey: y esto todo por el
    rencor que le tenía, de no haberle querido dar a Xatiua, y que vino
    a tanto, que tentó de repudiar a doña Violante su mujer, y so color
    de estéril, hacer divorcio con ella. Y así llegó el negocio a
    término que con gran diligencia envió sus embajadores al Rey de
    Noruega, pidiéndole por mujer a su hija la infanta Christina. Por
    esta causa se cree que en este tiempo comenzó a renovarse la guerra
    entre los dos Reyes en los confines de los Reynos de Valencia y
    Murcia con ejércitos formados de ambas partes, enviando al Rey un
    buen escuadrón de gente de a caballo y de a pie, para solo defender
    los términos del Reyno: donde por las entradas y cabalgadas que
    habían hecho en él los Castellanos, entraron e hicieron otras
    tantas en el Reyno de Murcia los del Rey. Pero como se pusiesen de
    por medio algunos Prelados y señores de Aragón y de Castilla,
    vinieron a parar los unos y los otros en este concierto y concordia.
    Que los daños, presas, y robos que los del un Reyno habían hecho en
    el otro se recompensasen, y que los términos y límites de la
    conquista, según las antiguas divisiones, de nuevo se amojonasen: y
    los derechos que cada uno sobre ellos tenían, se renovasen.
    Determinado esto, y hechas las revistas de los términos, y dejadas
    las guarniciones por los lugares convenientes a entrambas partes,
    cesó por entonces la guerra pública entre ellos, pero no el secreto
    odio y rencor que el de Castilla al Rey tenía.






    Capítulo
    III. Como vino la hija del Rey de Noruega, y por hallarse preñada
    doña Violante, cesó el divorcio, y como casaron a la infanta con
    don
    Felippe
    hermano de don Alonso.







    Por
    este tiempo que se hicieron las treguas, vino la Infanta Christina
    hija del Rey de Noruega, muy acompañada de los suyos para efectuar
    el casamiento prometido con el Rey don Alonso. Pero fue en vano su
    esperanza y venida, porque a ese tiempo se sirvió Dios que doña
    Violante la Reyna se hiciese preñada, y con esto se apartó don
    Alonso de hacer divorcio con ella. El cual hallándose muy confuso
    sobre lo que haría de doña Christina, no se dijese que había
    burlado de ella y de su padre, y de tan principales personas que de
    tan lejos habían venido con ella, determinó decir lo que pasaba.
    Como con la nueva preñez de la Reyna doña Violante cesaba la
    esterilidad que había de dar por causa para el divorcio: que se
    contentase de tomar en su lugar por marido a don Felippe su hermano
    segundo, Abad que entonces era de
    Valladolit,
    y electo Arzobispo de Sevilla, aunque sin ningunos órdenes.
    Comunicado esto con ella y con sus criados y compañía, a ninguno
    dio gusto el cambio, antes se sintieron tanto de ello, que dieron muy
    grandes voces, quejándose de la burla hecha a la Infanta su señora
    hija de un tan principal Rey, sobre la Real palabra de don Alonso, y
    con esto hinchieron todo el palacio de gritos, quejas, lloros, y
    lamentaciones conforme a su bárbara costumbre y meneos, y fueron
    tantos los extremos que sobre esto hicieron, que se hubieron de poner
    los Prelados y grandes del Reyno muy de propósito en
    quietarlos,
    prometiéndoles de parte del Rey, que daría un grande Principado y
    estado a don Felippe su hermano: y luego de presente le haría
    Adelantado de Galicia, y más que muriendo el Rey sin hijos, sin duda
    ninguna vendrían a heredar los hijos de doña Cristina todos los
    Reynos y estados de Castilla. Se apaciguaron con esta promesa la
    Infanta y los suyos: y hechas sus capitulaciones, casó Cristina con
    don Felipe, y se celebraron sus bodas en el palacio del Rey con toda
    la solemnidad y grandeza que por el mismo Rey se hiciera. De lo cual
    los criados con la demás gente que acompañaron a la Infanta
    quedaron muy contentos, y con las mercedes y joyas que el Rey les
    repartió se volvieron muy alegres y satisfechos a Noruega. Puesto
    que después con la mala condición y poca fé de don Alonso, ni a
    don Felipe se le dio el gobierno de Galicia, ni a la Infanta Cristina
    la honra y acatamiento Real que se le debía, ni aun lo necesario
    para su Real sustento. De donde nacieron grandes discordias entre don
    Felipe y el Rey, y se apartó de él, y se pasó al Rey de Navarra
    contrario del Rey su hermano, como se dirá más adelante.











    Capítulo IV. De la muerte de Tibaldo Rey de Navarra, y que el Rey
    visitó a la Reyna viuda, y de los conciertos que hicieron, y como
    vino el Rey de Castilla sobre Navarra, y la defendió el Rey.






    Estando
    el Rey en el camino de Valencia para Zaragoza, le dieron nueva que
    Tibaldo sobrino del Rey don Sancho, de quien hablamos antes que
    reinaba en Navarra, era muerto en Pamplona, ciudad principal y cabeza
    de aquel Reyno: dejando dos hijos pequeños Theobaldo y Enrrico con
    su madre la Reyna Margarita tutora (
    tudora)
    de ellos y gobernadora general del Reyno. Certificado de esta nueva
    el Rey, juntó algunos señores de título de Aragón, y con poca
    gente de a caballo se fue para Tudela a visitar a la Reyna, que
    estaba allí muy triste y desconsolada con sus dos hijos. La cual se
    consoló mucho con su venida, por estar ya muy determinada de poner a
    si y a sus hijos con todo el Reyno debajo su Real protección y
    tutela, para poderse defender del continuo adversario que tenían en
    el Rey de Castilla. Esto lo emprendió el Rey de muy buena gana. Y
    luego con la asistencia de don Alonso su hijo, y del Obispo de
    Tarazona, y muchos otros señores de Aragón y de Navarra, y de los
    Síndicos de las ciudades y villas Reales, el Rey, y la Reyna viuda
    hicieron entre si estos conciertos. Que Theobaldo heredero del Reyno
    tomase por mujer a doña Constanza (
    Gostáça),
    o a doña Sancha hijas del Rey, luego que fuesen de edad para
    casarse. Que el Rey diese todo su favor y ayuda a Theobaldo, y a la
    Reyna su madre contra el Rey de Castilla que siempre los perseguía
    por haber para si el Reyno de Navarra. Estos conciertos, no solo
    ellos, pero los prelados y señores de los Reynos con el mismo
    Príncipe don Alonso juntos, se obligaron con juramento solemne de
    guardarlos. Como el Rey con la Reyna viuda, y los conciertos que
    habían hecho, persuadiéndose que todo era por hacerle tiro, y en su
    menosprecio, mandó por toda Castilla pregonar guerra contra Navarra,
    y con grande ejército llegó a la frontera de ella, con ánimo de
    entrarse por toda ella como por su tierra, no solo para alzarse con
    el Reyno, pero aun para echar a la Reyna y a sus hijos fuera. Lo que
    sin duda pudiera muy bien hacer, si nuestro Rey no se lo impidiera,
    que luego le salió al encuentro con otro ejército no menos poderoso
    que el suyo. Porque temiéndose de esto, luego que partió de
    Zaragoza para Navarra, dejó secreto orden a las ciudades de Iaca,
    Huesca, y Zaragoza, pusiesen en orden su gente para cuando tuviesen
    segundo aviso. Y así se metieron muy en breve dentro de Navarra, y
    tras ellas, todas las demás villas de Aragón acudieron a
    defenderla. Quedaron los Castellanos tan maravillados de tan prompto
    y bien armado socorro, que hicieron treguas con el Rey, y se
    Vieron.











    Capítulo V. Que el Príncipe don Alonso fue con el Rey a Barcelona,
    y aprobó las divisiones de tierras hechas a sus hermanos: y como
    volvió el de Castilla sobre Navarra, y el Rey volvió a defenderla.






    Defendida
    Navarra y hechas treguas con el de Castilla, el Rey y el Príncipe
    don Alonso su hijo (que por entonces mostraban estar muy concordes)
    se fueron juntos a Barcelona, a donde congregados en palacio los
    Prelados y señores más principales del Reyno, con los Príncipes
    don Pedro y don Iayme, fue así que don Alonso en presencia de todos
    pública y solemnemente aprobó, sin excepción alguna, las
    donaciones y asignaciones hechas por el Rey, así del Principado de
    Cataluña, como del Reyno de Valencia, en favor de don Pedro y don
    Iayme sus hermanos, besando las manos al Rey, y abrazando con mucho
    amor a sus dos hermanos. Y con esto pareció haberse restituido en
    total gracia de ellos, y del Rey su padre. También tuvo por rato y
    grato lo que el Rey había decretado en la división de Lérida y su
    distrito, del Reyno de Aragón, que poco antes había sido
    dismembrada de Cataluña por las causas arriba dichas. Además de
    esto soltó a todos los señores y ciudades de Cataluña la fé que
    le había dado de guardar los primeros términos. Mas se obligó con
    juramento de tener por rato y firme todo lo prometido conforme a la
    costumbre y uso antiquísima del Reyno, que se hacía, atando el Rey
    muy fuerte los dedos pulgares al Príncipe. El cual con este solemne
    pacto y rito prendó su fé y palabra para siempre. Halláronse
    presentes a esto, y fueron testigos, los Prelados arriba dichos, y
    entre otros señores, Vgo Conde de Rosas, y don Ramon Folch Vizconde
    de Cardona, con otros nueve caballeros principales de Cataluña.
    Hecho esto, como entendiese el Rey que los Castellanos viéndole
    ausente con mayor ejército que antes movían guerra de nuevo contra
    Navarra, sin tener cuenta con los conciertos hechos, hizo su camino
    para allá, y habló con el Rey Theobaldo en la villa de Montagudo,
    donde renovaron su confederación y amistad contra qualesquier
    enemigos de los dos, o de cada uno dellos, y se dieron el uno al otro
    ciertas fortalezas en rehenes. De estos pactos y consideraciones el
    Rey no quiso excluir a otri que a Carlos de Anges Conde de la
    Provenza hermano del Rey de Francia, por lo que tocaba al Conde
    Berenguer su primo, que estaba excluido del Condado por rebelión de
    sus vasallos y el Carlos se le había entrado en el estado. Este
    mismo fue después Rey de Sicilia (como adelante diremos) y tuvo
    grandes guerras con el Príncipe don Pedro sobre el mismo Reyno,
    según en su historia se dice. Theobaldo eximió solamente al Rey de
    Francia y a sus hermanos. Los cuales conciertos algunos señores de
    Aragón que con el Rey se hallaron, y los principales de Navarra
    (
    Nauerra)
    prometieron guardar en cuanto les sería posible (
    ppssible).
    Y como los dos Reyes estuviesen muy determinados de salir contra los
    Castellanos, se siguió por buenos medios que firmaron treguas de
    nuevo con ellos, y con esto Navarra estuvo algunos años libre de
    guerra. Y el Rey se volvió al Reyno de Valencia.











    Capítulo VI. Como se rebelaron los Moros de Valencia con el capitán
    Alazarch, del cual se cuenta la gran privanza que tuvo con el Rey, y
    de la traición que urdió.






    Con
    la larga ausencia que el Rey hizo del Reyno de Valencia, andando
    metido en las cosas de Aragón y Cataluña, los Moros de Valencia que
    se le habían sujetado con condiciones que pudiesen vivir a su modo,
    y quedarse en la secta de Mahoma, no contentos con esto, como les
    fuese natural la infidelidad, descubrieron su malicia. Y viendo al
    Rey envuelto en guerras fuera de sus tierras, secretamente comenzaron
    a tomar armas y se alzaron contra él. Para esto tomaron por su
    caudillo y capitán a un Moro dicho Alazarch que tenía fama de muy
    valiente y diestro guerrero entre ellos, al cual poco antes el Rey
    había perpetuamente desterrado del Reyno, y se había pasado a los
    de Granada. De donde le hicieron venir, y llegado, se rebeló la
    mayor parte de la región de allende el Xucar contra el Rey. Era este
    Alazarch nacido de padre Africano y madre Granadina en los confines
    del Reyno de Murcia y criado allí mismo. Y aunque de color moreno, y
    rostro feroz, pero de buena y agraciada disposición, y muy diestro
    en las armas. Era en hacienda de mediano estado muy afable, porque no
    solo entendía y sabía muy bien la lengua Castellana como la propia
    Arauiga, pero era muy elocuente en las dos, y también muy astuto y
    disimulado: porque en la conquista del Reyno se juntó con el Rey, al
    cual con la familiaridad de la lengua prometió todo buen servicio y
    fidelidad: y fue creído: por haber muchas veces descubierto al Rey
    los secretos y
    desinos
    de los Moros, y por esto comunicaba también el Rey los suyos con él.
    Llegó a tanto la familiaridad, que el Rey muchas veces le persuadía
    se hiciese Cristiano que le haría grandes mercedes, a lo cual
    respondía el Moro sonriéndose, yo bien me haría Cristiano, si me
    diesen por mujer a la hermana de Carroz señor de Rebolledo. Era esta
    la más hermosa dama que en aquel tiempo se hallaba. Con esta
    privanza y conversación del Rey era tenido en mucho de toda la
    morisma: y entendiendo muy bien nuestros tratos y modo de pelear, y
    regir un campo, se había engreído mucho: y así imaginaba de cada
    día como haría un buen salto contra los Cristianos: como a la
    verdad lo hizo tan alto cuanto se podía, si le sucediera a su
    propósito. Porque faltó muy poco, por fiarse mucho el Rey del, de
    caer una vez en sus manos, y de los Moros. Y fue cuando los años
    antes andaba el Rey conquistando el val de Bayrén, yendo muy deseoso
    de tomar el castillo de Reguart, el cual estaba muy fuerte y
    enriscado, y abastecido de gente y armas, y le impedía el paso para
    entrar en lo más hondo del valle. Mas Alazarch que entendió este
    gran deseo del Rey, se vino para él, y prometió dar el castillo en
    sus manos, con que él mismo en persona viniese a la media noche con
    pocos a entrar en él, por no ser sentido de otros castillos cercanos
    al de Reguart, también porque así lo tenía concertado con el
    Alcayde de que era muy aficionado a su persona Real. El Rey
    creyéndole, se holgó mucho de esto, confiado de su larga
    familiaridad y amistad. Pues como llegase la hora, el Rey salió con
    los XXV de a caballo, enviando delante otros tantos escuderos hacia
    el castillo. Luego que Alazarch sintió venir gente, pensando que el
    Rey sería con los delanteros, salió de la celada que tenía puesta
    junto al castillo en tres partes, con trescientos Moros: y con
    grandes alaridos, y estruendo de trompetas y atambores, arremetió
    para los escuderos, y tomándoles en medio sin matar ninguno,
    mientras buscaban entre ellos con gran contento al Rey, que venía
    más atrás y se escapó de ellos, tuvo lugar para retirarse a los
    suyos que le seguían de lejos con todo el cuerpo de guardia. Con
    esto quedó Alazarch burlado con muchas pérdidas acuestas, de la
    familiaridad y favores del Rey, y de la opinión de los Moros, y
    también de la tierra, porque tuvo necesidad de salirse de ella a más
    que de paso. Y así fue, que el día siguiente, considerando él
    mismo, que el Rey no desearía tanto tomar el castillo cuanto a él
    para hacerle pedazos por la traición usada, desamparó el castillo
    con toda su gente y se fue al Reyno de Murcia: y el Rey se entró
    luego en él y puso gente de guarnición. Desde entonces Alazarch se
    ausentó del todo de Valencia, y se entretuvo con los de Murcia y de
    Granda. Por eso fue luego condenado a muerte por el crimen Lesae
    Magistatis, o a destierro perpetuo de todos los Reynos de la corona
    de Aragón, y confiscados todos sus bienes. De manera que siendo como
    decíamos, Alazarch llamado para caudillo de los rebeldes, vino al
    Reyno, y tomó ciertas villas y castillos que estaban por los
    Cristianos en el val de Gallinera, no lejos del de Bayrén, donde
    tenía el Rey algunas guarniciones de gente de guardia. Pues como
    todo esto llegase a noticia del Rey, que por entonces residía en
    Calatayud, recogió su gente ordinaria de guerra, e hizo alguna más,
    y con ejército formado se vino para Burriana. Donde entendió como
    Alazarch había venido con muchos Moros a la villa de Penaguila,
    pueblo fuerte y de extraño sitio en las montañas de la Contestania,
    y que a medio día a escala vista había tentado de dar asalto a la
    fortaleza, o castillo de ella: pero que había sido valerosamente
    rebatido de los que estaban en guarnición dentro.






    Capítulo
    XII. De la llegada del Rey a Valencia, y que entendida más en
    particular la rebelión de los Moros, determinó echarlos del Reyno a
    todos, y de las personas que mandó convocar para tratar de ello.






    Entendiendo
    el Rey más por extenso el atrevido acometimiento del Capitán
    Alazarch sobre el castillo de Penaguila, partiose con gran presteza
    de Burriana, y llegó a Valencia. Donde informándose mejor de la
    conjuración de los Moros, y de los primeros que la comenzaron, y
    eran más culpados en ella: halló que dessotra parte de Xucar, casi
    todas las villas y castillos de aquella región, (excepto Xatiua y
    Alzira con algunas villas de las montañas, que ya eran de
    Cristianos) se habían rebelado muy a la descubierta: y tomado por su
    general y Caudillo a Alazarch, como está dicho, y que desta parte de
    Xucar algunos pueblos secretamente favorecían a los rebeldes, y aun
    ellos habían intentado de hacer lo mismo. Por esta tan manifiesta
    infidelidad, y poca seguridad que de los Moros se esperaba para con
    los Cristianos, y que mientras hubiese Moros en el Reyno, siempre
    habría (
    auria)
    rebelión y sobresaltos, por ser ellos casi infinitos, y los
    Cristianos pocos: propuso en su ánimo de echarlos a todos del Reyno:
    para que su tan pretendido fin de introducir en él la fé y religión
    de Cristo pudiese venir a efecto. Lo cual determinó de consultar
    primero con el Prelado y otros. Para esto mandó convocar los grandes
    y Barones del Reyno, y a todos los demás que en esto podían
    pretender interés, o perjuicio alguno. A don Andrés de Albalate
    Obispo de Valencia con los del estamento Ecclesiástico: a don Pedro
    Fernández de Azagra, don Pedro Cornel, don Guillem de Mócada, don
    Artal de Luna, don Rodrigo Liçana, don Ximeno de Vrrea (este fue
    hijo de aquel valerosísimo Ximeno, que se halló en las conquistas
    de Mallorca, y Burriana, y tuvo en ellas los más principales cargos
    de la guerra, y con su fama y memorables hechos acrecentó y
    ennobleció mucho la ínclita y esclarecida familia de los Vrreas, y
    a quien fue hecha merced después del Condado de Aranda en Aragón,
    del cual gozan hoy sus descendientes, y sucesores) y a otros
    principales señores, y Barones de Aragón y Cataluña, que estaban
    ya heredados de lugares y vasallos en el Reyno: Y también a los
    Iusticias y Iurados con los demás principales de la ciudad, que
    representaban el estamento Real. Para que habiendo de ser su
    proposición y demanda muy poco menos importante y ardua, que si de
    nuevo se hubiese de conquistar el Reyno, y que por haberse de
    atravesar el interés (
    interesse)
    de muchos, había de ser muy impugnada, y contradicha, no faltasen
    ninguno de los tres estamentos, para que le ayudasen a esforzar lo
    bueno, y que por el interés particular no se perdiese el bien
    universal de todos. Iuntados pues en la iglesia mayor, y oída con
    mucha devoción la Missa del Espíritu santo, que celebró el Prelado
    con gran solemnidad, encomendándose todos a nuestro Señor para que
    les inspirase el consejo recto y deliberación santa de su mano,
    sentados por su orden, y el Rey en su trono más alto, les habló de
    esta manera.











    Capítulo VIII. Del grave razonamiento que el Rey hizo y los
    convocados, significando su determinación y causas, para echar todos
    los Moros del Reyno.






    Prelado,
    Grandes, y Barones prudentísimos, a vosotros que habéis sido
    compañeros y participantes en todas nuestras empresas y guerras,
    damos por testigos de los grandes trabajos y fatigas que habemos
    padecido en la conquista de esta ciudad y Reyno, y de los que hoy en
    día padecemos por llevarla adelante: no tanto por sojuzgar las
    villas y lugares con las personas de los Moros: cuanto por ganar para
    Cristo nuestro Redemptor, y su religión Cristiana, las almas de
    todos ellos. Lo cual puesto que dentro la misma ciudad y por sus
    arrabales lo habemos medianamente acabado, porponiéndoles que, o se
    hiciesen Cristianos, o se saliesen de la ciudad y sus contornos: y
    con esto, junto con la solicitud del Prelado en instruirlos en la fé
    nuestra, se han convertido algunos: no ha sido posible acabar lo
    mismo en los otros lugares del Reyno: ni aun cuando estábamos sobre
    ellos con las armas en las manos: sino que para atraerles a que a
    buenas se nos entregasen, fue necesario permitirles se quedasen en su
    secta. Porque a compelirles la dejasen antes de entregarse, era muy
    cierto que se determinaran a morir por ella, para más alargarnos la
    conquista, y hacemos la victoria más dudosa y sangrienta. Mas aunque
    el perder nuestras vidas en tal demanda fuera ganarlas, para más
    consagrarlas a Dios, y a la eternidad: pero las almas de ellos, que
    por ventura pudieran salvarse, matarlas juntamente con los cuerpos,
    nos parecía cosa horrible, y muy contraria a nuestra religión. Y
    así po esto pareció mejor el disimular entonces con ellos, y
    encomendar este negocio a Dios, como cosa suya: esperando, si con el
    tiempo y buen tratamiento nuestro, poco a poco
    arrostrarían
    a su conversión. Pero que siendo acabada la conquista, y echada la
    guerra fuera, con tanta ventaja de ellos, quedándose en sus villas y
    lugares, con sus casas y posesiones, y lo que más es, en su secta,
    con mayor libertad, y más tolerable yugo de lo que jamás tuvieron
    que no contentos de esto, se nos hayan (
    ayan)
    rebelado, y tan desvergonzadamente tomado armas contra nosotros:
    verdaderamente que han descubierto del todo su natural infidelidad y
    pérfida malicia, claramente señalando, que ni a Dios, ni a nos
    serán en ningún tiempo fieles, y que siempre viviremos entre ellos
    con recelo, como en medio de nuestros capitales enemigos. Demás de
    lo que con su conversación y trato se puede de su infidelidad y
    abominable modo de vivir, apegar algo a los Cristianos, en gran
    ofensa de nuestro Señor: según que el Padre santo de Roma por sus
    patentes letras Apostólicas nos ha advertido muy bien de ello, y de
    nuevo animado a llevar adelante nuestro propósito. Por donde, para
    que arranquemos de raíz una tan perniciosa cizaña (
    zizania),
    y que nuestra mies Cristiana limpia de tan mala yerba crezca mejor
    para el cielo, nos determinamos en lo siguiente. Que puesta, cuanto a
    lo primero, buena gente de guarnición en las dos fortalezas de
    Xatiua, y bien guardado el paso de Alzira, y fortificados para
    defensa de la ciudad los Castillos de Murviedro, Almenara, Enesa, y
    Chiva, echemos del Reyno esta infiel canalla de Moros, y en lugar de
    ellos le poblemos de Cristianos de los dos Reynos, para habitar y
    cultivar la tierra que dejarán ellos: pues ella es tal, y la fama de
    su gran fertilidad tan divulgada por todas partes, que no habrá
    persona que no trueque de buena gana su tierra natural por la de
    Valencia. Y así os rogamos a todos muy encarecidamente tengáis por
    buena y acepta esta nuestra determinación. Pues demás del gran
    servicio que haremos a nuestro Señor en quitar de medio de nosotros
    sus enemigos, y blasfemos, para mayor puridad y conservación de
    nuestra fé y religión: en lo demás estad de buen ánimo, y tened
    por muy cierto, que no serán tantos los daños, cuanto mucho mayores
    los beneficios y provechos (
    puechos)
    que para la buena cultura de la tierra y seguridad del Reyno, se
    seguirá con echar tan infiel y perversa gente de entre (
    détre)
    nosotros.











    Capítulo IX. De la aprobación que el Prelado, Ecclesiásticos, y
    braço Real hizieron de la proposición del Rey, y de la
    contradicción de los Señores de vasallos, con las razones de ambas
    partes, y como se publicó el edicto.






    Como
    acabó el Rey su razonamiento con la demanda propuesta, luego el
    Prelado en nombre suyo, y de todo el estado Ecclesiástico respondió,
    que tenía por muy santa y como inspirada del Espíritusancto la
    proposición y determinación hecha por su Real alteza, por los
    grandes bienes espirituales junto con los temporales que de ella se
    seguirían, y que no embargante qualesquiere daños y pérdida
    (
    pdida)
    de intereses que de esto se le podía seguir, la aprobaba, y se
    suscribía en ella, de común voto suyo, y de todo el estamento
    Ecclesiástico. Oído esto, quiso el Rey antes que los Grandes y
    Barones profiriesen el suyo, certificarse del parecer de los del
    brazo Real y Ciudadanos. Los cuales por mano de los jurados y
    consejeros se firmaron en el mismo parecer y voto del Prelado. Luego
    se volvió el Rey a los del brazo militar, que eran los señores y
    Barones en quien había repartido las rentas y vasallajes de Moros,
    para que declarasen el suyo. Los cuales en oír que se habían de
    echar los Moros del Reyno, comenzaron a murmurar y alborotarse tanto
    sobre ello, que en suma declararon, eran de contrario parecer: pues
    aunque las razones que el Rey daba
    pa
    echar los Moros en lo espiritual eran concluyentes: pero que para el
    beneficio de la tierra, eran muy perjudiciales, diciendo que los
    Cristianos que vendrían a poblar sus tierras dejadas por los Moros,
    no serían tan hábiles como se requiere para cultivarlas, y ni el
    provecho y renta de ellas sería tanto como solía, para poder
    cumplir con el feudo y obligación con que se las había dado, de
    seguir a sus propias costas la guerra. Y sobre esto hacían grandes
    extremos, mezclados con algunas amenazas. Mas como el Rey tenía ya
    al Prelado con todas las órdenes y estamento Ecclesiástico,
    juntamente con la ciudad y brazo Real, de su parte, determinó de
    llevar adelante su propósito, y mandó publicar el edicto de
    destierro contra la morisma del Reyno. Y así para más sanear su
    conciencia, hizo publicar la bulla, o rescripto del Pontífice
    Innocencio IV, que mucho antes le había enviado: por el cual le
    exhortaba en grande manera echase los Moros del Reyno, por lo mucho
    que convenía apartar a los católicos del continuo concurso y
    conversación de los infieles (según que en el libro de los Índices
    de los Annales de Geronymo Surita Latinos, está este rescripto, o
    bulla largamente contenida). De manera que estando el Rey muy firme
    en su deliberación, mandó poner nueva guarnición de gente en las
    fortalezas y castillos arriba dichos, y distribuir el ejército por
    la ciudad y villas por donde habían de pasar los Moros. A los cuales
    se mandaba so pena de la vida que dentro de un mes saliesen del Reyno
    con todas sus
    ahinas
    las que llevar pudiesen, y no parasen en todo él. Con este edicto,
    no se puede creer cuan grande alboroto y mudanza de cosas se
    siguieron por todo el Reyno, pensando que había de nacer de aquí la
    total ruina y pérdida del. Por parecer a algunos, que con la ida de
    los Moros, siendo como eran infinitos, el Reyno se despoblaría del
    todo, y ni Aragón, ni Cataluña juntos bastarían a henchir el vacío
    de ellos, y que por esto padecería la cultura: y la tierra, aunque
    de si es fértil, se convertiría en bosque, y de ahí como yerma
    sería desamparada: para que los mismos Moros que la conocían, con
    el favor de los de África volviesen a cobrarla. Sin eso porfiaba que
    no se esperaba otro de echar tan grande infinidad de Moros juntos,
    sino que llegados a los Reynos de Murcia y Granada para do se
    encaminaban, con el favor de ellos revolverían sobre el Reyno, y que
    hallándolo vacío, lo oprimirían en un día todo. Por lo contrario
    otros tenían por más cierto, que en sabiendo que los Moros eran
    idos, vendrían como lluvia gentes de toda España a poblarle,
    señaladamente de las montañas y lugares ásperos de Aragón y
    Cataluña: viendo que por una sola mies, y miserable cosecha de pá,
    que para todo el año dejarían, cogerían en el Reyno tantos y tan
    varios géneros de frutos dentro del mismo año, y donde no habían
    de pelear más con la tierra dura que sacude y escupe los arados (
    las
    rejas
    )
    y azadones (
    açadones)
    como la suya: sino con la fertilísima y benigna, que no rehúsa
    imperio, ni sujeción alguna del labrador. Lo cual averiguaban con
    manifiesto ejemplo de lo que pasaba en la vega y huertas de la
    ciudad. Pues se hallaba que en el arte de cultivar la tierra, en
    ninguna cosa excedían los Moros a los Cristianos. Porque luego que
    la ciudad fue tomada, y emprendida la vega de ella por los
    Cristianos, se halló que ningún campo del Reyno cultivado por los
    Moros igualaba con el de los Cristianos. Además que los Moros por
    darse mucho a la cogida de granos menudos, de que suelen mantenerse
    no tenían cuenta con el trigo, ni en criar ganado de ovejas, ni
    vino, ni tocino, que son los cuatro más principales alimentos de la
    vida, ni curaban del provecho grande, que de los cueros y lanas que
    sale de esto para el vestido del hombre se siguen: lo que no se puede
    suplir con sola la crianza de cabrío que los Moros usaban, por ser
    esta carne desabrida para muchos, y el cuero de ella deslanado.
    Finalmente concluían que los señores y Barones no solo aventajarían
    sus rentas y estados con mejores y más ricas granjerías: pero aun
    mejorarían en calidad de vasallos, y que siendo todos Cristianos,
    gozaría el Reyno de mucha paz y tranquilidad, y en ocasión de
    guerra mucho mejor se defendería. Con estas y otras razones se iba
    por el vulgo ventilando, si era justa, o no, la salida de los Moros,
    y no dejaba de haber muchos indiferentes, y otros que decían se
    echasen, pero no todos, ni de una juntos: y esto parecía mejor a los
    más. Pero aunque de todo esto era sabedor (
    sabidor)
    el Rey, y a todos escuchaba, siempre perseveraba en su propósito, y
    el término del edicto corría.






    Capítulo
    X. Como don Pedro de Portugal fue el que más contravino al edicto, y
    como el Rey le ablandó, y de las crueldades que los Moros rebeldes
    hicieron en las tierras del Rey, sin tocar en las de los señores y
    Barones.






    Publicado
    el edicto por todas las villas y lugares principales de los Moros,
    hubo secretas congregaciones entre los señores y Barones del Reyno,
    con fin de hallar modos tales con que poder contravenir a él, sin
    dar disgusto al Rey, sino por vía de ruegos, o de buenas razones,
    acompañadas de buena justicia. Pero quien las hizo públicas, y más
    que todos se sintió del edicto, fue don Pedro de Portugal, que como
    tan conjunto pariente, y allegado al Rey, osaba contradecirle muy a
    la clara. El cual vuelto de Mallorca, habiendo renunciado el Reyno
    (como dicho habemos) y tomado la recompensa en tierras de Moros
    dentro el Reyno de Valencia, y que a la sazón se hallaba en
    Murviedro una de ellas: vino a Valencia: donde comenzó a bravear y
    hablar muy largo contra el edicto, abusando de la paciencia del Rey,
    la cual nunca fue vencida. Pues como los Señores y Barones le vieron
    tan puesto en impugnar el edicto, y que el Rey, no podía dejar de
    tenerle muy grande respeto, por ser su tan allegado deudo, osaron con
    el amparo suyo emprender muy de propósito la causa, y defensa de los
    Moros, y así rogado de ellos don Pedro ofreció muy de buena gana de
    tomar este negocio por propio, por lo mucho que también a él le
    tocaba. Porque esperaba gozar muy presto de cuatro principales
    pueblos del Reyno, Murviedro, Almenara, Segorbe, Castellón de la
    Plana, que fueron los que se le consignaron en recompensa de las
    Islas de Mallorca y Menorca. Puesto que aun estaban como secuestrados
    en manos de los Jueces, por el concierto que arriba en el precedente
    libro notamos, pero se trataba ya como a señor de ellos. Y así por
    esto, como por ser la gente de estos pueblos la más belicosa del
    Reyno, don Pedro los animaba mucho más a no obedecer el edicto, y de
    aquí muchos del Reyno teniéndole por caudillo, así los Moros como
    los Cristianos de parte de los señores y Barones, se habían ya
    puesto en armas. Esto le llegó al Rey mucho al alma, y le dio muy
    grande molestia y pesadumbre: y vio claramente que si don Pedro no
    desistía de la demanda, él no saldría con la empresa. Y así,
    mandado llamar, y venido ante él, se le quejó mucho, diciendo que
    adrede en cuantas cosas emprendía para el beneficio y buen gobierno
    de sus Reynos se preciaba de contradecirle. Pues habiendo emprendido
    ahora cosa tan necesaria para la pública tranquilidad y quietud de
    los Reynos, la quería impedir por sus particulares intereses: que le
    rogaba por el beneficio común, y buenas obras que le debía, se
    apartase de tan mala querella: y si tenía alguna cosa contra él,
    por la cual pretendiese enmienda, se lo dijese, y se cometiese al
    arbitrio de los Prelados, y grandes, que pasaría sin falta por lo
    que ellos juzgarían. Fue contento de esto don Pedro, y nombrados
    Jueces por ambas partes, y oídas sus pretensiones: determinaron dos
    cosas. Lo primero, que pagase el Rey a don Pedro luego cierta
    cantidad de dinero. Lo segundo, que en tanto que durase la guerra
    movida por los Moros, fuese obligado el Rey a su costa, fortalecer, y
    poner gente de guarnición, a elección de don Pedro, en las cuatro
    villas suyas nombradas. Como esta sentencia contentase a las dos
    partes, y se quietasen los ánimos de entrambos, el Rey se valió de
    don Pedro, y él se le ofreció de buena gana para la ejecución del
    edicto. Pero como poco antes, con el favor del mismo don Pedro, se
    hubiesen muchos de los Moros demasiadamente animado para impugnar el
    edicto, movieron crudelísima guerra en las villas y lugares, que
    estaban por el Rey, sin tocar en las de los señores y Barones, por
    haber echado fama que contra el voto y opinión de ellos, y no más
    de por solo quererlo el Rey, se había determinado el echarlos fuera
    del Reyno. De donde se siguió, que los Capitanes del Rey, que
    estaban en los presidios, por querer contentar a los Señores, o por
    el descuido, e insolencia que de las victorias pasadas les quedaba,
    se descuidaron de tal manera, que los Moros les tomaron hasta doce
    villas y fortalezas de las que estaban por el Rey, y en los soldados
    de guardia ejecutaron bárbaras crueldades.






    Capítulo
    X. Como no embargante la rebelión, pasó el edicto adelante, y de lo
    que ofrecían los Moros por que les asegurasen la salida, y del
    infinito número de ellos, y como fueron rescatados en el Reyno de
    Murcia.






    Por
    mucho que Alazarch, hecho de simple soldado Capitán de LX mil Moros,
    maquinó, y se esforzó a impedir el edicto, y que los Moros quedasen
    en el Reyno, no pudo en esto resistir a la magnanimidad y poderío
    del Rey, o por mejor decir, a la voluntad de nuestro señor Dios, que
    parece milagrosamente mostró en esto su omnipotencia: porque con
    todo el favor y ayuda que los Moros tenían en el ejército de
    Alazarch, se siguió, que siendo tan inmenso, y casi infinito el
    número de la gente que determinaba salir del Reyno (pues realmente
    con las mujeres y niños pasaban de cien mil) fue tanto el miedo y
    vileza de ánimo que les comprendió con el edicto, que en el mismo
    día que se cumplía el término, y habían de salir, los principales
    de ellos hablaran a don Ximen Pérez de Arenos camarero mayor del
    Rey, y como temblando le dijeron, que darían al Rey la mitad de
    todos sus bienes y haciendas, por solo que les diese salvo conducto,
    y gente de guardia con que pudiesen seguramente, y sin lesión alguna
    salir del Reyno. Como supo esto el Rey rió mucho de ello, y no
    permitió que se les tomase nada, antes dio licencia en confirmación
    del edicto, para que se llevasen de sus haciendas cuanto quisiesen y
    pudiesen llevar: y envió con ellos mucha gente de guerra que los
    acompañase hasta ser fuera del Reyno, y pusiese en el de Murcia, por
    donde ellos deseaban pasar a Granada. Fue tan innumerable la gente
    que salió, que refiere el Rey en su historia, que de los delanteros
    a los postreros, con ir bien juntos, cubrían XV mil pasos de camino:
    y fue fama, que fuera de la guerra de Vbeda, en ningún otro tiempo
    se había visto en España tan grande número de Moros juntos. Por
    eso con mucha razón tan grande empresa como esta de echar los Moros,
    quedó reputada por una de las más insignes hazañas que el Rey hizo
    en su vida. Porque no solo mostró su incomparable valor y fuerzas
    para echarlos a pesar del grande ejército de rebeldes que estaban
    puestos en defenderlos: pero aun fue mucho más la necesidad que tuvo
    de echarse el escudo a las espaldas para recibir en él los
    encuentros de amenazas, quejas, y maldiciones que los señores y
    Barones le echaban por la pérdida de tantos vasallos. Pues como los
    Moros fuesen guiados hasta Villena primer pueblo del reyno de Murcia,
    don Federique hermano del Rey de Castilla fue luego con ellos, y les
    compelió a que pagasen un besante por cabeza, y pasando de allí,
    parte de ellos se quedaron en los Reynos de Murcia, y de Granada,
    parte se repartieron en el campo de Cartagena, llamado Esparthario
    que en Arauigo llaman Manxa, parte se pasaron con sus mujeres e hijos
    en África, y algunos se volvieron al Reyno juntándose con los
    rebeldes.











    Capítulo XI. Que los Moros rebelados se hicieron fuertes en las
    montañas, con su Capitán Alazarch, al cual favoreció el Rey de
    Castilla, y de lo que sobre esto pasó.






    Por
    mucho que se procuró de echar todos los Moros del Reyno, y que
    fueron como está dicho innumerables, los que salieron, todavía
    quedaron tantos, que se pudo formar ejército de ellos, y subieron a
    las montañas de la Contestania a ponerse debajo la compañía de
    Alazarch, con el cual se rehicieron, y tuvieron muchas escaramuzas
    con los Cristianos y ejército del Rey, y se entretuvieron tres años:
    así por la astucia de su Capitán, como porque don
    Federique y don
    Manuel hermanos del Rey de Castilla que vivían en Villena
    secretamente le favorecían y daban ánimo para entretener la guerra:
    consintiendo en ello el mismo Rey, pues sin tener cuenta con las
    treguas les ayudaba, disimulando, como quien hace por todos, a fin de
    tener en pie un perpetuo enemigo contra el Rey su suegro. Llegó a
    tanto su desconocimiento, que envió sus embajadores a Valencia, a
    rogar al Rey otorgase treguas por un año a Alazarch. Las cuales
    otorgó el Rey por solo contentar a su yerno, puesto que sabía muy
    bien el mal ánimo con que las pedía. De donde comenzó el capitán
    Moro a tenerse en mucho, y a ensoberbecerse con el favor de los
    Castellanos, amenazando que había de poner las banderas y armas del
    Rey de Castilla su señor por todas las villas y castillos por él
    ganados. Todo esto sabía el Rey, y disimulaba, recociendo su cólera
    para emplearla contra Alazarch, luego que fuesen acabadas las
    treguas. Por esto determinó, con enemigo vanaglorioso y artero,
    tratar artificiosamente. Y así habló con un Moro familiar suyo
    grande amigo de Alazarch, le indujese a vender el trigo y panes que
    le sobraban, porque a la sazón valían a bien alto precio, y haría
    muy gran suma de dinero: pues no tenía por entonces guerra, ni la
    tendría después, porque estaba en mano del Rey de Castilla su señor
    alcanzarle, no solo más treguas, pero aun perpetua paz del Rey de
    Aragón, siempre que la quisiese. Entretanto el Rey dio cargo a don
    Ramón de Cardona, y a don Guillé Angresola con otros principales
    capitanes de Aragón y Cataluña que para la Pascua siguiente de la
    Resurrección del Señor, que era el término de las treguas,
    estuviesen muy a punto con el ejército de los dos Reynos puesto en
    Valencia. El Moro hizo su oficio, y creyéndole Alazarch vendió todo
    su trigo, y como se vio tan rico de dinero, y descansado con las
    treguas, deseando gozar de la ociosidad sin ningún cuidado de
    guerra, se descuidó tanto, que apenas se acordó de confirmar las
    treguas con el Rey, ni de escribir al de Castilla le hubiese la
    prórroga (
    porrogació)
    de ellas, hasta medio mes antes que se cumpliese el año. Y así el
    de Castilla envió su embajador, rogando al Rey tuviese por bien de
    renovar, y alargar las treguas hechas con Alazarch para otro año.
    Respondió el Rey, que se maravillaba mucho del Rey su yerno, fuese
    tan amigo y favorecedor de un su vasallo traidor y enemigo, que
    tantas veces había acometido de quitarle la vida, y alzado se le con
    tantas villas y castillos, y que dentro de su propio Reyno de
    Valencia se lo quisiese defender y amparar, para que no pudiese como
    señor castigar a su esclavo. Con esta respuesta, sin ninguna otra
    resolución despidió a los Embajadores, y se volvieron a Castilla.











    Capítulo XII. Como el Rey persiguió a Alazarch, y cobró todo lo
    que había tomado, y se le huyó, y el Rey acomodó sus parientes
    del, y de la embajada que envió al de Castilla.






    Venida
    la Pascua de Resurrección, y celebrada en Valencia por el Rey, se
    partió la última fiesta para Xatiua con solos cincuenta de a
    caballo, donde tomando muchos más, subió a la montaña, y llegó a
    la insigne villa de Cocentayna, que ya estaba medio poblada de
    Cristianos. Porque a causa de haber salido tanta infinidad de Moros,
    había quedado el Reyno como desierto, señaladamente las villas de
    las montañas: pues aunque los Alcaydes y oficiales Reales con otros
    muchos que las poblaban eran Cristianos: pero se quedaban muchos
    Moros en ellas, de los cuales echados todos por el edicto, mandó el
    Rey que así para poblarlas, como para que estuviesen en guarnición
    y guardia del Reyno, se estableciesen las casas y campos a los que
    quisiesen venir a habitarlas. Y por esta causa muchos soldados viejos
    fueron en ella, y en las otras villas heredados, y se quedaron para
    defenderlas, con los demás que vinieron de muchas partes a vivir en
    ellas. Lo cual se hizo en muy breve tiempo: y las fortalecieron de
    muro y barbacana: como fueron Alcoy, Penaguila, Ontiñena, y la
    Ollería, que nombra la historia, con las demás que de entonces acá
    se han fundado, y aumentado, que son muchas y grandes, y aunque
    algunas dellas son muy ásperas, pero las vemos muy ricas y
    abundantes de panes y ganados con otras cosas. Holgose pues el Rey
    mucho en Cocentayna viendo su buen asiento tan aparejado para ser de
    los principales pueblos de las montañas, como lo es en nuestros
    tiempos, hecha Condado que le posee la ilustre y antigua familia de
    los Corellas. Allí pues tuvo nueva como la gente que mandó hacer en
    Aragón y Cataluña era llegada, y se había juntado en Valencia, de
    lo cual se alegró mucho. Y luego saliendo de Cocentayna dio vuelta
    por la marina, y tomó de paso las fortalezas de Planes, Castell, y
    Pego. El siguiente día, oída Missa, se fue para la villa de Alcalá,
    a donde Alazarch de ordinario residía. Pero el buen capitán como de
    ninguna cosa menos curase que de pelear (porque luego que vendió el
    trigo despidió el ejército) saliose de Alcalá con muy poca gente,
    y pasando por el val de Gallinera, de un lugar en otro iba huyendo
    del Rey que le perseguía. Por donde cobrado por el Rey parte del
    valle, con Alcalá y su fortaleza,
    acabò
    de cobrar los xvi castillos que Alazarch le había tomado: no
    hallando en ellos resistencia alguna. Entendiendo pues el moro que el
    Rey no cesaría de perseguirlo hasta que le tuviese en su poder, y
    quitase la vida: procuró con buenos medios hacer concierto con él,
    prometiendo que para siempre se apartaría del Reyno, solo que el Rey
    perdonase a los de su casa y familia, y que no echase a sus parientes
    del Reyno. Como Alazarch lo cumplió y se fue, así el Rey usó de
    toda liberalidad con su sobrino hijo de hermano, a quien hizo merced
    por su vida del Castillo y villa de Polope a la marina, que está
    cerca del Promontorio Yfachs, o cabo de Calpe, al medio día. Hecho
    esto, y desterrado del Reyno un tan porfiado y mañoso enemigo,
    cesaron también con él las disimuladas astucias del Rey de
    Castilla: al cual envió el Rey sus embajadores, como para dar razón
    de la guerra que entonces acababa, y que le dijesen como él se había
    dado estos días a la caza, y dentro de ocho días había cazado xvi
    castillos. Con este dicho quiso el Rey aludir a otro semejante que
    pocos días antes Alazarch había dicho en presencia, y con muy
    grande gusto del Rey de Castilla, cuando preguntado Alazarch, si era
    dado a caza de fieras, no cierto, dijo él, sino de hombres, si ya no
    queréis que sea vuestro cazador de los castillos del Rey de Aragón.
    Lo cual fue muy reído, y celebrado por el Rey de Castilla, y los
    suyos.











    Capítulo XIII. Por qué causa dio el Rey la gobernación de Aragón
    y Valencia al Príncipe don Alonso, y de la venida del señor de
    Albarracín, y don Diego López de Haro, y del acogimiento y mercedes
    que a los dos hizo.






    Por
    este tiempo don Alonso Príncipe de Aragón, que aun no estaba libre
    de la encendida codicia de reinar, atizado y conmovido por la
    persuasión de malsines, de cada día sembraba nuevas quejas contra
    el Rey, por el descontento que tenía de la donación, o asignación
    que de consentimiento suyo hizo a don Pedro su hermano del Reyno de
    Cataluña, y también del Reyno de Valencia, y de Mallorca a su otro
    hermano don Iayme, declarándolos por verdaderos sucesores en ellos:
    lo cual cedía en muy grande perjuicio suyo, por ser estos Reynos de
    la conquista de Aragón, y debidos a él como a primogénito y
    Príncipe de Aragón, y que este derecho no le podía renunciar él,
    si bien en Barcelona, por contentar al Rey su padre, hubiese hecho
    muestra de renunciarle: esto lo hablaban los Aragoneses a boca llena.
    Lo cual llegando a oídos del Rey lo sintió muy mucho. Mas por
    librarse de tan importunas y pesadas quejas, a consejo de los suyos,
    dio la gobernación de los dos Reynos de Aragón y Valencia a don
    Alonso. Esta gobernación de Reynos, puesto que por los fueros
    antiguos de Aragón se debía al Príncipe primogénito del Rey, a
    ninguno fue en algún tiempo dada hasta don Alonso, y con darle este
    cargo pararon un poco tiempo sus quejas. A esta sazón llegó don
    Aluaro Perez Azagra, que por la muerte de don Pero Fernádez su padre
    había sucedido en la señoría de Albarracín, para ofrecerse con su
    persona y estado al Rey: del cual fue muy bien recibido, y
    acordándose de la gran amistad que tuvo con su padre, y de tan
    buenos servicios como en todas sus empresas le hizo, no pudo sin
    mucho sentimiento celebrar su memoria y nombre, diciendo mil bienes
    de él. Y así para más testificar la gran voluntad y afición que
    le tuvo, consintió que pasasen en don Álvaro, y se continuasen las
    mismas mercedes que el padre tuvo y poseyó de la casa Real, que
    fueron cincuenta Caballerías, y otros gajes. Entendió de ahí a
    poco el Rey, que los Castellanos de nuevo asomaban con mano armada en
    los confines de Murcia y Valencia, y conociendo sus mañas, partió
    luego la vuelta de Biar con el ejército que se hallaba, y les
    presentó batalla. En esta villa el Príncipe don Alonso prometió en
    presencia de muchos al Rey, que por ningún tiempo tendría tratos
    con el Rey de Castilla, ni se confederaría con él en ninguna
    manera. Los Castellanos que vieron al Rey tan en orden para
    resistirles, se volvieron luego, deshecho su ejército, para
    Castilla, y el Rey también tomó la vuelta pa Zaragoza, donde
    pasados pocos días después de llegado, se partió para Estella
    villa muy principal del Reyno de Navarra: a donde llegó también don
    Diego López de Haro señor de Vizcaya: el cual apartándose del Rey
    de Castilla por ciertas ocasiones, se vino para el Rey a ofrecerle su
    servicio con todo su poder y estado, del cual fue muy bien recibido,
    y prestado su fé y homenaje, también le hizo mercedes, mandándole
    asignar cincuenta caballerías. De esto fueron testigos los Prelados
    y Grandes de los reynos de Aragón y Cataluña que allí se hallaron,
    con la más gente hidalga que don Diego trajo consigo de Vizcaya, que
    también se aplicaron con sus gajes al servicio del Rey. No era cosa
    nueva para los Señores de Vizcaya, siempre que por algunas
    desgracias se salían de Castilla, hallar principal acogimiento y
    mercedes en los Reyes de Aragón, como lo halló don Diego padre de
    este mismo don Diego Señor de Vizcaya, siendo mozo, cuando después
    de haber ido en servicio del Rey don Alonso VIII de Castilla a la
    guerra contra los Moros en aquella gran batalla de Vbeda a las Navas
    de Tolosa, (de la cual hablamos en el primer libro) acaeció que
    después de vueltos a Castilla, don Diego fue desterrado de ella por
    el mismo Rey, y pasó su destierro en Aragón en servicio del Rey don
    Pedro padre de nuestro Rey.











    Capítulo XIV. Como el Rey fue muy inquietado del de Castilla, y de
    los grandes que se apartaron del, y fueron a vivir en Aragón con el
    Rey, y de los nuevos conciertos que los dos Reyes hicieron en Soria.






    Dice
    pues la historia, que como en este medio las treguas hechas entre el
    Rey y el de Castilla se acabasen, y por la poca constancia del de
    Castilla determinase el Rey, que de una vez se averiguasen por fuerza
    de armas las diferencias entre ellos, y se pusiese muy de propósito
    en salir con ello: quiso Dios que con la buena diligencia y medio de
    los Prelados y personas religiosas de ambos Reynos se atajó la
    cólera de los dos Reyes: señaladamente con la destreza de Bernad
    Vidal Besalù, caballero Catalán, que procuró se viesen los dos
    entre Ágreda y Tarragona, adonde fue concordado entre ellos, que el
    Reyno de Navarra, que era la simiente de estas discordias, viniese a
    la tutela y amparo del Rey de Aragón. Pero con la inconstancia de
    don Alonso luego fueron renovadas las diferencias y vueltos a la
    antigua distensión: aunque no se vino a las manos. Además de esto,
    cuando poco antes el Rey estuvo en Estella, don Enrique hermano de
    don Alonso de Castilla, y don López Díaz de Haro señor de Vizcaya,
    hijo de don Diego, que ya era muerto, vinieron al Rey de Aragón por
    apartarse del mal trato del de Castilla, y fueron de él muy bien
    recibidos, mayormente don Enrique, tratándole como a persona Real, y
    ofreciéndosele muy de veras, hasta que se remediasen las diferencias
    que con el Rey su hermano tenía. También se ofreció al de Haro,y
    tuvo en mucho la venida del mozo: el cual por imitar a su padre,
    seguía muy de corazón, y de hecho el bando de Aragón, y venía a
    servir al Rey con otros xx hidalgos vasallos suyos de los más
    principales de Vizcaya, también sus parientes. Los cuales dieron su
    fé al Rey por el don Lope mozo, y por su parte prometieron que no
    volvería a la obediencia del Rey de Castilla, hasta que las
    diferencias de los dos Reyes suegro y yerno fuesen acabadas, y
    defenecidas por sentencia de don Sancho Salzedo, y don Lope Velasco,
    a los cuales como a personas muy principales, y mayores letrados de
    aquella era, fue remitida la causa. Después llegaron a Zaragoza dos
    principales señores de Castilla que se pasaron al Rey, llamados don
    Ramiro Rodríguez, y se le ofrecieron por vasallos, y porque fueron
    despojados de todos sus bienes y haciendas por don Alonso, el Rey les
    hizo mercedes de campos y posesiones, y de cien caballerías. Venían
    de cada día de Castilla y Navarra tantas personas de cuenta, que a
    la fama de la liberalidad del Rey, se pasaban y se le avasallaban,
    que por mantenerlos casi consumía su patrimonio Real. A los cuales
    recibía tan de buena gana, no tanto por hacer tiro a don Alonso,
    cuanto porque no se pasasen a Reyes extraños, mayormente al de
    Granada, para de allí maquinar la ruina de don Alonso con la de toda
    España. Además que fue la justicia de este Rey tan mezclada con la
    liberalidad, que en sabiendo que poseía algo injustamente, luego lo
    restituía a su verdadero dueño liberalísimamente, por muy
    incorporado que ya estuviese en la corona Real. Porque en aquella
    sazón dio a don Guillem de Moncada hijo de don Ramón, y a su
    sobrino hijo de hermano, en feudo la villa de Fraga a la ribera de
    Cinca, en recompensa de ciertos censos, y campos que junto a Lérida
    los suyos habían poseído, y con el tiempo y guerras los habían
    perdido, y entrado en la corona Real: con condición que faltando
    legítimos herederos, volviese Fraga a ser del patrimonio Real, como
    por tiempo volvió. Finalmente procurándolo don Alonso, que por
    entonces llevaba mayores designos en su pensamiento, y creía llegar
    a ser Emperador de Alemaña (por haber sido nombrado Rey de Romanos
    por la mitad de los Electores del Imperio) fue él mismo en persona a
    verse con el Rey en la villa de Soria, cabeza (como dijeron algunos)
    de los Celtíberos. Allí se renovaron los conciertos y
    confederaciones antiguas, hechas entre los Reyes de Aragón y de
    Castilla, y prometió don Alonso que entregaría ciertas fortalezas
    en rehenes de la confederación hecha. Y de esta manera asentadas las
    diferencias entre ellos, pasaron mucho tiempo sin guerras.











    Capítulo XV. Que murió la Reyna de Navarra, y fue el Rey a
    pacificar los movimientos de ella, y también a verse con el Rey Luys
    de Francia
    , y de los matrimonios que hicieron, y otras cosas.






    Por
    este tiempo murió doña Margarita mujer que fue de Tibaldo Rey de
    Navarra
    , y madre de don Theobaldo, fue sepultada en el monasterio de
    Claraval de Navarra. La cual mientras vivió y Theobaldo fue menor de
    edad, rigió el Reyno con mucha prudencia y tranquilidad. Pero
    después de muerta comenzaron a levantarse muchos alborotos en el
    Reyno. Los cuales se apaciguaron hechas treguas con don Iaufredo de
    Beamont
    Senescal de Navarra. El cual pro intercesión del Rey que se
    halló en Navarra, se concordó del todo con Theobaldo nuevo Rey de
    ella: y con la misma sombra y favor del Rey poseyó a Navarra muy
    pacíficamente. Esto hecho el Rey se vino para Valencia, donde
    recibió cartas del Rey de Francia (este fue el Rey Luys el santo, de
    quien hablaremos más largo) que le rogaba se hallase dentro de un
    mes en la Guiayna, que le aguardaría en la villa de Carbolio cerca
    de Mompeller, para tratar negocios importantes al beneficio común de
    los Reynos, y para dar asiento a otras cosas que a la vista
    entendería. Respondió el Rey, que sería con él dentro del plazo.
    De estas idas tantas a Francia señaladamente para la Guiayna recibía
    el Rey poco fastidio, por la ocasión que juntamente se le ofrecía
    de visitar a Mompeller, por ser su propia patria, donde extrañamente
    se recreaba. Y así partió luego para allá: dejando a don Ximen de
    Foces nobilísimo caballero Aragonés, hijo de don Atho, por
    gobernador del Reyno de Valencia: porque don Alonso su hijo no hacía
    lo que debía en el gobierno. Puesto ya en camino, le vino al
    encuentro don Pedro Alonso, hijo bastardo de don Pedro de Portugal,
    que era comendador de Alcañiz, adonde confirmada la donación hecha
    en su favor de ciertos campos y heredades, pasó adelante, hasta que
    llegó a Mompeller. Y como entendió que el de Francia era llegado a
    Carbolio luego se fue para él, y abrazándose los dos con mucha
    alegría, antes que tratasen del asiento de las diferencias que se
    ofrecían, concordaron en que doña Ysabel hija menor del Rey casase
    con don Felippe Príncipe de Francia que llaman ahora Delphin:
    precediendo la gracia y dispensación Apostólica por el parentesco
    de consanguinidad que entre ellos había. Y en razón de dote y arras
    se había de asignar a la Infanta, según el antiguo uso y costumbre
    de Francia, la cuarta parte del Reyno del esposo: entregándose las
    villas y castillos incluidos en la dicha parte. Concluido el
    matrimonio, los dos se concordaron, y se remitieron el uno al otro,
    todos los derechos y pretensiones que ellos y sus predecesores
    tuvieron de los estados que ahora se dirá. Porque el de Francia
    había puesto en demanda los señoríos de Barcelona, Besalù, Vrgel,
    Rossellon, Ampurias, Cerdaña, Confluent, Girona, Osona, con sus
    villas y castillos. Y el Rey de Aragón por el de Carcassona,
    Carcasses, Roda, y Rodes, Lauraco, y Lauragues: Y por Beses y su
    vizcondado. Leocata, Albiges, Ruent, y por el Condado de Foix,
    Cahors, Narbona, y su Ducado, Mintrua, y el Mintrués, Fenolleda,
    tierra de Salto, Perapertusa, y por el Condado de Aimillá, y
    Vizcondado de Crodon, Gaualdan, Nimes, y Solòs, y sant Gil, con
    todos sus derechos. Hizo también entonces el Rey donación a
    Margarita Reyna de Francia, del derecho que le pertenecía en los
    Condados de la Proença, y Folcalquier, y en todo el Marquesado que
    también llaman de la Proença, y en el señorío de las ciudades de
    Arles, Auiñon y Marsella, que fueron del Conde don Ramon Berenguer
    que fue echado de su estado por los mismos Proençales sus vasallos,
    con ayuda de los Condes de Tolosa, y se apoderó después del estado,
    Carlos de Anjous hermano del Rey Luys, que casó con Beatriz la menor
    de las hijas del Conde de la Provenza y se quedó con él: con grande
    contradicción y descontento de la Reyna Margarita que fue hija mayor
    del Conde de la Provenza. Esta donación hizo el Rey en favor de la
    Reyna Margarita por excluir a Carlos, pero valió poco: porque fue
    muy favorecido y mantenido por los Reyes hermano y sobrino. Y no solo
    dejó aquel estado pacífico a sus sucesores, pero quedó muy formada
    enemistad por esto, y por lo que se siguió de Sicilia, con la casa
    de Aragón











    Capítulo XVI. Donde se cuenta en breve la vida y muerte del SantoRey Luys de Francia, y como fue canonizado.






    Esta
    concordia que entre si hicieron los dos Reyes, con la cual remataron
    todas las diferencias y pretensiones que hasta allí tuvieron sus
    Reyes antepasados, y las que sus descendientes podían tener en algún
    tiempo, pareció cosa del Espíritu santo, por ser tan manifiesta
    obra de paz, y para quietar de raíz toda mala ocasión que de
    distensión y guerra se podía mover entre dos tan principales Reynos
    vecinos, en donde resplandeció siempre y se mantuvo la fé y
    religión Cristiana también como en todos los demás Reinos de la
    Cristiandad
    . Señaladamente en la feliz era de estos Reyes: pues en
    un mismo tiempo gozó la República Cristiana de tres los mejores que
    jamás tuvo: uno en Francia que fue este Luys sancto, otro en Aragón
    valentísimo, que fue nuestro don Jaime, otro en Castilla don
    Fernando III, valerosísimo, del cual al principio de este libro
    hablamos, y a quien este título de santo le quedó después de
    muerto hasta hoy. Pero como entre los tres, la verdadera opinión de
    santo, y de vida religiosísima, la alcanzó el Rey Luis por la
    aprobación que la universal Iglesia con el supremo pastor y
    Pontífice hizo de su santidad y vida, y le canonizó por santo: será
    justo que para la edificación y ejemplo de todos, brevemente
    contemos la vida, y señalados hechos suyos: junto con lo admirable
    que antes de su nacimiento acaeció en el casamiento de sus padres.
    Lo cual por hallarse curiosamente escrito en las historias Francesa y
    Castellana, tocaremos con brevedad lo que más hace a nuestro
    propósito. Como el Rey de Francia llamado Philipo II, quisiese casar
    a su hijo Luis Príncipe y sucesor del Reyno, que fue Luis VIII,
    envió tres embajadores al Rey don Alonso VIII de Castilla, con
    poderes bastantísimos para tratar y concluir matrimonio de su hija
    la mayor con el Príncipe de Francia. El Rey los recibió muy bien, y
    fue contento de la embajada: y aunque los embajadores pedían la hija
    mayor, mandó venir ante ellos las dos Infantas sus hijas muy
    apuestas, sobre ser de si hermosísimas. Las cuales vistas por ellos
    se pagaron mucho de ellas, y pidiendo los nombres de ellas, fueles
    dicho que la mayor se llamaba doña Urraca (Vrraca), y la menor doña
    Blanca. Como en oír Urraca se ofendiesen mucho del nombre, dijeron
    que les contentaba más doña Blanca. Y así no embargante el orden
    que traían, capitularon con ella, y fue llevada con muy grandísimo
    acompañamiento de Castilla a la ciudad de París, donde se hicieron
    las bodas de ambos. Y finalmente nació el Príncipe Luis con mucha
    alegría de todos. Al cual la Reyna doña Blanca su madre quiso criar
    a sus pechos con su propia leche, y afirma la historia que fue esta
    Reyna tan santa y temerosa de Dios, que todas las veces que le había
    de dar leche, lo bendecía antes, y le decía estas palabras. Hijo
    ruego a Dios que antes te vea muerto, que caído en pecado mortal.
    Fueron estas palabras como prenuncias de su santidad. Porque se
    refiere en la misma historia, que no le vieron jamás pecar
    mortalmente. Y así se entiende que desde que comenzó a reinar, fue
    Rey pacífico, pío, y religioso, tan temeroso de Dios y apartado de
    hacer guerra contra Cristianos, que jamás la emprendió sino contra
    Moros, por ser tan enemigos de nuestra santa fé católica. Y que por
    sacar de poder de infieles la tierra santa de Jerusalén, pasó la
    mar con grandísimo ejército, y llegado a ella en el primer
    encuentro desbarató y venció un muy grande ejército de Moros: y la
    ganara sin duda, sino que para probar su paciencia Cristiana,
    permitió nuestro Señor la grandísima pestilencia que se siguió en
    su ejército, donde murieron tantos, que revolviendo los infieles
    sobre él fue vencido de ellos, y (como su historia lo refiere) fue
    presa su Real persona con la de su hermano Carlos de Anjous, (de
    quien arriba dijimos). Mas concertándose con ellos, y rescatándose
    los dos con grandísima suma de dinero que le enviaron de Francia
    (como Dios guiase sus cosas) le dejaron ir libre con todo el ejército
    que le quedó. Y pasando por la Asia menor, por la ciudad y puerto de
    Acon, que era de Moros, se detuvo en ella algunos días, para reparar
    su armada para el pasaje y con su buen ejemplo de vida, y
    exhortaciones por medio de buenos intérpretes convirtió a la fé
    Cristiana a los principales, y de ahí a toda la ciudad. También
    reparó y favoreció con su dinero de paso, algunas ciudades
    marítimas de Cristianos Griegos que estaban perdidas y arruinadas
    por las entradas que hacían en ellas los Turcos corsarios, adonde le
    llegó nueva de la muerte de la Reyna su madre, que en su ausencia
    regía y gobernaba sus Reynos. Y por esto le fue forzado volver a
    Francia. Llegado a ella y siendo muy bien recibido, luego se ocupó
    en asentar las cosas generales del Reyno, y en las particulares
    guardar su justicia y razón a cada uno, ejercitando su persona en
    los oficios espirituales, y de caridad para con los pobres, visitando
    y proveyendo los Espitales, para edificar con su gran ejemplo de
    humildad y vida santa a los de su Reyno, y con la fama de estas
    virtudes a los otros Reyes de la Cristiandad. En lo cual se
    entretuvo, hasta que se ofreció nueva ocasión de guerra contra
    Moros, y pasó en África contra los de Túnez, adonde habiendo
    llegado con grande ejército, y puesto su Real a vista de ellos,
    encendiose tan gran pestilencia en el ejército, que fue herido de
    ella, y sin poderse remediar murió luego. Por esto el ejército
    habiendo perdido tan principal caudillo, volvió a embarcarse, y
    trayendo su cuerpo con grande veneración, con la misma fue llevado
    hasta la ciudad de París: a donde fue muy llorado, y
    solemnísimamente sepultado. Y como de cada día se descubriesen muy
    grandes milagros sobre su sepultura, constando de ello al sumo
    Pontífice Bonifacio VIII, fue canonizado por santo. A este imitó
    nuestro Rey don Jaime en perseguir los Moros continuamente, y
    persiguiera mucho más, si no fuera impedido por sus émulos, y
    guerras domésticas que siempre le distrajeron y estorbaron muchas
    buenas empresas que contra infieles hiciera.






    Capítulo
    XVII. De las distensiones que se renovaron por el Príncipe don
    Alonso contra el Rey, y del odio que de allí adelante le tuvo, y de
    lo que don Artal de Alagón pasó (
    paßó)
    con el Príncipe.






    Asentados
    los negocios y diferencias entre los dos Reyes por ellos y sus
    sucesores, de despidieron con mucho amor, y el Rey vuelto a
    Mompeller, tuvo nueva de Aragón, como el Príncipe don Alonso volvía
    a sus revueltas antiguas, con el favor de muchos señores y barones
    del Reyno, que tomaban por propia la injuria que pretendían le había
    el Rey hecho, privándole de la herencia y universal sucesión de
    todos sus Reynos que de derecho le pervenían: y mucho más por haber
    separado no solo a Cataluña de la Corona Real, pero aun a Valencia,
    con las Islas de Mallorca y Menorca, que siendo de la conquista de
    Aragón, las dio a don Jaime menor de los hermanos. Con estos
    apellidos comenzaron a despertarse nuevos alborotos entre algunos
    principales del Reyno, y también entre algunos señores de título
    de Cataluña. Para resistir a esta nueva conjuración que se
    levantaba, determinó el Rey ocurrir a ella, y por contentar a los
    Aragoneses, juntar el Reino de Valencia con el de Aragón, y hacer de
    los dos señor a don Alonso. Pero esto como el Rey lo hizo muy contra
    su voluntad y forzado: así de ahí adelante don Alonso quedó muy
    excluido y privado de su amor y gracia, y ni le quiso ver más, ni
    comunicarse con él, ni tratar cosa que no fuese como de extraño.
    Porque concediéndosele a don Alonso en el término de Huesca la
    villa de Luna, y enviando un Gobernador para tomar posesión, y
    presidir en ella: don Artal de Alagón, uno de los principales del
    Reyno, que tenía la villa, y pretendía que el Rey le había hecho
    merced de ella por vía de feudo, echó al Gobernador, que ya se
    había entregado de ella, muy ignominiosamente, sin tener respeto
    alguno a la patente del Rey, ni a la de don Alonso, por más que
    fuese general Gobernador del Reyno. Por lo cual envió luego don
    Alonso un embajador al Rey a Mompeller, para dar queja de la injuria
    y menosprecio de don Artal. Oída la embajada, respondió el Rey a
    ella con mucha flema, diciendo que de buena gana castigaría a don
    Artal por el desacato, y tendría cuenta con todo lo que le convenía,
    y le dio cartas para don Alonso: en las cuales respondía a sus
    quejas contra Artal, oscura y dudosamente, ni bien se dejaba
    entender: mas de que no innovase cosa alguna, que volvería presto a
    Zaragoza, y castigaría a don Artal: pero ni volvió luego, ni
    tampoco proveyó, ni mandó a don Artal entregase la villa a don
    Alonso.











    Capítulo XVIII. Que estando el Rey en Mompeller entendió de la
    rebelión de los de Turín contra su señor el Conde Bonifacio, y de
    lo que hicieron contra él los de Aste, y como por lo que el Rey les
    envió a amenazar lo libraron.






    En
    este medio que el Rey se detenía en Mompeller, oyó decir que los de
    la ciudad de Turín en el Piamonte, a la ribera del Po, mayor río de
    Italia, rebelándose contra Bonifacio su señor Conde de Saboya le
    pusieron en prisión: y que sabiendo esto los de Arte del mismo
    Condado, ciudad potente, con arte y maña que tuvieron le sacaron de
    las cárceles de Turín, y lo pusieron en las de su ciudad con buena
    guardia, y luego fueron los deudos y criados de Bonifacio a pedirle.
    Mas entendiendo de ellos que no lo librarían sin rehenes, o muy
    grande suma de dinero, les llevaron a los hijos del Conde, con otros
    principales hombres del Condado, que los de Aste habían señalado.
    Los cuales venidos y retenidos, antes que pusiesen en libertad a
    Bonifacio, no contentos con esto, tomaron por fuerza de armas algunas
    villas y Castillos del estado que estaban sin defensa: y después de
    bien fortificadas, y puesta su guarnición de gente, pusieron en
    libertad a Bonifacio, y a los principales: reteniéndose los hijos.
    Mas Bonifacio de tan quebrantado de los hierros (yerros) y trabajos
    que había padecido en las dos prisiones, murió luego. Por donde los
    de Aste viendo el Condado de Saboya como desamparado, y sin señor,
    movieron guerra de nuevo contra todo el estado. Como esto contasen al
    Rey ciertos Capitanes que de Italia pasaran a España, se encendió
    en tanta cólera contra los de Aste, que a la hora envió un
    embajador para que denunciase a toda la ciudad guerra cruel, y los
    desafiase de su parte, si dentro de un mes no libraban de las
    cárceles, y ponían en toda la libertad a los hijos de Bonifacio,
    restituyéndoles todas las tierras que les habían tomado. Con estas
    amenazas del Rey, los de Aste quedaron tan amedrentados y confusos,
    viendo sus pocas fuerzas para resistir a las del Rey, y por otra
    parte lo mucho que les convenía quedarse con las tierras que se
    habían usurpado del Condado, que ni sabían qué responder, ni cómo
    despedir al embajador. Como esto supo Pedro de Saboya tío de
    Bonifacio, valiéndose de tan buena ocasión, con la sombra y nombre
    de él movía guerra contra los de Aste, diciendo que la hacía por
    orden y mandado del Rey, y pasándola adelante, llegó a ponerlos en
    tanto aprieto, que no tuvieron fuerzas ni ánimo para defenderse, y
    así cobró a despecho de ellos las villas y Castillos que habían
    tomado, y libró los hijos de Bonifacio, y sin eso hizo muchos robos
    y presas en la campaña de ellos. Conociendo los de Saboya que todo
    este buen suceso, se debía al nombre y buen favor del Rey con el
    fiero que mandó hacer a los de Arte, le enviaron sus embajadores a
    dar las gracias por la merced y amparo que les había hecho, lo cual
    en su tiempo reconocerían. Pues como el Rey entendió que la guerra
    había
    succedido
    a toda satisfacción de los Saboyanos, y lo que había aprovechado
    haber interpuesto su nombre y autoridad en esto holgose mucho del
    buen succeso, por haber en aquella guerra acabado con sola su fama,
    cuanto pudiera con la persona, y armas.












    Capítulo XIX. Como el Rey vuelto para Aragón, concertó de paso a
    don Artal de Luna, con el señor de Albarracín, y ayudó al Rey de
    Castilla, y del Príncipe don Alonso como se casó y murió.






    Partió
    el Rey con mucha prisa de Mompeller para Aragón, y entrando en él,
    le salieron al encuentro don Artal de Luna, y el señor de Albarracín
    para que averiguase y asentase ciertas diferencias que entre ambos
    (
    entràbos)
    tenían sobre el Castillo y villa de Codes, en la comarca de
    Albarracín. Y entendiendo que don Artal
    había
    muchos años que poseía el Castillo y villa pacíficamente, y sin
    habérsele puesto demanda, se la aplicó para siempre. Llegando a
    Zaragoza halló que le aguardaban los embajadores del Rey de Castilla
    para pedirle, que por cuanto le había ya movido guerra el Rey de
    Granada, diese lugar para que los nobles, e hidalgos de Aragón
    fuesen a ayudarle en ella, pues así lo habían poco antes asentado
    en la consulta que tuvieron en Soria. Condescendió a ello el Rey,
    exceptuando los hidalgos que no tenían de él tierras, ni
    caballerías: porque se había capitulado así. Recelando el Rey con
    justa causa, que según las cosas de Aragón andaban turbadas con los
    movimientos del Príncipe don Alonso, no tentase el de Castilla con
    la inteligencia de los nobles de Aragón que llevaría consigo, hacer
    alguna secreta liga contra él, so color de favorecer al Príncipe su
    primo: con todo eso permitió que los Caballeros de Aragón que eran
    vasallos de señores de título, o los acompañaban, tomando gajes de
    ellos, pudiesen ir a servir en aquella guerra al Rey de Castilla. De
    la cual también exceptuaba al Miramamolin de Marruecos, y al Rey de
    Túnez: con los cuales había hecho treguas, por el mucho trato y
    negociación que los mercaderes de Cataluña y Valencia tenían en
    los Reynos de ellos. En este tiempo el Príncipe don Alonso daba
    mucho que decir de si y de sus cosas a todo el mundo, viéndole tan
    desgraciado y corto de ventura a respecto de la del padre y hermanos.
    Pues siendo ya de edad cumplida para casar, que pasaba de los xxxii
    años: y jurado Príncipe de tan insigne Reyno como el de Aragón, no
    se le ofreció casamiento alguno: siendo así que al Rey su padre,
    con no tener aun doce años cumplidos, se le ofreció tan principal
    con doña Leonor de Castilla madre del mismo Príncipe. Le vino todo
    esto por estar de él muy olvidado el Rey, y en su desgracia: como se
    podía muy bien entender del antiguo odio que doña Violante su
    madrastra le tuvo, y de la envidia y rencor de los hermanos. Lo cual
    todo junto le deslustró de manera que ningún Rey se aventuró a
    darle su hija por mujer, pues el Rey no la pedía, mayormente por ser
    muy notorias a todos las diferencias que entre él y el Rey su padre
    y hermanos había: hasta que de importunado consintió se tratase de
    casarlo con doña Gostança de Moncada, hija mayor del Vizconde de
    Bearne hijo de aquel ínclito y valeroso Vizconde don Guillen, que
    murió en la guerra y conquista de Mallorca, como en el libro vi se
    ha contado. De manera que hechos los capítulos matrimoniales, doña
    Gostança fue traída de Bearne muy acompañada de la familia y
    linaje de los Moncadas, a la ciudad de Calatayud: donde las bodas,
    que en muy breve se hicieron, quiso la desgracia que muy más en
    breve se deshiciesen. Porque apenas se cumplieron los días de la
    fiesta y bodas, cuando el Príncipe de muy descontento y quebrantado
    de espíritu por verse en tanta desgracia de su padre, y
    aborrecimiento de sus hermanos, que se excusaron todos de hallarse en
    sus bodas, adoleció de tan cruel enfermedad, sin poderse hallar
    remedio alguno de los Médicos que
    secándole
    la tristeza, con muy grande dolor y lágrimas de muchos pasó de esta
    vida, sin dejar hijos, ni aun hacer testamento. Al cual se le
    hicieron allí mismo sus obsequias Reales con toda la pompa y
    solemnidad que a Príncipe jurado de debía: y fue sepultado en el
    monasterio de Veruela de la orden de Cistels, en tierra de Calatayud.
    De donde poco después fueron trasladados sus huesos a la ciudad de
    Valencia, y puestos en un sepulcro muy bien labrado dentro de la
    iglesia mayor en la capilla de sant Iayme, donde está fundada la
    cofradía de los Caualleros, y nobles de Valencia, por el mismo Rey
    don Iayme. Fue don Alonso Príncipe harto modesto, provechoso y de
    buen conocimiento: si las persecuciones de los suyos, y malos
    consejos de algunos no le pervirtieran para perder, y nunca cobrar la
    gracia de su padre.




    Fin
    del libro XV