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lunes, 22 de junio de 2020

253. GARCÍA JIMÉNEZ FUNDA SAN JUAN DE LA PEÑA


253. GARCÍA JIMÉNEZ FUNDA SAN JUAN DE LA PEÑA
(SIGLO VIII. SAN JUAN DE LA PEÑA)

253. GARCÍA JIMÉNEZ FUNDA SAN JUAN DE LA PEÑA  (SIGLO VIII. SAN JUAN DE LA PEÑA)


Un buen día, tras la debacle de la derrota ante los musulmanes, entre los años 716 y 724, unos trescientos guerreros cristianos, mal pertrechados y agotados por la fatiga, se guarecieron en la cueva donde moraban los cenobitas Voto, Félix, Benedicto y Marcelo para ponerse a su amparo y descansar, pues iban huyendo de una nueva incursión bélica de los musulmanes.

Durante un cierto tiempo, mientras reponían sus fuerzas y curaban sus heridas, imploraron la ayuda del cielo, celebrando ayunos, oraciones, vigilias y penitencias. Luego, transcurridos unos días de meditación, siguiendo el sabio consejo de los santos eremitas que les habían acogido y dado cobijo, acordaron hacer frente a los enemigos de los cristianos, a la vez que decidieron organizarse como una auténtica monarquía, tal como era costumbre en la Hispania goda antes de la llegada de los musulmanes y como sabían ocurría al otro lado de los montes Pirineos.

Reunidos todos los hombres y tras celebrar una a modo de asamblea general al amparo de aquella inmensa gruta, decidieron elegir y proclamar como primer rey de Sobrarbe a don García Jiménez, señor de Amezcoa y Abárzuza, quien, una vez investido de la dignidad real, cabalgando al mando de sus trescientos guerreros y cuantos hombres pudo reclutar a lo largo del camino, conquistó por las armas la lejana población de Aínsa, convertida desde entonces en capital del nuevo reino sobrarbense.

Cuando aquella importante gesta acabó, en pleno año del Señor de 732, en agradecimiento a los eremitas que les habían acogido y dado ánimos en momentos tan difíciles, el rey García Jiménez mandó construir en la enorme cueva un monasterio para monjes, al que dotó con la regla cenobítica de san Benito, el monje italiano. Acababa de morir así el anacoretismo y nacer la vida eremítica en común. Había nacido el que pronto se llamaría monasterio de San Juan de la Peña, en cuya abadía, convertida en panteón real, se guardaron los restos mortales de san Juan de Atarés, san Voto, san Félix y san Indalecio, y donde en adelante serían enterrados la mayoría de los reyes de Sobrarbe y luego de Aragón, además de muchos nobles y caballeros del viejo reino.

[La Ripa, Domingo, Defensa histórica..., pág. 59.]

252. VOTO Y FÉLIX, EN SAN JUAN DE LA PEÑA


252. VOTO Y FÉLIX, EN SAN JUAN DE LA PEÑA
(SIGLO VIII. SAN JUAN DE LA PEÑA)

252. VOTO Y FÉLIX, EN SAN JUAN DE LA PEÑA


Los hermanos Voto y Félix provenían de una noble familia hispanogoda y vivían con su padre en la fortaleza construida en uno de los montes pirenaicos donde se congregaron buena parte de los cristianos huidos de Zaragoza tras la invasión árabe. Un buen día el anciano padre los alertó acerca de un grito o quejido que había oído en la Peña Maladeta y de una densa nube negra que rodeaba la cumbre del monte Cóculo, ambos hechos indicadores, según la tradición, de que iba a suceder una gran desgracia.

No tardó mucho tiempo en concretarse aquel augurio porque, en efecto, desde la torre de la fortaleza vislumbraron junto al río Aragón un numeroso ejército de musulmanes, que no tardó en penetrar en las primeras casas. Pronto se trabó una verdadera batalla, de la que salieron victoriosos los árabes, que regresaron con un respetable botín de guerra. Voto y Félix, que resultaron heridos en la refriega, hallaron al pie de la torre el cadáver de su padre.

Poco más o menos un año después, en una tarde de otoño de los primeros años del siglo VIII, Voto salió de caza por los montes. Divisó un ciervo y corrió tras él; éste, en su huida, cayó a un abismo. Voto, con el caballo desenfrenado y creyendo que iba a correr la misma suerte, se encomendó a san Juan Bautista, como le enseñara su padre, y el animal se paró en seco en el mismo borde del precipicio. Después de dar gracias a Dios por haberlo salvado, descendió por la pendiente y halló abajo una cueva, en la que encontró el cadáver de un viejo ermitaño, Juan de Atarés, a quien dio sepultura.

Conmovido su hermano Félix por el relato que le hizo Voto de lo ocurrido, ambos decidieron ceder a los pobres sus cuantiosos bienes y retirarse a la cueva para consagrarse a la oración y la penitencia. Pocos años después se les agregaron, según la tradición, otros dos anacoretas de Zaragoza, Benedicto o Benito y Marcelo. Había nacido la primera comunidad del monasterio de San Juan de la Peña.

[Sánchez Pérez, José A., El Reino de Aragón, págs. 120-122.]