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domingo, 28 de junio de 2020

349. EMBAJADA DE PEDRO MARTÍNEZ DE BOLEA A CASTILLA


8.4. ARAGONESES ALLENDE LAS FRONTERAS

349. EMBAJADA DE PEDRO MARTÍNEZ DE BOLEA A CASTILLA
(SIGLO XIII. CALATAYUD)

Los reyes de Francia y Nápoles habían convencido a Sancho IV, rey de Castilla, para que atacara Aragón. Advertido don Pedro Martínez de Bolea, camarero real aragonés, de las intenciones de los castellanos, y viendo que un ejército como el que se estaba armando bien podía arrasar el reino de Aragón, se decidió a actuar por su cuenta para tratar de impedir la guerra.

Tras convencerle de que se debían hacer gestiones para intentar persuadir al rey castellano, embajada para la que él se prestaba, solicitó a su rey, Pedro III de Aragón, un salvoconducto para ir a Castilla a entrevistarse con Sancho IV. Lo que no le dijo fue la trama que urdía.

Partió Pedro Martínez de Bolea hacia tierras enemigas, sorteando cuantos problemas le fueron surgiendo, hasta llegar ante Sancho IV.
Consiguió 
que éste le recibiera en audiencia cuando a punto estaba de dar la orden de invadir Aragón. El rey castellano se asombró de la embajada y, quizás por la misma sorpresa que le causaba, escuchó atentamente la propuesta del embajador aragonés. Pedro Martínez de Bolea, en nombre de su rey, ofreció al castellano la ciudad de Calatayud si la guerra no daba comienzo, y logró convencerle argumentando que el derramamiento de sangre que se preveía era inútil y cruel. Lo cierto es que no hubo guerra.

De regreso a Aragón, pensaba don Pedro cómo explicaría a su rey el trato imposible que había cerrado sin su conocimiento ni consentimiento. Pedro III se alegró de ver a su vasallo y mayor fue su satisfacción al saber que había librado a su pueblo de una derrota segura. Pero al conocer en detalle el trato acordado temió realmente por la vida de su camarero real y se sumió en una profunda tristeza.

En efecto, la vida de Pedro Martínez de Bolea se puso en juego cuando regresó de nuevo a Castilla dispuesto a pagar con su vida la deuda que había contraído, puesto que le había ofrecido la ciudad de Calatayud sin que su propio rey lo supiera ni autorizara. Pero, viendo el rey Sancho IV cuánto era el valor y cuánta la sabiduría de aquel hombre, que había evitado el derramamiento de sangre, en lugar de darle muerte, lo alabó por tan loable y noble comportamiento, dejándole volver libremente a Aragón.

[Gella, José, Romancero Aragonés, págs. 114-115.]

miércoles, 3 de julio de 2019

LA BURLA DE RAMIRO II


109. LA BURLA DE RAMIRO II (SIGLO XII. HUESCA)

El hecho de que Ramiro II hubiera profesado como fraile con anterioridad a su coronación como rey de los aragoneses dio origen a no pocas controversias de todo tipo, sobre todo por parte de sus detractores, que aprovecharon cuantas ocasiones tuvieron para satirizarlo y ridiculizarlo, hasta que el escarmiento de Huesca, cuando quiso fabricar una campana que se oyera en todo el reino, acalló cualquier otro intento.

una campana que se oyera en todo el reino


En cierta ocasión, cuando se hallaba con sus huestes dispuesto a entrar en batalla contra los moros, hizo que le entregaran las armas para ponerse al frente de los suyos, pero si la operación entrañaba, sin duda, algunas dificultades incluso para los más avezados guerreros, cuanto más para él puesto que, siendo hombre de iglesia como era, parece que apenas conocía los distintos componentes del traje guerrero y menos cómo moverse con ellos encima.

Cuando se hubo montado sobre un hermoso caballo bayo, sus ayudantes le pusieron el escudo en su mano izquierda, como era costumbre, y la espada en la derecha. Una vez cogidos ambos como le indicaron, aunque sin mucha desenvoltura por cierto, preguntó entonces el monarca dónde debería llevar la rienda de la montura que había quedado colgada. Como le dijeran que en la mano izquierda, que ya tenía ocupada naturalmente con el escudo, pidió que se la pusieran en la boca.

Ante aquella situación tan grotesca, y más tratándose del propio rey, provocó entre las filas del campo cristiano, incluidos los propios seniores, risas más o menos contenidas y burlas disimuladas, aunque no tanto como para que don Ramiro no se percatara de ello, cosa que no le gustó en absoluto. Así es que se hizo el propósito de idear el escarmiento adecuado a aquella falta de respeto, sobre todo entre sus seniores y ricos hombres. Fue así como se fue fraguando en su mente una broma auténticamente digna de un rey, lo cual parece que desembocó en la conocida «Campana de Huesca».

[Gella, José, Romancero..., págs. 68-69.]