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lunes, 22 de junio de 2020

257. FUNDACIÓN DEL MONASTERIO DE TRASOBARES


257. FUNDACIÓN DEL MONASTERIO DE TRASOBARES
(SIGLO XII. TRASOBARES)

La imagen de la Virgen que los mozárabes de Trasobares habían perdido en el siglo XI les fue devuelta en cuanto Alfonso I el Batallador reconquistó el castillo de este pueblo, pues es sabido por medio de la leyenda cómo el propio rey Sancho Ramírez la había llevado personalmente al monasterio de San Pedro de Siresa para ponerla a salvo de los moros.

El retorno de la talla de madera a Trasobares constituyó un verdadero acontecimiento en el pueblo y en la comarca, pues sus habitantes recuperaban parte de sus raíces, pero el hecho hubiera pasado más o menos desapercibido de no ser por los hechos que se sucedieron poco después, durante la minoría de edad de doña Petronila, la hija de Ramiro II el Monje.

En efecto, doña Toda Ramírez —una importante e influyente dama que pertenecía a la nobleza castellana y estaba emparentada con la casa real de Aragón— se presentó en la corte aragonesa con la pretensión de solicitar ayuda para fundar un monasterio dedicado exclusivamente a albergar mujeres pertenecientes a la nobleza, cenobio que tenía pensado someter a la regla del Cister.

Antes de convencer a la reina y al conde de Barcelona, viajó a Francia para entrevistarse personalmente en París con el mismo san Bernardo, que escuchó a la dama castellana, aceptó complacido la idea y concedió gustoso su placet, así es que con la probación en la mano doña Toda Ramírez regresó a Aragón. En la corte aragonesa, fue oída por la joven reina doña Petronila a la que convenció no sólo para que diera su aprobación, sino también para que donara el terreno y dotara al nuevo cenobio de algunos bienes para su mantenimiento.

A la hora de buscar el lugar idóneo para levantar el monasterio, el hecho de estar como estaban todavía frescos los acontecimientos de la devolución de la Virgen a los vecinos de Trasobares favoreció la elección de un paraje recogido a la vera del río Isuela que surge del Moncayo, aprovechando la existencia de la ermita de la Virgen, que pronto pasó a presidir la sala capitular del nuevo monasterio, de donde le vendría el nombre de Nuestra Señora del Capítulo.

[Pérez Gil, Miguel Ángel, El habla..., pág. 127.]