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martes, 23 de junio de 2020

273. SAN RAMÓN LIBERA A DOS SOLDADOS


273. SAN RAMÓN LIBERA A DOS SOLDADOS (SIGLO XII. RODA DE ISÁBENA)

273. SAN RAMÓN LIBERA A DOS SOLDADOS (SIGLO XII. RODA DE ISÁBENA)


Ramón Guillermo, el futuro san Ramón, accedió al obispado de Barbastro siendo rey de Aragón Pedro I, y es sabido que ambos congeniaban perfectamente, pero la muerte del rey supuso un duro golpe para aquél, máxime cuando Alfonso I el Batallador, por su carácter activo y avasallador, se entendió mucho mejor con Esteban, obispo de Huesca, al que apoyó en sus reivindicaciones contra el barbastrense.

Lo cierto es que el francés san Ramón tuvo que huir de Barbastro y refugiarse en Roda de Isábena, donde moriría en el exilio. Pero su fama trascendió a su muerte, siendo considerado como santo por sus contemporáneos, de manera que se le adjudican varios legendarios milagros que le sirvieron para acceder a la santidad oficialmente.

En cierta ocasión, dos soldados cristianos estaban cautivos de los moros en tierras de Castilla. Sufrían un severo encarcelamiento en una mazmorra lóbrega, con una escasa pitanza el día, en condiciones sanitarias deleznables y cargados de grilletes que les sujetaban a la pared. Las posibilidades de escapar por sus propios medios de aquella prisión eran prácticamente nulas y las de recibir ayuda, ninguna.

En la última contienda entre castellanos y aragoneses, en la que estuvieron presentes, debieron tener conocimiento de la fama de santidad que adornaba al ex obispo de Barbastro, Ramón, ya fallecido, y de los muchos milagros que solía hacer Dios en beneficio de sus devotos, de modo que decidieron invocarle con gran esperanza.

Aquel día, cuando intuyeron que había caído la noche, pues desde su mazmorra no tenían noción del transcurso del tiempo, oraron piadosamente poniendo sus pensamientos en el santo obispo rotense. Inmediatamente se les cayeron los grilletes y las cadenas y se abrieron de par en par las puertas de la prisión, de modo que pudieron escapar amparados en la oscuridad reinante.

Sin dudarlo, se dirigieron al reino de Aragón camino de Roda de Isábena, donde se postraron ante la tumba del santo, dando testimonio a todo el mundo del milagroso acontecimiento y dejando colgados en una pared cercana las cadenas y los grilletes que les habían tenido prisioneros.

[López Novoa, S., Historia... de Barbastro, pág. 100.]