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domingo, 17 de octubre de 2021

CUATRO PALABRAS SOBRE LA ORATORIA SAGRADA

CUATRO
PALABRAS


SOBRE
LA ORATORIA SAGRADA




I.


La
literatura nacional conserva un preciosísimo tesoro de producciones
místicas que han sido siempre alimento regalado de las almas
piadosas y deleite de los amadores de la lengua castellana. Si bien,
empero, las obras de Ávila, León, Granada, Chaide, Márquez y Roa
entrañan la esencia más pura, lo más sublime, delicado y verdadero
de los afectos religiosos, ningún orador sagrado, digno de este
nombre, cuentan las letras españolas entre aquellos ilustres
varones.


Capmany
achaca tan singular anomalía a la humildad de los predicadores
nacionales, que les indujo, no sólo a esquivar toda pompa mundana,
toda magnificencia y ornato en sus sermones, sino a improvisarlos.
«Me inclino a creer, - dice el crítico citado, - que aquellos
oradores cristianos, tal vez persuadidos de que en manos del Altísimo
todos los instrumentos son iguales, que la sola idea de Dios cuyos
ministros eran, debía producir mayor impresión que los vanos
socorros del hombre, y que en el menosprecio de una gloria mundana,
entraba el menosprecio del arte oratorio; descuidaron los adornos
esenciales de la elocuencia, temiendo injuriar la verdad y humildad
religiosa y debilitar la causa del cielo defendiéndola con las armas
de la tierra.»


Sin
embargo, mal se pueden conciliar aquel alarde faustuoso (→
fastuoso)
de ciencia de nuestros escritores místicos, aquel su
resplandeciente lujo de metáforas y toda suerte de retóricos
aliños, con la modestia y humildad que el eminente Capmany les
atribuye como única razón de su falta de elocuencia.
Mucho más
fundada y valedera me parece la explicación que del fenómeno
literario que me ocupa, consigna D. Alberto Lista en uno de sus
concienzudos artículos críticos.


«Nuestros
predicadores -dice- deseaban acomodarse a la capacidad del vulgo,
generalmente muy poco instruido en España.


Bossuet
y Massillon, predicando en la corte de Luis XIV, tenían por oyentes
a los hombres más sabios de su siglo. Nuestros Granadas y Chaides no
tuvieron un teatro tan ventajoso, pero leían sus obras las personas más instruidas de España. Por eso escribieron mejor que
predicaron


Los
escritores ascéticos mencionados florecieron bajo reinados gloriosos. Pero cuando la monarquía exhausta, desangrada por sus
continuas guerras, embrutecida con sus hábitos de esclavitud política y religiosa, dejó arrancar uno a uno de su antes indómita
frente aquellos laureles inmortales conquistados en Lepanto, Pavía y
San Quintín, las artes y ciencias abandonaron también poco a poco
la miserable nación española. Bajo el bochornoso reinado de Carlos II, las envilecidas inteligencias de nuestra patria no acertaban a
producir más que monstruosidades, que universalmente aplaudidas por el pueblo, estragaban su gusto y hacían más y más incurable su
enfermedad intelectual. Nadie ignora que en aquella edad llegó a su
apogeo el conceptismo, extraña y grotesca manía que cifraba el
bello ideal literario en adelgazar los conceptos, hasta que de puro
sutiles y afiligranados, ni su mismo autor a comprenderlos acertaba.
La elocuencia sagrada no pudo escapar al general contagio.
Convirtiéronse los púlpitos en jaulas de locos. Los ministros del
Señor, infatuados por su ridícula vanidad у por los encomios de la
multitud imbécil, desdeñaban el estudio de la Biblia y de los
santos Padres, y consultaban mil disparatados y estrambóticos
sermonarios, embutidos de toda suerte de necedades, que de ingenio en
ingenio y de boca en boca, llegaban a un grado inconcebible de
extravagancia.


A
pesar de la inveterada depravación del gusto literario y de la
elocuencia sagrada, no faltaban algunos españoles discretos y sabios
que hacían resonar su voz indignada por tan escandalosos abusos. Mas
nada conseguían sus esfuerzos, y sus clamores morían desautorizados
sin eco alguno.


Pero,
afortunadamente para el porvenir de la oratoria del púlpito, poco
después de promediar el siglo pasado, apareció una obra que dio el
golpe decisivo a la elocuencia de guirigay, y cuya sazonadísima
oportunidad hizo que fuera recibida con extraordinario aplauso.


El
docto y juiciosísimo P. José Francisco de Isla, conocedor de cuán
desestimados eran los esfuerzos de una franca y enérgica oposición
a los abusos indicados, y acordándose de las armas esgrimidas por
Cervantes para destruir la manía caballeresca de su siglo, enristró
su bien cortada y festiva péñola, y arremetió denodadamente contra
la chillona muchedumbre de predicadorzuelos de relumbrón.


Su
Historia del famoso predicador Fray Gerundio de Campazas, si bien
sobrado prolija y monótona, es un modelo de sátira, viva,
chispeante y mordaz, al paso que demuestra el profundo conocimiento
que de su idioma tenía aquel distinguidísimo escritor.


II.


A
pesar de lo dicho, no se crea que los Frays Gerundios han
desaparecido por entero de los púlpitos españoles. En villorrios,
aldeas y hasta en populosas ciudades se conservan aún rancios y
vergonzantes partidarios del conceptismo oratorio. Pero, gracias a
los progresos del buen gusto, son escuchados, en general, con el
menosprecio que merecen. Abusos no menos capitales que los
ridiculizados por el padre Isla, cunden actualmente en la oratoria
sagrada. Indicaré los que me han parecido de más relieve y
trascendencia. Uno de los errores más arraigados y generales es
considerar el ejercicio de la palabra divina como un certamen pueril
donde debe hacerse gala y alarde ostentoso de retóricos atavíos,
que muchos confunden lastimosamente con la verdadera elocuencia.
Cuando alguna pasión vivaz y poderosa enardece y arrebata nuestro
ánimo, los tropos y figuras brotan con espontaneidad y brío en el
discurso; pero esforzarse con el corazón mudo y helado en urdir una
tela retórica recamándola tranquilamente de adornos baladíes,
arguye la falta completa de todo instinto de lo bello en literatura.
Lejos de mí condenar en los sermones el ornato cuando nace del fondo
mismo del asunto; pero siempre desdecirá de la majestad sencilla de
nuestra religión, toda gala importuna, todo lujo postizo, toda
exornación frívola o sobrado artificiosa. Por otra parte, ¿cómo
acertarán los fieles a descubrir tal cual pequeño grano de
provechosa doctrina entre tanta paja revuelto? Lo que sí descubrirán
será la vanidad de quien tan sacrílegamente hace servir el
ministerio de la divina palabra de hincapié para adquirir un aplauso
que los necios tan sólo le pueden prodigar.


Abuso
mucho más trascendental que el anterior, y opuesto diametralmente al
verdadero espíritu del cristianismo, es el inmiscuir en las
oraciones del púlpito alusiones políticas, unas veces bajo
apariencias puramente religiosas, y otras con más desembozo y
claridad. No se necesita gran dosis de perspicacia para ver de dónde
nacen en algunos pocos predicadores españoles estas tendencias
profanas. Entusiastas de una causa moralmente perdida en la opinión
pública, se afanan en despertar en el ánimo del pueblo pasiones
aletargadas ya por el tiempo y los desengaños, pareciéndoles el
púlpito lugar oportuno para hacer estallar sus rencores políticos
con mengua de una religión cuya esencia es la caridad, y que tan
maravillosamente transige y se aviene con todas las formas posibles
de gobierno. ¡Ojalá conozcan algún día estos pocos sacerdotes,
cuán contraria es semejante conducta a los verdaderos intereses del
catolicismo!


Achaque
también es de muchos predicadores el convertir el púlpito en
trípode sibilítico, desde donde fulminan amenazas e improperios
contra la muchedumbre consternada. Óyeseles (se les oye)
apostrofar al pecador con las más tremebundas expresiones, y parece
que, como los hijos de Zebedeo, anhelarían que bajase fuego
celestial sobre sus oyentes y les redujese a pavesas. Con voz
tonante, con ademanes energuménicos, esos terroristas del púlpito
no encuentran palabras bastante atroces para anatematizar a los
mundanos. ¿Cuándo conocerán esos predicadores que en el siglo en
que vivimos la palabra de Dios no debe caer como arremolinado
pedrisco sobre la frente del pecador, sino que debe posarse en su
alma como un suave y regalado rocío?


Acostumbran,
por el contrario, otros oradores sagrados excitar la hilaridad de sus
oyentes, con chistes, con arranques extemporáneos de buen humor, que
de ningún modo pueden hermanarse con la dignidad y decoro que
requieren para tratados los asuntos religiosos.


Donde
suele hacerse alarde de esta jovialidad de mal gusto es en los
novenarios y otras funciones sagradas por el estilo. Allí entablan
los predicadores unos diálogos chabacanos entre el penitente y el
confesor, atestados de dichos groseros y de toda suerte de necedades.
Este sainete forma una parte del discurso, que después suele tomar
un giro serio y formal, y es de ver cómo muchos devotos alegres y
beatas casquivanillas se largan bonitamente apenas se concluye la
parte cómica del sermón.


III.


De
prolijos pecaríamos si enumerásemos todos los defectos que bajo el
doble aspecto literario y artístico afean la predicación


¿A
quién no ha chocado la estrambótica manía de algunos flamantes
oradores, de trasplantar en las pláticas religiosas las frases más
en boga entre los novelistas transpirenaicos? (traspirenaicos en
el original
)


Otros
presentan en sus sermones un copioso arsenal de conocimientos
improvisados, con el laudable fin de deslumbrar a la multitud con
alardes pomposos de una erudición tan pronto olvidada como
adquirida. Cuán socorrido y obvio sea proveerse de esa joyería
falsa, es por demás encarecerlo; y cualquiera conoce lo incongruo y
profano de semejante proceder.


Predicadores
hay también, que fiando todo el efecto de su elocuencia en la
robustez de sus pulmones, hacen retemblar los templos con sus gritos
estentóreos y desaforados.


Bueno
es advertir que los dos y res de pecho que tan frenéticos aplausos
suelen arrancar en teatros y coliseos, en nada pueden contribuir a la
eficacia de la palabra divina. De otra manera, no hay duda que
Cristo, al elegir sus apóstoles, hubiera buscado los más férreos
pulmones de la Judea, y esto no consta en el Evangelio. ¿Qué
necesidad hay de asordar al pecador para convertirle? Por otra parte,
es tan miserable la condición humana, que muchos desgraciados
preferirán tal vez condenarse con sus cinco sentidos que salvarse
con pérdida de alguno.


En
extremo desatinada suele ser también la mímica de los predicadores.
Unos se agitan convulsos, y descargan manotadas atronadoras sobre la
baranda del púlpito; costumbre grotesca que Walter Scott llama tocar
el tambor eclesiástico. Otros, por el contrario, se mantienen en una
completa inmovilidad cual la estatua del Comendador. Predicador
conozco, que recita sermones de hora y media con los puños cerrados
delante el pecho como un bóxer (boxeador) en actitud
defensiva.


Muy
útil fuera que los oradores sagrados procurasen no descuidar la
parte mímica, que Cicerón llama felizmente quasi corporis quædam
eloquentia. Creo de gran provecho en la materia el precioso capítulo
que a la acción oratoria dedica el ilustre Capmany en su Filosofía
de la elocuencia.


IV.


De
intento no hemos querido entrar en el fondo de la cuestión, acerca
de la cual acabamos de apuntar algunas ligerísimas observaciones.


Sin
embargo, no soltaremos la pluma sin indicar a los predicadores
españoles la urgentísima necesidad que tienen de no ponerse frente
a frente de la moderna civilización, de no combatir el progreso a
todo trance; en una palabra, de no hacerse odiosos a la sociedad en
cuya marcha desean legítimamente influir, cuyos vicios tratan de
extirpar. Lejos de anatematizar sin apelación las tendencias y
aspiraciones de nuestro siglo, procuren enardecer los pocos
sentimientos nobles que, bajo una capa de cinismo glacial, hierven en
su seno. Lejos de encarnizarse contra la filosofía, procuren
estrechar sus vínculos con la religión. Que siempre esté llena su
boca de palabras de sublime y verdadera caridad, que estudien el
corazón humano, compadezcan sus extravíos, y con mano blanda
cicatricen sus llagas. Así serán elocuentes y encontrarán, sin
buscarlas, bellezas literarias de incalculable valor, siendo a la par
médicos de almas y maestros de la elocuencia más importante de
todas, la elocuencia sagrada.

domingo, 8 de marzo de 2020

111-119

111.
BREVIARIO SEGÚN EL USO DE LA CATEDRAL DE TORTOSA. Un volumen en 8.°
en pergamino, de
1,036 páginas. Es del siglo XIV. Al
principio tiene un Calendario muy completo. El día primero de Agosto
está la fiesta del
Santo Ángel Custodio, patrón de
Tortosa
; y en el lugar correspondiente se halla el rezo
propio, que después se insertó en el
Breviario para uso de
esta
catedral, impreso en Liòn el año 1547.
También se ve en el Calendario la fiesta de la
Expectación del
parto de Nuestra Señora
, el día 18 de Diciembre


Luego
sigue el Salterio con los Himnos, según el orden de
los Breviarios actuales; pero no están numerados los Salmos,
ni hay foliación ni índice; únicamente se indican los rezos ú
oficios con una breve nota de letra encarnada. Las lecciones de los
nocturnos de este Breviario son mucho más breves. Es digno de
notarse, que en los rezos de los Santos todas las lecciones
son históricas, como las del segundo nocturno de los rezos
actuales, aunque también son más breves. En el tercer nocturno
está la Homilía, como en los rezos de ahora.
Este
Breviario es de los más completos que se conservan entre` los
los
(todos los) Códices del archivo.

112. RITOS
PARA LA ADMISIÓN Y RECONCILIACIÓN DE LOS PENITENTES PÚBLICOS. Un
volúmen en 8.° en pergamino, de 384 páginas. Es del siglo XIV.
Este curioso libro, que es el único en su clase que ha quedado de
aquella época, explica con todos los pormenores las ceremonias
que se practicaban en la catedral de Tortosa, para la admisión
y reconciliación de los penitentes, a quienes según
la antigua disciplina canónica se imponían
penitencias públicas cuando los pecados eran
públicos.
Después de haber puesto el señor Obispo
a los penitentes en el primer día de cuaresma el
vestido propio de penitentes y la ceniza; habiendo
practicado estos durante la cuaresma ciertos rezos y
actos de devoción en el claustro; dice este libro, que
el día del Jueves Santo se verificaba la
reconciliación con grande solemnidad. Antes de
la Misa el Prelado, el Cabildo y el Clero,
se dirigían en procesión a la puerta de la catedral
donde estaban los penitentes. Al lado de los mismos se hallaba
el párroco ú otro sacerdote, que informaba al Prelado
sobre si habían cumplido la penitencia que les fue impuesta.

Se rezaban allí algunas preces; el Prelado
les hacia una exhortación; y regresando la procesión
al interior de la iglesia, iban con ella los penitentes
hasta el presbiterio, donde se postraban para dar
gracias a Dios.
Al final de este Códice hay una hoja que
al parecer no corresponde al mismo. En
ella se hace alusión a un rezo o responso por los
difuntos; y con este motivo se menciona el histórico
cementerio de San Juan, que estaba en las afueras del
Temple de esta ciudad, llamadas también por esto afueras
de San Juan
.

113. SAN AGUSTÍN. DIÁLOGO SOBRE SETENTA Y
UNA CUESTIONES. Un volumen en 4° menor, en pergamino, de 72 páginas.
Es de últimos del siglo XI, o de principios del XII. En el
folio primero hay algunas observaciones o prólogo de época más
reciente, no constando quién es el autor. Después sigue un
índice de las setenta y una cuestiones; y a continuación se
exponen estas en forma de preguntas y respuestas. Se supone
que pregunta Orosio y que le responde San
Agustín
.
Al final hay tres folios añadidos; se comprende
que faltaban, y fueron hechos en época posterior. En el margen de
algunas páginas se ven dibujos que aunque sencillos ofrecen algo de
original.

114. CUESTIONES LOGICALES. Un tomo en 4 ° en
cartulina, de 306 páginas. Es del siglo XIV. No consta el autor.
Siguen a dicho tratado las cuestiones sobre los supuestos de
Mercilio de Inghen. Después están las cuestiones sobre las
consecuencias, compiladas en París por el Maestro 
Jaime de Iman, Regente en la Facultad de artes. Y por último
las obligaciones, escritas en París por el Maestro Wilhelmo
Buzer
, el año 1360; y otras cuestiones cuyo autor no
consta.
Al final de las cuestiones de Mercilio hay una
nota que traducida dice: «Estos supuestos son de Nicolás
Surrana, estudiante de Metafísica, año del Señor
1,405».





115.
BREVIARIO SEGÚN EL USO DE LA IGLESIA DE TORTOSA. Un volumen en 4.°
en cartulina, de 648 páginas. Es de últimos del siglo XIV. Al
principio tiene un Calendario; después hay dos Tablas en las que se
expresan las fiestas movibles, en igual forma que se usa en los
Breviarios actuales. A continuación de dichas Tablas se ven unos
círculos, que ni parecer sirven para conocer la Letra
dominical y el Áureo número que corresponde a
cada año.

116. BREVIARIO SEGÚN EL USO DE LA IGLESIA DE
TORTOSA. Un volumen en 4.° en cartulina, de 274 páginas. Es del
siglo XIV. Le falta el Calendario que suelen tener todos los
Breviarios. También le faltan algunas hojas al principio y al fin.
Llama la atención en este Códice que está muy deteriorado, la
diversidad de letras con que fue escrito, deduciéndose que fueron
varios los que trabajaron en él, lo cual no solía suceder en los
antiguos Códices.
A cosa de la mitad del libro hay una hoja
añadida, y más moderna, que contiene las absoluciones y
bendiciones de los tres Nocturnos, que ahora
están al principio en todos los Breviarios. Un poco más adelante se
hallan las letanías. Algunas hojas después, a diferencia de
los actuales Breviarios en que cada rezo está
todo unido, se hallan los capítulos y oraciones de los
Santos, separadas del lugar donde están las lecciones
de los Nocturnos.

117. GRAN LIBRO SOBRE LA SANTÍSIMA
VIRGEN MARÍA. Un volumen en 4.° en pergamino, de 687 páginas. Es
del siglo XIV. Este curioso Códice, cuyo autor no consta,
contiene ciento cincuenta capítulos, exponiendo igual número
de calificativos o atributos que se aplican a la Madre de Dios.
Al principio hay tres hojas de letra muy diminuta, y al parecer de
distinta época, que no pertenecen a este Códice. Siguen luego los
capítulos por su orden. Antes del primer capítulo hay
como un prólogo, que traducido dice así: «AURORA. Con esto
se manifiesta la nobleza de María, su humildad, hermosura,
autoridad, bondad, y dignidad.»
No hay división en los
capítulos, ni estos están señalados al margen ni en la parte
superior de las páginas; únicamente se indican en el texto con
pequeños números romanos de letra encarnada. Al final hay un
índice muy completo. He aquí los títulos de los capítulos. Maria
est: Lux. Coelum coelorum. Coelum empireum. Coelum cristalinum.
Firmamentum coeli. Sol. Luna. Stella matutina. Maris stella. Stella.
Sidus. Dies. Meridies. Aurora. Arcus. Nubes. Nébula. Nix.
Ros. et-cétera (en dos líneas).
Todas las iniciales de
los capítulos y párrafos están adornadas con dibujos de colores.


118. JUAN ESCATO. (Escoto) Libro sobre el Maestro de las
Sentencias. Un volumen en 4.° de 304 páginas, escrito parte en
pergamino y parte en cartulina.
Es del siglo XIV. En la primera
hoja hay una inscripción de letra más moderna que la del Códice,
que dice: Theologia Doctoris Subtilis. Sigue un folio que no
pertenece a este Códice, y luego el prólogo del autor cuyas
primeras palabras traducidas dicen: «Si al hombre en el estado
actual le es necesaria alguna especial doctrina sobrenaturalmente.»

No hay índice ni indicación de las materias con epígrafes o
números, pues todo está seguido. El final no está completo; se ven
allí una o dos hojas que al parecer no corresponden a este Códice.


119. BREVIARIO SEGÚN EL USO DE LA IGLESIA DE TORTOSA. Un
volumen en 4.° en cartulina de 658 páginas. Es del siglo XIV. En
este Breviario el Calendario se halla en el folio 140. En el folio
125 y siguientes hay algunas notas, de diferente letra, relativas a
ciertas misas que se celebraban en esta catedral. Después del
Calendario, en los folios 146 y 149 hay algunas Tablas de las
fiestas, y varios datos relativos a la liturgia de esta iglesia.

Merece además notarse que en este Breviario está el rezo de
San Rufo
y el de su octava. Ya se tenía en los tiempos
pasados como un dato importante, pues se consignó en una nota
que se ve al principio de este Breviario, que dice: En el fòlio
296 de aquest Breviari está lo offici ab octava de Sant Rupho.





120-129

lunes, 17 de febrero de 2020

XXXVI , perg 1630, Jaime I, 20 septiembre 1260

XXXVI 

Perg.n°1630. Jai.I. 20 set. 1260.

Al muy noble et mucho ondrado don Jaymes por la gracia de Dios rey de Aragon de Mayorgas et de Valencia comde de Barcilona et de Urgel et sennor de Montpesler don Alfonso por essa mesma gracia rey de Castella de Toledo de Leon de Gallizia de Sevilla de Cordova de Murcia et de Jahen salut assi como a rey et a suegro que tenemos en logar de padre et a amigo que mucho amamos et en qui mucho fiamos et pora quien querriemos mucha de salud et mucha de buena ventura. Rey nos vos embiamos otra nuestra carta abierta de creencia con don Alfonso Tellez nuestro ricoome sobre lo que nos embiastes dezir por vuestras cartas en razon de la vuestra pasada pora Ultramar et del casamiento del inffante don Pedro vuestro fijo con la fija del princeb de Pulla que queriedes fazer: et bien dezimos verdat a Dios et a vos et a todos los omnes del mundo que aquellas cosas que nos vos embiamos decir et aconsejar sobresta razon con don Alfonso Tellez el sobredicho aquello entendemos que es mas a servicio de Dios et mas a vuestra pro et a vuestra ondra de vos et de vuestros vassallos e de vuestros amigos et de todos aquellos que debdo an conbusco et vos assi lo devedes querer. Onde vos rogamos quanto vos podemos rogar et aconsejamosvos que fagades assi como vos dira de nuestra parte don Alfonso Tellez el sobredicho sobresta razon et gradirvoslo emos mucho et tenervoslo emos en grand amor. Et si vos desto non nos quisiesedes creer de consejo et la passada pora Ultramar quisiesedes fazer et el casamiento con la fija del princeb quisiesedes levar adelante daqui nos desculpamos ende que de nenguna cosa non podriedes seer tan mal aconsejado nin en que mas fiziessedes vuestro danno: et quanto en lo nuestro terniemos que nengun omne del mundo tan grande tuerto nunquam recibio de otro como nos recibriemos de vos et vea Dios et los que conbusco son et todos los omnes del mundo que nos todo nuestro debdo avemos complido contra vos et sobresto creed a don Alfonso Tellez de todo quanto vos dixiere de nuestra parte. Fecha la carta en Cordova domingo XX dias de setiembre era de mille et dozientos noventa et ocho anyos. - Garcia Dominguez la fizo.


sábado, 29 de junio de 2019

EL EXILIO SORIANO DE DOÑA URRACA


100. EL EXILIO SORIANO DE DOÑA URRACA (SIGLO XII. SORIA)

EL EXILIO SORIANO DE DOÑA URRACA, SIGLO XII. SORIA, torreón


El matrimonio de Alfonso I el Batallador y Urraca de Castilla había hecho crisis una vez más, y el rey aragonés, que ya confinara anteriormente a su mujer en El Castellar, lo hizo ahora en la recién reconquistada plaza de Soria, cabeza de la nueva «extremadura», en un palacio del que todavía queda hoy el torreón conocido como de «doña Urraca».

// Palacio de los Beteta o Sorovega  
//

Si el monarca pudo dar origen a ciertos rumores acerca de sus inclinaciones sexuales, la reina adquirió fama por sus constantes devaneos amorosos, uno de los cuales debió desarrollarse, según la leyenda, en su destierro soriano. El caso es que, en una de las estancias del palacio, vemos a doña Urraca tendida en un escaño de nogal, a cuyos pies reposa Pedro, un doncel, un trovador, un apuesto muchacho del que se ha prendado la dama. Entre trova y trova, la reina compromete con la actitud y con sus palabras al joven que manifiesta sentir solamente admiración por la reina, quien no entiende la falta de deseo del joven por ella, lo cual le solivianta.

La escena íntima entre la reina y el trovador había llegado a un punto crucial cuando, de repente, sonó hiriente el sonido de un cuerno que anunciaba la llegada de gente armada al palacio. Transcurren unos instantes y hace acto de presencia en la estancia don Ato Garcés, señor de Barbastro y alférez mayor del reino, y, a la sazón, padre del doncel Pedro.

Ato Garcés había sido enviado por Alfonso I el Batallador a tierras de Tarazona, Ágreda, Soria y Almazán para reclutar caballeros y peones con los que enfrentarse con garantías de éxito a los moros de Fraga, Morella y Tortosa y, con su llegada a Soria, pretendía que su hijo Pedro fuera armado caballero para ir a cumplir con su señor, como hacían los jóvenes de su edad.

Doña Urraca, todavía disgustada y acalorada por la escena que acababa de vivir con el joven Pedro, sin decir palabra se lo entregó a Ato, despidiéndose desdeñosamente con un gesto. Una vez sola, la reina cayó sobre la alfombra presa de un ataque de histerismo seguido de llanto, mientras el ruido de los caballos que se alejaban iban perdiendo intensidad.

[Zamora Lucas, Florentino, Leyendas de Soria, págs. 197-202.]