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martes, 23 de junio de 2020

279. LOS PREDICADORES GREGORIO Y DOMINGO, EN BESIÁNS


279. LOS PREDICADORES GREGORIO Y DOMINGO, EN BESIÁNS
(SIGLO XIV. BESIÁNS)

279. LOS PREDICADORES GREGORIO Y DOMINGO, EN BESIÁNS  (SIGLO XIV. BESIÁNS)


Entre los años 1300 y 1348, años repletos de dificultades, fueron a misionar por tierras ribagorzanas los beatos Gregorio y Domingo, ambos de la Orden de Predicadores. Sus conocimientos y su celo, puestos de manifiesto en fervorosos sermones, fueron muy apreciados por los habitantes de estas altas tierras, que encontraban en ellos sosiego.

Salieron una tarde ambos de Besiáns, donde habían predicado y confesado a sus vecinos el día anterior, camino de un pueblo cercano, cuando se desató una terrible tempestad, lo que les obligó a guarecerse en la cavidad de una peña (hoy llamada de San Clemente), en el término de Perarrúa. Quizás por los efectos de un rayo, ambos religiosos murieron en la soledad.

Cuando amainó el temporal, comenzaron a tañer, sin que impulso humano las volteara, las campanas de Besiáns, Perarrúa y la Puebla de Fantova. Tan extraordinario suceso llenó de admiración a aquellas gentes, que no acertaban a explicarse qué ocurría. Salieron de la duda cuando un vecino de Fantova, que pasó tras la tormenta por un barranco cercano a la peña de San Clemente, percibiendo una especial fragancia, siguió su rastro hasta dar con los cuerpos sin vida de los religiosos.

Tras dar el aviso a los tres pueblos, mientras las campanas seguían tañendo, fueron todos en procesión al lugar para llevarse los cuerpos sin vida a sus respectivos pueblos. Se entabló una larga disputa sobre dónde irían a parar y, como no había acuerdo, determinaron cargarlos sobre sendas mulas y que fueran ellas quienes, sin guía alguna, determinaran el lugar.

Fueron los mulos hacia Perarrúa y dieron vuelta por todas sus calles sin detenerse en ninguna; dejaron este lugar y, dirigiéndose a Besiáns, subieron la larga y empinada cuesta, para ir a parar a la iglesia, ante la que se arrodillaron, a la vez que, de manera repentina, se les saltaron los ojos y quedaron inmóviles. Sin duda, aquella era señal inequívoca de que era allí donde el cielo quería que fueran sepultados, como así se hizo. Desde ese momento, ambos predicadores, beatificados muchos siglos después, fueron venerados por todos los pueblos de la comarca.

[López Novoa, Saturnino, Historia de la... ciudad de Barbastro, págs. 228-231.]


269. SAN GREGORIO, PEREGRINO


269. SAN GREGORIO, PEREGRINO (SIGLO XV. ZARAGOZA)

269. SAN GREGORIO, PEREGRINO (SIGLO XV. ZARAGOZA)


En cierta ocasión, procedentes del Midi francés, decidieron emprender juntos el camino de Zaragoza los santos varones Licer, Juan, Pantaleón y Gregorio, con la pretensión de visitar el templo de Santa María la Mayor, cuya Virgen se le apareció al apóstol Santiago y tenía fama al otro lado de los Pirineos
Al doblar las altas montañas pirenaicas, tomaron como guía el curso del río Gállego, pues les habían dicho que, poco después de su desembocadura en el ancho Ebro, se hallaba la meta de su recorrido.

Arrostraron juntos las mil penalidades del viaje, pero circunstancias diversas motivaron que no pudieran llegar todos al final, como habían previsto. En efecto, cuando llegaron a la altura de Zuera, fue Licer el que, tras caer desplomado por el agotamiento del viaje, fue atendido por sus vecinos, entre los que se quedó a vivir y ante los que hoy actúa como patrón de lavilla.

Continuaron hacia Zaragoza sus otros tres compañeros, pero Juan, el más anciano, extenuado por la caminata de tantas lunas, decidió quedarse a vivir con la comunidad allí establecida, la que con el tiempo, en memoria de aquel santo varón, acabaría denominándose San Juan de Mozarrifar.

Apenados por la ausencia de Licer y Juan, Gregorio y Pantaleón siguieron su camino, animados por la noticia de que ya se hallaban cerca de su objetivo. Incluso quisieron acortar y, alejándose del Gállego, tomaron dirección oeste. Cuando fatigados acababan de subir al acampo del Santísimo, Gregorio se desplomó en el suelo, incapaz de seguir, marcando el emplazamiento donde la fe hizo levantar la ermita que hoy le recuerda, lugar desde el que se divisaban las torres de Santa María la Mayor, donde no pudo llegar.

Gregorio alentó a Pantaleón para que prosiguiera, aunque sus fuerzas también eran escasas, tanto es así que, cuando llegó a Juslibol, viéndose impotente ante el Ebro que le cortaba el paso, decidió quedarse allí, lo que explica su patronazgo de la población actual.

Sin duda, los cuatro santos varones debieron, con el tiempo, ver cumplido su sueño de visitar el templo y la imagen que les puso en camino, pero regresaron luego a sus respectivos lugares de adopción.

[Madre, Jesús E., «La ermita de San Gregorio», Zaragoza, 34 (1982), 29-30.]



jueves, 14 de noviembre de 2019

EL DUQUE DE HÍJAR Y LA HIJA DE JAIME I


157. EL DUQUE DE HÍJAR Y LA HIJA DE JAIME I
(SIGLO XIII. HÍJAR)

EL DUQUE DE HÍJAR Y LA HIJA DE JAIME I  (SIGLO XIII. HÍJAR)


El duque y señor de Híjar —cuyo enorme palacio solariego señoreaba majestuoso sobre la importante villa de este nombre, sobresaliendo del resto del caserío— tenía viviendo temporalmente con él, en calidad de invitada, a una hija natural de Jaime I el Conquistador, rey de Aragón, doña María Bayod, con la que conversaba de manera animada y con frecuencia en las veladas de los largos e interminables días de invierno, generalmente sentados uno en frente del otro, junto a uno de los grandes ventanales de la sala principal del palacio, desde el que se divisaba un amplio panorama, casi sin límite.

Durante una de esas habituales y relajantes charlas, la joven María, con su apasionada palabra y su actitud vital, hizo ver y convenció al duque de cuánto ganaría la vista que tenían ante sí si las lomas que se mostraban frente a ellos estuvieran cubiertas de un denso y variado arbolado, como lo estaba la parte llana, sin duda por efectos del agua del río Martín, de manera que el color verde y las flores inundaran lo que en aquel entonces era un terreno árido y totalmente desprotegido de vegetación, que hacía del mismo en un duro paisaje para la contemplación sosegada.

Ante reflexión tan razonada como vehemente, prometió el duque de Híjar, siempre galante y pródigo con la hija del rey, tomar en consideración la idea de María, de modo que al día siguiente comenzó a desarrollar con su arquitecto y sus jardineros un proyecto que, tan pronto como estuvo acabado, ordenó que se pusiera en práctica.

Muy pronto, con la llegada de la primera primavera, la idea se había convertido en un magnífico paradero para recorrer y disfrutar en calma y para ser gozado sosegadamente desde el ventanal cuando llegara el invierno, y al que, en un letrero realizado en forja, puso el nombre de la joven, es decir, el «Paradero de María Bayod», aunque con el tiempo, y puesto en boca de los habitantes de la villa, pasaría a ser el «Paradero de Mirabayo», por deformación, sin duda, del nombre inicial.

[Lasala Navarro, Gregorio, Historia dela Muy Noble, Leal y Antiquísima villa de Híjar, págs. 135-136.]