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martes, 23 de junio de 2020

312. LOS CORPORALES DE AGUAVIVA


312. LOS CORPORALES DE AGUAVIVA (SIGLO XV. AGUAVIVA)

Aunque los de Daroca sean los que han alcanzado fama en el mundo entero, no son, sin embargo, los únicos Corporales que existen en Aragón, pues se conocen al menos seis o siete ejemplos más, cual es el caso de los del pueblecito de Aguaviva.

Amaneció, como cualquier otro, el día 23 de junio de 1475 y, durante la misa, el párroco de Aguaviva consagró como era habitual una hostia. Pretendía conservarla en un cofrecillo de plata, junto con otras tres formas más pequeñas, para la procesión solemne del día siguiente.

El resto de la jornada transcurrió con absoluta normalidad, pero, entrada ya la noche, sin saber cómo ni la causa, el templo parroquial se convirtió en una gigantesca hoguera, de modo que solamente quedaron en pie las cuatro paredes cuando el fuego ya no tenía nada más que quemar. Como es lógico, la desolación hizo mella en el pueblo.

Al día siguiente, cuando todavía humeaban los últimos rescoldos, el párroco, con evidente riesgo personal, comenzó a hurgar entre las ruinas. De pronto, envuelta en cenizas, halló una pequeña cruz de plata, lo que le indujo a pensar que si las llamas habían respetado la cruz quizás hubieran respetado también al Dios que murió en ella.

Transcurridos cuatro días después del siniestro, vino a visitarle y consolarle el vicario de La Ginebrosa y, mientras le atendía, dejó encargado a un muchacho que no dejara entrar a nadie entre las ruinas. Sin embargo, al poco rato se presentaron tres varones venerables quienes, sin hacer caso al guardián, penetraron en el templo derruido.

Corrió el joven a avisar al cura de lo ocurrido. Párroco y vicario salieron raudos hacia la iglesia y no vieron a los ancianos, pero sí observaron asombrados, sobre los restos del altar, la pequeña caja de plata con la hostia y las formas todas bañadas en sangre, pero enteras e intactas, y al entrar en contacto con el aire se tornaron blancas y tersas, tal como ser conservan todavía hoy.

[Bernal, José., Tradiciones..., pág. 117.]

domingo, 21 de junio de 2020

225. LA CUEVA DE LA MORA ENCANTADA, Tarazona


225. LA CUEVA DE LA MORA ENCANTADA (SIGLO XII. TARAZONA)

225. LA CUEVA DE LA MORA ENCANTADA (SIGLO XII. TARAZONA)


En la tarde de una primavera temprana, un grupo de muchachos musulmanes —habitantes de una Tarazona dominada hacía ya algunos años por los cristianos— se hallaba paseando por las inmediaciones de la cueva que estaba próxima a los baños árabes, cuando se vieron sorprendidos por la fantástica aparición de la figura blanca y deslumbrante de una hermosa joven, vestida al modo oriental, enjoyada y envuelta en sedas.

Tras detenerse silenciosa unos instantes ante ellos, la fantasmal y atractiva figura, con la mirada absolutamente perdida en el horizonte, como si no hubiera visto a los muchachos, se adentró de nuevo en la cueva que le servía de cobijo, un antro que sus padres les habían descrito tantas veces como lugar maléfico y siniestro. Todos quedaron preocupados, buscando sentido a aquel episodio, aunque para ninguno de ellos lo tenía.

Intrigados como estaban por lo sucedido, volvieron los muchachos en varias ocasiones más al mismo lugar, repitiéndose idéntica escena tantas cuantas veces fueron al paraje, sin mediar nunca palabra alguna.

Un día, sorprendiendo a todos los demás, uno de los chicos se separó del resto, se acercó decidido a la joven y la abrazó con mucha fuerza. Luego, se tomaron ambos de la mano, y se fueron alejando lentamente y en silencio por la vereda que llevaba a la entrada de la cueva. Una vez allí, se adentraron en ella y desaparecieron. Después, se hizo el silencio más absoluto, sin que el muchacho volviera a dar señales de vida. Tanto por el barrio moro como por el resto de la ciudad cristiana, se corrió la noticia, coincidiendo todos en que la cueva estaba habitada por una mora encantada.

Sólo se sabe que, transcurridos algunos años, en un intrincado escarpe de los aledaños fue encontrada, descolorida y rota, una elegante escarpela carmesí, dentro de la cual se halló una pequeña cruz de plata

[Pérez Urtubia, Teófilo, «La cueva Bayona», Heraldo de Aragón, 10-X-1978.]