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martes, 26 de octubre de 2021

XII. UN LECHO DE ESPINAS.

XII.

UN LECHO DE ESPINAS. 

Toda la tarde había llovido, y apenas transitaba nadie por la puerta antigua del Muelle. En el cuarto destinado al comandante de la guardia se hallaban reunidos varios oficiales y un capitán retirado, que solía detenerse allí un ratito al concluir su cotidiano paseo. Hombre ya maduro, alto de talla, enjuto de rostro, de bigote entrecano, y con una afluencia de palabras que podía dar quince y falta al hablador más impertérrito, gustaba de referir las cosas con todos sus pelos y señales. Más que un velón encendido, y colocado sobre una mesa de pino cubierta de bayeta verde, alumbraba la vasta, desnuda y destartalada pieza una respetable cantidad de troncos y astillas que ardían sucesivamente en la chimenea. Aunque reducido el número de las sillas era mayor que el de los oficiales; pero ninguna estaba desocupada, porque estos, inclinando cada cual la suya y apoyando el respaldar en la pared, hacían descansar en otra los tacones de sus botas. Así medio echados y envueltos en la densa atmósfera que producía el humo de sus cigarros, arrastraban penosamente una conversación que no salía del estrecho círculo acostumbrado. Poco a poco se fue animando: desaparecieron las preguntas frívolas, las respuestas de cajón y las interjecciones de ripio. Empezó a discutirse si el valor es una cualidad física o moral, si es absoluta o relativa, si procede del temperamento o de la reflexión, si presenta fases contradictorias o si es consecuente en todas ocasiones, y cada cual aducía en favor de su opinión observaciones propias, ejemplos vulgares y anécdotas más o menos conocidas. 

El retirado tomó la palabra, y después de algunas frases preliminares habló así: No quiero meterme en estas honduras; pero, supuesto que viene el caso, voy a referiros un hecho de cuyos pormenores estoy seguro de ser la única persona bien enterada. Y lo más particular y curioso es que el lance tuvo origen y comienzo en este mismo sitio; y a presencia de una reunión como esta de la cual yo también formaba parte.

Al oír este sencillo exordio que preparaba los ánimos a un relato de nuevos o misteriosos acontecimientos, los circunstantes movieron sus sillas, les dieron mayor inclinación, cruzaron sus piernas una sobre otra, y acomodando el cuerpo a todo su sabor so dispusieron a prestar la atención más profunda y religiosa.

Después de una breve pausa el retirado continuó. 

Habéis leído en los papeles públicos la gloriosa muerte del capitán Bustamante, ocurrida hace poco en las Provincias, donde parece que la guerra civil va a ser una guerra larga y encarnizada. Yo la admiro porque ha sido la muerte de un héroe, y la siento porque es la muerte de un amigo. Vosotros, no le conocisteis; pero sabiendo como ha muerto no podéis poner en duda su valor y bizarría. 

Era una figura atlética, con una musculatura de hierro, y en cuanto a destreza en el manejo de las armas podía dar lecciones al mismo Carranza. Hallábase aquí de teniente de caballería cuando yo lo era de infantería en el regimiento que guarnecía esta plaza. Mí coronel le apreciaba muchísimo, y Bustamante, prevalido de este afecto, obsequiaba a su hermana Carolina. Todos le creíamos correspondido, pero cierto día, en este mismo sitio, nos dijo que había moros en la costa. Hicímonos cruces, soltamos la carcajada al decirnos que estaba celoso del capitán Valdivia. Parecíanos el absurdo más absurdo que podía caber en la mollera de un enamorado. Carlos Valdivia servía en mi regimiento, era un santurrón, un encogido, un huraño: su aspecto, su continente era más de fraile que de soldado. Nosotros le llamábamos “el capitán cogulla." En su vida había oído silbar una bala, y generalmente era tenido por cobarde. Nadie sabía en qué fundaba este juicio, ni nadie se había tomado el trabajo de rectificarlo. Así es que todos le profesábamos una aversión decidida, aunque velada por la urbanidad y cortesía. 

Una de las últimas tardes del mes de octubre estábamos reunidos aquí una porción de amigos. Bustamante nos hablaba de sus cuitas amorosas, si bien no podía llegar a persuadirse de que sus celos tuviesen verdadero fundamento. 

Estaba más inquieto que irritado, y mitad por broma, mitad por pasión, nos propuso un medio, que nada tenía de ingenioso, para humillar o dar una lección a Valdivia. Como iba a ser una diversión para nosotros lo aprobamos sin discusión ni cortapisas. Estaba la tarde hermosísima, y a poco rato vimos a Valdivia que salía a dar un paseo con un paisano amigo suyo, Bustamante le llamó indicándole que tenía que decirle dos palabras, el paisano se despidió, y Valdivia entró aquí saludando cortésmente. Nadie le devolvió el saludo, nadie se movió, nadie le ofreció un asiento. Todos aparentábamos estar engolfados en una conversación la más frívola e insignificante. El oficial de guardia apoyaba sus talones en una silla, y Bustamante se entretenía haciendo dar rápidas vueltas a otra que giraba sobre un pie. Valdivia se sentó sobre la mesa. En el marco de la chimenea había una bandejita con habanos: todos fumábamos y nadie ofreció uno a Valdivia; pero él con toda calma sacó su petaca y se puso a fumar un cigarrito de papel. Cruzábanse palabras sin ton ni son: de un asunto baladí pasábamos a otro del mismo calibre; pero en todos afectábamos la misma animación. Tres cuartos de hora duró esta maniobra. Qué papel tan desairado hacía para nosotros el tal Valdivia! Cómo nos burlábamos interiormente de su paciencia! Nunca nos lo hubiéramos figurado tan cobarde o tan cachazudo. Al cabo se levantó y dijo: 

- Señor de Bustamante, me habéis llamado para decirme alguna cosa. Estoy a vuestras órdenes. 

- De veras? Y qué tengo yo que deciros? 

- Vos lo sabréis. 

- Pues señor, se me ha olvidado. 

- Sois flaco de memoria. Me habéis hecho perder el sol, pero me pasearé a la sombra. 

- Si por mi culpa habéis perdido algo estoy pronto a daros una satisfacción. 

- Cuando no la pido es claro que no la necesito. 

- No tan claro: tal vez no la pedís por no arriesgaros a que os la den.

- Señor de Bustamante me estáis provocando sin haberos dado pie para ello. 

- Si examinaseis vuestra conciencia tal vez encontraríais algún pecadillo oculto. 

- Mi conciencia de nada me reprende delante de los hombres. 

- Pues si tan limpia la lleváis, cómo es que tenéis tanto miedo a la muerte? 

- A la muerte? os aseguro que no la temo. Es muy probable que más miedo le tengáis vos? 

- Señor de Valdivia, exclamó el teniente dando con el pie un golpe en el suelo, estas palabras encierran un doble sentido. Ahora soy yo quien pide una satisfacción. Ya sabéis cómo se arregla esta clase de negocios: vos mismo dictaréis las condiciones.

Valdivia se puso reflexivo.

- La primera, dijo, es que aplacéis para de aquí a tres días esta provocación.

Titubeó un poco Bustamante, y luego dijo: Concedido.

- La segunda... ¿tendréis valor para admitir la segunda?

- Vive Dios que me estáis insultando!

- Tendréis valor para poneros a mi disposición durante algunas horas de uno de esos tres días, y seguirme a donde yo fuere, e imitarme en lo que yo hiciere?

- Aunque sea arrojarme de cabeza desde el campanario de la Catedral.

- Corriente. Señores, hasta la vista.

- Qué diablos de farsa será esta? exclamó el que estaba de jefe de día.

- Qué contará hacer en ese extraño plazo? preguntó uno.

- Escaparse, fingirse enfermo, dar parte al coronel, qué sé yo? le contestó otro.

- De todos modos está perdido a los ojos de Carolina, dijo Bustamante para sí.

Habían pasado ya dos días completos sin que Valdivia diera el menor indicio de cuáles podían ser sus intenciones. Se le había visto en los actos de servicio puntual, sereno e indiferente como en otra ocasión cualquiera. En su rostro se leía la calma de su espíritu, calma incomprensible para los que conocían la gravedad de sus compromisos. Bustamante a fuerza de esperar con impaciencia las imprevistas escenas de aquel drama se fastidió de su lentitud y se dijo a sí mismo: «veremos»; pero su orgullo se resentía de no poder adivinar lo desconocido, y experimentaba una irritabilidad nerviosa que en valde trataba de ocultarnos. Todas sus chanzas de aquellos dos días fueron pesadas: todas sus bromas sarcásticas y punzantes. Estaba de malísimo humor. Atronado del continuo clamoreo de las campanas las maldecía como si nunca las hubiese oído.

Serían sobre las once de la noche cuando sonó un golpe en la puerta de su posada: sobrecogióle un poco, pero logró disimular completamente su emoción a los ojos de Valdivia quien después del saludo le dijo:

- Espero no tendréis inconveniente en venir conmigo:

- Adonde? fue la palabra que se le vino a los labios y que estuvo a pique de caerse de ellos; pero rehaciéndose luego la retiró como si fuera una blasfemia y la sustituyó diciendo: ni el más mínimo. Es preciso tomar armas?

- Traigo? Pero si preferís las vuestras a las mías...

- Cualesquiera me bastan, que no es el acero sino el brazo lo que importa.

Valdivia calló. Embozados en sus capotes, bajaron los dos, atravesaron algunas calles, y abriéndoles el postigo de esta misma puerta salieron fuera de la ciudad.

Seguían dando la vuelta a sus muros. La ciudad que poco antes gemía, chillaba, mugía con cien lenguas de metal, la ciudad que poco antes ensordecía los vientos con sus lúgubres clamores, imitaba entonces el silencio de los difuntos. Era un silencio más imponente que el no interrumpido cañoneo de una sangrienta batalla. Bustamante echaba menos el ruido que tanto le incomodara aquella tarde. Su imaginación estaba fija en esta pregunta: adónde vamos? 

pero no se atrevía a traducir en palabras su pensamiento. Quería distraerse, o al menos (aloménos) aparecer distraído. Trataba de entablar alguna conversación frívola, y no sabía por dónde empezar: probaba a silbar alguna contradanza, y todas sus reminiscencias musicales se habían evaporado. 

De pronto le asaltó esta idea, si se tratará de hacerme caer en una zalagarda?

Necio de mí que no llevo conmigo más que mis puños! A poco rato le dijo Valdivia con toda sencillez y espontaneidad: Vos camináis a la ligera y yo cargado, si tuvieseis la complacencia de llevar la caja de mis pistolas... y se la entregó. La respiración de Bustamante fue como la del náufrago que consigue sacar fuera del agua su pecho y cabeza.

- Vive Dios, exclamó después, que ya comprendo. Pues, señor, la cosa es grave, mucho más grave de lo que podía esperarse. Ni el diablo lo hubiera soñado. Pero a mí nada me arredra. Aquí se trata nada menos que de un duelo de noche y sin testigos. 

- Testigos nunca faltan, replicó Valdivia. Vos lleváis en vuestra conciencia el vuestro, como yo el mío. Y además hay un Dios que es testigo imparcial para entrambos. 

- Sermonicos a mí? Pues si para esto me habéis hecho dejar el abrigo de la cama, medrados estaremos. Sería un lance curioso! 

Valdivia callaba. Tentaciones le vinieron a Bustamante de apostrofarlo con el apodo de capitán cogulla; pero comprendió en seguida que insultarle en aquellos momentos sería dar indicios de flaqueza. Prosiguió su camino un buen trecho y deteniéndose de golpe le preguntó. 

- Y estas pistolas? 

- Están cargadas. 

- Y si ahora retrocediese dos pasos, y cogiendo una os descerrajase un tiro? 

- Confío en que vuestro honor no os dejaría acoger tan mal pensamiento, y confío en que Dios tampoco os permitiría realizarlo. 

- Ese hombre es todo un valiente, dijo Bustamante para sí: su aspecto nos ha engañado a todos. Es un rival tanto más temible cuanto más digno. Oh! el negocio es serio, porque si no me desbanca. 

En eso vieron brillar a lo lejos una luz que se acercaba lentamente. Era un hombre que les salía al encuentro, que sin hablar palabra dejó en manos de Carlos un farolillo y una cosa de hierro, desapareciendo en seguida como un personaje de fantasmagoría. La aventura se complicaba de una manera misteriosa en la imaginación de Bustamante. 

Así llegaron a las puertas del cementerio. Carlos abrió la verja de hierro con la llave que había recibido, la entornó después de haber los dos entrado, depuso el farolillo al pie de una piedra sepulcral, y saliendo fuera del andén se introdujo en el áspero terreno labrado a sulcos. Su compañero le seguía maquinalmente y ambos se detuvieron al borde de una zanja. Tenían a sus pies dos hoyas iguales y contiguas, cavadas a lo largo de un mismo sulco, y recientemente abiertas como lo indicaban el olor y la humedad de la tierra. Esta situación presentaba bastante analogía con la que ha creado Walter Scott en su novela El Monasterio. Valdivia y Bustamante eran un nuevo Alberto Glendinningun nuevo Piercie Shafton. Lo real y conocido hacía aquí el papel de lo maravilloso; pero no era menos tétrico e imponente. Valdivia estaba cruzado de brazos, Bustamante sentía escalofríos, y juró en su corazón de sofocar toda emoción de terror y sorpresa, de no dejar traslucir ni el más leve síntoma de cobardía. 

- Voto al diablo, exclamó dirigiéndose a su antagonista, que os habéis tomado una molestia inútil si pensabais intimidarme como un chiquillo. Creéis que soy alguna mujer para que los cementerios me espanten? A mí no me dan más que asco y repugnancia. Con todo ese aparato teatral, qué os habéis propuesto? No falta sino un coro de frailes o de sepultureros para hacer la escena más divertida. Pensáis que voy a figurarme que ha de poblarse esto de fantasmas, y que he de echar a correr y abandonaros el campo? Estáis completamente equivocado. Aquí nada ni nadie ha de interrumpirnos. Vamos a ver las condiciones del desafío. 

- Valdivia contestó con toda calma y sosiego. Ni he admitido vuestro desafío, ni os provoco a ningún combate sangriento. Habéis supuesto que yo temía a la muerte, y os he contestado que acaso más la temíais vos. Nos hallamos a punto de hacer la experiencia. El más cobarde, o si queréis, el menos valiente de los dos será el primero que atraviese aquella verja. Yo no temo a la muerte porque estoy familiarizado con ella. La he visto muchas veces cara a cara aunque no sea en los campos de batalla. Es una amiga que suele visitarme en un rincón del templo o en mi gabinete de estudio. También nos encontramos al aire libre, a cielo abierto. Vos creéis que solamente se la puede ver al reflejo de un acero o al resplandor de un fogonazo; pero yo la veo en el sol que traspone la montaña, en la nube que se evapora, en la flor que se marchita, en la hoja que el viento arrebata: yo la veo en esta incesante descomposición de lo que existe para dar lugar al renacimiento de lo que ha de existir. La he visto muchas veces y por eso ya no me causa miedo. La suya es una fealdad a que mis ojos están habituados. No me hace temblar con sus amenazas, porque confío en sus promesas: sé todo lo que puede quitarme, y sé también todo lo que puede añadirme. 

Dejóse oír entonces la primera campanada de las doce. Un estremecimiento involuntario a manera de relámpago recorrió el cuerpo de Bustamante que exclamó casi gritando. 

- Pero, en fin, qué pretendéis? 

- Una cosa muy fácil y hacedera, que nos echemos cada uno en su hoya respectiva, que nos tendamos embozados en nuestras capas, y que por espacio de tres horas, sólo tres horas, permanezcamos en ella tranquilos. 

Una imprecación terrible, hija del terror y de la extrañeza, de la indignación y del aturdimiento, iba a salir de los labios de Bustamante; pero reprimiéndose al momento dijo: 

- Ni a ligero me ganáis; pero tened entendido que de esta noche tan original como incómoda, de este cambio de un lecho mullido y abrigado por uno duro y frío, me daréis estrecha cuenta. 

Y dejando las pistolas en el suelo, con precipitado movimiento se arrebujó en su capa, y se tendió cuan largo era en su inesperada sepultura. 

- Quién me dijera que había de verme convertido en trapense? fue la primera reflexión que acudió a su fantasía; pero, qué hay que hacer? Durmamos, se decía y se repetía a sí mismo. Dormir? ¡Ah este es un deseo que en ciertos casos su misma intensidad sirve de obstáculo a su cumplimiento. Nunca el sueño había estado tan lejos de sus párpados. ¿Cómo conciliarlo teniendo la parte moral tan excitada. Nada valía cerrar los ojos, como si la obscuridad no 

fuese lo que más estaba allí de sobra. Revolvíase en su lecho de espinas con la esperanza de que cambiando de postura disminuirían su incomodidad y su desvelo. No había más que algunos minutos y ya empezó a comprender que perseguía un imposible. De buena gana hubiera dado tres años de su vida por tener a mano una fuerte dosis de opio, y la hubiera tomado aun a riesgo de envenenarse: Experimentaba un acerbo frío en los pies, y vértigos en la cabeza. 

Tendíase boca abajo y se ahogaba: volvíase de espaldas y los muros de su tumba le parecían de una altura formidable, y el pedazo de cielo que descubría, horriblemente negro y encapotado. Si al menos un plateado rayo de luna atenuase aquella lobreguez espantosa! Una piedrecilla cayó rodando cerca de él y su ruido le estremeció como si fuera el de un peñasco. Parecíale que su tumba se desmoronaba, y como que una cascada de tierra le cayese encima. 

Y de pensamiento en pensamiento vino a reflexionar que aquello sucedería alguna vez, y se imaginó cadáver. Este nuevo giro de sus ideas le dio calentura. No pudo aguantar más y se puso en pie; reflexionó empero que Valdivia podría oírlo y volvió a tenderse. Los latidos de su pecho redoblábanse con rapidez espantosa. Apretábase con los codos y mordía su capote. Asaltábanle deseos de pasar a la otra tumba y estrangular a su adversario. Pero su imaginación estaba ya encarrilada en el camino de las ideas más tétricas y funestas. Cadáver vivo entre aquella multitud de cadáveres medio corrompidos parecíale que percibía el hedor de su descomposición, parecíale que los estaba viendo bajo la capa de tierra con sus rostros pálidos y descarnados, parecíale ver los gusanos que se movían en confuso hormiguero y que oía el ruido de sus mordeduras. Una asquerosa picazón invadió de improviso todo su cuerpo: sentía el contacto frío de los gusanos que corrían por sus muslos y piernas, sentíalos que se desarrollaban lentamente sobre sus mejillas, sentíalos que iban a devorarle sus ojos. No pudo (puedo en el original) aguantar más y saltó de la tumba, y sacudió todo su cuerpo como perro lanudo que sale de un estanque, y echó a correr hacia la verja, pero el ruido de sus pasos le hizo volver en sí, tembló de que Valdivia lo percibiera y se quitó las botas. Descalzo y pisando de puntillas iba a salir por la verja; mas recordando las palabras de su adversario no se atrevió a abrirla. Empezó a vagar desatentado con una especie de delirio producido por la fiebre. Tropezaba con las elevadas lápidas sepulcrales que le parecían otros tantos espectros vestidos de blanco, y se figuraba que se movían a su alrededor y que pretendían agarrarle. Quiso huir de allí a todo trance, y a favor de un montón de tierra saltó la pared que le rodeaba. Entonces echó a correr sin reparar en que cada paso magullaba las plantas de sus pies. 

Lejos ya del cementerio sentóse para respirar libremente, para que refrescase el aire sus fatigados pulmones. Con el reposo del cuerpo se amortiguó la sobreexcitación (sobreescitación en el original) de su espíritu, y recobró algún tanto de libertad su pensamiento. Púsose a reflexionar (reflxionar): soy acaso algún supersticioso? Han de aterrarme a mí con cuentos de fantasmas y espectros? He de tener miedo a un puñado de huesos? Qué dirá Valdivia? 

Qué dirían mis camaradas si tal supieran? Y resolvió volver al cementerio, y puso en planta su resolución: pero caminaba muy lentamente, y para disculpar su lentitud decíase a sí mismo que los pies le dolían. Llegado a la verja la abrió con el menor ruido posible y anduvo a gatas (agatas) hasta el sitio en que estaba el farolillo. Notó entonces que traía algunos cigarros habanos y su corazón saltó de alegría. Tenía a mano un medio de distraerse algún tanto y pasar con menos angustia el resto de la noche. En aquella coyuntura el teniente de caballería no se hubiera deshecho de ellos por una faja de teniente general. Levantó el farolillo para encender uno y su luz iluminó de repente un nombre grabado en la humilde lápida que ante él se levantaba. Era el nombre de una pobre muchacha con quien había estado en íntimas relaciones. La infeliz seducida y pronto abandonada, a fuerza de disgustos contrajo una tisis de la que había muerto. Nadie más que Bustamante conocía aquel horrible misterio. El farolillo le cayó de las manos, y se acurrucó meditabundo. Acaso no la había llevado él a una muerte prematura? Acaso no era él un asesino? El epíteto de doncella que en la losa había leído le atarazaba el corazón. Él la había despojado furtivamente de esta cualidad con que el mundo la creía aún condecorada. El mundo se engañaba; pero su engaño era noble. Él solo había sido el villano, y ¿nadie, nadie debía pedirle cuenta de esta villanía? La justicia de Dios se le apareció tan clara, tan lógica, tan indudable, como su existencia. 

Y no es esta justicia lo que hace terrible la muerte? Es al polvo y ceniza, es a los huesos corroídos, es a la corrupción de la materia, o bien es a otra cosa a lo que tenemos miedo? Estas ideas le abrumaban, con un peso espantoso. El roce frío de los gusanos vivos no era nada en comparación de la mordedura de este gusano interior. A trueque de abandonar aquel lugar funesto Bustamante iba a sacrificar su reputación a sus remordimientos; por fortuna resonaron tres golpes en un reloj de la ciudad. Las tres! las tres! gritó con satisfacción indecible, cogió el farolillo y fue a llamar a Valdivia. Carlos estaba profundamente dormido. 

Ah! dijo para sí Bustamante, este lleva la conciencia tranquila, y por eso duerme, y por eso no teme a la muerte! 

Valdivia se levantó, se esperezó y plantándose en seguida de pie en el borde de la tumba, dijo: 

- Ahora, qué queréis de mí? 

- Me habéis hecho pasar una malísima noche, y quiero vengarme, quiero mataros. Defendeos. 

Y le entregó una de las dos pistolas. 

- Paréceme que este farolillo está mal colocado. Como no tenemos aquí maestre de campo que nos parta el sol... 

Bustamante lo cogió, lo retiró obra de veinte pasos y luego se plantó al extremo de la otra tumba. 

- Aguardad, continuó Valdivia. De todos modos la completa obscuridad cuadra mejor a las malas acciones. 

Y disparando al farolillo lo hizo añicos. 

- Ahora, añadió, arrojando la pistola y cruzando los brazos, podéis hacer fuego si tenéis corazón para ello. 

Bustamante apuntó al bulto inmóvil que distinguía apenas. La admiración triunfó de las malas pasiones. Arrojó también su pistola, extendió los brazos, fuese corriendo a Valdivia, y casi con lágrimas en los ojos: 

- Sois un valiente, le dijo, sí, sois un valiente. 

- Pues sabed que no he admitido nunca, ni pienso admitir jamás ningún desafío. 

- Y esto qué importa? Amáis a Carolina, os casaréis con ella; pero en cambio sed mi amigo. 

Terminada esta escena con un recíproco, estrecho y prolongado abrazo, disponíase a marchar y Valdivia se adelantó para salir el primero. Oyóse entonces un reloj que daba la una. Bustamante confuso, y corrido de haber medido tan mal el tiempo, de ningún modo quiso ceder a la cortesía de su nuevo amigo. 

La tarde de aquel día nos reunimos como de costumbre esperando el enlace o desenlace de aquel suceso. Bustamante tardó un buen rato: al fin le vimos aparecer pálido y desencajado. Sus ojos estaban hundidos, sus labios amoratados y acribillados por la calentura. 

- Y Valdivia? le preguntamos sorprendidos. 

- Valdivia se casa con Carolina, yo mismo he pedido su mano al coronel que a mis ruegos ha cedido. 

- Y eso? 

- Es que Valdivia es un valiente, queráis creerlo o no. 

- Y cómo lo sabéis vos? 

- Es un secreto que yo me reservo. 

Y este secreto me lo confió después a mí, añadió el retirado, como a su único y especial confidente. 

(Muy interesante el número tres en este relato. En algunos pueblos suenan los cuartos, incluso de noche, como en Beceite, mi pueblo, por lo que escuchó la 1 menos cuarto : 12:45, y creyó que eran las 3, tenían que estar 3 horas desde las 00 que sonaron estando ya en el cementerio).

sábado, 25 de septiembre de 2021

Cent noms Deu, L-LIX, 50-59

L.



¡O
NODRIDOR!



Deus
dona a hom bon nodriment



Quant
li dona bon amament,



Bon
entendre e bon membrament.



Qui
vòl sí mateix bé nodrir



Guardse
que no vulla mentir,



Ne
de Deus se vulla partir.



Es
nodriment espiritual



En
pensament qui es leyal



D'
on vé nodriment corporal.



Mays
val a fill bon nodriment



Que
no fá l' aur ne l' argent



Que
li poren dar sey parent.



Ab
amor deu hom començar



Nodrir
altre, per ço que amar



Lo
faça estar de mal far.



Qui
no pòt nodrir ab amor



Nodresca,
si pòt, ab pahor,



Car
pahor empatxa follor.



Hom
nodreix sí mateix leyals



Quant
consira los bens cabals,



E
consira qu' es mortals.



Qui
per altre pren castigament,



Sab
nodrir sí mateix bellament,



E
está savi e conexent.



Qui
vòl nodrir ab sermonar



E
ço que diu no vulla far,



No
sab si nodrir ne amar.



Nodriment
que es començat



Ab
esperança e leyaltat



En
bon fundament es pausat.



Hom
qui sia molt ben nodrit



En
tot loch troba bon amich, 

E no ha pahor de enemich.


LI.



¡O
ENDREÇADOR!



Aquells
homens qui volen Deus amar,



éll
los endreça ab ben far,



Ab
bon entendre e membrar.



Deus
endreça bon pensament



Com
pensa lo començament



E
'l mijá, d' hon vé compliment.



Qui
vòl esser bé endreçat,



Endréç
son cor ab caritat,



A
paciencia e humilitat.



Aquell
endreça bon amar



Qui
endreça a consirar



Com
faça Deus a home honrar.



Endreça
home son poder



Com
lo posa en gran voler,



En
gran bonea e saber.



Hom
endreça sa bontat



Si
la posa en leyaltat,



En
justicia e veritat.



Qui
vòl bonea endreçar,



Prenga
d' ella bonificar,



E
meta 'l en magnificar.



Cell
qui s' endreça a virtut,



Endreça
sí a la salut



D'
entendre, membrat e volgut.



Qui
's desvia de malvestat,



S'
endreça a felicitat,



E
a virtut de volentat.



Endreçar
hom a veritat



E
desviar de falsetat



Es
compliment de bontat.



Christ
ha cascun hom endreçat,



Per
l' eximpli que ha donat, 

Mays l' eximpli es oblidat.




LII.
¡O
EMPERADOR!







Deus
es molt gran Emperador,



Qui
mana a hom per amor,



Que
honre molt sa gran valor.



Ha
Deus per ço fayt manament



Que
hom sia obedient,



E
que de Deus sia tement.



Deus
mana que hom l' am mays que re,



Per
ço que l' amar sia ple



D'
esperança, caritat e fé.



Mana
Deus que hom sia leyal,



Per
ço que no faça null mal,



Car
leyaltat fá hom cabal.



Deus
mana que hom sia cortes



Humil,
franch, plasent e entes,



Per
ço que no fall en nulla res.



Mana
Deus a home que encontinent



Faça
lo bé que pòt sens falliment,



Per
ço que tost sia obedient.



Deus
ha fayt manament a la volentat



Que
am bé far de tota sa potestat,



Per
ço que en re no haja ociositat.



Cell
qui a Deus es obedient,



Deus
lo fá estar alegrament



En
gloria eternalment.



Qui
a Deus no vòl obeir,



Deus
lo fá servir sens finir



En
foch d' hon no porá exir.



Christ
feu a Sanct Pere manament



Que
a las ovelles donás paximent,



Qui
las auciu no es obedient (11).







LIII.



¡O
ELEGIDOR!







Deus
es molt bò elegidor,



Car
éll eleig a sa honor



Li
bò qui no son peccador.



D'
aquells qui están en peccat,



Eleig
Deus a esser salvat



Ab
merce e ab pietat.



Está
Deus franch en elecció,



E
eleig qui 's vòl a salvació



Ab
gracia e a perdó (12).



Molt
nos fá Deus maravellar,



Car
enaxí nos vòl tirar



Ab
donar e ab perdonar.



Cell
qui eleig malvat prelat,



Eleig
falliment e peccat,



E
leixa virtut e bontat.



Qui
eleig anans plasent sentiment,



Que
bon amar e bon cogitament,



Pauc
ha apres de bon elegiment.



En
aquest mon hom ha libertat



Que
ab Deus elige virtut e bontat (13), (eleig)



E
sens Deus vici e malvestat.



Cell
qui ab Deus no pren amistat



En
elegir sa salvetat,



Ab
l' enemich se eleig dampnat.



Molt
val mays elecció



Per
humilitat e perdó,



Que
per ergull dampnació.



Elegir
home que sia bé acustumat



A
esser senyor ha si elet e pausat,



Com
ab éll sia en gran libertat.







LIV.



¡O
FAEDORI







¡O
Deus qui estás Faedor



De
bontat, virtut e amor




mí esser ton servidor.




fás en bontat bonificar,



De
bonificant, bonificable, e sabs far



De
granea, magnificar.



Deus
fá de justicia jutjar,



E
de misericordia perdonar,



E
fá en home temor e amar.



No
fá Deus home pererós,



Ne
no fá home ergullós



Mays
que fá home piadós.



Deus
fá home de cors mortal,



E
d'ánima racional,



E
fá ‘l virtuós e legal.



No
fá Deus bé de malvestat,



Ne
fá falliment ne peccat,



Car
tot es ple de gran bontat.



Aquell
es meyllor Faedor



Qui
fá amar de bona amor,



Que
cell qui fá castell ne torr.



Cell
qui no fá ço que deu far



E
fá peccat e mal estar,



Pauc
sab de natura d' obrar.



Qui
de bé sab far altre bé,



E
qui no vòl far mal per re,



En
tot quant fá bé se capté.



Aquell
sab bona obra far



Qui
fá Deus servir e honrar,



E
a Deus se fá molt amar.







LV.



¡O
VALOR!







Deus
es Valor, perque mays val



Que
tot quant es, e es cabal



A
hom de valor natural.



Valor
es ço qui val per bé,



E
ço ab que hom se capté,



E
ab que hom no falla en re.



Cell
qui ab valor vòl valer,



No
faça a Deus null desplaer,



E
faça bé ab tot son poder.



Valor
es de bonificar,



De
bon entendre e amar,



De
mercé e de perdonar.



Null
hom no pòt valor haver



Qui
fall contra negun dever,



Car
falliment no pòt valer.



Valor
null hom no pòt comprar



Si
no' s guarda de mal far,



E
que faça 'l bé que porá far.



Mays
val valor en pensament



Humil,
leyal, franch, conexent,



Que
en parents ni en argent.



Cell
qui no val e vòl valer



Estant
malvat, ja conquerer



No
porá valor ne bé haver.



Está
Valor en bon començament,



En
bon mijá e en bon affinament,



E 'n
aytals lochs se dona mantinent.



Nulla
re no val mays que Valor,



Ne
re menys val que hom peccador,



Car
a Valor fá deshonor.

LVI.



¡O
SENYORETJADOR!







Deus
es Senyor de tot ço qui es



Creat
e produt de no res,



Car
sens éll no fóre já mes.



Está
Deus Senyor de no re,



Car
tot çó prodúu que 's cové,



E
es Senyor de ço que no é.



Deus
es Senyor del firmament,



Dels
ángels e del element



E
de temps futur e de present.



Es
Deus Senyor de bon amar,



E
está Senyor ab donar



Ab
jutjament e ab perdonar.



Deus
es Senyor de libertat



Creada,
car ha obligat



A
far bé sens malvestat.



Deus
es Senyor per dret e per honrament;



E
qui vòl esser senyor ab falliment,



En
servitut está deshonradament.



Senyoria
es ocasió de mal,



Com
está en hom vil e desleyal,



Car
a sí mateix ne a altre re no val.



Molt
está pus prop a valor



Senyoría
qui está per amor,



Que
senyoría qui está per pahor.



Esser
senyor de son voler,



De
son membrar e de son saber,



Es
senyoría de plaer.



Per
ço es Senyor atrobat,



Car
es esdevengut peccat,



Lo
qual Senyor es obligat.







LVII.



¡O
VENÇEDOR!







Deus
pòt vençra malea e peccat,



Mays
no pòt vençre libertat



Qui
estiga en bona volentat.



Si
en peccador no 's pogués vençre libertat,



No
‘l pogra Deus ab justicia tenir encarcerat,



Perque
mercé leva hom cahút en peccat.



Cell
qui volrá vençre Deus ab merce,



Faça
per éll aytant com pòt de bé,



Car
negun bé ab Deus no 's descovè.



Molt
fá meyllor vençre Deus ab bona amor



Com
lo moua a esser perdonador,



Que
vençre son enemich, castell, ciutat ne torr.



Hom
pòt vençre sa mala volentat



Ab
paciencia, consciencia e caritat,



Car
Deus li ajuda ab merce e pietat.



Cell
qui vòl vençre ab malea bontat,



Ne
ab ergull, valor, humilitat,



Venç
sí mateix en mal e en peccat.



Hom
venç peccat ab contrició,



Confessió
e satisfacció,



Oració
e querre perdó.



Si
hom no pogués vençre ab saviesa falsedat,



Ab
veritat e bona volentat,



Pogra
falsedat vençre ab Deus veritat.



Aquell
venciment es bò per qui hom ha salut,



E
aquell es mal per qui hom es perdut,



E
aquell val mays per qui Deus es conegut.



Christ
vençé son cors en la crotz ab la mort,



Ab
lo qual vençé lo perillós e mal port,



Hont
Adam estava en gran desconort.







LVIII.



¡O
GRACIA!







Car
Deus ha franca libertat



En
donar e perdonar de grat,



Es
Deus Gracia apellat.



Deus
fá gracia a hom com lo vòl crear,



Car
home per sí no es digne de estar,



Car
qui es de no re no pòt sí mateix meritar.



Als
homens qui son peccadors e están en peccat,



Qui
son per justicia a dampnació jutjat,




Deus gracia com los met en salvetat.



Deus
fá gracia a qui 's vòl, e no deu esser blasmat



Si
la fá a un e no a altre, car faria peccat



Si
en sí constrenyia sa franca volentat.



Hom
pòt per sa libertat ordenar com reba gracia del Senyor;



Mays
no pòt forçar Deus, car gracia se fá per amor,



E
per ço devem estar en esperansa e en pahor.



Qui
vòl esser ordenat a esser agraciat



En
aquell orde que pren es ja agraciat,



Car
sens gracia no poria esser ordenat.



Ço
que gracia es, apenas ho porem consirar,



Car
no es obra qui 's puscha sentir ne imaginar,



Ne
fora la libertat de Deus no la porem affermar.



No
havem altre consell si gracia volem haver,



Mays
que amem e serviscam Deus a nostre poder,



Segons
que nostra libertat ho porá sostener.



Cell
qui está en gracia es a éll gracia tan bell cabal,



Que
tot ço qui 's pòt sentir a éll tant no val;



Foll
es donchs qui la pert per null plaer sensual. (amar,
¡Ah, las!
com consir la gracia que Deus fá a cells a qui' s leixa



Ne
quants son aquells a qui no' s leixa servir ne honrar,



Adonchs
enten que gracia es dó qui 's molt car.







LIX.



¡O
MISERICORDIANT!







Deus
ha Misericordia de li peccador,



Per
ço que a sa factura aport gran amor,



E
per ço que home lo conega gran donador.



Deus
perdona ab granea de bontat,



E
per ço justicia consent a perdonabilitat,



E
fá ab Misericordia societat.



Tant
ha Deus gran volentat en perdonar,



Que
a justicia fá mercé amar,



Car
ab mercé pòt peccadors salvar.



Misericordia
es mare de li peccador,



La
qual mare ama sos fills per l' amor



Que
han a Deus Pare qui es perdonador.



Molt
es Misericordia bona a membrar



Ab
granea d' entendre e de amar,



Car
esperança aporta contra peccar.



Aquell
blastoma Deus e son gran voler



Qui
de sa Misericordia no ha negun esper,



Car
mays pòt Deus amar que hom peccat haver.



Misericordia
es dona qui perdona de grat,



Perque
cové que hom am la sua libertat,



Per
ço que per ella sia membrat e amat.



Cell
qui de Deus Misericordia vòl haver,



Sia
humil, leyal, e vertader,



E
faça aytant de bé com porá fer.



Qui
no fá tot lo bé que poria far



No
es semblant que molt am per donar,



Perque
Deus dona mays que hom no pòt pensar.



Ah!
com consir que eu só gran peccador,



Adonchs
m' albir que 'm cové haver gran amor



A
Deus qui es tan gran perdonador.