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domingo, 12 de julio de 2020

CAPÍTULO XXXIII.


CAPÍTULO XXXIII.

Del imperio de Constantino Magno, cómo lo dividió entre sus hijos, y de los demás emperadores hasta Arcadio y Honorio, y venida de las naciones bárbaras a España.

Comienza el año del Señor de 312 con el imperio de Constantino Magno, príncipe insigne y digno de eterna memoria y alabanza. Este fue el primer emperador que publicamente veneró el señal santo de la cruz, que le apareció en el aire, quedando cierto de la victoria que había de alcanzar contra Majencio, impío tirano. Vio esta divina señal en el cielo, y oyó una voz que le dijo: In hoc signo vinces, mote que han tomado (o tornado) diversos príncipes cristianos por orla de sus monedas, en que pusieron la cruz por señal. Quitó del lábaro las señales y letras profanas, y puso la santa cruz en él y en el yelmo, anillos y banderas y celadas, honrándose en todo con tan divina y santa señal. Cesó la Iglesia de ser perseguida, honró al sumo pontífice, reconoció el poder que Dios le había dado, y él reconoció ser súbdito suyo; hízose instruir en la religión católica, publicó edictos en favor de los cristianos, y dio al romano pontífice el palacio Laterano, que había sido de la emperatriz Faustina, e hizo cosas tales en favor y aumento de la Iglesia y romano pontífice, que no cesó hasta dejarle la ciudad de Roma y pasarse él a Constantinopla, señal evidente y clara de cuán de veras y corazón había recibido la fé católica y quedaba agradecido de los favores y mercedes que había recibido de la liberal mano de Dios.
Celebróse en Cataluña el concilio iliberitano, dicho así por la villa de Colibre, donde se juntó: lo que pasó en él y los cánones que se hicieron, refiere el doctor Pujades con gran averiguación. Es opinión de algunos que se dividieron en él los obispados de España, aunque otros sienten haber sido esta división en tiempo del rey Vamba (la hitación de Wamba); pero, dejada aparte la opinión de ellos, en razón del tiempo y lugar, es cierto que los obispados de Huesca, Lérida y Urgel, ciudades de los pueblos ilergetes, fueron declarados y señalados por sufraganáeos (sufragáneos) de Tarragona, de donde infiero que había ya obispos en catedrales, aunque ignoro qué nombre tenían, porque no se halla.
Murió el emperador Constantino a 22 de mayo, día de Pentecostés del año 337, y dejó dividido el imperio entre sus hijos. Lo que pasó sobre esta división dejo, por no ser de mi instituto; y solo proseguiré la orden y sucesión del que quedó señor de España, que fue el mayor, que se llamó Constantino, así como el padre, el cual le dejó España, Francia, Alemania, Inglaterra y Escocia; pero, malcontento de ello, porque, siendo primogénito, no le había dejado el padre más provincias, movió guerra a su hermano Constante, el cual metiéndose inconsideradamente en una batalla sin ser conocido, fue muerto, y la parte del imperio que le había dejado el padre, quedó en Constantino. A este mató en Helna, Majencio, tirano: aunque gozó poco de lo que había tiranizado, porque Constancio, el menor de los tres hermanos, le mató, y se quedó con las partes de los hermanos muertos y la suya; y fue en las costumbres muy desemejante a su padre, y movió persecución a la Iglesia, y murió el año 364, y le sucedió otro peor que él, que fue Juliano, apóstata, de quien hay harta memoria en las historias eclesiásticas. Este murió el año de 366: vino después de él Joviniano, gran varón y digno del imperio, el que no quiso Dios durase mucho en él, porque antes de un año le hallaron muerto en su aposento, ahogado del vaho de un brasero mal encendido. Valentiniano, por su muerte, fue nombrado emperador, y gobernó lo de occidente, que lo de oriente lo encomendó a Valente, su hermano, que tomó por compañero en el imperio. Por muerte de ellos entraron Graciano y Valentiniano, sus hijos, y por muerte de Graciano, el otro hermano quedó solo en el imperio, hasta el año 394 que también murió, y tuvo por sucesor el gran Teodosio, que ya en vida de ellos imperaba, y fue de los mejores emperadores y príncipes que tuvo el mundo, como lo verifican todos los autores que hablan de él. A este fueron sucesores sus hijos Arcadio y Honorio: estos dividieron el imperio en Oriental y Occidental. Dejo lo que toca al Oriental, que quedó a Arcadio: Honorio quedó con el Occidental.
Salieron por estos tiempos los vándalos, suevos, alanos y otras naciones bárbaras septentrionales de sus tierras, por haberles echado de ellas los godos, nación más poderosa, que les ocupó sus moradas y provincias. Fueron estas naciones divagando por el mundo y buscando dónde vivir: pasaron la Alemania y Francia, y vinieron hasta los Pirineos, con intención de entrar en España y destruirla, así como la demás tierra por donde habían pasado; pero hallaron brava resistencia en los pasos del Pirineo y se quedaron en Francia, quedando España, y más nuestra Cataluña, libre de tales y tan bárbaros enemigos.
No paró la desdicha de esta tierra con esto, ni jamás entraran estos bárbaros en España, si no fuera la tiranía de un soldado del emperador Honorio, llamado Constantino. Este capitán del emperador en Inglaterra, y valiéndose de sus soldados, se levantó con la tierra que el emperador le había encomendado, y se hizo señor de Francia, e hiciera con España (donde envió a Constante, su hijo), si no hallara dos capitanes del emperador, que eran Didimo y Veriniano (Veri), que, como buenos y fieles, juntaron la gente que pudieron, y tomando el paso de los Pirineos, resistieron a las entradas de los bárbaros y de Constante, hijo del tirano Constantino, que se quedó en Francia, sin poder entrar en España, como pensaba. Valióse entonces de los bárbaros que divagaban por Francia y juntóles con los suyos, y acometieron a los que guardaban el Pirineo y les venció. Didimo y Veriniano quedaron muertos, y sus soldados vencidos, y Constante quedó señor de España, y no permitió a los bárbaros septentrionales que entraran en ella, antes puso grandes guardas en el Pirineo, para que se lo estorbaran. Constante se volvió a Francia, donde estaba su padre. En esta ocasión los godos que, como queda dicho, habían expelido los vándalos, suevos y alanos, llegaron a Italia can gran poder, e hicieron sus conciertos con el emperador Honorio, que les dio tierra donde vivir. Los bárbaros que eslaban en Francia temieron a los godos; y para apartarse más de ellos, concertaron con aquellos soldados que guardaban el paso del Pirineo, que les dejasen entrar en España. Debieron de correr dádivas y otros medios con que se dejasen vencer, y dieron paso. Esto aconteció el año del Señor 410, y fue harta desdicha para toda España, y más para Cataluña y pueblos ilergetes, que fueron la primera tierra de España que pisaron. Quedó tal como se puede pensar la dejarían enemigos tan bárbaros y salvajes, y que pudieron hacer lo que les pareció, por no hallar contradicción en los capitanes que estaban por el emperador, que ya iban todos tras tiranizar la tierra, alzándose cada uno con lo que le era a mano, cuidando poco de la conservación del imperio romano. El emperador quiso remediar esto y expelir los bárbaros; pero no le fue posible, y ellos se quedaron en España, y los naturales de ella muy mal contentos de los romanos, por haber mal guardado la provincia, para cuya defensa sacaban tributos insoportables: pero como las cosas del imperio habían de tener mudanza en España, poco aprovecharon las diligencias del emperador. Tarragona, que era cabeza de la España Tarraconense, quedó perdida y acabada, y la Iglesia más de cien años sin pastor ni prelado; y si esto pasó en aquella ciudad tan fuerte, tan poblada y tan principal, ¿qué había de ser en otras que en todo le eran muy inferiores?
Dividiéronse entre estas naciones las provincias de las dos Españas, Citerior y Ulterior: los vándalos tomaron la Bética, y de ellos quedó el nombre de Vandalia, que, corrompido, es hoy Andalucía (Al-Andalus : Vandalus); los suevos tomaron para si la Galicia; y los alanos, unos pasaron a Portugal, y otros se quedaron en Cataluña y se mezclaron con otros bárbaros llamados Catos, de donde se originó el nombre de catalanes y Cataluña (Catos + alanos : Catalanos). Esta opinión es recibida de algunos, pero los más dicen que el origen de estos dos nombres fue en otra ocasión. (Chastel + ogne : Chastelogne, como de Burg y Bourg, Bourgogne).

Entradas en España estas bárbaras naciones, ora fuese que cansados de divagar por el mundo deseasen reposar, o que el clima de la tierra y celestes influencias mitigasen aquella bárbara ferocidad con que habían venido, buscaron paz con los naturales, y con facilidad la alcanzaron, y estos gustaron más de la compañía de ellos, que de la de los romanos, cuya desordenada codicia tenía cansada a toda España.