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sábado, 20 de junio de 2020

212. EL MILAGROSO HALLAZGO DEL CUERPO DE SANTO DOMINGUITO DE VAL


212. EL MILAGROSO HALLAZGO DEL CUERPO DE SANTO DOMINGUITO DE VAL
(SIGLO XIII. ZARAGOZA)

212. EL MILAGROSO HALLAZGO DEL CUERPO DE SANTO DOMINGUITO DE VAL  (SIGLO XIII. ZARAGOZA)


Hijo de un notario, el niño Domingo de Val había nacido en Zaragoza en 1243, entrando a formar parte del coro de San Salvador, la seo zaragozana, iglesia de la que era secretario su padre. La familia vivía en una casa cercana a la aljama judía.

Cuando el pequeño Domingo Dominguito le llamaba casi todo el mundo que le conocía— había cumplido siete años, tuvo lugar un horrendo hecho que terminó con su vida. Al parecer, una pragmática que había sido hecha pública en la aljama hebrea ofrecía librar de determinados impuestos o gravámenes a aquel judío que entregara un niño cristiano para ser sacrificado y renovar de esta manera la Pasión de Cristo.

Semejante reclamo indujo a un judío llamado Albayaceto a raptar a Dominguito que, una vez entregado en la sinagoga, fue crucificado con tres clavos, además de abrirle el costado con una lanza. El niño, con una valentía impropia de su edad, murió cantando motetes y gozos, los que había aprendido en el coro catedralicio.

Para tratar de ocultar el crimen, tanto el raptor como los asesinos cortaron la cabeza y manos del niño, y los tiraron a un pozo del Ebro, mientras enterraban secretamente el cuerpo cerca de la orilla del propio río. Naturalmente, conforme pasaba el tiempo y el niño no regresaba a su casa, se buscó por toda la ciudad sin hallar el menor rastro de él.

Un día, unos pescadores que se hallaban lanzado las redes en la orilla del Ebro vieron brillar una intensa y fantástica luz. El hecho les extrañó tanto que lo pusieron en conocimiento de las autoridades ciudadanas y religiosas, quienes decidieron ahondar con picos bajo la señal luminosa, hallando el cuerpo sin vida de Dominguito, a la vez que la cabeza y las manos del niño aparecieron también de manera milagrosa.

Como es natural, la ciudad se conmocionó, y un gentío enorme se concentró para llevar los restos mortales de Dominguito desde la iglesia de San Gil hasta San Salvador, es decir, la Seo zaragozana.

[Rincón, W. y Romero, A., Iconografía... II, pág. 38.]










domingo, 14 de junio de 2020

196. LA VENGANZA DE ABDELMELIC


196. LA VENGANZA DE ABDELMELIC (SIGLO XI. ALBARRACÍN)

A fines del siglo XI, los territorios independientes de la taifa de Albarracín estaban rodeados de los de la importante taifa de Sarakusta, de los de Molina, Cuenca y Alpuente, y de unos minúsculos señoríos vasallos del Cid. Sus pequeñas cortes eran hervideros de confabulaciones y las relaciones con los alcaides de sus fortalezas no estaban exentas de episodios más o menos intrigantes.
El segundo señor independiente de la Sahla, Abdelmelic ben Razín, tuvo ocasión de vivir una de estas intrigas en el castillo de Adakún, hoy Alacón, del que era alcaide y vasallo suyo un tal Obaidalá, cuñado de Abdelmelic, puesto que estaba casado con una hermana de éste.
Tramó con cuidado y sigilo Obaidalá el asesinato de su cuñado y señor, hombre ya mayor, con el deseo de sucederle en el gobierno de la Sahla. Para ello, invitó a su palacio a Abdelmelic y a sus hombres de confianza, ofreciéndoles un banquete en el que corrieron profusamente comida y vino. Cuando el señor de Alacón creyó llegado el momento, sus esbirros se lanzaron sobre Abdelmelic y le hirieron gravemente. Ante el drama que se estaba produciendo, la hermana del agredido —y esposa a la vez del agresor— pudo subir al piso superior y solicitar auxilio al exterior, de modo que los servidores de Abdelmelic entraron en el recinto y prendieron a los agresores, dejando con vida al traidor y a su hijo, tal como les pidió su señor, que yacía herido.

Los organizadores de tan sangriento festín fueron castigados con saña para que sirviera de escarmiento y Abdelmelic —que salvó la vida, aunque le quedaron cicatrices del atentado— hizo comparecer públicamente a Obaidalá, su cuñado, ordenando que le cortaran manos y pies, que le vaciaran los ojos y, por fin, que fuera crucificado a la vista de todos, como así se hizo, desoyendo las súplicas de su hermana. En cuanto al hijo del señor de Alacón, que era su sobrino y había participado también en la conspiración, decidió dejarle en libertad, pero no sin antes ordenar que le fuera cortado un pie para que nunca le pudiera perseguir.
Hay quien, todavía hoy, cree oír en Alacón, junto a las ruinas del castillo, los lamentos de una mujer, sin duda la esposa de Obaidalá, gemidos por el hijo al que su marido, el señor de la Sahla, castigara.