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lunes, 22 de junio de 2020

247. LA CONVERSIÓN DE UN MORO


247. LA CONVERSIÓN DE UN MORO (SIGLO XII. CORTES DE ARAGÓN)



Durante una de las muchas batallas entre moros y cristianos, cayó prisionero de aquéllos un vecino de Muniesa. Mientras duró su cautiverio, se mostró resignado como buen cristiano, pero un día despertó con la mirada melancólica y, de pronto, rompió a llorar tan desconsoladamente que el moro que lo vigilaba sintió curiosidad y se acercó para preguntarle por el motivo de su desesperación.

El cristiano le contestó que al día siguiente se celebraba la fiesta de Nuestra Señora de la Aliaga en su pueblo y él, que sentía una gran devoción por la Virgen, sería la primera vez que faltara a la cita para venerarla. El infiel, que sabía más bien poco de la religión cristiana, ignoraba la existencia de esta Virgen y siguió preguntando al cautivo.

El prisionero le contó cómo un día, una niña del pueblo de Cortes que cuidaba el ganado vio una imagen de la Virgen María sobre una aliaga e hizo que todo el pueblo se acercara a visitarla. Los mayores tomaron la imagen y la llevaron a la iglesia. Pero al día siguiente, para sorpresa de todos, la imagen había desaparecido, aunque la encontraron, sin embargo, de nuevo sobre la aliaga, en medio del campo, de modo que decidieron levantar allí una ermita y modelaron en barro una aliaga para que le sirviera de soporte.

El moro guardián no comprendió nada de lo que oía, pues su falta de fe le impedía entender el milagro. Pero la historia le pareció tan extraña que creyó que se trataba de una treta del cristiano para escapar, de modo que lo ató y lo metió en un arcón. Después de cerrarlo, él mismo tomó una manta y se tendió encima para pasar la noche.

Ya en el pueblo, cuál no sería la sorpresa de los fieles que llegaron al punto de la mañana del día siguiente al santuario y se encontraron con un moro, envuelto en una manta, durmiendo sobre un arcón. Cuando despertó el moro, sin alcanzar a saber qué estaba ocurriendo, dio un brinco de puro espanto, mientras que del interior del arcón salía el cautivo, contento por verse liberado y en su pueblo. Comprendiendo entonces todo lo que le había contado el cristiano la noche anterior, el moro guardián se convirtió, cayendo de rodillas ante la imagen de Nuestra Señora de la Aliaga.

[Sánchez Pérez, José A., El culto mariano en España, págs. 32-33.]