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lunes, 22 de junio de 2020

241. VISORIO, ASESINADO POR UNA PARTIDA DE MOROS


241. VISORIO, ASESINADO POR UNA PARTIDA DE MOROS
(SIGLO X. BOLTAÑA Y LABUERDA)

241. VISORIO, ASESINADO POR UNA PARTIDA DE MOROS  (SIGLO X. BOLTAÑA Y LABUERDA)


En Cadeillán, una población situada al otro lado de los montes Pirineos, donde había nacido, Visorio fue pastor de ovejas durante su niñez, antes de que iniciara los estudios de gramática, tocado por una prematura y firme vocación religiosa.

Siendo muy joven todavía, decidió trasladarse a la Península y eligió para instalarse las tierras de Sobrarbe, junto a un viejo y santo ermitaño, con quien estuvo conviviendo durante varios años en una cueva haciendo con él una vida eremítica antes de ordenarse sacerdote. Estando al cuidado del rebaño de ovejas que les servía de sustento a ambos, realizó varios hechos portentosos, al decir de sus contemporáneos, como el hacer que su simple cayado de madera de boj sirviera e hiciera de puente para que las ovejas de su rebaño salvaran desniveles enormes y cortadas inverosímiles.

Se hizo sacerdote, mas como la actividad sacerdotal vivida en comunidad no llegó a convencerle, decidió retornar a la vida de eremita, y se instaló en una cueva que estaba cercana a San Vicente de Labuerda, lugar donde entró en contacto con los niños Clemencio y Firminiano, que estaban dispuestos a seguir sus pasos. En aquel paraje, transcurría lenta su vida de penitencia y ayuno, ayudando cuanto le era posible a los pastores y a los ganaderos de la montaña en sus quehaceres cotidianos.

Un desdichado día, Visorio y los dos niños cayeron en manos de una partida armada de musulmanes. No era normal que éstos molestaran a quienes se dedicaban a la oración, aunque observaran una religión distinta a la suya, pero en esta ocasión la costumbre no se respetó. Los apresaron, los sometieron a torturas y, como si se tratara de un juego, los pequeños Clemencio y Firminiano fueron degollados sin piedad, mientras que el eremita era acribillado a flechas y le cortaban la cabeza.

Sus cuerpos sin vida permanecieron en la cueva insepultos, hasta que, transcurridos muchos años, una luz que apareció en la montaña, sin nadie que la produjera, condujo hasta la cueva a las gentes de San Vicente y Labuerda.

[«Gozos de San Visorio», en El Gurrión, 31 (Labuerda, 1988), 9. Rincón, W. y Romero, A., Iconografía..., II, págs. 20-21.]