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domingo, 28 de junio de 2020

CAPÍTULO VII.


CAPÍTULO VII.

De la venida de los Romanos. Sucesos y guerras entre ellos y los Cartagineses.

El poder de los cartagineses era tan grande en España, y se iba de cada día acrecentando, que la república romana, émula y enemiga capital de ellos, conoció cuán floja y mal mirada había sido en dar lugar a que mejorasen tanto sus hechos en España, y acordó de mirar en todas las ocasiones se ofreciesen, cómo podría remediar su negligencia y descuido pasado, buscando algún color con que los atajase; y porque sabia que en España había tales aparejos de gentes y voluntades, que pondrían ánimo a los cartagineses para volver a cobrar lo que les habían quitado los romanos en las islas de Cerdeña y Sicilia, de cuya pérdida, aunque lo disimulaban, habían quedado muy lastimados, sin duda Roma quisiera principiar el estorbo que quería hacer a la potencia de los cartagineses en España, si no tuviera información en este mismo tiempo de que los franceses de tras los Alpes se querían juntar con los galos cisalpinos, que es lo que hoy decimos Lombardía, para sojuzgar y destruir del todo la república romana. Por acudir a tan gran peligro, no pudieron estos romanos al presente comenzar en España lo que intentaban contra los cartagineses, pero probaron lo que pudieron, según las otras ocupaciones les daban lugar; porque primeramente renovaron las concordias antiguas con la misma Cartago, porque sabían que si ella y los franceses acometían a la par, no pudieran defenderse. a más de esto, procuraron muy en secreto buscar algunas entradas en España, enviando mensajeros a Marsella; y aunque con otro color, pero el fin de la embajada era para tratar por medio de ellos liga y confederación con los de Empurias, villa principal en Cataluña, no lejos de los montes Pirineos, donde comienza el principio de España y que era la cabeza y más principal pueblo de los Indigetes, que estaban entre cabo de Creus y la ciudad de Gerona. Por medio de los de Empurias, y a su instancia, se concertaron los de Sagunto y Denia. Holgaron todos de la amistad de Roma, por la fama de su buena fortuna y de la fé, bondad y virtud que mantenía a sus amigos, lo que no era en los cartagineses, que a trueque de hacer su negocio, no guardaban la palabra sino en cuanto les convenía para sus provechos y no más. De esta manera entraron los romanos en España a los 528 años de la fundación de Roma y 224 antes de la venida de Jesucristo señor nuestro: y fue tan grande el contento que tuvieron los romanos de esta entrada, que no se pueden contar las gracias que por ello hicieron a sus dioses, de alcanzar parte en tierra tan rica y llena de hombres discretos y valientes; y confiando los romanos de tal nación, tuvo ánimo aquella república para enviar su embajador a Cartago, para pedir y saber si la destrucción de Sagunto había sido orden del senado cartaginés, o acción sola de Aníbal, porque estaban los romanos muy agraviados de aquello, por ser los saguntinos confederados y amigos suyos y tocarles la defensa y amparo de ellos; y después de diversas satisfacciones que dieron los cartagineses a los embajadores romanos, que más parecían escusas que otra cosa, cuenta Tito Livio, que habiendo oído el embajador romano las razones de un cartaginés, escusando el estrago que los suyos habían hecho en Sagunto, tomó una parte de su toga, y la plegó haciendo un seno, y les dijo a los de aquel senado: «Aquí dentro os traemos la guerra y la paz: escoged y tomad de estas dos cosas la que más quisiéredes;» y no espantados de esto los cartagineses, le dijeron a grandes voces, que lo que más quisiese; y el embajador romano, desplegando el seno que había hecho de su vestidura, les dijo que les daba la guerra, y ellos respondieron que la aceptaban, y que con el mismo corazón que la recibían la entendían proseguir. Salieron los embajadores de Cartago y vinieron a España, porque esta era la orden que llevaban, para solicitar las ciudades que quisiesen tener su parte y apartarlas de la amistad de los africanos; y dice Livio, que llegaron primero a unos pueblos llamados Bargusios, de quienes fueron muy bien recibidos: Ad Bargusios primùm venerunt, à quibus benignè accepti. Eran estos pueblos de Cataluña, según dicen Florián, Pujades y otros; y tengo por cierto que eran los de Balaguer y sus contornos, por hallar que Tolomeo entre los pueblos Ilergetes pone en primer lugar un pueblo llamado Bergusia, al que el autor que tradujo la Geografía de Tolomeo en lengua italiana dice ser Balaguer: y no va esto fuera de camino; pues dice Beuter, que ya antes de la destrucción de Sagunto los romanos tenían confederados muchos de los pueblos (que) estaban entre el río Ebro y los Pirineos, aunque se ignora qué romano pasó primero en estas partes, o cómo se introdujeron estos conocimientos y confederaciones; y no faltan algunos que dicen haber pasado algún romano llamado Curcio, que dio el nombre al río de Noguera Ribagorzana (Ripacurcia, Ribagorça, Ribagorza, Ripacurçia, etc), que pasa por medio de los pueblos Ilergetes y viene a desaguar en el río de Segre entre las ciudades de Balaguer y Lérida, en la región o términos donde estaban estos pueblos Bargusios y la ciudad Bargusia, a quienes quedó tal amor y buena voluntad al senado y pueblo romano, que sus embajadores no hallaron en su primera entrada otros pueblos que los recibiesen con mayor amor y muestras de buena voluntad que estos, por lo mucho que estaban cansados del mando y gobierno de los cartagineses, que eran muy aborrecidos de todos aquellos españoles, creo yo que por la crueldad hecha en Murviedro (muro verde), cuya fama sonaría ya por la región de ellos y por otras muchas, o por algún agravio de que estarían sentidos de tiempo pasado cuando los cartagineses procuraban meter sus gentes por aquellas tierras. De aquí pasaron los embajadores romanos a Aragon, en una región a partida de tierra que llama Livio Volcianos (o Voloianos), de quien no se halla memoria en los cosmógrafos antiguos; pero, según se conjetura, caían aquellos pueblos o gentes en la Celtiberia y en la parte más vecina de los Bergusios. Llegados aquí los embajadores romanos, no fueron tan bien recibidos como ellos pensaban; porque les dieron tal respuesta, que fue divulgada por toda España, y fue causa que todos los otros pueblos se apartasen de la amistad de los romanos; porque después de haberles los embajadores romanos propuesto su embajada, se llevaron uno de los más principales, quien les dijo:
«¿Qué vergüenza es esta vuestra, romanos, que andeis pidiendo que antepongamos vuestra amistad a la de los cartagineses, habiendo sido los saguntinos más cruelmente vendidos por vosotros, que destruidos por los cartagineses? Id allá a buscar amigos, donde no se sabe la perdición de Sagunto, que siempre será lamentable ejemplo para que ninguno se fíe más en la fé y compañía de vosotros;» y así les mandaron salir de su comarca, y dice Livio que no hallaron mejor respuesta en ningún pueblo de España.
En este estado estaban las cosas de los romanos en España, cuando en Roma se armaban naves a toda prisa y hacían soldados para pasar acá, y valiéndose de los amigos y de otros que confiaban de nuevo ganar, resistir a los cartagineses hasta del todo echarles de ella, y vengar los agravios y sinrazones que habían hecho a los saguntinos, amigos y confederados del pueblo romano. Aunque estas armadas y levas de soldados eran notorias a los cartagineses, pero no sabían ni atinaban para qué tanto aparato de guerra y tanto soldado, ni juzgaban dónde habían de descargar tales nublados, y todos estaban advertidos. Estando con esta duda y suspensión en España, que era la parte para donde menos pensaban hacerse aquellos aparatos, descubrieron una mañana en el mar de Cataluña copia de navíos largos a manera de galeras bastardas, bien armadas y puestas a punto de guerra, hasta número de setenta, que doblaban el cabo de Creus y se encaminaban al golfo de Rosas, enderezando su camino, a lo que se podía conjeturar, hacia Empurias. Traían en la delantera cuatro galeotas de Marsella, las cuales, como fustas amigas y conocidas ya de los emporitanos, se adelantaron para sosegarlos, si por casualidad tuvieran algún recelo de ver esta flota que se les acercaba, certificándoles ser gente romana, que venían no solo para defender a los amigos y confederados viejos que tenían acá, sino para tomar otros nuevos y echar fuera de España a los cartagineses con su capitán Asdrúbal y otros que la tiranizaban. Venía por capitán general un caballero romano llamado Neyo Scipion, por sobre nombre Calvo, hermano de Cornelio Scipion, que era uno de los dos cónsules que aquel año regían la república romana. Entrado ya Neyo Scipion con su armada por el golfo de Rosas, llegaron a Empurias, y allí, con la seguridad y buena relación que les trajeron las galeotas marsellesas, fueron alegremente recibidos, y saltaron en tierra sin
alguna contradicción ni embargo.