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domingo, 24 de noviembre de 2019

SELIMA, LA PRETENDIDA DE IBN ABDALÁ DE ZARAGOZA


189. SELIMA, LA PRETENDIDA DE IBN ABDALÁ DE ZARAGOZA
(SIGLO VIII. DAROCA)

SELIMA, LA PRETENDIDA DE IBN ABDALÁ DE ZARAGOZA


Esta historia tuvo lugar en pleno territorio musulmán, en la época del llamado emirato independiente de Córdoba, cuando Sarakusta (Zaragoza) era gobernada, en nombre y representación del emir cordobés, por un tal Ibn Abdalá. El moro en cuestión se vio obligado a buscar la ayuda de Carlomagno para afianzar su tambaleante poder por todo el valle del Ebro, pues no debemos olvidar que toda la Marca Superior de al-Andalus era un enrevesado entresijo a modo de pequeñas cortes tribales, difícilmente controlables desde la lejana Córdoba y casi tampoco desde Sarakusta.

Entre los territorios que, más en la teoría que en la práctica, dependían políticamente del sarakustí Ibn Abdalá estaban los que se administraban desde Daroca, que era una importante plaza fortificada.

Vivía en Daroca Selima —una sobrina del mismísimo Muza y a la sazón esposa de un tal Ahmar—, bella mujer de la que gobernador Ibn Abdalá se había enamorado y pretendía hacer suya, si bien se vio rechazado de manera reiterada en sus pretensiones.

La providencia quiso que Ahmar falleciera por aquel entonces y la bella Selima, ahora viuda y, por lo tanto, libre, rechazó una vez más los galanteos del gobernador, que visitaba con cierta frecuencia Daroca para poder verla. Mas si en vida de Ahmar la prudencia le hizo actuar con cautela, ahora tomó muy a mal la pertinaz negativa de Selima, de modo que, despechado y abusando de su poder, mandó prenderla y enterrarla viva en lo más profundo de las mazmorras del castillo darocense.

Desde entonces, de cuando en cuando, hay quienes oyen extraños ruidos y lastimeros lamentos que surgen de la oscuridad y, en ciertas ocasiones, se puede ver cómo una sombra vaga y casi difuminada recorre la muralla y los restos del castillo de Daroca, portando unas tenues luminarias en su mano invisible. Se trata, sin duda alguna, de la sombra quejumbrosa y errante de la fiel y hermosa Selima que pide venganza.

[Beltrán Martínez, Antonio, Leyendas aragonesas, pág. 120.]