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martes, 23 de junio de 2020

275. SANTO DOMINGO PREDICA LA DEVOCIÓN DEL ROSARIO


275. SANTO DOMINGO PREDICA LA DEVOCIÓN DEL ROSARIO
(SIGLO XIII. ZARAGOZA)

275. SANTO DOMINGO PREDICA LA DEVOCIÓN DEL ROSARIO  (SIGLO XIII. ZARAGOZA)


La llegada a Zaragoza, en 1219, del fraile predicador Domingo fue todo un acontecimiento. Coincidió ésta con la fundación del convento de Predicadores en el lugar que ocupaba la ermita de Nuestra Señora del Olivar, y muy pronto comprobaron los zaragozanos que la fama que le precedió estaba justificada, de modo que llenaron todos los días la iglesia del nuevo convento para oírle predicar.

En cierta ocasión, los zaragozanos quedaron admirados por el poder de persuasión del fraile Domingo, capaz de enderezar la vida de Pedro, un convecino importante, conocido por su maldad y su disipada vida, al que su propia mujer y criados rehuían atemorizados. Coincidió que el tal Pedro, movido por la curiosidad, entró en el templo cuando predicaba Domingo. Iba dispuesto a enfrentarse a él. En aquel instante, el orador estaba pronunciando la frase evangélica de que «quien hace pecado, siervo es del pecado». Los fieles temían cualquier cosa de aquel depravado.

Don Pedro razonaba internamente sobre su falta de remedio y estaba dispuesto a seguir gozando de sus vicios. Nada más penetrar en el templo, Domingo adivinó las tribulaciones de aquel hombre y, fijando su mirada en el recién entrado, enderezó los argumentos del sermón hacia él. La tensión entre los fieles era enorme, pero afortunadamente no ocurrió nada. El caso es que don Pedro volvió un día y otro, hasta que Domingo —sin haber mediado palabra directamente con aquel pecador— le envió a través de fray Bernardo unas cuentas del Rosario de Nuestra Señora, rogándole que usase aquel remedio antes que Dios ejecutase en él los rigurosos castigos que usó con Datán y Abirón.

Por fin, una mañana Pedro accedió a hablar directamente con el fraile Domingo. La pugna había terminado y el hombre pidió confesarse. Eran tantos los pecados que expiar, que no sabía el predicador qué penitencia imponerle, decidiéndose porque rezara diariamente el Rosario, lo que hizo de manera pública para dar satisfacción a los escandalizados por sus públicos pecados, aconsejándole que se inscribiese en la recién creada Cofradía del Rosario. La fama del predicador Domingo se acrecentó y el rezo del rosario se generalizó en Zaragoza y Aragón.

[Faci, Roque A., Aragón..., I, págs. 29-31.]



La presencia de los dominicos en Zaragoza data oficialmente del 1219, y cuenta una tradición respetable que su fundación fue obra personal de santo Domingo a su paso por la Ciudad del Pilar y fruto de su predicación en ella. Ubicados en un principio en la evocadora ermita conocida como del Olivar, llamada la del milagro, se asenta­ron definitivamente a orillas del Ebro, junto a las murallas que protegían el nuevo barrio cristiano, puesto bajo la protección de san Pablo, donde construyeron el que fue célebre convento de Predicado­res, representación genuina del gótico dominicano dentro del gótico aragonés. Su vitalidad se proyectó en otras fundaciones, como la de Calatayud en 1253 y Huesca en 1254. Ya en tiempos de Xavierre se fundó la institución universitaria o colegio de San Vicente Ferrer en 1584, y siendo Maestro de la Orden tuvo lugar la célebre fundación del convento de San Ildefonso.

Desde el mismo siglo XIII compartieron la actividad evangelizadora y catequética con otras órdenes mendicantes, como agustinos ermita­ños y franciscanos. En conjunto se distinguieron por su intensa labor popular como pacificadores en movimientos antifeudales y frente a tumultos populares, más frecuentes de lo que cabría desear. La vida de los frailes discurría al ritmo que marcaba la sociedad de cada época. Vivieron y sufrieron los días luctuosos y gloriosos de la invasión francesa, forjando ideales cuya consecución supuso el sacri­ficio de muchas vidas en la defensa del sagrado don de la libertad. Sólo el hachazo de la supresión de las órdenes religiosas en España, en 1835, pudo yugular una trayectoria histórica, que prometía, aún, muchas y grandes cosas. Los Frailes Predicadores tuvieron que espe­rar hasta el año de 1942, en que, gracias a incansables gestiones, constancia de fibra aragonesa, y nunca desmentida esperanza, pu­dieron volver a ocupar un lugar en una Zaragoza abierta a otros muchos campos, que ofrecían amplias posibilidades de instaurar glorias pasadas en tiempos presentes.
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