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domingo, 28 de junio de 2020

350. SANTA ISABEL HIZO DE MONEDAS ROSAS


350. SANTA ISABEL HIZO DE MONEDAS ROSAS (SIGLO XIII. BELEM)

De todos es conocido cómo salió del zaragozano y hermoso palacio de la Aljafería la infanta aragonesa doña Isabel para convertirse en reina de Portugal, pues allí se casó con el monarca luso don Dionis. También es sobradamente sabido por todos cómo soportó con resignación los numerosos deslices de su esposo y, asimismo, es proverbial su entrega a los menesterosos y a los enfermos. Su edificante vida acabó llevándola a los altares, y hoy se le reconoce entre los demás santos por unas rosas que esconde en su halda. La siguiente es la historia legendaria de esas rosas.

La reina Isabel de Portugal, hija de Pedro III de Aragón, dedicó parte de su actividad a la atención del prójimo, dando a los pobres y desamparados cuanto de valor podía convertirse en ayuda, lo cual solía disgustar al rey don Dionis, su marido. Así es que se veía obligada a disimular sus actividades caritativas hasta donde le era posible.

Un día de pleno invierno, cuando salía doña Isabel de palacio para intentar socorrer unas necesidades de las que tuvo conocimiento, se tropezó con don Dionis, que receloso estaba al acecho. En lugar de llevar en un monedero las monedas que intentaba repartir entre los pobres, lo cual hubiera sido muy ostensible, las llevaba escondidas la reina en su halda. El monarca le preguntó adónde iba y qué escondía en el halda, contestando Isabel que eran flores y que las llevaba al altar del oratorio para adornarlo. No creyó don Dionis en la contestación recibida, máxime cuando era invierno y en los jardines de palacio no habían nacido todavía las flores. Así es que dudó de ella y le afeó su conducta por tratar de mentirle.

Doña Isabel, muy dolorida por las palabras y la actitud del rey, mantuvo con firmeza que eran flores, confiando en que sería creída. Pero don Dionis, lleno de ira por el engaño que estimaba le estaba haciendo objeto su mujer, le dio un manotazo al halda y el suelo de la estancia se cubrió de enormes rosas fragantes, como si estuvieran recién cortadas. El rey le pidió perdón, pero en su interior siguió germinando la duda.

[Azagra, Víctor, Cosas nuevas de la Zaragoza vieja, I, págs. 40-41.]