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domingo, 28 de junio de 2020

Capítulo XIII.


Capítulo XIII.

De cómo Scipion dio libertad a la mujer e hijas de Mandonio e Indíbil y de la oración que hizo Indíbil delante de Scipion.

a Indíbil, Mandonio y Edesco, nobles españoles, parecía que, restituyendo los rehenes a los demás, tardaba Scipion más de lo que debiera en volverles sus mujeres e hijas, y que debieran los cartagineses rescatarlas, ya que no habían sabido guardar la ciudad de Cartagena, donde las tenían guardadas. Sobre esto pasaron entre Asdrúbal y ellos algunas razones y pesadumbres, y el fin de ellas fue quedar desavenidos y muy disgustados de los cartagineses, que en ocasión que tanto necesitaban de sus amigos y estaban sin rehenes, dejasen de corresponder con sus amigos.
Estos disgustos engendraron en el pecho de los tres españoles pensamientos de dejar el bando cartaginés, de quien tan quejosos estaban, y volverse a los romanos, cuyo capitán, después de haberle muerto sus padres y tío, en vez de hacerles malas obras y tratar a sus mujeres e hijas como de enemigos, les hizo las honras y cortesías que hemos visto.
Estos pensamientos de estos caballeros españoles vinieron a deseos: solo detenía la ejecución el no hallar ocasión; pero un ánimo determinado presto la toma, y raras veces la deja pasar. Así lo hizo Edesco, que enfadado ya de tanta superchería como usaban con él los cartagineses, por cobrar su mujer e hijos, con muchos de sus parientes y amigos, se declaró amigo de Scipion, y se le vino a ofrecer por tal.
Mandonio e Indíbil deseaban hacer lo mismo; pero aguardaban ocasión en que no solo fuesen bien recibidos de Scipion, sino que el dejar a Asdrúbal fuese en ocasión que más necesitase de ellos, porque así más claramente conociese lo que perdía. Asdrúbal quería venir a batalla con Scipion y que esta fuese de poder a poder, antes que del todo le dejasen los suyos, que cada día se pasaban a Scipion, y los pueblos y amigos que había tenido, y de quien confiaba, todos le dejaban. Halláronse los ejércitos en la Andalucía, y el de Scipion llevaba muchas ventajas al de Asdrúbal. Un día, con buena disimulación, se apartaron Mandonio e Indíbil con sus gentes en unos collados altos, de donde, por ser las alturas de aquellas sierras continuadas con el puesto en que Scipion estaba, podían sin estorbo y verlo Asdrúbal pasar a él. Aquí se estuvieron algunos días, asentando su real por su parte con su gente, hasta que pudieron ya venir a verse con Scipion, en secreto, ellos con pocos de los suyos. Llegados ante él los dos hermanos, Indíbil habló por entrambos, y, según dice Tito Livio, aunque bárbaro, no imprudente, ni neciamente, ni con palabras mal ordenadas y sin concierto, como de un español
feroz se esperaba, antes con mesura y gravedad, y de mucho peso parecía en sus razones, que escusaba muy cuerdamente el pasarse a Scipion como cosa forzosa y necesaria, y no de ímpetu arrebatado y sin consideración; diciendo, que bien sabía él que el nombre de los que huían de una hueste a otra era abominable a los amigos que dejan y sospechoso a los que toman; que él no reprendía la costumbre de los hombres, si la causa y la verdad, y no el nombre solo, hacen el aborrecimiento tan dudoso; y que no culparían a nadie cuando se juzgase de ellos por esta común estimación, si no pareciesen muy justas las causas de su mudanza, para la justificación de ellos. Contó por orden Indíbil los muchos servicios que él y su hermano habían hecho a los cartagineses,
y la avaricia, soberbia y crueldad que siempre habían hallado en ellos. « En recompensa de esto, vistas, pues, las injurias, decía Indíbil, con que los cartagineses trataban a nuestros vasallos y a nosotros con ellos, con los cuerpos solos les seguíamos, que los corazones y voluntades acá andaban, Scipion, contigo en tus reales, donde entendíamos que era estimada y reverenciada la justicia y lealtad, y el respeto de toda virtud: esto venimos agora a buscar, acogiéndonos juntamente con humildad a los dioses, que nunca jamás consienten que las maldades públicas de los hombres queden sin castigo. Así, Scipion, solo te pedimos, que no atribuyas esta nuestra venida ni a honra, ni a vituperio, hasta que la experiencia de nuestras obras te muestre cómo debes juzgar de ellas.» Scipion les respondió muy humanamente, que así lo haría sin duda, y que no tenía por desleales a los que no tuvieron por firme la amistad de quien ningún acatamiento tenía ni a Dios ni a bondad. Mandó luego Scipion traerles sus mujeres e hijas, y dierónseles libremente, con un gozo de los unos y de los otros tan grande que no menos que con lágrimas lo manifestaban. Fueron aquel día huéspedes de Scipion todos, y el siguiente, asentada la amistad y hechas las alianzas, se volvieron a donde habían dejado su gente. Vueltos después con ella, Scipion les mandó aposentar dentro de su real, y llevándoles por guía, llegó cerca de la ciudad de Bétulo, que era en la Andalucía, cerca de donde están Úbeda y Baeza, aunque fray Juan de Pineda dice haber pasado esto en Cataluña, en el pueblo que hoy llamamos Badalona. Dióse la batalla, que cuenta muy largamente Ambrosio de Morales, y en ella Asdrúbal y los suyos quedaron destrozados, vencidos y del todo perdidos. En esta ocasión dice Polibio, que todos los que allá estaban y los cautivos en público le aclamaron rey, dándole de común consentimiento este título, así como se lo habían ya dado antes a Edesco, Mandonio e Indíbil; pero aunque él lo disimuló entonces por ser en secreto, esta vez les dijo que el nombre de capitán, que era el título que sus caballeros le daban, era muy grande para él, y que el nombre de rey era en otras partes grande, pero en Roma intolerable; y él tenía el ánimo real, y que si ellos tenían por gran cosa de él, que lo juzgasen con sus corazones, mas que no le hablasen con la boca; de lo que quedaron más admirados aquellos españoles, por parecerles grande su modestia, pues menospreciaba una honra y título tal, que con su grandeza suele espantar y poner atónitos a los hombres, y ya, como escribe Polibio, Edesco, Mandonio e Indíbil, cuando habían venido a darse a Scipion, le habían saludado llamándole rey; mas, como dije, no hizo por entonces caso de esto; agora sí, porque se comenzó a hacer en público y con consentimiento de todos.
Quedó muy agradecido Scipion de aquellos señores españoles y de todos los soldados, y dio a cada uno de ellos los premios según su valor y merecimiento, como lo tenía de costumbre; y a Indíbil, a quien reconoció aquella victoria y con nuevos beneficios quería obligar, le dio a escoger trescientos caballos de los que él quisiese, de los muchos que en el despojo se habían tomado. Debieron ser grandes los servicios de Indíbil, pues Livio señala el premio que Scipion le dio.
No dejaré de notar que el llamar Livio bárbaro a Indíbil, cuando cuenta el razonamiento que pasó con Scipion, fue porque los romanos a todas las naciones, excepto a los griegos, llamaban bárbaros, por parecerles el lenguaje de ellas áspero, duro, escabroso y poco pulido, preciándose ellos de lo contrarío. Esta palabra barbari, dice Estrabon que tuvo principio en Atenas, donde llegaban muchos extranjeros y querían hablar griego, y como no estaban acostumbrados a ello, a cada paso tropezaban, pronunciando esta voz: bar, bar de donde quedó el vocablo barbarus que a solo comprende a los que tenían ruin y escabroso lenguaje, pero cuando querían notar a un hombre de ignorante, vil, fiero, cruel y de malas costumbres, le llamaban bárbaro; y estaban los romanos tan contentos y pagados de su lengua y de su bello hablar, que les parecía que ningún extranjero podía llegar al uso de ella, y cuando un español o de otra nación hablaba latín bien y pulido, y hacía un razonamiento elegante y bien concertado, lo tenían por cosa nueva y extraordinaria; y por eso Livio, antes de describir el razonamiento de Indíbil, hace salva, por parecerle nuevo ser un español bien hablado: Indilibis et Mandonius, dice Livio, cum suis copiis occurrerunt: Indibilis pro utroque locutus, haudquaquam ut barbarus, stolidè *(no se lee bien) incautèque; sed potius cum verecunda gravitate: propiorque excusanti transitionem ut necessariam, etc.