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domingo, 21 de junio de 2020

220. LA ENAMORADA DEL CID, Griegos

220. LA ENAMORADA DEL CID (SIGLO XI. GRIEGOS)


220. LA ENAMORADA DEL CID (SIGLO XI. GRIEGOS)


Un rey moro del altiplano hoy turolense, sin duda de Albarracín, tenía una joven y bella hija que se había enamorado perdidamente de un caballero cristiano, que algunos aseguran que no era otro que el mismísimo Cid Campeador, tan asiduo visitante de estas tierras que le encaminaban a Valencia. No obstante, entre ambos jamás había mediado palabra alguna, puesto que nunca se habían visto, aunque la muchacha estaba resuelta a verle y declararle sus sentimientos.

Un día —enterada de que el caballero cristiano merodeaba por las tierras de su padre y que pretendía hostigar al rey islamita— la bella mora, conocedora del terreno, decidió acudir a un paraje en el que manaba una fuente por la que, sin duda, tendrían que pasar los cristianos. Allí esperaría la llegada de su enamorado y hablaría con él.

Se enteró el rey de la ausencia de su hija y, en un intento desesperado de evitar que cayera en manos del cristiano y aun a trueque de perderla, invocó a un mago para que la convirtiera en estrella. El hechicero procedió al encantamiento, pero en el último momento, apenado por el triste futuro que se le imponía, introdujo una variación en la fórmula ritual, pues la clarividencia connatural a estos nigromantes le hizo ver tiempos mejores y más felices para la bella dama.

Así ocurrió y desde entonces todas las noches se asoma en forma de estrella a los reinos de su padre para contemplarlos desde el cielo. Cada cien años toma de nuevo la forma de una hermosa doncella y, sentada junto a la fuente donde fuera encantada, peina sus cabellos pausadamente con un peine de oro macizo y piedras preciosas.

Se cuenta que un pastor coincidió con una de esas apariciones y, acercándose a la joven, oyó que ésta le preguntaba a quién prefería, si a ella o al peine. El pastor, tentado por la codicia, prefirió el peine de oro y pedrería, así que ella se lo arrojó y desapareció. Pero el peine se convirtió en astilla de pino y la princesa, que sigue brillando en el cielo como estrella, hace ya tiempo que le perdonó y sólo espera el día de volver a la fuente por si aparece el caballero al que sigue amando.

[Beltrán, Antonio, Introducción al folklore aragonés (I), págs. 108-109.]


Domina la vista sobre Griegos la imponente Muela de San Juan, uno de los miradores más privilegiados de la Sierra de Albarracín, pero además de estas impactantes vistas, donde se ubican las pistas de esquí de fondo, los alrededores de Griegos conservan una rica biodiversidad: la dehesa boyal es, en primavera, un estallido de flora que atrae a numerosos fotógrafos y naturalistas. Abundante fauna se puede avistar en cualquier época del año y para aquellos que prefieran contemplarla a resguardo, queda la visita a su Museo de Mariposas. Griegos atesora también entre sus hitos, ser el segundo pueblo más alto de España, otro atractivo más para este pueblo encalado.

sábado, 6 de julio de 2019

JAIME I SALVADO DE LA MUERTE POR UNAS SOPAS DE AJO


117. JAIME I SALVADO DE LA MUERTE POR UNAS SOPAS DE AJO
(SIGLO XIII. TERUEL)

JAIME I SALVADO DE LA MUERTE POR UNAS SOPAS DE AJO  (SIGLO XIII. TERUEL)


Jaime I, rey de Aragón, había decidido reconquistar Valencia, cuyo cerco era cada vez más apretado. Ahora, creyendo que había llegado el momento, organizó la hueste y puso rumbo a la ciudad del Turia. Al llegar a Teruel, donde pensaba acampar y esperar refuerzos, cayó enfermo de una misteriosa y grave dolencia que le dejó inmovilizado.

La noticia de la enfermedad del rey se extendió con rapidez, pero los más afamados médicos venidos de todos los confines no acertaban a diagnosticar y mucho menos curar el mal que le aquejaba. Se llegó a creer en la existencia de un posible encantamiento de los moros levantinos, sus adversarios, deliberando los entendidos en el modo de combatirlo sin resultado positivo.

La situación llegó al límite, pensando, incluso, en exponer al monarca en una tienda de campaña a la entrada de la ciudad en espera de que algún caminante conociera la terapéutica adecuada, pero el procedimiento pareció poco digno del rey y se desechó.
Por fin, se recurrió al saber popular, autorizando a la desesperada a cuantas personas creyeran conocer el remedio a ensayarlo: se probó con hierbas, músicas, conjuros, etc., pero todo fue en vano, hasta que un buen día, cinco jóvenes turolenses hicieron creer que la solución estaba en hacer comer al rey unas sopas de ajo.

El problema fue que, con tanta gente como había acudido a la ciudad, se habían agotado los ajos y la única manera de conseguirlos era yendo a buscarlos a la huerta valenciana, corriendo riesgos sin número. No obstante, los cinco jóvenes, seguros de la bondad de su método, se prestaron personalmente a ello iniciando un viaje peligroso del que sólo pudo regresar uno de ellos.

Se hicieron las sopas a la manera de Teruel con los ajos tan costosamente conseguidos, comiéndolas el rey durante varios días. Poco a poco fue mejorando su salud, hasta sanar por completo. La ciudad estalló en fiestas, en las que participó toda la población, pero Jaime I, inquieto por el retraso que su enfermedad había provocado, comenzó a organizar la hueste que habría de llevarle a Valencia.

[Caruana, Jaime de, Relatos..., págs. 43-50.]