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domingo, 14 de junio de 2020

190. LA REINA MORA DE GUARRINZA


190. LA REINA MORA DE GUARRINZA (SIGLO X. ECHO)

Una vez restablecidos de la sorpresa inicial que supuso la invasión musulmana, varios grupos de cristianos huidos de la parte baja del valle del Ebro, unidos a los montañeses, comenzaron una ardua, lenta y peligrosa tarea de desgaste en las tierras quebradas del norte pirenaico aragonés. Los escasos pobladores cristianos de estas tierras altas lograron poco a poco el apoyo de las gentes del otro lado de los Pirineos, temerosos también de que los musulmanes intentaran atravesarlos para extender hasta allí su dominio.
Fruto evidente de esta ayuda franca fue el retroceso de los agarenos, que debieron dejar libres muy pronto los valles de los ríos que vierten sus aguas claras en el Aragón. Sin embargo, una reina mora del valle de Echo, enamorada de estas bellas y altas tierras, decidió refugiarse y hacerse fuerte con su escaso séquito y su pequeña escolta en el hermoso valle de Guarrinza, en espera de mejores tiempos que nunca llegaron.
Construyeron sus hombres con notable esfuerzo una «dachera» o pequeño poblado y, durante un corto espacio de tiempo, la reina mora y los suyos pudieron seguir comunicándose con sus hermanos de religión y raza por el que se llamaría, desde entonces, Puerto de la Dachera. Los muchos túmulos de tiempos prehistóricos que hay diseminados por el territorio se convirtieron en improvisadas almenaras para sus propios rezos a Alá, desde los que entonaban en la orilla del «oued» (del pequeño valle) sus «rinzas» (u oraciones fúnebres). Así es como surgió, al parecer, el nombre de Guarrinza.
A las riquezas que la reina mora ya poseía se unieron los muchos tesoros hallados y arrancados a la Mina, de modo que la reina mora de Guarrinza era inmensamente rica, pero le servían de poco estando como estaba aislada del mundo y de los suyos por seguir viviendo en las montañas que amaba.
Nadie sabe a ciencia cierta cómo finalizó la historia de aquel minúsculo enclave de la reina mora de Guarrinza.
[Brufau Sanz, Mª Pilar, «El tesoro de la reina mora», en Aragón, 276 (1965), 6.]

oued: alemán Aue.
Dachera: dacha en Rusia.

miércoles, 3 de julio de 2019

LA MUERTE DE RAMIRO II


112. LA MUERTE DE RAMIRO II (SIGLO XII. ECHO)

Ramiro II el Monje, rey de Aragón, para liberarse de las múltiples tensiones diarias que le producía el gobierno del reino, tenía la costumbre de ir a cazar al monte acompañado siempre por su primer ministro y por algunos monteros que les servían de guía y ayuda.

Uno de aquellos días de otoño, hallándose por las inmediaciones de Siresa que tanto le gustaban al rey, fueron ambos a cazar por la cercana selva de Oza.
valle de hecho selva oza

Uno de aquellos días de otoño, hallándose por las inmediaciones de Siresa que tanto le gustaban al rey, fueron ambos a cazar por la cercana selva de Oza. Se pusieron en camino y, poco después de iniciar el ascenso por la ladera, escucharon repetidamente unos gemidos. Alentados por la posibilidad de hallar una buena pieza, sorteando las muchas dificultades del terreno, se encaminaron hacia el lugar de donde provenían.

De repente, en medio de uno de los pequeños claros del bosque, divisaron un osezno agazapado que había sido abandonado a su suerte por su madre.

Inmediatamente, tanto el rey como su acompañante tensaron los arcos y dispusieron las flechas para ser lanzadas. Cuando ambos estaban ya apuntando a la desvalida cría, ésta les suplicó con voz humana que no la mataran, pues, argumentaba, no eran los osos quienes perseguían los rebaños y se comían el ganado, sino los lobos y los zorros.
Ramiro II reconoció o creyó reconocer inmediatamente en aquella voz los lamentos que escuchara en un sueño que había tenido la noche anterior, aunque nada había dicho de ello a nadie, y trató de evitar a toda costa que su acompañante disparara la flecha que tenía dispuesta, interponiéndose de manera instintiva entre el primer ministro y el animal para tratar de proteger a éste. Todo ello sucedió en un instante, de modo que la flecha del arco del primer ministro salió rauda e imparable con tan mala fortuna que fue a clavarse en el pecho desprotegido del monarca, que cayó gravemente herido.

Aunque el rey fue atendido en el acto por el primer ministro y los monteros que les acompañaban, nada pudieron hacer prácticamente. Ramiro II el Monje, el rey de los aragoneses, había muerto.

[Serrano Dolader, Alberto, Historias fantásticas..., pág. 94.]



Libro disponible en Casa del libro

sábado, 29 de junio de 2019

LA ESCOLTA CHESA DE ALFONSO I (SIGLO XI. ECHO)


97. LA ESCOLTA CHESA DE ALFONSO I (SIGLO XI. ECHO)

LA ESCOLTA CHESA DE ALFONSO I (SIGLO XI. ECHO)


Aunque nacido en Echo, el que luego sería Alfonso I el Batallador fue educado en el monasterio de San Pedro de Siresa no sólo en el dominio de las letras, sino también en el arte de la caza. Desde allí, con apenas doce años, decidió un día salir de caza, encaminando sus pasos hacia los roquedos de la Boca del Infierno, desfiladero que había recorrido en varias ocasiones. Pero aquella mañana a punto estuvo de morir.
Aunque atentos, el joven Alfonso y sus acompañantes iban confiados cuando un enorme oso (onso) les cortó el paso con gesto amenazador. Los servidores, aterrados, retrocedieron dejando solo al infante, quien, con serenidad impropia de su corta edad, apuntó con el arco al animal hiriéndole con una flecha y logrando detenerle en un primer instante.
La herida no fue suficiente y el oso, recuperado, se abalanzó sobre don Alfonso, que retrocedió unos pasos para defenderse, hasta caer de espaldas por el precipicio, aunque pudo asirse milagrosamente a un boj, mientras una piedra lanzada desde lejos abatía a la fiera. A la vez, un fornido mozo, que no formaba parte de la expedición, pudo coger al infante por la cintura y lo elevó al camino, mientras los integrantes de la comitiva estaban todavía ocultos.
Preguntó Alfonso quiénes eran su salvador y los otros jóvenes que le acompañaban, resultando ser pastores que habían visto la escena desde el otro lado del río, decidiendo intervenir. También el mocetón preguntó al joven cazador quién era, quedando sorprendido cuando le dijo que era el hijo del rey.

Don Alfonso, gratamente sorprendido por el arrojo de sus salvadores, pidió al mayoral que entraran a su servicio, pero éste, antes de dar una contestación, le preguntó que en calidad de qué se les requería. Y el infante, sin dudarlo ni un momento, les dijo que como monteros reales, y, como tales, le acompañarían siempre no sólo en la caza sino también en las campañas militares que sin duda habría de emprender.
Decidió formar así una escolta personal de monteros reales compuesta por chesos, a los que la historia recuerda como valerosos y abnegados, siempre al servicio del Batallador.

[Celma, Enrique, «Los monteros reales...», en Aragón, 229 (1953), 8-9.]



Nadie le tema a la fiera que la fiera ya murió que al revolver de una esquina un valiente la mató ...



Jota en cheso, s´ha feito de nuei (nuey), noche, nit.