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viernes, 27 de agosto de 2021

Marian Aguiló. LA MORT DEL CAVALLER.

LA MORT DEL CAVALLER.





- Don Anfós de
Castéll-negre


¿D'ahon vé ab son
patje n'Uch?
- Vé de dar una batalla


Y la séua host ha
perdut.



Per més qu'ell l'encoretjava,


Sa gént esglayada
ha fuyt;


Torna ab la veu
escanyada,


Y ab son llarch
montant esmús.





Son cavall blanch
vermelletja,


Tot son vestit sanch
escup;


Mal fat duya a la
batalla,


Y els inimichs l'han
retut.





LA MUERTE DEL CABALLERO.


Don Alfonso de
Castel-negro ¿de dó viene con Hugo su paje? Viene de la batalla y
ha perdido su hueste.


Por más que hizo
para animarla, huyó espantada su gente: él vuelve con la voz ronca,
con el largo montante embotado.


Rojea su caballo
blanco, sangre brota su vestido todo: mal hado traía al combate, y
los enemigos le rindieron.





- Ja que no he mort a espasades,


Vench aquí a morir
de enuitx;


Fesme estendre la
péll d'onso,


Per capsal posehi
l'escut.





Cura a mon cavall
les nafres,


Y servit d'ell si 's
qu'en surt;


Mes mena'l t'en, que
no 'l senti,


Qu'en eguinar
m'escarruf.





Tòt sol déixa'm a
la tenda;


Moriré cridant
Jesus,


Com moren frares y
dones


Demunt sos llits
ajaguts.....





En esser mort, pren
mes armes,


Dúles a mon fill
menut.....


Dirás a la sèua
mare


Qu'es pòs dol, mes
no com muyr. -





Tot lo vespre, de
defora


N'Uch, fentlí
canal els ulls,


Va guaytá al de
Castell-negre


Que, de la febre en
lo bull,





Croxintli ses dènts
de rabia,


Y s'armadura ab sos
punys,


- ¡Flastomat sia el
camp, deya,


Hon quedar mort no
he pogut!





- Ya que no he muerto a filo de espada, vengo aquí a morir de enojo:
hazme extender la piel de oso, pon por cabecera el escudo.

Cura
a mi caballo las heridas, y sírvete de él si sobrevive; pero
llévatelo para no oírle, que su relincho me estremece.


Déjame solo en la
tienda; moriré clamando Jesús, como mueren frailes y mujeres,
tendidos sobre sus lechos.


Cuando haya muerto,
toma mis armas y llévalas a mi hijo pequeño;... dirás a su madre
que se ponga luto, mas no de qué modo muero. -


Toda la noche, desde
afuera, hechos dos fuentes sus ojos, observó Hugo al de

Castel-negro, que en el hervor de la calentura,


Crujiendo de rabia
los dientes, y la armadura con sus puños: - ¡Maldito sea el campo,
decía, donde no pude quedar tendido !





Cuant per hon veya mes masses


Y els còps eran mes
fexuchs,


Hi he alsat la mèua
massa


Y lo mèu cavall hi
he duyt.





Entre els còps qui
rebotavan


Com rebota el
calabrux,


En va a les destrals
al ayre


He arrambat lo cap
desnú.





No 'm trobarán les
arpèlles


EntrE 'ls morts a
caramull:


En el camp de la
batalla


No ha quedat por
mí un lloch buyt.





¡Ben sortats mos
companyons!


Dels valents, no 'n
roman un;


Tots han mort demunt
sa sella,


Y jo mesquí en el
llit muyr!





Deu no ha volgut que
guanyasem,


Ni que morís ha
volgut,


Perque visquent,
d'hora en hora


Lo meu afront
sobrepuitx.





Mes, cap cavallé ha
de veure


Que a lo jou mon
coll arruf;


Fret m'en durán de
ma tènda,


No viuré com un
poruch. -





Mientras que por allí donde más densas veía las mazas, y más
pesados eran los golpes, he alzado yo mi maza y conducido mi caballo.


Entre los golpes que
rebotaban como rebota el granizo, en vano a las hachas blandidas por
el aire, he arrimado la cabeza inerme.


No me hallarán los
milanos entre los cadáveres a montones; en el campo de batalla no ha
quedado para mí un lugar vacío.


¡Bienhadados mis
compañeros! Ni uno resta de los valientes: todos han muerto
montados, y yo ¡triste! muero en la cama.


Dios no ha querido
que venciéramos, ni ha querido que yo muriese, para que con la vida
se aumente de hora en hora mi oprobio.


Mas, no ha de ver
caballero alguno que doble a tal yugo mi cerviz; frío me sacarán de
la tienda; no viviré como un cobarde. -





Corns y atabals tocan diana,


Los cavalls donan
bramuls;


Com en l'auba no
s'axéca


Don Anfós deu sér
difunt.





Lo seu patje entra a
la tenda,


Y 'l troba estirat y
mut,


Sobre 'l pit sa
llarga espasa,


Besant mort la creu del puny.

____

Diana tocan bocinas y atabales,
relinchos dan los caballos; puesto que al aurora no se levanta,
difunto debe de ser don Alfonso.


Entra su paje en la
tienda y hállale tieso y mudo, con su larga espada sobre el pecho,
besando muerto la cruz de la empuñadura.

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sábado, 29 de junio de 2019

LA ESCOLTA CHESA DE ALFONSO I (SIGLO XI. ECHO)


97. LA ESCOLTA CHESA DE ALFONSO I (SIGLO XI. ECHO)

LA ESCOLTA CHESA DE ALFONSO I (SIGLO XI. ECHO)


Aunque nacido en Echo, el que luego sería Alfonso I el Batallador fue educado en el monasterio de San Pedro de Siresa no sólo en el dominio de las letras, sino también en el arte de la caza. Desde allí, con apenas doce años, decidió un día salir de caza, encaminando sus pasos hacia los roquedos de la Boca del Infierno, desfiladero que había recorrido en varias ocasiones. Pero aquella mañana a punto estuvo de morir.
Aunque atentos, el joven Alfonso y sus acompañantes iban confiados cuando un enorme oso (onso) les cortó el paso con gesto amenazador. Los servidores, aterrados, retrocedieron dejando solo al infante, quien, con serenidad impropia de su corta edad, apuntó con el arco al animal hiriéndole con una flecha y logrando detenerle en un primer instante.
La herida no fue suficiente y el oso, recuperado, se abalanzó sobre don Alfonso, que retrocedió unos pasos para defenderse, hasta caer de espaldas por el precipicio, aunque pudo asirse milagrosamente a un boj, mientras una piedra lanzada desde lejos abatía a la fiera. A la vez, un fornido mozo, que no formaba parte de la expedición, pudo coger al infante por la cintura y lo elevó al camino, mientras los integrantes de la comitiva estaban todavía ocultos.
Preguntó Alfonso quiénes eran su salvador y los otros jóvenes que le acompañaban, resultando ser pastores que habían visto la escena desde el otro lado del río, decidiendo intervenir. También el mocetón preguntó al joven cazador quién era, quedando sorprendido cuando le dijo que era el hijo del rey.

Don Alfonso, gratamente sorprendido por el arrojo de sus salvadores, pidió al mayoral que entraran a su servicio, pero éste, antes de dar una contestación, le preguntó que en calidad de qué se les requería. Y el infante, sin dudarlo ni un momento, les dijo que como monteros reales, y, como tales, le acompañarían siempre no sólo en la caza sino también en las campañas militares que sin duda habría de emprender.
Decidió formar así una escolta personal de monteros reales compuesta por chesos, a los que la historia recuerda como valerosos y abnegados, siempre al servicio del Batallador.

[Celma, Enrique, «Los monteros reales...», en Aragón, 229 (1953), 8-9.]



Nadie le tema a la fiera que la fiera ya murió que al revolver de una esquina un valiente la mató ...



Jota en cheso, s´ha feito de nuei (nuey), noche, nit.