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jueves, 14 de marzo de 2019

Libro primero

LIBRO
PRIMERO DE LA HISTORIA DEL REY DON JAIME DE ARAGÓN, PRIMERO DE ESTE
NOMBRE, LLAMADO EL CONQUISTADOR

LIBRO PRIMERO DE LA HISTORIA DEL REY DON JAIME DE ARAGÓN, PRIMERO DE ESTE NOMBRE, LLAMADO EL CONQUISTADOR.





Capítulo primero. De las
causas y razones que movieron al Autor para escribir esta historia.


La vida y hechos del Rey don Jaime de Aragón primero de este
nombre llamado el Conquistador,
con los extraños acaecimientos
de su tiempo, pretendo escribir en estos veinte libros, para que sus
heroicas virtudes, que (guiadas per la soberana mano) levantaron su
nombre hasta los cielos, e hicieron raya y ventaja a las de toda
España, salgan de nuevo a luz: y pueda con el favor divino nuestra
lengua y estilo gloriosamente divulgarlas por todas las partes a do
llegó su fama. En lo cual no pienso hacer pequeño servicio a los
nuestros, pues entiendo mostrar muy a la clara, que las principales
virtudes de guerra, que particularmente florecieron en los
Emperadores y famosísimos capitanes Alejandro magno, Pyrrho, y Iulio (Julio) César, de quien tanto se admiraron los antiguos, todas
ellas
juntas concurrieron en este Rey, y por su valor y manos fueron de
nuevo al mundo representadas: según que por el discurso de la
historia se verá, y las razones que aquí se siguen, nos inducen a
creerlo. Porque haberse hallado en treinta batallas campales, y
alcanzado victoria de ellas: haber domado a cuantos se le rebelaron,
y a ninguno que se le humilló, negado su perdón y gracia: y en
sesenta años que reinó, ninguno haber pasado sin guerra: finalmente
los Reynos que conquistó, no solo haberse conservado por él, pero
aun por sus descendientes hasta en nuestros tiempos poseído.
Todo
esto no excede, o por lo menos iguala, con las hazañas de cuantos
Reyes hubo, y con las de los ya nombrados, se escribieron?
Por
tanto me pareció no era justo que tales y tan señalados hechos, que
hasta aquí la historia escrita por el mismo Rey, y por los de su
tiempo tenían como encerrados debajo su corta lengua Lemosina,
dejasen de comunicarse a las gentes, y por ser las dos más
extendidas y comunicables lenguas la Latina y Castellana escribirlos
en ellas.

resposta, oc o no, Catalunya, 1461, los deputats del General, Principat de Catalunya


Y aunque la grandeza y majestad de la historia acobardaron
mi flaco ingenio, y casi me retiraba de la empresa, la hermosura de
su argumento me hizo aficionar tanto a ella, que mediante el amor
(del cual se dice que no hay cosa más ingeniosa) me atreví a
proseguirla: confiando que con la perseverancia, o vencería la
opinión de muchos, o si no diese perfección a la obra al menos
(alomenos) mostraría el grande ánimo que tuve para emprenderla.
Señaladamente por ser muy mayores y más graves razones las que me
mueven a pasar a delante, que a volver atrás lo comenzado.
Primeramente por la verdad, que hace perpetua cualquier historia y
ser esta escrita por el mismo Rey, y de su mano, con tanta curiosidad
y diligencia, que se entiende por relación de algunos de su tiempo,
que muchas veces, andando en la batalla, echaba la lanza a la
siniestra, y con la diestra tomaba la pluma para apuntar lo que
después en sus comentarios dilataba. Y aunque con duro y poco
elegante estilo (según el barbarismo de aquellos tiempos) pero con
tan cumplida verdad escrita, que de cuantas historias otros de él
escribieron se duda haya alguna más verdadera que la suya: y esto es
lo que a mí más me ha movido a emprenderla. Porque teniendo para
escribir, la verdad por guía, y el ánimo e inteligencia del mismo
Rey que la escribió por compañera, si la diligencia ayudare, confío
saldrá esta historia más clara que las otras, y que será de todos
muy bien recibida. Pues ansí como en las leyes escritas, cuya ánima
(según se dice muy bien) es la razón, y hallada esta se facilita la
declaración de ellas: de la misma manera en las historias militares,
si las secretas razones y causas que tuvo el capitán para dar luego,
o diferir la batalla, que son de grande peso y que solo él las
alcanza, el mismo las declara, es cierto que este tal, y quien le
siguiere, no solo ilustrará con más autoridad sus historias, pero
sin duda las dejará más fieles y verdaderas, que los demás, que
sin esta curiosidad, aunque con mejor estilo y elegancia las
escribieron. Demás de esto, no menos me anima, y lleva adelante mi
empresa la sencillez y llaneza de aquellos tiempos y la buena fe que
entre si trataban las gentes de guerra cuyo principal fin era
adquirir fama con honra: no con feas mañas, ni afrentosos ardides,
sino con verdadero esfuerzo de ánimo y abierta guerra. De aquí era
que pelear de cerca brazo a brazo, y encontrar escudo con escudo, se
tenía por mayor valentía que pelear de lejos, con menos honra y más
al seguro. Por donde era muy fácil a los escritores de los mismos
hechos, que se veen, colegir los ánimos e intenciones, que no se
parecen y con esto encomendar a la pluma la verdadera relación de
ellos. Vino deste tan continuo uso de pelear, y tener todo el ingenio
puesto en el ejercicio de las armas, que en aquella era las gentes
preciasen poco las letras, y mucho menos el artificioso y elocuente
modo de hablar: pues no solo carecían de la buena lengua Latina,
pero aun en la suya propia eran poco curiosos: y así la mezcla y
confusión de lenguas, que entonces había en los reynos de la
corona, hacía confuso y bárbaro el propio lenguaje de cada uno. De
donde al tratar
de las escaramuzas, para animar los soldados, usaban los Capitanes de
muy breves, aunque sentenciosas pláticas. Porque de estar tan
intentos en las cosas y mover las manos, hacían poco caso de las
palabras. Puesto que la brevedad de ellas con otra moderación de
cosas se recompensaba: pues no con tan excesivos y casi infinitos
gastos como en los tiempos de ahora, sino con harto moderados,
acababan muy grandes empresas de guerra, a manera de los
Lacedemonios, cuyo admirable valor y milicia tanto más crecía,
cuanto más en sus ejércitos y Reales se conservaba la templanza de
mantenimientos, con el sabio callar y brevedad de palabras, Y así
puede creerse, que de la mucha abundancia y demasiado hablar que
entre soldados se usa, y del mucho thesoro y vituallas que en el
campo sobran, nace no solo la flojedad de los soldados, pero se
acrecienta la avaricia de muchos Capitanes que miden la honra con el
tesoro, y no hay más fervor de guerra, de cuanto sobra el dinero.
Finalmente lo que más favorece para no dejar lo comentado, es la
verdadera religión y cristiandad de tan poderoso Rey como este, y su
total fin e intento que tuvo para destruir, y desarraigar de sus
reynos la perversa y detestable secta de los moros, por introducir el
santísimo nombre de Cristo, y su fe católica en ellos. Lo cual
mostró bien a la clara, así con la conquista de tres grandes
reynos, que sacó de poder de infieles, como con los dos mil templos
que mandó edificar en diversas partes, y dedicarlos a Christo y su
bendita madre: que solo esto obliga, a cualquier siervo de Dios, y a
mí su humilde sacerdote, a escribir su vida y hechos, como de un Rey
bueno y santo. Habiendo pues brevemente colegido el modo de tratar
las armas y uso de pelear de aquellos tiempos (lo que no sin causa se
ha dicho para mayor luz e inteligencia de lo que se sigue) vuelvo a
certificar al lector, como lo que aquí se contare, se ha sacado no
solo de la historia que el mismo Rey escribió de su mano, y de los
que en vida suya, como testigos de vista, escribieron de ella: pero
también nos hemos valido de la que los diligentes escritores de
nuestros tiempos han recopilado de los Archivos reales, que han
revuelto
en
los tres reynos de la corona
todo
para más declarar la verdad de esta historia, prefiriendo siempre la
mano del Rey a la de todos los demás:

por una principal razón
que a mi parecer es concluyente. Que si está por ley prohibido,
mentir delante del Príncipe, no se puede creer de un tan Cristiano y
católico como este, quisiese dejar los comentarios, que hizo para
fundamento de su eterno renombre y fama faltos de verdad, y para
siempre mentirosos. Mas porque vengamos al caso, antes que comencemos
a tratar de su admirable concepción y nacimiento: conviene
brevemente declarar lo que de sus ínclitos aguelos don Guillen de
Mompeller, y su mujer la Princesa Matilda hija del Emperador de
Constantinopla, y de sus célebres bodas se ofrece, con otros muy
grandes y extraños casos que a la sazón a los mismos acontecieron,
porque de este casamiento como de un honesto y gracioso repudio que
de Matilda hizo el Rey don Alonso de Aragón, comienza el Rey su
historia.




Capítulo
II, como el Rey don Alonso de Aragón habiendo enviado (imbiado) a
pedir por mujer la hija del Emperador de Constantinopla se casó con
la hija del Rey de Castilla.

Don Alonso el segundo
(comenzando de don Iñigo Arista) xii Rey de Aragón, y Príncipe de
Cataluña
(los cuales
dos
estados
comprenden gran parte de la
España citerior, luego que por muerte de su padre el Príncipe Don Ramón sucedió en ellos, queriéndole ilustrar con matrimonio y
parentesco de los más principales del mundo, envió sus embajadores
a Constantinopla al Emperador Manuel que entonces reinaba, haciéndole
saber como deseaba casar con su hija la Princesa Matilda fin más
dote que su valor y persona. Pareciendo al Emperador bien la demanda,
por tener ya mucho antes entendido lo que Don Alonso valía, y la
grandeza de sus reynos y señoríos, junto con las esclarecidas
hazañas de sus Reyes antepasados, aceptó la embajada, y prometió
dar su hija por
mujer
al Rey. Asentadas pues por ambas partes las promesas y capitulaciones
matrimoniales que se acostumbran, quedando a cargo del Emperador
poner la esposa dentro de la raya de España: los embajadores se
volvieron muy contentos, teniendo por muy concluido el matrimonio. En
este medio Don Alonso Rey de Castilla, llamado Emperador de España,
entendida la embajada que para casar con hija de Emperador había
hecho el Rey de Aragón a Constantinopla, no teniendo en menos su
Imperio que el de otros, le despachó sus embajadores, rogando le
tomase por mujer a su hija doña Sancha, pues en linaje, valor y
hermosura no había su par en el mundo. Y porque no desechase este
matrimonio por cualquier otro que se le ofreciese, le advirtió que
este mismo ya antes le había tratado el Príncipe don Ramón su
padre con el suyo, y por haber sucedido guerra entre ellos, había
sido antes diferido que deshecho: y así convenía que se efectuase
para más confirmar, y poner el sello en la concordia que poco antes
entre los dos se había hecho. Oída por el Rey de Aragón esta
embajada, olvidándose de lo que poco antes había tratado con el
Emperador Manuel, aceptó su ofrecimiento, y así fue luego traída
doña Sancha muy acompañada de Prelados y grandes de Castilla a la
ciudad de Zaragoza (çaragoça), cabeza del reyno de Aragón; adonde
fue muy suntuosamente recibida, y celebraron sus bodas con grandes
fiestas y regocijos lo cual se divulgó luego por todas partes, no
sin grande admiración de los que sabían de la primera embajada.




Capítulo
III. Que habiendo llegado la hija del Emperador a Mompeller, supo
como el Rey era casado con otra y lo que hizo el Señor de Mompeller
por casar con ella.

A esta sazón el Emperador Manuel, sin
tener alguna nueva de esta novedad y mudanzas del Rey de Aragón,
encomendó la Princesa su hija a dos principales Arzobispos de la
Grecia, con otros dos grandes del Imperio, para que acompañada con
mucha familia la llevasen a España a concluir el matrimonio con el
Rey: y puestos en camino, andadas ya diez provincias con muy grandes

trabajos y fatigas pasada toda la Francia hasta el Lenguadoque,
que dicen la Guiayna, llegaron a la insigne ciudad de Mompeller, que
llama Caesar Nitiobriga, y dista xxx millas de la raya de España, a
donde fue la Princesa con todos los suyos muy principalmente recibida
y hospedada por don Guillen Príncipe y señor de Mompeller y su
estado. El cual porque sospechó luego la causa de su venida, el día
siguiente significó a los Arzobispos y grandes Griegos como habían
llegado tarde, porque ya el Rey don Alonso de Aragón se había
casado públicamente y celebrado bodas con Doña Sancha hija del Rey
de Castilla, y que en la ciudad había muchos que se hallaron en
Zaragoza presentes a las bodas. Los Arzobispos y grandes que oyeron
tan triste nueva para su señora, quedaron extrañamente espantados,
y como atónitos de tan increíble novedad, y mucho más confusos de
verse tan apartados de sus tierras, y metidos en las extrañas, y con
esto muy faltos de consejo. Y así acudieron al mismo Príncipe, como
a fiel huesped, a quien después de haber contado las causas de su
trabajoso y largo camino; con tan triste suceso, que no sabían el
paradero de tanta calamidad y desventura, le rogaron que en tan
súbito y desastrado caso les aconsejase lo que convenía hacer: si
pasarían adelante a dar en rostro con la presencia de la primera
esposa,
a un tan inconstante y fementido Rey, o si seria mejor
dejarlo todo a Dios y volverse al Emperador: por cuanto estaban con
juramento solemne obligados que siempre que el matrimonio por algún
caso se estorbase, volverían su hija sana y salva a su presencia.
Como Don Guillen oyó esto, tomole muy grande la estima de la
desgracia de la Princesa, y comenzó a consolarlos y ofrecerles muy
de veras su persona y estado, más luego después en la misma plática
puso los ojos en la Princesa, imaginando entre sí, como de la mala
suerte de ella sacaría alguna buena para si, y respondió con grande
cautela, diciendo que se dolía mucho de la desgracia de su señora,
viéndola no solo desterrada tan lejos de su patria, pero muy
desamparada y burlada, maravillándose mucho de la inconstancia
humana, pues siendo la más principal virtud de los Reyes la
constancia, esta con la fe y palabra, se habían perdido en el Rey de
Aragón, cosa harto nueva. Y lo qué más sentía era quedar el
negocio tan enredado y confuso, que no se le descubriría ninguna
buena salida.
Mas porque hay muchas cosas que dado que de suyo
estén muy revueltas, las desenvuelve el consejo pidió se le diese
tiempo para pensar el remedio de ellas, consultándolo con los de su
consejo. Con esto se despidió de ellos, y convocó los más
principales hombres de la ciudad, y juntado el Senado, haciendo
entrar en él algunos principales mozos hijosdalgo (a los cuales
había secretamente descubierto su pecho y fin que llevaba, para que
lo esforzasen) puesto en medio de todos, refirió la plática que con
la Princesa su
huéspeda,
y los suyos había tenido representando la
agonía y trabajo en
que estaban puestos; por la triste nueva que les había dado del
anticipado matrimonio y burla que el Rey de Aragón les había hecho,
después de tan largo y trabajoso camino que debajo su real fé y
palabra habían emprendido: y que por hallarse en tierras extrañas y
tan apartadas de las suyas no pedían socorro de dinero, sino de solo
consejo para aliviarse, y dar un honesto desvío a tan miserables y
nunca vistos infortunios: que para esto les había ofrecido dar todo
favor y consejo. Así que a todos los que allá estaban congregados
rogaba mucho le diesen consejo tal en este caso, que a su huéspeda
fuese útil y provechoso, y para él honroso: porque no dejaría de
emplear la vida con todo su estado por sacar de trabajo a una tan
principal señora. Aunque si del mismo hecho naciese alguna buena
ocasión que le conviniese tomar, con el consejo y favor de ellos, no
la perdería ni faltaría a su propia honra en proseguirla.





Capítulo IIII (IV)
Respondieron al señor de Mompeller los de su
consejo.

Oída por el Senado de Mompeller la proposición
hecha por el Príncipe don Guillé, con alguna inteligencia que con
las postreras palabras dio de su intención y ánimo, pareció a
todos, antes que ninguno declarase su parecer y voto en público,
platicar unos con otros sobre cosa tan nueva y ardua: pero temiéndose
Don Guillen que los Senadores viejos votarían muy al contrario de su
opinión y fin, mandó que votasen primero los mozos: cuyo parecer
fue en suma, que el consejo de Don Guillen pedía para su huéspeda,
lo tomase para si, porque parecía orden del cielo, que esta real
doncella, siendo enviada de su padre de tan apartadas tierras para
casar con el Rey de Aragón, fuese desechada de él, y que en esta
coyuntura Don Guillé se la hallase en casa. Y por tanto que sin más
consulta casase con ella: pues le era tan inferior en linaje y sangre
Don Guillen, que no descendiese de los Reyes de Francia sus
progenitores, y que con ser mozo de gentil edad y grandes fuerzas,
junto con su bella disposición de cuerpo, majestad de persona, y
hermosura de rostro, no representase un gran Príncipe y señor, y
con sus heroicas virtudes, no igualase con Príncipes y Reyes: ni
tampoco por desigualdad de señoríos y estado: pues estos no se ha
de medir, ni tener en más, por la grandeza y anchura de tierras, que
por su buen sitio fértil, alegre y deleitoso, cual es el de la
ciudad de Mompeller con todo su distrito: cuya benignidad de cielo, y
fertilidad de suelo, con la vecindad y trato del mar, iguala con las
más principales tierras del mundo. Demás que si esta señora se vee
cuan sola está, cuan desamparada, y sin ninguna dote y desechada,
hallará que en este matrimonio se le habrá trocado su mala suerte
en buena, y por tanto no se le debería dar lugar para hacer lo que
quisiese; sino claramente significarle como en solo aceptar este
matrimonio consiste toda su libertad, y reposo. Y en fin, con ruegos,
o con honestas amenazas, se procurase su consentimiento. Acabado de
decir este parecer por uno de los mozos más nobles que allí se
hallaba, fue por todos los de su edad y estado dado por bueno,
ofreciéndole todos juntamente a poner sus vidas y personas por la
ejecución de él. Con esto mandó Don Guillé que dijesen los demás.
Luego se levantó en pie uno del consejo, hombre anciano y de gran
prudencia, el cual no tanto por refutar, como por confirmar los
buenos motivos y razones del mozo, enderezado su plática a Don
Guillen, dijo de esta manera. Esclarecido Príncipe nunca yo pensara
que la acelerada deliberación de los mozos hubiera tan fácilmente
convenido con el maduro y bien pensado consejo de los viejos: porque
no solo no entiendo apartarme de su parecer y voto, pero ni por
ninguna vía contradecirlo, pues veo que una tan grande hazaña como
esta, que por consejo de los de vuestra edad emprendéis, aunque de
suyo sea atrevida y dudosa, por otra parte es tan señalada y
memorable, que por muchas causas os incita a emprenderla, y por muy
pocas, o ninguna debéis dejar de perseguirla. Porque si hay una sola
eficaz razón que os deba apartar de ella, por lo que sois por
derecho divino y humano obligado a amparar, y enviar el huésped que
habéis recogido en vuestra casa, de la suerte, y con la misma
salvedad que le recogisteis, ni es lícito a persona alguna
quebrantar la fe del hospedaje: con todo eso la ocasión de violarla,
por causa de reinar, es tanta, que no hay otra mayor: por ser casi
iguales con el reinar, los sucesos que de esta empresa se esperan.
Porque si deseáis señor llegar de
mediano Príncipe a supremo,
e igualaros con Reyes y Emperadores, ninguna tan buena ocasión como
esta se os puede ofrecer porque si casáis con esta hija del
Emperador, haced cuenta que tomáis como por esposa la esperanza del
Imperio, pues faltado Alexio sucesor de él, y único hermano de
esta, como es fácil, por el derecho de ella, venir a vos el Imperio:
así viniendo él, por su parentesco mereceréis ser tenido por uno
de los Príncipes del mundo, y por los hijos que tendréis
de
ella, emparentar con Reyes y Emperadores. Y si por ventura os
receláis de la injuria que en esto pensáis hacer al Emperador su
padre quiero que tengáis buen ánimo, y no penséis en tal:
pues
si la comparáis con la notable afrenta que ha recibido del Rey Don
Alonso, creedme que la vuestra será ninguna. Porque entre el
repudiado y aceptado matrimonio hay tanta diferencia, que cualquier
que toma por esposa la mujer repudiada por otro, no mira tanto por la
fama de la esposa,
cuanto por la honra de los padres de ella:
y
por esta causa los pone en muy grande obligación de reconocer tan
buena obra. Y ansí vos señor, no solo no ofenderéis mas aun
obligaréis muy mucho al Emperador con este casamiento. Por donde
valeroso Príncipe, esforzaos a proseguir lo comenzado: porque si la
fortuna ciega, e imprudente suele favorecer a los atrevidos
acometedores, teniendo vos de vuestra parte el maduro parecer y voto
de todos los de este ayuntamiento y Senado, como si fuese del cielo,
será bien que dejéis de acabar tan señalada empresa? Como el viejo
se encendiese en su decir, y con ardor más que de mozo, quisiese
pasar adelante su plática, fue luego con general conformidad del
senado atajado, ofreciendo todos a una una voz a Don Guillé de
servirle con cuanto valían y podían para proseguir tan señalada
hazaña.










Capítulo
V. Que resolviendo el Consejo casase el Señor de Mompeller con la
Princesa, se trató con ella y los suyos, y siendo contentos se
celebraron las bodas y parió una hija.

No se abrió la
puerta del consejo hasta que se determinó que la voluntad del
Príncipe, y deliberación del Senado, se pusiesen en ejecución; y
cerrada y puesta en armas la ciudad, dos principales del consejo
diesen por respuesta a la Princesa lo que se había determinado. Los
cuales se fueron para ella y los suyos, y después de haberles
relatado la consulta, concluyeron su embajada con decir, estaban el
Príncipe Don Guillen y el Senado tan firmes en su deliberación, que
ya no había lugar para escapar de sus manos, ni salir de la ciudad,
sino tomando por único remedio el casamiento; para que todos
quedasen en libertad. Como oyeron esto la familia y criados de la
Princesa, dieron grandes voces con extraños alaridos por ello,
diciendo, que cómo se podía sufrir entre Cristianos cosa tan fea,
tan bárbara, y tan inicua? Habiéndose hospedado su señora debajo
la buena
fee
y palabra del Príncipe de la tierra, tratar contra ella uno de los
más feos y atrevidos casos que se podía intentar entre Alarabes?
Empero como aprovechasen poco sus voces, ni tuviesen forma para
librarse de las manos del Príncipe y gente armada, que ya los tenían
rodeados; y ni les diesen lugar, ni tiempo para consultar con el
Emperador; tuvieron entre si consejo, y determinaron de dos males
escoger el menor y salvar la honra de su señora por vía de honesto,
aunque desigual, casamiento, por no dar lugar a que con violencia y
fuerza se le siguiese alguna desgracia, y así habido el
consentimiento de ella, acordaron de tratar con Don Guillen, al cual
por tan atrevido acometimiento, ya le tenían en mucho más y por
hombre de hecho, y pues se había de venir a negocio de matrimonio,
pidieron que prometiese por si, juntamente con el Senado y pueblo de
Mompeller, y se hiciese decreto por todos, que cualquier hijo, o hija
que naciese de este matrimonio sucediese por heredero de la ciudad de
Mompeller con todo su distrito. Aceptado el concierto por Don
Guillen, y loado por los demás, fue luego trocada la tristeza y
lágrimas en muy grande regocijo y alegría, y con la gracia del
Spiritu sancto se celebraron las bodas llenas de toda honra y
concordia, y se hicieron muchas justas y torneos por la caballería
de Mompeller y de otros pueblos y ciudades comarcanas, que
concurrieron a ver la hija del Emperador, y gozar de tan insignes
fiestas y regocijos, con mucho contentamiento de los grandes y gente
Griega, pues por lo que veían (vian), ya no pensaban haber mal
negociado. Los cuales despidiéndose con muchas lágrimas de su
señora la Princesa, se pusieron en camino para Constantinopla;
adonde llegados ante el Emperador, le contaron muy por entero los
grandes trabajos, peligros, e infortunios que con la Princesa habían
hallado, junto con el suceso de todo. De lo cual el Emperador quedó
muy alegre y satisfecho, por la buena relación que del valor y
persona de don Guillé y de su estado le dieron, y más por quedar
contenta la Princesa. Por todo alabó mucho a Dios, y a los Prelados,
y grandes agradeció mucho su trabajo y prudencia, de la cual entre
tantas variedades y mudanzas de fortuna, tan cuerdamente se valieron.
Tuvo al cabo del año cartas de la Princesa como había parido una
hija, la cual por capitulación hecha y firmada por el Senado y
pueblo de Mompeller, había de suceder en el estado.





Capítulo VI. De la poca fé que el señor de Mompeller tuvo con la
Princesa su mujer, y como viviendo ella se casó con otra.


Después
de pasado el regocijo de las bodas, y de haber parido la Princesa una
hija que llamaron doña María, la cual con mucha gracia de todos los
vasallos fue aceptada por sucesora, y
señora del estado: diremos
lo que hizo don Guillen contra la Princesa su mujer, y lo mucho que a
sí mismo faltó; porque se vea la inconstancia y poca fe humana
adonde llega, junto con el abominable vicio de la ingratitud, que usó
contra su propria carne y heredera. Y asimismo el desordenado
apetito, y disoluta vida que de allí adelante tuvo Don Guillen:
siguiendo la natural condición de los hombres carnales: los cuales
cuanto más apetecen la cosa, y con más codicia la desean, tanto más
después de alcanzada la desprecian, y por la hartura que de ella
tienen, buscan la variedad dejándose llevar tras ella. Ansí acaeció
a don Guillen, a quien, siendo de mediano estado, no le bastó haber
casado con hija de Emperador, que venía a casar con Rey, y tener
hijos de ella: sino que vencido de su apetito, no solo se apartó de
su mujer, pero en vida de ella se casó con otra que llamaban Ynes de
España, de quien tuvo tales hijos, que acometió el mayor de alzarse
con el estado, y excluir de la
herencia a doña María su hermana,
siendo verdadera señora de ella:y sobre esto formó gran pleito
delante del sumo Pontífice contra la misma, la cual compareció
luego por su procurador y (como después diremos) fue en persona a
Roma a defender su causa, hasta haber tenido sentencia del mismo
Pontífice por la cual fue dado el estado a ella, y al Príncipe don
Iayme su hijo: como más adelante contará su historia, la cual pues
nos llama para hablar de él, digamos con brevedad por agora las
cosas que en este medio pasaron en Aragón, y Cataluña, pues son a
propósito de la misma historia.





Capítulo
VII. De la muerte del Rey don Alonso, y de los hijos que tuvo, y cómo
dejó a don Pedro los Reynos de Aragón, y Cataluña, el cual salió
en favor del Rey de Castilla contra los Moros, y cobró a Cuenca.


Pasados muchos años después que el Rey Don Alonso de Aragón
con mucha concordia hizo vida con doña Sancha su mujer, y tuvo de
ella al Príncipe don Pedro con otros hijos (como aquí diremos)
acaeció que visitando sus Reynos, hallándose en Perpiñan pueblo
muy principal del Condado de Rosellón, adoleció de una grave
enfermedad, de la cual murió, y fue llevado su cuerpo con pompa real
al monasterio de nuestra señora de Poblet, de la orden de los
Bernardos, que está cerca de la ciudad de Lérida, a medio camino de
la de Tarragona, y es hoy una de las más ricas y
principales
casas de la Europa: la cual había fundado el Príncipe don Ramón
padre de don Alonso, y magníficamente dotado de muchos campos, y
lugares, de joyas y riquezas grandes, por hacer
en él sepultura
para si y para todos los Reyes de Aragón sus descendientes, como a
la verdad se sepultaron en él, hasta que pasaron a reinar a
Castilla. Celebráronle sus exequias con grande pompa, y
lamentaciones en la ciudad de Zaragoza: como lo mereció por su gran
valor y heroicas virtudes, tanto que por su continencia de vida le
llamaron el casto. Dejó tres hijos de doña Sancha, don Pedro, don
Alonso, y don Fernando, con cuatro hijas. Don Pedro que fue el mayor,
sucedió en el Reyno de Aragón, y Principado de Cataluña, con los
Condados de Rosellón, y
Pallâs,
los cuales no de principio, sino con el tiempo, por testamento se
juntaron con la casa real. Don Alonso sucedió por testamento en el
Condado de la
Proença
de la Aquitania, que llaman Guiayna. Don Fernando, el más pequeño
fue por su padre dedicado a religión en el monasterio de Poblet. De
las hijas la mayor que fue doña Constanza casó con Emerico Rey de
Hungría (Vngria), el cual muerto, volvió a casar con Federico
Emperador y Rey de Sicilia. Doña Leonor, y doña Sancha casaron con
los Condes de Tolosa padre e hijo. La última llamada doña Dulce,
entró en Religión en el monasterio de monjas de Xixena, de la orden
de sant Iuan del Hospital de Hierusalem, edificado y dotado por los
mismos Reyes don Alonso y doña Sancha, junto a la insigne villa de
Sariñena del Obispado de Huesca. No se puede dejar de hacer especial
mención de las mujeres en las historias, porque mejor se entiendan
las afinidades, y parentescos que por ellas vienen a las casas
Reales. Sucediendo pues Don Pedro el II en los Reynos de Aragón y
Cataluña, con los demás estados (salvo el condado de Rosellón, que
con ciertos pactos quedó en don Sancho hijo del Príncipe don Ramón,
y hermano del Rey don Alonso) siendo jurado por Rey con grande
aplauso de todos sus vasallos: y jurados por él todos los fueros y
privilegios concedidos por sus antepasados a los dos Reynos: tuvo
nueva como los Moros de Granada, y Andalucía, habían entrado por la
Carpetania adelante, que agora es el Reyno de Toledo, y tomado y
saqueado de presto algunos pueblos del Rey de Castilla, que
confinaban con el Reyno de Aragón. Por donde antes que pasasen más
adelante, juntó su ejército con el de Castilla, y dando sobre los
Moros, hicieron tan grande estrago en ellos, que no solo les quitaron
la presa que habían hecho, pero los echaron de la tierra, y cobraron
de ellos a Valeria, antigua ciudad de los Carpetanos, que agora
llaman Cuenca. De donde se volvió el Rey Don Pedro con grande
triunfo de esta victoria para Zaragoza.




Capítulo
VIII. De las causas porque se fue a la Provenza donde él y el Conde
su primo se casaron hubieron sendos hijos.

Residiendo el Rey
en Zaragoza, juntamente con la Reyna doña Sancha su madre, a quien,
o por su viudedad (biudez), o por haberlo dejado así en testamento
Don Alonso su marido, le quedaba cierta manera de mando y presidencia
en los Reynos, acaeció que con esto la Reyna iba

a la
mano al Rey en las cosas del
gobierno.
Lo cual fue ocasión para haber alguna rencilla entre ellos. Pues
como ayudasen a encender el fuego los criados por sus particulares
intereses, vino a tanto el negocio, que si no se interpusieran los
señores y principales del Reyno a concertarlos, hubiera el Rey
acometido de echar a su madre fuera de él (
fuera
del)
. Mas por quitarse de tan mala
ocasión y enojos, se partió para la Provenza, a ver al Conde Don
Alonso su hermano, al cual halló puesto en bandos contra el Conde
Folcalquier sobre ciertas diferencias antiguas que había entre
ellos, y los concertó, restituyéndolos en toda buena amistad y
alianza. Hecho esto, el Rey y el Conde como mozos de poca edad, y que
conformaban mucho en las intenciones y costumbres de vida, por ser
muy dados a mujeres, escogieron sendas doncellas de las que hay en la
Provenza hermosísimas, señaladamente en la ciudad de Marsella,
mujeres de mediana condición, y de tal manera se enamoraron, que se
casaron clandestinamente con ellas, y luego les nacieron sendos
hijos, el primero fue del Rey, al cual puso nombre Ramón Berenguer,
como el Príncipe su abuelo, y este con su madre murieron luego. De
cuyas muertes al Rey no pesó mucho, por lo que entendió había
hecho en Aragón muy gran sentimiento los pueblos por este
casamiento, y nacimiento de Príncipe: y mucho más los grandes del
Reyno: pero sobre todos lo sintió más la Reyna su madre, la cual
por esto propuso en su ánimo de en volviendo el Rey conformarse con
él, para mejor poder entender en casarle de su mano. Finalmente Don
Alonso el Conde puso al suyo el mismo nombre de Ramón
Berenguer.
Este sucedió después a su padre en el Condado aunque
fue desgraciado como se dirá adelante.









Capítulo IX. Como el Rey pasó a Roma y se coronó por mano del
Pontífice, y del Tributo que impuso sobre sus Reynos en favor de la
sede Apostólica.



Viéndose
el Rey libre del inconsiderado matrimonio, con la muerte de la mujer
e hijo, como fuese valeroso, y muy codicioso de honra, y también muy
rico, por la mucha suma de dinero que a la sazón le habían traido
de sus Reynos: determinó de ir a Roma a coronarse Rey, por mano del
summo Pontífice. Lo cual con muy grande aparato y suntuosidad puso
luego en ejecución, llevando consigo algunos principales de sus
Reynos, los cuales llamados vinieron a acompañarle muy en orden,
como se requería para tal jornada. Partido del puerto de Marsella
con diez galeras que hizo venir de Barcelona, arribó a Genoua, y de
ahí continuando su viaje por la costa de Italia, llegó al puerto de
Ostia,
doce
millas de la ciudad de Roma, y subiendo con las galeras por el río
Tiber arriba, fue honrosamente
recebido
de algunos Señores de Italia que residían en Roma. Llegó allí el
Senador con el pueblo Romano, y le entraron por
la
puente
, que agora llaman de Sixto, en
la ciudad, y fue llevado como en
triumpho
a sant Ioan de Letran, a besar el pie al Papa Innocencio tercero, del
cual fue muy amorosamente recibido, y opulentísimamente aposentado.
El día siguiente, como ya el Rey hubiese suplicado al Pontífice y
Collegio de los Cardenales por su real coronación, el Papa vino a la
iglesia de sant Pancracio fuera de los muros de Roma, adonde, según
el antiguo uso y
cerimonia,
recibió de nuevo al Rey con mucha pompa y
solennidad,
acompañado como antes del Senador y pueblo Romano. Fue en este
templo por Pedro Obispo y Cardenal de
Portu,
(de cuyo
districto
se dice es la iglesia de sant Pancracio) ungido con el olio santo, y
la corona real impuesta en su cabeza por manos del Pontífice, con
las insignias reales. Luego con juramento solemne se obligó, y
prestó la obediencia por si y sus reynos al Pontífice, y a la
Sancta Sede Apostólica. De allí vuelto al Vaticano donde está el
sumptuosisimo
y devotísimo Templo de sant Pedro, dejó las insignias reales, y
tomando la espada de la mano del Pontífice, fue armado caballero
(cauallero). Esta fue la causa porque el Rey Don Pedro hizo al reyno
de Aragón tributario a la sede Apostólica, y prometió por si y sus
descendientes los Reyes, dar cada año en nombre de tributo
doscientos y cincuenta
mahozemutos
de oro: teniendo en mucho más la merced que el summo Pontífice le
había hecho, en darle la corona real de su mano, con el título de
católico. Esta moneda fue batida en España por Iuceff Mahozemuto
gran Almanzor, que quiere dezir Emperador de los moros de España, y
valía cada
mahozemuto
seis sueldos, como tres reales. Entonces concedió el mismo Pontífice
a los Reyes de Aragón privilegio, para que de ahí (
de
a y
) adelante pudiesen tomar la corona
real por mano de los Arzobispos de Tarragona, en la ciudad de
Zaragoza: con pacto y condición, que siempre se diese a la sede
Apostólica el tributo por el Rey Don Pedro prometido. De esto se
sintieron mucho, y se quejaron al Rey los grandes y ricos hombres del
reyno, y también las ciudades y villas reales, porque de libres y
exemptos
los había hecho
pecheros,
según hace de todo esto larga relación el cronista (coronista)
Gerónimo Zurita (çurita) en sus annales Españoles e Índices
latinos.




Capítulo
X. Como volvió el Rey de Roma a Zaragoza, y de los modos que la
Reyna su madre tuvo para casarle con la señora de Mompeller, y como
fue allá.

Acabadas ya las fiestas de su coronación, el Rey
se despidió del Pontífice y Cardenales, y con mucha gracia del
pueblo Romano, con quien el día de su coronación se mostró muy
liberal y magnífico se volvió con la misma armada por mar, y
desembarcó en el puerto de Colliure en Cataluña. De allí se fue a
Zaragoza, donde con grande triunfo fue recibido. Luego los
principales de su consejo propusieron, que para beneficio y quietud
de sus reynos convenía mucho casarse, y dejar sucesor y heredero: y
para esto considerase la gran dignidad de su persona real, y que no
se
sufría
tomar mujer sino de
ygual
sangre y digna de tal marido. De lo cual la Reyna Doña Sancha, que
ya se había confederado con el Rey, tenía muy grande cuidado, y
había pensado en la que le convenía escoger por nuera, pues aunque
se ofrecían algunos buenos matrimonios con hijas de Reyes, y con
sucesión de reynos, como el de Chipre, y otros: a ella no le parecía
bien ninguna, teniendo puestos los ojos y el alma en Doña María
Princesa de Mompeller. La cual poco antes, muerto Don Guillen su
padre había quedado legítima heredera, y absoluta señora de la
ciudad y estado, a esta deseaba la Reyna por nuera, y mujer del Rey
su hijo, no tanto por su valor y estado, ni por ser de sangre
imperial, cuanto por algún escrúpulo de conciencia que la
atormentaba, acordándose del agravio pasado, hecho por Don Alonso su
marido contra Matilda hija del Emperador de la Grecia, madre de Doña
María: y de los desacatos y mal tratamiento que su marido Don
Guillen usó con ella, que todo lo refería la Reyna a su propria
culpa, y pensaba repararlo con este casamiento de los hijos de ambas:
puesto que en publicarse este matrimonio, no faltó quien
secretamente dijo a la Reyna mirase muy bien lo que hacía: porque
había muy grande sospecha de Dona María, era secretamente casada
con otro marido, y que tenía dos hijas de ella. La Reyna como fuese
magnánima, y muy porfiada en llevar adelante lo que pretendía, no
solo no dio fé a lo dicho, pero mandó a los que se lo habían
revelado, lo tuviesen muy secreto, y comenzó a dar más
priesa
a lo comenzado, temiéndose, que andando este rumor por la Corte, los
grandes, y los del consejo real, no
diuertiesen
al Rey de este casamiento. Por eso procuró con
mucha
arte
y maña de atraerlos a todos a su
parecer, mandando sembrar por el pueblo muchas razones, con las
comodidades provechosas en favor del matrimonio que convenía mucho
al Rey aceptarlo, aunque poco después de concluido, la Reyna padeció
mucho, y pagó la pena de su apresurado deseo: o por el
descontentamiento que del matrimonio el Rey tuvo, o por causas
antiguas, con las cuales se renovaron los enojos y rencillas pasadas
contra la Reyna: en tanta manera, que hasta que murió le duraron.
Así que viniendo bien el Rey en el concierto, los grandes, y
aficionados a la Reyna, por contentarla, loaban el matrimonio con
cuantas razones podían, diciendo que sucediendo el Rey en el
Principado de Mompeller, con ser tierra fuerte y gente belicosa, no
solo aprovecharía mucho para la confederación del condado de
Rosellón su vecino, pero también a los pueblos comarcanos de la
Provenza, y que convenía mucho más por el grande lustre del
imperial parentesco, que con este matrimonio ganaba la casa real de
Aragón, por ser Matilda hija del Emperador de la Grecia, y madre de
doña María: la cual como hija de Emperador, se podía llamar
Augusta (que es título de las Emperatrices) siendo Reyna de Aragón,
para mayor honra y decoro de sus hijos y descendientes. Estas y otras
razones sembradas por el pueblo movieron tanto los ánimos de todos
(por ventura por lo que Dios obraba en este matrimonio) que después
de haberlo consultado con doña María de Mompeller, y en venir bien
ello, el Rey partió muy acompañado de prelados y principales del
reyno para Mompeller, y siendo con grande triumpho recibido de los
Regidores y pueblo, celebró sus bodas con doña María con muy
grande solemnidad y fiestas, para que de aquí saquemos, que no fue
por artificio, ni saber humano, sino por especial obra de la divina
mano, que lo rige y dispone todo suavemente, que con un mismo acto,
no solo la injuria hecha al Emperador, pero la afrenta de su hija,
por la inconstancia del Rey don Alonso, quedasen recompensadas: y con
solo el matrimonio de los hijos de ambas partes, enteramente
restituida la honra a cada cual de ellas. Mas porque el fruto
verdadero de las bodas, y matrimonio, es la generación y
descendencia, digamos de la nunca pensada, y milagrosa concepción de
nuestro gran Rey don Iayme.




Capítulo XI.
De la notable invención y arte que la Reyna doña María usó
viéndose tan despreciada del Rey, para concebir de él.

Conforman
todos los historiadores antiguos y modernos en contar la extraña
concepción y nacimiento del infante don Iayme: puesto que en el modo
y discurso de cada cosa, y como
ello paso, discrepan en algo,
pues los unos lo pasan breve y sucintamente, por más honestidad,
como la propria historia del Rey: otros cuentan muchas y diversas
cosas sobre ello, porque son amigos de pasar por todo, y es cierto
que convienen todos con el Rey, y como está dicho, en solo el modo
difieren. Por tanto tomando de cada uno lo más probable y menos
discrepante, nos resolvemos en lo siguiente. No mucho después que el
Rey celebró sus bodas con doña María su mujer, y se partió con
algún descontento de ella. o porque ya tuviese alguna noticia de su
primer casamiento, o porque de ser el Rey de su costumbre aficionado
y perdido por mujeres la
menospreciase, o en fin porque fuese
Dios servido, que por los mesmos trabajos que pasó la madre pasase
la hija, padeció con él grandes fatigas, y vivió siempre con
sobresaltos y angustias, pues aun con ser ella hermosa y honestísima
no solo la despreciaba, pero así desenfrenadamente se enamoraba de
otras, y le volvía el rostro, que por no hacer vida con ella se iba
de pueblo en pueblo, y cuando le acontecía estar con ella, nunca de
sus doncellas y damas partía los ojos hasta que con grandísima
afición los puso en una hermosísima y honestísima viuda, a quien,
muerto su marido en Mompeller los parientes, que eran gente muy
noble, la encomendaron a la Reyna, para que debajo su amparo y
recogimiento conservase su buena fama y persona. Sintiendo esto la
Reyna y considerando lo que de aquí se podía seguir, para quedar
ella perpetuamente sin hijos, y en desgracia de su marido, y que de
la misma manera que a su madre se le daría repudio y aun peor,
determinó de mirar por si, y salir de Mompeller a una aldea cerca,
que se decía Mirauall, lugar ameno y deleitoso, a la ribera de la
Garona, y llevó consigo a la viuda para mejor guardarla del Rey, y
pasar su ausencia en aquella soledad con paciencia. Pero como temiese
que aquella ausencia, no fuese lazo y ocasión del repudio, determinó
de ganarle por la mano, y en aquellos mismos enredos se le aparejaban
tomar al Rey, mayormente por tan buen medio como halló para ello, en
un criado del Rey muy su privado, y tercero en los amores de la
viuda, que la solicitaba muy disimuladamente.
Pues como la Reina
un día hallase a este criado en un rincón de la sala hablando muy
en puridad con la viuda, llegada a ellos, con voz baja, aunque muy
airada, le dijo. Tengo tan grande ira contra ti, traidor malvado, que
si la maldad que agora tratas de hacer contra la honra de palacio, no
fuese mayor contra mí que contra el Rey mi marido, días ha que ante
sus ojos, por muy privado suyo que seas, te hubiera mandado hacer mil
pedazos, porque pasases por el merecido castigo de tu desordenado
atrevimiento; con todo esto, pues tú eres mandado, y osas an
aventurar la vida por servir a tu Rey mi señor, aunque en ello me
haces notable injuria, digo que por no darle disgusto yo me olvidaré
de ella, y seguiré en todo su voluntad y apetito, y que pues te veo
tan puesto en los amores de esta viuda, (pues así lo quiere mi
fortuna ) no le contradiré: antes tomaré los hijos que hubiere de
ella, por míos propios, como de criada mía, y de mi marido, y me
los prohijare: solo que se tenga cuenta con la honra de esta viuda
por ser mujer principal y bien nacida, a la cual ni ha de ver el Rey,
ni ser visto de ella, y me prometas de tener muy secreto lo dicho y
hecho, y que por
ninguna vía se entienda haber yo consentido en
ello. Como oyó esto el criado del Rey, cuyo camarero era, holgose en
extremo, por ver a la Reyna tan súbitamente de muy airada vuelta en
su favor, y también encaminados los amores del Rey. Con esto se
partió a la hora para Latès pueblo pequeño, donde el Rey estaba a
dos leguas de Miravall, y le contó por orden todo lo que con la

Reyna había pasado: lo cual al Rey plugo mucho: y más de que el
concierto fuese para luego.





De manera
que el Rey, o solicitado por el camarero, o rogado por un principal
barón de Mompeller, a quien la historia Real nombra Guillé Alcala,
fue a prima noche a Mirauall a verse con la Reyna, llevando consigo
al mismo Alcalá, y llegando, fue con grandísima alegría recibido
de la Reyna; a quien también se mostró él con rostro muy afable y
alegre, y se puso a cenar y a conversar muy regocijadamente con ella:
no consintiendo la Reyna que
otri
que sus damas les sirviesen a la mesa, la cual levantada, comenzó el
Rey a mirar una a una, como solía, a todas las damas, y como no
viese su amada viuda entre ellas, creyendo estaría retirada para
mejor prepararse y hacer bueno el concierto, fingió sueño, e hizo
señal al camarero que le guiase a la cama, y puesto en ella, aguardó
muy atento, hasta que vencido del sueño se
adurmió,
y a la hora la Reyna su verdadera y casta mujer fingiendo ser la
viuda, entró en la cama con su propio marido, y por la mañana antes
que el Rey se levantase mandó abrir las ventanas y llamar a Guillen
Alcala, que aguardaba ya en la antecámara, entrase dentro, para que
pudiese en algún tiempo testificar como había visto en una cama
juntos al Rey y a la Reyna. De donde se levantó el Rey con alguna
cólera, y luego se fue para Lates, y con todo lo hecho, siempre
estuvo muy esquivo y diferente de la voluntad y bien querer de la
Reyna, tanto que poco después hizo público divorcio con ella como
adelante diremos.




Capítulo
XII. De la batalla de Úbeda (Vbeda) donde Vencieron los Reyes de
Castilla, Navarra y Aragón a doscientos mil Moros.

A esta
sazón que el Rey salía de Miravall, fue llamado para acabar el más
alto y más esclarecido hecho de armas que nunca se le ofreció, para
ganar con él mayor fama y gloria, que todos sus antepasados. Porque
partiéndose para Cataluña en llegando a Barcelona recibió cartas
de los Reyes de Castilla y de Navarra, avisándole como había pasado
de África a la Andalucía innumerable ejército de Moros, los cuales
juntados con los de Granada, Portugal, y Valencia llegaban a
doscientos mil, con ánimo, según publicaban, de conquistar de nuevo
toda la España. Por lo cual le rogaban que por el bien común suyo y
de toda la Cristiandad, no dejase de venir luego con el mayor
ejército que pudiese a Toledo, donde los hallaría ya puestos en
orden con todas sus gentes para la general defensa de España.
Entendido esto por el Rey, luego mandó publicar guerra contra moros
por todos sus reinos y señoríos, mayormente por Cataluña, donde se
le ofrecieron todos con gente y armas, y más con el tributo del
bouage que
era como después declararemos. Un tanto por cada cabeza de ganado.
De manera que siendo pregonado sueldo contra moros, sacó de los
reynos


de
Aragón, Cataluña, Mompeller, y la Provenza un ejército
poderosísimo de hasta veinte mil infantes, con tres mil y quinientos
caballos entre hombres de armas y caballos ligeros, los cuales
llegados a Toledo, y juntados con los ejércitos de Castilla y
Navarra, fue fama que llegaron a cien mil infantes y diez mil
caballos. Con esta gente y tan formado ejército fueron a buscar al
de los moros en la Andalucía hacia el barranco Mariano: a las navas
de Tolosa, que dicen, donde los Moros habían asentado su real: y sin
más aguardar, les dieron la batalla, la cual duró muchas horas, y
fue dudosa por ambas partes hasta que con las fuerzas e industria del
ejército Aragonés que servía
de retaguardia (según el
Arzobispo Don Rodrigo lo cuenta en su Historia) la victoria vino a
declararse por los Cristianos, y fue en ella herido el Rey don Pedro,
aunque no de muerte. En esta batalla, conforman todos los que
escribieron de ella haber sido muertos cien mil moros y
que los
demás con el Miramamolin huyeron desamparando el real, el cual fue
dado a saco por los Cristianos, y tomadas las riquísima tiendas del
Miramamolin, con infinitos despojos. Esto fue todo por la liberalidad
y magnificencia del Rey de Castilla don Alonso el
viii,
repartido
entre los ejé
rcitos de Aragón y
Navarra que con grande gloria y triunfo de esta victoria se volvieron
a sus reynos: y por los milagros en ella vistos, se instituyó por
toda España la fiesta y solemnidad del triunfo de
la Cruz.




Capítulo
XIII. Del nacimiento del Príncipe don Iayme, y de los extraños
misterios que en su bautismo acaecieron.

En este medio la
Reyna doña María, a quien dejamos en Miravall, deseando que llegase
a bien la real esperanza que del Rey su marido se hallaba en su
vientre depositada, se encomendaba muy de corazón a Dios nuestro
Señor, y a su bendita madre, con sus santos Apóstoles, acrecentando
su devoción con muy grandes obras de caridad y religión, siendo muy
larga y liberal para los pobres, y muy magnífica con las iglesias y
monasterios de religiosos, para que por todos se encomendasen sus
cosas a Dios: tomando con grande paciencia la extrañeza y crueldad
del Rey, y consolándose con el fruto de bendición que esperaba, en
quien tenía puesto todo su descanso hasta que llegó el tiempo del
parto, para lo cual se preparó muy de propósito, como menester era,
para hacer fé y testimonio del buen suceso. Por esto partió de
Miravall y entró en Mompeller, y se aposentó en el palacio de los
Tornamiras,
por ser casa grande, y de muy ricos aposentos: a donde mandó juntar
todos los principales ciudadanos con sus mujeres, para asistir y
hallarse presentes a su parto: del cual con el favor divino nació un
infante muy formado y bellísimo, el primer día de
Hebrero
en la noche, año del virginal parto (como dice la historia Real) M.
cc viii, que era día celebrado con ayuno y vigilia de la fiesta y
purificación de la virgen y madre de Dios nuestra Señora.

Cuando
comúnmente por todas las iglesias de la Cristiandad, con mucha
solemnidad se bendicen las velas de cera para ilustrar los
sacrificios divinos. Esa misma noche del nacimiento, el recién
nacido niño fue por mandato (mandado) de su devota madre llevado a
la iglesia mayor de la ciudad, acompañado de todo el pueblo que no
cabía de regocijo, para solo hacer infinitas gracias a nuestro
Señor, y a su gloriosa madre por tan próspero parto, y acaeció
entrar el Infante por la iglesia, pasada la media noche, al punto que
los Canónigos celebraban los maitines, y entonaban en voz alta el
cántico
Te Deum laudamus,
a donde hechas gracias, y pasando a otro templo que llaman de sant
Firmin, en el cual así mismo celebraba los maitines, se siguió (lo
que también se tuvo a milagro) que llegó a entrar, al tiempo que en
alta voz comenzaban el cántico Benedictus Dominus
Deus Israel.
Mas determinando la Reyna que el mismo día de la Purificación fuese
el niño bautizado, y pensando sobre cual de los doce Apóstoles le
daría su nombre, mandó traer doce velas de cera blanca de igual
peso, y una misma hechura, las cuales ofreció a los doce Apóstoles,
en cada una escribiendo el nombre de uno, y encendidas todas juntas,
con propósito de que si alguna durase más que las otras, fuese el
nombre del Apóstol, a quien la vela estaba dedicada, impuesto al
niño, y allí acabadas de consumir las otras, la del Apóstol sant
Iayme, o Santiago (que todo es uno), quedó encendida, y luego fueron
al templo, y bautizado el niño le fue como del cielo impuesto el
nombre de Iayme, para que a imitación del glorioso Apóstol patrón
de España, que echó de ella la gentilidad con la introducción de
la ley Evangélica: así don Iayme echase la secta Mahometica de los
reynos por él conquistados, y los sujetase al Evangelio y nombre de
Cristo. Todas estas cosas maravillosas que acaecieron en el
nacimiento del Príncipe don Iayme, como señales de un gran Rey
causaron en doña María su madre grandísima admiración para que a
imitación de la soberana María Reyna de los Ángeles las observase,
como misterios, y en su alma confiriese lo que de tan altos
principios se podía esperar. Porque no era muy diferente de la
tiranía de Herodes en la persecución del niño Iesus, y de su madre
bendita, lo que a don Iayme acaeció, cuando siendo muy tierno,
estando en la cuna (como el mismo lo escribe) le cayó una gran
piedra sobre ella (no se sabe si acaso o echada por alguno que
pensara muerto él, reinar) y aunque con grande estruendo rompió la
cuna quedó el niño sano, y sin lesión alguna. también por lo que
fue después perseguida la madre de sus hermanos, puesto
pleyto
contra ella, por quitarle el estado, y que por esto, como se dirá,
fue forzada huir a Roma, y sufrir tan gran dolor como padeció
dejando a su queridísimo (carísimo) hijuelo tierno, de cuatro años,
tan apartado de sí, y que después viniese a poder de sus enemigos,
aquellos que le mataron al padre: de los cuales tanto más se había
de recelar no matasen al hijo, por que faltase quien vengase al mismo
padre.



Capítulo
XIIII (XIV). Como el Rey puso divorcio con la Reyna, y del pleito de
sus hermanos contra ella, y como fue a Roma y hubo sentencia en favor
contra todos.

Desde que el Rey se partió de Mirauall, nunca
después hallamos que volviese a verse con la Reyna, ni bastó su
felicísimo parto, ni su gran paciencia, para ablandar tan duro
pecho, y que dejase de perseguirla tan a la descubierta, que vino a
hacer divorcio con ella. Y no paró hasta que la causa del divorcio
se remitió a Roma al mismo Pontífice Innocencio III, dando por
suficientes causas que doña María antes que casase con él había
consumado matrimonio con el Conde de Comenge en Guiayna, y tenido dos
hijas de él y que siendo este mismo
vivo,
sin haber sido apartada de él por autoridad de la iglesia ni dado
por
nullo
el matrimonio había contraído el postrero. Mas añadió por causa
de nulidad de su parte que antes de haber consumado el matrimonio con
doña María había carnalmente conocido una prima hermana de ella.
Lo cual entendido por el summo Pontífice cometió luego el
conocimiento de la causa a los principales Prelados de la Guiayna
reservando a si la decisión y sentencia que se había de dar sobre
ella. Pero prevaleciendo el poder y favor del Rey, y conociendo doña
María que su causa iba mal, determinó de recurrir (recorrer) al
mismo Pontífice, y declararle las causas que en descargo suyo y
firmeza del matrimonio tenía, las cuales en suma fueron. Como
forzada ella y amedrentada por las amenazas de muerte que don Guillen
su padre le hizo, hubo secretamente de contraer matrimonio con el
Conde de Comenge, con el cual tenía parentesco y que no se hubo
jamás gracia ni dispensación del Papa para poder legítimamente
casar con él. Y también que era muy notorio como el mismo Conde, al
tiempo que se casaron, estaba ya públicamente casado con dos
mujeres, ambas viudas (biuas), la una llamada Guillerma Barcen: la
otra hija del Conde de Bigorra, y que de las dos tuvo hijos. Toda
esta verdad del hecho bastantemente probada, se envió a Roma muy
autenticada y sellada, a darse en proprias manos de su Santidad. Pero
pareciendo a doña María, que tenía otras más justas causas para
impedir el divorcio,
las cuales no se podían descubrir sino a
sola la persona del Pontífice y también porque el favor del Rey
prevalecería en Roma, ausente ella, determinó de ir allá en
persona, para más bien de su carísimo hijo, el cual dejó
encomendado al gobernador de Mompeller para que hiciese de él a
voluntad del Rey: y ella bien acompañada llegó a Roma, a donde fue
muy honradamente recibida y tratada como Reyna, del Pontífice y
Cardenales y de todo el Senado y pueblo Romano. Y luego después de
oída su información particular, con las demás ya dadas, y muy bien
examinada la causa en contradictorio jvicio con los procuradores del
Rey: de consejo y voto del sacro Collegio de los Cardenales, y
auditores de rota, y habida consulta con los mayores letrados de
Italia, diose por sentencia. Que don Pedro Rey de Aragón estaba
legítimamente casado con doña María hija de don Guillen señor de
Mompeller, por haber sido pública y solemnemente in facie Ecclesiae
contraído el matrimonio: que no se podía deshacer por la objeción
por él hecha de parentesco que había trabado antes del matrimonio
con la parienta de Doña María. Lo cual era de ninguna fuerza y
valor, porque esto nunca se probó: y menos lo que se oponía del
primer matrimonio de doña María con el Conde de Comenge el cual fue
nulo, no solo por el parentesco que doña María tenía con el Conde,
pero mucho más, porque siendo este casado ya antes públicamente con
la hija del Conde de Bigorra, y habido hijos de ella, encubriéndolo
clandestinamente hizo el segundo con doña María que no lo sabía. Y
más porque con violencia de su padre fue forzada a consentir en
ello. Por donde no había lugar de divorcio por ser el matrimonio
legítimamente contraído. Esta fue la sentencia que contra el Rey en
favor de doña María se publicó en Roma, en el mes de Hebrero del
año, M. ccxiij, y quedó registrada en el libro de los decretales
Pontificales como la historia del Rey lo afirma. La cual sentencia
fue luego remitida por el Pontífice al Rey Don Pedro, juntamente con
un
rescripto,
por el cual su Santidad le amonestaba y rogaba aceptase y tuviese por
buena la sentencia en favor del matrimonio, pues se había
pronunciado después de haber sido muy mirada y examinada por el
sacro Collegio de los Cardenales y comunicada con los más célebres
Doctores de toda Italia, y que era como de la mano de Dios, por
quietar su conciencia y atajar tantas revoluciones y alborotos
de
sus reynos que fácilmente podrían seguirse de la división y
divorcio, mayormente por la honra de doña María, mujer (como lo
mostraba) prudentísima y Cristianísima: y también de su hijo don

Iayme común prenda de los dos. De cuya sucesión no podía
esperarse sino gran beneficio y pacificación para todos sus reynos.
Mas dudando el Pontífice que el Rey pasase por lo juzgado, cometió
la ejecución de la sentencia a los Obispo de Auiñon y Carcassona,
para que con censuras eclesiásticas compeliesen al Rey, no
admitiéndole apelación alguna, a obedecer la sentencia. Con todo
esto el Rey endurecido en su obstinación y pertinacia, no quiso
obedecer. Por esta causa la
Reyna, a efecto de librarse de la ira
del Rey, y por ver más al seguro el éxito (suceso) de sus negocios,
determinó quedarse en Roma, hasta que con la muerte del uno, o del
otro, le diese fin a tantos males. también por ver concluida la otra
causa y pleito que como dijimos, estaba contestado ante el mismo
Pontífice, entre su hermano y ella. En la cual también se dio
sentencia, y declaró el Papa, que Guillen
pretenso
hijo de don Guillen señor de Mompeller, como bastardo, nacido y
procreado en vida de la primera y legítima mujer de don Guillen
fuese inhabilitado para la sucesión y herencia del estado; y que
Doña María su hermana como única hija de don Guillé de legítimo
matrimonio nacida, era la verdadera y universal heredera, que sucedía
en los estados de su padre:
y por la misma causa declaraba como
la sucesión de Mompeller pertenecía al Príncipe don Iayme su hijo.
Con esta sentencia se dio final al pleito, y doña María quedó
pacifica señora de todo su estado.





Capítulo XV. Que el Príncipe don Iayme fue encomendado por el Rey
su padre al Conde Simón de Monfort, y como fue condenada la herejía
que se levantó en la ciudad de Albi.

Al tiempo que esto
pasaba en Roma, movido el rey por la furia y mala intención de
algunos, y por
la sentencia contra él dada, tenía tanta ira
contra la Reyna, que por su respecto mostraba del todo aborrecer a su
propio hijo don Iayme, ni curaba de hacerlo criar como quien era, ni
aun permitía se lo trajesen (truxesen) delante, puesto que debajo de
aquella tierna edad el niño, así con la presencia y dignidad de
rostro, como con la bella estatura y proporción de cuerpo, daba de
si grandes señales de su valor y magnanimidad real: de manera que
siendo de todos muy amado y respetado, a solo el Rey desplacía.
Hallábase a esta sazón en la corte del Rey un caballero principal
llamado Simón de Monfort Conde de Carcassona y Besiers, pueblos
principales de la Guiayna, vecinos a Mompeller, hombre hecho para paz
y guerra, y en armas muy señalado, y que estaba tan obligado al Rey,
que por su intercesión el mismo Pontífice Innocencio III le había
dado en feudo el Condado con otros pueblos. Este teniendo grande
lástima del niño don Iayme, y de la poca cuenta que de él se tenía
para criarlo como a hijo y sucesor en los reynos, rogó al Rey se lo
diese, que lo criaría en su casa, y tendría (ternia) especial
cuidado de enseñarle la disciplina y costumbres reales, y mirar por
él como quien era. No le pesó al Rey de la demanda del Conde,
porque pensaba era su fin prohijárselo para casarle con su hija
única, y hacerle sucesor en sus estados, por esto tuvo por bien que
se lo llevase. Horrible y miserable cosa, que se encomendase y diese
a criar el hijo, a quien antes de cumplir el año había de ser
homicida del padre que se lo encomendó. Era pues este Conde muy
valeroso caballero y capitán famosísimo de aquel tiempo, cuando el
mismo Pontífice mandó juntar grande ejército en Guiayna, y le hizo
general de él, contra los Condes de Tolosa, de Foix y de Comenge,
por ser autores y defensores de la herejía de los Albigenses que
poco antes se habían levantado en la ciudad de Albi en Guiayna,
renovando la aborrecible secta de los Manicheos, Arrianos, y
Vualdenses.
Uno de los que más impugnaron y persiguieron estos
errores con su continua predicación, y públicas disputas, fue santo
Domingo Español, que entonces era Canónigo reglar del orden de S.
Agustín, y fue después por él fundada la religiosísima orden de
Predicadores (como en el libro siguiente diremos) hasta que por el
dicho Pontífice se tuvo el celebérrimo Concilio Lateranense en
Roma, en el cual concurrieron los dos Patriarcas de Ierusalen y
Constantinopla, lxx. Arzobispos, cccc. Obispos, xj. Generales de
órdenes, y ccc Abades, y Priores de monasterios principales, además
de los Embajadores de todos los Reyes y Príncipes Cristianos: por el
cual fue condenada y confundida esta herejía, y los defensores de
ella condenados a privación de sus estados y señoríos,
aplicándolos al fisco de la iglesia, y cámara Apostólica. Para la
ejecución de esto el Conde Monfort por general del ejército, y
antes de todo esto comenzó ya a perseguir a los Condes. Por esta
causa el Rey, siendo cuñado suyo el conde de Tolosa, tuvo gran odio
al Conde Monfort, y entendió en perseguirle.






Capítulo XVI. Como el Rey movió guerra al Conde Monfort, el cual se
le humilló, y no queriendo aplacarle, le dio batalla campal, y mató
su real persona.

Crecía de cada día el rencor y enemistad
que el Rey tenía contra el Conde Monfort, con la nueva
ocasión
que para ello dieron los pueblos de Carcassona y Besiers, por
industria, como se sospechó, del mismo Conde en menosprecio y
notable afrenta del Rey, al cual los pueblos enviaron con engaño sus
embajadores, quejándose del Conde, que los maltrataba y regía
tiránicamente, que le suplicaban los tomase debajo su amparo y
defensa, porque a la hora se le entregarían todos con sus
fortalezas. Lo que siempre se creyó fue hecho con maña y arte del
Conde, para descubrir el ánimo del Rey si escucharía el
ofrecimiento hecho por sus pueblos, para con esta ocasión apartarse
de su amistad. Pues como el Rey viniese con poca gente a los pueblos
del Conde para tomar posesión de ellas y hacer luego venir gente de
guarnición para defenderlos como se lo habían pedido, salían sin
orden al camino, diciendo a voces que ellos emplearían sus vidas y
personas por su alteza, y que esto bastaba para tenerse por obligado
a defenderlos. Con estas palabras fingidas, juntamente con muchas
danzas de mujeres hermosas, que al Rey tanto agradaban, le
entretenían, sin dársele ni permitir pusiese guarnición de gente
en sus tierras. Entendida por el Rey la burla manifiesta, y que era
por invención del Conde ordenada, determinó hacerle abierta guerra
hasta coger su persona.
A lo cual se adelantó el Conde, y (como
dice la historia real) vino a una villa llamada Muret en el campo de
Carcassona, muy cerca de donde el Rey estaba con su ejército que de
presto había mandado hacer, y venir con algunos principales de
Cataluña. Trajo (truxo) el Conde para su defensa mil caballos
ligeros los más escogidos de la tierra, y se puso en orden, así
para acometer, como para defenderse del Rey: el cual como lo supo
movió su ejército, y se fue allegando para cercar la villa y
cogerle dentro. El Conde, que entendió esto viendo su peligro tan
manifiesto por la mucha gente que de cada hora aumentaba el ejército
del Rey, enviole a pedir treguas, y tentó con honestos partidos de
entregársele, queriendo antes hacer experiencia de la clemencia del
Rey, que por armas probar su fortuna. Como el Rey no quisiese
escuchar concierto alguno, antes con la sobrada cólera e ira hiciese
marchar el ejército contra la villa, sin aguardar la demás gente de
Cataluña que para otro día se esperaba, determinó luego en
llegando dar el asalto. Como el Conde vio la dureza del Rey, medio
desesperado, animó de nuevo a los suyos, protestando ante todos,
como se había rendido al Rey, ofreciéndole cuantos medios y modos
de paz había podido, por no venir con él a las manos: pero que pues
no había sido escuchado, ni podido sacar al Rey de su obstinación
sería muy gran mengua suya y de tan valerosa y lucida caballería
como allí se hallaba, rehusar la batalla.
Por tanto les rogaba,
que pues con haberse humillado al Rey, había mejorado su querella,
se esforzasen, y le ayudasen a salir con ella.

Y así
encomendándose todos muy de veras a nuestro Señor, y recibiendo su
santísimo cuerpo en el sacramento, como lo acostumbraban siempre
hacer al entrar en las batallas, salió al amanecer con sus mil
caballos de la villa, y fuese para el ejército del Rey, que ya se
había extendido en dos alas para cercar la villa, dejando aquella
parte, donde el Rey estaba, muy abierta, y mal guarnecida de gente.
Conociendo pues el Conde el pendón del Rey, que suele siempre guiar
la persona real, hizo un cuerpo de todo su escuadrón, mandando a
todos que a ningún enemigo, aunque se rindiese, otorgasen la vida, y
que no perdonasen a grandes ni a pequeños, ni a la misma persona del
Rey. Hecha la señal, arremetió con grande ímpetu con todo el
escuadrón contra el estandarte real, y fue tanto su ardor y
presteza, que antes que los del Rey, que andaban por el campo
esparcidos se pudiesen juntar para defenderle, los del Conde dieron
en el cuerpo de guardia, y los mataron a todos con el mismo Rey. Pues
como se publicase luego por el ejército la muerte del Rey, a la hora
desampararon el campo todos. Lo cual hecho, mandó el Conde recoger
su gente, y sin consentir se saquease el Real, ni entrar en las
tiendas, se volvió con toda la caballería a sus tierras: aliviando
su dolor y tristeza que de la muerte del Rey sentía, con la alegría
y gloria de la victoria.





Fin del libro
primero.



Continuar con el segundo libro

Libro décimo

Libro décimo.



Capítulo
primero. De los embajadores del Duque de Austria que vinieron a
ofrecer su hija por mujer al Rey, y como porque no la aceptó
murmuraron de él los suyos.




Por este
tiempo que el Rey entraba en los XXVII años de su edad, y con mayor
sosiego y tranquilidad que nunca gobernaba sus Reynos, la fama de sus
memorables hechos era tan celebrada por todas partes, que los
Príncipes y Reyes, por muy apartados y lejos de él que estuviesen,
deseaban mucho trabar amistad con él, y por vía de parentesco
perpetuarla. Mas como ni en castilla, ni en Francia, ni tampoco en
Inglaterra, hubiese hijas de Reyes, a quien solían los de Aragón
pedir por mujeres, que fuesen de edad para casar, y aunque las
hubiese, la fama del divorcio y apartamiento de doña Leonor les
hiciese esquivar el matrimonio del Rey:
valiose
desta ocasión el Duque de Austria Príncipe riquísimo, para que de
las últimas partes de Alemaña enviase sus embajadores al Rey a
ofrecerle su hija por
muger
con mayor dote que nunca Duque dio, ni Rey de Aragón, hasta
entonces, recibió en casamiento. Y así fue, que estando el Rey en
Huesca, llegaron a él los embajadores de Austria, a los cuales
recibió muy bien, y oída su embajada, y el dote que el Duque
ofrecía dar con su hija en contemplación de matrimonio, mandándoles
ricamente aposentar, y aguardar algunos días la respuesta. Luego se
puso a pensar muy a solas sobre este casamiento: porque a consultarlo
con otros, ninguno de los suyos se lo desaconsejara. Pues como
después de haberlo muy bien considerado todo, en resolución le
pareciese, que no era cosa
condecente
a Reyes, ni estaba bien a su honor y estado, igualar con dineros la
majestad Real, y casar con la que no fuese de su igual: sin dar más
parte a los suyos, llamó a los embajadores, y haciéndoles grandes
favores y mercedes, y ofreciéndose mucho al Duque, de valerle en
toda ocasión con su persona y estado, los despidió con mucha
gentileza: y en respecto del matrimonio, les dio un honesto desvío
por respuesta. Esto se lo tuvieron muy a mal los de su consejo, y más
sus íntimos y familiares, que iban por palacio murmurando dello:
pensando del casamiento, que no tanto por descontento que del dote,
ni de la
pieça
tuviese, cuanto por haber dado su fé a alguna otra: o realmente por
no querer más casarse, lo había rehusado. Lo cual le atribuían más
a vicio que a virtud, pareciéndoles que redundaba en muy grande
perjuicio de sus Reynos, y que no era justo que la sucesión dellos
pendiese de la vida de solo don Alonso su hijo único: sino que
engendrase muchos Iaymes para ser padre, o de muchos Reyes, o de
muchos, que por sus heroicas y paternales virtudes mereciesen serlo.
Trayendo, entre todos, por ejemplo al gran Rey Príamo el Troyano: al
cual alababa mucho su historia, porque tuvo cincuenta hijos, y los
XVII de su legítima mujer Ecuba: que fue producir al mundo otros
tantos pimpollos de reales, y casi divinas virtudes: para que no
faltasen muchos, que por ser tan bien nacidos mereciesen ser Reyes
entre los hombres. Y así les parecía cosa muy absurda, siendo ya su
Real persona de tan buena edad, no solo haber rehusado tan rico
casamiento como se le ofrecía: pero el haberse privado de los hijos
y sucesores legítimos, que en siete años pudiera tener, después
que se apartó de doña Leonor su mujer primera: para que a caso,
faltando don Alonso, le sucediesen los suyos, y no los extraños.












Capítulo II. De la sabia y cumplida satisfacción que el Rey dio a
sus criados, por no haber aceptado el matrimonio de la hija del Duque
de Austria.




No fueron dichas tan
a rincón las palabras de los criados del Rey, que no llegasen a sus
oídos, y le fuesen sin faltar una relatadas. De los cuales mandó
llamar a los que más aficionadamente, y con buen celo se alargaban
en esta plática: y venidos antes si les habló con su acostumbrada
afabilidad desta manera. No queráis vosotros, con vuestros mal
aplicados ejemplos distraerme del honesto, y bien considerado
propósito que de no casarme por agora tengo: ni creáis, que por
haber desechado el matrimonio que se me ha ofrecido, estoy para
siempre fuera de casarme. Pero tan poco quiero que por haber vivido
algunos años no casado, me lo atribuyáis más presto a vicio que a
virtud generosa. Pues está muy averiguado, que en ningún otro
tiempo mejor que en este me habéis visto ejercitar, en lo que como a
Rey, y como a general del ejército, en paz y en guerra me tocaba: ni
que mayores victorias y triunfos haya alcanzado de mis enemigos, que
cuando más libre me he hallado del cuidado de mujer e hijos. Mas
porque entiendo que andáis muy puestos en convencerme con los
ejemplos de Reyes: por estos mismos, y aun de los mayores Emperadores
del mundo, como de Alejandro Magno, y del gran Iulio Cesar, quiero
atajar agora vuestras razones. Pues destos vemos: que el primero
cuanto más se apartó de casarse, tanto más se empleó en la
guerra, y fue tan felice en ella, que llegó gloriosamente a tener
gran parte del mundo sojuzgado. El otro, después que repudió la
mujer, y quedó libre, demás de pensar en ella, ni en hijos, vino a
exceder tanto en las armas y disciplina militar, que se atrevió a
conquistar el sumo Imperio Romano, y salió con ello. Porque no hay
duda, sino que el amor y cuidado que se tiene de la mujer y hijos,
con la codicia de enriquecerlos más de hacienda que de gloria,
puesto que dan ánimo a los padres para emprender grandes cosas:
todavía la afición y amor carnal que hay entre ellos, embota la
lanza de los unos y los otros: pues procura muy poco el padre que el
hijo gane honra con pérdida, o peligro de la vida: ni deja tan poco
el hijo, por complacer al padre, de posponerlo todo a ella: y que
también el padre mira mucho, con no faltar al hijo la suya. Quiero
que Príamo, a quien alegáis por Rey bueno, y el más principal de
la Asia menor, fuese muy alabado, porque tuvo cincuenta hijos (obra
de naturaleza tanto como suya) no sabéis que perdió su alabanza
porque se aficionó más a uno solo llamado Paris, afeminado y
cobarde, que a todos los demás, que fueron muy esforzados y
valientes guerreros? No fue así, que con la demasiada ternura y
regalo que crió aquel, le salió tan disoluto y
avieso
que no solo fue causa, por su lujuria, de la total destrucción y
ruina de su gran ciudad y Reyno: pero de las crueles muertes de todos
sus hermanos y hermanas, hasta la de su padre y madre, que con el
mismo se perdieron? Y que por esto los historiadores y Poetas,
alabando mucho las gloriosas muertes de los otros hermanos, callaron
la deste, como de un infame, vil, y
malfinado?
No le fuera mejor a Príamo, que ningún hijo le naciera, que haber
engendrado uno para ser la miserable pérdida de todos? Porque no ha
de ser el fin de los Reyes tan puesto en casarse por dejar hijos:
cuanto en dejarlos buenos, o ningunos. En lo demás pienso haber
justamente rehusado el matrimonio de la hija del Duque de Austria,
por muy mucho dote que con ella se me haya ofrecido: porque si es, o
no, cosa
condecente
y honesta, anteponer a los casamientos Reales, los que no lo son: o
que el dinero e intereses iguale con la grandeza y dignidad Real: yo
lo dejo a vuestra discreción y juicio: pues si cuando era muchacho,
y no gozando de más estados, y señoríos de los que mi padre me
dejó, alcancé hija de Rey por mujer: agora que me hallo aventajado
en edad, poderío, y Reynos, consentiré en casamiento más ínfimo?
En verdad que no lo haré: antes porque más os aseguréis de mi
voluntad e intenciones, me apartaré tanto destos matrimonios, cuanto
escucharé de buena gana los Reales, y de ahí arriba, siempre que se
me ofrecieren. Con esto quedaron los criados muy satisfechos, y no
tuvieron que replicar: por no haber tenido espíritu profético de lo
que había de ser, y a do había de llegar la gran casa y
descendencia de Austria, que no pudo a más, de lo que agora vemos,
por gracia de nuestro Señor, en los descendientes del mismo Rey.












Capítulo III. Del casamiento que el Papa Gregorio IX concluyó para
el Rey con la hija del de Vngría, y del dote que se le ofreció, y
como se aseguraron los alimentos para doña Leonor, la cual entró en
religión.






Acabó el Rey su
razonamiento, y quedaron sus criados, como está dicho, tan
satisfechos, y admirados de oír tales y tan concluyentes razones,
que le reputaron por prudentísimo, y tan bien intencionado en sus
cosas, que parecía las consultaba con Dios, y que en todo seguía su
voluntad divina. Y así pareció que vino del cielo, lo que sucedió
por el mismo tiempo. Porque con la autoridad y mano del sumo
Pontífice Gregorio IX se concluyó otro matrimonio del Rey con doña
Violante hija de Andrea Rey de Vngria, y nieta de Pedro
Altisiodorense Emperador de la Grecia, por lo que ya antes se había
tratado dello secretamente el Rey y el Pontífice: y así tuvo luego
el Rey aviso, como era llegado a Barcelona Bartholomeo Obispo de
Cincoyglesias, y Beraldo Conde de los principales de Vngria, para
tratar dello. Los cuales prometieron a las personas que el Rey había
deputado
para escucharlos, traer en dote con doña Violante doce mil libras de
plata, con otras mil que le pertenecían del dote de su madre. Y más
doscientas libras de oro fino que le debía el Duque de Austria: con
cierta parte del Condado de Namurs en Flandes: y otros lugares, así
en Francia, como en Borgoña y Vngria que la madre le había dejado
en testamento (que de todo cobró el Rey más derechos que dineros)
demás de sus mayores dotes y esclarecidas virtudes de cuerpo y alma,
en que doña Violante excedía a todas las mujeres de su tiempo. De
manera que se hicieron los
entregos
y capitulaciones matrimoniales a los XXV de Hebrero, año de nuestra
redención 1234. Puesto que después de haberse aceptado y aprobado
por el Rey el partido, fue necesario antes que doña Violante
viniese, averiguar las diferencias que quedaban entre el Rey y doña
Leonor su primera mujer, sobre sus alimentos. Lo cual se asentó
luego en el monasterio de Huerta en Castilla: donde se halló con el
Rey de Castilla don Fernando sobrino de doña Leonor, y capitularon,
que no casándose doña Leonor, gozase por su vida de Fariza con su
fortaleza y campaña, sin disminución de lo que ya antes se le había
asignado en nombre de dote y alimentos. También que don Alonso su
hijo estuviese, y se criase con ella: con condición, que ni contra
su voluntad ni antes del tiempo y edad decente se casase. Finalmente
que a doña Leonor se le tuviese siempre respeto de Reyna. Hechos
estos conciertos Fariza fue entregada con todos sus derechos a doña
Leonor. La cual como acabase ya de perder las esperanzas de volver
con el Rey, convirtió todo su pensamiento y persona a Dios, y
edificó un suntuosísimo convento de monjas de la orden de los
Premostrenses en la villa de Almazán (
Almaçá),
no lejos de Fariza: donde pasó su vida con grande ejemplo y muestra
de santidad. Concluido del todo el divorcio, y tomado asiento en lo
de los alimentos con doña Leonor, despidiose del Rey don Fernando, y
se volvió para Zaragoza. De allí por los puertos de Iaca y santa
Christina, pasó a la Guiayna, la vuelta de Mompeller: allí tuvo la
fiesta de todos Santos, y asentados algunos negocios del estado
volvió para Cataluña a la ciudad de Lerida.











Capítulo
IV. Como doña Teresa Gil de
Vidaura,
se opuso al matrimonio de doña Violante, y como fue citado el Rey, y
por algún tiempo no pasó el pleyto adelante.






En este medio que
los embajadores andaban tratando el casamiento de doña Violante con
el Rey, o sus agentes en Barcelona, doña Teresa Gil de
Vidaura,
de quien poco antes hablamos, que fue
mujer noble, prudente, y
hermosísima, y que en estos siete años después que se hizo el
divorcio con doña Leonor, tuvo della el Rey dos hijos varones, al
primero que llamaron don Iayme, y al otro
don Pedro: como
pretendiese que el Rey le había dado su fé y real palabra de casar
con ella, luego que entendió se trataba nuevo casamiento con la hija
del Rey de Vngria, se opuso a él con grande rabia, y con efecto
procuró impedirlo. Mas porque luego vio el menosprecio con que le
oían los jueces
Ecclesiasticos,
ante quien puso el
libello,
y al Rey tan puesto en desecharla, publicaba a voces, que no como
amiga, sino como a verdadera y legítima mujer había comunicado con
el Rey, y parido hijos de él: y quería se celebrasen con toda
solemnidad las bodas de este matrimonio. De manera que ni por las
blandas y buenas palabras del Rey, ni por su indignación y amenazas,
dejaba doña Teresa de hablar muy libremente contra él, tratándole
de fementido, y otras cosas con el calor que secretamente le daban
sus parientes, y también los doctores que estudiaban su causa,
animándola para proseguirla: certificándole que si la remitía al
sumo Pontífice, ante quien se trataría con más libertad y verdad
de justicia, que o saldría con ella, o sacaría muy grandes partidos
del Rey, para todo beneficio suyo y de sus hijos. Y así fue que se
determinó de ir en persona, o envió algún su pariente, hombre
importante a Roma, para notificar su derecho al sumo Pontífice.
Puesto que se entiende, que en vida de Gregorio IX, que hizo el
casamiento de doña Violante, no se
enantó
cosa alguna: pero muerto él, de ahí a pocos años se puso el libelo
ante el Pontífice sucesor, el cual después de bien entendido el
negocio, mandó advocar (
auocar)
así la causa matrimonial, de los Obispos de España y Guiayna, a
quien fue antes por su predecesor cometida, mandando citar al Rey a
instancia y en nombre de doña Teresa, el cual fue realmente citado,
y formado el pleyto, se entretuvo que no pasó a delante por todo el
tiempo que la Reyna doña Violante vivió, por lo que adelante se
dirá más largamente.




Capítulo
V. Del Arzobispo de Tarragona que conquistó las Islas de Iuiça y la
Formentera, y de su
asiento y propiedades dellas.


Como
antes desto, andando el Rey en la conquista de Valencia, no fuese
acabada del todo la de las Islas, más de Mallorca y Menorca, y
quedasen por conquistar Ibiza (
Iuiça)
y la Formentera, que también eran de la misma conquista: don Guillen
Mongriu caballero Catalán y muy noble, Sacristán y Canónigo de la
yglesia de Girona, por entonces ya electo Arzobispo de Tarragona, y
don Bernaldo Sentaugenia gobernador de Mallorca, pidieron de merced
al Rey, les diese la conquista de las Islas de Ibiza y la Formentera,
para que ganadas, quedasen en feudo perpetuo del Arzobispo y
Metropolitana
yglesia
de Tarragona so invocación de santa Tecla. A fin que por esta vía
se frecuentase en ellas la predicación de la palabra de Dios y
enseñanza de la santa fé
catholica:
para mayor extirpación de la falsa secta de Mahoma, que en ellas
había. Respondioles el Rey que era muy contento de la demanda, y de
dar la fortaleza y villa de Ibiza en feudo perpetuo al Arzobispo y
Metropolitana iglesia de santa Tecla, de la cual él era muy devoto,
con condición que dentro diez meses se prosiguiese esta conquista:
porque de otra manera, él la quería emprender, acabada la de
Valencia. Mas porque se entienda la origen y propiedades destas dos
Islas, haremos una breve relación de lo que se contiene en ellas.
Fueron pues estas nombradas por los Griegos Pityusas, porque están
entretejidas de infinitos pinos que naturalmente produce la tierra.
La mayor, que los Romanos llamaron Ebuso, y en vulgar llaman Ibiza,
es muy conocida por toda la costa del mar mediterráneo, no solo por
su muy ancho y seguro puerto, con la villa y fortaleza, que
artificial y naturalmente están muy fortificadas: pero por el gran
trato y comercio de la sal, de la cual se provee , y gusta casi toda
la costa de Francia e Italia. Porque es tanta su abundancia cuanta se
entiende por la descripción que habemos hecho de ella en nuestros
comentarios de Sale libro fecundo. Mas aunque la Isla no abunda de
panes y otras mieses, pero en ganados mayores y menores y en bestias
montesas es muy grande la crianza que hay por toda ella, con la
cosecha de Alcaparras, sana y apetitosa ensalada. Demás que como
llave del mar Tarraconense, está puesta enfrente y a vista del
promontorio de Diana, que agora llaman cabo Martín, en el Reyno de
Valencia, para descubrir y hospedar todas las naves y bajeles que de
la España occidental pasan al oriente, o vuelven al poniente. La
otra dicha Formentera que dista muy poco de Ibiza, está desierta y
inhabitable: Aunque de trigo, que vulgarmente en lengua lemosina
dicen forment, es fertilísima, si se sembrase: de donde es llamada
la Formentera, y en Latín Frumentaria: cría, a causa de su soledad,
animales fieros, aunque no dañosos, señaladamente Asnos silvestres:
los cuales son tantos que van a manadas por la Isla, y son más
grandes y hermosos que los de tierra firme: andan mansos, porque no
ofenden a nadie, pero son intratables, y de corazón tan fieros, y
corajudos, que nunca se ha visto allegarse a los hombres, ni con
algún arte se han podido domar para servirse dellos: antes por su
melancholia
(la cual según dicen los Médicos es la
perfeta)
sienten tanto el apartarlos de la compañía de los otros, cuando los
sacan de la Isla, que se dejarán más presto morir de hambre, que
pacer
(pascer),
ni comer cosa que les den: y se ha visto ponerles fuego debajo la
barriga, y sufrirle antes que moverse de un lugar, ni sufrir carga
chica, ni grande que les echen: porque luego dan consigo en tierra:
que parece no se ha dado aun en la cuenta del servicio y uso para que
los crió naturaleza. Es la desgracia desta Isla, que con abundar de
puertos y grandes calas, de fuentes, bosques y tanta copia de pinos,
y ser naturalmente fertilísima de trigo y cebadas, son tan continuos
los corsarios Moros de África que vienen a dar carena, y a solazarse
en ella, que por ellos mucho ha quedado del todo yerma y despoblada.
Demás que ni la una, ni la otra Isla crían, ni consienten ningún
género de serpientes, ni animales venenosos. Pero lo que mucho más
admira es, que no muy lejos de ellas, al enfrente de Peñíscola, y
en derecho de Mallorca, hay una muy pequeña Isla llamada
Moncolubrer, que en Latín llaman Colubraria, y los Griegos Ophiusa,
que produce infinitas culebras, las cuales enojan mucho a los
navegantes que a ella llegan. A la cual (según Plinio, y la
experiencia que no lo niega) llevando tierra, o arena de Ibiza, y
sembrándola por ella, en el mismo punto huyen o se mueren las
culebras: y lo mismo hacen llevándolas a Ibiza, que solo el olor de
la tierra las mata.
Concedida pues la conquista para el electo de
Tarragona, se embarcó en la armada y naves del Rey, que estaban en
el puerto de Salou, y fue por general de ella don Nuño Conde de
Rosellón, que no se lo estorbó el hallarse flaco y muy cargado de
años, porque como más sabio y experto en cosas de guerra, que todos
los de su tiempo, no quiso faltar al electo en esta jornada. También
se entiende, que por su derecho, como señor de Mallorca, fue con él
don Pedro de Portugal. Ayuntados pues hasta mil y quinientos
infantes, con pocos de a caballo, partieron con buen tiempo, a acabo
de día y noche llegaron a tomar puerto a la misma villa de Ibiza, a
la media noche, con tanto recato que apenas fueron sentidos: pero en
ser descubiertos, como los de la villa, ya puestos en defensa,
creyesen que el mismo Rey que había tomado a Mallorca y Menorca,
venía en persona con la armada sobrellos, quedaron desto tan
turbados y desmayados, que solo con subir un soldado de Lerida sobre
el muro, y dar voces, victoria, victoria, sin más trato ni concierto
entregaron al electo la villa con la fortaleza, siendo de si
inexpugnable, y luego toda la Isla vino a sus manos. De manera que
mandando edificar según el orden dado por el Rey un templo en ella,
y dejando muy pocos Moros, solo para esclavos que cultivasen la
tierra y campos, la villa se comenzó a poblar de Cristianos. Fue la
señoría de la Isla dividida en cuatro porciones. La primera para el
Rey: la segunda para el Arzobispo, e iglesia de santa Tecla de
Tarragona: la tercera para don Nuño, y la cuarta para don Pedro de
Portugal. En estas dos porciones postreras sucedió por tiempo el
Rey, o porque fue sucesor en los estados de los dos, o porque las
compró dellos, y solo quedó en poder del Rey, y del Arzobispo e
iglesia de Tarragona la señoría de toda la Isla: como se
vehe
pues hoy en día tienen su parte de jurisdicción, y los diezmos de
la sal y otras rentas en ella: y que por esto toca al Arzobispo la
cura de las almas, con toda la jurisdicción eclesiástica de ella: y
con su porción para la iglesia de santa Tecla, la cual está
resumida en una dignidad del Arcidiano de sant Fructuoso, que reside
en la misma
metra politana
y tiene los
fructos
en la Isla. Finalmente pasaron a tomar posesión de la Formentera y
por estar desierta no pararon en ella.











Capítulo
VI. De la segunda salida que el Rey hizo por la ribera de Xucar, y no
pudiendo batir a Cullera, dio vuelta para la ciudad, y tomó las dos
torres de Moncada y Museros.

En tanto que pasaba
esto en Ibiza, el Rey no perdía tiempo en pasar adelante su
conquista de Valencia. Porque como hubiese tentado y descubierto el
poco ánimo de Zaen y de los suyos, cuando poco antes salió a vista
de la ciudad con banderas desplegadas hacia la ribera de Xucar, y ni
de la ciudad, ni de otra parte había venido nadie a resistirle:
determinó hacer otra salida y correrías por el campo de la marina
hacia la misma ribera. Para esto convocó a don Fernando, a don
Blasco, don Pedro Cornel, y Vrrea, y a los dos vicarios de las
órdenes del Temple y del Ospital: significándoles su ánimo, que
era correr de nuevo el campo en torno de la ciudad de Valencia. Como
fuesen todos del mismo parecer, determinaron de no ir por las Aldeas,
sino desparar en Cullera: y para mejor batirla, mandó el Rey traer
por mar de Burriana dos grandes machinas a la boca de Xucar, y se
partió juntamente con el ejército caminando orilla del mar, a vista
de la ciudad, y en dos días llegó a Cullera. Este es pueblo mediano
junto al mismo río, de muy fértil campaña, y edificado a la falda
de un monte que del otro cabo da en la mar, y estaba puesto harto en
defensa. Sacadas las machinas que las subieron río arriba, se
plantaron delante de la villa. Pero como hubiese necesidad de piedras
grandes y pequeñas para jugar las machinas, y no se pudiesen haber,
a causa de ser arenosa la tierra, ni tampoco tuviesen instrumentos
para romper las peñas del monte, dijeron los maestros de artillería
, que no había forma para batir con ellas, y así era necesario dar
en otra tierra. Pues como altercasen sobre esto, y prevaleciese el
parecer y porfía de algunos, partiose de allí el Rey con el
ejército y machinas la vuelta de Silla, que está a dos leguas de la
ciudad junto a la laguna que llaman Albufera. Como estuviese
descontento el Rey por no haber hecho algún efecto en lo de Cullera,
determinó descubrir su pecho al vicario del Temple, y a Cornel, y
Vrrea, como deseaba mucho tomar por fuerza de armas una de las dos
principales torres que estaban en la vega de Valencia a una legua de
ella, hacia poniente y septentrión: las cuales tenían los Moros en
tanto que los llamaban los dos ojos de la ciudad: por estar muy
fortificadas: y porque eran como baluartes de ella para entretener
los primeros encuentros y rebatos de los enemigos. Era la más
principal de ellas, y más bien guarnecida de gente y armas la que
llamaban de Moncada, la otra se decía Museros, distantes la una de
la otra poco menos de una legua. Propuesta la voluntad del Rey ante
los capitanes, el vicario del Ospital con otros vinieron bien en el
parecer del Rey, y por ser más fuerte la de Moncada fueron a ella.
Como entendió esto don Fernando, que siempre acostumbraba distraer
al Rey de cualquier principal empresa: dijo que en ninguna manera se
debía batir la torre, por estar muy fuerte y bien proveyda de gente
y armas, y haber menester gastar mucho tiempo en tomarla, no teniendo
vituallas, ni aparejo de tiendas con lo demás necesario para
sustentar y asegurar el campo. Demás que no era cosa prudente
capitán provocar al enemigo tan potente y vecino, no teniendo
seguras las espaldas con algún grande ejército. También el vicario
del Temple porfiaba que no convenía batir a Mócada, sino a
Torrestorres. De donde movida la contención, concluyó el Rey, que a
Moncada, y no a otra parte se había de dar la batería. Era esta
torre muy alta, muy ancha y fuerte, y no solo de vituallas y armas,
pero de muy escogidos soldados que tenía allí Zaen, estaba bien
proveyda: demás de estar cercada de sus andanas de piedras y
cestones en rededor, y bien puesta en defensa. Estando ya los
soldados para acometerla, envió el Rey a decir al capitán de ella,
le entregase la torre con cuanto en ella había, si querían salvar
las personas, o que no les perdonaría la vida. El capitán respondió
que el Rey Zaen su señor le había encomendado la torre, y que solo
a él la rendiría: pero que subiría luego a lo alto para hacerle
señas viniese a mandarse le que la diese. Oída la respuesta mandó
el Rey a los soldados que hiciesen lo suyo. Y luego en la primera
arremetida dieron con la albarrada en tierra, y entrados puestos los
escudos sobre las cabezas para defenderse de las piedras y maderos
que de la torre echaban, dieron con tanto ímpetu sobre los villanos
y soldados de guardia que estaban mezclados, que matando algunos de
ellos hicieron retirar los demás hasta dentro de la torre: la cual
bastaba para recoger otros tantos: donde confiados de la
altez
y grueso de la pared de ella, se hicieron fuertes. Pero visto por los
de dentro la gran prisa que se daban a batirla los de fuera, y que
estaba el Rey en persona sobre ellos, acudiéndoles gente de cada
hora que venía de Burriana: y que siendo avisado Zaen de lo que
pasaba, con estar tan cerca, ni les enviaba gente ni socorro para
descercarlos, determinaron el quinto día después de comenzado el
combate, de darse, sin otra condición más de salvar las vidas.
Entrados hallaron muy buena presa de gente y vituallas en ella:
porque había (como dice la historia) más de mil Moros, y valía lo
que estaba dentro cient mil besantes de Barcelona, que pasan de
veinte mil ducados: y se hallaron allí luego mercaderes que
compraron la presa, y los pagaron luego: lo que fue bien menester
para aplacar a los soldados, pagándoles justas todas las pagas que
se les debían. Con esto se abstuvieron de más saco y presa, que
toda vino a manos del Rey, el cual dio libertad a los Moros como les
había prometido, y mandó a toda prisa derribar la torre, y
assolarla
del todo, para que Zaen no volviese a rehacerla. No dejará el lector
de maravillarse mucho de la flojedad de Zaen, siendo tan poderoso de
gente (como después se verá) y teniendo al enemigo con tan poca a
las puertas de la ciudad dentro la vega, como no salió a dar sobre
él. Mas porque en el siguiente libro se mostrará, y con más
ocasión se descubrirá la causa desto: quedará por agora el
maravillarnos más de veras, de otra mayor magnanimidad y valor del
Rey: pues no contento de las primeras correrías y cabalgadas, que en
la ribera de Xucar había hecho, y de lo que se había detenido en
tomar la torre de Moncada en los ojos de Zaen: no como de paso, sino
muy de espacio se detuvo en tomar de nuevo la otra torre de Museros,
a la cual pasó luego, que está, como dijimos, a la misma distancia
de la ciudad, y rodeada de otra tanta población como la de Moncada.
Donde los rústicos tenían fortificadas su población y casas con
cestones entretejidos de palma y esparto, y detrás con sus ballestas
y lanzas para de lejos y de cerca defenderse. Luego acudieron los
nuestros con pegar a las puntas de las saetas pez y estopa (como dice
la historia) y como encendidas diesen en los cestones comenzaron a
quemarse, y echar tanto humo hacia la torre y rústicos que por no
ahogarse, o de venir ciegos a manos del enemigo, abrieron la puerta
de la torre para salir y huirse: pero acudieron los nuestros, y los
cautivaron todos, luego mandó el Rey, de los que le cupieron por el
quinto, dar LX a Guillé Sagardia caballero Catalán, uno de los
capitanes del ejército, para que rescatase de los Moros de Valencia
a don Guillen Aguilon su sobrino, que le tenían cautivo. Y así fue
redimido para mal dellos, como adelante diremos. Hecha esta presa, el
Rey se partió con todo el ejército para Teruel, y llegando a
Albentosa (
Aluentosa),
fue tanta la necesidad que tuvo de dinero, que permitió vender cien
moros, por cuya redención ofrecían (
redempcion
offrecian)
mucho dinero los mercaderes
que seguían al Rey, y los mandó dar por XVII mil besantes. Llegado
a Teruel, de allí a pocos días partió para Zaragoza.











Capítulo VII. De la muerte de don Sancho Rey de Navarra, y de las
diferencias de don Nuño con el Rey, y de la Abadía de la Real que
don Nuño fundó en Mallorca.






Por este tiempo el
Rey don Sancho de Navarra murió en Tudela de muy grande enfermedad,
y luego los Barones y grandes del Reyno, sin más acordarse del
prohijamiento y sucesión del Rey don Iayme, y de la pública fé y
juramento por ellos hecho, alzaron por Rey a Tibaldo Conde de Campaña
sobrino del muerto. Lo cual pareció al Rey, por estar tan ocupado y
puesto en otros negocios, disimular por entonces, y dejarlo para otro
tiempo, o para sus sucesores los Reyes de Aragón, que después de
haber sostenido grandes guerras y debates con los Reyes de Francia,
Castilla, y Navarra, por este Reyno, a la postre prevalecieron, y se
han quedado con él para siempre. En este mismo año de mil
doscientos treinta y cuatro, tuvo nueva el Rey estando en Zaragoza,
como el mismo Papa Gregorio IX que procuró su casamiento con la
Reyna doña Violante de Vngria, al octavo año de su Pontificado,
había canonizado por santo a su grande amigo Domingo Español
fundador y patriarca de la religión y orden de los frailes
Predicadores, por los muchos milagros que en vida y muerte había
hecho. También algunos años antes el mismo Pontífice canonizó por
santo a Francisco fundador de la religión, y orden de los menores,
que fue asimismo clarificado con muchos milagros. Tuvo el Rey destos
dos santos viviendo ellos tan grande opinión, y después de muertos
y canonizados por santos, tanta devoción, que recibió sus órdenes
y generales en sus Reynos con mucha afición, y (como está dicho
arriba en el segundo libro) mandó edificarles
monesterios
suntuosísimos, y en todas sus empresas se encomendó a ellos tan de
veras y con tanta fé, que tenía muy creydo por la intercesión
dellos haber alcanzado los prósperos successos de sus empresas. Por
este tiempo se movieron ciertas diferencias y distensiones entre el
Rey y don Nuño, sobre los condados de Cerdaña y Conflent que
poseía, con otros derechos que pretendía tener el mismo don Nuño a
ciertas villas y lugares de Cataluña, y Guiayna: así por la
sustitución del Conde don Ramón en su testamento hecha en favor del
Conde don Sancho padre de don Nuño, como por la donación que el Rey
don Alonso hizo a doña Sancha madre del mismo don Nuño, y a los
hijos que de ella y del Conde don Sancho nacerían (
nascerian).
Por parte del Rey se le pedían ciertas villas y castillos conjuntos
a Port vendre, y Condado de Rosselló, los cuales don Nuño se había
usurpado de la corona Real. Pero como el Rey fuese naturalmente
benigno, y muy agradecido, y se acordase de la gran fidelidad y
servicios muchos que don Nuño le había hecho en todas sus guerras y
empresas, demás de serle tan propinco pariente, no quiso
disgustarle, sino avenirse con él, y remitir a jueces árbitros
todas sus diferencias. Para lo cual siendo nombrados por don Nuño,
don López de Haro señor de Vizcaya, y por el Rey don Guillen de
Cervera monge, y en caso de discordia, don Hugo Monlauredon Vicario
del Temple por tercero: estando ya los árbitros reconociendo los
derechos y acciones de cada una de las partes: no quiso el Rey
aguardar que se diese sentencia sobre ello, sino que le plugo dejar a
don Nuño el señorío y posesión de aquellas villas y Castillos
junto a su Condado, y de rehacerle con dineros todos los daños y
costas que pretendía: pensando muy cuerdamente, que pues don Nuño y
su mujer eran ya muy viejos, y tenían perdida la esperanza de tener
hijos, y que muriendo ellos volvían todos sus estados y señoríos a
la corona Real, era muy bien que los gozasen en vida pacíficamente:
pues esto y mucho más se le debía a don Nuño. Porque es este
mismo, el que siendo general del ejército del Rey en la conquista de
Mallorca, acabó entre otras muchas, aquella memorable hazaña de
matar al capitán Infantillo Moro, y venció su ejército, por que
cegaron la fuente, y quitaron el agua al ejército del Rey estando
alojado a media legua de la ciudad, como en el libro sexto hemos
contado: este por ser aquel lugar muy ameno y deleitoso, muy lleno de
árboles, y de aguas con mucha frescura, y tan propinco a la ciudad,
mandó allí edificar un muy grande y suntuosísimo convento de
religiosos, con su templo bellísimo: al cual dotó de muy grandes y
ricos heredamientos, y dedicó al nombre, honor y gloria de la
sacratísima virgen y madre nuestra señora, debajo el orden y regla
de Cistels, donde él con doña Sancha su mujer muertos se mandaron
llevar a enterrar, y la intitularon la Real, con mucha razón. Porque
siendo don Nuño nacido de la casa Real, y por sus heroicos y
esclarecidos hechos muy merecedor de tal corona, bien pudo con justo
título cualquier casa que edificase llamarla Real.






Capítulo VIII. De la
venida de doña Violante de Hungría, y bodas que el Rey celebró con
ella, y del concierto hecho con don Pontio Cabrera sobre el condado
de Urgel.






Llegó por este tiempo a
Barcelona la princesa doña Violante hija del Rey de Hungría para
casar con el Rey, acompañada del mismo Obispo de Cincoyglesias que
vino antes para el concierto, y del Conde Dionisio Vngaro, con mucha
otra familia, y fue de los de Barcelona y de todo el Principado muy
espléndidamente y con grande alegría y triunfo recibida. Era moza
de XX años hermosísima, y que debajo de tanta suavidad y alegría
de rostro representaba su gran ser y majestad Real. Como el Rey tuvo
aviso de su llegada en el mismo punto partió de Huesca para
Barcelona, a donde celebró sus bodas suntuosísimamente, y fueron
con grandes fiestas de justas y torneos por los barones y grandes de
los dos Reynos que allí acudieron, con otros muchos regocijos de
juegos y danzas por el pueblo solemnizadas, con tanta satisfacción y
contento del Rey, cuanto desear podía. Porque de ver y contemplar la
extraña hermosura de doña Violante, tan acompañada de grandeza y
valor de ánimo, con discreción y prudencia, confiaba que no solo
había de tener en ella mujer para no desear otra, pero muy bastante
compañera para ayudarle a llevar us grandes trabajos en el gobierno
de sus reynos, y proseguimiento de sus conquistas. Y así la amó por
extremo, y por lo mismo fue muy querido de ella. Por donde fue tan
continua y firme la caridad y amor conyugal entre ellos, que para
todos sus reynos fueron los dos ejemplo y dechado de toda conformidad
y concordia. Venida ella, creció la rabia en doña Teresa Vidaura, y
quiso hacer nuevo sentimiento y oposición contra doña Violante:
pero fue aconsejada no tentase tal por la vida, porque la Reyna era
mujer muy valerosa, y tan señora de la voluntad del Rey, que se
juntarían los dos a perseguirla. Porque de solo haber entendido lo
que había pasado antes, cuando se trató el casamiento, y la
oposición que hizo contra ella, estaba ya muy sentida. Por esto doña
Teresa temiéndose de la ira de la Reyna, se ausentó con sus hijos
lejos de la Corte, aguardando alguna buena ocasión para salir con la
suya, como se dirá adelante. A esta sazón vino a Barcelona Poncio
Cabrera hijo y sucesor de Guerao que fue antes echado de todo el
condado de Urgel, y se quejó delante del Rey: porque como por las
capitulaciones que con su Real sello había firmado, sucediese él en
el Condado, siempre que la condesa Aurembiax muriese sin hijos:
hubiese después desto admitido y consentido se hiciesen tan inicuas
donaciones y sustituciones del Condado, en perjuicio suyo: así por
las que hizo Aurembiax en favor de don Pedro de Portugal su marido,
como por las que después hizo don Pedro en favor de su real persona.
Como fuese la queja clara y evidente para el Rey, hizo nuevo
concierto con Pontio en esta forma. Que reservándose el Rey para si
y sus sucesores la ciudad de Urgel, con todos los derechos y acciones
que Poncio como Conde podía pretender, o tener, a las ciudades de
Lerida y Balaguer, todas las demás villas y castillos, y qualesquier
derechos del Condado, quedasen en Pontio en perpetuo feudo Real para
él y sus sucesores. Y de ahí (hay) vino que el Rey y Pontio los
dos, y cada uno por si, se intitularon Condes de Urgel.











Capítulo IX. Como el Rey propuso a los de su consejo la conquista
del castillo de Enesa, y que fue aprobada por todos, y de las causas
porque Zeyt Abuzeyt se casó en Zaragoza.






Acabadas las fiestas
y el regalado tiempo de las bodas, el Rey dejó a la Reyna en
Barcelona, y por nueva ocasión que se ofreció dejó la ida de
Valencia, y tomó para Aragón el camino de Sariñena villa antigua
del Reyno en el distrito y obispado de Huesca, en donde como siempre
pensase, y estuviese intento en acabar la empresa y conquista del
Reyno de Valencia, llamó a los obispos de Zaragoza y Huesca, con
algunos señores y Barones del Reyno, y otros capitanes que seguían
la Corte. A los cuales juntos comenzó a significar su intención y
deseo, diciendo como tenía deliberado de llevar adelante la guerra y
conquista de Valencia, pues nuestro Señor le había concedido que
tan prósperamente le
succediessen
los principios de ella, teniendo ya por suyas a Morella y Burriana
dos de las más fuertes y principales plazas del Reyno, con las dos
torres de Moncada y Museros, y más por haber descubierto en la presa
de estas el poco ánimo y valor de Zaen su enemigo. Que para poder
mejor ir a cercar la ciudad, y tener las espaldas seguras: y para
destruir y talar los campos más a su salvo y provecho del ejército,
convenía tomar otra fuerza y plaza que estaba a vista de la ciudad,
que era el castillo de Enesa, o Cebolla (agora se dice el Puig de
santa María) que está en un montecillo alto cercado de otros
menores, a medio camino de Murviedro a Valencia: la cual se descubre
muy bien desde este castillo, que está a dos leguas de ella, y media
del mar, por donde puede ser fácilmente proveydo de Burriana y
Cataluña así de vituallas, como de gente y armas. De manera, que
tomada esta fuerza, el ejército se podría seguramente entretener en
ella, y de allí salir a hacer sus correrías y cabalgadas hasta las
puertas de la ciudad, así para talarle sus campos como para
mantenerse de la presa, porque con esto forzarían a Zaen, o a darse
a partido, o a salir en campaña a pelear. Lo cual él mucho, y con
razón rehusaba por miedo de la parcialidad de Abuzeyt que tenía
dentro de la ciudad: que por eso le parecía no era de perder esta
ocasión, y siendo tal el parecer dellos lo seguiría. Oída la
proposición y consulta del Rey, cuadró también a todos, que se
conformaron en seguir lo que quería, y determinaron que luego en
comenzar la primavera se partiese para Enesa: y en este medio se
hiciese gente y aderezase lo necesario para la jornada. Con esto se
partió el Rey para Teruel, donde celebró la pascua de la
resurrección del señor, y reforzó el ejército de algunas más
compañías. De allí dio la vuelta para Calatayud, por negocios de
la misma ciudad: a donde llegó don Pedro de Portugal, a quien antes
el Rey había dado las Islas de Mallorca y Menorca por su vida:
aunque ya estaba determinado de renunciarlas, sino que aguardaba se
le entregase la recompensa prometida de ciertas villas y lugares en
el Reyno de Valencia. El cual dio pública obediencia al Rey, y juró
que la misma daría a la Reyna doña Violante, y a sus hijos que el
Rey tuviese, en vida y en muerte del Rey. Hízose este juramento y
homenaje en presencia de muchos principales y barones del Reyno, y de
los Prelados, porque esto fuese más firme y valedero. De allí
asentados los negocios de la ciudad se volvió a Teruel, y confirmó
la donación que antes había hecho de las villas de Ricla y Magallón
en favor de Abuzeyt, durante su vida, prestando la misma obediencia y
fidelidad al Rey: y que prestaría la misma a doña Violante y sus
hijos: sin hacer mención alguna del Príncipe don Alonso. Porque
desde entonces comenzaron ya a sembrarse algunas discordias entre
padre y hijo. En este tiempo Abuzeyt que muchos días antes se había
hecho secretamente Cristiano, porque los moros de su parcialidad no
se ofendiesen, y dejasen de ayudarle en beneficio de los Cristianos:
como viviese muy disolutamente, haciendo algunas cosas no muy ajenas
del rito y ceremonia morisca, y otras cosas, de que mucho se
escandalizaban los catholicos: proveyó en que, con la buena
diligencia y industria del Obispo de Zaragoza, se apartase con una
principal mujer de Zaragoza, de la cual tuvo una hija que llamaron
doña Alda, esta fue después casada con don Blasco Simón caballero
Aragonés, que sucedió en la baronía de Arenos: y también en las
villas y lugares que fueron de Abuzeyt.












Capítulo X. Como Zaen fue con mucha gente a derribar el castillo de
Enesa, y como el Rey vino luego con su ejército, y llevó los
pertrechos de Teruel para edificar otros en el mismo lugar.






Estando ya el Rey de
camino para el Reyno de Valencia, acompañado de muchos señores y
barones de sus Reynos, con otros caballeros que llevaban
gajes
y tenían caballerías de honor: juntamente con las compañías de
soldados que habían hecho y enviaban las ciudades de Calatayud,
Daroca y Teruel, donde a la sazón se hallaba: le vino nueva de
Valencia, como Zaen sospechando, o que fuese avisado de la intención
del Rey, era venido con mucha gente de guerra y gastadores al
castillo viejo, y fortaleza de Enesa,y que lo había derribado y
asolado todo hasta los fundamentos, porque los Cristianos no
reparasen en aquel lugar contra la ciudad. Como esto oyó el Rey
holgó dello mucho, así por ver, que conforme a su opinión, de
entender Zaen que de tomarle aquel castillo los enemigos, se le
podría recrecer mucho mal a la ciudad, lo mandaba derribar como por
tomar dello ocasión para edificar otro de nuevo en el mismo lugar,
más fuerte, y para ponerle en mayor defensa. Para esto mandó traer
con las acémilas de Teruel (como dice su historia) los instrumentos
y maderas necesarias para levantar las paredes del: y así con todo
este aparejo se entró en el Reyno. Y pasando por junto a Xerica que
siempre estaba por Zaen, de nuevo mandó talarles las huertas y vega,
sin que saliese hombre de la villa a estorbárselo. De ahí pasó
por Segorbe sin le hacer ningún daño, porque siguiendo la
parcialidad de Abuzeyt, dio libre paso y provisión de toda cosa al
ejército. Llegando a Torrestorres, por la misma causa que a Xerica,
le mandó talar sus campos, y pasó más adelante a vista de la
fortaleza de Murviedro, llevando los escuadrones con este orden. El
primero que era de caballos ligeros llevaba don Ximen de Vrrea. En
medio iba la infantería, Postrero en retaguardia el Rey con los
hombres de armas. Pero antes que llegasen al monte de Enesa, se dijo
por el campo, y se confirmó por la relación de los adalides, como
Zaen venía con mucha caballería a Puçol, pueblo entonces pequeño
entre Murviedro y Enesa, para dar sobre la gente del Rey, el cual
luego se puso en orden, juntando los caballos ligeros con los hombres
de armas, para con todos hacer rostro al enemigo: mandando retirar la
gente de pie con el bagaje a la mano derecha hacia la montaña, donde
agora está un devotísimo monasterio de frayles Franciscos
recoletos, que llaman Valde Iesus, hasta ver en qué daría la
escaramuza. Mas luego se entendió que no era gente de Zaen, sino del
Vicario del Ospital, y de los Comendadores de Alcañiz, y Castellot,
con hasta cien caballos y dos mil infantes, y otros treinta
caballeros que estaban de guarnición en Burriana, los cuales sabida
la determinación del Rey en lo del castillo de Enesa, se habían
adelantado, y enviado muchas vituallas por mar, y ellos llegaban por
la marina hasta el enderecho de Enesa, y junto a ella a campo
travieso salían al camino real, para aguardar y servir al Rey en la
jornada. Ayuntados todos, y el Rey muy alegre de verse con tan buena
gente a su lado, y con la provisión que venía por mar, pasó al
castillo, y viéndolo por el suelo, mandó se edificase otro más
fuerte que el pasado. Dada la traza y modo del en forma triangular,
luego se puso mano sin más dilación en la obra, por tener todo el
recaudo para ella, a causa de los pertrechos que trajeron de Teruel,
y del aparato de piedras y madera que del castillo derribado hallaron
esparcida por todo el monte. Fue tanta la porfía, y afición de los
grandes y barones, señaladamente de las compañías de las ciudades,
en levantar la obra, por la parte y porción a cada uno encomendada,
que dentro de dos meses fue del todo acabada, y hecha inexpugnable.
Pusieron en ella vituallas y provisiones para cuatro meses, las que
de cada día venían por mar de Burriana, con la munición de todo
género de armas, y lo demás que convenía para dejarla muy bien
puesta en defensa. De allí comenzaban los soldados a salir cada día
haciendo sus correrías hasta la ciudad, y volviendo con tanta presa
de vituallas, que con ellas había provisión para todo el ejército,
y aun sobraba. Y como fuese tan cierta la presa, los soldados se
ponían tan adelante, que casi llegaban a batir las puertas de la
ciudad, y con esto causaban gran terror dentro de ella, y por toda la
tierra.












Capítulo XI. Del modo que el Rey tuvo para elegir por general del
ejército en guarda de Enesa a don Bernaldo Guillen dentensa.






Esperando el Rey la
oportunidad y tiempo más acertado para ir a poner el cerco sobre la
ciudad, imaginaba con grande curiosidad y ansia, a quien de los
principales capitanes que le seguían haría presidente de la nueva
fortaleza, y encomendaría la tenencia general del ejército que allí
dejaba en guarnición de ella hasta que fuese devuelta. Porque tenía
por muy cierto, que en volviendo él las espaldas, sería allí Zaen
con todo su poder para derribar la fortaleza: y aun recelaba del
ejército, en viéndole venir, no la desamparase, y se fuese. Estando
pues con grandísimo cuidado imaginando sobre ello, le vino a la
memoria don Bernaldo Guillen Dentensa, así llamado, por la Baronía
dentensa que poseía en Cataluña (que hoy son las villas de Cambrils
y Falcete con otros pueblos) por merced del Rey: cuyo tío hermano de
madre era don Guillé, hijo segundo bastardo de don Guillen de
Mompeller y de Ynes de España, de quien hablamos en el primer libro.
Porque sabía el Rey muy bien que en todo hecho de guerra, fidelidad
y consejo excedía don Guillen a todos los del campo, como lo había
muy bien mostrado poco antes en la guerra de Burriana, donde fue
herido, y dio gran muestra de su invencible valor y esfuerzo, según
arriba dijimos. Este era ido a Cataluña, y la Guiayna para hacer
gente por orden del Rey: y aunque se detenía mucho, le aguardó tres
meses más hasta que vino, dando en este medio gran diligencia en
proveer la fortaleza de vituallas y municiones, y en hacer ejercitar
la caballería, como aquella que muy presto las había de haber bien
de veras contra los Moros. Al fin llegó don Guillen, trayendo
consigo una banda de caballos ligeros muy escogidos, al cual salió
el Rey a recibir con toda la caballería, honrándole más que a
todos los de su corte y ejército, así por el estrecho parentesco,
como por acrecentarle la autoridad y respeto para con los soldados:
por tener fin de encomendarle un tan principal cargo, como tenía
pensado. Llegados a la fortaleza cenaron con mucho regocijo: mas el
día siguiente el Rey se apartó a hablar con él muy de propósito.
Y cuanto a lo primero, dice su historia, que después de haberle
reñido, porque había tardado tanto en venir, y por haber traido
aquella banda de caballos, sin haber juntamente provisto de vituallas
para mantenerlos, le fue mostrado muy despacio la fortaleza que había
edificado, en aquel mismo lugar donde Zaen derribó la otra, y las
armas y todas municiones que para su defensa había en ella puesto.
En la cual, aunque estaba asentada en monte alto y seco, había
mandado cavar una cisterna tan grande que cabían en ella cincuenta
mil cántaros de agua, y que la tenía ya llena. Mas le significó,
que su ánimo había sido de levantar aquella fortaleza en los ojos
de Zaen, y a vista de la ciudad, por asentar allí su ejército, así
para defensa y amparo de todo lo que atrás quedaba ya ganado del
Reyno, como para que de allí pudiesen los soldados hacer sus
correrías hacia la ciudad: y para reprimir las que de ella se harían
contra ellos. Esto no para más tiempo de cuanto él fuese a Aragón
a juntar mayor ejército, para volver con él a poner cerco sobre la
ciudad. Así mesmo le señaló la gente y capitanes que quería dejar
allí en guarnición y guarda de la fortaleza. Y porque de todo esto
se le había dado cuenta y razón en presencia de algunos, cuando
quiso hablar del teniente general, que había de nombrar, se
apartaron los dos, y el Rey le descubrió lo que tenía pensado sobre
ello. Diciéndole como por el grande parentesco que entre los dos
había, y por la mucha confianza que de su tan conocida fidelidad y
valor tenía, junto con su mucha platica y experiencia de guerra, se
había determinado en nombrar le por su lugarteniente general del
ejército, y presidente de la fortaleza. Porque ni tenía otro de
cuantos señores le seguían, a quien pudiese con igual seguridad
encomendar el cargo: ni a otro, que a él, quería dar la honra y
renombre, que de regirlo se le había de seguir. Que si acaso le
parecía este negocio muy arduo, y la defensa difícil, por cuanto
era necesario con muy continuas y sangrientas escaramuzas
sustentarla: por esto debía tanto más, y con mayor ánimo
emprenderla, pues con cualquier suceso que se siguiese no podía
dejar de sacar dello victoria con triunfo. Porque tomando esta
empresa, como se debía, que era por el ensalzamiento y gloria de
Cristo, y para echar sus enemigos los Moros del mundo: así como de
la victoria, quedando vivo, perpetuaría su gran fama y nombre en la
tierra: así muriendo sobre ella, alcanzaría soberano y gloriosísimo
triunfo de mártir en el cielo. Como oyó todo esto don Guillen,
según era caballero de pío y generoso ánimo, dio muchas gracias al
Rey por la buena ocasión que le daba para mostrar en esta jornada,
lo mucho que deseaba emplear todo su valor y fuerzas en servicio de
Cristo nuestro Señor, y de su Real persona. Y así recibía de muy
buena gana el cargo y defensa de la fortaleza y ejército, juntamente
con don Berenguer Dentensa su cuñado, y don Guillen Aguiló, por lo
mucho que esperaba valerse del buen consejo y fuerzas de los dos en
la tenencia. Oída la generosa respuesta y determinación de don
Guillen, quedó el Rey tan alegre y satisfecho, que con lágrimas de
placer le abrazó, y prometió de allí adelante no tendría otro
padre, ni otro segundo más íntimo y allegado suyo para el gobierno
y mandado de todos sus Reynos, que a él.











Capítulo XII. Como puesto don Guillen en el cargo de teniente
general, se partió el Rey de Enesa, y de lo que pasó de la
golondrina que se puso a criar en su tienda.






Como tuviese ya el
Rey por muy cierta la voluntad y determinación de don Guillen para
aceptar el cargo de general del ejército, y de Enesa, no le pareció
nombrarlo, ni comunicarlo por vía de consulta con los de su consejo
y capitanes, antes de ponerle en el cargo: así porque era cierto que
pocos, o ninguno de ellos lo aceptarían de buena gana, según se
tenía por más que cierta la venida de Zaen con todo su poder, y que
siendo tan flaco el ejército del Rey, y él ausente, se había de
tener a locura osar esperar tan gran fuerza de enemigos: como también
porque en oír que se trataba de dar el cargo a don Guillen, no
faltaba quien lo contradijera. Por donde sabiamente el Rey, tan
presto como le nombró, le puso en posesión, y dio el estoque y
título de general del ejército. Admiráronse mucho todos de tan
pronta, y no consultada elección: pero después de bien consideradas
por cada uno las principales partes de don Guillen, y su tan buena
prueba como había hecho en la guerra de Burriana, la aprobaron, y
tuvieron por muy acertada. Con esto determinó el Rey su partida para
Burriana, y juntamente nombró por compañeros y asistentes en el
cargo, a don Berenguer Dentesa, y a don Guillé Aguiló, a los cuales
encargó mucho el gobierno y conformidad: y que tuviesen buen ánimo,
porque sería muy presto, y con grande ejército con ellos. Pues como
para la partida se recogiese su recámara, y pusiese en orden el
bagaje, no se puede dejar de referir aquí la grande benignidad y
buena fé del Rey que con todos, así en lo poco, como en lo mucho
mostraba: según que por su historia él mismo lo cuenta. Como
levantando el Real, y alzando las tiendas que consigo acostumbraba
llevar siempre de camino, se halló que en lo alto de la tienda del
Rey, que dicen la escudilla, o arandela, había hecho su nido, y
criaba sus pollitos una golondrina ave conocida. Esto como lo dijesen
por una burla al Rey sus criados, mandó luego que en ninguna manera
tocasen el nido, ni
desparasen
la tienda, diciendo, dejadla
(dexalda)
estar queda porque esta avecita (
auezita)
es anunciadora de victoria, y pues se ha confiado en nuestra sombra y
amparo, con el mismo ha de ser defendida hasta que haya acabado de
criar y echado a volar a sus hijos. Y así mandó se quedase sin
desparar la tienda, y quien guardase a la golondrina, hasta que con
sus hijos volase (
bolasse),
y se fuese de ella.











Capítulo
XIII. De las dos naves de trigo que el Rey envió de Salou para los
del Puig, y de las cortes que tuvo en Monzón sobre la conquista de
Valencia, y de la moneda jaquesa y
morabatín
de la sal.







Llegado el Rey a
Burriana pasó a Tortosa, y de allí a Tarragona, y hallando ciertos
vaxeles en el puerto de Salou cargados de trigo para llevar a
Mallorca, mandó pagar el trigo a los mercaderes, y que le llevasen
al Puig de Enesa para el ejército. De allí partió para Huesca, y
finalmente paró en Monzón, para donde había mandado convocar
cortes. Y porque nunca proponía sino cosas honestas y útiles, así
para la religión Cristiana, como para beneficio y acrecentamiento de
sus Reynos, no faltó ninguno de los Prelados, grandes y barones, con
los síndicos de las universidades, que no acudiese a ellas, y
consintiesen en cuanto pedía. Y así por entonces no les propuso
otro, que lo mucho que deseaba acabar la guerra y conquista
comenzada, la cual con tan increíbles trabajos, gastos y peligro
suyo proseguía contra los Moros de Valencia, pues había ya llegado
a tan buen término, que desde Morella hasta las puertas de la
ciudad, que es la mitad del Reyno, quedaba por ganar poca cosa, y que
había ya dejado el ejército en lugar bien fortificado a vista de la
ciudad, y así era necesario poner cerco sobre ella. Y porque
apoderado de ella, no dudaba poder muy en breve tiempo ser señor de
la otra parte del Reyno: para que todos con él gozasen de la más
alegre,
fructífera,
y provechosa tierra del mundo: por esto les rogaba, que pues la
empresa iba tan adelante, y lo proseguido hasta allí había tan
prósperamente sucedido, le favoreciesen con sus personas y
haciendas, con la liberalidad y afición acostumbrada, para acabarla.
Y que pues los grandes y Barones de los Reynos lo hacían tan
principalmente con él, en asistirle con sus personas y gente: que
las ciudades y villas se esforzasen a continuar, y aumentar cuanto
pudiesen la gente y provisiones que le enviaban: pues no faltaría él
como nunca faltó, de emplear su propia persona, y morir por la salud
y beneficio público de sus Reynos en esta demanda. Acabada el Rey su
plática, como todos viniesen bien en otorgarle cuanto les pedía, y
de nuevo se ofreciesen de ayudarle con sus haciendas, gente y armas
muy de buena gana: determinó se otorgasen treguas a todos los
montañeses de Aragón y
cataluña
que
tenían bandos: y estaban entre si divisos, para que toda su cólera
y armas las convirtiesen contra los moros, y que ninguno le faltase
en esta guerra. Demás de esto fue requerido el Rey perpetuase y
confirmase el uso y justo peso de la moneda jaquesa por todo el Reyno
de Aragón, y las ciudades de Lerida y Tortosa, con todo su distrito:
y que todos de XIIII años arriba jurasen de hacerle valer. Porque
había tanto número y copia de ella, que no se podía reprobar, sin
muy grande daño y pérdida de muchos. De entonces quedó también en
aquellas cortes decretado para siempre, que de cualquier casa y
morada, cuya renta llegase a cien sueldos moneda jaquesa, pagase al
Rey de siete en siete años un morabatín, que agora llaman en el
Reyno de Valencia el Real de la sal y se
collecta.
Finalmente mandó a todos los que tuviesen caballerías por merced
del Rey, estuviesen en orden para siempre que se le ofreciese hacer
guerra, seguirle con sus armas y caballo,
sopena
de perdellas
.
Y porque en muchas partes de la historia se habla destas caballerías,
y es bien se sepa lo que son, y como fueron fundadas, y se
distribuían, y a que obligaban: declarar se a en el capítulo
siguiente, lo que se
collige
y entiende dellas.












Capítulo XIV. Del origen y fundación de las caballerías de honor,
y para que efecto las daban los Reyes de Aragon a los ricos hombres y
barones del Reyno.






Tiene se por cierto que
las caballerías que llamaron de honor en el Reyno de Aragon,
tuvieron su origen y principio del tiempo que los Reyes, por honra, y
como en premio de los trabajos y gastos que los barones y ricos
hombres padecían siguiendo la guerra, les daban a regir y gobernar
algunas ciudades y villas principales del Reyno, como prefecturas, o
corregimientos. Para que del estipendio y salario del gobierno se
mantuviesen, y gozasen de aquel honor de la presidencia y cargo que
regían: con obligación de acudir al Rey en tiempo de guerra, o de
enviar tantos de caballo según el provecho del cargo era. Pero como
con el tiempo atendiesen los ricos hombres en aprovecharse, y
convertir en patrimonio las prefecturas, procurando que sus hijos
sucediesen en el provecho dellas: y a causa desto anduviese el
regimiento muy descuadernado y confuso, y que poco a poco se iban
usurpando los provechos y autoridad del Rey, con gran
descontentamiento y daño de los pueblos: determinaron los Reyes, a
petición y demanda de los mismos pueblos, quitarles este yugo de
encima: cargando a cada ciudad y villa destas tantos censos, o renta
perpetua como juros, para fundar tantas caballerías, que pudiesen
con ellas dar equivalente recompensa del provecho de los cargos, a
los ricos hombres: y que gozasen dello do quiera que se hallasen: con
tal que fuesen obligados a seguir la guerra con sus personas y tantos
de caballo (como está dicho) pues por eso las llamaron caballerías
de honor, porque el provecho y renta de cada una bastaba para
mantener hombre y caballo: reteniendo el nombre de honor, por las
prefecturas y cargos de donde nacieron. Y así daban los Reyes estas
caballerías que eran muchas, a los señores y barones, y ellos las
repartían entre sus allegados, o criados, que llamaron mesnaderos.
De manera que por esta causa, en oír pregonar guerra, luego sin otro
sueldo de más, acudían al Rey todos los ricos hombres que tenían
caballerías, y con ellos sus allegados, o mesnaderos, con sus armas
y caballos: recibiendo por todo el tiempo de la guerra, cierta ración
para si y sus caballos, de la despensa del Rey. Lo cual por entonces
era gran parte para que los Reyes formasen de presto un ejército, y
que no faltase nadie, a causa de que no acudiendo con tiempo, estaba
en mano del Rey privar, ipso facto, de las caballerías al que
faltase.











Capítulo XV. Que sabido por los de Enesa venía Zaen sobre ellos le
esperaron fuera del castillo, y del razonamiento que don Guillen hizo
para animar al ejército.






En tanto que el Rey
tuvo cortes en Monzón, y se ausentó de Enesa, cobró ánimo Zaen, y
ayuntando su ejército de infantería y de a caballo desde Xatiua
hasta Onda, que está en vista de Burriana hacia la montaña, que
serían hasta cuarenta mil infantes, y seiscientos caballos determinó
de ir a dar sobre el nuevo castillo, o fortaleza que el Rey había
hecho en Enesa, para asolarla del todo, y degollar cuantos Cristianos
hallase dentro y fuera de ella. De suerte que teniendo todo el
ejército por la ciudad y arrabales alojado, se partió con todo él
una tarde
aprima
noche para que le amaneciese a vista de los enemigos, y los tomase de
sobresalto. De lo cual siendo un día antes avisado el capitán don
Guillen por sus espías, no durmió mucho aquella noche, antes se
levantó a la media, y llamó a todos los capitanes y oficiales del
ejército, y les declaró el manifiesto peligro en que estaban, por
la infinidad de gente enemiga que sobre ellos venía: que pues como
valerosos y tan fieles a su Rey, habían determinado de quedar allí
para defender hasta morir, y no desamparar la fortaleza: y con esta
confianza el Rey se les había encomendado: deliberasen si querían
salir y pelear en campo raso: o encerrarse dentro de tan flacas y
tiernas paredes de castillo, dejándose cerrar en tan angosto lugar
de tan innumerable ejército. Oídos los dos pareceres, se
encomendaron todos a nuestro señor, y a su bendita madre muy de
corazón, suplicando les alumbrase para acertar en lo mejor. Y así
de común consentimiento se determinaron de salir fuera de la
fortaleza a esperar, y pelear con los Moros. No se puede creer el
heroico esfuerzo con que se determinaron de aguardarlos. De manera
que oída la misa antes del día, y recibido por todos los capitanes
y barones el santísimo Sacramento del altar: ajuntó don Guillen
todo el ejército hacia el recuesto del castillo, y después de hecha
la reseña mandoles dar un buen refresco, para luego ponerlos en
orden para la batalla. Mas apenas comenzó a concertar los
escuadrones, cuando de lo más alto del monte comenzaron las atalayas
a dar grandes voces, señalando la infinidad de gentes que hacia la
parte de Valencia se descubrían, y aunque venían tan esparcidos por
todo el campo que cubrían el sol. Por lo cual como vio don Guillen
que los suyos en alguna manera desmayaban: puesto sobre su caballo en
medio de todos, comenzó con buenas palabras a animarlos desta
manera. Esforzados caballeros, y valientes soldados. Aunque sé muy
bien, ser cosa de hombres temer los manifiestos peligros, y la muerte
con ellos, y que no es por falta de corazón y ánimo los pocos tener
miedo a los muchos: también sé, que por el buen orden, consejo, y
esfuerzo de los pocos, han sido muchas veces vencidos los muchos.
Como se puede esto por ejemplos así de los antiguos como de los
modernos, y aun de los nuestros, muy bien y brevemente probar. Porque
entre otros, quien pudo a Jerjes (
Xerxes)
que pasó con un millón de hombres de la Asia en Europa necesitase a
que en una barquilla solo y vencido se volviese en la Asia: sino el
buen consejo de Themistocles capitán Griego, que con solos diez mil
le salió al encuentro? Quién hizo que Alejandro Magno con ejército
de solos cuarenta mil hombres venciese a Darío con otro millón de
soldados: sino el mediano y bien ordenado ejército, que en industria
y arte es superior al infinito y confuso? Pero vengamos a los
nuestros. No sabéis (no ha muchos años) que los Cristianos
españoles, con ser muchos menos, ganaron la gran batalla de Úbeda,
a las navas de Tolosa, a trescientos mil Moros que de África y de
España se ajuntaron? Muy semejantes a aquellos son, no en número,
sino en confusión y desconcierto, la muchedumbre de los que vienen
agora a pelear con nosotros: cuyo medrosísimo capitán es aquel
apocado tirano de Zaen. El cual con tan cobrado ejército nunca osó
salir a encontrar con nuestro Rey, cuando a vista de la ciudad, con
muy poca gente pasó dos veces el Turia, talando y destruyendo su
campaña. Y más que en sus ojos le tomó las dos torres de Moncada,
y de Museros que de aquí descubrís sin osar salir a defenderlas.
Por donde cuando vengo a conferir su vil y allegadizo ejército con
vuestras manos vencedoras, osaré jurar que ninguno de vosotros hay,
a quien no le sobre el ánimo y fuerzas para acometer a diez destos
en campo raso, y vencerlos. De más que vuestra querella es justísima
y santísima: porque peleáis por el ensalzamiento del nombre de
Cristo, y destrucción de la bestial secta de Mahoma. Y que por
llevar tal empresa tendréis las celestiales legiones de los Ángeles
delante, no solo para contemplar vuestras grandes hazañas, pero aun
para favorecer vuestro esfuerzo y personas: tened pues buen ánimo
caballeros de Cristo, y para salir con victoria emplead vuestras
fuerzas y valor en esta batalla. De la cual ningún mal
successo
se os
puedere
crecer, en esta jornada. Porque en este día de hoy, o venciendo
ganaréis un reyno de los más insignes del mundo, o si
murieredes
peleando, tendréis (
terneys)
el eterno y celestial Imperio con perpetua fama y gloria, por vuestro
merecido premio.






Capítulo XVI. De la
batalla campal, y milagrosa victoria que los Cristianos alcanzaron de
los Moros en el monte de Enesa.






Acabó su razonamiento el
capitán don Guillen, y de muy bien entendido que fue de todo el
ejército, comenzaron a animarse unos a otros, y poner todo su
pensamiento y confianza en Dios, por quien principalmente peleaban. Y
porque los Moros se iban acercando al monte esparcidos con fin de
asolar la fortaleza, pensando que los Cristianos huirían en solo
verlos, no se curaron de poner su ejército en ordenanza, ni en talle
de pelear, antes de dar con la fortaleza en tierra. Mas los
Cristianos les salieron al delante en la pendiente del monte a
defenderles la subida. Los moros que vieron esto señaladamente los
de Xerica, Murviedro, Liria, y Onda, que como más ejercitados en
guerra llevaban la vanguardia, acometieron a los nuestros con tanto
ánimo con la infantería cara a cara, y con la caballería por los
lados, que comenzaron bravamente a maltratarlos de manera que ya los
Cristianos se retiraban hacia la fortaleza. Lo cual visto por don
Guillen que estaba en lo alto del monte, se arrojó con la mayor
parte de la caballería sobre la infantería de los Moros que a gran
furia subían el monte arriba, y con el estrago que hizo en ellos, le
cobraron tanto temor que se retiraron, y por aquella parte comenzaron
a prevalecer los Cristianos. Pero acudió luego por el lado izquierdo
tan grande escuadrón de Moros, que dio sobre la retaguardia de los
nuestros con tanta grita y alaridos, que fueron forzados segunda vez
a retirarse hacia lo alto del monte junto a las paredes de la
fortaleza. Estando en esto súbitamente de lo más alto de ella se
oyó una voz espantable, que fue del todo el campo oída y entendida
(los Moros huyen, los Moros huyen) y como se repitiese muchas veces,
los capitanes Cristianos se recogieron en un alto de donde vieron
claramente como ya los moros comenzaban a desmayar, y peleaban
flojamente: y que desde el monte (donde fue después edificado el
templo a nuestra Señora) se iban retirando poco a poco, aunque
siempre peleando hacia lo llano. Como esto vio don Guillen de lo
alto, entendiendo que Dios era por los Cristianos, ayuntó toda la
caballería, y hecho camino con la lanza, llegó al lugar de donde
comenzaron los Moros a retirarse. Lo cual visto por los que venían
en la retaguardia donde iba Zaen, pareciéndoles que se retiraban
porque el campo era roto, comenzaron a huir, y Zaen de los primeros.
Pues como los demás que andaban por el campo derramados viesen huir
a los primeros y postreros, y que los nuestros los seguían, temiendo
no fuese por algún gran socorro de gente que a los Cristianos venía:
de la misma manera se pusieron todos en huida. Y así fue que
declarada la victoria por los Cristianos, en aquel mismo lugar do
comenzaron a huir los Moros en retaguardia, fue por memoria puesta
una Cruz de piedra sobre una ermita que hoy en día llaman la Cruz de
la victoria. Siguiendo pues el alcance los Cristianos corrieron a los
moros hasta el barranco que dicen de Carraxet, que atraviesa el
camino a media legua de la ciudad, matando y degollando muchos
dellos, sin los que huyendo cayeron unos sobre otros, y murieron
atropellados de la caballería: faltando muy pocos de los Cristianos.












Capítulo XVII. Como se vio pelear por los Cristianos el glorioso san
Iorge, y que don Guillen Aguilon se señaló mucho en la batalla.






Fue tan admirable
esta victoria de los Cristianos, que realmente no puede dejar de
atribuirse a milagro, según que muy a la clara se vio, y que no
fueran bastantes fuerzas humanas, si las divinas no ayudaran a
alcanzarla. Porque se halla por testimonio de escritores fidedignos
de aquel tiempo, que el bienaventurado san Iorge mártir apareció
armado sobre un caballo blanco en aquella batalla, para quitar el
ánimo a los enemigos, y acrecentarlo a los nuestros. Y no hay duda,
sino que tan continuada y frecuentada devoción de los Reynos de la
corona de Aragón para con este santo, procedió de algún especial
favor, o visible auxilio y socorro que él hizo en esta y algunas
otras batallas. Puesto que hay mucho que maravillar, por no hallarse
en la historia del Rey mención alguna desta aparición del santo,
habiendo hecho tan larga relación de otra semejante que hizo en el
cerco y presa de la ciudad de Mallorca. La causa podrá ser por
haberse el Rey hallado presente en aquella, y en esta ausente, y
pensar que de semejantes apariciones sobrenaturales no se ha de
escribir sino lo que se ve. Pero tampoco es justo que lo que uno
calló haya de ser en menoscabo de la fé y testimonio de muchos. Por
la misma razón no se ha de pasar por alto, lo que Asclot antiguo y
principal escritor de esta historia afirma desta batalla y victoria.
La cual después del general don Guillen por la mayor parte la
atribuye al capitán don Guillen Aguilon. Del cual dice este
historiador, que con su banda de cien caballos ligeros arremetió
hacia la parte del campo donde más encendida andaba la batalla, y
los Cristianos más mal tratados, y que
rompida
aquella, y convertida sobre si la furia de los enemigos sustentó de
tal manera el ímpetu dellos, y cobraron los nuestros tanto ánimo y
fuerzas, que luego se siguió la rota y
huydo
dellos (como arriba está dicho) y se alcanzó la victoria. Mas
afirma el mismo autor, que murieron X mil Moros en cuyos cuerpos no
se halló ninguna herida. También concluye que el ejército de los
Cristianos no pasó de cien hombres de armas con otros cien caballos
ligeros, y dos mil infantes, y que el de los Moros pasó de cuarenta
mil infantes, y seiscientos caballos.











Capítulo XVIII. Que oída la nueva de la victoria, acudieron muchos
a favorecer a don Guillen, y como el Rey vino al Puig de Enesa, y
pasó a despecho de Zaen por el campo de Liria.






Como la fama de tan
insigne y milagrosa victoria se divulgó por todas partes, los de
Teruel primero que todos acudieron luego con cien caballos ligeros al
campo de don Guillen en guarda de la fortaleza, por si los Moros se
rehiciesen, y quisiesen volver sobre ella. Mas el Rey que entonces se
hallaba en Huesca, oída esta nueva tan milagrosa, no dudó de ella,
antes dio luego infinitas gracias a Cristo nuestro Redemptor, y a su
sagrada madre, y escribió a todos los Prelados de las iglesias de
los dos Reynos, y a los oficiales de las ciudades y villas Reales,
hiciesen públicas procesiones y sacrificios con
hazimiento
de gracias a nuestro Señor y a sus
sanctos
por tan increíble y milagrosa victoria. De allí convocados todos
los grandes y barones del Reyno se vino para Daroca, donde entendió
con mucha solicitud y presteza en proveer a los de Enesa, de
vituallas y de gente y armas, por que se rehiciesen de toda cosa:
pues aunque no perdieron gente ni vidas, quedaron muy destrozados, y
con muchos heridos. Paso de Daroca a Teruel, donde halló un
caballero de Mompeller que le enviaba don Guillen con cartas, para
que contase por orden, y muy por
estenso
el próspero y
felice successo
que los Cristianos tuvieron en la batalla pasada. Lo cual oyó el Rey
con grandísimo gusto y alegría, y de nuevo les envió más
provisiones con las acémilas de Teruel y de Daroca, y él se partió
para allá con cien caballos ligeros. Entrando en el Reyno llegó a
las Alcublas villa pequeña cercana a Segorbe, y a una jornada de la
ciudad: allí tuvo nueva, como Zaen avisado de la venida del Rey
había ayuntado gran número de gente de a pie y de a caballo, y era
llegado a Liria villa Real y de las hermosas del Reyno, por su
llanura y tan fructífera y extendida vega que se riega de una
bellísima fuente que allí junto nace: y está la villa a la mitad
del camino de las Alcublas a Valencia: donde había hecho alto Zaen
con fin de pelear con el Rey, y acometerle en el paso. Pero el Rey en
llegando a vista de Zaen y su gente, que los descubrió de lo alto,
entendiendo que no podía dejar de dar en mano dellos, y que
representaban ser muchos, según estaban esparcidos por la campaña:
no por eso determinó de volver atrás, ni dejar de pasar adelante,
aunque se hallaba con ejército harto pequeño. Mas enviado el bagaje
delante, por ver si se le cebarían en los Moros, para dar sobre
ellos él dejó a Liria a la mano derecha, y a banderas tendidas a
vista del mismo Zaen, siguió su camino derecho para Enesa, sin que
en el bagaje, ni en su gente osasen tocar ni acometerle los moros.












Capítulo XIX. Del recibimiento que los del Puig de Enesa hicieron al
Rey, y de las mercedes que a todos hizo, y del ardid que tuvo para
pasar los caballos por junto a Murviedro.






Como llegó el Rey
cerca del Puig de Enesa, salieron a recibirle el general don Guillen,
y don Berenguer
Détésa
y don Guillen Aguiló

los demás
capitáes
con el ejército junto al camino Real de la ciudad, del cual está
apartado el Puig un cuarto de legua hacia la marina: y hecha la salva
por los soldados, y por los de a caballo su muestra de guerra, con
una bien concertada escaramuza entre todos, fue recibido con
increíble triunfo de alegría, recibiendo el Rey a todos con la
misma: abrazando con lágrimas de placer a su carísimo tío don
Guillen, y a sus dos grandes compañeros: y dando lugar a todos los
soldados del ejército para que llegasen a él grandes y pequeños, y
le hablasen y pidiesen mercedes. Quiso luego llegar al puesto y lugar
donde fue la batalla, preguntando muy despacio, y por orden, donde
comenzó a darse, hasta donde llegaron los Moros: si tocaron en la
fortaleza: cómo, y a qué parte los hicieron retirar los Cristianos:
finalmente de donde salió la voz tan terrible que apellidó la
victoria, que así pudo entre tan grande estruendo de voces, de armas
y
atambores,
ser oída, y entendida de todo el ejército: y hasta donde se siguió
el alcance de los enemigos: que no dejo de ver y oír cosa por mínima
que fuese, de cuantas acaecieron en aquella jornada, con mucho gusto,
y continuó
hazimiento
de gracias a Cristo y a su bendita madre. Y así alabando grandemente
la proeza y valor de los tres capitanes por tan insigne hecho de
armas, mandó tener muy grande cuenta con los heridos, visitándolos,
y animándolos él mismo en persona. Y porque la mayor pérdida que
en la batalla se hizo fue de caballos, prometió, demás de otras
mercedes, a los de a caballo, que les reharía muy presto la pérdida,
y sin eso remitió a todos el Quinto que le tocaba de los despojos y
presa de los moros. Luego escribió a Zaragoza a don Ximen Perez
Taraçona mandándole comprase cuarenta caballos escogidísimos y se
los enviase a Enesa. Los cuales compró don Ximen luego en recibiendo
la carta, y se los envió cada uno con su lacayo de diestro.
Entendiendo el Rey que ya serían en Teruel a medio camino, se partió
para Segorbe a recibirlos: porque como está dicho, era tierra de
amigos, y así fue en ella muy regalado por los gobernadores que allí
tenía Abuzeyt. La cual es hoy una de las buenas plazas del Reyno,
por ser ciudad y cabeza de Obispado, bien poblada y de suave
habitación, puesta en un muy ancho y hermoso valle, cercado de
grandes montes, y poblado de muchos y muy buenos lugares: tan
abundoso de aguas así del río Palancia que pasa por medio de él,
como de las muchas fuentes que nacen de los montes: que con su riego,
y buen tempero de la tierra, produce todo género de mieses, y
frutales los más excelentes de todo el Reyno. Está en el mismo
valle a una milla de la ciudad fundado el grande y muy hermosamente
labrado
monasterio
de ValdeChristo, de la suprema y devotísima religión de los
Cartuxos, como lumbrera y espiritual amparo de todo el valle: para
reparto y sustento de los pobres de Cristo que a él acuden. Entrando
pues el Rey en Segorbe, llegaron los cuarenta caballos muy bien
tratados y traídos de diestro. Recreose mucho el Rey con la vista de
ellos, tanto que echó luego ojo a otros tantos que traían a vender
mercaderes de Aragón, y se habían acompañado con ellos. A los
cuales rogó el Rey que se los vendiesen y les consignaría la paga
sobre las rentas Reales de Zaragoza: fueron dello contentos, y hecho
su honesto precio, recibida la consignación entregaron sus caballos
que fueron cuarenta y seis: y con todos ellos dio luego al Rey vuelta
para Enesa. Pues como se fuesen acercando a Murviedro donde Zaen
tenía gente de guarnición, y estaba a su devoción, dudaron algunos
de la compañía, si proseguirían por el camino derecho junto a la
fortaleza de la villa o tomarían a la mano siniestra por el val de
Segon, para dar en el camino de la marina, desviándose de Murviedro.
Estando en este perplejo, llegose al Rey uno de los de a caballo
diciendo. Entiendo que si a vuestra Majestad Real place, será mejor
ir camino derecho junto a la fortaleza, por escudar el rodeo de la
marina: porque antes de ser descubiertos, y que la gente de guardia
se ponga en armas estaremos en salvo. Mas en caso que seamos
descubiertos tengo pensado cierto ardid, que si lo hacemos, pasaremos
más presto sin lesión alguna, y aun burlaremos de los de Murviedro.
Desta manera, que para que demos a entender que somos una compañía
de caballos ligeros le mande a cada lacayo que trae el suyo de
diestro, tomen sendas cañas largas de aquel cañaveral que vemos
junto al acequia que por allí pasa: y en una de ellas se cuelgue una
sábana (
sauana)
que parezca pendón, y suba cada uno en su caballo y alce su caña.
Porque desta suerte pareceremos de lejos en forma de escuadrón de
caballos, y pasaremos sin que ninguno ose llegar a reconocernos.
Pareció bien al Rey y a todos la invención de aquel caballero. Del
cual según opinión de algunos escritores, desciende el linaje de
los Llançoles, Barones principales del Reyno. Porque a causa de la
invención de la sábana que puso por pendón, que en lengua Lemosina
se llama llansol (
lláçol),
fue de allí adelante llamado el caballero del Llançol: y porque
también fue el mismo Alférez de este pendón. Succedio pues el
ardid como se pensó. Porque pasando con aquel orden y concierto por
junto a la fortaleza, fueron descubiertos de lo alto de ella, y
saliendo a ellos solos cinco caballos con mil peones: los cuales
hicieron luego alto, y se estuvieron mirando de lejos a los del Rey.
Y aunque los silbaron y dieron grita: pero ni les osaron acometer, ni
seguirlos, temiéndose de alguna celada, o de los que vendrían
(
vernian)
en la retaguardia. Con esto pasó el Rey adelante, y llegando a vista
de Enesa, salieron como antes a recibirle. El cual luego repartió
los ochenta y seis caballos entre los caballeros que se hallaron en
la jornada pasada, y quedaron todos muy contentos.












Capítulo XX. Como el Rey mandó edificar un templo en el lugar do
fue la batalla, y del antiguo que se descubrió debajo tierra con la
imagen de nuestra Señora.







Volviendo
el Rey otra vez a contemplar muy de propósito desde la fortaleza y
monte donde estaba alojado, el extraño y milagroso successo de la
batalla pasada, revolvió con gran gusto los ojos por todos aquellos
pasos donde se peleó: señaladamente en aquella parte do comenzaron
los Moros a retirarse poco a poco peleando, hasta que llegaron a lo
llano, donde está la cruz de la victoria: porque de allí comenzaron
a huir como se ha dicho: pareciole pues que por haber comenzado la
divina mano a ser favorable a los Cristianos en aquel monte, que es
el último y está a la parte de la ciudad, donde oída la voz
comenzaron a retirarse los moros, mandó luego edificar sobre él un
templo grande dedicado al nombre de Cristo y su bendita madre, que se
intitulase nuestra Señora del Puig (que en lengua Lemosina quiere
decir monte pequeño) con su convento para los religiosos y orden de
la Merced, que él había instituido: y así se comenzó luego a
edificar: para que por inmortal memoria de tan incomparable victoria
contra Moros, se hiciesen en él perpetuas gracias y sacrificios a
nuestro señor y a su madre gloriosísima. Puesto que algunos graves
escritores de esta
historia, traen otra nueva causa para la
fundación de este Templo en el mismo lugar donde está. Diciendo que
hecha la traza del templo fueron vistas por los que velaban y hacían
la centinela en el castillo, muchas lumbres a modo de hachas
encendidas que caían del cielo sobre aquel lugar do fue hecha la
traza: y que en cayendo se hundían debajo de tierra que no parecían
más. Y visto que esto
sucedió por algunas noches, revelaron lo
al Alcayde, y a los demás, y como fuesen cavando profundamente para
echar los fundamentos se oyó un sonido grande como retumbo de cosa
hueca: cavando más se descubrieron unas grandes paredes como de
templo que estaba metido en lo profundo de la tierra. Dentro del cual
cavando mucho más, se sintió con golpe del azadón un sonido de
metal, y luego abriendo y limpiando el lugar se descubrió una
campana grande de metal.
La cual alzada en alto, se halló debajo
de ella una tabla de mármol de dos codos en alto, y codo y medio de
ancho. En la cual estaba labrada y como esculpida una imagen de
nuestra señora que tenía a su hijo en los brazos diferentemente que
las otras, porque le tiene sobre el brazo derecho. Con la cual tabla
y campana, y otras señales tuvieron por muy cierto que en tiempo de
los Godos fue aquel templo edificado en honor y gloria de la sagrada
virgen nuestra Señora: y que los religiosos de san Benito, que en
aquel tiempo florecían mucho, fueron los que allí tuvieron su
convento y monasterio muy suntuoso. Y después con la entrada y
universal ruina y saco de conventos y templos que los Moros hicieron
por toda España, fue este destruido, y los religiosos perseguidos, y
así al tiempo de la persecución cavaron, y pusieron la campana con
la imagen debajo en aquel lugar, donde estuvo escondida 510 años,
hasta el tiempo de nuestro Rey don Iayme, el cual tomó la imagen con
grande veneración, y la puso en el nuevo templo hecho sobre el
viejo, en la capilla y altar mayor donde hoy está: y que mueve a
tanta devoción, que no solo de la ciudad de Valencia, pero de todos
los tres reynos de la corona de Aragón es con muy frecuentemente
visitada y venerada.












Capítulo XXI. Como se fue el Rey a Borriana, y luego vino don
Aguilon a pedir socorro contra Zaen, y el Rey fue a darlo, y no
siendo necesario se volvió a Burriana.



Estando ya
el Rey de partida para Burriana después de haber dejado el cargo y
aparejo para el edificio del templo a don Guillen su tío, don
Fernando que siempre, o se detenía mucho, o nunca acababa de llegar
su socorro, vino al Puig con don Pedro Cornel, y otros caballeros de
compañía. Los cuales fueron por el Rey y los demás muy bien
recibidos. Y después de haberles mostrado la fortaleza y el lugar de
la batalla, con todo lo que milagrosamente obró Dios en ella, dejó
allí la mitad del ejército con todos los aparejos y municiones de
guerra necesarios: y certificando a todos sería muy presto de
vuelta, se partió con don Fernando y Cornel para Burriana: donde
apenas fue llegado, cuando vino por mar dó Aguiló en una barca por
avisar al Rey, como Zaen teniendo ya junta toda su caballería que
tenía repartida por las villas de
Castalla
y Cocentayna, en saber que se había partido de Enesa, venía a gran
prisa a cobrarla: que para esto pedía socorro de gente el capitán
don Guillen, y por solo eso le enviaba. Pero que bastaría que don
Pedro Cornel fuese con la gente de caballo. Oído esto, el mismo Rey
se dispuso a ir allá en persona con el socorro. Y luego a la media
noche con la gente de a caballo de Teruel y otros (como dice la
historia) camino por la vía de Almenara. Y pasada ella, iba con tan
determinado ánimo para entrar en la batalla que a un caballero
Aragonés llamado López que le preguntó qué será hoy de nosotros
respondió que veremos hoy como se
cierne
y aparta el salvado de la harina. Señalando que en esta batalla se
conocería la diferencia que hay del bueno al
ruyn
soldado. Como llegaron a emparejar con Murviedro, dejándole a la
mano derecha, envió uno de a caballo que fuese al galope a descubrir
el campo, y entendiese si Zaen era ya llegado y combatía la
fortaleza, el cual fue y volvió luego, diciendo que ni Zaen era
venido, ni había sacado ejército de Valencia, ni los del Puig
tenían necesidad de socorro, que todo quedaba muy seguro. Creyeron
algunos que la venida y demanda de don Aguilon fue ruydo hechizo, y
concierto de los capitanes de Enesa, por hacer tiro a don Pedro
Cornel, por algún secreto rencor que le tenían. Pues como el Rey
oyó esto, dio gracias a nuestro señor y se volvió para Burriana
con solos XVII caballeros porque a los demás con Aguilon mandó que
se pasasen a Enesa para dar ánimo a los del ejército, y mostrarles
como estaba en orden para ser siempre con ellos.












Capítulo XXII. Del grande peligro en que el Rey se vio volviendo
para Burriana, y como se libró de él, y también de otro, la noche
siguiente.






Volviéndose el Rey
para Burriana, por entre la marina y Murviedro con solos XVII
caballeros de compañía descubrió de lejos ciento y treinta
caballeros jinetes Moros, que estaban en orden de guerra algo
apartados del camino. Entre los cuales se hallaba don Artal de Aragón
hijo de don Blasco, que andaba desterrado de Aragón, a quien el Rey
no conoció, pero fue conocido del, mas por no perder la gracia y
amistad de los moros, no se partió dellos para venir al Rey. Pues
como de los caballeros Aragoneses que iban con el Rey, sin su
licencia, uno llamado Garces con cuatro otros arremetieron sobre
ellos, y los prendieron. A los cuales hubiera luego seguido Cornel si
el Rey no le hubiera echado mano de las riendas del caballo, y le
detuviera. Por donde hallándose el Rey tan solo claramente, vio que
estaba en el mayor peligro de la vida que jamás se vio, y que si
entonces los moros le acometieran, sin duda que le prenderían.
Viendo esto Cornel envió uno de a caballo, que a rienda suelta fuese
al Puig a don Guillen, viniese volando con gente para librar al Rey
de un grande peligro. En este medio viéndose los del Rey en tanto
aprieto, tentaron de persuadirle, mientras entretuviesen con
escaramuza a los moros, se fuese a recoger con don Guillen a Enesa, y
de allí les enviase socorro. Pero cuanto más sobre esto le porfió
Pérez Pina, tanto con mayor cólera le respondió: muy en vano
trabajáis Pérez, si pensáis persuadirme a que me vaya. Porque os
hago saber estoy muy determinado (puesto que dejo a Dios haga de mí
lo que fuere servido) de no volver atrás por la vida: porque ya esta
por agora antes se ha de redimir con la muerte peleando, que
escapando con la huida. Entonces los pocos que quedaban viendo esta
determinación, tomaron al Rey en medio con fin de morir todos en su
defensa y presencia, y cerrándole animosamente los lados, estuvieron
esperando a los moros. Pero ellos, puesto que dos veces hicieron
ademán de querer arremeter contra el Rey, o porque don Artal,
conociendo al Rey, los diuertiesse, o realmente porque creyeron, que
tan pocos no hubieran esperado * espaldas seguras, y que don Guillen
estaría cerca con su gente, no osaron acometerlos, y apartándose
poco a poco por el val de Segon arriba se metieron en Almenara. Como
llegase don Guillen con su gente en aquel punto, el Rey pasó a
Burriana. De donde envió a rescatar los cinco caballeros que le
prendieron los Moros. De allí la noche siguiente pasado el río
Mijares junto a la villa de Castellón, que agora es la más insigne
de toda aquella Plana, como por la marina el camino de Orpesa, adonde
no quiso dejar de pasar a dormir aquella noche, por más que le
certificaron, como un Barón Moro llamado Abenlopez, pocas horas
antes había salteado en aquel
pinarejo
al mismo Comendador de Orpesa, y se lo llevaba cautivo. Con todo
esto, mandando ir juntos los que le seguían entró por el pinar
adelante, y llegó sano y salvo a Orpesa, que entonces era de la
religión del Ospital. Allí pasó aquella noche, y también dio
orden para el rescate del Comendador. Así mismo mandó a la gente
que allí estaba de guardia por el comendador, se tuviese gran cuenta
con aquella fortaleza, por ser cabo y plaza de las muy importantes
del Reyno. De allí partió para Vldecona, y pasó a Tortosa, donde
se detuvo algunos días , entendiendo en que se hiciese gente de
guerra por toda Cataluña para poner cerco sobre la ciudad de
Valencia.







Fin del libro décimo.