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jueves, 14 de marzo de 2019

Libro octavo

LIBRO
OCTAVO

Capítulo primero, de la fama y renombre que el Rey
ganó por la conquista de Mallorca, y como fue llamado y prohijado
por el Rey de Navarra.

Conquistada la ciudad
y
Isla de Mallorca, el nombre y fama del Rey fue tan célebre, y se
extendió con tanta gloria y reputación suya, por todas partes: que
no solo acrecentó el temor y espanto a los Reyes Moros, pero mereció
todo favor y gracia para con los Príncipes Cristianos. Porque demás
que amedrentó al Rey de Túnez, uno de los más poderosos de África,
para que no osase enviar el socorro prometido al Rey de Mallorca: Y a
quien el sumo Pontífice y ciudades de Italia tuvieron en tanto, que
invocaron su favor y ayuda (como adelante se dirá) para contra el
Emperador Federico: También el Rey don Sancho de Navarra, entendidos
sus tan prósperos
successos
y señaladas hazañas, se le aficionó en tanta manera, que lo
prohijó, y aunque con desigualdad suya, quiso también ser de él
prohijado. Mas porque tratemos agora de este tan señalado efecto de
amor y afición, como se arguye de la adopción, o prohijamiento, que
pasó entre estos dos Reyes, junto con los varios
successos
del: declaremos quien fue este Rey don Sancho de Navarra, juntamente
con las causas y razones que tuvo, así para prohijar al Rey de
Aragón, como para ser prohijado del, no embargante que el partido
del de Aragón fuese muy aventajado al suyo. Fue este Rey don Sancho,
el mejor y más esforzado que jamás tuvo Navarra, a quien por su
grande constancia en llevar siempre sus empresas adelante, demás de
ser muy valiente de su persona, llamaron el fuerte. El cual después
que salió victorioso de aquella famosísima, y siempre memorable
batalla de Vbeda, en las Navas de Tolosa, cuando hecho un cuerpo con
los Reyes de Castilla y Aragón, vencieron a doscientos mil Moros
(como en el primero libro se ha dicho) volviendo a Navarra, con el
ocio se hizo excesivamente gordo, y también con la dolencia de gota
que le sobrevino, que miserablemente le atormentaba, vino a ser tan
gafo, y lisiado de pies y de manos, que ya no podía moverse de un
lugar, sino estarse tullido siempre en la cama, volviéndose tan
deforme
(difforme),
que tenía empacho de ser visto en público. Puesto que dicen otros,
que su mal fue una muy grave dolencia de cáncer que se le encendió
en una pierna, y que por esto se estuvo siempre retirado en el
castillo de Tudela, sin salir del mucho tiempo, y sin dejarse ver
sino a muy pocos de sus privados. Le hacía (
haziale)
a este buen Rey, viejo, enfermo, y sin hijos continua y solapada
guerra el Rey de Castilla, pretendiendo tener derecho al reyno de
Navarra, y para no mostrarse en ella, solicitaba a don Diego López
de Haro
señor de Vizcaya (que es la Cantabria marítima) con el cual
de mucho antes tenía el Rey de Navarra diferencias, por los pueblos
de Álava (
Alaua)
y Guipuzcua entre Navarra y Vizcaya. Y así con esta ocasión el de
Castilla le valía con gente y dinero para proseguir la guerra en su
nombre contra el de Navarra. Con esto don Diego con la gente
Castellana corría el campo a don Sancho, y no había quien le
resistiese. De suerte que viéndose don Sancho imposibilitado para
defenderse dellos, y que por mucho que se acomodaba en los partidos
de paz que les movía, no querían venir a concordia: determinó de
avenirse con el Rey de Aragón, y con su favor y ayuda valerse contra
ellos. Pues como se hallase en Tudela, ciudad de las principales de
Navarra, de muy alegre, llano y hermoso asiento, a la ribera del Ebro
río caudalosísimo, en los confines de Aragón y de Castilla, y a
vista del gran monte de Moncayo, envió sus embajadores al Rey don
Iayme a Zaragoza, donde a la sazón era llegado de la conquista de
Mallorca, para hacerle saber, como tenía muy grande voluntad y
afición de alcanzar su amistad, y hacer ciertas alianzas y
conciertos con él muy a su gusto y provechosos para sus Reynos. Y
como por sus manifiestos impedimentos de edad y dolencias, no pudiese
ir en persona a verse con él, le rogaba muy de veras quisiese venir
a verle en Tudela, pues estaba propinca a Zaragoza. Oído esto por el
Rey, y entendida la gran dolencia y impedimentos de don Sancho, pues
la distancia no era más de una jornada, determinó de ir a verle, y
contentarle: así por conocer a un tan esclarecido y bien nombrado
Rey que tan amigo y estimado fue del Rey don Pedro su padre: como por
lo bien que a los Reyes está visitarse, y conocerse por las
personas: a fin de que viéndose como en espejo los unos a los otros,
y lo que son, con lo que representan vengan en mayor conocimiento de
si mismos: y consideren que el sujeto de su grandeza y dignidad Real
es naturaleza humana, y que en sustancia no son más que los otros
hombres, sino que viene de la mano de Dios, alzar los muchos a uno
por Rey y sujetarle. Llevó pues consigo el Rey a don Atho de Foces
su mayordomo mayor, a don Rodrigo Lizana, don Guillen de Moncada,
Pedro Pérez justicia de Aragón, y a don Blasco Maza (no Alagón),
del cual sobrenombre está equivocada la historia del Rey, como sea
así que don Blasco de Alagón andaba entonces por el reyno de
Valencia con Zeyt Abuzeyt en la conquista, como dijimos en el libro
cuarto. Llegados pues a Tudela, no pudo ser el Rey, ni en la ciudad,
ni fuera de ella, tan decentemente recibido, como a su Real persona
se debía, por los impedimentos y dolencias del de Navarra. Antes fue
necesario subir al castillo, y entrar dentro del
retrete
donde el Rey estaba, para en llegando, poderle más presto hablar que
ver. Y así por entonces hechos sus cumplimientos de palabras
amorosas, se salió a su aposento dentro en palacio, donde fue con
todos los suyos muy espléndidamente hospedado. El día siguiente
volvió a visitar al Rey don Sancho: el cual se esforzó a
enderezarse en la cama, y comenzando su plática dijo al Rey. Que el
grande amor y afición que le tenía junto con el deseo de ver su
persona, por ser hijo de tan esclarecido padre como lo fue el Rey don
Pedro su mayor amigo y compañero que tuvo en la victoria de Vbeda
contra los Moros, había sido la principal causa para procurar su
venida a Tudela: pero mucho más por acabar de entender del los
felices successos que había oído de sus memorables empresas:
habiéndose aventajado con ellas en valor y gloria, a todos los Reyes
de España: y no menos por la proximidad (
propinquidad)
y vínculo del parentesco que entre ellos había: pues con ningún
otro le tenía más conjunto que con él, excepto don Tibaldo su
sobrino hijo de Tibaldo Conde de Champaña, y de doña Blanca su
hermana. Al cual por su ingratitud y menosprecio de muchas buenas
obras de padre que le había hecho: en fin le había dado ocasión
para tratar y acabar con sus vasallos, le privasen de la sucesión
del Reyno, y llamasen a él que tanto les convenía para todo
beneficio común y defensa del mismo reyno. Por esto hallaba que para
debilitarle la sucesión, ninguna otra vía mejor, ni más firme
había, que prohijándose el uno al otro, y acogiéndose en el total
derecho y sucesión de sus reynos. Pues podría con harto mejor
partido ser él llamado a la sucesión de Navarra, que no él a la de
Aragón: siendo ya viejo de LXXVIII años, y que no era posible
naturalmente vivir más que él siendo mozo que apenas llegaba a los
XXIIII (XXIV). Como acabó su plática el de Navarra, el Rey hizo
muchas gracias por el buen concepto que de él tenía, y la afición
y benevolencia con que lo confirmaba: que no faltaría por él de
corresponder con su amor, y con todo el oficio de agradecimiento que
le debía. Y en lo que tocaba al negocio de la adopción, que para él
era muy nuevo y de mucha consideración, que pensaría sobre ello,
comunicándolo con los suyos, y que entendido lo que era, y adonde
podía llegar el efectuarse, sin perjuicio de sus reynos y sucesor,
él se revolvería y le respondería. Con esto se salió afuera, y se
fue a su aposento a tratar y consultar una tan grande novedad con los
suyos.











Capítulo II. Como el Rey sabido el parecer y resolución de los de
su consejo cerca el prohijamiento, la dio por respuesta al de
Navarra, el qual tuvo por buena, y del concierto que hicieron.





Maravillado quedó
el Rey extrañamente de la proposición hecha por el de
Nauarra.
Y recogido en su aposento mandó llamar a los de su consejo que traía
consigo: a los cuales notificó la larga plática que con el Rey de
Navarra había tenido, y lo que muy de veras le había propuesto
cerca de la adopción y prohijamiento que habían de hacer el uno al
otro, para poder entrar en la sucesión de los reynos. Puesto que el
fin y alma de esta proposición le parecía no era otro, que por
obligarle a la
defensión
de Navarra contra Castellanos. Oyendo esto los del consejo se
admiraron muy mucho de
tal demanda, y aunque a la verdad parecía
cosa muy aventajada para el de Aragón, todavía se
altercó
mucho, y hubo diversos pareceres sobre ello. Pues aunque al Rey le
estaba muy bien, y le convenía el partido, si quiera para mayor
confirmación del derecho antiguo que por sus antepasados fue
adquirido al Reyno de Navarra: pero que adoptar el Rey al de Navarra,
no le podía hacer, siendo vivo don Alonso su hijo único, ya jurado
Príncipe sucesor por los barones y grandes, y por las villas y
ciudades del Reyno, y también por los de Lérida. Porque era cosa
monstruosa un viejo de casi 80 años, ser prohijado por un mozo de
tan poca edad: y que también era muy fuera de razón y justicia
convidar a otro a la sucesión del Reyno, echando fuera al legítimo
sucesor del. Pues como se tratase esto entre ellos, y como cosa muy
desaforada y contra toda razón, se dejase indeterminada y dudosa:
con las mismas razones y dudas fue referida por don Blasco Maza,
Foces y Lizana, al Rey de Navarra. El cual lo representó así a los
de su consejo. Pero como su fin era no tanto prohijar al Rey, cuanto
valerse de su favor y ayuda contra los Castellanos, y esto importase
muy mucho al Reyno: todavía volvió por respuesta a los mesmos, e
insistió, en que cumplía se hiciese esta alianza y confederación
por vía del prohijamiento: puesto que por él ningún derecho le
quedase a la sucesión de Aragón sino muertos el Rey y el Príncipe
don Alonso sin hijos. De suerte que leída esta
determinación y
decreto de los Navarros al Rey, los halló tan útiles, y honrosos
para si, y para el Reyno de Aragón tan provechosos, que luego, con
la aprobación de los de su consejo, solo que le quedase la sucesión,
prometió de ayudar al Rey de Navarra con todo su poder y estado: y
cumplir con diligencia cuantos conciertos y capítulos sobre esto se
formasen: y así el uno al otro se adoptaron de la manera que está
dicho. Se hallaron (
hallaronse)
presentes a este célebre acto los principales señores de título,
y Barones, con los síndicos de las ciudades y villas Reales del
Reyno de Navarra, y también los señores y de su consejo que tajo
(
truxo) el
Rey de Aragón. Los cuales por ambas partes con juramento afirmaron,
que tendrían perpetuamente ellos y sus descendientes, por rato, y
grato todo lo allí concertado y decretado. La cual adopción y
prohijamiento, aceptados por los dos Reyes, y con la mano y sello de
ellos firmados, se concluyó con tanta autoridad y firmeza, que no
deben tener en poco los Reyes de Aragón su derecho tan justamente
por esta vía adquirido a este Reyno: si quiera para más justificar
la antigua y pacífica posesión que del tienen. Porque si se atiende
a lo que significa adopción, si se considera que el Rey con todo el
reyno de Navarra, que podían, la hicieron, y con expreso juramento
confirmaron el concierto y cumplimiento de ella: si se examinare la
causa dello, que fue por valerse del favor y ayuda del Rey que
adoptó, para beneficio y defensa del Reyno constituido en tan
manifiesta necesidad: si en fin se tiene respeto, a que la cumplió
el adoptado, y que lo defendió con su persona, gente, y dinero,
muchas veces, y las hubo contra el Rey de Castilla, no embargante que
era su propio yerno, como adelante se dirá, no hay
otro que
inferir de todo esto, sino que con la muerte del Rey don Sancho
adoptante, se acabó de confirmar y consolidar la sucesión y
derechos del Rey don Iayme el adoptado, y sus sucesores, en el reyno
de Navarra. Según se muestra por el mesmo instrumento y auto de
adopción, el cual pone Geronymo Zurita en el libro tercero de sus
Annales de los Reyes de Aragón. Y que por ser auto tan célebre y
solemne le inferiremos aquí palabra por palabra. Si quiera porque se
entienda del lenguaje que había entonces en el Reyno de Aragón,
haber sido poco diferente en los vocablos, del que agora se usa,
salvo en la pronunciación y estilo.







Capítulo III. Contiene el tratado formal del auto de concordia y
adopción que los dos Reyes de Aragón y Navarra se hicieron el uno
al otro.



Conocida cosa
sea ad todos los que son, & son por venir, que yo don Iayme por
la gracia de Dios Rey de Aragón, desaffillo ad todo ome, &
affillo a vos don Sancho Rey de Navarra de todos mios regnos, &
de mias tierras, & de todos mios señoríos que
oue
ni he ni deuo auer, & de castiellos & de villas & de
todos mis señorías. Et si por auentura deuiniesse de mi Rey de
Aragó, antes q d vos Rey de Navarra, vos Rey d Navarra que herededes
todo lo mio, assi como de suso es escrito, sines contradezimiento
(cótradezimiéto), ni contraria (cótraria) d nulhome del mundo. Et
por mayor firmeza de est feyto, & de esta auinença, quiero &
mando (mádo) que todos mios ricos homes, & mios vassallos, &
mios pueblos juren a vos señoría Rey de Navarra, que vos atiendan
lealmente (lealmét), como escrito es de suso. Et si no lo fiziessen,
que fincassen por traydores, & que nos pudiessen saluar en ningún
logar. Et yo el Rey de Aragon vos prometo, & vos conuiengo
lealmét, que vos faga aentender, & vos atienda luego, assi como
de suso es escrito: & si non (nó) lo fiziesse, que fosse traydor
por ello. Et si por auétura embargo
y
aue
nenguno de part de Roma, o
houiere, yo Rey de Aragon so tenudo por conueniença por desferlo ad
todo mio poder. Et si nul home dl sieglo vos quisiesse fer mal por
est pleyto, ni por est paramiento que yo è vos femos, que yo vos
ayude lealment contra todo home del mundo. Adonde mas que nos
ayudemos cótra el Rey de Castiella toda via por fe sines engaño.

Et yo dó Sancho Rey de Navarra por la gracia de Dios, por estas
palabras, & por estas conueniéças desafillo ad todo home, &
afillo a vos don Iayme Rey de Aragon de todo el Regno d Navarra, &
de aquello qui el reyno de Navarra pertañe: & quiero & mádo
que todos mios ricos homes & mios Concellos juren a vos señoría,
que vos atiendan esto con Navarra, & có los castiellos, &
con las villas si por auentura deuéiesse antes de mi que de vos. Et
si no lo fiziessen que fossen traydores, assi como escrito es de
suso. Et ambos ensemble femos paramiéto & conueniençia, que si
por auétura yo en mía tierra camiasse ricos homes, o Alcaydes, o
otros qualesquiere en mios castiellos, aquellos aqui yo los diere
castiellos, o castiello, quiero & mádo que a qll qui los reciba
por mi que viéga a vos, & vos faga homenage. Que vos atiéda
esto assi como sobre escrito es. Et vos Rey de Aragon, que lo fagades
cúplir a mi desta misma guisa, & por estas palabras en vuestra
tierra. Et vos Rey de Aragó atendiendo me esto, yo don Sancho de
Navarra por la gracia de Dios, vos pmeto a buena fe que vos atienda
esto assi como escrito es é esta carta. Et si no lo fiziesse que
fosse traydor por ello, vos Rey de Aragó atédiédome esto assi como
sobre escrito es en esta carta. Et sepá todos aqllos qui esta carta
verá, que yo dó Iayme por la gracia de Dios Rey de Aragó: Et yo dó
Sancho por la gracia de Dios Rey de Navarra, amigamos entre nos por
fe sines engaño & fiziemos homenage el vno al otro d boca &
de manos, & juramos sobre quatro Euangelios que assi lo
atendamos, Et son testimonios de est feyto, & de est paramiento
que fizieró el Rey de Aragon, & el Rey de Navarra, & del
Affillamiento assi como escrito es en estas cartas, don Atho de Foces
mayordomo dl Rey de Aragó, & don Rodrigo d Liçana, & don
Guillen de Moncada, & don Blasco Maça, & don Pedro Sanz
notario & repostero del Rey de Aragon. Et don Pedro Perez
justicia de Aragon, & frayre Andreu Abad de Oliua, & Eximeno
Oliuer móge, & Pedro Sáches d Variellas, & Pedro Exemenez
de Valtierra, & Aznar d Vilana, & dó Martin de Miraglo, &
don Guillé justicia de Tudela, & don Arnalt Alcalde de Ságuessa.
Facta carta domingo segúdo día de Febrero en la fiesta de santa
Maria Cádelera, in Era Millesima ducétissima sexagessima nona en el
castillo de Tudela. Que fue año d la natiuidad del Señor M.CCXXXI.

puesto que en este instrumento de la adopción, ninguna mención
se hace del infante don Alonso, como el Rey lo affirma, por ventura
de consentimiento de ambas partes.





Capítulo IV. Como se trató entre los dos Reyes de la defensa de
Navarra, y de lo que prometió el de Aragón para ella, y del súbito
arrepentimiento del de Navarra, y del dinero que le pidió prestado
el de Aragón.




Hecho ya el auto, e
instrumento de la adopción entre los dos Reyes sellado y firmado por
muchos,comenzó a tratar de la guerra y medios que se habían de
inquirir para echar el enemigo de la tierra. Sobre lo cual los Reyes
y los grandes de los dos reynos que allí se hallaron trataron largo.
Pero sobre todos el Rey don Sancho como muy platico y cursado en
cosas de guerra, advertía lo que más convenía hacer en el
proseguirla, animando mucho a todos, y concluyendo su larga plática
y discurso, con decir que gente por gente no debían nada los
Nauarros a los Castellanos, los cuales en número podían sobrarles
pero no en valor y fuerzas. Y que valiéndose Navarra de la compañía
y favor y amparo de Aragón ayuntados los dos ejércitos, no solo
defenderían muy bien a Navarra, pero aun serían poderosos para
entrar en Castilla, y echar de sus reynos al mismo Rey. No contradijo
en cosa alguna el Rey a lo que el de Navarra habló: sino que
concluyó la conversación, con decir que estaría presto y en orden
para cierto plazo con dos mil caballos, con tal que los Nauarros
acudieren con otros mil para el mismo plazo y no en otra manera. Lo
cual prometieron ellos de cumplir muy a su tiempo. Pero ni dieron el
modo, ni mostraron la posibilidad para ello. Porque su Rey aunque
quedó rico de la jornada y despojos de Vbeda, no solo estaba enfermo
de la podagra que comienza por los pies pero aun enfermaba más de
las manos, por tenerlas siempre muy atadas a la bolsa. Y así era
fama que la mayor parte de los trabajos que por la guerra tenía,
nacían de la avaricia, por no querer gastar, ni sustentar las
guarniciones necesarias por las fronteras del Reyno, para hacer
rostro al enemigo. De manera que, o por los dos males, o porque ya se
hubiese arrepentido de haber privado del Reyno a don Thibaldo su
sobrino, súbitamente dio muestras muy contrarias del concierto
primero. Y de ahí adelante en las pláticas que se tenía de la
guerra, comenzó a hablar con mucha tibieza y disgusto, sin dar calor
a los negocios, sino respondiendo con algún fastidio a lo que sobre
ellos le preguntaban. Mas no embargante esto, volvió el Rey a
confirmar lo dicho y prometido, que fue de traer los mil caballos
para la fiesta de pascua de Resurrección, y los otros mil para el
día de S. Miguel de Setiébre y que los tendría en orden en los
confines de Aragón y Navarra: siempre que los Navarros tuviesen los
otros mil prometidos como está dicho, para el mismo plazo.
Finalmente como quedase concertado que se vería otra vez en Tudela
en la fiesta de Pascua: el Rey entendió en despedirse, y en
tanto que se trataba de esto, pidió al de Navarra prestados cien mil
sueldos. Los cuales le prestó don Sancho de buena gana, y se le
ofrecieron por rehenes y prendas cuatro villas del Reyno de Aragón
vecinas a Navarra, que fueron Herrera, Peñaredonda, Ferrel y
Faxina. Recibiendo la moneda el Rey la empleó toda en beneficio del
Reyno de Navarra. Porque las compañías de soldados que poco antes
había mandado hacer en Zaragoza para otra parte, mandó venir luego
a estar en guarnición y guarda de aquellas villas y castillos de
Navarra que están en frontera de Castilla, hacia donde don Lope
hacía sus correrías y entradas.






Capítulo
V. Como se partió el Rey para Zaragoza, y de allí a Tarragona, y de
los conciertos que hizo con don Pedro de Portugal por pasar al
condado de Vrgel.


Se volvió (
volvióse)
el Rey de Tudela a Zaragoza algún tanto desabrido, después de
hechas sus promesas y conciertos con el de Navarra, y halló que
andaban muchos rumores por la tierra, cerca del grande aparato de
guerra, que el Rey de Túnez hacía para venir con gruesa armada
sobre Mallorca, con ánimo de conquistarla para si. Esta nueva se
confirmaba por lo que se sabía de ciertas naves de Genoveses y
Pisanos que el mismo de Túnez mandó embarcar en el puerto de Bona
de su reyno, y mucho más por las cartas que recibió el Rey de
Santaugenia gobernador de la Isla, venidas con una fragata a gran
prisa para avisar de lo mismo. Sintió mucho el Rey esta nueva,
porque le obligaba a volver luego a Mallorca. Y así partió en la
hora para Tarragona, a donde mandó convocar cortes para Catalanes y
Aragoneses
, llamando sobre todos a los que gozaban de caballerías de
honor, y mucho más a los que tenían campos y heredamientos en la
Isla, que les cupieron por la repartición hecha al tiempo de la
conquista, para que a cierto día se hallasen todos puestos en orden
en el puerto de Salou, donde él en persona se había de embarcar con
el ejército para Mallorca. Entretanto que el Rey aguardaba la gente
de Aragón y Cataluña, vino al puerto don Pedro de Portugal, a quien
poco antes casó el Rey con Aurembiax condesa de Urgel, y le había
hecho merced de algunas villas en el campo de Tarragona, y también
la Condesa su mujer, que poco antes era muerta, le había dejado
heredero del Condado: al cual recibió muy bien el Rey, y se holgó
mucho con su vista. Y como por una parte desease hacerle todo favor y
mercedes: y por otra mejorar el patrimonio Real para si, y a sus
sucesores, pensó prudentísimamente lo que a los dos estaría bien.
Que el Condado de Urgel, que era de los más poderosos y principales
de Cataluña, no solo en fertilidad de campo, pero en valor y número
de gente guerrera, se incorporase en la corona Real, y entrase en
posesión del antes que don Poncio Cabrera por muerte del mismo don
Pedro pretendiese haberlo: y que en recompensa, se le diese la Isla
de Mallorca, y también Menorca en ser conquistada. Lo cual propuesto
ante don Pedro, vino bien en ello, más por
condescender
con la voluntad del Rey, que así lo quería, y lo pedía con algún
afecto: que por trocar la vida y asiento de tierra firme con la
Isleña. Sobre esto hicieron su concierto y escritura de concordia.
Que transferido y transportado por don Pedro en el Rey, todo el
derecho por el testamento de la condesa su mujer le pertenecía al
Condado de Urgel, transportase el Rey en el la señoría del Reyno de
Mallorca, y derecho de Menorca, con las demás Islas conjuntas,
siempre que se conquistasen, tomándolas en feudo, y poseyéndolas
durante su vida, conforme a la costumbre y Ley de Barcelona:
reservándose el Rey para si la fortaleza de la ciudad, dicha
Almadayna, con las villas y castillos de Alaró y Pollença: y que
fuese él y su ejército acogido en todos los otros lugares fuertes
de la Isla mayor, siempre que menester fuese. Que don Pedro tratase
bien y tuviese por amigos los que el Rey tenía en la Isla. Que
muerto don Pedro, sus herederos quedasen con sola la tercera parte de
la Isla, y la tuviesen con el mesmo feudo ellos y sus sucesores. Lo
postrero, que de presente gobernasen las Islas en nombre y con poder
de don Pedro, los mesmos don Pero Maça, y su compañero Sentaugenia
gobernadores puestos por el Rey, por ser muy platicos en el gobierno
y en la continua defensa de ella. Estos tratos y conciertos se
hicieron allí en el puerto, presente Pedro Pérez justicia de
Aragón, y los demás señores y barones que allí se hallaban. Los
cuales loó y aceptó don Pedro, y con juramento solemne prometió de
guardar en todo y por todo. Este fue realmente el derecho que don
Pedro tuvo a las Islas de Mallorca y Menorca. De donde se
collige
ser fingido y fabuloso lo que refiere un antiguo historiador: que don
Pedro por si mismo conquistó y sojuzgó estas Islas. Como sea muy
averiguado, que vino de Portugal muy pobre y desterrado que ni tenía
gente, ni dineros, para salir con tan grande empresa. Y aun si no
fuera recogido y amparado por el Rey su primo, nunca él hubiera
llegado a aquel estado de intitularse Rey de Mallorca. Demás que era
hombre tan remiso y desaprovechado que no tenía ánimo para pensar
en tan alta empresa. Porque amonestado por el Rey, se pusiese luego
en orden para navegar, y ir a defender su reyno y Islas, y por esto
le hiciese general
del
armada: fue tal su diligencia, que llegó el postrero de todos los
señores y Barones del reyno al puerto, con solos cuatro caballeros
de compañía, ya cuando el Rey había entrado en la galera, a donde
le recogió con harto empacho y paciencia: por ser hombre don Pedro
que cuanto más propinquo era en sangre al Rey, tanto más se le
alejaba en magnanimidad y valor.


Capítulo VI. Como el
Rey pasó a Mallorca, y sabido que el de Túnez no armaba, movió
guerra contra los Moros de la Isla que se habían rebelado, de los
cuales se rindieron la mayor parte.



Llegado ya el
plazo para pasar a la Isla, ajuntada la armada y embarcados los
trescientos caballos ligeros, con nueve compañías de infantería,
gente muy lucida, que se hicieron en los dos reynos:
como
aguardasen tiempo hecho, para hacerse a la vela, llegaron al Rey don
Aspargo Arzobispo de Tarragona, y don Guillen Ceruera antiguo y
valeroso capitán que fue del Rey don Pedro, que entonces era monje
de Poblete, hombres ya muy viejos, y le suplicaron muy
encarecidamente mirase bien lo que hacía, y que por entonces no
navegase, ni tantas veces tentase la fortuna que era variable por
mar: ni con tan poca gente como llevaba, saliese en campo contra un
tan poderoso Rey como el de Túnez: que sería mejor enviar a don
Nuño capitán valerosísimo, tan platico en la Isla, y experto en
las cosas de la guerra, para solo fortificar y defender la ciudad,
hasta que su Real persona, con mayor ejército, y más gruesa armada
fuese a socorrer la Isla: pero aprovechó poco su pía amonestación.
Antes encomendándose el Rey en las oraciones y sacrificio
dllos
se hizo a la
vela, y con viento próspero a tercero día llegó
con la mayor parte del armada a la Isla, al puerto de Sollar. De
donde tomó la posta y se puso en la ciudad antes que se supiese su
partida de Tarragona. Al cabo de tres días llegó la otra parte del
armada a la ciudad. Cuya tan impensada venida con su Real persona,
espantó mucho a los de la Isla, aunque estaban tan apercibidos para
la guerra que se holgó extrañamente de verlos, y los alabó mucho.
Pasados XV días después de llegado, vino nueva cierta de África,
por las espías que el Rey al punto que llegó a la Isla envió a
Berbería con una fragata armada en hábito de mercaderes, como el
Rey de Túnez ni hacía armada, ni por aquel año podía emprender
jornada alguna, por estorbos y alborotos que se habían levantado en
su Reyno, lo cual alegró mucho a toda la Isla. Hallándose pues el
Rey libre de este recelo, determinó con el
ejército que trajo,
y la demás gente que hizo en la Isla, hacer guerra de nuevo contra
tres mil moros que se habían juntado y tomado las fortalezas de
Pollença, Sátuer (Santver), y Alarò, y se defendían en ellas
valerosamente con muy grande daño de toda la Isla, impidiendo la
contratación de ella, robando y persiguiendo a todos los Christianos
hasta los Moros de paz, porque no se ayuntauan con ellos. Era cabeza
y capitán de esta conjuración y motín un valeroso Moro llamado
Xuarpio. El cual como entendió que el Rey iba a buscarle con campo
formado, no quiso seguir el mal ejemplo de otros capitanes Moros
pertinaces, ni provocar al Rey a mayor ira contra si: sino que debajo
de
honrosos conciertos y condiciones, hizo saber al Rey por medio
de un cautivo Christiano que le envió, se pondría en sus manos con
toda su gente. El Rey se holgó mucho de la demanda y prometió de
cumplirla con las convenciones que el Moro pidió. El cual luego vino
para él con toda su gente, dejadas las armas aparte, y le entregó
las fortalezas que tanto importaban, señaladamente la de
Alarò,
como antes dijimos, que también había tomado. Las cuales cobradas
por el Rey, movido por la generosidad y buen trato de Xuarpio, a él
y cuatro capitanes o cabodescuadras parientes suyos
hizo mercedes
de campos y heredades, con otros beneficios de estima: y por su
respeto perdonó a todos los que le siguieron, los cuales de allí
adelante le fueron muy fieles. Demás destos había otros
dos mil
rebelados que no quisieron darse al Rey por mucho que ofreció
perdonarles, y tratarles como a Xuarpio y a los suyos: antes se
subieron a los más altos montes de la Isla, donde se rehicieron, con
otros más que se juntaron con ellos, y llegaron a número de tres
mil. Mas pues quedaba ya la Isla poblada de Christianos, para
poderles resistir: no quiso el Rey por entonces detenerse en
perseguirlos, porno perder el tiempo, que tan forzado le era emplear
en averiguar negocios graves con su presencia en los dos reynos, y
mucho más en acudir al Rey don Sancho de Navarra, por ser ya llegado
el plazo para verse con él.






Capítulo VII. Del
recelo que el Rey tuvo, no mudasen de propósito los Navarros, cuyo
origen, ingenios y costumbres se describen.

No fuera parte
otra razón ni causa alguna para hacer desistir al Rey de la guerra
comenzada, con los rebeldes de la Isla, que tanto se la inquietaban,
sino el haber empeñado su palabra al Rey de Navarra de acudir con su
caballería a Tudela para el día del plazo: recelándose del, no
pretendiese con
este achaque de la tardanza, salirse de lo
concertado entre ellos: según que a la despedida le dio algún
indicio y sentimiento dello. Sospechando también de los Navarros, no
pretendiesen lo mismo: así por seguir la opinión de su Rey, como
por cubrir por esta vía su imposibilidad de poner en campo, y tener
en orden para el mesmo plazo los mil caballos que habían prometido.
Porque tenía muy conocidas las condiciones y costumbres de ellos, y
temía que de ser ellos no menos cortos de paciencia que de
posibilidad, no dejarían de culparle de tardo, sin tener
consideración, que de su tardanza no se les había recrecido daño
alguno, y así se dio toda la prisa que pudo por salir de la Isla, y
ser luego en Navarra. Mas porque el recelo del Rey cerca la
impaciencia y corta posibilidad de los Nauarros, no nos haga
sospechar de ellos cosas que no sean dignas de tan esclarecida
nación, y gente valerosa: será bien que hagamos una breve relación
de lo que se entiende de sus usos
y costumbres, y que saquemos a
luz sus generosas virtudes y señalados hechos, para que a respeto
destos, sean de poco momento algunos descuidos (si se pueden llamar)
de naturaleza, que se hallan en ellos, como en qualesquiere otras
naciones los suyos, y mayores. Porque son los Navarros y Vizcaynos (a
los cuales juntos llama Plinio Cántabros, y los pone en un cantón
de la España, entre Septentrión y Poniente) gente que no solo en
batalla campal, pero en los particulares desafíos de uno a uno, se
han mostrado siempre valentísimos: y que de ser hombres de grandes
fuerzas, puestos en el ejercicio de las armas, hacen un ánimo y
pecho tan generoso, que no se ofrece en la guerra cosa por muy ardua
y peligrosa que sea, que no sean ellos de los primeros en
emprenderla. Viene les esto de su proprio natural y cosecha, y no por
ser descendientes de los Godos, como algunos muy al revés de lo que
pasa piensan. Como sea verdad, que la fama y
belicoso
valor de los Cántabros antecedió muchos años y siglos a la venida
de los Godos en España. Pues ya en el tiempo del Emperador Augusto
Cesar, el Poeta Horacio llama belicosos a los Cántabros y confiesa
el mismo Augusto, por lo que escribe del, Suetonio Tranquillo, que
ninguna guerra tuvo en su vida más difícil, ni más peligrosa y
dudosa, que la de los Cántabros. De los cuales se halla ser hombres,

y mujeres bien hechos, de afable rostro, y bien proporcionados
miembros: aunque en común no muy grandes ni dispuestos, pero
alegres, y en un punto coléricos. Son gente muy unida entre si, y
muy aparejada para morir por la defensa de su patria. Los ingenios de
si no son muy eminentes, sino cuando se cultivan, ejercitándose en
letras, y en otras
qualesquier
artes
mechanicas,
porque se aplican, y las trabajan más que otros; Puesto que de su
natural inclinación y fines, son todos casi iguales, y desean unas
mesmas cosas, señaladamente los Vizcaínos: de los cuales a este
propósito dijo uno, que no había más de un Vizcaíno en el mundo.
Demás que son tan amigos de guardar
siempre unas mismas
costumbres de vida, y trajes de vestir, que apenas solían permitir
se les apegase algo de los extraños. Su lenguaje se cree comenzó en
ellos, o que es la primera lengua que se habló en España. Y por eso
es burla creer, les quedó de los Romanos, o Godos, porque no hay
lengua más diferente de la suya, que la Española moderna, así
Castellana como Aragonesa, con haber nacido estas dos de la Romana
(como adelante probaremos) pues demás de ser muy obscura y
remotísima del común hablar de España la Vizcaína, apenas se
puede bien pronunciar, y ni escribir,
según lo afirma Pomponio
Mela. Tampoco se cree haber salido del lenguage de los Godos, por ser
muy diferente del Vizcayno lo que se halla escrito dellos. Asimismo
son los Vizcaynos y Nauarros
pobres de vocablos propios y
aquellos en el hablar
preposteramente
collocados
. Lo que se entiende dellos,
cuando recién salidos de su patria hablan en Romance, porque las más
veces, o han de usar de superfluos circunloquios para declarar sus
conceptos, o en medio de la plática callar, y así hablan más sobre
pensado. De aquí es que en la fidelidad, a la cual es proprio el
silencio, exceden a las otras naciones, y huyen de los que mucho
parlan, como de que quien mucho yerra: y como tienen el ánimo bueno
y sencillo, es tanta la estima y cuenta que hacen de su hidalguía,
como del más fino instrumento que se puede hallar para mantener fama
y honra, que constituyen su principal riqueza en gozar de ella, mas
la tienen en tanto, que por ella morirá así el pobre como el rico,
así el pequeño como el grande, puesto que no haya sujeto de
hacienda para mantener el estado della. Con esta
su grandeza de
ánimo han emprendido por mar y por tierra hazañas muy arduas y
valerosas, y que han salido con ellas. Porque no se ha de poner en lo
ínfimo de sus hechos, que por mucho que los
conquistaron los
Moros, no fueron del todo echados de sus tierras, y patria, y que
también fueron los Navarros de los primeros que las cobraron de los
Moros, y los echaron dellas. Sobre todo porque de tal manera han
conservado siempre la verdadera fé y religión Christiana, que jamás
se halla haber poco ni mucho discrepado de ella. Por donde se
concluye de ellos, que según su valor y ánimo, son pocas las
tierras y reyno que poseen. Y así (volviendo a la historia) se
entiende que no fue falta de ellos, sino de la tierra, no haber
puesto en campo la caballería prometida. Y que por eso tanto menos
razón hubo para zaherir al Rey la tardanza. Cuya magnanimidad y
valor fue tanto, que no embargante que los Navarros, muerto su Rey
don Sancho, no dieron lugar a que el Rey se valiese del
prohijamiento, les fue padre, y les tuvo siempre por hijos, pues en
la primera y segunda vacante del Reynado (como adelante se verá)
nunca les faltó, antes los defendió y amparó del Rey de Castilla
con su persona, ejército, y hacienda por muchas veces. De manera que
por acudir a
Navarra, se despidió de la Isla, dejando por
gobernador a don Pero Maça en ella: al cual hizo merced de la villa
de san Gairén (
Gayren).
Porque con el mesmo orden que había repartido en la ciudad las
casas, y defuera los campos y heredades, así a los principales de su
consejo, y del ejército, había hecho mercedes de pueblos y
Baronías.
Tabien
dexo al
mesmo Santaugenia por compañero de la gobernación a don Pero Maça:
y encargó mucho a los dos, que aparejasen lo necesario para la
guerra y empresa de Menorca, porque volvería muy presto para solo
entender en la conquista de ella.

Capítulo VIII. Como el Rey
volvió a Tudela, y hallando a don Sancho disgustado por no haber
llegado al plazo, se despidió del con buena gracia, y de lo que pasó
con un soldado que halló en la antecámara.

Partiose luego el
Rey de la Isla con solas tres galeras, y a tercero día aportó en
Tarragona. De allí hechos algunos negocios, que no faltaron, de la
provincia, pasó a Zaragoza, a donde se le ofrecieron algunos bien
importantes, pero los unos resolvió, los otros dejó comenzados para
averiguar a la vuelta de Tudela, donde se daba extraña prisa por
llegar antes que se supiese de su venida. Pues como entendió que el
Rey don Sancho siempre estaba en Tudela, se partió a verse con él
con los mesmos don Atho su mayordomo, Lizana, Moncada, Pedro Pérez
que fueron antes con él a Tudela, salvo don Pero Maça que se quedó
en la Isla. Como llegase a vista de la ciudad saliole a recibir don
Pedro Ximeno de Valtierra nobilísimo caballero de Navarra, y de
antes conocido del Rey, al cual notificó como don Sancho su Rey
estaba, muy desabrido contra él por no haber acudido su Real persona
para el día de Pascua con la caballería prometida. Como oyó esto
el Rey, tanto más deseó verse luego con el de Navarra, y llegado a
Palacio, se entró para él, que le halló en el mismo retrete y cama
donde le dejó. Luego le significó las justas y bastantes causas de
su tardanza, y de cuan grande y evidente peligro había librado la
Isla con su presencia, y cuan necesario le había sido el detenerse
en ella, o se perdiera todo. Mas que de su tardanza no recibiese
pena, que la recompensaría con añadir doscientos caballos más a
los dos mil que tenía prometidos para ayuda de la guerra: sobre la
cual en este medio no hallaba que se hubiese innovado cosa alguna ni
hecho movimiento por el señor de Vizcaya: y así no había por qué
culparle por la tardanza. Que en fin estaba prompto y en orden para
acudir con su caballería, si también lo estaban los mil caballos de

Navarra. Pero que se maravillaba del poco estruendo de armas, y
de los pocos, o ningún caballo que había hallado en la ciudad, ni
fuera de ella: que mandase hacer muestra general, porque juntados los
dos ejércitos iría él en persona con ellos a echar a fuera los
Castellanos, y presentarles batalla. Como el Rey acabase su
razonamiento, y aguardase la respuesta de don Sancho, y ninguna le
diese, antes mostrase le fatigaban mucho sus males, saliose un poco
fuera del retrete, y vio un soldado con semblante de valeroso y
platico, que andaba triste y pensativo paseando por la antecámara.
Al cual
preguntó quién era, y qué negocios de palacio le
distraían de la guerra, de qué ejército venía allí enviado.
Vengo, dijo el soldado, con
recaudos
del capitán de las compañías y gente que está
en guarnición
y guarda del reyno por las fronteras, para significar al Rey, como se
ofrece una muy buena ocasión para hacer salto sobre don Lope y los
Castellanos en cierto puesto donde han de
acudir, para que
ninguno dellos escape de preso o muerto, con solos doscientos
caballos ligeros que de nuevo le provean: y con haber hoy cuatro días
que vine con este despacho, no se me ha dado lugar para hablar a su
alteza. Alterose tanto el Rey de oír esto, que sin avisar primero,
tomó de la mano al Soldado, y se metió por el retrete adentro,
quejándose al mismo don Sancho de la flojedad
de los suyos, por
dejar perder tan buena ocasión como se les ofrecía para triunfar de
sus enemigos, haciendo contar al soldado lo que pasaba, a lo cual
añadió el Rey que le proveyese de vituallas
para unos catorce
días, que partiría luego con su gente para ellos, y los acometería.
Mas don Sancho, o que por sus dolencias estuviese muy fatigado, o por
causa de Thibaldo su sobrino que ya era vuelto en su gracia, hubiese
mudado de propósito, y se arrepintiese del prohijamiento hecho,
fuele muy pesado todo cuanto el Rey le decía. El cual como entendió
que don Sancho ni quería proveer lo que convenía para beneficio de
su reyno, ni tampoco en cosa alguna valerse, ni
aprovecharse de
sus ofrecimientos, y que era perder tiempo porfiarle más sobre ello:
mostró que estaba siempre prompto y en orden para cumplir lo
prometido, y con esto se despidió del y de los Navarros. Y pues se
hallaba libre desta guerra determinó volver a Zaragoza, y de allí
pasar a delante a los confines del reyno de Valencia, por reprimir
las entradas y correrías que los Moros hacían en los dos reynos, y
para dar orden como acabar la guerra de Mallorca contra los
rebelados.







Capítulo
IX. De las nuevas que el Rey tuvo de la guerra de Mallorca, y de la
venida de los gobernadores a persuadirle pasase a ella, porque a solo
él querían rendirse los Moros.

Partiendo el Rey de Tudela
vino a Thauste pueblo antiguo camino de Zaragoza, a donde encontró
con unos mercaderes de Cataluña que pasaban a Navarra. A los cuales
preguntó qué nuevas
había en Barcelona de la guerra de
Mallorca, respondió uno de ellos, como se decía por muy cierto, que
los Moros que se habían rebelado en las montañas estaban fuertes: y
que por mucho que los gobernadores de la Isla con su ejército daban
en ellos, y con diversas escaramuzas los habían muy maltratado y
muerto a muchos, todavía se defendían con gran daño de los
Christianos, a los cuales salteaban por los caminos, y hacían muy
grandes robos y muertes por la Isla. También se decía que con la
esperanza que los Moros tenían de la venida del rey de Túnez en su
socorro se entretenían, sin quererse dar a ningún partido. Puesto
que el día que partimos de Barcelona se dijo, como trataban, de
concierto con los gobernadores: pero que no se tenía por nueva
cierta. Agradecioles el rey la relación hecha, y no dejó de creer
algo de lo que le dijeron. Estando pues con algún pensamiento y
recelo de lo que sería, llegó un correo de a caballo con cartas de
los gobernadores de la Isla, que eran llegados a Zaragoza, avisando
como para el día siguiente serían con su alteza. No dejó el Rey de
recibir mayor alteración de esta nueva que de la que los mercaderes
le dieron, y así pasó toda aquella noche con el mismo recelo.
Venida la mañana levantose antes del día, y dichas sus devociones
estando oyendo misa sintió grande estruendo de gente de a caballo
que entraba por palacio y sabido que eran los gobernadores, que
partieron de Zaragoza de buena madrugada llegaban en aquel punto,
acabada la misa mandó que entrasen. Como los vio el Rey: sospechando
que no sin muy grande causa, y necesidad urgente, venían los dos
juntos, pues dejaban la Isla sola: después de haberlos muy bien
recibido y abrazado con mucho amor y muestra de alegría, venciendo
con su magnanimidad el sobresalto y mala sospecha que de esta venida
tenía, preguntoles medio riendo. Quereys me ya decir como la Isla es
perdida? O que se la ha sorbido la mar, o que la han vuelto a cobrar
los Moros con el favor del Rey de Túnez? y que solos vosotros habéis
escapado de las manos dellos para traerme la nueva? Los pilotos han
desamparado la nave, sin duda que es perdida. A estas palabras,
haciéndose adelante don Pero Maça por atajar la mala sospecha del
Rey, respondió. No querays, Rey y señor nuestro, atormentaros con
tan engañosa sospecha: ni a nosotros privarnos de la buena opinión
que para con vos hemos siempre ganado. Mas presto pensad de la Isla y
de nosotros, que si no quedase sana y salva a vuestra devoción y
servicio, y tan segura como está la nave con buenas ancoras en el
puerto, que los pilotos nunca la dejaran, ni jamás apartaran la mano
del timón, y gobierno de ella. Antes por haberla dejado muy a
recaudo y segura, os traemos
una nueva muy alegre, y no menos
honrosa para nosotros que útil y provechosa para toda la Isla. La
cual porque no
menospreciassedes,
no
creheyendola:
ni la
desechassedes
por falta de no haber bien
entendido lo que pasa: pensad cual
ella es, que venimos los dos en persona a darla. Sabed señor que los
Moros que poco ha, al tiempo de vuestra partida, dejastes en la Isla
rebelados y retirados a la montaña, han hecho tantos daños y males
por toda ella, que otra vez nos han traido casi a punto de perderla,
y a nosotros con ella. Y así ha sido necesario hacerles de nuevo
guerra, y ir a perseguirlos dentro de sus cuevas con campo formado.
Mas como no
pudiessemos
sacarlos de ellas, y en volver las espaldas luego se esparciesen por
la Isla a hacer sus acostumbradas cabalgadas, determinamos de subir a
los montes más altos a talar y destruirles sus campos que allí
tenían muy cultivados, y cogerles el infinito ganado de que se
mantenían. Lo cual fue parte y causa, para que acometiéndoles de
partido lo escuchasen. Aunque las condiciones que pedían eran muy a
gusto de ellos, y que tiraban a toda libertad. Las cuales nos pareció
no admitir, por no concluir cosa tan perniciosa, como era dejarlos a
toda su libertad, sin vuestra Real autoridad y consulta: ni tampoco
desecharles del todo su demanda: por que ellos como desesperados no
se arrojaren sobre nosotros, y como tales hiciesen algún grande daño
y destrozasen los nuestros. Porque a causa de haberlos tan maltratado
así en las escaramuzas como en haberles talado sus campos, y quitado
el ganado, están tan mal con nosotros, que se han juramentado a que,
o a ningún otro se rendirán que a vuestra Real persona:
o que a
muy gran costa de nuestras vidas perderán las suyas ante nosotros.
Por tanto señor os suplicamos que os deis toda prisa, para que con
vuestra pronta ida y presencia, entendáis en apagar del todo esta
centella que tantas veces vuelve a revivir, para el continuo incendio
y ruina de la
Isla. Porque si os detenéis, haced cuenta que
dentro pocos días quedaréis sin ella. Pues el Rey de Túnez en
quien siempre confían estos perros y le llaman, por una parte, y la
Isla de Menorca por otra, con las otras dos propinquas, como miembros
que son de la mayor, viéndoos absente se nos atreverán a hacer
cruel guerra, por cobrar su cabeza.

Capítulo X. Como
determinó el Rey de pasar a la Isla, y del testamento que hizo,
dejando por su universal heredero a don Alonso su hijo.

Oídas
por el Rey las buenas razones de don Pedro, con tan mejoradas nuevas
de las que había entendido antes de los mercaderes, se holgó mucho
con ellos, y se animó en grande manera para pasar de nuevo a
Mallorca. Y así mandó recoger ciertas compañías de soldados que
para la conquista de Menorca tenía ya hechas. Y luego sin más
detenerse en Zaragoza que de paso, se partió para Tarragona, por dar
prisa a la embarcación. Puesto que atendiendo a lo por venir, y
porque andando de cada día envuelto en tantos peligros de guerras y
continuas navegaciones, si falleciese improvisadamente, no quedase
confusa para los suyos la sucesión de sus reinos, hizo testamento de
nuevo, e instituyó a don Alonso su hijo único, a quien la Reyna
doña Leonor su madre criaba en Castilla, por su universal heredero y
sucesor en todos sus reinos y señoríos, así de Aragón, como
también del Reyno de Mallorca después de los días de don Pedro de
Portugal, y de los Condados de Barcelona y Urgel, del Principado de
Mompeller, con todos los otros estados que por tiempo conquistase por
su mano. Mandando a todos los grandes y señores de título, y a los
Barones de sus reinos, y a las ciudades y villas Reales, que le
tuviesen por legítimo y universal heredero suyo, y por tal le
obedeciesen. El cual si muriese sin hijos, sustituya por heredero con
las mismas condiciones a su primo hermano don Ramón Berenguer Conde
de la Prohença y sus hijos y sucesores. Faltando todos estos, a don
Fernando su tío: para que aplacase su antigua cobdicia de reynar,
solo por sus días, por ser ya monje profeso, y que no se podía
casar. Después deste constituyó herederos los más propinquos
parientes de la casa y sangre Real. Así mismo estando con algún
recelo de la institución y crianza de don Alonso, después de
haberle mucho encomendado, y puesto debajo del amparo de la santa
sede apostólica, mandó que tuviesen el cargo de criarlo, y bien
instituirle el buen viejo don Aspargo Arzobispo de Tarragona, por
haber sido el que instituyó a él, y le tuvo en sus brazos al tiempo
que le juraron por Rey en las primeras Cortes que tuvo en Lérida: y
también a los maestres del Ospital y Temple de la corona de Aragón,
y a don Guillen Ceruera monge de Poblete. Mas declaró, que por
cierto tiempo le tuviesen en la fortaleza de Monzón, donde él había
tomado su crianza y primera disciplina del comendador Monredon, al
cual, si vivo fuera, se lo encomendara. Finalmente quiso que esta
sucesión fuese válida, si doña Leonor, y el Rey de Castilla, en
cuyo poder estaba el Príncipe don Alonso, lo entregasen liberalmente
a los
tudores
nombrados, y que entrase en posesión de los Reynos pacíficamente,
no por fuerza, ni con mano armada. El cual testamento fue firmado, y
publicado en Tarragona, en presencia del mismo Arzobispo, del Abad de
Poblete, y de fray Pedro Cendra, religioso doctísimo y de muy santa
vida, que entonces era Prior del convento, y monasterio de
Predicadores en la ciudad de Barcelona, y don Guillen de Moncada, y
de otros grandes y barones de los dos reynos. Del cual testamento y
sucesión del Príncipe don Alonso, se siguió muy grande
contentamiento y aplauso por todos los reynos.










Capítulo
XI. Como pasó el Rey por tercera vez a Mallorca, y determinó
conquistar a Menorca,
cuyo
aßiento
y excelencias de Isla se describen.

Hecho que fue y publicado
el testamento muy a gusto del Rey, y de todos cuantos lo oyeron
(puesto que no se había de poner en ejecución cosa de las que en él
se contenían, sino en caso que falleciese el Rey) entendió luego en
embarcarse con los señores y Barones nombrados, en dos galeras, y
otras naves y bajeles que llevaban las compañías de Infantería que
habían de quedar en la Isla, y partiendo de Salou, a tercero día
aportó con toda la armada en la ciudad de Mallorca. Lo primero que
el Rey hizo en desembarcar fue subir con los Canónigos y Clero que
le salió a recibir en procesión, a la iglesia mayor, donde se holgó
extrañamente viendo la obra que iba muy adelante, con tan admirable
y suntuosa traza, cuanto de ningún otro Templo él había visto: del
cual estaba la capilla mayor acabada. Allí hizo infinitas gracias a
nuestro Señor y a su bendita madre, por tan felices y prósperos
successos que por tierra y por mar siempre le concedían. Luego tuvo
consejo de guerra con los principales capitanes y maestre de campo,
que allí se hallaba el comendador Serrano del Temple expertísimo en
guerra, y con ellos don Assalid Gudal, y los dos gobernadores de la
Isla, con los demás que en el precedente capítulo nombramos. Ante
los cuales propuso la conquista que determinaba hacer de la Isla de
Menorca, por lo mucho que importaba para la conservación y defensa
de Mallorca: antes que los de Túnez y de la Berbería se apoderasen
della, y le naciese allí un cruel
padrastro
para siempre inquietarla: por ser Isla muy fértil y con los puertos
y fortalezas que tenía, muy bastante para mantener ejército: y que
por eso cumplía anticiparse a tomarla. Pues como a todos pareciese
bien la proposición y deliberación del Rey, determinose la
conquista della: y que los soldados bisoños se quedasen en la
ciudad, y los
platicos
entrasen en dos galera y fuesen a Menorca con el orden secreto que se
diese a los capitanes de ellos. Y así se armaron luego y
abastecieron las dos galeras, en las cuales se embarcaron dos
compañías de Infantería muy platica y
lucida, y se partieron
para Menorca. Esta es la menor Isla de las Baleares, la cual tiene a
Mallorca casi (
quasi)
al poniente, y dista de ella (según Plinio, y el Rey en su historia)
XXX millas, hasta el cabo de Formentor, al cual responde enfrente el
puerto de una pequeña, y bien fortalecida ciudad, que llaman
Citadela: que está fundada en alto sobre el puerto bien seguro y
ancho: y es muy deleitosa, por estar rodeada de arrabales, y
caserías, con su campo muy fértil y plantado de frutales y
arboledas, entretejidas con mucha hortaliza (
ortaliza)
y yerbas saludables. Puesto que según la opinión de Marsilio, que
escribió esta historia, solamente es buena para criar todo género
de ganados mayores y menores, y no para todos granos ni mieses. Pero
Tito Livio, y la experiencia dicen, y muestran, que su campo es muy
fértil, y hábil para producir todo aquello que produce el de
Mallorca. Hay dentro de la Isla muy grandes montes, aunque no tan
ásperos y levantados, ni tan cavernosos como los de Mallorca. En el
más alto de estos en medio de la Isla, había edificado un palacio
grande y casa de placer donde se recreaban los Reyes Moros, todas las
veces que pasaban a
ella. En la cual se hallan cuatro puestos,
que son la Citadela, Serinao, Fornel, y Mahò. Este es el más famoso
de toda la Europa porque es muy ancho y muy seguro: y se nombro así,
del Capitán Magon hermano de Anibal famosísimo capitán de
Carthagineses. Los cuales poblaron esta Isla que está al septentrión
de ellos. Según en ella quedan aun señales y memorias de los
pobladores. Y no falta quien escribe que nació Anibal en ella. De
suerte que Mahón y Ciudadela, como principales, y más seguros
puertos de la Isla, tenían guarnición de gente de guerra
sujeta
a los corsarios, y estaban en defensa.




Capítulo
XII. Como llegaron las dos galeras a Citadela, y saltó la gente en
tierra, y del ardid que usó el Rey con los de la Isla para que se le
entregase luego.

Llegaron las dos galeras con los soldados
viejos a tomar puerto en la Citadela, sin que ninguno de la tierra se
los estorbase (
estoruasse)
y luego saltaron en tierra, y publicaron ser gente Christiana,
enviada por el Rey Christiano de Mallorca, y trataron con el
gobernador de la Isla por sus intérpretes, notificándole, que pues
su Rey antiguo de Mallorca había sido vencido y sojuzgado por el Rey
de Aragón, y la ciudad porque no quiso luego rendirse, fue tomada
por fuerza de armas y saqueada, con tanto derramamiento de sangre, y
los demás daños que padeció, que por eso tuviesen los de la Isla
por bien de rendirse y entregarse a toda merced del mismo Rey, que de
su condición era tan benigno y piadoso, que les haría toda merced,
y consentiría se quedasen con sus casas y posesiones pacíficamente
en ella. De otra manera, no queriendo darse a buenas, supiesen que
habían de padecer mayores crueldades y muertes que la ciudad de
Mallorca, y que los echarían de la Isla. Como oyeron esto el
gobernador y principales de ella, que luego fueron allí todos, y
sabían muy bien todo cuanto había pasado en Mallorca, pidieron
tiempo para tener su consejo y dar la respuesta. Y luego les
presentaron mucha cantidad de pan y carnes, pasas y higos para que en
el entretanto comiesen sin desmandarse por la ciudad, y ellos se
entraron en la fortaleza: donde mientras trataban de rendirse,
puestos a unas ventanas que miraban a Mallorca, el Rey que quedaba en
ella con parte del ejército, acompañado con tres de a caballo se
subió en un monte, que es un principal cabo de la Isla llamado, como
dicho se ha, Formentor, o de Menorca, porque la mira de allí, y está
enfrente de la Citadela. Esto era al tiempo que anochecía, y
pensando el Rey en lo que harían los soldados, y el entretenimiento
que podrían hacer los de la Isla por no darse, usó deste ardid con
ellos, y como lo pensó le sucedió. Porque llamó a los capitanes
que le seguían, para que mandasen a los soldados que en un mismo
punto cada uno encendiese las retamas en diversas partes del monte,
señaladamente donde más se descubrían a la Citadela, de manera que
les pareciesen diversas hogueras y para los que las viesen de lejos
representasen lumbres de algún grande ejército. A donde como
echasen los ojos los de la ciudad, que estaban en la fortaleza,
conjeturaron, que aquella visión, o prodigio, no significaba, ni era
otro, que de algún grandísimo ejército de los Cristianos que
estaba muy en orden, aguardando lo que ellos responderían a las
condiciones y partido que se les había ofrecido de parte del Rey:
para que en sabiendo que no querían darse, y que rehusaban su
clemencia, fuesen luego sobre ellos. De suerte que alterados por la
visión, y atajados del miedo luego sin más consulta determinaron
darse a toda merced del Rey. Para esto llamaron a los capitanes
Cristianos, y quien abiertas las puertas de la fortaleza libremente
se la entregaron con toda la Isla. Solo suplicaron se les permitiese
a todos los de la Isla quedar en ella, y no ser echados a otra parte:
pues prometían servir al Rey, y a sus oficiales fidelísimamente,
como perpetuos esclavos. Con esta nueva despacharon luego los
capitanes para el Rey una fragata con el principal dellos, y llegado
ante el Rey hizo relación de todo lo que había pasado en la
Citadela, y como realmente pensaron los Moros, vistos los fuegos del
cabo de Menorca, eran de algún muy grande ejército que venía
sobrellos, y con esto luego en aquel punto se rindieron. Holgó mucho
el Rey del próspero successo, y pacífica entrada de la Isla. Y así
mandó que la tomasen a toda merced suya, y les asegurasen personas y
haciendas con lo demás que pedían. Tomada la fortaleza y pueblo de
la Citadela con todos los otros puertos y pueblos de la Isla, sin
permitir dar a saco tierra alguna: el gobernador con otros
principales de la Isla fueron llevados en una de las galeras al Rey,
y en saltando en tierra todos se le postraron a los pies con su
ceremonia morisca, y besada la rodilla se le rindieron como a su
señor y Rey en su nombre y de toda la Isla.









Capítulo XIII. Como los Moros rebeldes en sabiendo que Menorca era
tomada, se rindieron al Rey, y les perdonó, y como dejando puestos
gobernadores en las dos Islas se volvió para Cataluña.



Desta manera que
habemos dicho, se sojuzgó, y vino en poder del Rey la Isla de
Menorca, cuya nueva fue luego divulgada por toda Mallorca. Pues como
los Moros rebeldes de la montaña, que
hasta allí se estuvieron
a la mira, y no cumplieron lo que habían prometido a los
gobernadores de entregarse a la persona (psona) del Rey en llegando,
entendieron que Menorca se había rendido, y la benignidad y todo
buen partido que el Rey había usado con los de la Isla: en el mismo
punto salieron de sus montes y cuevas, y sin esperar la presencia del
Rey, se esparcieron por los
caminos, y a cualquier soldado
Christiano que encontraban, se le echaban a los pies y se le rendían,
pidiendo perdón a voces. De lo cual gustó mucho el Rey, y fue muy
reída (
reyda)
la burla por todo el ejército. Y habido consejo sobre lo que
dispondrían (
dispornian)
de los Moros rebeldes, fueron los más condenados a perpetuos
esclavos, y trasladados a vender en la tierra firme. Puesto que
algunos probando como fueron forzados por los otros ha haberlos
(
auerlos)
de seguir en la rebeldía, cobraron por merced del Rey parte de sus
campos y caserías, y quedaron en la Isla obligados a servir con sus
personas, y haciendas en los edificios y obras públicas de ella.
Concluida esta guerra de la montaña, quedando ya el Rey absoluto
señor de las dos Islas, se detuvo dos meses más en ellas, y mandó
al uno de los gobernadores residiese con buena guarnición de gente
la mayor parte del año en Menorca, en guarda de la Citadela, por ser
de allí el más breve paso de mar de la una a la otra Isla, para que
se ayudasen y de noche se hiciesen señales de paz y de guerra con
fallas de fuego. Hecho esto, de lo que más se preció el Rey fue,
dejar la Isla mayor muy fortificada de gente y armas: mandando
reedificar los castillos y torres de las atalayas que estaban en los
puertos y calas de mar alrededor de la Isla, y donde no las hubiese,
siendo necesarias, que se edificasen de nuevo, poniendo en ellas
guardas contra la furia de los corsarios de Berbería. De aquí vino
que toda la Isla está cercada de torres y atalayas. Esta guarda
encargó mucho el Rey a los caballeros y barones que tenían campos y
lugares en la Isla: certificándoles usaría de todo rigor, y
condenaría so graves penas, a los que en esto se
houiessen
con descuydo
, señalando la psona
de don Pedro de Portugal, a quien, como está dicho, el Rey había
dado las Islas por su vida. Pero llegó a tanto su flojedad y
tibieza, que hecho de si todo el gobierno y cuidado dellas, porque no
quería quedar allí, según por todas vías procuraba de volver a
tierra firme. Por esta causa, no mucho después, el Rey conquistando
el Reyno de Valencia, le dio ciertas villas en él, las cuales
recibió don Pedro de buena gana, y contento de la recompensa,
renunció libremente en el Rey todo el derecho que a las Islas tenía,
como adelante diremos. De manera que cesando las guerras, vuelta
Mallorca a su buen gobierno de paz, y a ser bien cultivada la tierra,
creció tanto la fertilidad y abundancia de ella, en frutos y las
demás mercaderías de la tierra, que se restituyó en su trato y
comercio primero, con todas las partes marítimas de la Europa. De
suerte que así por la ocasión de su fertilidad, y de las muchas
mercaderías que a ella se traen, como por las que a la Isla sobran y
se llevan a todas partes, no solo volvió a su opulencia antigua:
pero también por las continuas contiendas y escaramuzas que su gente
tiene con los moros corsarios de África, es más belicosa y
ejercitada en armas que ninguna otra.




Fin del libro octavo.


Libro noveno (nono)

LIBRO NONO




Capítulo primero. De la
ocasión que al Rey se ofreció estando en Alcañiz para determinar
la conquista del Reyno de Valencia.




Apenas había
el Rey acabado la conquista de los reynos de Mallorca y Menorca (que
bastara sola esta para perpetuar su glorioso nombre y fama) cuando
por orden de y disposición del cielo, se le ofreció nueva ocasión
para para emprender otra mayor y más provechosa a sus reynos, que
fue la de sus vecinos los Moros y reyno de Valencia. Negocio arduo, y
por muchas causas harto más dudoso que el pasado: así por la
infinidad de moros, que por aquel tiempo estaban muy extendidos por
España, y eran casi señores de la mitad de ella, y que moviendo
guerra contra algunos de ellos, era cierto que habían de favorecer
unos a otros contra los Cristianos: como por ser el Reyno marítimo y
vecino de África para poder ser de ella muy presto socorrido: demás
de ser de si fértil, y muy cultivado, y que por su mucha abundancia
podría mantener guerra por mucho tiempo: principalmente por haber en
él gente belicosa, y que para su defensa, estaba de todo género de
armas bien provista. Finalmente por querer el Rey a solas, sin
valerse del favor y ayuda de otros Reyes en prenderla, confiado, de
que pues en esta empresa tenía las mismas intenciones que tuvo en la
de Mallorca, de echar fuera del la impía secta de Mahoma, por
introducir la fé Christiana, no emprendería cosa deste jaez por
ardua que fuese, que con el favor divino, no saliese con ella. Mas
porque ya antes comenzó el mismo esta jornada, y por estar muy
ocupado y distraído en otras, no pudo proseguirla, será bien que
declaremos, donde, y por quién al Rey se ofreció la ocasión, qué
causas y motivos tuvo para emprender tan de veras esta conquista, de
la cual nunca partió mano hasta verla del todo acabada. Dice pues la
historia, que como el Rey partiendo de Mallorca llegase a tomar
puerto en los Alfaches en Cataluña junto a las bocas del Ebro, y de
allí diese licencia a don Nuño para visitar su condado de Rosellón,
y el se quedase con el Comendador Folcalquier vicario del gran
Maestre del Ospital: determinó de irse con él a Aragón: y pasando
por el campo, y a vista de Tortosa, junto a las sierras de Benifaça
(donde tomada Morella comenzó el Rey a edificar un monasterio
devotísimo del orden de Cistels, como adelante diremos) entró por
tierra de Morella en Aragón, y fue a parar en la villa de Alcañiz
de la frontera (nuestra patria
carissima)
así dicha porque tiene enfrente de si a Cataluña, donde quiso
reposar y solazarse por algunos días, pareciéndole pueblo de arte,
muy alegre y aparejado para todo género de recreación, por ser una
de las más insignes villas del reyno, que tiene a Cataluña al
levante, y a Valencia al medio día, y está asentada en un recuesto
de monte que mira al poniente, con una muy fructífera y extendida
vega, que la rodea de todas partes salvo del Septentrión, donde tiene
montes que la defienden de la tramontana. Es población de Mil casas
altas y hermosamente labradas, con las calles y plazas enlosadas, y
con su cercado muy ancho, fuerte, y bien torreado muro. Tiene para su
defensa, a la parte de arriba en lo más alto del recuesto, una
fortaleza y castillo inexpugnable, y por la de abajo, un río
profundo llamado Guadalope (
Guadalobos)
que la cerca: cuya agua con la de muchas otras fuentes ayuda tanto
con su riego a fertilizar sus campos y bien cultivada vega, que no
solo producen todo género de mieses y varios frutales, pero son muy
suaves y delicados: y que sin esto es su campaña riquísima de
carnes, y de toda diversidad de caza y venados, según que de todo
esto y de los ingenios de sus ciudadanos, se hace más copiosa
mención en nuestros comentarios de Sale libro 5. De los cuales solo
diremos, como cerca el gobierno de su República se tratan con tan
pía y ahidalgada concordia: que como fruto que nace de ella, han
emprendido grandísimas y suntuosísimas obras públicas por
beneficio de la patria, y han salido con ellas: mas la han tanto
ennoblecido, que no sin causa se siguió por disposición divina que
el Rey para conformar con los suyos, y determinar una tan santa y
memorable empresa, se retirase a este pueblo tan hecho a conformidad
y concordia. Donde en aquella sazón para mejor deliberar sobre ella
era llegado a ver al Rey don Blasco de Alagón, el cual había bien
dos años que andaba por el mismo reyno en compañía de Zeyt Abuzeyt
(como se ha dicho antes) reconociendo con curiosidad los pueblos y
fortalezas que estaban en defensa, anotando las entradas y salidas
dellos, con las comodidades para batirlos, y las armas y gente de
guerra que había en la tierra para su defensa: además de haber
ganado muchos amigos de los Moros, de cuyo favor y avisos se
aprovechó después mucho el Rey para la conquista. De suerte que
hallándose allí don Blasco con el comendador Folcalquier
aposentados en lo alto de la villa, subieron con el Rey una mañana a
un sobrado de la casa, adonde en un tanto que el Rey y don Blasco
miraban a todas partes, y gozaban de tan deleitosa y extendida vista
como por lo llano, y tan arbolado de la vega se descubría: el
comendador se puso a una parte del sobrado a contemplar muy de
propósito la bellísima presencia y
personado
del Rey (andaba a la sazón, por ser tiempo caluroso,
horro
de vestiduras
luengas)
como siendo de tan eminente estatura y grandeza de cuerpo, que se
entiende fue de cuatro
cobdos
y medio de alto, era tan bien proporcionado de miembros, blanco y
rubio claro de barba y cabello, y de tan suave aspecto y majestad de
rostro, que otro más dispuesto, ni más bel hombre (
hóbre)
que él no se hallaba en todos sus reynos. Considerando, pues, del
que no siendo de edad mayor de XXV años no solo hubiese apaciguado
sus reynos, y domado los rebeldes, pero que fuera de ellos tuviese ya
conquistadas las Islas Baleares, y triunfado de su Rey y destas:
movido por inspiración divina, puso los ojos tan de hito en su Real
persona, que lo echó de ver el Rey, y le dijo: qué es lo que estáis
tan atentamente contemplando, nuestro gran Comendador? En verdad
(señor y Rey nuestro) dijo el comendador, que cuanto más miro y
contemplo vuestra tan admirable y graciosa presencia, y debajo de
ella considero las extrañas y tan señaladas empresas que desde niño
coménçastes a hazer, junto con el felice successo de todas ellas:
tanto más vengo a creer, que algún Ángel bueno las guía, y que
pues tenéis a Dios de vuestra parte, debéis pasar adelante y
emprender otras mayores. Y pues con la presa de las Islas sois ya
señor del mar Ibérico, y habéis triunfado de los corsarios del,
volváis a tierra firme, y deis por las tierras marítimas, sobre
todas, por la ciudad y Reyno de Valencia, pues lo tenéis tan vecino
a los vuestros, y como dentro de casa. Porque saliendo con él, no
solo libraréis a los vuestros de tan continuos daños y pérdidas
que padecen con tan mal vecindado: pero seréis el primero que
haureys
abierto el paso a la corona de Aragón para osar entrar en la
conquista de África. Demás de ser muy justo y debido que conquista
que fue tantas veces comenzada por vuestros antepasados, sea por vos
proseguida y acabada. Pues con la ventaja que lleváis a todos ellos
en el poder y acrecentamiento de Reynos, no hay duda, sino que
mediante el favor divino, saldréis con la empresa. Mayormente
estando el Reyno diviso, y puesto, como vemos, en dos parcialidades,
y que podemos bien decir, que sois ya señor de la una, pues tenéis
la de Abuzeyt por vuestra. Y más con la presencia y asistencia de
don Blasco, que tan sabidas y reconocidas tiene las salidas y
entradas del reyno, y sus pocas, o muchas fuerzas y aparejo de
guerra, y que con su consejo y guía, no habrá (
haura)
cosa que no se acierte. Y así en conclusión me parece, que a vos y
a vuestros reynos importa tanto llevar a delante esta empresa, que
haureys
ganado muy poca honra, y menos opinión de sabio y prudente capitán,
en
hauer hechado
los enemigos de lejos,
quedándoseos
los mayores y más perniciosos en casa. Don Blasco, que oyó razones
tan verdaderas, y tan bien deducidas para mover el ánimo del Rey a
hecho tan heroico desta conquista, loó y aprobó , sin más réplica
todo lo que por el comendador fue tan sabia y prudentemente apuntado:
en tanto, que después de haber hecho él también sus razones y
discursos sobre ello, y en todo conformado con los del comendador,
concluyó su plática, diciendo, que para comenzar la conquista con
toda comodidad y ventaja del Rey y su ejército, ninguna otra tierra,
ni plaza en todo el reyno se ofrecía más oportuna, que la villa de
Burriana. Así por ser pueblo grande, bien fortificado, y cabeza de
toda su comarca: como por ser muy fértil de campaña, y bastante
para mantener la guerra. Pues aunque estaba metida muy adentro del
Reyno, también era marítima, para poder ser muy presto por mar
socorrido el ejército cuando estuviese sobre ella. Demás que siendo
tomada, se podría muy bien fortificar de manera, que a pesar de la
ciudad, que está a una jornada, y de todo el reyno, podría allí
hibernar (
yuernar)
el ejército, y con solas las cabalgadas y correrías del campo
mantenerse sin otras muchas comodidades para el ejército, que puesto
el cerco sobre ella se descubrirían.



Capítulo II. Como
cuadró al Rey el parecer del comendador y don Blasco, y de las
nuevas causas de la empresa, y del Bouage que fue impuesto a los
Catalanes, y
tallon
a los Aragoneses para esta guerra.






Fueron al Rey muy
aceptas las palabras y advertimientos del comendador, en conformidad
de lo que también dijo don Blasco sobre la conquista del Reyno de
Valencia. La cual no tanto por el provecho que se le podía seguir:
cuanto por relevar a sus reynos de tan continuos daños como
recibían, tenía muy grande obligación de
emprendella.
Y así determinó emplearse del todo en ella. Para esto mandó
convocar a los demás de su consejo en la misma villa, ante quien
propuso esta su voluntad y empresa, por oír las razones de cada uno
para mayor justificación de ella. La cual como a todos pareciese muy
santa y provechosa,
tomose
por resolución. Que muy justa y debidamente se podía mover guerra
contra Zaen Rey de Valencia, por ser tirano que había usurpado el
Reyno ajeno: y porque había ofendido a su Real Majestad, y a sus
reynos en muchas maneras. Lo primero porque sin preceder causa justa
para ello, echó del reyno a Zeyt Abuzeyt verdadero y legítimo Rey
de Valencia, y le desposeyó del, por solo que se había retirado de
hacer correrías con la tala de campos en sus vecinos de Aragón y
Cataluña, y porque no trataba con crueldad a los cautivos
Cristianos. Lo segundo porque estando el Rey y los suyos ocupados en
la guerra y conquista de Mallorca, Zaen había salido, con mano
armada a correr el campo, y hecho gran daño en los confines de
Cataluña, hasta llegar junto a Tortosa y Amposta fortaleza muy
principal de los del Ospital: y no contento de haber talado los
campos y hecho muy grande presa de cautivos en su comarca, de vuelta
había acometido a Vldecona villa grande de la mesma orden, puesto
que se le defendió valerosamente, y se retiró con gran daño suyo.
Finalmente porque habiéndole enviado el Rey sus embajadores para
querellarse dl por todos estos daños y excesos que había hecho en
su tierra, y que no por eso se apartaría de su amistad, solo que le
pagase la quinta parte de los portazgos de Murcia que cada año se le
debían, y en el pasado no se le habían pagado: los despreció, e
hizo burla de ellos, y de la recompensa que por los daños hechos le
pedía. Y de los portazgos, respondió, que le quitaría cada año la
mitad de ellos. Oídas por el Rey todas estas causas, de común
parecer y voto de los del consejo fue Zaen condenado, a que fuese
perseguido, y se le moviese guerra a fuego y a sangre pues por ser el
Reyno de Valencia por antigua división comprendido en la conquista
de Aragón, tocaba al Rey reparar estos daños, y echar del reyno a
los causadores dellos. Con esto se partió el Rey para Monzón
(
Monçon),
a donde mandó convocar cortes. Y
ayuntados
los grandes y Barones de los dos reynos, con algunos Prelados de
iglesias, y con los Síndicos de las ciudades y villas reales, les
propuso los grandes beneficios y provechos que para la provisión y
seguridad de sus reynos se seguirían con la conquista del Reyno de
Valencia, por ser tan rico y abundante de todas cosas, como
claramente todos lo sabían y entendían: y mucho más por echar del
tan mala vecindad de infieles enemigos de Dios y de su santo nombre,
que no atendían sino a robarles sus haciendas, y cautivar los
Cristianos: que por evitar esto, era su principal fin ganarle para
introducir en él la santa fé católica y religión Cristiana: que
todo redundaba en muy gran servicio de nuestro señor, y evidente
beneficio y utilidad de sus reynos circunvecinos al de Valencia. Para
lo cual les notificaba los grandes y excesivos gastos que en la
empresa se habían de hacer: que les rogaba no dejasen de ser largos
en ayudarle con sus haciendas: siendo para empresa donde él había
de aventurar su persona por hacer bien a ellos. Como a todos
pareciese muy santa y justa la proposición y demanda del Rey, y
viniesen bien en lo que tocaba a los gastos: fue impuesto el Bouage a
los Catalanes, que lo prometieron de muy buena gana, y con mayor
brevedad que nunca lo cogieron y se lo dieron. Demás desto se
ofrecieron las ciudades y villas Reales de Cataluña a servirle en
esta guerra con gente y armas, por mar y por tierra. Por lo semejante
fue demandado favor a los Aragoneses, los cuales para la misma
guerra, de buena gana, y con mucha afición de servir al Rey
consintieron el
tallon
que se les impuso, que algunos le llamaron
herbage,
y era un tanto conforme a los frutos que cada uno cogía de sus
heredades y tierras, el cual pagaron más gustosamente, y en mayor
cantidad, los que estaban más apartados del Reyno de Valencia:
porque los vecinos y comarcanos ya contribuían en ser quintados para
haber de ir personalmente a la guerra. Con esto comenzó el Rey a
hacer gente, y bastecer su ejército, dándose toda la prisa posible
por no perder otra tan oportuna ocasión como se le ofrecía a causa
de las distensiones y discordias que entre si tenían los Reyes Moros
de España, los cuales, o por la amistad de Abuzeyt, o por otras
causas estaba mal con Zaen. Aunque las discordias entre los mismos,
Abuzeyt y Zaen cabezas del reyno, fueron más al propósito que
todas. Porque ya por esta causa se había dividido el Reyno en dos
parcialidades. Y es cosa natural que lo dividido y esparcido es más
débil y flaco que lo que está conjunto y unido.








Capítulo III. Como
consultado el sumo Pontífice sobre la conquista de Valencia la
aprobó, y concedió la cruzada para ella, y del concierto hecho con
don Blasco para comenzar la guerra.






No le pareció bien
al Rey comenzar guerra tan ardua y dudosa, mayormente por ser contra
infieles sin consultarla primero con el sumo Pontífice Gregorio IX,
que entonces regía la iglesia de Dios. Por esto envió sus
embajadores a Roma para representar ante él, y su colegio de
Cardenales la gran utilidad y provecho que a sus Reynos se le seguía,
y a toda España con esta conquista, juntamente con el
acrecentamiento de la fé católica y Cristiandad que en lo
conquistado se introduciría para más aumento y obediencia de la
sede Apostólica: que para mejor proseguir la empresa suplicaba a su
Santidad le enviase la bendición, con la gracia e indulto de la
santa Cruzada. A los cuales respondió el Papa con muy grande
contentamiento: que le placía y se alegraba mucho de entender los
buenos intentos y santos fines que el Rey llevaba en sus empresas,
por verlas tan endreçadas al servicio de nuestro Señor, y
acrecentamiento de su santo nombre y de su iglesia: que las pasase
adelante con la gracia del Señor, y que no solo con dones
espirituales, pero con hacienda y gente, si menester fuese, le
favorecería con todo el amor y diligencia como era obligado: por ser
esta empresa tan propia y dedicada al beneficio y aumento de la
universal iglesia. Y así le enviaba la triunfante insignia y armas
de la santísima Cruz de Iesu Christo nuestro Señor: certificándole
que en virtud de aquella vencería a los enemigos de ella. También
abrió el Thesoro de la sacratísima pasión y méritos del Señor,
concediendo con la santa Cruzada poder de absolver de todos pecados,
a los que con la insignia de la Cruz, y con ánimo de ensalzar la
santa fé católica fuesen a esta guerra. Fue publicada esta
bulla
en Monzón en tanto que las cortes se tenían, y por los predicadores
de ella muy encarecida y ensalzada. Entendió también el Rey, en que
así los grandes y barones de los reynos como todos los capitanes y
soldados tomasen y llevasen sobre sus armas y vestidos una Cruz
colorada. De ahí acabadas las cortes el Rey volvió a Alcañiz, a
donde muy de continuo consultaba con don Blasco sobre la conquista,
informándose de los lugares más fuertes del reyno y por cuales se
comenzaría la conquista. Mas siempre insistía don Blasco en que
Burriana era el más cómodo puesto para comenzarla. Pero el Rey
todavía era de diverso parecer, y decía que sería mejor entrar por
Morella, por ser villa fortificada y más cercana y frontera de
Aragón, para tener las espaldas seguras, no quedase nada atrás por
conquistar. Y así teniendo el Rey por muy cierto que haría mucho a
su propósito que don Blasco la comenzase por Morella, perseveró en
persuadírselo, puesto que ya antes habían los dos altercado sobre
ello algunas veces, mas don Blasco nunca había querido arrostrar a
ello. Por lo cual determinó el Rey venir a conciertos con él: y
para más atraerle a su propósito, prometió dejarle de buena gana
todos los lugares y villas que él se ganase de los Moros. Fue
contento del partido don Blasco, y hecho este concierto se partió
para Morella que no está lejos de Alcañiz. Llegando pues a vista de
ella, puso su gente en celada, y con la inteligencia y favor que
tenía dentro con algunos principales de la villa, tuvo por cierta la
presa.











Capítulo IV. De la ida del Rey a Teruel, y como pasó a Exea de
Aluarrazin a cazar, a donde le vino nueva como la gente de Teruel
habían tomado a Ares, y don Blasco a Morella.






Luego que don Blasco
partió para Morella el Rey se fue para Teruel, trayendo consigo al
comendador Folcalquier, y pasó a un pueblo principal más arriba
junto al mismo río que se llama Exea de Albarrazin para recrearse
con la montería de venados y puercos
jaualies
de que tanto abunda aquella tierra, por habérselo mucho encarecido
don Pedro Azagra señor de Albarracín, que le convidó a la caça, y
le aposentó y regaló muy magníficamente en dicho pueblo: lo que
para el Rey fue de mucho gusto y recreo. Estando pues en lo mejor de
la caza llegó a él un correo de a pie con aviso que los soldados de
Teruel, que por su orden estaban en guarnición en la frontera del
reyno de Valencia, con cierto ardid de guerra se habían entrado en
la villa de Ares, y tomado el castillo de ella: y que lo defenderían,
si les proveyesen de más gente, antes que el Rey de Valencia enviase
la suya para cobrarlo.
Holgose
estrañamente
el Rey con esta nueva.
Porque es Ares pueblo fuerte, y puesto en lo más eminente de todo el
reyno, que está por la parte de oriente y medio día altísimo y a
peña tajada levantado: tanto que sirve de atalaya para descubrir lo
muy lejos del reyno, y que aprovecharía con la gente de guarnición
no solo para impedir las correrías de los Moros, pero para con más
seguridad hacer contra ellos las suyas los Cristianos. Luego el Rey
envió allá quien de su parte des dijese el gran servicio que había
recibido dellos con tal presa: que tuviesen buen ánimo y defendiesen
la villa y fortaleza, porque él mismo en persona sería presto con
ellos. Y así se partió luego, mandando a la gente que tenía hecha
en Teruel de a pie y de a caballo que le siguiesen. La cual Fernando
Díaz y Rodrigo Ortiz hidalgos principales de Teruel, llevaron a la
villa de Alfambra (cuyo nombre morisco tiene el río que pasa por
ella y entra más
abaxo
en Guadalauiar) donde se había de ayuntar el Rey con ellos. Pues
como partiese de Exea, y pasando por el barranco de Caudet llegase a
Alhambra al anochecer, cenó y durmió poco: porque a la media noche
se levantó, y no embargante el gran frío de la tierra, por ser ya
entrada de invierno, se puso en camino, y a largo paso llegó al
amanecer al puerto de Montagudo. De allí ya tarde arribó a
Villarroya lugar de la orden del Ospital: a donde el comendador
Folcalquier, que siempre le seguía, le hospedó muy regaladamente, y
durmiendo pocas horas, muy de mañana volvió a su camino. Llegando
pues a lo más alto de aquellas sierras, descubrieron de lejos un
ballestero de a caballo que a campo
traviesso
venía a más andar, enviado por don Blasco, y llegado al Rey dio
aviso como la gente de don Blasco había tomado la fortaleza de
Morella, y con ella apoderándose de la villa. El Rey que oyó esto,
mostró muy grande alegría y regocijo con la nueva: aunque a la
verdad en su ánimo no dejó de entristecerse harto: porque conforme
al concierto hecho, Morella quedaba por don Blasco: y se dolía mucho
porque en comenzar la conquista, la presa de una tan importante plaza
no le hubiese cabido a él, sino a don Blasco.












Capítulo V. Como fue aconsejado el Rey tomase el camino de Morella,
y de los grandes trabajos, y hambre que padeció por llegar a ella
antes que don Blasco.






Caminando el Rey muy
dudoso y pensativo de la vía que tomaría, si proseguiría la de
Ares, o entraría en la de Morella: llegó a una encrucijada donde se
partía el camino para Morella, y paró allí. Como juntase con él
Fernando Díaz, y le viese parado, y dudoso sobre cual de los dos
caminos tomaría, pensando lo que podía ser, dijo. No queráis señor
(os suplico) seguir agora el camino de Ares, y dejar el de Morella,
siendo esta villa la más importante fortaleza de todo el reyno,
hecha tan a vuestro propósito, y para espantar los ánimos de los
Moros, antes seguid el camino de ella con toda prisa, primero que don
Blasco se meta dentro. Porque conozco la condición y tesón del
hombre tan soberbio y interesado, que si una vez se apodera de ella,
más dificultad tendréis en cobrarla del que de los Moros. Entonces
llamó el Rey a don Pedro Azagra, y a don Atorella, y al Comendador,
y pidioles qual de los dos caminos debían seguir. Como sintió esto
Fernando Díaz luego fue con ellos a esforzar más su parecer y voto
de nuevo: añadiendo que en la diligencia y presteza estaba puesto el
buen suceso desta empresa: que por eso le había de mandar a la gente
de a pie de Teruel, que dejado el bagaje atrás, pues caminaban por
tierra segura, siguiesen a la ligera el estandarte de los de a
caballo. Pareciendo a todos esto bien, entraron en el camino de
Morella, y llegados al río Calderas , de allí caminaron por montes
y valles desiertos, y los más ásperos del mundo, sin haber rastro
de camino hasta que llegaron al río que pasa a
rayz
del monte donde está puesta Morella: y sin más aguardar, ni tomar
aliento, subió el Rey a lo alto del con extraño afán y diligencia,
por ser asperrimo , con el ejército que de verlo ir delante fue
luego en su seguimiento. Adonde asentó su Real (que por esto aun hoy
se llama el collado del Rey) y está tan
propinco
a la villa, que de allí se podía fácilmente impedir a cualquiera
la entrada y salida de ella. Luego mandó que a los primeros soldados
que subieron, se les diese algún refresco, que apenas se halló por
quedar el bagaje abajo, para que se pusiesen en el paso, y no dejasen
salir, ni entrar en la villa a ninguno que no fuese preso, y
traydo
ante si. La causa por que el Rey mandó guardar aquel paso tan
estrechamente, y nunca partir los ojos de la villa, porque los
soldados de la fortaleza que estaban por don Blasco, no pudiesen
darle aviso de su venida, pues tampoco don Blasco los podía
descubrir viniendo por la otra parte de la villa. Y así estuvo el
Rey toda la noche padeciendo intolerable frío, por la mucha nieve
que había en el collado, y más por el continuo velar, sin estar
debajo de cubierto. Y por lo mismo, los de caballo que por seguirle
dejaron sus caballos y subieron a pie por el monte arriba, estaban
muy fatigados y desacomodados, a causa de no haber podido subir al
monte por su aspereza las acémilas (azemilas) cargadas con el bagaje
y tiendas. Y que se halla por verdad que el Rey entre todos padeció
grande hambre, ni comió de propósito por tres días desde la cena
de Villarroya hasta allí, por no perder tan buena ocasión del
collado.











Capítulo VI. Que don Blasco fue preso al entrar en Morella y traído
ante el Rey, le rogó le entregase la villa y la entregó. Y como el
Rey fue a la villa de Ares y proveyó a los soldados.





Luego el día
siguiente después que el Rey subió al collado, y puso su guarda a
vista de la puerta de la villa, llegó por la mañana don Blasco con
algunos de a caballo para entrar en ella, no sabiendo de los que
estaban en celada por el Rey. Y así fue preso por Ferná Pérez de
Pina, que era capitán de la guarda.
Traydo
ante el Rey le recibió con abrazos y mucha fiesta, alabando mucho su
valor y destreza en haber tan presto ganado la villa, y de lo mucho
que se había holgado con el aviso que le dio de ello. Por lo que le
rogaba con toda llaneza tuviese por bien de entregársela con la
fortaleza, prometiendo le reconocería este servicio con muy buena
recompensa. Como esto oyó don Blasco comenzó a pensar mucho sobre
ello, y casi a negar la demanda. Pero volviendo el Rey y los
capitanes a instarle sobre ello, queriendo ya poner las manos en él,
si no condescendía con los ruegos del Rey, en fin se determinó en
hacer de necesidad virtud, y perder de su derecho por contentar al
Rey. Luego se fue con toda la gente de guarda, y llamando a sus
soldados de la fortaleza, vinieron y la entregaron con la villa a los
capitanes del Rey. Al cual don Blasco primero que todos prestó los
homenajes y entró con él en Morella. De donde sacados sus soldados,
y la guarnición de la fortaleza, dio lugar a que pusiesen el
estandarte con la guarnición y gente del Rey en ella. A quien con
los de la villa también se rindieron luego todas las Aldeas. Y
dejando allí a uno de los principales barones que traía consigo
encomendada la tierra, se puso en camino para la villa de Ares, así
dicha (según fama) porque a causa de la gran altura del lugar,
fueron en él puestas antiguamente las Aras, o altares para
sacrificar a los Dioses. Entrando allí el Rey alabó mucho, y
agradeció a los soldados de Teruel la presa de la villa, mandando
les dar dobles pagas, y reforzar la guarnición de ella. Al otro día
queriendo se partir de allí, oyó misa por la mañana, y puesto de
rodillas hizo gracias al santísimo sacramento por la victoria de
aquellas dos tan importantes plazas, ganadas sin derramamiento de
sangre, y como primicias de su empresa, mandó luego edificar en las
dos sus templos, para que se continuasen en ellos los oficios y
sacrificios divinos. De allí partió para Teruel, llevando consigo a
Zeyt Abuzeyt, el cual se halló presente al entrego de las dos
villas, y de nuevo se sujetó al Rey, dada su fé que no dejaría
durante la guerra, de hallarse con su persona, en ella, y que con
todos sus deudos y amigos que tenía en el Reyno le serviría.











Capítulo VII. De la donación que el Rey hizo a don Blasco del
condado de Sástago por Morella, y de las dos encomiendas mayores de
Aragón, y del ejército con que comenzó la conquista.






Salió de Teruel el
Rey a dar una vista y reconocer los pueblos de Aragón comarcanos a
los de Castilla, por atajar algunas diferencias que entre ellos se
ofrecían. Como fuese en Calatayud, acordándose de aquel memorable
servicio y liberalidad de don Blasco en conquistar a Morella, y
entregársela con la fortaleza, pareciole debía hacerle alguna
honesta recompensa con la villa de Sástago, que era de las buenas
Aragón con sus arrabales y término fertilísimo, que lo riega el
río Ebro: por haber sido esta antes empeñada por el Rey don Pedro
su padre en muy poca suma de dinero a don Artal de Alagón padre de
don Blasco. La cual le dio con todo el estado perpetua y libremente,
y más la fortaleza de María que está en el campo de Zaragoza. Del
cual tiempo acá la gente y familia Alagonesa que ya en aquella Era
florecía en antigüedad, en sangre Real, y hechos memorables, con el
aumento del estado, quedó entre los Aragoneses después de la casa
Real por muy principal entre todas. Hizo se esta donación y
recompensa a don Blasco muy sobrepensado, de consejo y parecer de los
grandes del reyno que se hallaron presentes, y así fue con mucho
aplauso de todos sellada y firmada por el Rey. El cual como fuese ya
señor de las dos villas, y hubiese puesto en ellas guarnición de
soldados, para pasar adelante a poner cerco sobre Burriana, mandó
convocar cortes en Teruel, por hacer allí junta de todo el ejército,
y de propósito entrar en la conquista del Reyno. Donde se ayuntaron
los Vicarios de los maestres del Temple y del Ospital, con los
maestres de Vcles y de Calatrava. Destos dos últimos, aunque la
fundación y cabezas estaban en Castilla, también había en Aragon
algunas encomiendas instituidas por los Reyes, para contra Moros: y
destas, la encomienda mayor de Ucles (
Vcles),
está fundada en la villa de Montalbán, de la cual se hablará
presto. Y la encomienda mayor de Calatrava en la villa de Alcañiz:
con otras menores de las mismas dos órdenes fundadas en otros
lugares de Aragón. También se fundaron otras en el reyno de
Valencia después de conquistado.
Assi
mismo se juntó con ellos don Bernaldo Montagudo Obispo de Zaragoza,
que por muerte de don Sancho Ahones poco antes había sido elegido,
Don Pedro Azagra señor de Albarracín, don Ximen Pérez de Taraçona,
a quien después el Rey hizo merced de la Baronía de Arenos, con
otros muchos señores del reyno. Con los cuales cuando se comenzó a
formar el ejército, no pasaba de ciento y veinte caballos ligeros, y
mil infantes, sin los que hizo Teruel, y los que enviaron Calatayud y
Daroca, que todos llegaban a doscientos y cincuenta caballos, y mil y
quinientos infantes.











Capítulo
VIII. Que después de
auituallado
el ejército en la comarca de Teruel, partió el Rey con el campo
para la villa de Xerica, y de las escaramuzas que tuvo con los Moros
de ella.







Confiando el Rey
sería pronta la venida de la gente que le había de enviar de la
Proença el conde su primo, con la de Cataluña que había mandado
hacer, salió de Teruel con tan pequeño ejército como dijimos. Y
porque su fin era, por atemorizar a los moros, irles talando los
campos y destruyendo cuanto le viniese delante, mandó muy bien
proveer el ejército de pan y
ceuadas,
de los campos del Pobo (
Pouo)
y Visiedo lugares principales de la comunidad, y también de muy
buenos tocinos y saladuras de Teruel y Albarracín. Más adelante,
llegado a la Puebla de Valverde tomó copia de carneros, y del campo
de Sarrión muy buenas vacas por ser estas dos tierras de grandes
pastos para crianza de ganados mayores y menores. Con esto prosiguió
el campo para Xerica villa primera del Reyno de Valencia. Y
comenzando a marchar, llegaron de Sarrión a la Iaquesa postrer lugar
de Aragon, donde está la casa de la Aduana, y registro de las
mercadurías
que entran y salen del un Reyno al otro. De allí pasado el río
seco, que agora divide los reynos (porque antiguamente la división
solía ser por el río Aluentosa que está más hacia Aragón y en
las divisiones era el límite) entraron en el de Valencia, y hicieron
sus correrías por algunas Aldeas de Xerica moderadamente, por estar
mezcladas con Cristianos. De ahí descendieron por el monte de la
Lacoua, de cuyo alto se descubría muy bien la villa de Xerica,
principal entre los antiguos Edetanos, cercada de muy recio muro,
demás de ser su asiento naturalmente fuerte. Porque está en un
montecillo algo enhiesto y levantado, y en lo más alto del fundada
la fortaleza, casi inexpugnable: porque tiene delante de si la villa
por defensa, y detrás el río profundo, del cual hasta lo alto de
ella es todo peña tajada. Su principal fuerza consiste en ser la
gente belicosa, cual suele ser la que está en frontera: por tener
siempre por enemigos los vecinos que son de diferente señor, y se
ofrecen ocasiones para venir muchas veces a las manos, y estar
siempre unos contra otros malintencionados. Sabida por Zaen la
entrada del Rey con ánimo y aparejo de conquistar el Reyno por la
parte de Xerica, temiéndose no le acaeciese como en lo de Morella,
que por no haber enviado el socorro con tiempo se perdió: les
proveyó de cuatro compañías de soldados escogidos: los cuales con
la gente de la tierra hacían buena defensa. Destos salieron al
camino ochocientos infantes muy bien armados para estorbar a los
nuestros la tala de sus campos, y tan apacible y fructífera huerta:
pero mandó el Rey no se comenzase a talar cosa hasta el día
siguiente: porque no peleasen los nuestros sobre cansados del camino,
sin tener primero hecho algún asiento y reparo para el ejército. Y
como luego después de la bajada del monte poco más de una legua
llegasen a un pequeño pueblo llamado Viver, que agora es principal,
mandó parase cerca de allí el campo junto al río Palancia, que va
a dar en Murviedro. En viniendo la mañana comenzaron a talar los
campos y huertas que están entre Viver y Xerica con gran dolor de
sus dueños que lo veían. Eran mil infantes y treinta de a caballo
los que iban guardando los lados a los gastadores que pasaban hacia
la villa haciendo la tala, sin que saliesen a impedirlo de cerca los
del pueblo por miedo de la caballería que los alancearía: pero de
lejos, puestos en lugares escondidos los ballesteros, hacían gran
daño en los gastadores, y por esto no pasaron aquella tarde más
adelante. El día siguiente remediaron los del Rey este daño muy a
su salvo. Repartiendo la gente de a caballo, parte por el monte que
está cerca de la vega a la mano diestra, del otra parte del río,
parte por los mismos campos: tomando los primeros de la vanguardia de
pie las adargas de los de a caballo, para defender con ellas a los
que les seguían de las saetas de los Moros, los cuales por venir de
lejos no encarnaban. Y así sosteniendo este primer ímpetu, pasaban
adelante. Tras estos venían los ballesteros que en asomar el Moro le
derribaban, y luego los gastadores, los cuales seguros del peligro del
día antes, lo destruían (destruyan) todo.












Capítulo IX. Que por haberse pasado adelante gran parte del
ejército, dejó el Rey de cercar a Xerica, y pasó hasta llegar a
vista de Burriana, cuyo asiento y campaña se describe.






En tanto que esto pasaba
en el campo de Xerica, los maestres del Temple, y del Ospital con los
de Vcles y Calatrava, por atraer al Rey a lo de Burriana, se pasaron
con una buena banda de caballos, y setecientos infantes, más
adelante de Xerica, sin tocar en Segorbe por estar a la devoción de
Abuzeyt. Y siguiendo el río abajo se metieron muy adentro en el
Reyno hasta que llegaron a vista del castillo de Murviedro, que está
a cuatro leguas de la ciudad, donde a mano izquierda está el camino
para el valle de Segó dicho antiguamente de Sagunto que sale hacia
la mar. El cual estaba muy cultivado, con mucha variedad de mieses,
de granos menudos, de que le mantienen mucho los moros, y muy poblado
de lugares. Como este se mandó también talar, y destruir, salieron
luego a tropel gran muchedumbre de rústicos, sin ningún orden, para
reconocer la gente nueva de guerra que se les metía por la tierra,
pensando poderles impedir el paso. Entendido por el Rey, de los
maestres y gente que se había desmandado, y que por codicia de
llegar a Burriana se pasaban tan adelante, dejó de cercar a Xerica,
y se fue con todo el campo en seguimiento dellos, y aunque encontró
de camino con una pequeña villa dicha Torrestorres, no quiso
detenerse en ella, siendo de enemigos, sino de paso talarle sus
campos y vega, que tenía bien cultivada, por no divertirse de la
conquista de Burriana: mayormente que no menos que los maestres
desearía el llegar a ella, luego con todo el ejército junto. Con
esto pasó muy adelante por el mismo valle, dejando a Almenara a la
mano derecha, y por la falda de su castillo llegó a dar en el grande
llano de Burriana. Allí se le descubrió un campo espaciosísimo y
fertilísimo, y a la vista muy deleitoso, cercado de montes a modo de
media luna, desde Almenara que está junto a la mar, al medio día,
hasta el promontorio, o cabo de Orpesa al Septentrión, que distan
entre si una jornada, tomando la linea recta ribera del mar, del un
cabo al otro. Está el llano muy lleno de acequias que de las fuentes
y río, vulgarmente dicho Millàs, se derivan, y riegan muy grande
parte del hasta la mar: y con esto es tanta su fertilidad, que
ayudada de la buena cultura del labrado, no es inferior en provecho a
cualquier otro campo del Reyno. Pues demás del mucho pan, vino,
aceite, ganados mayores y menores que produce, con otras muchas
semillas, y morales para la seda, solía también ser muy abundante
de arroz y de azúcar, que son de las principales mercaderías del
Reyno: también de mucho pescado y mercadurías infinitas, que por
ser marítimos gozan todos los pueblos que en este llano se
encierran, que son muchos porque así de los que están situados en
lo llano como por los montes y valles que van a dar en él, se
descubren al pie de treinta entre villas y lugares. Era entonces la
villa de Burriana la mayor y más fuerte de todas, así porque les
excedía en la fertilidad y cultura, como por la vecindad del mar
para ser bien provista: la cual por su grande sitio y altos muros era
como alcázar de toda aquella comarca. Y demás que abundaba de todo
género de vituallas, no dejaba de ser la gente de ella muy belicosa,
y con esto estaba muy puesta en defensa: mayormente después que Zaen
le envió los mil y quinientos soldados de refresco: sabiendo que la
intención y venida del Rey se encaraman contra ella. Y así la
proveyó de todas armas y pertrechos, y de ingenieros para repararla
y defenderla: con fin de enviar mucho más socorro, por lo que se
persuadía que la salud y conservación de todo el reyno dependía de
la defensa de ella.











Capítulo X. Como el Rey asentó el cerco sobre Burriana, y de las
escaramuzas que cada día se tenían con los de la villa.






Llegó el Rey con
todo su ejército mediado Mayo a los contornos de Burriana. Y después
de haber bien mirado su gran
circuytu
con tan bien torreado muro, mandó, por ser el tiempo ya muy
adelante, y la tierra calurosa, asentar el campo con gran diligencia
para más abreviar la empresa. Puso se el cerco por toda ella, aunque
otros dicen que no, sino a la parte de la tierra. Porque hacia la
marina era muy pantanosa y también porque a respecto del gran
circuytu, el ejército era pequeño y tan limitado por entonces, como
dicho
hauemos.
Fue pues avisado el Rey por los adalides y espías, de la grandeza y
municiones de la villa, de la gente que había de pelea también de
las más flacas, y más fuertes partes de la muralla, y a qué parte
de ella podrían mejor encararse las máquinas y trabucos: finalmente
del
auituallamiento,
y como tenían cumplida provisión para medio año de cerco. Asimismo
los de la villa en este medio no dormían, antes con la misma
curiosidad que los nuestros echaban sus espías, y se entendían con
algunos moros que fingiendo ser Cristianos, andaban revueltos en el
campo del Rey como soldados, y por estos tenían aviso de los
discursos y designios del Rey y sus cosas. También se entendió como
se hallaban dos mil y quinientos hombres de pelea dentro, entre los
de Zaen y los de la villa, gente esforzada y bien proveyda, y que
mostraron muy bien a los Cristianos lo que podían y valían, demás
del buen ánimo y esperanza cierta que Zaen les daba, desde la
ciudad, diciendo sería con ellos muy presto con ejército formado
para socorrerles. Pues para que luego diesen alguna muestra de si, y
comenzasen a poner la guerra en campo, cuatrocientos dellos, los más
lucidos de Zaen, salían cada día a escaramuzar con los nuestros, y
a estorbar que no acabasen de cercar el Real con el palenque y
cestones, acometiéndolos bien diestramente por la parte más flaca:
de manera que siempre hacían más daño que recibían, y que
encargar sobre ellos el campo con muy gentil orden se retiraban. Como
esto vio el Rey, mandó poner en tres partes guarda de cada ciento y
cincuenta caballos, para que al salir de los moros hiciesen señal a
los del ejército, y los entretuviesen: y que la una parte del
ejército se estuviese queda en guardia del Real y la otra corriese a
la escaramuza, y que en retirándose los Moros tentasen de entrarse
revueltos con ellos en la villa, porque les seguiría todo el
ejército. Era la ocasión y asidero destas escaramuzas el ganado de
carneros y vacas del ejército, que entre el Real y la villa se
apacentaban, y en estos daban los de dentro haciendo presa de ellos
todas las veces que salían a escaramuzar, la cual los nuestros les
quitaban de las manos. Y desta manera continuando las escaramuzas,
volvían siempre de ambas partes con las manos sangrientas.












Capítulo IX. Como crecía de cada día el ejército del Rey, y de la
batería que se dio a la villa con las machinas, y como fueron rotas
por los Moros, y en la defensa dellas el Rey herido.






En este medio, a la
fama de tan encendida guerra que llevaba el Rey en la conquista del
Reyno, venían gentes de todas partes para hallarse en ella,
señaladamente de Aragón y Cataluña llegaron las compañías de
infantería y de a caballo que el Rey había mandado hacer. Con las
cuales el ejército vino a ser de hasta veinte y cinco mil infantes,
y dos mil caballos. Con esto los asaltos fueron de allí adelante más
recios y porfiados. Porque llegadas por mar las machinas y
instrumentos grandes de guerra, de Mallorca, y de Cataluña, que se
quedaban en las atarazanas desarmados, y venían en piezas, mandó el
Rey armarlas muy de propósito. Entre otras levantaron una gran torre
hecha de trabazón
(trauazon)
de muchas tablas dobles, conforme a las que antiguamente usaban los
Romanos, y las que usó el mismo Rey en el cerco de Mallorca. La
movían los soldados a todas partes con tan buen arte y concierto,
que se sentía poco el trabajo inmenso que les daba, a respeto de lo
que se holgaban de contentar y servir al Rey en ello: viendo su
graciosa presencia, y la afabilidad y humanidad con que los exhortaba
y animaba. Llegaron pues con la machina tan cerca del muro, que
estaba a menos de un tiro de piedra: y como se sobrepujase la
muralla, con facilidad descubría lo interior de la villa, la cual
batían con piedras, azagayas, lanças y saetas, haciendo muy grande
estrago en ella: tanto que ninguno de los vecinos se tenía por
seguro en su casa. Con todo eso el valor y destreza de los soldados
de Zaen con los de la villa era tanto, y con tan valeroso ánimo la
defendían, que a la postre pudieron muy bien resistir con sus
contramáquinas a la nuestra, y con sus bien encaradas saetas mataron
tantos de los que de lo alto de la machina peleaban, que ya no había
quien pelease, e hicieron parar a los que por la parte de abajo la
meneaban. Porque eran tantas las saetas y pasavolantes que de las
torres del muro que sobrepujaba a la machina, tiraban, así contra
los de arriba, que la defendían, como contra los de abajo que la
movían, y le iban alrededor: que ni el Rey con andar a pie
empavesado animando con su presencia a todos, ni los capitanes
recibiendo en sus escudos las saetas, y esforzando a voces, fueron
parte para entretener que la torre con otras machinas no fuesen
desamparadas, hasta que la noche despartió la pelea: quedando el Rey
herido con cuatro flechazos, aunque por gracia de Dios ninguno de
ellos hizo llaga peligrosa. Entonces confesó el Rey (según en la
historia refiere) que los Moros de Valencia eran harto más valientes
que los de Mallorca.











Capítulo XII. Que se armaron nuevas machinas, y de la gran hambre
que en el campo hubo, y falta de dinero, y como se remedió todo.






Quedaron los nuestros y
los de la villa tan cansados de la escaramuza pasada, que de aquellos
tres días siguientes, ni los Moros salieron a escaramuzar como
solían, ni los nuestros atendieron a otro, que a tener puesta gente
de guardia para las demás machinas, y a entender luego por la mañana
en retirar a fuera la torre machina, porque estaba tan maltratada y
deshecha, que antes causaba embarazo a los nuestros, que daño a los
enemigos. Ayuntado el consejo sobre lo que debían hacer determinaron
por otra vía batir la villa, y fue haciendo sus trincheras, y
allegándose el ejército poco a poco al muro. Para esto juntaron
todas las machinas y trabucos menores por encararlos hacia aquella
parte del muro, a donde se enderezaban las trincheras, hasta tanto
que por allí le abriesen, ya que no había lugar para minarle, a
causa de ser la tierra muy húmeda y pantanosa, y que con la vecindad
del mar manaba toda agua. Estuvo hasta aquel tiempo el Real provisto
de pan y cebadas, y de toda cosa abundantemente, que lo daba la
tierra. Mas como de cada día acudiese gente de todas partes, y el
ejército fuese creciendo, comenzó a haber hambre, y vino a ser tan
grande, señaladamente de pan y cevadas, que compelidos desta
necesidad, se trató de alzar el cerco, y que cada uno se volviese a
su tierra. Lo cual como tuviese al Rey afligido y triste: porque
apenas se podía defender de la importunidad de muchos, que insistían
en que se retirase el campo, y repartiese por las fronteras de Aragón
y Cataluña, antes que la hambre los echase, y Zaen sobreviniese y
triunfase de ellos. Estando en esto, vino nueva al campo de que
habían arribado a la playa dos galeotas, la una de Bernaldo de
Sentaugenia, gobernador de Mallorca, y la otra de Pedro Martel, de
Tarragona, y Tortosa, que traían gran abundancia de trigo y cebadas
con otras vituallas para el campo. Por las cuales, como si vinieran
del cielo, el Rey hizo gracias infinitas a nuestro señor, y mandó
que se tomasen, y pagasen sesenta mil sueldos por ellas. Aunque con
la falta de pan, también se descubrió la que había de dinero: que
ni se hallaba de donde pagar estos panes, ni quien se obligase por
ellos, entre los del campo, sino los vicarios de los Maestros del
Temple y del Ospital. Y aun estos no se obligaran, si no tuvieran
firme esperanza, que de los lugares y villas que se ganasen de los
Moros les había de caber buena parte para sus órdenes. Con esto se
tomó a cambio el dinero de los mercaderes que seguían el campo, y
se pagó lo que por el pan y cebadas se debía. Finalmente mandó el
Rey, que las galeotas se quedasen por guarda de la costa del mar, de
algunos corsarios que Zaen enviaba a fin de impedir al campo la
provisión de mar. Y como las galeotas hicieron rostro, acudieron de
toda aquella marina barquillos con vituallas.











Capítulo XIII. Como por las dificultades que había en tomar a
Burriana, quiso el Abad don Fernando persuadir al Rey alzase el cerco
de ella.






Aunque las necesidades de
pan y vituallas se remediaron, en el campo el Rey escribió de nuevo
al gobernador de Mallorca, continuase en proveerlo de más. Por otra
parte descubrían de cada día mayores dificultades para ganar la
villa, y comenzaban a murmurar sobre ello los que nacidos y criados
en lo más alto y frío de Aragón, les fatigaba mucho el calor de la
tierra baja, y deseaban extrañamente salir deste extremo, como
ganado de ovejas, por volver al suyo. Por esto el Abad don Fernando,
y otros del consejo, que nombra el Rey, Don Blasco, don Ximen de
Vrrea, Liçana, Muça, y Taraçona consintiendo en un mismo parecer,
procuraba en todo caso persuadir al Rey levantase el cerco y se
fuesen, pensando que gustaría el Rey dello, por verle tan triste y
pensativo, a causa del mal successo de la torre machina, y que se
quejaba por verse tan desgraciado, y para menos que sus antepasados
diciendo que a ellos todo les sucedía prósperamente, no como a él,
que en el cerco de una sola villa le salía todo al revés. Con esta
ocasión, pensando hacerle servicio se fueron para él juntos, y
tomando la mano don Fernando le habló desta manera. Señor y Rey
nuestro, el haberos sucedido hasta aquí en la guerra todas las cosas
prósperamente, causa que agora destas, como de muy adversas, os
aflijáis demasiado, y que de veros, que no sois mucho más dichoso y
felice que los capitanes antiguos, os tengáis por infelice y
desdichado. Lo cual parece cosa fuera de razón, y que no conviene a
vuestro honor y reputación el tanto despreciaros por ello. Ya que
todo esto os viene de no querer medir las cosas de la guerra con la
fortuna adversa, sino solamente con la próspera, y así se sigue
desto, que derraméis muy fuera tiempo tantas quejas de vos mesmo,
diciendo, que vuestros antepasados fueron más venturosos que vos en
armas: como sea así que en su tiempo tuvieron ellos sus desgracias y
pérdidas, como en este de agora tenemos las nuestras. Porque no solo
alcanzaban ellos sus victorias con derramamiento de sangre, y dudosos
successos, pero con mucho desaliento, y largas de día en día, hasta
que con intolerable trabajo y paciencia llegaban al cabo de ellas: y
aun con todo eso se les fueran de las manos, sino siguieran el tiempo
conforme al discurso de su mudanza y ocasiones: y así es menester en
esto imitarles. Pues habéis emprendido guerra, harto ardua, y más
difícil y peligrosa de lo que pensábamos. La cual a vos, y a
nosotros con todo el ejército pone en tanta estrechura, que se
pueden de hoy más esperar mucho mayores males que hasta aquí de
ella, si no dais lugar al tiempo, y os conformáis con el estado y
oportunidad que se os ofrece agora para ganar el renombre y fama de
prudente. Porque tenéis señor muy bien experimentado el valor y
esfuerzo de los enemigos, que tan valerosamente se defienden: habéis
hallado la villa tan fortificada de gente y armas, que no solo no les
habemos derribado ninguna de sus machinas y reparos: pero las
nuestras nos han tanto maltratado, que ha sido forzado retirarlas: y
que deste daño nuestro ha crecido tanto ánimo a los enemigos,
cuanto creo de cada día va faltando a los nuestros. Los cuales ya
murmuran de nosotros, y nos dan en rostro la falta que tenéis de
consejo: porque siendo tan maltratado, y habiendo padecido lo que
todos hemos visto, en esta guerra: no tratéis de dejarla, o
diferirla para otro tiempo. Y que habiéndoos puesto tan adentro en
tierras de enemigos, ya no esperéis sino que os cerquen por todas
partes, y nos podamos todos. Añádese a esto la gran falta de dinero
que se padece, y que no puede durar mucho la abundancia de pan que
agora tenemos, por lo que acrecienta de gente el ejército de cada
día: y sabemos que está ya agotada de vituallas toda la comarca.
Sin eso, comienza ya mucho a fatigarnos la incomodidad del tiempo que
está tan adelante, así por ser la tierra caldísima, como por el
Sol ferventísimo que anda ya para entrar en la Canícula. Dejo
aparte lo mucho que se quejan, y dan voces los escuadrones de las
ciudades, y villas Reales, diciendo que las mieses están ya en
sazón, y que es menester darle licencia para ir a segarlas, y a
coger lo suyo cada uno. Demás de otras muchas causas, hay una que no
importa poco para dejar sin daño la guerra: que Zaen desea más
presto acometeros con dineros que con armas, y sabemos ha prometido
dar una muy grande suma, porque nos apartemos del cerco. Lo que no
dejamos de aconsejaros, y que se debe recibir eso y mucho más de un
tan bárbaro y tirano enemigo: para que con ese mismo dinero podáis
hacer mayor ejército contra él, y con más oportuno tiempo del año
volver a conquistarle, no digo a Burriana, pero a la misma ciudad de
Valencia con todo el Reyno.







Capítulo XIV. Que
oído don Fernando, tuvo el Rey su acuerdo, y por las causas y
razones que de si dio, determinó de continuar el cerco.





Oída la larga plática
que don Fernando en su nombre y de los principales del consejo tuvo
ante el Rey, le dijo que respondería a ella. Y revolviendo su
pensamiento sobre cuanto se le había dicho, por ser cosas bien
dignas de considerar, y que tenían su haz y envés: todavía como
fuese de tan alto y divino ingenio, pasando por muchas cosas que le
inclinaban a seguir lo mejor: consideró que era perder mucho de su
honra y reputación, levantar el cerco de la villa, donde apenas
había dos meses que le tenía puesto: no habiendo querido apartarse
de la conquista de Mallorca harto más ardua y desviada de sus reynos
que esta, por mucho que algunos de los suyos también lo procuraban,
cuando había ya un año que la proseguía. Demás que sería, con
semejante muestra de flaqueza y temor, dar ánimo a sus enemigos para
que le tuviesen en poco:y también mucho más afrentoso, trocar el
honesto triunfo que esperaba de la victoria, con el vil dinero del
enemigo: teniendo por cierto que el consejo que para esto le daban
los suyos, particularmente don Fernando, que siempre le fue siniestro
para sus empresas, era vendido, a quien se creía, que Zaen con
dádivas había para este efecto sobornado. Por esto determinó dejar
los de este consejo y parecer, y sobre negocio tan grave oír el de
otros menos apasionados y más celosos del bien común. Señaladamente
del Arzobispo de Tarragona, y Obispo de Zaragoza, y los demás
Prelados que allí se hallaron: también de los Maestres y Vicarios
de las órdenes, con los otros grandes y Capitanes del ejército,y de
don Guillen de Mompeller su tío. Los cuales ajuntados en la tienda
del Rey, y consultados, si atentas las causas y razones que don
Fernando había propuesto ante él (que se recitaron fielmente todas)
para alzar el cerco de Burriana, y dejar por entonces de proseguir
esta guerra, estaría bien al Rey seguir este parecer, sin perder
nada de su honra y reputación, o sería mejor seguir lo contrario. A
lo cual todos, siendo de un mismo voto y sentencia, respondieron, que
no solo importaba a la honra del Rey, pero a la de sus Reynos, y
mucho más a la de todos los Capitanes y principales del ejército,
siendo tan grande y poderoso, perseverar hasta morir sobre el cerco.
Quien otro sentía, no tenía gana de pelear, y le sería mejor, el
consejo que daba de recogerse el ejército, tomarlo para si. La cual
determinación se envió luego a don Fernando y los de su opinión,
por resolución y respuesta.











Capítulo XV. Que don Guillen Dentensa tomó a cargo la guarda y
gobierno de las machinas, y como salieron de la villa y ponerles
fuego, y defendiéndolas fue herido, y curado por la mano del Rey.






Determinado que hubo
el Rey de no partirse del cerco, por las buenas causas arriba dichas,
don Guillen que fue el principal autor deste consejo, tomó a su
cargo llevar adelante las trincheras con las machinas hasta las
puertas de la villa, y de estar en la defensa dellas, con ánimo de
no partirse de aquel puesto con sus soldados, que trajo de Guiayna,
hasta que fuese el foso lleno, y quedase el paso llano para
arremeter, y dar el asalto. Mandó también el Rey a los de su guarda
Real de quien más se confiaba, que eran los Almugauares (destos se
hablará más adelante) que estuviesen siempre en guarda de don
Guillen, para cuando los de la villa saliesen a dar contra las
machinas, para lo mismo se ofrecieron muy de veras los caballeros del
Temple, y se pusieron en orden para esta defensa, como aquellos que
siempre solían ser en las escaramuzas de los primeros. De manera que
con la diligencia de don Guillen, y de don Ximen Pérez Taraçona, y
de sus soldados, que se juntaron con él, allegaron las machinas,
que por entonces solo servían por escudo y defensa de los que
entendían en henchir y cegar el foso, hasta igualarlo con el suelo
de arriba, y en agujerear el muro. Con este allegamiento de machinas,
comenzaron a enojarse los de dentro, y a más embravecerse contra
ellas, no echando de ver los agujeros que se hacían en el muro. Y en
tanto que por aquella tarde cesó la batería de las machinas, y se
fue la gente a reposar, salieron doscientos soldados de la villa con
grande silencio, con sus manojos de esparto encendidos para dar fuego
a las machinas: haciéndoles la centinela los del muro, puestos por
todo él muchos ballesteros para llover saetas sobre los que
acudiesen del campo a la defensa de ellas. Esto no pudo ser intentado
tan a la sorda que no dejase de sentirlo don Guillen, el cual estaba
muy atento para notar cualquier mínimo movimiento de los enemigos. Y
así arremetió con su gente y los Templarios contra los que ponían
fuego, y dio tan valerosamente con ellos que sin dejarles efectuar
cosa alguna, los hizo retirar con grande estrago a la villa. Puesto
que desta refriega quedó herido don Guillen de una saeta en la
pierna por los del muro: y como lo supo el Rey, mandó que lo
trajesen a su tienda Real, a donde de su propia mano le sacó el
hierro de la saeta, que se le había quedado enclavado en la pierna,
y le lavó la herida, y se la vendó (
enbendo)
en presencia de todos los cirujanos del campo, que se admiraron, y
alabaron la destreza y mano del Rey en tal oficio: como aquel que se
había preciado de hallarse en la cura de muchos heridos, y con su
buen ingenio aprendido en aquel particular el modo de
curallos.
Estuvo luego sano don Guillen, y no bastó el Rey a detenerle, que no
fuese las noches a asistir en su puesto. Con todo eso los de la villa
no dejaban cada noche de hacer sus salidas, y dar sobre las machinas:
aunque eran también recibidos de la gente de guarda, que siempre se
volvían con alguna pérdida.












Capítulo XVI. Como el Rey se puso en guarda de las machinas, y
corriendo tras los que salían a quemarlas, llegó a hincar su lanza
en las puertas de Burriana.






Viendo el Rey el
buen efecto que las machinas hacían en el cegar del foso, y
aportillar del muro, entendía con grande curiosidad en la
fortificación y conservación dellas: y por lo mismo los de la villa
conociendo el mal que les hacían, no pudiendo prevalecer contra
ellas del muro, como antes contra la torre máquina, no atendían a
otro que a darles fuego. Como esto lo acometiesen cada noche, púsose
el mismo Rey muy de propósito a rondar el campo, y a reconocer la
guarda que de las machinas se hacía. Y como una noche no hallase
puestos en centinela aquellos a quien de día la había encomendado,
ni diesen el nombre, determinó de ahí adelante hacer él mismo en
persona la guarda con nueve caballeros, y poner su escudo colgado en
las máquinas, como
decurión,
o cabo
descuadra
que asiste a los de guardia. Como supieron esto por sus espías los
de la villa, luego muy alegres, pensando hacer una gran presa de la
persona del Rey, salieron doscientos y cincuenta de ellos los más
escogidos, con sus manojos encendidos para dar fuego a las machinas:
de los cuales solos cuarenta iban con escudos y fuego, los demás
todos eran ballesteros: llegando ya para poner fuego, fueron
descubiertos de dos escuderos del Rey, el cual en tocar alarma salió
con los nueve caballeros de su puesto, siguiéndole los demás de
guarda, y dio en los Moros con tanto ánimo, que sin más esperar,
volvieron las espaldas, y el Rey que los siguió, con la oscuridad,
se revolvió de tal suerte con ellos, que llegó a las puertas de la
villa, e hincó su lanza en la principal dellas. Pero como las saetas
anduviesen muy espesas, le fue forzado echado su escudo a las
espaldas retirarse con buen orden hasta salir del peligro, del cual
se recelaron tanto en el Real, que ya llegaba casi todo el ejército
con antorchas encendidas, y muy en armas, a buscar su persona, con
muy grande sobresalto de todos, a causa del rumor que se había
esparcido por el campo, que no parecía el Rey, que se había
perdido, que era preso, o muerto. Y aunque el sentimiento y
alteración era común por la pérdida, no todos la lloraban de
pesar: porque alguno de los que más entonaba la mala nueva, tomara
la muerte del Rey por vida.











Capítulo XVII. De la memorable, y nunca oída hazaña que el Rey
hizo por salvar la honra de su ejército.






No se puede dejar de
escribir con letras de oro, lo que refieren del Rey todos los
historiadores de su tiempo en este caso, de su tan heroica, singular,
y nunca oída hazaña, o por mejor decir, sacrificio que de si mismo
quiso hacer, por la salud y honra de su ejército: con la cual no
solo se igualó con todos los Reyes y capitanes del mundo, pero les
excedió con mayor gloria y prudencia, que cualquier de los Decios
capitanes Romanos, cuando por salvar sus ejércitos perdieron
indiscretamente las vidas. Cuentan pues del Rey que continuando su
cerco, como estuviese muy triste y despechado, de ver por una parte
la brava resistencia de los de la villa, y nuevo socorro que Zaen
entendía en enviarles: por otra, la porfía de don Fernando, y los
de su opinión, porque alzase el cerco, y se retirase a Aragón: y
que si le alzaba sin hacer algún buen efecto, o sin alguna honesta
causa y razón, en cuan grande mengua y afrenta ponía a si, y a todo
su ejército: determinó, aunque con manifiesto riesgo de su vida y
persona, dar tal salida al negocio, que contentase a la mayoría (
a
los más
) y salvase la honra (honrra)
de todos. Para esto, sin dar parte dello a persona alguna, se
encomendó a Dios y a su bendita madre, y saliendo noche y día a las
escaramuzas, se desabrochaba el jubón, y desmallada la cota,
descubría su pecho y persona, oponiéndose a las saetas, y a los
demás siniestros de las escaramuzas: para que padeciendo en algo su
Real persona, tuviese el ejército una honesta causa para levantar el
cerco, y anteponer la salud de su Rey a la presa de una villa. Pero
con el favor divino pudo hacer muy verdadera experiencia de su
animosísimo e incomparable valor, y quedar su persona y cuerpo libre
de todo riesgo y peligro, cuyo ánimo había ya sido tan asaetado de
angustias que le causaban los suyos: porque en fin no dudó de
aventurar su persona, solo que la honra y salud de su ejército se
salvase.











Capítulo XVIII. Como caída una torre del muro se dio el asalto, y
aunque resistieron los Moros, se dieron a partido, y se tomó la
villa, y de las mercedes que el Rey hizo aquel día.





Continuando noche y
día las machinas y trabucos en hacer su oficio encarándolas a una
torre que estaba en una esquina de la muralla, quiso Dios que vino
toda al suelo, y por ella quedó abierta la entrada a los nuestros.
Los cuales cobrando grande ánimo, el día siguiente, como el foso
estuviese ya lleno con la ruina de la torre, no solo por ella, pero
por otras partes tentaron de escalar el muro, y de una acometieron la
entrada. Pero el valor y virtud de los de dentro fue tanto, con hacer
rostro y cuerpo de guardia detrás de la torre caída, poniendo allí
un tercio de la gente, y la demás repartida por la muralla, que por
todo aquel día, aunque con gran pérdida suya, se entretuvieron
valerosamente: y quedó para el siguiente hacer todo el ejército del
Rey su mayor fuerza. Como esto entendieron los de dentro, comenzaron
a desconfiar de su salud y vida, así por verse acometer por tantas
partes, y que las ruinas del muro eran irreparables: como por
entender que las fuerzas y poder de los Cristianos siempre iban
aumentando, viendo que los combates postreros eran muy más recios
que los primeros. Por donde tardando ya mucho el socorro de Zaen,
determinaron de entregarse al Rey, si les escuchaba de partidos que
sería permitiéndoles se saliesen todos con sus mujeres y hijos, y
también con su ajuar y alhajas (
axuar y
halaxas
), a la villa de Nules, muy
cerca de allí: lo cual notificaron al Rey por sus embajadores. Pues
como el partido pareciese bien a los grandes y consejeros del Rey,
fue también él contento dello, y se les concedió de buena gana, y
así más si más pidieran, por haberlos hallado tan valerosos en la
defensa de la villa. Y así se salieron luego con mucha presteza, y
asegurados de todo daño se trasladaron a la villa de Nules. Puesto
que por la prisa no pudieron cargar con todo, quedó algo para los
soldados, los cuales en un punto lo dieron a saco. Entró pues el Rey
con su ejército en Burriana la víspera del glorioso Apóstol
Santiago, después de pasados dos meses de cerco sobre ella, villa
célebre, y que por su valerosa defensa de entonces acá ha sido, y
será siempre muy nombrada. Donde el día siguiente del santo Apóstol
celebró el Rey su fiesta, con muy grande regocijo y alegría de todo
el ejército, a honor y gloria de nuestro señor, y de su bendita
madre, mostrándose muy liberal para muchos: señaladamente lo fue
para los caballeros del Temple que más se señalaron en esta
conquista. Hizo merced de cierta parte de la villa y de sus campos,
la cual poseen hoy los comendadores de la orden de Montesa.
Finalmente después de puesto asiento en las cosas del gobierno de la
villa con su comarca, y su gente de guarnición, por si Zaen quisiese
mover algo, y renovar la guerra, despidió por entonces el ejército:
alabando mucho a todos los soldados, y prometiéndoles que en la
presa de la ciudad, para la cual los emplazaba, tendría muy grande
cuenta con ellos, y con los buenos servicios que de ellos había
recibido. Con esto cada uno se fue a sus tierras, y también al Rey
por negocios urgentes le era forzado dar vuelta por Aragón. Para
esto dejó a don Blasco, y a don Ximen de Urrea para solos dos meses
con gente de guarnición en guarda de Burriana, hasta que don Pedro
Cornel, a quien había nombrado por gobernador de ella, y de su
comarca viniese de Aragón. No quiso el Rey desamparar esta plaza que
tanto le costaba, por mucho que el Obispo de Lerida, y don Guillen
Cervera monje de Poblete, que allí se hallaron, se lo porfiaron en
presencia de Pero Sanz, y Bernaldo Rabaça, que servían de
secretarios y eran de los prudentes hombres que el Rey tenía en su
consejo. Satisfizo el Rey a la porfía con muchas razones en
contrario, concluyendo que con el mismo ánimo y fuerzas que había
ganado a Burriana la había de conservar: por lo mucho que estimaba
la comodidad y oportunidad del lugar, para proseguir desde allí la
guerra y conquista comenzada.











Capítulo XIX. Como el Rey fue a Teruel, y entendido que Peñíscola
se le entregaba, fue allá y se apoderó de ella, y de las tierras,
que ganaron los Comendadores y don Ximen de Vrrea.






Presa Burriana, y dejada
gente de guarnición en ella, se partió el Rey para Tortosa, y de
allí dio vuelta para Teruel donde hizo gracias a los Ciudadanos y
hidalgos por el buen servicio que en esta guerra le habían hecho, y
que se acordaría del. En tanto que atendía en asentar algunos
negocios del reyno que allí acudieron, le vino aviso de Burriana, de
don Ximen de Vrrea como había convidado a los de Peñíscola se
diesen con las condiciones y partido que quisiesen, a su Real
persona, que serían bien recibidos, donde no, que les denunciaba
crudelísima guerra. Y que habían respondido que si el Rey viniese
en persona a ellos se le rendirían a toda merced suya, porque sabían
la benignidad y amor con que recibía a los que libremente se le
entregaban, más que por conciertos. Como entendió esto el Rey,
luego tomó siete de a caballo de los principales que le seguían,
con los de su guarda y bagaje ordinario, y se fue para Peñíscola
por el mismo camino que fue antes para Ares y Morella, y llegando
bien adelante, tomó a mano derecha, con tanta prisa que a tercero
día que partió de Teruel al anochecer, llegó a las puertas de
Peñíscola. Como se certificó de los ánimos y determinación del
pueblo, por que no pareciese que era cautelosa su entrada, mandó
poner las tiendas en el campo, y quiso dormir allí aquella noche. Al
cual salieron los principales de la villa, y le besaron la mano, y le
proveyeron de vituallas y ropa para su persona y los demás, con
grande solicitud y afición. El día siguiente salieron el Alcayde y
oficiales reales con todo el pueblo, y dadas las llaves recibieron al
Rey con gran triunfo, y como a su verdadero señor se entregaron la
fortaleza. El cual les ofreció todo buen tratamiento, y concedió
cuanto le pidieron. En este medio los Vicarios del Temple y del
Ospital con sus Comendadores y gente de guerra, partieron de Tortosa
hasta donde habían poco antes acompañado al Rey, y dando vuelta por
el reyno, fueron a Xivert y Cervera villas de Moros no lejos de
Peñíscola, y pusieron cerco sobre ellas. Por cuanto mucho antes por
los Reyes don Alonso y don Pedro abuelo y padre del Rey, fue hecha
merced dellas a sus órdenes, para siempre que el Reyno se
conquistase por ellos, o por sus sucesores. Como los pueblos vieron
la gente de guerra, y el aparato que había sobre ellos para
combatirlos, se dieron luego con las fortalezas, y quedaron para
siempre sujetos a las dos órdenes. Por el mismo tiempo volviendo el
Rey de Peñíscola para Burriana, tomó de paso a los Polpis, pueblo
señalado, pero apenas hay agora vestigio del: donde le alcanzó el
ejército que volvió de Teruel y de otros pueblos comarcanos, y hizo
capitán del a don Ximen de Urrea, el cual tomó todos los pueblos de
aquella comarca que agora llaman el Maestrado, hasta Burriana, por
fuerza o a partido. Tomó entre otros a Castellón de Burriana, que
agora llaman de la plana: y es el más principal pueblo de toda ella,
así en su asiento llano y vega fertilísima y muy extendida, como en
grandeza de sitio y bien labrados edificios, y que son gente de
lustre y belicosa. Tomada esta plaza volvió sobre Burriol, las
Cuevas, y Vilafanes, que entonces eran pueblos cercados, y se le
entregaron: de Cabanes que agora es pueblo insigne por las ferias que
allí se tienen, como de moderno, no hace memoria del la historia.
Finalmente tomó Alcalá de Xivert que era el más fuerte, y como
amparo de toda aquella comarca, a causa de su fortaleza, que estaba
con guarda y muy provista de todas armas. Cuyo Alcayde, y los del
pueblo (puelo) como entendieron que todos los pueblos comarcanos se
habían rendido, se dieron sin más resistencia. Desta fortaleza como
cosa de confianza hizo merced el Rey de su tenencia y derechos al
mismo capitán don Ximen de Vrrea, para él y a sus descendientes
perpetuamente. Allegó el Rey a Burriana antes de cumplirse los dos
meses que había tomado de plazo hasta la venida de don Pedro Cornel,
a quien había dado el gobierno de Burriana, y quedose allí hasta
que llegase.











Capítulo XX. Como el Rey yendo a caça de grullas le dieron tan
grandes graznidos que tomó ocasión dello, para proseguir la guerra
contra los Moros en la ribera de Xucar. Y del río de los ojos y
otras cosas.






En este medio que se
aguardaba la venida de don Pedro Cornel, el Rey por su recreación se
dio a montería, principalmente de jabalíes, que los hay por los
pantanos de Burriana (que allí dicen Almarjales) junto a la marina,
en abundancia y grandísimos: y a vuelta dellos también a caza de
grullas. Las cuales como se levantaron y pusieron en su orden
triangular pareciéronle al Rey dignas de ser admiradas y
contempladas por la gente de guerra. Pero siguiéndolas, como en
llegar el Rey junto a ellas diesen tan excesivos graznidos por el
aire, cuales nunca antes sintieron los que seguían la caza: el Rey
que más atentamente consideraba el graznar (
graznear)
dellas, vino a persuadirse, que le amonestaban, como al buen capitá
le estaría mejor en tierra de enemigos turbar el orden de ellos, que
no de ellas. Y así, propuso luego de ir a dar una refriega por toda
aquella tierra que está de la otra parte de la ciudad ribera del
río Júcar (
Xucar),
por atemorizar a Zaen, talando los campos y saqueando los lugares.
Para esto juntó su ejército que estaba alojado por los pueblos
comarcanos: y escogió solos treinta de a caballo con ciento y
cincuenta Almugauares y más setecientos infantes, todos a una gente
muy lucida: y puesto en orden su bagaje, pasada la media noche
comenzó a marchar con ellos: pero no pudo ir tan secreto, que al
pasar por junto la villa de Almenara no fuese descubierto por las
guardas. Los cuales viendo que andaba gente nueva por la tierra,
luego desde su castillo y fortaleza que está en un monte alto dieron
señal y aviso con fuegos a los de Muruiedro a una legua de ella, y
de allí por las atalayas dispuestas en cada pueblo hicieron también
sus señales y fuegos a Puçol y a Valencia. De manera que hasta los
del río Xucar, y por toda su ribera voló la fama, en menos de vn
hora, que entraban enemigos por la tierra. Mas aunque sintió el Rey
era ya descubierto, no por ello (como dice la historia) dejó de
continuar su viaje, antes mandó que el bagaje pasase a delante. Y
así a paso tirado llegaron a Paterna y Manizes dos buenos lugares y
muy nombrados, por la obra y vajilla de barro maravillosa que allí
se hace, los cuales están a una legua de la ciudad. Apenas pues fue
de día, cuando ya el Rey tuvo el ejército
dessotra
parte del río de Valencia, pasando los de a caballo por la parte que
se podía vadear: y los de a pie hecho un escuadrón, por la puente
de Quarte, que estaba más abajo hacia la ciudad. De allí fueron por
la torre de Espioca: de donde se adelantaron doscientos soldados con
el bagaje la vuelta de un pueblo llamado Alcocer, rico y muy
abundante de arroz y seda y otros frutos junto a Xucar. Siguiendo el
mismo camino el Rey llegó a un pueblo llamado Maçalabès, también
de muy fértil tierra y abundosa de lo mismo, y es una de las
baronías del reyno. La cual poseen los de la familia y linaje de los
Milanes, descendientes de aquellos antiguos dos hermanos Ramon y
Vguet del Milan, que dieron origen y principio a esta familia en este
reyno (cuya principal cabeza son los Illustres Condes de Albayda)
porque sirvieron estos hermanos al Rey caballerosamente en la
conquista con sus personas y haciendas, como se muestra por haber
sido nombrados, y heredados entre aquellos, en quien el Rey ganada la
ciudad de Játiva (
Xatiua),
mandó hacer repartimiento de las heredades y tantos Reales para cada
uno de los que en esta jornada le siguieron. Y es cierto que a este
repartimiento no fueron acogidos ínfimos, o simples soldados, sino
caballeros y gente señalada, como capitanes y criados del Rey, o
caballeros aventureros que a su propia costa le seguían en la
guerra: como se declara por un libro intitulado Memoria de los
repartimientos: el cual está en el Archivo de la mesma ciudad de
Xatiua muy bien autenticado, y los susodichos Ramon y Vguet del
Milan, en él contenidos. Hízose este libro, o Aranzel de los
repartimientos en el año del señor MCCXLVII. Siendo el Rey de edad
de XXXVIII años. Está pues este pueblo asentado a la ribera del río
que llaman de los Ojos, dicho así, porque poco más arriba de él
nascen en
tierra llana muchas fuentes como ojos de agua que hechos muy grandes
arroyos, luego se recogen en una canal, y hacen este río formado: y
hay opinión que nacen de otras tantas aguas que pocas leguas más
arriba se hunden bajo tierra. Otros dicen que son brazos secretos del
río Xucar que pasa muy cerca, porque le vehen crecer cuando crece
Xucar, mas no es por eso, sino que creciendo el Xucar impide la
entrada al de los Ojos, que va a dar en él, y le hace regolfar en
tanta manera, que viene su agua a salir de madre, y extenderse por
los campos para dejarlos bien (
pa dexar
los bié
) fertilizados. Tiene otra
propiedad este río a causa de tantos ojos, que no solo donde nace,
pero también hay de ellos río abajo: porque
acaesce
que si una res cae (
cahe)
en él, y cualquier otra cosa grande, se hunde que nunca más
parece,
y así es muy peligroso su paso.







Capítulo XXI.
De la acequia Real que mandó el Rey sacar del Xucar en el territorio
de Alzira, de su admirable
architectura
y provecho, y de los muchos lugares que se han fundado por ocasión
de ella.









Como llegase el Rey
a vista de Alzira, y desde un alto contemplase toda aquella tierra de
la otra parte del Xucar, tan hermosa y bien cultivada, tan llena y
fértil de árboles, y variedad de mieses, a causa del riego que el
mismo río hacía por toda ella: y viese que la tierra que desotra
parte del río pisaba, era tan llana y aparejada para producir tantos
y tan diversos géneros de frutos y mieses como la otra, si fuese
igualmente cultivada, y ayudada con el riego del mismo río:
considerando también que este era grande y caudaloso, que podría
así bien dar razón a las dos partes, sin mucha disminución suya:
consultó
sobre ello
con sus ingenieros y expertos. Los cuales tanteada la tierra, y
pesada el agua, hallaron podía muy bien sacarse del mismo río una
muy grande acequia, para regar con ella mayor cantidad de tierra
desta, que de la otra parte del río: y dado que había algunas
notables y bien costosas dificultades para traer la acequia,
resolvieron, que no faltaría ingenio ni industria para vencerlas, y
salir con la empresa. Con esto propuso el Rey en su ánimo siempre
que fuese señor de la villa de Alzira, poner en ejecución esta
obra. Mas aunque el Rey no mandó poner luego mano en ella, hasta
después de tomada Alzira: todavía pues hallamos ya hecha la
acequia, y con tanto ingenio acabada, la describiremos en este lugar
de la historia. Mandó pues el Rey en siendo señor de Alzira, sacar
esta tan principal acequia (que por eso llamaron del Rey) del río
Xucar, y para llevarla se cavó una madre o canal tan profunda y
ancha, que casi cabe y se va por ella la tercera parte del río:
tomando el agua desde un pueblo que llaman Antella, que está junto a
él, tres leguas más arriba de Alzira: cuya canal abraza dentro de
si el término y territorio desotra parte, a modo de una media luna,
conforme al término que está de la otra parte regado con otra
acequia antigua, aunque no tan grande, sacada del mismo río. Pero lo
que más hay que notar en la del Rey es, que no fue parte para
impedir la obra, la extraña dificultad que se hallaba para dar al
agua su corriente: porque se le oponía de travieso, un gran
torrente, o río que hoy llaman de Algemesi, lugar antiguamente
pequeño, y agora es villa grande y de las más ricas del reyno, por
la comodidad del acequia: cuyos márgenes son tan altos, y el agua va
tan profunda dentro dellos, que no se podía pasar ni atravesar con
arcos, o conductos por encima del torrente, ni lo sufría el peso del
agua: sino que con admirable arte de los ingenieros se venció la
dificultad de naturaleza, desta manera. Que antes de llegar la
acequia al barranco, o torrente, abrieron la tierra, y por debajo de
ella a picos, o como mejor pudieron, hicieron una canal, o madre de
más de cuarenta pasos de largo, con tan firmes y bien argamasadas
paredes y con su encaramada bóveda por do encaminaron el agua hasta
que volviese a descubrirse, y pasar adelante y esto con tan firme y
permanecedera obra, que de cuatro cientos años, o poco menos a esta
parte, ni jamás se ha cegado, ni por muchas crecientes y avenidas
del torrente que por encima han pasado, se ha sumido el agua sobre
ella, ni el curso de la acequia poco ni mucho impedido: antes con su
próspera y continua corriente, riega y fertiliza el término de más
de XX lugares, que por la comodidad de la acequia, como está dicho,
se han fundado después acá por los contornos de ella. Y así
comenzando a cultivar y regar aquel territorio, se descubrió tanta
fertilidad y abundancia en todo género de mieses y frutos, que no
solo se iguala con las demás tierras del Reyno, pero en arroz y seda
se aventaja a todas. Porque es tanto el provecho que destas dos
mercaderías de allí se saca, que por ellas realmente vienen a ser
estos lugares los más ricos y prósperos de todo el Reyno.








Capítulo XXII. Como los soldados del bagaje saquearon a Alcocer, y
con otras cabalgadas que el Rey hizo, se volvió a Burriana, y como
se le rindió Almenara.






Llegado pues el Rey
al río de los Ojos, y hecho alto en Maçalaues la gente y soldados
que iban primeros con el bagaje se metieron a saquear el primer
pueblo grande que les vino delante que fue Alcocer, junto, y desta
parte del Xucar, y hecha la presa se volvieron al bagaje y retiraron
hacia donde estaba el Rey. En el mismo tiempo los de a caballo que se
habían echado a la mano izquierda hacia la marina, y habían robado
los lugares de aquella partida que eran aldeas de Alzira, se volvían
al Rey con la presa delante: el cual se detuvo en Albalate de
Pardinas, pueblo que está junto al río, hasta que toda su gente que
se había esparcido a robar se recogiese, y en fin con sesenta Moros
que vinieron a su parte se contentó, y volvió por el mismo camino,
pasando el río de Valencia por la misma puente de Quarte sin hallar
ningún estorbo, ni muestra de enemigos, hasta Burriana, donde
celebró la fiesta de la natividad del señor con mucha solemnidad.
Este mismo día don Pedro Cornel entró allí, con una buena banda de
caballos, y el Rey le dio la gobernación y tenencia de Burriana, con
toda su comarca: y demás de la gente de a caballo, le añadió
seiscientos infantes para que hiciese sus cabalgadas contra Onda,
Nules, el val de Uxò, y Almenara, talando campos y haciendo presas,
conque mantuviese su gente, y amedrentase los Moros de la tierra. A
esta sazón un escudero antiguo de don Pedro llamado Miguel Perez, a
quien había enviado antes con su recámara a Burriana, y tenía
amistad con algunos vecinos de la villa de Almaçora pueblo pequeño,
pero fuerte, y una legua de Burriana, le dijeron que para cierta
noche enviase el gobernador algunos pocos soldados, que les darían
entrada en la villa por aquella parte del muro donde verían un
faron
encendido, y que los repartirían en tres torres, para que
sobreviniendo el ejército se apoderase de la villa: porque así era
la voluntad de los más. Siendo dello contento, y muy alegre Miguel
Pérez: y prometiéndoles sería la villa muy bien tratada, y ellos
bien galardonados del Rey, relató al gobernador su señor lo que de
los de Almaçora había entendido, y hecho trato con ellos: llevó el
gobernador a su escudero ante el Rey, y como supo del trato lo
aprobó. Y luego mandó poner en celada cerca de la villa un
escuadrón de hasta quinientos soldados de a pie y treinta de a
caballo. Destos envió veinte con otros tantos de a pie a las ancas
de los caballos, con la gente que llevaba las escalas, y otros
instrumentos de guerra, guiados por Miguel Pérez. Acudiendo pues a
la segunda vela y hora del concierto, y descubierto el faron,
pusieron las escalas al muro, y subiendo cinco dellos, hallaron a los
del concierto que les ayudaron a subir, y entrar en la villa: y los
llevaron a una casa, donde acudieron muchos del pueblo, y sin
decirles nada los ataron y pusieron en una mazmorra los dos dellos:
pero los tres últimos viendo la traición, escapándoseles de entre
las manos, se acogieron a una torre del muro, y haciéndose allí
fuertes, dieron grandes voces, llamando traición: oyendo esto los
que estaban en celada acudieron de presto y hallando las escalas
puestas subieron el muro, y echadas del abajo las guardas, se
metieron por las casas y calles, y librados los presos, antes que
amaneciese fue la villa ganada, y saqueada, y muertos o huidos los
vecinos de ella. Desta manera se ganó Almaçora sin pérdida de
ningún Cristiano. Entró luego en ella el Rey y reconociéndola toda
puso gente de guarnición, y la incorporó (
encorporola)
en la tenencia de don Pedro, y pues los Moros se habían ido, por ser
pequeña y fuerte, mandó se poblase de Cristianos, a los cuales
repartió las casas campos y heredades, que fueron soldados viejos ya
cansados de seguir la guerra: de allí se volvió a Burriana. La cual
siempre mandaba fortificar y poner en defensa, para de allí
continuar la conquista. Luego salió a dar una vista por todas
aquellas villas y lugares de la comarca que ya se habían ganado de
los Moros, y en esto se detuvo otros dos meses para más animar al
gobernador, y gente de guarnición con su presencia.












Capítulo XXIII. Como llevando el Rey consigo a don Blasco y a don
Ximen de Vrrea se fue para la villa de Montalbán, cuyo asiento se
describe, con los admirables efectos y causas de su frescura.






Asentado ya lo del
gobierno y tenencia de Burriana, y puesto don Pedro Cornel en la
presidencia de ella, partió el Rey para Aragón los últimos de
Mayo, llevando consigo a don Blasco y a don Ximen de Vrrea, que de
fatigados de residir tanto tiempo en Borriana tierra baja y calurosa,
deseaban subir a la sierra para pasar el verano en tierra fresca. Y
porque lo mismo deseaba el Rey, y la guerra daba lugar a ello por
entonces, fue le dicho como ningún pueblo de todo Aragón era más
fresco, ni regalado de verano que la villa de Montalbán, donde
estaba la encomienda mayor del orden de Sanctiago en el reyno de
Aragón
, a medio camino de Teruel y Alcañiz, y a jornada y media de
Zaragoza. Luego se partió el Rey para ella, y llegado a la gran
sierra que llaman del Buytre, recreose mucho con tan larga y
extendida vista de tierras que de ella se descubren y montes a más
de veinte leguas. De allí descendió en unos muy profundos valles,
donde está metido Montalbán al pie de un monte alto y blanco en
medio de un muy ancho valle puesto, por donde pasa un río que llaman
Martín, que más adelante es grande y caudaloso. Descubriose pues el
valle rodeado de montes altísimos, y aunque muy blancos: nace con
todo esto de las entrañas dellos aquella piedra negra que en Latín
llaman Gagates, y en Romance Azabaje: de la cual, parece cosa
increíble, ver las imágenes (
imagines)
y figuras lucientes (
luzientes)
de bulto que los artífices de aquel pueblo
dolan
y acaban con tanta perfección (
perficion),
que como mercadería de valor la remiten con mucha ganancia a
diversas partes del mundo. También se descubrió la grande espesura
de viñas que hay por los montes que están juntos a la villa. Los
cuales puesto que son poco dispuestos para dar pan y otras mieses,
por estar muy inhiestos: están, como dicho es, tan llenos de viñas
y con sus pámpanos hacen tan alegre vista de lejos, que no parecen
otro que las guirnaldas de Baco (
Bacho).
Y es así que el vino que sale de ellas es mucho y muy bueno, con una
propiedad natural de templanza, que por muy largo que del se beba
alegrará bien, pero no desatinará al que le bebiere. La causa que
para esto dan son las cuevas, o bodegas que hay en cada casa de la
villa, profundísimas a pico hechas, y fresquísimas (
frigidissimas)
de verano: porque a causa del gran calor del sol que reverbera por
aquel valle, y es muy caluroso, el frío se recoge a lo íntimo de
ellas, y como se experimenta por los agujeros, o respiraderos que
dellas salen a las calles, echan soplos de viento
frigidissimo,
quando el sol más hierve: llega esto a tanto que como los que de
presto se echan en el río, se espeluznan de frío, así los que
pasan por delante aquellos respiraderos se alteran de tan frío aire
como sale dellos. Con esto las calles y casas están de aire, que se
goza en ellas del más suave fresco que se puede desear por aquellos
tres meses de verano. De manera que el vino y agua salen de las cavas
tan fríos, que bebidos, casi igualan con la nieve. Y esta es la
causa porque bebiendo mucho no se turba el juicio del
bebiente:
por lo que el frío comprime los vapores en el estómago, y no los
deja subir ardientes, sino templados al
celebro.
De aquí se entiende claramente, como está dicho, que para gozar de
todo regalo en el tiempo del gran calor, no hay otro asiento de
pueblo más saludable, ni más regalado que Montalbán en España:
pues allende del beber fresco, y de bueno, también es en el comer
regaladísimo y muy provisto (
proveydo)
de excelentísimo pan, carnes, y cazas. Demás de ser pueblo
regocijado y de gente llana y conversable.












Capítulo XXIV. Del contento que el Rey tuvo en Montalbán, y de las
mercedes que hizo a don Blasco, y de la plática que tuvo con don
Ximen de Vrrea sobre las cosas de Mallorca.






Bien se le pareció
al Rey quedar contento del asiento y templanza de la villa de
Montalbán, junto con el regalo y servicios que los del pueblo le
hicieron el tiempo que allí estuvo, pues como suelen los hombres de
contentos dar en agradecidos, y hacer mercedes, se acordó en ella de
los memorables servicios de don Blasco, así por la libre
renunciación
que le hizo de la villa de Morella, como por el buen consejo que le
dio de comenzar la guerra por Burriana, que por haberle sucedido
también las dos cosas, quiso hacerle mercedes. Y así le concedió,
que de vida suya poseyese a Morella, y fuese señor de ella,
reservando para si solamente la torre más alta y más fuerte del
castillo, que llaman
celoquia,
que debe ser la del homenaje, y que presidiese como alcayde de ella
el Capitán Fernando Díaz, o Ximeno Taraçona con gente de
guarnición. Esta merced la tuvo don Blasco en tan grande estima y
favor, que le besó las manos por ella: y dio su fé y palabra por si
y por su hijo don Artal en presencia de don Ximen y los criados del
Rey, que muerto él, se restituiría Morella a la casa Real sin
contradicción alguna. También confirmó el Rey de nuevo en favor
del mismo don Blasco, para él y a sus sucesores, la donación que le
hizo antes del Condado de Sástago, y lugar de María. Aguardando
pues el Rey que pasase el estío, y solazándose mucho con el buen
fresco de la tierra, vino en buena conversación con don Ximen y don
Blasco, a discurrir sobre las guerras pasadas, y prósperos successos
dellas, hasta que llegaron a tratar de Mallorca, y del pacífico
estado de que las dos Islas gozaban. Con cuyas conquistas, decía,
que puesto que le habían costado trabajos, y sangre de amigos, pero
que había con ellos ampliado y aprovechado mucho a sus reynos, no
solo con la provisión de tantas y tan excelentes mercaderías como
salían dellas: más aun por haber purgado todo aquel mar de los
corsarios dellas, y de la de Berbería: concluyendo, que a no tener
las Islas, fuera vana, y por demás la empresa de Valencia. Y que por
esto tenía más cuidado que nunca del gobierno y conservación de
ellas. A esto salió don Ximeno, que también había tenido cargos en
aquella conquista, y sabía muy bien lo que pasaba por entonces sobre
el gobierno y regimiento dellas, diciendo. Ciertamente, mi señor y
Rey, puesto que no tengáis necesidad de consejo, porque os sobra
para todos, que oiréis de mi, por vía de advertimiento, uno, aunque
falto de prudencia, pero bien cumplido de fidelidad y es que tengo
recelo no se pierdan muy presto esas Islas que tanto preciáis, por
vuestra culpa. Porque todo cuanto
pusistes
de trabajo y diligencia en ganarlas, agora es mayor el descuido y
negligencia que usáis en mantenerlas: por haberlas puesto en mano de
don Pedro de Portugal, hombre (como todos sabemos) para
defendellas,
de los más inútiles y impertinentes del mundo. Como oyó esto el
Rey con tanta verdad dicho, y que lo hablaba Vrrea con afición y
buen celo, se le sonrió, mandando que no pasase adelante
sobre
ello
: porque vería muy presto la
enmienda de su yerno: pues ya don Pedro había salido de las Islas, y
vuelto a Cataluña, y por la recompensa que le había dado de ciertas
villas y castillos, le había vuelto a renunciar las Islas libremente
con todos sus derechos y acciones. Finalmente como comenzó ya el
tiempo a refrescar, hechas por el Rey gracias con algunas mercedes a
los de Montalbán, por el buen servicio y hospedaje que le hicieron,
se partió para Zaragoza, y de allí a Huesca.







Fin del libro nono.