Publicóse esta declaración a 8 del
mismo mes, y que fuese pasado adelante en la causa, no obstante la
excepción del espolio oposada, la cual dijeron que no tenía
lugar en aquel caso, y decían serle lícito al rey aquel modo de
proceder, cuando tiene en tiempo de guerra sospecha contra algún
súbdito suyo. Suplicóse de esta declaración, y no hallo que se
prosiguiese ni hablase más en este negocio, y el rey se quedó con
los bienes de doña Leonor, y viendo que no podía cobrar su
hacienda, se retiró al monasterio de Jijena en Aragon,
donde tenía su hermana; y el rey Alfonso, estando allí a 6
de junio de 1417, le dio 300 florines de renta sobre la bailía
general de Cataluña, y porque por estar lejos érale trabajoso
el cobrarlas, se las conmutó a 15
de marzo de 1424, sobre aquellos 12000 sueldos que el rey
reciba con tres terças en la villa de Sariñena en
Aragon, consignándole 200 libras sueldos jaquesas
pagaderas en el mes de mayo, y esto durante su vida; y después de
haber estado algún tiempo en Jijena, se retiró a una ermita de
Poblet, donde hizo santa vida y ganó más bienes eternos
sirviendo a Dios, que no valían todos los del mundo, como queda ya
referido en la vida del conde don Pedro, donde hablé más
largamente de las virtudes y santidad y feliz muerte desta
señora.
Había ya el rey antes de la sentencia contra el conde
de Urgel llamado a todos los prelados y barones y otros de sus
reinos, para 8 del mes de enero, para coronarse en la ciudad
de Zaragoza, para donde pasó de Lérida a 10 del mes.
Lo que sucedió en su coronación, las fiestas se hicieron, y
mercedes hizo y todo lo demás, cuentan muy largamente Alvar García de Santa María, Zurita y otros muchos.
§ 29. De las imprudentes diligencias que hizo la condesa doña Margarita para sacar al conde de Urgel de la cárcel.
La condesa doña Margarita, que tan perseguida había sido, y tan
acosada y pobre estaba desamparada de todos, tenía confianzas tan
ciertas de volver a su antiguo estado y prosperidad, y ver a su hijo
en libertad, que ninguno de los trabajos que padea la podían
espantar ni humillar; y si indiscreta y arrojadamente se gobernó
después de la declaración de Casp, no fué menos
agora: solo había de diferencia que entonces tenía cabe
sí gente de calidad y noble, pero agora solos algunos criados
indiscretos y de poco saber, lijeros de creer más fáciles de
ser engañados, y gente tan simple, que a cada uno que les decía lo
que ellos deseaban oír daban crédito, y dél se fiaban. Confiada
del consejo, saber y fuerzas de tal gente, luego que el conde
su hijo fue llevado a Castilla, entendió en darle libertad, sin
tener paciencia ni aguardar a ver el rey qué haría o cómo se
llevaría con él. A uno destos criados llamado Pedro
Miron, que era natural del lugar de San Mateo en el reino
de Valencia, envió al rey Luis de Francia y al duque
de Clarensa en Inglaterra, y para que se viera con García
de Sese, de quien hablamos arriba, que en esta ocasión él y
Martin de Sese, y Juan Domenech y otros grandes amigos
del conde de Urgel y de don Antonio de Luna se eran
retirados a Francia, para que alcanzara del duque de
Clarensa le diese a ella alguna villa o lugar de que pudiese
sustentarse, pasando la vida y teniendo donde se recoger, en
caso que hubiera de salir del reino; porque temía que si el rey
sabía lo que ella trabajaba por la libertad de su hijo no la
castigase: y que hiciese que García de Sese, valiéndose de aquellos
príncipes, entrase con buen ejército por esta tierra, y
entrase por Aragón, y fuese a poner sitio al castillo de
Ureña, donde el conde su hijo estaba, y no se partiese de allí
hasta haberle dado libertad, y que ya que entrase no fuese con poca
gente, porque no haría sino correrías que seian de poco efecto.
Llegado este hombre a Francia, halló a García de Sese en un
lugar llamado Sordo, cinco leguas de Bayona, y le
esplicó la comisión que llevaba y el fin de esta mensajería;
y él le dijo que el duque de Clarensa en aquella ocasión no podía
valer a la condesa, ni con gente ni con hacienda; pero no contento el
Pedro Miron desto, pasó a Inglaterra a hablarle con aquel
príncipe, que fue el que más favoreció las cosas de don
Jaime, y le dio larga noticia de los sucesos dél, y del triste fin
habían tenido sus pretensiones, y le suplicaba que cumpliese con lo
que le había prometido en la liga y confederación entre ellos
hecha, de que había auto público que el conde le dio a él, cuando
salió de Balaguer para meterse en poder del rey, y se lo dio
a él, que lo tenía muy bien guardado; y que había muchos que le
cargaban a él por no haberle ayudado, según estaba entre ellos
concordado, y que si quería volver a emprender lo que estaba
concertado entre ellos, aquí estaba M.° Garcia de Sese, que
le daría entrada por Jaca, donde aun tenía amigos; y el
duque le dijo cuanto le pesaba de los malos sucesos del conde de
Urgel, y no le parecía cosa acertada venir él con armas en estos
reinos, estando él preso, porque viniendo a contemplación suya, y
por su libertad, sería muy contingente que el rey le mandara matar;
y le parecía mejor y más acertado, que valiéndose de sus amigos y
parientes, les escribiese, porque los unos suplicándolo y pidiéndolo
al rey, y otros (no alcanzando nada los primeros ) ayudando con
dinero para dar a las guardas, se procurase su libertad,
que era lo que todos deseaban; y así escribió el duque al rey de
Portugal, a la reina de Castilla y a la duquesa de
Berri muy apretadamente sobre esto, y con esto le despidió.
A la vuelta pasó a París, y habló con el rey de Francia, y le
hizo acordar que ya García de Sese le había dicho que si él quería
emprender la conquista de la corona de Aragón, él tenía
poder del conde de Urgel para cederle su derecho; y el rey le
dijo, que él había de venir a Proensa, y trataría con
García de Sese lo que había en esto y mandó dar a Pedro
Miron seis escudos en una moneda de vellón llamada
blancas, y le despidió.
De aquí fue a ver a la duquesa
de Berri, que era prima del conde don Pedro de Urgel, y la
halló en un castillo de Alvernia llamado Mancuirol, y
le dio las letras que llevaba de la infanta y de la
condesa, y una del duque de Clarensa; y esplicada
la creenza contenida en ellas, le pidió alcanzase letras
del rey de Francia y del duque de Berri, y del conde
de Armeñac y de otros señores para el rey, pidiéndole la
libertad del conde de Urgel y restitución de su estado o parte dél,
con que, cuando tuviese libertad, pudiese vivir; y que si el rey de
Francia por sus ruegos no venía en esto, que le favoreciese para que
con dineros o de otra cualquier manera le sacase de la cárcel: y la
duquesa le dijo, que ella ya tenía letras del rey Luis, que
decían de Nápoles, para el de Aragón, y de otros
señores de Francia, salvo del duque de Berri y del conde de Armeñac, y tenía por cierto que si con el rey de Aragón
no acababan nada estas cartas, a lo menos servirían de indignar al
rey Luis y demás señores contra el de Aragón, y de esto
siempre se sacaría algún fruto; y fue fama que estando aquí Pedro
Miron, intentaron valerse de mágicos para sacar a don
Jaime de la prisión, y ofrecieron estos de darle libertad, y
pidieron por ello 15000 escudos, que les fueron prometidos
después de libertado, y de antemano pidieron 200 para el gasto de
ciertas camisas se habían de hacer, una para don Jaime, y dos
para los que le habían de ir a libertar; y vestido cada uno de su
camisa, irían por el aire donde querrían: pero la
duquesa, aborreciendo tales medios, mandó que en eso de los encantos
no se hablara más.
Despedido de la duquesa, se vino a Morella
en el reino de Valencia, donde halló a la infanta y a
la condesa; y les desengañó de las confianzas tenian
de aquellos príncipes, y que solo había habido letras
del duque de Clarensa para el rey de Portugal y reina
de Castilla, en que les pedía intercedieran con el rey para la
libertad del conde de Urgel. Díjoles también como había hallado a
García de Sese, Berenguer de Fluviá, Gilabert de Canet, Juan
Domenech y otros amigos del conde, que habían sabido dar mejor cobro
a sus personas, y estaban retirados en aquel reino, y trataban de
buscar forma como se hiciese una buena entrada en estos reinos,
cobrando aquellos para el conde de Urgel; y aun decía, le habían
dicho que sería luego, que guardasen las banderas y pendones
reales que el conde tenía hechas, para arbolarlas cuando
fuesen entrados, para mover con esto los ánimos de la gente de esta
corona; y García de Sese estaba más animoso que nunca: y la
condesa estaba tan contenta desto, como si ya tuviese su hijo fuera
de la cárcel y hubiera cobrados sus estados; pero la infanta
tenía pesar destos negocios, y decía que todo eran temeridades y
imposibles, que mejor le fuera a García de Sese hacer que con
embajadas y cartas se pidiese la libertad del conde, y dejarse de
meter gentes forasteras; pues el confiar de tales entradas,
nos ha perdido y acabado del todo: y es cierto que si aquellos
príncipes creyeran lo que García de Sese les decía,
hubieran dado harto qué pensar al rey.
Desde Valencia
enviaron a Pedro Miron al reino de Portugal, y allá dio las
cartas que llevaba del duque de Clarensa, y otras de la
infanta y condesa de Urgel, para el rey, el cual le
dijo que volviese otra hora, que él daría la respuesta; y esta fue,
que pues todas aquellas letras eran de creenza, que la
esplicase; y así dijo como aquellos señores le suplicaban
que enviase un embajador al rey de
Aragón, para pedir la
libertad del conde de Urgel; y que cuando esto no le pluguiese,
que se lo escribiese, que así lo habían hecho el rey Luis y otros
señores de Francia: y el rey de Portugal dijo, que por no hacerse
sospechoso al rey de Aragón, no podía hacer lo que se
le pedía. Entonces le replicó, que pues no podía hacer lo que se
le suplicaba, a lo menos se sirviese, que si el conde, o por
trato o de cualquier otra manera salía de la cárcel, le diese paso
y seguro por sus reinos hasta la mar, para que
pudiese meterse en alguna nao y pasarse a Inglaterra; y
el rey, oído esto, quedó algo suspenso, y después le dijo que la
reina de Aragón era su prima, y que entre los hijos
suyos y della había muy cercano parentesco, y que él no daria lugar
a tal cosa como le pedía, ni a otra que pudiese causar tal daño
como esta al rey de Aragón; antes bien desengañaba que si
don Jaime se salía de la cárcel y pasaba por su reino y él
lo sabia, le haría prender, y preso le volvería al
rey de Aragón; y que sobre esto no se hablase más. Visto lo
poco que había acabado con aquel rey, no quiso dar una carta
que llevaba del duque de Clarensa para la reina de
Portugal; y porque estaba sin dinero, pidió al rey por medio de
un criado de su casa, que le favoreciese, y le mandó dar veinte
escudos y un salvoconducto para todos sus reinos. Visto lo
poco que había alcanzado del rey, fue a M. Francesch de Vilaragut, caballero catalán que estaba en aquel
reino, y llegó en ocasión que estaba muy enfermo, y los médicos
no quisieron dar lugar a que le hablasen ni le metiesen en cosas de
negocios; y así se fue a hablar al conde de Bracelos, y menos
pudo, porque estaba entre Duero y Miño: solo halló a
Ñuño Sanchez, que era al Algarbe, en un
lugar suyo llamado Portel. Dióle las cartas del duque
de Clarensa, y esplicó su creenza y lo que le había
pasado con el rey de Portugal, y le dijo que pues el rey le había
dado tal respuesta, él no quería meterse en aquello ni lo haría
por todo el mundo. Quiso saber qué negociaciones tenía hechas el
conde de Urgel; y él dijo que no había hecho más de que el rey de
Francia y otros señores de aquel reino lo habían escrito al
rey de Aragón, y él había de ir a la reina de Castilla con letra
del duque de Clarensa para lo mismo; y si con estas diligencias no
obraban cosa, probarían si dando dinero a las guardas podrían
hacerle escapadizo; y le rogó que si sobre esto sabía alguna
traza se lo dijese, porque era obra de misericordia, pues daba
libertad a un preso injustamente. Ñuño Alvarez (arriba
pone Sanchez), admirado de la simpleza del tal mensajero,
le dijo que después del rey de Portugal tenía por su señor
al de Aragón y sus hijos, y por cuanto había en el
mundo no le quería disgustar, antes le servira en todo lo que fuese
posible, y así le despidió.
Salido de Portugal, se fue
para Castilla, para hablar con la reina, que en aquella
ocasión estaba en la villa de Fromesta; y si no fuera por
temor que no le prendieran, hubiera llegado a Ureña a visitar
al conde de Urgel; pero no se atrevió. Antes de hablar con la reina,
se vió con Juan Alvarez de Osorio, que acompañándola
había pasado por Ureña, y había entrado a visitar al conde.
dio Pedro Miron a Juan Alvarez razón de todo lo que le había
pasado, y la respuesta que le dio el rey de Portugal, y la confianza
que tenían de que el rey Luis lo escribiría al de
Aragón; y que era venido para dar una carta del duque
de Clarensa para la reina, porque por medio de su
embajador pidiese la libertad del conde de Urgel; y no
queriéndolo hacer, a lo menos hiciese que el rey de Castilla
su hijo lo pidiese al rey de Aragón, de quien se decía que había
de ir a Castilla; y que cuando el de Aragón por ruegos no lo
quisiese hacer, buscarían otros modos para sacarlo de la cárcel,
porque no le faltaban deudos al conde que daban 15,000
escudos cuando le hubiesen librado della; y esto le dijo que no había
de ser porque el conde hubiese de hacer guerra al rey, sino solo
porque saliese de la cárcel, y se lo decía esto en secreto, por
saber que él era muy buen caballero, y no lo había de descubrir,
pues era a fin de hacer una obra tan buena como era sacar un preso de
la cárcel; y aun le pidió consejo si esto lo diría a la reina,
y Juan Alvarez le dijo, que pues él llevaba carta de su sobrino
el duque de Clarensa para la reina, que la diese y que
la informase, que tal cosa le diría a él solo que no diría a otro;
y así por medio de Juan Alvarez tuvo entrada y dio la carta a la
reina, y le descubrió los tratos en que andaba y sus
pensamientos; y la respuesta que llevó fue, que la reina mandó a
García Sanchez, su alcalde, lo llevase a la cárcel,
donde se le tomó la deposicion de todo, y se dio aviso al
rey, y con esto dio fin a su mensajería.
A mas desta tan bien lograda diligencia, se hizo otra, y fue enviar
un capellán de casa la infanta, que era su limosnero,
llamado Pedro Martin, al papa Benedicto de Luna y al
cardenal de San Jorge, porque intercedieran con el rey
por la libertad del conde, y para que les
volviese su hacienda y patrimonio; pero acabó poco con ellos,
porque eran más amigos del rey que del conde.
Mientras se trabajaba en estas embajadas, hacía la condesa
todas las diligencias posibles en hallar un hombre que quisiese
meterse en servicio de Pedro Alonso de Escalante, castellano
de Ureña, porque haciéndose familiar y casero, alcanzase ser
guarda del conde, y parte para que que le echasen de la
cárcel, o matando los guardas, o corrompiéndolas
con dinero, o del modo que mejor les fuese posible; y para más
facilitar esto, daba entender que el rey de Portugal, luego que
saliese de la cárcel, le acogería en su reino, y que Bernardo de
Forciá, que no sabía nada desto, y era tío de la
infanta y hermano de la reina doña Sibilia,
dejaría una galera que tenía para llevarlo a Monferrat al
marqués su hermano, y que ella pagaría muy bien a
todos los que supiesen y ayudasen en este hecho; y no faltaban
algunos que, codiciosos de las grandes promesas que hacía, quisieron
emprenderlo; pero había tantas dificultades, que era imposible salir
con ello, y más siendo cosa de notable deservicio del rey.
La pasión y ceguera de la condesa era tal, que se fiaba de
cualquiera, y solo le jurase secreto, le comunicaba no solo lo que
era posible de hacerse, pero aun sus íntimos pensamientos y primeros
movimientos. Había un vagamundo que se llamaba N. Amorós,
hombre vil y bajo; y deste fiaba la condesa la libertad de don Jaime
su hijo, prometiendo 100 florines, si hallaba hombre que
quisiese emprender este hecho; pero como este era hombre ignorante y
grosero, y sabía que no era para tal empresa, lo comunicó con un
bellaconazo disimulado del reino de Murcia, que se
llamaba Alfonso Mendez, que se acaró con la condesa, y
después de haberle con juramentos terribles prometido el secreto, le
prometió de servirla en lo que le mandase, comunicándole ella todos
sus pensamientos; y en particular le pidió si hallarían cómo dar
al rey cierta cosa que le quitaría la vida dentro de
poco tiempo, de lo que él mostró escandalizarse, y dio entender a
la condesa la dificultad había en ello, por estar el rey
con muchas guardas, y tener cabe sí servidores que
cuidaban mucho de su salud y vida. La condesa, pues el otro le
desviaba aquello, le metió en otras materias, y fue si sabía el
hombre que quisiese ir a Castilla, para tratar con los que guardaban
a don Jaime le hiciesen escapadizo; y era buena aquella ocasión,
porque había sabido ella por medio de un criado del conde, que había
venido de allá, que estaban cubriendo de madera el aposento donde
estaba su hijo, y por una ventana le subían, y había en ella una
cuerda por donde podía escalarse, y era fácil entrar en el
castillo, porque por causa de la obra había muchos que entraban y
salían: y aun daban otra traza, que era dar yerbas a Alfonso de
Escalante, porque turbadas las guardas con la muerte
dél, pudiesen efectuar lo que deseaban. Todo esto comunicó la
condesa, y mucho más, con este hombre, que se ofreció de hacer lo
que ella quería, y decía tener un hermano bastardo que estaba en
guarda del conde; y con este intento se partió de Zaragoza,
donde en aquella ocasión se hallaba la condesa, y apenas hubo
caminado algunas leguas, que temió que aquel Amorós que
sabía que él trataba estas cosas con la condesa no fuese
descubierto. Esto pasó en la pascua de Resurrección del año 1414:
y era este Alfonso Mendez de casa del rey, y le había
hecho merced de dos lonjas, y le tenía de espía,
según conjeturo y se vio con lo que hizo, porque pasó a Murcia
para comunicar todo esto con Alfonso Yañez Fajardo, que era
deudo y amigo suyo y vasallo del rey, y tomar su parecer, y para que
hiciese sabedor al rey de los tratos de la condesa; pero el Fajardo
le dijo que no eran cosas aquellas que sin testigos de lo que él
decía se pudiesen decir al rey, que no era hombre lijero de
creer; y el Alfonso le dijo, que no había otro testigo sino
un caballero de casa la condesa, que se llamaba Ramon Berenguer de
Auriachs, que lo sabía todo; pero decía que no faltaría traza
con que todo esto lo supiese la persona que el rey quisiese. Con
todo, les pareció a los dos bien, por evitar el daño que se podía
seguir mientras tardaba esto a llegar a noticia de Escalante, que se
lo fuese a hacer saber; y así se fue de camino a Ureña, y lo
dijo todo a Alfonso de Escalante, y quedó admirado, y
parecióles escribirlo al rey, el cual luego mandó que pusiesen
buenas guardas al conde, y que Alfonso Mendez se
viniese para él, y llevase algunas de las señales había
entre la condesa y su hijo, que según ella había
dicho, eran tres, o escrito de mano del conde, o lo que le
dijo cuando se despidió dél en el castillo de Lérida,
o cierto bolsón que le había dado; y Alfonso Mendez procuró
haber el bolsón o escrito de mano del conde. Pero Alfonso de
Escalante le dijo, que esto era casi imposible, porque don
Jaime había hecho propósito, mientras estuviese preso, de no
escribir de su mano a persona alguna; y lo del bolsón era
asimismo, porque él tenía cinco bolsones y no sabían cual
era el del señal, y era fácil tomar uno por otro.
Ofrecióle de darle lugar si quería hablar con el conde, pero él no
lo quiso aceptar, porque decía, que si después por otra ocasión
salía de la cárcel, no le diesen a él la culpa; y porque no
llegase sin señal a la condesa, le dieron una camisa
que ella le había enviado, y algunas emprentas del anillo
del conde, que el carcelero tenía en su poder; y con
esto se vino a Cataluña, y llegado a Lérida, donde
vivía la condesa le dio entender que había hablado con el conde, y
había dado aquella camisa y aquellos sellos, que él
había hecho de su mano en aquella cera, y que T. Tello
y Rodrigo de Vila-Santa, que le guardaban, lo habían
visto; pero a la condesa esto no se le acertaba, antes le dijo porque
no había llevado el bolsón; y él le dijo que el carcelero
le tenía contadas todas las joyas y demás cosas que tenía,
y que sí se lo hubiese dado, lo hubiera hallado menos. Luego
dijo ella: - Lo mismo será de la camisa. - Dijo él: - Nó,
porque delante del carcelero la había dado a Tello, uno de
las guardas, para que se la diese a él. - Y como ella estaba
tan ciega en este negocio, lo creyó todo. Hablaron largamente, y
dijo a la condesa mil mentiras, y ella a él otras tantas, y parecía
que iban a porfía quien más mentiría, y ella lo hacía para más
animarle en que entendiera en la libertad del conde. Certificóle que
el rey de Portugal favorecía al conde de gente y dineros, y que
saliendo de la cárcel le acogería en sus reinos, y que la duquesa
de Bar le valía con 12,000 florines, y que su hermano el marqués
de Monfernat, con ayuda del emperador, cuyo vicario
general era, le favorecería para conquistar el reino y
islas de Mallorca, que decía pertenecerle, y que el rey de
Portugal quería emprender la conquista de Sicilia, y otras
mil cosas semejantes. Partido de Lérida el Mendez, se vino a
Momblanc, donde el rey había de celebrar cortes;
y llegó el mismo día que el rey, y le dio cuenta de todo lo que
queda dicho, y el rey al principio no lo podía creer; y porque no
dudase en ello, le ofreció Alfonso Mendez, que si le daba un
hombre de confianza que supiese hablar castellano, le daría
probado todo lo que queda dicho, y aun mucho más. Dióle el rey para
esto a Pedro Sorano, que era escribano de ración de su
casa y corte, y le encomendó con grandes veras que
procurase de saber todo lo que le habían dicho de su propia boca
della, y le tomó juramento que le diría verdad de todo lo
que pasaría, y que hiciese aquello que Alfonso Mendez le
diría, que era el que le había de instruir en aquel hecho.
Partiéronse los dos para Lérida, y el Sorano se mudó el
nombre y tomó el de Juan de Valladolid; y venidos a
Lérida, antes de hablar con la condesa, se vió con R. Berenguer
de Auriachs, que le dio noticia de todo lo que él sabía, porque
a mas de ser hombre simple, era hablador; y fueron por orden
de la condesa al monasterio de San Agustin, donde Ramon de
Auriachs les tomó el juramento de que guardarian secreto de todo
lo que se les dira: y lo bueno era que antes de jurar, ya les había
dicho todo aquello que más había de ser secreto, y ellos querían
saber. Aquella tarde tarde fueron a visitar la condesa, y le
dieron una letra de creenza, haciéndole creer ser de Tello
y de Rodrigo, que eran los que decían guardar el conde; y
Ramon B. de Auriachs afirmó ser así, porque él conocía los
sellos dellos. Pedro Sorano le dijo que él era primo
de Rodrigo de Vila-Santa, que le enviaba a ella para averiguar
si era verdad que ella hubiese prometido lo que decía Alfonso
Mendez, si hacía escapadizo a su hijo; porque si era verdad, él
traía orden de asegurarse della, o con juramentos o como mejor
pudiese, de que cumpliría con todo efecto lo tratado, que era dar a
Tello 5000 florines y a Rodrigo a su hija
doña Cecilia por mujer; y ella dijo dijo que sí; y le
hizo escritura sellada con su sello, que era una flor
de lis en cera negra, y decía que estimaba más darla a
éste, con que sacase a su hijo de la cárcel, que a don Bernardo
de Cabrera, que se la pedía por mujer, y era un caballero muy
principal de Cataluña y tenía grandes estados en
ella, y aun le hacía dote; y acordaron que si otro, que a
mas destos dos también guardaba a don Jaime, no quería
consentir, que le matasen; aunque por ser recién casado, les daba
poco cuidado, porque a las noches dormía con la mujer, y así solo
quedaban dos guardas y no más. Descubrió la condesa a este Pedro
Sorano todos sus pensamientos y todo lo que había pasado, y le dio
letras de creenza para Rodrigo de Vila-Santa, y un
papel sellado, con ciertos polvos que bebidos con
vino causaban sueño, y los había hecho un Juan de
Calatayud, de quien después hablarémos; y con esto se
partieron de Lérida para Momblanc, a referir al rey lo
que habían oído de la condesa.
§. 30. Continúa la condesa doña Margarita las diligencias para libertar al conde su hijo, y sábelo el rey.
Tenía la infanta en su casa un
sacerdote llamado Bernardo Martin, que la servía de
limosnero; era hombre bueno y sin malicia ni doblez, natural de
Ripoll. Con este, en el mes de abril 1413, trabó gran amistad
un Diego Ruiz de Mendoza, que era espía del rey
y se hacía gran maestro de declarar los vaticinios o profecías que
corrían en aquellos tiempos entre la gente ignorante, como vimos
arriba. Este buen clérigo era muy codicioso de entenderlas, y
así con facilidad trabaron amistad los dos. Mostrábase este Mendoza
muy apasionado por el conde y sus cosas, y un día le dijo,
cómo era posible siendo él castellano y de casa del rey,
y estando su mujer en servicio de la reina, se apasionase
tanto por el conde de Urgel, si por ventura sería espía,
que por descubrir los pensamientos de la infanta y condesa
se metiese tanto entre ellas; y él le dio tal satisfacción, que le
dejó persuadido que solo le movía el provecho y honra del conde de
Urgel, y no otra cosa alguna, y vería con la esperiencia que
con los amigos que daría, quedaría el conde avisado de muchos
sucesos futuros, y evitaría algunos infortunios que le amenazaban; y
él estaba de esto tan satisfecho, que lo comunicaba con el conde y
gustaba de saberlos, y si no los entendía, pedía se los declarase
más, y él hacía sus declaraciones y glosas, y las daba a este
clérigo, que las llevaba al conde, porque gustaba dellas, pues le
anunciaban en la resistencia que hacía al rey prósperos fines.
Después de preso el conde, entró por su medio de privanza de la
condesa y de la infanta, y cada día iba en su casa, y les
seguía así en Lérida como en Zaragoza, donde estuvieron algún
tiempo, y cabía en todos los secretos dellas, y no hacían ninguna
cosa que no se la comunicasen; porque era hombre que en cualquier
materia luego encajaba sus lugares de profecías, y declarándolas a
su modo, las consolaba y aseguraba buenos fines y felices sucesos,
como si dependieran de su voluntad y no de la providencia divina; y
llegó a tanto su desvergüenza, que dijo a la condesa, que no diese
a su hija doña Cecilia a don Bernardo de Cabrera, porque había de
hacer gran casamiento, según hallaba en sus libros; y ella era tan
loca, que fiando desto, entretenía a don Bernardo. Estando la
infanta y condesa en Zaragoza, en febrero de 1414, llegó un servidor
del conde que venía de Ureña, llamado Juan de la Cambra.
Éste comunicó a este Mendoza, por verle tan de casa de la infanta,
todo lo que habían pasado él y el conde, y le dijo le había
encargado que dijese a la condesa, cuidase que el trato de Inglaterra
de cierta gente de armas que había de venir para sacarle de la
cárcel se efectuase, y muchas cosas que se urdían por su libertad,
y como este bellaconazo era tan disimulado, creían en él
como si fuera una persona que mucho tiempo hubieran conocido y
esperimentado, procurando en todo su consejo y parecer.
Estando en esta buena reputación y crédito, se les ofreció haber
de enviar al emperador y al marqués de Monferrat una persona para
tratar con ellos, que pidiesen la libertad del conde; y por esto
escogieron este Ruiz de Mendoza, a quien lo dijo de parte de la
condesa y infanta M.° Berenguer de Barutell, arcediano
de Santa María de la Mar de Barcelona, que era
pariente destas señoras, rogándole que emprendiese aquel viaje que
habían ya antes querido cometer a Berenguer de Spes,
caballero, y lo habían dejado porque era hombre noble y había de ir
con mucho gasto, y no era hombre elocuente ni verboso, y que
así lo encomendaron a él; y como era esto lo que deseaba, lo aceptó
de muy buena gana, y le dieron sus instrucciones; y la condesa, para
más instruirle, le dijo como ella había comunicado todos sus afanes
con un embajador del emperador, que había estado en estos reinos
poco había por razón de concertar la cisma, y le había
rogado que intercediese con el rey por la libertad del conde, y
él no lo quiso hacer; antes dijo no serle lícito pedir o tratar mas
de aquello para que era venido: pero le aconsejaba que enviase una
persona al emperador y su hermano el marqués de Monferrat, que
pidiese la libertad de su hijo y restitución de sus bienes, que él
ayudaría todo lo posible haciendo los buenos oficios fuese menester,
porque él era muy servidor del marqués, y tenía un hermano que
vivía en tierras suyas; y si le quería escribir, él daría las
cartas, y llevaría en su compaña a la persona que ella
enviase al emperador, y le aguardaría en Narbona, para que de
allí adelante fuesen juntos; y agradecieron mucho a este Mendoza que
emprendiera este camino. Vióse antes de partir con el embajador del
emperador, y le espió su pecho, y le metió luego en declaraciones
de profecías, y le dio algunos papeles dellas con sus
interpretaciones, porque le había dicho el embajador que el
emperador gustaba dellas y tenía buenos astrólogos en sus
tierras. La condesa y la infanta le dieron para el gasto del camino
70 florines, firmas dellas en blanco, y muchas
emprentas de sus sellos, para que el marqués su
hermano, en nombre dellas, escribiese al emperador, y si era menester
al papa Juan y otros a quien fuese conveniente; y en
particular le encargaron que hiciese de manera, que el emperador y
marqués de Monferrat escribiesen al de Inglaterra, que escribiese a
la reina de Castilla, que sacase al conde de la cárcel en que
estaba, y lo enviase a Inglaterra; y que si la reina de Castilla no
quería hacerlo, que enviase sobre esto embajada al rey de Aragón; y
no queriendo hacerlo, a lo menos que alcanzase del rey que
restituyese a la infanta y sus hijas y a ella lo que les había
quitado; y sobre esto hicieron sus instrucciones: y aunque deseaba
mucho el Mendoza llevarse el proceso o alegaciones hechas en favor
del conde, pero no se las quisieron dar, temiendo que si el rey sabía
que revolvían aquello, no hiciese matar al conde, y ellas no querían
aventurar la vida dél; pero el Mendoza siempre replicaba que era
bien que el emperador y demás señores que habían de valer al conde
supieran la justicia que tenía, para que tuviesen más ánimo de
favorecerle; pero no hubo lugar en aquella ocasión que se las
llevase. Acordaron también de dar forma como escribiéndose no fuesen entendidos, y así hicieron un memorial en que
mudaban los nombres a las personas de quien habían de hablar
en sus cartas, y cada uno se quedó con el suyo; y estos eran nombres
sacados de las profecías que él daba entender que sabía, y por ser
cosa entretenida los pongo aquí:
Al papa, llamaban el señor de las abejas. - Al rey Lancelao de ...., el Antecristo de Oriente.
- Al de Inglaterra, el señor de la colmena dulce. - Al
duque de Ayork y su hermano, los hijos del alto padre y de la
baja madre. - Al papa Benedicto de Luna, el gallo. - Al emperador, la
bestia de los dientes de hierro. - Al rey de Francia, la flor mayor
de los egipcios. - Al rey Luis, la flor menor de los egipcios. - Al
príncipe de Inglaterra, el león de la gran ventura. - A Génova,
puerto de tribulación. - Al rey Fernando de Aragón, el
perro rabioso. - Al rey de Portugal, el puerco occidental. - Al
conde de Urgel, el amargo y el durmiente. - A las galeras,
langostas. - A las naves, ballenas. - A la reina de Castilla, la
encerrada. - Al rey de Castilla, el nacido del olmo. - A Aviñon, la
ciudad del pecado. - Al marqués de Monferrat, el buen Farreron.
Desto dejó un memorial a la condesa, que después le hallaron en
sus escritorios, y él se llevó otro; y a 24 de mayo se partió el
dicho Pedro Martin, que se quedó en la Seo de Urgel, y él
continuó su camino hasta llegar a Lombardía, y en un pueblo
llamado Puente de Scura, halló al
emperador y al marqués,
a quien dio las cartas de su hermana y de la infanta; y el marqués
quedó muy maravillado del estado de las cosas dellas, y preguntó
muy en particular de la prisión del conde, y cómo había sido,
porque de todo estaba muy ignorante; y estaba muy maravillado que
habiendo tantas novedades en las cosas de su sobrino, no le habían
escrito nada ni dado razón dellas, ni menos había sabido nada de un
trato que por medio de Juan Domenec y de un religioso dominico
había movido el conde sobre la conquista del reino de Sicilia,
ni de los conciertos della: y el Mendoza le escusó como mejor
supo, y le dio largas nuevas de la condesa y de la infanta y de las
hijas de las dos, y que la condesa deseaba salirse destos reinos, y
retirarse fuera dellos. Mandó el marqués en las firmas y sellos que
llevaba en blanco cartas de creenza para el emperador, y el día de
San Juan de junio se las dio y le esplicó la creenza, salvo
en lo que tocaba a escribir a la reina de Castilla que le sacase de
la cárcel, porque en vez de esto, solo le escribió que rogase al
rey que lo sacase y hiciese lo demás que le encomendó la condesa.
El emperador le remitió a su canciller, y este se quiso informar de
todo, y dijo que el emperador había de ir a la ciudad de Aberna,
y de allí había de enviar un embajador a Inglaterra, que de su
parte trataría el negocio de la infanta y condesa, y que le
siguiese; pero el Mendoza no quiso, porque no llevaba harto dinero ni
sabía la tierra, y así un hermano del marqués, que iba con el
emperador, se encargó de lo que el Mendoza había de hacer.
El Mendoza, que había ya descubierto la intención del marqués y visto
lo que podía confiar la condesa del emperador y de su hermano, se
despidió dél, y le dijo que dijese a la condesa su hermana, que no
le parecía ni era acertado saliese ella de los reinos, sino estar en
ellos trabajando por la libertad y honra del conde su hijo, y que él
tendría cuidado de socorrerla con dinero; y le hacía saber como en
aquellas partes se hacían grandes aparatos contra el infante de
España y papa Benedicto de Luna, y que sería acertado que ella
enviara el proceso y alegaciones en que fundaba el conde su justicia,
porque visto el negocio, el emperador deliberaría mejor lo que
debiera hacer; y con esto y letras de creenza que le dio el marqués,
se vino a España, y a 4 de agosto llegó a Morella en el reino de Valencia, donde halló a las infanta y
condesa y al arcediano Berenguer de Barutell, y les dio
relación de lo que había pasado. Quedaron todos muy contentos de lo
que les dijo este socarrón, y creían en él tanto, que le daban
noticia de todo lo que sabían y de lo que Pedro Miron había hecho
en Francia y Inglaterra, y daban ya por hecho todo lo que él había
pedido y deseaban alcanzar de aquellos reyes; y parece que la condesa
quería engañar al Mendoza, y este la engañaba a ella.