lunes, 25 de octubre de 2021

VI. DESASTRE DE FELANITX. 31 de marzo de 1844

VI. 

DESASTRE DE FELANITX

31 DE MARZO DE 1844. 

I.

La catástrofe horrorosa ha tenido lugar en el pueblo de Felanitx: no la anunciamos a nuestros lectores, porque ninguno de ellos la ignora; no pedimos sus lágrimas, porque todos han llorado de lástima y de espanto: apuntamos solamente una fecha más en el calendario de las grandes calamidades. Solemnizamos una nueva fiesta de dolor, indicamos una amarga fuente de lúgubres y aterradoras inspiraciones. 

II.

Como un hijo indócil y presuntuoso que abandona la casa paterna en los primeros días de su juventud, que orgulloso de sus fuerzas rompe los lazos de familia, quiere vivir por sí mismo y olvida las tradiciones de sus antepasados; nuestro siglo pupa para emanciparse, para sacudir también la tutela de los siglos anteriores, y quebrar la cadena misteriosa que el tiempo va forjando lentamente. Pero los poetas que viven de recuerdos cantando antiguas glorias, o lamentando pasados infortunios, se esfuerzan en soldar los eslabones entreabiertos, y derraman sobre el corazón de sus contemporáneos parte del júbilo o de la aflicción de las generaciones ya difuntas. ¿Podríais permanecer insensibles a la relación de los estragos que causó un día el arroyo, por cuyas orillas os paseáis ahora indiferentes? Podríais leer con ojos enjutos la triste descripción de aquellas inundaciones espantosas, que arrastrando las puertas de la ciudad, desmantelando sus muros y bramando por sus calles, derruyeron centenares de edificios, y arrebataron en una sola noche millares de víctimas que reposaban descuidadas en brazos de un sueño voluptuoso o tranquilo? 

No resonarían en vuestros oídos los gritos de tantas viudas desoladas, de tantos huérfanos infelices, de tantos que vieron sepultarse en aquella tumba improvisada el báculo de su ancianidad o las flores de sus cariños y esperanzas? No os consternaría el recuerdo de aquella general consternación? 

Así también se acongojarán, y se estremecerán, y llorarán las generaciones venideras, cuando se les diga que de un viejo cementerio salió de improviso la muerte, y en un momento diezmó la población de Felanitx. Faltarán los testigos de este desastre, y no quien le llore; las lágrimas que arrancará todavía sobrevivirán a sus lamentables resultados. 

III. 

Celebrábase una función piadosa: el pueblo y el clero reunidos en devota procesión recordaban el camino que anduvo Jesucristo desde el pretorio de Pilatos hasta la cima del Calvario: un canto unísono, pausado y penetrante dominaba el sordo rumor de los pasos y el movimiento de la multitud, que se abría en dos filas para ver la procesión, o la seguía lenta y compungida: un sacerdote de vida ejemplar, de costumbres puras y corazón ingenuo, descalzo hasta las rodillas, vestido de oscura túnica, coronado de espinas y llevando una cruz acuestas, figuraba al Hijo del hombre enmedio de dos ladrones, y seguido de aquellas turbas de pueblo, y de mujeres que plañían y lamentaban su acerbo suplicio. Las nuevas autoridades presidiendo este acto religioso inauguraban esta vez su dignidad: y la voz de un orador cristiano, enérgica por la situación y elocuente por su sencillez, resonaba en señalados trechos para explicar uno por uno los acontecimientos de aquel doloroso camino, y arrancar de sus oyentes lágrimas de compasión y de penitencia. Era aquello la anual representación de un misterio cuyo desenlace es la muerte del Redentor, y la muerte sorprendió a los actores y espectadores casi al principiarse la jornada: sufrieron lo que iban a meditar.

IV.

En aquel momento recordaban a la santísima Virgen, cuando salía al encuentro a su divino Hijo en la calle de la Amargura; en aquel momento los dolores de la Madre a vista de los padecimientos del Hijo, la inmensa aflicción del Hijo a vista de las angustias de la Madre, ocupaban la atención de todo el pueblo; en aquel momento, cuántos hijos presenciaron la rápida agonía de sus madres! cuántas madres abrazaron los mutilados cadáveres de sus hijos! 

V. 

Osaréis preguntar a Dios por qué descarga la vara de su justicia sobre un pueblo, cuando este levanta su corazón y sus ojos al cielo, cuando a lo menos por un momento se despoja del hábito de pecador y viste el sayal de penitente, cuando sus labios no tienen más voz que el clamor incesante de misericordia? Osaréisle preguntar por qué, a vista de tales sentimientos, no suspende los efectos generales de las leyes físicas que estableciera para la conservación del mundo material? Osaréisle preguntar dónde está su providencia? Por qué no envió un ángel que sostuviese milagrosamente el ruinoso paredón, o espantase visiblemente la multitud, que incauta se agolpaba sobre él, apresurando así su caída y el desmoronamiento instantáneo del terraplén? Y si un día aglomerada en el mismo sitio se abandonase la población a las seductoras impresiones del placer, bañase de voluptuoso aroma las imágenes de su mente y los deseos de su corazón, aflojase la rienda a pervertidos impulsos, y confiando en la vida, descuidada, imprevisora, gravitase sobre aquel engañoso pavimento, ¿debía también Dios enviar un ángel para sostenerlo? Sería menos horrible la muerte por no estar precedida del pensamiento efe la eternidad? Sería menos lastimoso el espectáculo de tantos cadáveres vestidos de baile y coronados de flores? - Probablemente hubieran sido menos las víctimas. - Probablemente hubieran sido más desgraciadas. Oh! no dudéis de la misericordia de Dios, ni del poder maravilloso de la contrición. 

VI. 

Como la ola, que viniendo hinchada embiste las rocas de la orilla, y las cubre con su manto de espuma, desplomóse un monte de tierra, y cubrió a los infelices que estaban debajo; rodaron las piedras, y quebrantaron los huesos de los vivientes; rodó la menuda arena, y sepultaba ya sus cadáveres. 
¿Quién contará los alaridos de aquel momento fatal? El que contara las piedrezuelas desprendidas de su antiguo sitio. Conmovióse la tierra, y como de un inmenso surtidor brotó la consternación y el espanto; raudales de consternación corrían rápidamente hacia las villas y pueblos circunvecinos, y de las villas y pueblos circunvecinos vinieron rápidamente raudales de conmiseración y asombro. 

VII.

¿Será verdad que el joven sacerdote, que para contemplar más vivamente la pasión de Cristo, caminara tantas veces cargado de una cruz y ceñido de una corona de espinas, comportó en su muerte uno de los cruelísimos tormentos que sufriera el divino Redentor? Será verdad que una piedra desprendida torciese una espina de hierro de su corona, y se la hincase en el cerebro, barrenando el cráneo y atormentándole horriblemente antes de exhalar su espíritu? Será verdad que los ecos de su agonía se oyeron por entre los resquicios de los escombros? Ah! ciertamente no había creído consumar la obra del Calvario. Discípulo fervoroso del Crucificado morirá, no extendido, sino agobiado bajo la cruz de su maestro. También él había cumplido treinta y tres años! Cómo le llorarán los pobres de Felanitx de quienes era consolador y amigo! Cómo le echará (de) menos esa nueva y simultánea generación de huérfanos desvalidos y menesterosos nacida entre los horrores de una calamidad inesperada! 

VIII.

Una idea atroz espeluzna mis cabellos y envenena el manantial de mis pensamientos: mis nervios se crispan, y siento helarse la sangre de mis venas. Me figuro como el declive de un collado erial en que asoman miembros palpitantes, a guisa de esparcidas matas de menuda yerba: tal vez la cabeza de un tronco ya estrujado, tal vez la mano de un cuerpo hundido que respira aún; ¿y quién sabe si en aquellos momentos de trastorno mental, de acciones instintivas, de confusión imprescindible, la azada que desenterraba un cadáver no sepultaba más de un viviente, la premura con que se acudía al socorro de un deudo no hacía perecer un amigo, la planta que volaba a los gritos de una víctima querida no magullaba y pisoteaba una víctima desamparada? Cómo prescribir la paciencia a los torturados moribundos, y el orden a sus impacientes libertadores!

IX. 

Hijos, madres y esposas, que buscando el objeto de vuestro cariño, revolvéis los cadáveres hacinados en insepultos montones, ¿cómo podréis distinguirlos, estando fracturados sus talles, y aplastadas y ensangrentadas sus fisonomías? No esperéis conocer al mancebo por sus juveniles formas, ni a la linda joven por la hermosura de so semblante. ¿De qué servirán vuestras investigaciones? Estos cadáveres no pueden hablar ya a vuestros ojos, como tampoco pueden hablar a vuestros oídos. En valde os afanáis para regarlos con vuestro llanto, para darles el abrazo de eterna despedida, para decirles el adiós postrimero: en ellos está borrada y desfigurada la imagen que conserváis ilesa en el corazón.
- Buscamos solamente algún indicio en sus vestidos para conocer a los que amamos. 

X. 

¿Por qué se desplomó en tan crítico momento el murallón que tantos años permaneciera desvencijado y ruinoso? Porque el nuevo peso que encima se le acumulaba era superior a la resistencia de su base. Esta reflexión dejará satisfechas las dudas del filósofo de corazón árido y miras limitadas: pero ¿creéis que ese fatalismo glacial, esa resignación infecunda al imperio de una causa ciega, pueda enjugar una lágrima sola de cuantas ha hecho verter catástrofe tan espantosa? En las causas secundarias se puede buscar la razón física de ese desastre, mas para encontrar su consuelo es necesario remontarse hasta la causa primordial, la causa de todas las causas. Los que tengan el pecho encallecido, y no hayan probado una gota de ese cáliz de amargura, podrán prescindir, si así les place, de los inescrutables designios de la Providencia; pero a los que han visto rotos de un golpe sus más dulces vínculos de parentesco, a los que han perdido de repente las hermosas ilusiones de su risueño porvenir, a los que arrastran un cuerpo horriblemente contuso, mutilado, no les expliquéis las leyes del equilibrio; habladles sí, de los inapeables juicios, de los caminos secretos, y de la voluntad augusta del supremo Legislador del mundo. 

XI. 

Hermoso niñito de rubios cabellos que no has visto siete primaveras todavía, ¿adónde llevas de la mano a tus dos hermanitos que gimiendo te acompañan?
- Al cementerio. - ¿Y qué habéis de hacer allí? - Buscaremos a nuestro padre y a nuestra madre que fueron al sermón y no han vuelto a casa. - Mirad que es tarde ya, y van a cerrar sus puertas. - Nosotros quedaremos dentro hasta encontrarlos.- Hijos míos, ya no tenéis otro padre más que Dios. 

XII. 

¿Qué tenéis, pobre anciano, que así retorcéis vuestros brazos, y claváis en el cielo esa mirada penetrante como vuestro dolor? Qué tenéis? - Ayer tenía una esposa y dos hijos, hoy nada tengo. - Y vos, buena anciana, que ni lloráis a gritos, ni mesáis vuestros cabellos, que sólo indicáis vuestra angustia en sordos gemidos y en la palidez de vuestro semblante parecido al de todos los habitantes de ese pueblo, ¿por ventura no tenéis que lamentar alguna desgracia en vuestra familia? - No tengo más que una hija. - ¿Y está sana y salva? - Tiene solamente un muslo roto.- Un muslo roto! y la buena mujer no se atreve a lamentarse. La participación del quebranto universal ahogaba los quejidos de las aflicciones individuales. 

XIII. 

¡Ay de vosotras, esposas desgraciadas, las que en aquellos días de angustia sentíais un dulce peso en vuestras entrañas, y aguardabais la sonrisa de un nuevo hijo para dar tregua a vuestras lágrimas! El terror y el susto han emponzoñado el jugo alimenticio de los que debían consolaros con su esperado nacimiento. Jóvenes tiernas, que saboreáis aún las risueñas emociones del festín de vuestro desposorio, cuán caras van a seros las primicias de la maternidad! Sentiréis agudísimos dolores, y vuestro parto no será alumbramiento. El fruto de vuestro seno pasará de un sepulcro viviente a un sepulcro inanimado, como sus mayores han sido trasegados de una tumba imprevista a la tumba de su eterno reposo.

XIV.

Si consideráis este fracaso como acontecimiento fortuito en el cual no haya tenido parte alguna la Providencia, carecéis de fé. Si lo consideráis como castigo directo y exclusivamente merecido, no tenéis caridad. Cualquiera de estos dos sentimientos está falseado si está solo. Si acusáis a Dios, sois blasfemos; si acusáis a las víctimas, sois impíos. ¿Creéis que el pueblo de Felanitx fuese reo de mayores delitos que los que inficionan (infectan) a los otros pueblos? Yo os digo que no. ¿Pensáis que estos Galileos, cuya sangre se ha mezclado con la de sus sacrificios, fuesen más pecadores que sus conciudadanos, porque tanto han padecido? Yo os digo que no. 
¿Pensáis que aquellos diez y ocho sobre quienes se desplomó la torre de Siloé, fuesen más deudores a la justicia divina que los otros habitantes de Jerusalén?
Yo os digo que no.

//


https://dialnet.unirioja.es/servlet/libro?codigo=203044

https://www.diariodemallorca.es/part-forana/2019/03/28/175-anos-timba-felanitx-provoco-2889450.html