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jueves, 20 de agosto de 2020

Capítulo LXIII, continuación

Era capitán de ellos Ramón de Perellos (Perellós). Salió esta gente del condado de Urgel, y por las riberas del Segre, marquesado de Aytona y ribera de Ebro, llegaron a Cherta, que está a la orilla de aquel río, una legua de Tortosa. Estando aquí a los 13 de febrero, envió el parlamento al abad de Estañ por embajador al conde de Urgel, para que mandase volver y alzase la mano en dar favor a los bandos de Valencia, y al infante escribieron que hiciese salir del reino de Valencia la gente que tenía en el llano de Burriana, y a don Francisco de Erill enviaron a Cherta, para requerir a don Ramón de Perellós que no entrase en Valencia, sino que se volviese con su gente, y entendiese que aquel parlamento estaba muy ofendido que a vista de Tortosa llegara aquella gente, y lo juzgaban por gran desacato; y él respondió que ni él ni aquella gente irían al reino de Valencia por ofender a nadie, sino para socorrer a los amigos del conde, que allá estaban oprimidos de sus enemigos, y que siendo su viaje por ese fin, no habían de dejar el camino comenzado, pues la defensa era de derecho natural, lícita y permitida a cualquier; y envió * Ramón de Perellós a Juan Jover al parlamento, de parte suya y de los nobles y gentiles hombres de su compañía, para que les dijese que todos ellos habían salido del condado de Urgel, y por orden del conde pasaban a Valencia, al lugar de Castelló de Burriana, (después fue de la Plana), y que el parlamento que le escribiese al conde, porque si él se lo mandaba, luego se volvería con toda la gente que llevaba; y porque tuviesen lugar de escribírselo, él iría poco a poco, sin apresurar de ninguna manera su camino. En el entretanto llegó Ramón de Perellós a Castellón de Burriana, y Juan Fernández de Heredia, con 700 de a caballo, llegó a Murviedro, que era del bando de los Centellas, y con estos caballos y venida del Heredia, quedaron muy reforzados, y luego enviaron un buen número de gente para impedir que aquellos 400 caballos no se juntaran con la gente del gobernador, como, en efecto, sucedió, y sobre ello a 27 de febrero se trabó batalla, y el gobernador quedó vencido y muerto en ella, sin que jamás ni Ramón de Perellós ni su gente le pudieran socorrer, ni aun juntarse con él, porque los Centellas les tenían preso el paso; y con esta victoria, que fue muy grande, quedaron los amigos del conde muy espantados, y de aquel punto adelante siempre fue prevaleciendo la parte del infante; y refiere Laurencio Valla, que dijo Ramón de Perellós, que con aquellos sucesos conoció ser poca la ventura del conde, la cual le había faltado en dos ocasiones, la primera fue cuando, muerto el arzobispo, los Lunas no supieron acometer a los Urreas, que si lo hicieran, los acabaran y quedaran señores en el reino de Aragón; la otra, que si el gobernador excusara aquella batalla y aguardara que los 400 caballos se juntaran con él, no le sucediera la muerte y pérdida de aquella batalla. No quería Dios que aquella corona fuese para la cabeza (de chorlito) del conde, y así erraba en cuanto hacía, faltándole ventura en todo. Cuando de esto tuvo nuevas el infante, quedó tan contento como si con aquella victoria quedara por él declarada la justicia, y a 14 de marzo, escribió al parlamento, que pues cesaban en Valencia los bandos y quedaban vencidos los que con color y capa de justicia la impedían, procurasen lo más presto que pudiesen se declarase el artículo de la sucesión, pues veían cuántos daños resultaban de la dilación. Estaban ya los parlamentos de Cataluña y Aragón muy a punto para nombrar y elegir personas para ser jueces de esta causa, y sobre esto cada día se juntaban para hallar alguna forma y modo, para acertar en aquel punto. El conde de Urgel envió entonces a Sperandeu Cardona, célebre jurisconsulto, que a 24 de febrero entró en el parlamento, y después de haber informado, remató en exhortar que se nombrasen personas al conde no sospechosas, reservándose, si tal se hacía, el derecho de dar las causas de tales sospechas, protestando que por eso que decía entendía someterse a tales personas, sino en cuanto fuese justo; y también les leyó algunas cartas de algunos del reino de Aragón que escribían a algunos amigos suyos, dando por constante y expedito que el infante había de ser rey, y no otro: y el parlamento en aquel día no resolvió nada sobre esto. 

A 1 de marzo de este año volvió el dicho Sperandeu Cardona a protestar lo mismo, pidiendo ser levantado auto de lo que decía e insertado en el proceso; y la respuesta le dieron fue, que debía tanto confiar el conde y los demás competidores de la lealtad y buena conciencia de los de aquel parlamento, que así como hasta aquel punto habían hecho todo lo posible para el bien y servicio de la Corona y justicia de los pretensores, harían de aquella hora adelante lo mismo, y de eso habían de quedar todos muy satisfechos y contentos.
Con todo, a 13 de marzo dio en el parlamento un memorial de las personas que eran sospechosas al conde, y le respondieron que acerca de ello harían lo que sería justo; y lo que hicieron fue que no tomaron ninguno de aquellos que el conde había nombrado, deseando darle gusto en esto. Por parte del rey de Francia se dieron por sospechosas algunas personas; pero el parlamento, sin hacer caso de las sospechas que por parte de aquel rey se propusieron, no proveyó *, teniendo siempre ojo a escoger personas que parecían más justificadas, útiles y provechosas a los reinos y Principado.
Estas eran las diligencias que hacían el conde de Urgel y los demás competidores, cuando los parlamentos de Cataluña y Aragón procuraban en hallar algún buen modo y forma * unidos con Valencia se entendieran en esta declaración; * los bandos que había en estos dos reinos estaban tan * que lo impedían del todo. Tratábanse de juntar los parlamentos en un lugar acomodado para todos, pero esto no tuvo efecto, porque no podían concordar sobre quién había de presidir en aquella junta o congregación, y querían que fuese en Aragón, y el gobernador de aquel reino pretendía pertenecerle a él la presidencia. Pasaron sobre esto muchas cosas, y a la postre no se concluyó nada y se esparcieron todos. En el principado de Cataluña se hicieron muchas juntas en la ciudad de Barcelona, y aunque en lo que tocaba al bien común todos estaban unidos y concordes, pero no fue poco lo que trabajaron en apaciguar algunos bandos y parcialidades que cada día se suscitaban entre particulares por propios intereses. En el reino de Valencia era mayor la discordia y estaban más vivas las pasiones, porque el gobernador y otros ministros de justicia abusaban del cargo y poder que tenían. Estando las cosas en este estado, sucedió la muerte del arzobispo de Zaragoza, y fue tal el escándalo que causó, que todos deliberaron (a lo menos los bien intencionados) de esforzar que tuviera fin el artículo y duda de esta sucesión, porque no se podía ya esperar cosa buena, habiendo osado poner sacrílegamente las manos en aquel prelado, matándole sin causa ni razón. Entonces el parlamento de Cataluña, que había estado en Barcelona hasta aquel punto, se prorrogó para la ciudad de Tortosa, porque era más vecina a Aragón y Valencia. Los aragoneses, después de haber costado a los bien intencionados y amigos de justicia mucha fatiga y trabajos, a la postre se convocó el parlamento para el 2 de diciembre de 1411, para la villa de Alcañiz, que por ser cercana a Cataluña, era fácil el comunicarse los dos parlamentos; y después de varios tratados, el parlamento de Cataluña envió seis embajadores a Alcañiz, para concordar el modo y forma se había de tener en nombrar las personas que habían de juzgar esta causa y pleito.
Llegaron un sábado, a 16 de diciembre de este año, y tuvieron varios tratos: todo lo que pasó refiere Gerónimo Zurita, que lo sacó de los procesos originales de estos parlamentos; y a la postre se levantó auto del concierto a 15 de febrero de 1412, que después el día siguiente lo aprobaron con auto particular los síndicos de Valencia. La suma de lo contenido en él, era:
Que toda aquella causa se cometiese a nueve personas de pura conciencia y buena fama, y tan constantes, que pudiesen proseguir tan arduo y señalado negocio hasta la fin, y que estos hubiesen de declarar y nombrar la persona a quien, según justicia, se debía prestar el juramento de fidelidad; y se les señaló el castillo de Caspe, del orden de San Juan, dándoles y concediéndoles ampliamente la jurisdicción y posesión del castillo y pueblo, con autoridad del Sumo Pontífice, * para esto dio su consentimiento y plena voluntad.
* estas nueve personas fuesen graduadas de esta manera * tres en primer grado, tres en el segundo y tres en el tercero; y que no pudiesen llevar más de cuarenta personas, *mas o sin ellas. A estas nueve personas cometieron los parlamentos de Alcañiz y los embajadores del de Tortosa * dieron el poder que dárseles podía, para entender en el negocio, y que lo que los nueve o seis de ellos decla* con que en estos seis hubiese de cada nacion, se tu* por verdadero y firme.
* el tiempo en que se había de hacer esta declaración * desde 29 de marzo a 29 de mayo, y si parecía a los * se pudiese prorrogar este tiempo, con que no pasase * de julio de este año 1412.
*e votasen a nuestro Señor y jurasen con gran solemnidad * después de haber confesado y comulgado públicamente * procederían en aquel negocio lo más presto que po* y que, según Dios, justicia y buena conciencia, publi* el verdadero rey y señor, pospuesto todo amor y odio, * no revelarían antes de la publicación su intención ni * ni el de los otros.
*e los competidores fuesen oídos así como vendrían, y * dos juntos, oyesen al que les pareciese.
*e estando alguno de los nueve impedidos, los ocho *rasen, en su lugar, otro de la misma nacion.
*e porque estuviese guardado el castillo, fuesen nom*s dos capitanes, uno aragonés y otro catalan, y estos *en la jurisdicción y regimiento de la villa, en nombre de los nueve, haciendo juramento de guardarles y obedecerles. A cada capitán señalaron cincuenta hombres de armas y cincuenta ballesteros, y que nadie pudiese acercarse de cuatro leguas, con gente de armas, de veinte hombres de a caballo arriba, sino los embajadores de los competidores, y estos no podían llevar por cada embajada más de cincuenta personas y cuarenta cabalgaduras; y que los parlamentos durasen hasta la publicación de rey, y que no revocarían el poder dado a los nueve, y que todos tendrían por rey al que
los nueve en la forma susodicha publicasen.
El mismo día que fue firmada esta concordia, se despidieron letras de aviso o de llamamiento a todos los competidores, no por vía de citación jurídica, sino de cortés notificación: eran estas casi de un mismo tenor. La que se envió a don Jaime, conde de Urgel, decía de esta manera.

EGREGIO DOMINO JACOBO COMITI URGELLI.

Parlamentum generale regni Aragonum et ambaciatores parlamentii generalis Cathalonie principatus ipsum parlamentum representantes et ab eodem habentes plenariam potestatem in istis honorem debitum cum salute. Vobis qui in succesione regnorum et terrarum regie corone Aragonum subditorum jus habere asseritis et pretenditis parlamentum et ambaciatores predicti pro se et dictis parlamentis adherentibus notificant intimant seu denunciant per presentes quod certe notabiles persone ab eisdem palamentis super hiis plenum posse habentes in villa de Casp prope flumenIberi in Aragonia constitute pro investigando instituendo et informando noscendo et publicando 
cui predicta parlamenta ac subditi ac vassalli dicte Corone debitum prestare et quem in eorum verum regem et dominum secundum Deum et eorum conscientias habere debeant et teneant hinc ad vigessimam nonam diem martii proxime futuri * continue erunt personaliter congregati procesure ab inde ad investigationem instructionem informationem et publicationem predictas. Data in villa Alcanicii sub sigillis reverendissimi in Christo patris domini Episcopi Oscensis quo dictum parlamentum Aragonense et reverendissimi in Christo patris domini Archiepiscopi Tarracone quo dicti ambassiatores utuntur hic appositis in pendenti XVIII die februarii anno a nativitate Domini M.CCCC.XII.

Parlamentum generale regni Aragonum et ambaciatores parlamenti Cathalonie Principatus honoribus vestris prompti.

Estaban estas letras en pergamino, y de ellas pendientes los sellos del obispo de Huesca, por el parlamento de Aragón, y del arzobispo de Tarragona, por los embajadores del Principado. Diéronse a un caballero llamado Guillen de Montoliu, para que con título de embajador las llevase al conde de Urgel, junto con otra que también se escribió a todos los demás competidores, exhortándoles que los embajadores que enviasen a Caspe viniesen con hábito honesto, decente y de paz. Llegó a Balaguer martes a 23 de febrero de este año 1412, y a las tres horas después de mediodía, en el castillo de aquella ciudad, le presentó las letras en presencia de Miguel Ribas, escribano, que levantó auto de ello, siendo testigos fray Juan Ximeno, obispo de Malta, y fray Guillen Ramón, abad del Estañ, del orden de San Agustín, y otros. El conde recibió las letras, y dijo al notario que no cerrase el acto de aquella presentación sin su respuesta, porque no se las tenía por presentadas ni intimadas, por estar ausentes sus escribanos.
Después, a 20 del mismo mes y año, al mediodía, volvió el embajador al castillo para buscar las respuestas, y un portero le dijo que entrase en un aposento, donde halló al conde sentado en forma de tribunal, y tenía las dos letras que se le habían presentado en las manos, y al rededor su consejo; y un notario requirió al obispo de Malta, a a Berenguer de Barutell, arcediano de Santa María de la mar de Barcelona, Arnaldo de Alberti, caballero letrado, el abad del Estañ, Tristán de Luça, Bernardo Roig y Pedro Ferrer, letrados, que fuesen testigos de lo que allí pasaría, y fue que el conde le dijo: - Señor Montoliu, cuando vos me presentastes estas letras estaban ausentes mis escribanos; ahora que están aquí se hará esté negocio más legítimamente, y así volvédmelas a presentar delante de ellos y del vuestro, y todos levantarán auto de ello, y vos tendréis uno, y yo otro. El embajador le dijo que aquello le estaba bien, con que no engendrase perjuicio a la presentación le había ya hecho el martes pasado; y al conde le pareció bien, y dio las letras al embajador, que se las volvió a presentar.
Después, el lunes siguiente, a 29 del mes, cerca del mediodía y en la plaza del castillo de Balaguer, presentes el obispo de Malta, don Antonio de Cardona, don Dalmacio de Queralt, Arnaldo Despes (Despés, de Espés, d´Espés) y Arnaldo Alberti, letrados, y T. de Copons, mayordomo y del consejo del conde, dio por respuesta una cédula que decía.

Jacobus de Aragonia Comes Urgelli. Visis et intellectis litteris per Guillermum de Montolivo ei presentatis dicit: Quod successio corone regie Aragonum est sua et ad eum pertinet et spectat et non ad alium sibique ut vero et legitimo successori venit * indubitanter est prestanda obedientia per vassallos et subditos dicte regie Corone non consentiens presentationi dictarum litterarum nec aliquibus actis factis et fiendis si et in quantum * vel verti possint in prejuditium sue indubitate successionis et protestatur quod habita pleniori deliberatione et informatione de contentis in dictis litteris possit et valeat illis respondere et providere quandocumque sibi videbitur expedire pro *ue regie successionis conservatione requirens post dictarum litterarum presentationem inserti et continuari in instrumento *per notarios presentes.

Intimáronse también las mismas letras a Luis, hijo primogénito de Luis, rey de Nápoles, y de doña Violante, hija del rey don Juan el primero, rey de Aragón; al infante don Fernando de Castilla, hijo del rey don Juan el primero, rey de Castilla, y de doña Leonor, hija de don
Pedro cuarto rey de Aragón
; a don Alfonso, duque de Gandía, hijo del infante don Pedro, conde de Ribagorza, que fue hijo del rey don Jayme el segundo de Aragón (éste murió antes de declararse, y por su muerte fueron pretensores don Alfonso, su hijo, y don Juan, conde de Prades, su hermano) y a don Fadrique de Aragón (Frederic), conde de *, hijo natural del rey don Martín de Sicilia y nieto del rey don Martín de Aragón.
Esto no se intimó ni a la reina doña Violante, mujer del rey Luis, hija de don Juan, el primero; ni a la infanta doña Isabel, mujer del conde de Urgel, hija del rey don Pedro, porque daban por constante no ser capaces de la sucesión, habiendo varones del linaje real; pero a los nueve pareció debían ser llamados, y así se les enviaron letras, como a los varones: y porque con facilidad se pueda ver el grado de cada uno de los pretensores, pongo aquí el árbol genealógico de ellos (1: Véase el que va continuado al fin de las actas del compromiso de Caspe, en esta misma Colección.)
Despachadas las letras a competidores, entendió el parlamento en escoger estas nueve personas; y aunque había muchas en esta Corona a quien se podía encomendar este
negocio, pero después de varias juntas y conferencias, unánimes los parlamentos de Aragón y Cataluña, concordaron en ellas, a 14 de marzo; y a 16, con auta solemne, las publicaron en el parlamento de Tortosa, y eran: por Aragón, don Domingo Ram, obispo de Huesca, doctor en cánones (después cardenal Ram), Francisco de Aranda, de Teruel, donado de Porta-celi, del orden de Cartuja, y Berenguer de Bardaxí, insigne letrado; y por Cataluña, don Pedro de Çagarriga, arzobispo de Tarragona, licenciado en cánones, Guillen de Vallseca, doctor en leyes, y Bernardo de Gualbes, doctor en ambos derechos; y por Valencia, Bonifacio Ferrer, prior general de la Cartuja, doctor en cánones, san Vicente
Ferrer, (su hermano) del orden de Predicadores, maestro en teología, Ginés Rabassa, doctor en leyes, y por su impedimento, Pedro Beltrán.
Eran estas nueve personas, a juicio y común sentir de toda la Corona, las más idóneas, justificadas y entendidas de ella; y lo que más era de estimar fue ser entre ellos san Vicente Ferrer, luz y honor de España, con cuyo parecer y consejo tenían por cierto que no se podía errar, por ser pública y notoria su gran doctrina y santidad, confirmada con infinitos milagros y obras prodigiosas, que cada día obraba Dios por su mano, y parecía que habíamos vuelto a aquel felicísimo tiempo de la primitiva Iglesia, pues cada día hacía maravillas iguales a las que aquellos antiguos santos obraron; y era tanto lo que confiaban de él el conde don Jaime y sus amigos, que a 24 de marzo el conde de Cardona y otros muchos protestaron al arzobispo y a micer Bernardo de Gualbes, que el día siguiente habían de partir para Caspe, no hiciesen nada sin este santo y micer Guillen de Vallseca.
Luego que fueron publicadas estas nueve personas, se * envió a notificar de parte de los parlamentos, rogándoles acudiesen al lugar de Caspe; y a san Vicente, que estaba en Castilla, enviaron a Miguel Ribes (o Bibes), notario, encargándole que diese al santo toda la prisa posible.
Con ser esta nominación tan premeditada y pensada, no * los pretensores vinieron bien en ella, porque Luis, duque de Anjou, alegó sospechas contra el obispo de Huesca, que decía haber alegado en derecho en favor de uno de los competidores; contra Francisco de Aranda, que no era letrado en derecho canónico ni civil; contra Berenguer de Bardaxí, que llevaba de uno de los competidores, * quien había aconsejado en este negocio, una pensión de *inientos florines cada mes, a más de otra que recibía un hijo suyo, del mismo competidor; y que Bonifacio Ferrer * declarado en favor de don Fadrique de Aragón, y que él y el Aranda eran enemigos del rey de Francia, ni * para semejante negocio, por ser del orden de la Cartuja, y estar más ocupados en la contemplación de las cosas divinas que no en semejantes materias. Estas sospechas se *ieron a 15 de marzo, que fue un día entre la nominación y publicación de ellas, pensando así impedirla; pero luego el día siguiente declaró el parlamento de Cataluña, donde se propusieron, que no procedían y que fuesen publicadas las nueve personas. Estas sospechas no dieron mucho que hacer, ni los que las alegaron insistieron mucho en ellas. Lo que dio más cuidado fue que a 23 de marzo Dalmacio Çacirera, gran amigo del conde de Urgel, dio sus sospechas contra algunos de los nueve; y fueron de su parecer el conde de Cardona, y los procuradores del castellan de Amposta, del conde de Prades, de mosen Berenguer de Cortes, del conde de Quirra, de don Antonio de Cardona, de don Guillen Ramón de Moncada, de don Dalmacio de Queralt, de don Guillen Despes, de don Juan Despes, de don Pedro de Orcau, de don Arnaldo de Orcau, de Dalmacio de Forciá, don Pedro de Moncada, don Francisco de Vilanova, Galcerán de Rosanes y otros muchos, que eran deudos y amigos del conde de Urgel. Causó esto gran alteración y temieron no se desconcertase lo que tanto había costado de concertar, porque perseveraban en esta su opinión y sospechas; El parlamento, a 26 del mismo mes, les respondió, dándoles a entender cuán justa y acertada había sido la nominación de tales personas, en que habían concurrido los votos y pareceres de más consideración de los parlamentos, y aunque algunos habían nombrado otros jueces, pero bien sabían que se había de estar a los que la mayor parte había nombrado, por estar así concordado antes de hacerse el nombramiento de ellos.
Con estas y otras razones que dieron se sosegaron algún tanto, porque no todos sentían bien de tales recusaciones, y sabían que salían del conde de Urgel, que pensaba así mejorar su * y deshacer la del infante; y aunque a 30 del mismo mes de marzo, y a 28 de junio, volvieron a protestar lo * que habían a 23 de marzo, pero a 1 de julio res* el parlamento de manera, que quedaron desengañados de cuán vana y fuera de lugar era aquella su pretensión * pero los nueve no por eso dejaban de ponerse a pun* entender en el negocio que les estaba encomendado * sin hacer caso de estas recusaciones, se juntaron, lo *más presto que les fue posible, en Caspe.
* primero que compareció para informar fue el conde de Urgel, por medio de sus embajadores y letrados, que * con carta credencial, fecha a 4 de mayo, y eran el obispo de Malta, don Antonio, hermano del conde de Cardona, Francisco de Vilanova, fray Juan Nadal, del orden de predicadores, maestro en Teología, Sperandeu de Cardona, Arnaldo Alberti, Macian Vidal, y Bernardo Roc, * letrados, todos de su consejo; y el mismo día informó el obispo de Malta y fray Juan Nadal, a 17 Sperandeu de Cardona y micer Macian Vidal, y el 19 el mis* Cardona, Arnaldo Alberti y Bernardo Roc; el día siguiente informaron todos, y los jueces les dijeron que pro* abreviar como mejor pudiesen, y diesen por escrito lo que habían dicho, y si más querían decir, los oirían *de buena gana.
*Acabadas las informaciones del conde, el otro día *comparecieron Garau de Ardevol, caballero embajador de la in* y Pedro Ferrer, su abogado, y firmaron por ella; a * vez se volvió a informar por el conde, a la mañana * a la tarde por la infanta, y a 24 también por el * y los jueces les encargaron mucho que diesen por escrito lo que habían dicho, según ya lo habían ofrecido, y que fuese presto; y así, a 8 de julio lo hicieron, y a 21 volvieron a dar otras alegaciones que faltaban, y acabaron de fundar el derecho de don Jaime; y porque habían hecho en las alegaciones que dieron a 8 algunas protestaciones, el mismo día 21 los nueve respondieron a ellas, diciendo, que no en nombre propio suyo, sino en virtud de poder a ellos concedido, habían procedido y procedía y pensaban proceder acerca de la investigación, información, reconocimiento y publicación de aquel que habían de tener por verdadero rey y señor, por justicia, y según Dios y buena conciencia, y mandaron levantar auto de esto; y después de salidos los embajadores, miraron las alegaciones que les habían dado últimamente, y hallaron las mismas protestas y dieron la misma respuesta que habían dado a las de 8 del mes, y mandaron levantar auto de ello, y que se intimase a los embajadores.
A 26 de mayo comenzaron las informaciones del infante don Fernando, y a 28 dieron por escrito lo que de palabra habían dicho; y lo mismo hizo el embajador y abogados del *
Disputóse muy a la larga el derecho de los competidores; fundaba cada uno de los abogados como mejor podía su justicia, y la del conde de Urgel, decían consistía en la inteligencia del testamento del rey don Jaime I, que dispuso que en ningún caso las mujeres pudieran suceder en el reino, repeliéndolas del todo de la sucesión, y en esto fundaba también el duque de Gandía su justicia, y daban por ejemplo, que cuando el rey don Pedro quiso hacer jurar a la infanta doña Constanza, su hija, para que fuese recibida *como primogénita y sucesora del reino, por no tener el rey hijos varones, se alteraron de suerte estos reinos, que fue *rio que el rey revocase todo lo hecho en orden a * el infante don Jaime, conde de Urgel, hermano * lo contradijo con todo su poder, por pretender y *
la común opinión y voz, que a él pertenecía el reino * otro, y le dio el rey la gobernación general, que * daba a los primogénitos y a los que habían de suceder en el reino, y lo mismo se hizo ahora con el conde de Urgel, su nieto, a quien el rey don Martín dio el mismo * y oficio cuando murió el rey de Sicilia, su hijo, y así *tenerlos por legítimos sucesores, faltando los hijos varones de los reinos, según la disposición del rey don *
*ábanse también en que, habiendo de ser llamados a la corona los varones legítimos, y quedando * la linea directa masculina del rey don Pedro en el rey don Martín, muerto ab intestato, había de entrar la del infante don *, abuelo del conde, y de esta sola había el conde de * que necesariamente había de suceder, como pariente más cercano al último rey muerto intestado, y ser todos * ascendientes del rey don Alfonso, y de la infanta doña * de Entensa; y aunque era verdad que el duque de Gandía, el viejo, estaba en grado igual con el conde de * al rey don Martín, pero era descendiente el de Gandía * del rey don Alfonso, sino del rey don Jaime, cuyos ascendientes no habían de ser llamados antes de ser * toda la linea y descendencia del rey don Alfonso, * el rey don Jayme, y que esto era tan claro y cierto, * nadie había puesto duda en ello, y así lo habían firmado muchos letrados de estos reinos y de Francia y de Italia, que lo habían estudiado con gran cuidado; y aunque cuando murió el rey don Martín quedó una hija del rey don Juan, ésta, ni Luis, su hijo, daban poco cuidado, porque estaba ya una vez excluida de la sucesión y le había sido preferido el rey don Martín, y le obstaba la renuncia que hizo cuando casó, la cual después aprobó y ratificó, y así menos podía ser llamado a la sucesión Luis, su hijo, a quien ella no había podido transferir el derecho que no tenía, y había ya renunciado en tiempo que su hijo no era aún nacido ni concebido; y que en caso que para la sucesión hubiesen de ser llamadas las mujeres, aquí estaba la infanta doña Isabel, condesa de Urgel y hermana del mismo rey, y más cercana en parentesco; y decían que de ninguna manera se podía cumplir mejor la voluntad del rey don Jaime y demás reyes que quisieron que el reino quedase en los sucesores y descendientes por línea masculina, continuadamente uno después de otro, que quedando en los condes de Urgel, pues los dos eran del linaje de aquel rey y descendientes del rey don Alfonso, y así se cumplía el general deseo de toda la Corona de Aragón y de los reyes de aquella, que quisieron que fuese regido el reino por naturales de estos reinos descendientes de ellos, de padre a hijo, y se continuase su memoria, rigiendo el apellido, armas, nombradía, honra y dignidad; lo que no tenían el duque de Gandía ni el infante don Fernando, pues a más de descender este del linaje de los reyes de Castilla, que tanto tiempo sustentaron guerra y fueron enemigos declarados de los reyes pasados y vasallos suyos, era natural de diverso reino y descendiente de mujer, que, por lo que queda dicho, estaba del todo excluida de la sucesión de la Corona, y no hacía linaje, ni habían de tomar un forastero por rey, habiendo tantos naturales y descendientes, por varón, de los reyes de Aragón.
Pretendieron también que la reina doña Leonor, madre del infante, cuando casó, había renunciado al derecho le competía y podía competir en esta Corona, y que supuesto esto, no podía tener el infante el derecho que su madre había renunciado; y esto hizo reparar a los jueces, y mandaron que se buscase esta renuncia, y lo cometieron a los diputados de Cataluña, y después de muy buscada, a 16 de abril de 1412 respondieron que habían hallado todas las escrituras que se hicieron cuando casó la infanta con el hijo
del rey de Castilla, que fue en ocasión de paces que hicieron los reyes, y que por parte del rey de Aragón fueron a tratar estos conciertos Ramón de Alamany y Bernardo de Monpalau, que aún vivía, y les dijo que se acordaba que por parte del rey de Aragón se pidió que renunciase la infanta, y el rey de Castilla no lo quiso consentir, y así quedó el negocio, y que no había para qué buscarlo, que no hallarían nada en orden a esto.
Representóse también que los condes de Urgel estaban en antigua posesión, que siempre que faltaba la línea de los reyes, eran ellos llamados a la sucesión, y este condado era a manera de joya reservada para los hijos segundos de la casa y línea real, de quienes tomaban la sucesión, faltando los primogénitos, como aconteció cuando murió Vifredo sin hijos, y heredó Borrell, conde de Urgel, y por la renuncia del infante don Jaime a la primogenitura, heredó el infante don Alfonso, y lo mismo había de ser ahora, según ya se había representado en una escritura que vimos arriba; y fundados los abogados con estas y otras razones, tenían por rey al conde de Urgel; pero fueron más eficaces las de parte del infante, pues le dieron el reino, quitándoselo al conde.
El punto principal y primero que quisieron los abogados del infante averiguar, era saber cómo le pertenecía al rey don Alfonso, hijo de la reina doña Petronila, el reino de Aragón, si por la donación que le hizo la reina, o por la que hizo el rey don Ramiro, cuando casó su hija, en favor de su yerno, el conde de Barcelona, y de sus hijos y descendientes; y dieron todos por cierto que el rey don Ramiro (el monje, Ramiro II), cuando casó su hija, dio el reino al conde don Ramón Berenguer y a sus hijos, por lo que eran vistos ser llamados a la sucesión el rey don Alfonso, su nieto, no por la madre, ni por donación que ella después le hizo, sino por propio derecho y por donación del abuelo, que dio por constante que su hija no era capaz para la sucesión del reino, por estar prohibido por derecho común, y así aseguró para el nieto, que heredó, no por la madre, sino por
ser el deudo más propincuo del abuelo; que, aquella donación que después hizo la reina doña Petronila, 14 kalendas julii anno incarnationis 1164 in archivo regio, in registro regis Ildefonsi virmiliis cohopertis tacto, folio 8, la tenía por cosa de ninguna consideración, porque daba al hijo el reino, que era suyo jure proprio, y de necesidad le pertenecía, sin que ella se lo pudiese quitar, por ser el más propincuo pariente del rey don Ramiro, así como lo era el conde de Barcelona, su padre; y así decían, que el reino se hereda por el derecho que llaman de sangre, y que fal* la linea de ascendientes y descendientes, que se hayan *mar los transversales; y entre los tales, puesto que * un mismo grado de consanguinidad, se debe tener *eracion al sexo de cada cual y a la edad, a efecto * varón preceda a la hembra, y el más mozo al de más edad, sin mirar al tronco y a la cepa del cual proce* esto, a más que decían ser de derecho, se observaba * reino de Aragón; y por esto heredó el dicho rey don Alfonso los reinos eran de su abuelo don Ramiro, y no pu*cer lo que hizo de llamar las hijas, que por esto mu* letrados tuvieron el testamento por inválido. Confir*e esto porque la reina doña Petronila, en su testamento, hecho a 2 de las nonas de abril del año de la Encarnación 1152, llamó solos los descendientes varones, excluyendo las hembras, diciendo; si autem filia ex utero meo *erit maritet eam honorifice jam dictus vir meus comes *ictus cum honore et pecunia sicut melius ei placuerit et *eat viro meo prenominato solide et libere totum supra* regnum cum omnibus sibi pertinentibus ad omnem vo* suam perficiendam; así que, estimó más que el reino quedara, no teniendo hijos varones, en mano de su *marido que de sus hijos, lo que no hubiera ella hecho, si * hubiese tenido por cosa expedita y cierta ya en aquellos tiempos, que mujeres no eran 
hábiles para el reino; y *edaban excluidas la condesa de Foix, hija primogénita del rey don Juan, y doña Violante, reina de Nápoles, y * de ser la infanta doña Isabel, y el derecho del rey Martín pasaba al deudo más propincuo varón que había * linaje, y este era el infante don Fernando, y esto * su madre, sino por ser el deudo más cercano del último rey, no mirando por qué parte era el parentesco, sino en qué grado estaba; y aunque por repelerle a él de la sucesión, se valían del testamento del rey don Jaime, que tan favorable era a los varones; pero hallaban en él que faltando sus hijos, llamaba a los nietos, hijos de doña Violante, reina de Castilla, y faltando ellos, a los de doña Constanza, y faltando estos, a los de doña Isabel, reina de Francia, y después al varón más propincuo de su linaje; y así si querían seguir la disposición de aquel testamento, estaba el negocio claro para el infante, pues faltando los hijos varones del rey don Pedro, habían de ser llamados los nietos varones de hija que era hermana de padre y madre del último rey. 

Estos y otros que trae el padre Juan Mariana eran los discursos que hacían los letrados y embajadores de las partes; pero también miraban otra cosa los nueve jueces, que era buscar una persona de virtud, de valer y cristiana, y tal que tuviese las partes y méritos dignos de rey, pareciéndoles que era lo que más importaba y había de corroborar la justicia de la tal persona, y esto solo resplandecía en el infante don Fernando; y era tan grande la opinión que todos tenían de él, que no hacían sino publicar sus virtudes, sobre todo en haber dejado el reino de Castilla, por no hacer perjuicio al rey don Juan, el segundo, hijo de su hermano.
El caso fue, que murió el rey don Enrique de Castilla, y dejó a don Juan, su hijo, de edad de veinte y dos meses. Estaban las cortes del reino juntas en Toledo, en la iglesia de aquella ciudad, en la capilla del arzobispo don Pedro Tenorio, y estaba presente el infante don Fernando, que era entonces duque de Peñafiel, tío suyo: aconsejáronle algunos caballeros y le persuadieron que tomara título de rey, pues su sobrino quedaba tan pequeño, ofreciendo ayudarle en ello, porque a los castellanos les parecía no ser cosa nueva en aquellos reinos dejar los sobrinos y tomar los tíos por reyes, y daban en comparación de esto una muchedumbre de ejemplos. Inclinábanse a esto muchos grandes y caballeros de los que en las cortes se hallaban, porque veían la guerra de los moros en las manos, y no sabían qué movimientos haría el rey de Portugal en guardar
o quebrantar la tregua había entre los dos reinos; y así pusieron los ojos en don Fernando para que reinase, porque consideraban que por quedar el sobrino en tan pequeña edad, podía en los reinos suceder mayores daños y escándalos, que no en hacer rey al tío y tomar la línea transversal real.
Con estas consideraciones, estando todos los grandes juntos, dijo en presencia de todos el condestable Ruy López de Ávalos, que ¿por quién alzarían la voz de rey de Castilla? y esto lo dijo con acuerdo y concierto de otros caballeros de su opinión, encaminando las palabras al infante don Fernando, el cual, con único ejemplo, muy raro y nunca bien alabado, observando al rey, su sobrino, la fidelidad digna de tan alto príncipe, respondió: que por quien sino por el rey don Juan, su sobrino, unigénito varon del rey don Enrique, que en estos días estaba en el alcázar de Segovia, con la reina doña Catalina, su madre; y dando el infante el pendón real al condestable, anduvieron por la ciudad, aclamando por rey al sobrino. Con este hecho ganó tan gran crédito de modesto y templado y justo el infante, menospreciando lo que los otros tan desordenadamente codician, que los mismos que insistían a que tomara el reino, no acababan de engrandecer su lealtad, y parecía ya que por aquel camino se encaminaba a alcanzar grandes reinos e imperios, que Dios, por sus virtudes, le tenía reservados; y decían todos que la gloria de aquel hecho fue tanto más de estimar, por andar el rey, su hermano, antes que muriese, con él muy torcido, y no mostrársele muy favorable. Esto y el buen gobierno que había tenido en los reinos de Castilla, que gobernó durante la menor edad del rey don Juan, le acreditaron de manera que, si hubieran de tomar rey, por elección, quedara de aquella vez elegido.
Por estas razones fue preferido el infante a los demás competidores, y no (como algunos han dicho) por ver al rey belicoso, armado y con ejército en campaña, y haber metido mucha gente de armas castellanas en estos reinos, y estar casi todos los aragoneses y muchos valencianos declarados en su favor, por lo que los jueces hicieron de grado y con color de justicia lo que a la fin se había de hacer por otros medios dañosos a la Corona; porque ni el ejército que pudiera juntar el infante, aun con el favor del rey de Castilla, podía ser tal, que con mucha facilidad no fuese resistido, ni la gente que había por su cuenta en Aragón y Valencia era tal, ni tanta, que fuese poderosa a tomar un castillo ni sostenerse mucho en la tierra; porque ya los mismos amigos del infante estaban cansados de ellos, ni los aragoneses (fuera los deudos y amigos del arzobispo) estaban tan apasionados por él, que no lo estuviesen más por la justicia, ni son estos reinos de tal naturaleza, que sufran que naciones y gentes forasteras los vengan a conquistar, y los que han osado intentarlo, aun con fuerzas mayores, sin comparación, que las del infante y de los que le podían ayudar, han salido bien de ello, ni los nueve jueces eran personas que tales contemplaciones les obligaran a quitar a Ios otros pretensores lo que era suyo.
Era muy diferente la opinión en que estaba el infante, de la que estaba el conde, el cual, a más de ser muy mozo, no tenía aquella quietud y sosiego del infante, y después de la muerte del arzobispo (en que ni él tuvo culpa, ni fue sabedor) (JA JA JA !) quedó tan mal quisto y desacreditado, que todos, y más los aragoneses, le miraban de mal ojo: añadíase el ser su amigo y consejero don Antonio de Luna, que era extrañado, como hombre sacrílego e impío. Parecíales que si el conde reinara con tal amigo y consejero, había de ser su gobierno violento, cruel y lleno de tiranía, y publicaban que no había de hallarse rastro de mansedumbre ni modestia en aquel, cuyo mayor amigo tan mal había tratado a su prelado y pastor; y daban la culpa al conde que le hubiese amparado y recogido con los demás cómplices de aquel delito, y que siendo descomulgados y anatematizados y perseguidos de todos, solo hallasen amparo y refugio en él y en sus tierras y castillos, y que estuviese tan falto de buenos consejeros, que no le dijesen cuán mal estaba que favoreciese a un perturbador de la paz y sosiego común. Sin estos, los mismos aragoneses, que en vida del rey don Martín le habían hecho contrario, impidiéndole el ejercicio de gobernador general, temían ser castigados y perseguidos, si él tomaba la corona. Estas cosas los abogados del infante las publicaban para mover los ánimos de los jueces, y aficionarles a las virtudes del infante. (Te dejas las cartas de pacto con el rey de Granada, que se vería como alta traición)
Además, no fue poco el favor que hizo el pontífice Benedicto al infante, para que se mirase con buenos ojos su justicia, por quien siempre trabajó, y se decía comunmente que él era el principal autor y ministro que hablaba por él, procurando todos los medios posibles, para que, según justicia, fuese dado por legítimo rey de Aragón, haciendo así su negocio, por obligar al infante que no se apartasen de su obediencia los reinos de Castilla y Aragón, que los unos obedecían al infante, como a tutor del rey don Juan, y estos esperaba le obedecerían como a rey; y como este su pontificado estaba tan controvertido, hacía lo posible para asegurar en su devoción a los que le tenían por legítimo pontífice, y sospechaba que si él no favorecía al infante, le haría quitar la obediencia en los reinos que él mandaría, y así le procuró obligar todo lo posible, no cesando de le favorecer, hasta verlo declarado rey. Estaban, pues, todos los pretensores y sus abogados y embajadores a la mira, e inciertos de lo que había de ser.
Pasaron en aquel cónclave muchas cosas que el secretó las ha sepultado, y este se guardaba con gran rigor, según lo habían jurado: solo Martín de Viciana, autor valenciano, cuenta que había sobre esta declaración gran discordia entre los jueces, hasta que un día les dijo san Vicente Ferrer: - Mirad no cureis mas de deteneros en acordar la sentencia, que la justicia da el derecho al infante don Fernando de Castilla, y esto y no otra cosa se hará, porque de lo alto procede, y no de la tierra. - Y como san Vicente era persona a todos acepta y puesto en predicamento de santo, sus palabras fueron tan eficaces, que no le pudieron contradecir; y así, un viernes, a 24 de junio, día de San Juan Bautista, se votó esta causa y decidió este pleito, y fue cosa maravillosa el respeto que se tuvo a san Vicente, porque siendo verdad, por una parte, que entre ellos había un arzobispo y un obispo, y entrambos muy letrados, y por otra, que, según la graduación hecha por los parlamentos, tenía san Vicente el octavo lugar, con todo esto, fue el primero que dio su parecer, el cual fue de esta manera:

Ego frater Vincentius Ferrarii ordinis fratrum predicatorum * in sancta theologia magister unus ex predictis deputatis *lico juxta scire et posse meum quod inclito et magnifico domino Ferdinando infanti Castelle nepoti sive net felicis recordationis domini Petri regis Aragonum genitoris excelse memorie Domini regis Martini ultimo deffuncti propinquiori masculo ex legitimo matrimonio procreato et utrique conjuncto in gradu consanguinitatis dicti domini regis Martini predicta parlamenta subditi ac vassalli Corone Aragonum fidelitatis debitum prestare et ipsum in certum verum regem et dominum per justitiam secundum Deum et meam conscientiam habere debent et tenentur et in testimonium premissorum hec propria manu scribo et sigillo meo in pendenti munio.

Luego firmaron lo propio el obispo de Huesca, Bonifacio Ferrer, Bernardo de Gualbes, Berenguer de Bardaxí y Francisco de Aranda; y es cosa de ponderación que siendo estos cuatro de los señalados y excelentes letrados de sus tiempos, con todo eso, ninguno de ellos dio razón de su parecer, sino que en todo, y por todo se conformaron con el del varón de Dios, diciendo cada uno de ellos de esta suerte:

In omnibus et per omnia adherere volo intentioni predicti domini magistri Vincentii.

De los tres que quedaban, el arzobispo de Tarragona dio su voto al que entre el conde de Urgel y duque de Gandía era más idóneo y útil a la república, diciendo que, según su entendimiento y lo que podía alcanzar, era, que puesto que creía que consideradas muchas cosas el señor infante don Fernando era más útil para el regimiento de esta Corona, que otro ninguno de los competidores; pero según justicia, Dios y buena conciencia, creía que el duque de Gandía y conde de Urgel, como varones legítimos y descendientes por línea de varón de la prosapia de los reyes de Aragón, eran mejores en derecho, y que al uno de ellos pertenecía la sucesión de la corona del reino; pero por ser iguales en grado de parentesco con el postrer rey, creía que podía y debía ser preferido aquel que fuese más idóneo y útil a la república. Protestaba que por esto no pretendía hacer perjuicio al derecho que don Fadrique de Aragón, conde de Luna, tenía al reino de Sicilia; y siguió su parecer Guillermo de Vallseca, añadiendo que tenía por más idóneo al conde de Urgel, y que así le parecía en la primera vista, porque desde que estuvo en Tortosa, no pudo tan enteramente deliberarlo como la cualidad del negocio lo requería, por estar impedido de grave enfermedad de gota y otros dolores; y Pedro Beltrán no lo dio a ninguno, por no haber tenido, desde 18 de mayo, que llegó a Caspe, bastante tiempo, a su parecer, para desenmarañar las dificultades del negocio; y de esta manera el derecho de reinar, que las más voces se gobierna por la voluntad del pueblo, fuerza, diligencia y felicidad de los pretensores, se gobernó por las leyes y libros de juntas.
Todo esto pasó el día de San Juan, secretamente, entre los nueve jueces; y no se publicó entonces, porque así convenía; e hicieron de esto tres escrituras de mano de Bonifacio Ferrer, con su proemio y conclusión: la una se dio al arzobispo de Tarragona, la otra al obispo de Huesca, y la otra se retuvo el mismo Ferrer, para que cada uno la guardase en nombre de su provincia; y acordaron que el otro día, que era a 25 de junio, se hiciese auto de lo que había prevalecido.
Pero para quitar todo escrúpulo y dificultad, el mismo día que se había de testificar el auto de esta sentencia, quisieron los jueces que en el proceso se pusiesen, como se pusieron, dos autos, en que los del reino de Valencia, que aún estaba dividido en dos parlamentos, loaban, aprobaban y ratificaban, y en cuanto menester fuese de nuevo nombraban, las mismas nueve personas que habían nombrado los aragoneses y los catalanes, aprobando en todo la concordia hecha en Alcañiz y todo lo que se había seguido de ella.
El primero de estos dos autos se hizo en la villa de Morella, a 14 de marzo, que fue el mismo día que fueron nombradas estas nueve personas, y el otro a 21 de junio, en la ciudad de Valencia, donde estaba congregado el parlamento de ....: que se había mudado a aquella ciudad; con que dieron por concluido el proceso, y poco después, en presencia de Domingo de la Naja, Guillermo Çaera y Ramón Fivaller, alcaides del castillo de Caspe, se testificó un instrumento por seis notarios, dos por cada provincia, por el cual se declaraba la sentencia dada en favor del rey don Fernando, aunque estuvo secreta hasta 28 del mismo mes de junio, día señalado por los nueve para la publicación patente. Este auto traen Gerónimo de Blancas y Martín de Viciana: a ellos remito al curioso que lo querrá ver.
Venido ya el día de San Pedro, estaba hecho un cadalso muy grande y alto de madera, cerca de la iglesia y castillo: adornóse todo él de paños de oro y seda, y allende de él había otros tablados muy ricamente aderezados, para los embajadores de los competidores y otros caballeros. A la hora de tercia estaban ya los nueve en la sala del
castillo, y bajaron de él con grande acompañamiento a la iglesia, a cuyas puertas había un altar adornado maravillosamente, y cerca de él un escaño o banco, en el más alto y mejor lugar: sentáronse en medio de él el arzobispo de Tarragona, y a su mano derecha Bonifacio Ferrer y Guillermo de Vallseca y Francisco de Aranda, y a la izquierda Berenguer de Bardaxí, san Vicente Ferrer, Bernardo de Gualbes y Pedro Beltrán, y el obispo de Huesca no se sentó, porque se estaba vistiendo para decir la misa: díjola del Espíritu Santo, y acabada, subió al púlpito san Vicente Ferrer, y tomó por tema de su sermón aquellas palabras del Apocalipsi,19: Gaudeamus et exultemus et demus gloriam ei quia venerunt nuptiae agni; y después de haber alabado mucho nuestra santa fé y religión, y dado a entender el cuidado que tuvieron los nueve en enterarse de la justicia y derecho de sus pretensores, y declarado el punto en que consistía la justicia de cada uno de ellos, y después de haber invocado el favor y auxilio divino, para que aquella
nominación fuese próspera, feliz y afortunada, leyó el auto de la declaración, nombrando al infante don Fernando *rey de Aragón, dándole títulos de pío, feliz, vencedor y *augusto máximo.
Fue grande el contento y muy universal el aplauso con que fue recibida esta publicación, de los aficionados y amigos del infante; pero los del conde de Urgel, que eran muchos, y los neutrales no lo tomaron bien, antes se miraban unos a otros maravillados, como si lo que habían oído fuera una representación de sueño, y los más no acababan de dar crédito a lo que habían oído, y preguntaban los unos a los otros quién era el nombrado, porque apenas *se entendían los unos a los otros, porque el gozo y el pe*, cuando son grandes, impiden los sentidos que no pueden atender ni hacer sus oficios. Luego después de esto, sosegado el ruido de la gente, los cantores entonaron el *cántico Te Deum laudamus, prosiguiendo aquel hasta la fin, * gran melodía de voces y solemnidad.
Tomáronlo mal los amigos del conde, y quedaban admirados que habiendo tres descendientes de línea masculina de los reyes de Aragón y naturales de la Corona, fuese publicado por rey un castellano, descendiente por línea femenina, quedando estos excluidos; y había muchos que lo *tomaban con tanta impaciencia, que osaban públicamente *mar a los jueces enemigos de la patria, desmandándose * palabras muy descomedidas, tanto que pareció necesario que el día siguiente, que fue el último de junio, predicase san Vicente Ferrer y consolase a los amigos del conde, por estorbar el daño que anunciaban; y después de haberles propuesto muchas razones, con aquel celestial es* que había Dios comunicado a aquel apostólico y santo varón, les dijo:
- Hermanos, donde se trata del derecho de la sucesión, no hay porque hablar de la cualidad de la persona, ni porque preferir por eso al conde de Urgel, de quien algunos tenéis compasión, que él está tan Iejos de correr parejas en derecho con el rey don Fernando, que mediante juramento y en la conciencia de mis compañeros, no las corre aún con el duque de Gandía: y allende de eso, considerando la persona, es natural por parte de su madre el rey don Fernando, y el conde no, sino lombardo, y el rey es hijo de rey de la misma nación que lo eran los reyes de Aragón, y finalmente de tanta dignidad de su persona, que parece haber nacido para reinar, porque en el valor y ánimo, así entre los suyos, como con los enemigos, es tan excelente, que si se hubiera de seguir la costumbre
de algunos pueblos, cuyo gobierno se fundaba en mucha prudencia, no menos se hubiera de hacer en él la elección de rey de Aragón, que declararlo por juicio de la sucesión, y esta alabanza no se puede atribuir al conde. -
Pero no bastaron las razones del santo y su buena diligencia para sosegar los ánimos de los amigos del conde. Los que más lastimados quedaron de la declaración eran la condesa doña Margarita, madre del conde, y el mismo conde, y estaban fuera de juicio, llenos de cólera e ira, determinados a tomar las armas, y con ellas en la mano, morir o cobrar el reino, que decían ser suyo del conde. Atizáronles la cólera, dándoles a entender mil impertinencias, o por mejor decir, engañándoles, los que estaban con ellos y les aconsejaban, y eran gente que miraban más lo que ellos podían medrar, metiendo el conde en mal, que no el fruto que se podía sacar de querer impugnar lo que * consentimiento de los reinos y Principado habían hecho * jueces y aprobado todos generalmente.
Estaba el infante, cuando supo la nueva, en Cuenca, * harto cuidado del fin y remate que los nueve darían a la pretensión; acudiéronle embajadores de todas partes a darle el parabién del nuevo reinado y alegrarse con él, y muchos fueron más por acomodarse con el tiempo, que por *obar lo hecho; y después de haber dado debido asiento a las cosas del reino de Castilla, se partió para Zaragoza, * donde había convocado cortes, y a 3 de setiembre fue *coronado por rey de Aragón, y a 7 el infante don Alfonso * primogénito e inmediato sucesor, después de los días del rey su padre. Acudieron a prestar el juramento de fidelidad todos los prelados y ricos hombres y demás que tenían obligación, excepto don Antonio de Luna: comparecieron también Gispert de Bellmont, procurador de la condesa doña Margarita, señora de las baronías de Antillón y Entenza, y pidió ser admitido a la solemnidad de los juramentos que se habían de hacer al nuevo rey.
Bien sabido y a todos notorio era el sentimiento que tenía el conde, su madre, mujer y hermanas del infeliz suceso que habían tenido sus cosas, y generalmente, todos le tenían lástima y deseaban consolar en aquella adversidad, y * desterrara de su consejo hombres desatinados y vanos, * con sus malos consejos le habían de perder; y había muchos en el parlamento, que cuidaban de la conservación * aquella casa y linaje, que la consideraban ya perdida y acabada; pero no querían que fuese con cargo de ellos, por haber hecho lo posible por su restauración: y a 4 de *io, que se juntó el parlamento para hacer las instrucciones para los embajadores que habían de partir para el rey, en particular les fue dado cargo que, por parte del Principado, intercedieran por el conde.
El capítulo en orden a esto dice así:

Item mes ab aquelles paraules pus honestes que poran e sens denotar alguna particular affecció tant com puxen recomanaran lo compte de Urgell al senyor Rey suplicantlo que atteses les grans despeses que lo dit compte ha sostingudes per la questio de la successio ab consell de grans doctors e lo gran deute de sang que ha ab ell lo vulla haver per recomenat.

Sin esto, el mismo día ordenaron una solemne embajada al mismo conde, y la encomendaron a Galcerán de Rosanes, caballero, y había el otro día de partir para Balaguer, con instrucción de decir al conde, de parte del parlamento del Principado, que pues ya estaba publicado por justicia su verdadero rey y señor, se gobernase y rigiese con aquella prudencia y cordura que habían siempre tenido sus pasados y de él se confiaba, desviándole de cualquier camino o medio desordenado y singular, siguiendo el parecer común de los reinos y Principado, conformándose con la voluntad de Nuestro Señor, aprobando lo que la justicia había hecho; y que le notificase para mayor consolación suya, como el Principado había encargado a los embajadores que habían de ir al rey, que le encomendasen su persona, casa y linaje, y que le rogase muy afectuosamente que se sosegase, olvidando cualquier empresa o camino escandaloso e inquieto, porque si tal hacía, el Principado alzaría la mano de interceder por él con el rey, y que le pidiese por amor del parlamento diese cumplida libertad a Francisco de Vilamarín, caballero, que días había que tenía preso.
Partióse el embajador, y halló el conde y toda su casa desconsoladísimos y medio desesperados, resueltos a perderse del todo, antes de consentir que les fuese quitada la corona, estimando aquel su grande estado y demás hacienda que Dios le había dado por cosa de poco momento, respecto de lo mucho que, según su parecer, le habían quitado. Consolóle el embajador como mejor supo, pero poco aprovecharon su embajada y razones, aunque era hombre elegante y entendido, y siempre había sido apasionadísimo por él; y volvióse de su mensajería, sin haber concluido nada.
El parlamento, visto lo poco que había aprovechado aquella embajada, sospechó que aquel príncipe se había de perder, por estar casi desesperado, y rodeado de consejeros, ni muy prudentes, ni muy sosegados, y habiendo todos acudido a dar la obediencia al rey, solo él faltaba, y era muy conocida su falta, por ser persona tan notable; y así enviaron otra embajada por don Galcerán de Vilanova, obispo de Urgel, y don Ramón de Moncada, para persuadirle lo mismo que Galcerán de Rosanes, y más en particular, para que de buen grado fuese a dar la obediencia al rey y hacerle reverencia en la forma que todos los grandes eran venidos, y le volvieron a ofrecer que, venido, todos suplicarían al rey que le hiciera merced y gracia por los gastos que había hecho en proseguir su justicia, y confiaban de la gran virtud y liberalidad del señor rey don Fernando, que le haría muchas mercedes y no habría a mal el haber trabajado en proseguir lo que pensaba que le pertenecía por justicia, desengañándole que si no lo hacía, el Principado alzaría la mano de procurar cosa que le conviniese, como ya se lo habían enviado a decir por Galcerán de Resanes; pero el conde estaba ya tan turbado, que ni sabía qué hacer ni qué responder, y despidió los embajadores y les dijo que él volvería la respuesta, y con esto se volvieron a Tortosa.
Esta dio por medio de Ponce de Perellés (Perellós), el cual dijo que a todos era notorio, que en vida del rey don Martín era opinión de los más que, muerto el dicho rey, la sucesión de los reinos pertenecía a él, y aún algunos letrados se lo afirmaban así, y que por esto él hubo justa causa de proseguir la justicia que le decían que tenía, en lo cual había hecho muy grandes costas y despesas y había quedado muy pobre y desheredado, y que haciéndose con él por manera que su casa fuese tornada en el estado que estaba en vida del rey don Martín, su tío, y haciéndole alguna enmienda de las despesas hechas por él, y acrecentándole su casa de lugares y vasallos, que él haría lo que debía, en otra manera le sería mejor dejar el reino y tomar otra vía.
Los del parlamento, habida esta respuesta del conde, enviáronla al rey, que estaba en Zaragoza, y lleváronla Ponce de Perellós y el oficial o provisor de Balaguer; y el rey les recibió con mucha afabilidad y alegría, y mandó dar a Ramón de Perellós dos mulas ya destradas, y al oficial le preguntó muy en particular de la salud del conde, y él le respondió que al presente no sabía nada de ella, por haber mucho que no le había visto, pero lo que sabía de cierto era que estaba muy triste de lo sucedido, aunque estaba en su mano enmendarlo todo; y el rey respondió con mucha afabilidad, que si intención no era destruir al conde, por ser su primo, antes bien quería que fuese la segunda persona del reino, por merecerlo él; y le rogó, que pues no fue por él la suerte y ventura, le aconsejaba que no quisiese perderse, antes bien le prestase la debida fidelidad, pues por mucho que hiciese, no era poderoso de quitarle el reino; y le prometió que si acababa esto con él, le daría la primera prelacía que vacase en sus reinos; y por tomar mejor resolución sobre lo que se había de hacer, juntó todo su consejo, y mandó a Ponce de Perellós, que refiriera en él lo que había dicho al parlamento de Tortosa de parte del conde; y después de salido del consejo, el rey pidió de parecer sobre lo que había de hacer y responder, y fue opinión de los más, que el rey debía hacer su proceso contra el conde, por derecho, como contra desobediente; y como el rey era muy benigno y naturalmente inclinado a toda virtud, dijo que él quería con el conde de Urgel haberse benignamente y probar si con mansedumbre y mercedes podría vencer su malicia, y le envió por el mismo Ponce de Perellós y don Diego Gómez de Fuensalida, abad de Valladolid, que quisiese venir a le obedecer y servir, certificándole que si así lo hiciese, por ser de su linaje y por su grandeza, le haría mercedes y le daba guiaje para él y para todos los que le acompañasen, con que no se hubiesen hallado a la muerte del arzobispo, en otra manera él procedería contra él, como contra inobediente y desleal.
Llegados los embajadores del rey a Balaguer, el conde les hizo mucha honra, y les respondió que a él le placía mucho de hacer lo que ellos le habían dicho, siendo primero certificado de la enmienda y la merced que se le había de hacer para sostener su estado; y que esto hecho, él haría su deber; y esto lo dijo en secreto al abad de Valladolid, porque diciéndolo en público, no pareciese que tenía por rey ni señor al infante don Fernando, hasta haber hecho lo por él demandado, que después él haría lo que debía, porque no quería enojar al rey, ni pedir más sino servirle; y con esta respuesta el abad se volvió muy contento para el rey. Oída por el rey esta respuesta, conoció que eran dilaciones que el conde buscaba para haber tiempo para apercibirse y poderle resistir; y no iba engañado, en esto, porque le habían ya algunos aconsejado que saliera junto a Alcolea y diera batalla al rey; pero por estar falto de gente, no osó, y muchos caballeros a quien el conde lo pidió le ofrecieron salir, y otros lo rehusaron; y el rey, con acuerdo de los de su consejo, salió de Zaragoza con dos mil hombres de armas, con intención de castigar al conde, sino le daba la debida obediencia. Venían con el rey el almirante don Alonso Enríquez, su tío, Diego Fernández de Quiñones, su mayordomo mayor de Asturias, Garci Fernández de Sarmiento, adelantado de Galicia, Juan Hurtado de Mendoza, mayordomo mayor del rey de Castilla, Rui González de Castañeda, señor de Fuente Dueña, Ferrán Gutiérrez de Vega, su repostero mayor, y don Lorenzo Suárez, comendador mayor de Castilla. Del reino de Aragón venían los siguientes: don Juan de Luna, don Juan de Ixar (Híjar), mosen Bernat de Centelles, mosen Juan de Bardexi (Bardají, Bardaxí), Lope de Urrea y otros.
Entrado en Cataluña, mandó el rey que mil lanzas fuesen a hacer guerra a los lugares que tenía el conde en las riberas de Segre y Sió, e iban por capitanes Álvaro de Ávila, camarero mayor del rey de Castilla, y su mariscal Pedro Núñez de Guzmán, su copero mayor, Ferrán Gutiérrez de Vega, Blasco Fernández de Heredia, gobernador de Aragón, y Juan Fernández de Heredia; y corrieron toda la comarca de Balaguer, que es toda muy buena de campear por su gran llanura: tomaron cuatro lugares del conde, y después se fueron a juntar con el rey, a una legua de Lérida, y fue recibido en aquella ciudad muy solemnemente, con gran alegría, juegos y fiestas.
Los ciudadanos de Lérida y algunos vecinos del condado de Urgel, que no eran afectos al conde ni a sus cosas, antes cada día tenían encuentros por razón de los límites y jurisdicciones y pasturas de los ganados, holgaron no poco de la adversidad suya, y deseaban ver su casa acabada: habíanse persuadido que si el conde quedaba en paz con el rey, había de quedar él muy favorecido, así por el parentesco había entre los dos, como porque se trataba de casar un hijo del rey con la hija del conde, y añadiéndose este favor a su casa, había de vengarse de ellos, que en muchas maneras le tenían disgustado, por razón de sus términos y pasturas, y temían que si el conde pedía al rey la ciudad de Lérida, que ya había sido de los condes de Urgel, se la daría, y por eso no deseaban hubiera paz entre ellos. Por esto hicieron aconsejar a la madre del conde acabara con su hijo no prestara la obediencia al rey, pues no por esto estaba cierto de lo que el rey le prometía, y fuera muy posible que el rey le perseguiría por lo que había hecho, y destruiría su casa, y que un hombre como él, que había de ser rey, no había de sujetarse, y más le valía de una vez aventurarlo todo, que no hacer tal sumisión ni contentarse de los ofrecimientos que le hacían. Por otra parte, los mismos enemigos del conde fueron a decir a los ministros del rey todo lo que sabían del conde, y que no era bien le admitiese en su gracia, porque jamas hallaría en él buen vasallo; y de esta manera metieron discordia entre los dos, porque de la destrucción del conde nacería su quietud y aumento; pero el rey, que de su condición era manso y enemigo de hacer mal a nadie, y deseaba que así lo entendiese toda la Corona, disimuló aquello, aguardando a ver el conde qué haría.
Estaba la condesa tan rabiosa y ocasionada, que no fue necesario apretarle mucho para que se alborotara, y menospreciados los ofrecimientos del rey, quiso que su hijo pusiera aquel negocio a las armas, animándole valerosamente y más de lo que su sexo le permitía: representábale el valor de sus pasados, los condes de Urgel, (uno de Valladolid, como hemos visto en capítulos anteriores) que en las ocasiones que fueron perjudicados en sus preeminencias y prerrogativas, resistieron valerosamente a los reyes, hasta morir o tomar enmienda de aquello que les había sido quitado, y que no tenía que buscar sucesos muy antiguos, pues aquí tenía los del infante don Jaime, su abuelo y suegro de ella, que tan valerosamente se expuso a la fuerza y sinrazones del rey don Pedro, y que él no era menos poderoso ni su causa menos justa que la de aquel infante, que salió con su intención, y por quien, puesto en armas, se alzó toda Cataluña y mucha parte de los reinos de Aragón y Valencia, aunque a la postre le hizo quitar el rey la vida con veneno, por no ser poderoso a resistir a la mucha razón y justicia suya; y si él se ponía una vez en campaña, muchos de los más poderosos de la Corona se habían de declarar por él, favoreciéndole con todas sus fuerzas y poder, que juntado con las compañías de gascones e ingleses (y cómo se entenderían? Gascón está claro, es un dialecto occitano, como el catalán, y el conde lo hablaba y escribía) que aguardaba de cada día, haría un poderoso y grande ejército contra el rey, sin hacer caso de las gentes forasteras que había metido en Cataluña, que estaban ya tan descontentas, y él tan imposibilitado de sustentarlas, que en breve se había de volver, y más que en Aragón, donde al principio eran recibidos de buena gana, ahora eran tan aborrecidos, que no había quien los pudiese sufrir, por ser gente soberbia y arrogante, que por tener el rey de su nación, tomaban más atrevimiento y osadía que de antes, y todos deseaban sacudirse el pesado yugo de ellos; y que le valiera más y ganara más renombre morir en defensa de su justicia y reino, que no dejarlo en manos del infante; y que había de ser o rey o nada, y estaba repitiendo de continuo y diciéndole: Fill, ó rey ó no res. Enojábase contra él por verle algo considerado en meterse en aquella empresa, y tratábale con palabras pesadas y descorteses, abusando de la licencia de madre, como si fuera el conde hombre villano, debiendo ella, si fuera cuerda y sabia, reprimir sus ímpetus y fogosidades desordenadas y desterrar del rededor de él consejeros violentos y malos, y más a don Antonio de Luna, que estaba perdido y acabado, y solo hallaba remedio con la empresa del conde.
Valíase la condesa, para más animar al hijo, de unos vaticinios y profecías de un fray Anselmo de Turmeda, que se había pasado a Túnez y renegado de la fé, y de fray Juan de Rocatallada (Peratallada, Pera : Pedra : Piedra), de quien habla el padre Martín del Río, en dos lugares de sus Mágicas disquisiciones, y del abad Joaquín de Merlín y de una Casandra y otros que habían compuesto ciertas poesías, y las llamaban profecías, y mudando los hombres a las personas que en aquella sazón gobernaban el mundo, como eran al papa, antipapa, reyes de Francia, Nápoles, Aragón y algunas ciudades, decían cien mil disparates, con términos y frases amfibológicas y ambiguas, a imitación del oráculo de Apolo; y la condesa tenía cabe sí hombres que le daban a entender ser muy entendidos en ellas, y hacíanle mil interpretaciones, todas dirigidas a que el reino de Aragón había de ser de su hijo y que el rey había de vivir poco (ahí acertaron), y aunque ella se veía en trabajos, había de llegar a un estado próspero y feliz y bienaventurado; y como esto era cosa apacible a sus oídos, se lo persuadía como si se lo hubiera dicho san Vicente Ferrer u otra persona tal, y fundada en esto, no quería perder ocasión, y persuadía a su hijo la tomase, sin aguardar más.
Estos consejos e importunaciones fueron tan eficaces, que añadieron al conde más ánimo y braveza que hasta allí había tenido, y resolvió de no parar hasta verse rey. No se hartaba su corazón con lo que le concedió la fortuna o el cielo; parecíanle bajas y viles las cosas que poseía, porque confiaba otras mayores y más altas. Esperaba le habían de
venir ciertas compañías de ingleses y gascones, que juntadas con las gentes de don Antonio y suyas, había de ser poderoso a quitar al rey la corona, en cumplimiento de dichas profecías; juntó sus consejeros para deliberar lo que se había de hacer, pero a ellos pareció, que no debía declararse que primero no tuviese junta la gente que aguardaba, y que en el entretanto que tardaban, se entretuviese como mejor pudiese, dilatando el juramento de fidelidad, moviendo conciertos y tratos, sin concluir alguno, y si el rey mucho apretaba, aconsejaban que se le hiciese el reconocimiento y homenaje, pero de tal manera, que hubiese en él alguna nulidad notoria. Nombró embajadores a Ponce de Perellós, Ramón de Perellós, su sobrino, Francisco de Vilanova y fray Dalmacio Çacirera; y a 22 de octubre les hizo la procura, y aconsejado de sus letrados, buscaron un notario que estaba descomulgado, llamado Francisco de Monçon (Monzón : Montisono), y no podía tomar el auto, por obstarle la excomunión. La instrucción que llevaban estos embajadores era de tratar de algún asiento en las pretensiones que el conde tenía de las mercedes que el rey le había de hacer, sin concluir cosa, por dar lugar a que vinieran las gentes que aguardaban de Gascuña e Inglaterra; pero llegados a Lérida, el rey, que sabía cuán malos consejeros tenía el conde, les envió a decir por el obispo de Barcelona y Francisco de Aranda, que no se pusiesen en otro trato, ni pidiesen cosa alguna, sino que hiciesen luego la debida obediencia, que en otra manera no podría excusarse de proceder contra el conde, como a desobediente a su rey y señor.
Cuando pasaban estas cosas, pidieron los de la ciudad de Huesca al rey, que revocase un privilegio o gracia, que el rey don Martín había hecho de 1000 florines cada año, por tiempo de diez años, al conde de Urgel. El caso fue que había en aquella ciudad muchos bandos y parcialidades, cuyo remedio dependía de la presencia del rey o de persona de la casa real, pero como estaba tan pesado de su persona, no podía ir allá, y por eso nombró al conde de Urgel por protector de aquella ciudad por tiempo de diez años, con salario de 1000 florines cada año, porque durante el dicho tiempo apaciguara aquellos odios y discordias y redujera a paz a los vecinos de ella. Como el conde no era muy quisto en aquel reino, deseaban verle fuera de él, y con título que habían cesado aquellos bandos, pidieron al rey revocase la merced hecha al conde, pues era superfluo aquel gasto y no gustaba el pueblo de tal superintendente; y así a 16 de octubre de 1812, (1412) en Zaragoza, revocó el rey esta concesión y merced hecha al conde, de lo que no quedó él muy gustoso, porque le pareció que aquello más lo hacía el rey para echarlo de Aragón, que por alivio y favor de los de la ciudad de Huesca.
Los embajadores, por no enojar al rey, acordaron hacerle la obediencia, sacramento y homenaje, según uso de Cataluña y poder les había dado el conde, especial para esto, aunque luego que ellos se partieron para Lérida, el conde le revocó y anuló; pero esto fue más público que secreto, y aunque en el proceso criminal se le hizo al conde cargo de diversos delitos, pero de esto no se habló palabra; verdad es que lo dijeron dos testigos, el uno por haberle oído del mismo conde de Urgel que había hecho intimar la revocación al notario que había tomado la procura, y el otro testigo en su deposición dijo lo mismo, aunque no dio otra razón de su ciencia, sino que lo había oído decir, y no dijo a quién.
El auto de la prestación del sacramento y homenaje fue muy solemne: hízose en el altar mayor de la Seo de Lérida, a 28 de octubre de 1412, después de celebrada la misa mayor, y asistieron el obispo de Barcelona, el abad de Valladolid, el conde de Cardona, el gobernador de Cataluña, Olfo de Proxida, Rodrigo de Liori, Francisco de Aranda, del consejo del rey, y otros muchos caballeros y nobles de la Corona. Acabado este auto, que para todos fue de gran consolación, mandó el rey al abad de Valladolid, que se llevase a comer consigo los embajadores del conde, y que la gente de armas que había venido de Castilla, se volviese.
Los embajadores movieron trato con el abad y otros ministros reales, de las mercedes que el conde pretendía alcanzar del rey; y antes de pedir ninguna, para mayor sosiego de todos y que el conde se asegurase en el servicio del rey, y desengañar a algunos que decían que el rey nunca le haría merced, propusieron que el rey casase alguno de sus hijos con la hija mayor del conde, que había de heredar en falta de hijos todo su estado, y podía por su cualidad y sangre ser mujer de rey, por descender por parte de padre y madre, por línea legítima, de reyes. Al abad le pareció bien, y lo dijo al rey, que lo propuso en su consejo, aunque la respuesta no se dio luego, porque el rey estaba de partida para Tortosa, para visitar al papa Benedicto de Luna, que tanto le favoreció y valió para alcanzar el reino. Estuvo en aquella ciudad quince días, hasta 22 de noviembre. Procuró el papa asegurar al rey en su obediencia y devoción, representándole lo mucho que le estaba obligado, por lo que había hecho por él. Desde Tortosa mandó convocar cortes en la ciudad de Barcelona, para el primer día de diciembre, para recibir de los prelados y barones y demás el juramento de fidelidad y homenaje que, por razón de sus ... y naturaleza, le eran obligados a prestar, asignando el día 20 de diciembre. A 26 de noviembre llegaron el rey, la reina y el primogénito don Alfonso al monasterio de Valldonsella, fuera los muros de Barcelona, y aquí se alojaron; a 28 entró el rey en la ciudad, y el día siguiente la reina, don Alfonso y el infante don Pedro, sus hijos; y a 9 de enero se dio principio en el monasterio de predicadores a las cortes. Estando aquí, los embajadores del conde, que aún no tenían respuesta de lo que habían tratado con el abad, pidieron audiencia al rey y le dijeron: - Señor, parece que el conde está en grande recelo de vos, é si a vuestra alteza pluguiese que hubiese entre vos y él algún buen deudo de matrimonio, sería quitado el temor y vendría mejor a lo que pluguiese a la vuestra merced; por ende, señor, si a vuestra merced bien visto fuese de darle al infante don Enrique vuestro fijo, maestre de Santiago, porque casase con su fija, heredera del condado, sería vuestro servicio, pues, señor, sabedes como el conde y su mujer son de la casa real de Aragón, y su casa es la mejor que hay en el reino, y si vuestra merced lo ficiese, el conde terná (tendrá) que habedes voluntad de le allegar a vos e de le fazer merced, e devedes lo fazer por el debdo que con vos han él e la infanta su mujer, y darle alguna enmienda de lo mucho que ha gastado y quedan disminuidos su casa y estados. - El rey no gustaba de tal demanda, y le pesaba que quisiese ponerse el conde a trato con él, y más estando con opinión que todo aquello era ficción; y notaba mucho siendo el conde llamado a las cortes, ni viniese ni enviase procurador, y era notada esta falta de todos. Con todo, el rey no quiso declararse contra él, sino reducirle a su servicio con beneficios y mercedes. Propuso el negocio en su consejo, y dio por respuesta, que el conde en lo que pedía no tenía justicia, porque si se había puesto a demandar el reino de Aragón y habían hallado los jueces que no tenía justicia, no le había el rey de pagar las costas, salvo en caso que quisiese hacerle merced. Érales también muy grave lo del casamiento del infante don Enrique, que había ya más de cuatro años que era maestre de Santiago, y era hombre de grandes pensamientos y pretendía casar, como casó después, con doña Catalina, hermana del rey don Juan de Castilla, aunque no muy a gusto de la dama, y se le proponían otros grandes casamientos. Con todo, deseoso el rey de traer a su servicio al conde, doliéndose que aquel caballero tan mal aconsejado se perdiera, acordó que era bien hacer lo que pedía, a más de otras mercedes, y mandó llamar a sus embajadores, y según refiere Fernán Pérez de Guzmán, les dijo: - Embajadores, como quiera que yo no haya razón de responder a las demandas y tratos que el conde de Urgel me envía a demandar, pero porque él y vosotros conozcáis que he voluntad de le hacer merced, y que no quiero dar lugar a que se pierda, mi merced es de le dar lo mío y de le otorgar sus peticiones, por el debdo que conmigo ha y por ser casado con mi tía, y a mí place de le dar en casamiento a su hija a don Enrique, mi hijo, maestre de Santiago, y que le habrá por propio hijo; y por hacer mayor su estado, quiero le hacer merced de la villa de Momblanc, con título de ducado, porque se llame duque de Momblanc y conde de Urgel, y quiero le dar más, por rehacer su casa y enmienda de los gastos que ha hecho, ciento y cincuenta mil florines de oro, y por hacerle más merced, quiero que haya de mí cada año él y la infanta, mi tía, su mujer, y la condesa su madre, cada dos mil florines de oro, que sean seis mil florines cada un año.
Esto ofreció el rey, según dice aquel autor; pero yo he hallado, que también le ofreció la villa de Tárrega, pueblo muy rico y numeroso y confinante con el condado de Urgel, y había en él muchas casas de caballeros muy principales y ricos; y añade más Laurencio Valla, que dijo el rey, que le había de dar tanta honra y preheminencia, que le daría lugar y asiento en medio de sus cinco hijos, con este orden: que el primogénito y el infante don
Juan estarían primero, y después el conde y luego don Enrique, don Pedro y don Sancho, así que, entre sus hijos, el tercer lugar había de ser del conde.
Parece que cuanto más se mostraba liberal el rey con el conde y sus madre y mujer, más esquivos estaban y menos caso hacían de las mercedes y favores que se les proponía, y buscaban dilaciones, con ánimo de apercibirse para resistir al rey y a sus ministros; y esto era en ocasión que estaban todos tan confiados de que el conde quedaría en su servicio, que tenía el rey pensamiento, acabadas las cortes, de ir a Valencia y de allá pasaría a Castilla, y así se decía públicamente; pero las cosas sucedieron de manera, que antes de acabarse las cortes, fue necesario partirse el rey para Balaguer, para resistir al conde, que tenía inquieta toda aquella tierra, porque después que su madre y consejeros le dieron a entender que de ninguna manera se sometiese al rey, buscó todo el favor posible con los otros príncipes de la cristiandad, y más con los reyes de Francia y Navarra; pero ellos se excusaron de valerle, y así envió a don Antonio de Luna y a García de Sesé a Burdeos, porque en su nombre tratasen y condujesen confederación con Orthomas, duque de Clarencia, hijo segundo de Enrique IV, rey de Inglaterra, y con Eduardo, duque de Ayork, que era nieto del rey don Pedro de Castilla, hijo de Aymon, conde de Cantobrigia, y de la infanta doña Isabel, tercera hija de aquel rey, y entraba con ellos a la liga el conde de Orset; pero esta confianza del de Ayork (York) era vana, y poco el deseo que tenía de meterse en esta guerra, y lo demostró presto, pues aún estando el rey en el cerco de Balaguer, le envió sus embajadores para confederarse con él y hacerse muy su amigo, y esto lo hizo movido de otra embajada que el rey le había hecho cuando supo que quería valer al conde de Urgel, enviándole a visitar y requiriéndole de muy estrecha amistad y alianza: y así desamparó al conde, confiando que por medio del rey se le haría enmienda de algunos derechos que pretendía tener en los reinos de Castilla y León, y confiaba con favor y medio del rey alcanzarlos; pero no le salió como pensaba, ni quedó muy medrado de haber dejado al conde y haberse confederado con el rey, que le pagó la amistad con cortesías le hizo, y buenas confianzas que le dio.
Dicen que antes que el duque de Clarencia entrara en ella, quiso enterarse de la justicia del conde, y que le envió un famoso letrado que le informó de ella, de manera que quedó satisfecho. Concordóse por medio de estos tratadores, que el duque valdría al conde con tres mil archeros y mil bacinetes y vendría él en persona, si el rey su padre le daba licencia; y si por algún impedimento dejaba de venir, enviaría a costa suya quinientos bacinetes y tres mil arqueros, pagados hasta San Juan; y el conde le prometió dar en recompensa de este socorro al duque el derecho y título de rey de Sicilia, y su hermana por mujer: otros decían su hija doña Isabel, y la heredaba del condado de Urgel y demás títulos, si moría sin hijos varones.
Concertóse también con Eymerico de Comenge y Juan de Malleó, capitanes franceses, que habían de ser en Cataluña por todo el setiembre de 1413, con dos mil caballos, y había de haber entre ellos ochocientas lanzas y quinientos ballesteros de a caballo, y quinientos de a pie con ballestas de acero, y habían de entrar por la parte de Andorra y vizcondado de Castellbó. Había también enviado el conde a Tolosa, a 21 de agosto de 1413, a Bernardo de Llorac y Gisperto de Guillaniu, caballeros de su casa, para hacer que Pedro Ramón de Rapistany, señor de *Camponacho, hiciese venir toda la gente que pudiese. También don Antonio de Luna, estando en Burdeos, trató cor Basilio de Génova y Anglot, y con Gracián de Agramonte o de Vasconia, capitanes de gentes de armas inglesas, que estaban a gages del rey de Inglaterra en Burdeos, que entrasen con sus gentes de armas en Aragón, e hicieran en él guerra.
Habíase llevado don Antonio algunas acémilas (assémila, ase) de moneda y muchas de las joyas del conde, y fuélas vendiendo poco a poco: de una cadena le dieron 150 escudos, y 400 de un collar; y nunca halló quien le comprase una suntuosísima y costosa cruz que había sido del duque de Barri (o Berri), que a más del oro y piedras que había en ella, eran tantas las hechuras, que nadie entendió en quererla comprar; y como él estaba falto de dinero, puso en almoneda las demás joyas, y al principio pedía por ellas 25.000 florines, y después bajó a 10.000, y después a 6.000, y por estos las vendió, y dio algunas pagas a los soldados, y concertó que no entrasen juntos en estos reinos, sino cada uno por su parte, por excusar inconvenientes se podían suceder, si entraran juntos. Hecho esto, se vino don Antonio de Francia, que no debiera, porque por faltar en Francia quien diese prisa y calor a la gente que había de entrar, le vino a faltar al conde el socorro que aguardaba de aquellas partes, en la ocasión que más necesitaba de él, y podíale más aprovechar don Antonio estando allá, que no aquí. Luego que fue llegado, para autorizar las cosas del conde y ganar crédito con aquellas gentes que habían de venir, procuraba que en Aragón se tomaran algunas plazas, como fue el castillo de Trasmoz, que está en las faldas de Moncayo; y este se tomó más por descuido de los que le guardaban, que por combate; y aunque se alborotó toda aquella comarca, pero de aquella vez quedó el castillo por don Antonio, que mandó alzar banderas por don Jaime y aclamarle rey de Aragón, y le tuvo algún tiempo, aunque después lo dejó por 50.000 florines que le dieron. Atemorizáronse los aragoneses de manera con esto y con las nuevas que tenían de los gascones e ingleses que habían de entrar, que se tuvieron por perdidos, y cada día daban aviso al rey de lo que sabían, pidiendo socorro y favor.
Sin esto, sucedió a los postreros de mayo, que entró el capitán Basilio, y con la gente que llevaba tomó dos lugares de Aragón, que eran Lorbes y Enbun, e hicieron jurar a don Jaime por rey, y talaron la campaña y dejaron presidio en ellos, y se pasó al castillo de Loarre, donde estaba don Antonio, para cobrar el sueldo le había prometido; y don Antonio, que estaba falto de dinero, le remitía al conde de Urgel, y le decía que fuera a Balaguer, que allá sería pagado; pero Basilio no quería salirse del castillo de Loarre, que no fuese pagado. Las nuevas que cada día llegaban a Barcelona obligaron al rey que enviara a don Francisco de Eril fuese a valer a los de Zaragoza y Huesca, que habían puesto cerco a los castillos que don Antonio y Basilio habían tomado, y para que metiese gente dentro de Huesca, para defender aquella ciudad, si quisiese apoderarse de ella don Antonio; y él lo más presto que pudo se partió de Barcelona con algún número de gente, que serían ciento de a caballo. El conde tuvo aviso de su venida, y mandó salir de Balaguer doscientos caballos y más de trescientos ballesteros, que se alojaron en Linyola
y aguardaban a don Francisco, que ya estaba en Tárrega, con harto temor de la gente del conde, porque los de aquella villa habían enviado espías y sabían que toda aquella gente que había salido de Balaguer le aguardaban que saliese de Tárrega, para dar sobre él, y así se lo enviaron a decir a 29 de mayo. Estuvo don Francisco y los suyos en ella hasta un lunes, que era a 5 de junio, que llegó allá Jorge de Caramany, y de parte del rey le dijo, que se partiese luego para Lérida, que él se ofrecía llevarle por caminos seguros. Salieron a las once de la noche y fueron a Bellpuig, y de allá a Vilanova, y de aquí, andando fuera camino, pasaron los llanos de Miralcamp, y salieron al collado de Bellfort, y al salir el sol llegaron a Torregrossa y de allí a Pradell, y de aquí a Margalef, que era lugar despoblado, así como hoy lo es, y está a una legua de Lérida. Aquí dejó don Francisco a Jorge de Caramany, * se volviese, porque le pareció ya estar fuera del peligro; y él, antes de partirse, mandó a sus espías que corriesen la tierra, y descubrieron los doscientos caballos del conde, cuyo capitán era Berenguer de Fluviá, y el estandarte que llevaba era verde, blanco y negro, y sin dar lugar a que los espías volviesen, dio sobre don Francisco y su gente, y le mató tres o cuatro hombres y prendió casi todos los demás, y quedaron heridos muchos, y don Francisco de Eril se retiró a Torregrossa, donde ya había llegado
Jorge de Caramany, y había hecho abrir las puertas, para que se recogiesen allí los que escapasen; y estaban * harto temor que no les cercasen, porque se decía que habían enviado a Linyola a buscar los trescientos ballesteros que allá habían quedado, y así lo más presto que pudieron pasaron a Juneda, lugar del condado de Cardona, y aquí aguardaron orden de lo que el rey mandaba que hicieran. Holgó la condesa mucho de este suceso, y lo celebraba, haciendo burla de los vencidos; y de la ropa, bestias y demás cosas que tomaron, hicieron almoneda en Balaguer, y el conde llevó la quinta parte, y los presos se rescataron por un marco de plata cada uno, y los amigos del conde, a quien parecían mal estas acciones, le disculpaban, diciendo que aquella salida había sido a contemplación de Juan Despont (d´Es Pont), enemigo de don Francisco, para vengar la muerte de su padre, en que había sabido. Sucedió también, jueves a 8 de junio, que salieron del condado de Urgel algunos ballesteros y entraron en el marquesado de Camarasa, que ya había sido de los antiguos condes de Urgel, y se llevaron treinta cabezas de ganado. El día siguiente salió el conde de Balaguer y fue a Castellón, para ver y animar a la gente de guarnición que tenía en los castillos del vizcondado de Ager, e iba muy contento del suceso de Margalef, y confiaba haber de salir muy bien de su empresa, con el favor y ayuda de las gentes extranjeras que esperaba; pero había muchos de los que le servían que juzgaban a locura lo que el conde hacía (y bien juzgaban), y lo que era de llorar, no había nadie que se lo osase decir, por temor de la condesa, su madre, que aborrecía sobre todas las cosas a los que trataban desengaños y decían lo que sentían.
Había el conde de Urgel, antes de la declaración de Caspe, tomado la palabra a muchos caballeros de Cataluña, que le habían de valer y favorecer hasta verle rey; y como la opinión común era pertenecerle a él la corona, muchos se lo prometieron; pero después de hecha la declaración y vista la porfía, y que se iba voluntariamente a despeñar, todos le desampararon y aprobaron lo que la justicia había hecho; y de esto estaba muy quejoso el conde, y más del de Cardona, que por ser deudo suyo y muy poderoso, era de quien más había confiado. Envióle un heraldo, que salió de Balaguer a los primeros de junio y entró en Barcelona en ocasión que la corte estaba junta: * entró por la ciudad, a caballo, vestido de su cota de armas, y llevaba un cartel en que estaban escritas las quejas que el conde de Urgel tenía del de Cardona, y do quiera que había corrillos preguntaba por él, y les hacía leer (sabrían casi todos) aquel cartel de desafío, y les rogaba que le hiciesen sabedor de lo que leían, y que el conde de Urgel le desafiaba cuerpo a cuerpo. Esta novedad alborotó no poco a la ciudad de Barcelona, y cada uno hablaba según el amor que tenía al conde, y todos aguardaban ver al rey cómo lo tomaría; y fue que mandó prender al heraldo y darle cien *azotes a caballo, por las mismas calles por do había pasado, y después lo envió a su señor. Dicen que fue grande el enojo que recibió el rey de este desafío, y lo juzgó a desacato, y que tal se hiciese en tiempo que él estaba allá y junta la corte, sin licencia suya, y quiso que de esta manera quedara satisfecho el agravio que pudiera haberse hecho al conde de Cardona, y así se impidió el desafío y puso treguas entre los dos condes, y mandó despachar letras al de Urgel, que se le presentaron, domingo a 12 del *; y dice Valla, que estimó más al rey que lo pagara el heraldo, que no que se encendiera guerra entre aquellos dos príncipes. Discursa también el autor si el rey hizo bien en esto, por ser los heraldos, según el derecho de las gentes, inviolables; pero a más de entenderse esto solamente * respecto de aquellos con quien tratan, y no de los otros, * esta ocasión el castigo del rey dicen haber sido justo, porque
con descortesías excedió la licencia que el oficio le *; Tomólo muy mal el conde, y de aquí infiere aquel escritor que tomó causa de rebelarse; pero es cierto que muchos meses había tenía aquel pensamiento.

Estaban persuadidos los consejeros del conde, que para * buen buen principio a su empresa, le convenía tomar en Aragón la ciudad de Huesca, y en Cataluña la de Lérida, por ser muy vecinas, ésta del condado, y aquella de las baronías de Alcolea y demás de Aragón; Berenguer de Flu*, que era el inventor de esto, emprendió apoderarse de Lérida, donde había muchos amigos del conde, particularmente un Bernardo de Torramorell y T. Belver, y no aguardaban sino ocasión para declararse por él y entregarle aquella ciudad. Estaba en ella Riambau de Corbera, lugarteniente de gobernador, que la tenía en defensa y andaba muy cuidadoso de la guarda de ella. Sucedió que el conde, con motivo de tomar Arbeca y Juneda, lugares del conde de Cardona, mandaba juntar muchas armas y municiones en la villa de Menargues, que está entre Lérida y Balaguer, y esto daba harto cuidado a los de aquella ciudad, porque sospechaban que todo aquello había de servir
para ellos. Ponían de día y de noche guardas y estaban muy prevenidos, y temían que el día de Corpus, cuando todos estarían ocupados en la procesión, no sucediese alguna novedad; y no iban en ello fuera de camino, porque sucedió que un hijo de Arnaldo Cuco, letrado de Balaguer, con ocho o diez hombres de a pie, quiso escalar el monasterio de San Hilario de aquella ciudad, que está fuera de ella cuanto son seis tiros de ballesta, y es de monjas Cistercienses; pero no pudo hacer nada, porque luego fue descubierto, y salieron, aunque sin armas, el veguer y Francisco San Climent, paer o regidor primero de aquella ciudad, con alguna gente de a pie y todos sin armas, lo que fue gran temeridad; y Riambau de Corbera lo tuvo muy a mal, porque no sabían de cierto si había allá alguna emboscada, y por eso mandó cerrar las puertas de la ciudad y poner guardas en ellas y gente por los muros; pero no sucedió más de lo dicho, y el veguer y demás volvieron poco después, y dijeron haber visto diez hombres con ballestas, y por estar ellos desarmados no les osaron acometer, y fue cierto que el conde no supo en ello, antes le pesó, porque aquello no sirvió de otra cosa que de acuerdo para los de aquella ciudad.
* siguiente se fueron continuando los avisos de que se ajuntaba mucha gente en Menargues, y la condesa, su madre, y la infanta y hermanas del conde, habían *do cartas a sus vasallos para que cada pueblo en* número de hombres a Menargues, y estuviesen *vigilia de San Juan, por importar para una empresa habían de hacer muy notable. Acudió mucha gente, cuatrocientos de a caballo y dos mil de a pie, y don *ería ir con ellos; pero no fue, porque se lo des*, y solo salió hasta Menargues, para concor* disgustos tenían los aragoneses y catalanes. Lle* gente dos capitanes, el uno era Berenguer de * era el que puso en la cabeza del conde esta sa* el otro, Juan de Cortit: hízoles aquí un razonamiento, encargándoles que hubiesen por capitán a B. de * que entrados en la ciudad, ni la saqueasen, ni *, y el grito fuese Aragón y Santiago (Jaime, Jayme); y de aquí, *ado de fray Juan Ximeno, obispo de Malta, Al*ez y Pedro Pérez de Barbones, de Zaragoza, lle* amanecer, el día de San Juan, a Albesa; y an* el camino, hablando de la toma de Lérida, le *ron que la dejase, porque aunque se tomase aque*, había de ser muy dañoso a él y sus vasallos y * y era cierto habían de tener todos muchos disgustos de ello; y el conde, algo turbado de lo que le decían, *: que maldito fuese mosen Fluviá, que le había *do y le había metido en ello, pero que por estar *io en el punto que estaba, no era posible dejallo, * resto se vería el suceso con ciertas humadas y *ue se habían de hacer, si la tomaban. Estaban los de Lérida con gran cuidado y opinión que todo aquel aparejo de armas y convocación de gentes se hacía para tomar aquella ciudad, y así doblaron las guardas y toda la noche fueron rondando por los muros con un trompeta que continuamente tañía, y enviaron por la huerta algunos espías, hasta cerca de Noguera. Era la víspera de San Juan, y a media noche partió R. Berenguer de Fluviá, acompañado de Juan de Fluviá, su hermano, Berenguer Arnau de
Morell y su hermano, Luis de Meja, Juan de Olzinelles, Juan Cortit, Dalmau de Alentorn, Andrés de Barutell, don Pedro de Alagón, Juan de Sesé, T. Vilafranca, Bernardo de Torramorell, Juan Giménez de Salanova y otros caballeros y gentiles hombres, con cuatrocientos de a caballo y dos mil de a pie, para Lérida, con tan grande secreto, que nadie supo dónde iba, hasta que hubieron pasado el río de Noguera Ribagorzana. Hallaron en la huerta de Lérida los espías y algunos hombres de la ciudad que habían salido a cortar rama para la fiesta de San Juan (hoguera), y les prendieron. Había ya llegado la gente del conde a la puerta de Picavall, en la huerta de Lérida, y aquí les amaneció, y llegó a ellos Antonio Robió, de Lérida, y les dijo que se volviesen, que ya eran descubiertos, y valía más diferir aquel hecho para otro día; y así lo hicieron, y queriendo atar a un hombre que habían tomado, les escapó, y aunque corrieron tras él, no lo pudieron prender, y éste dio aviso de todo lo que había visto y que habían salido algunos de la ciudad a decir a Berenguer de Fluviá que se volviesen, de lo que quedó Riambau de Corbera muy sentido y mandó luego tomar a seis o siete que sospecharon saber en el caso, y entre ellos un Andrés Vilar, que otorgó que sabía en aquel negocio, y confesó su delito (le harían cosquillas con una pluma de ganso), y que si pudiera, hubiera dado una puerta a la gente del conde, y la justicia le condenó a hacer cuartos (pero no de albañil, descuartizarlo), y la sentencia se ejecutó delante * la casa de la ciudad, que llaman la Paheria (de los paheres, paeres); y fue necesario que la justicia proveyese de guardas al alguacil y * ejecutor de aquel auto, porque el pueblo se alborotó mucho, porque a deshora salió uno con un basalart y decía que muriesen aquellos que entendían en aquella ejecución. Riambau de Corbera estaba en el castillo, y luego que sintió el alboroto, bajó a la ciudad y mandó que todos los que miraban aquella ejecución saliesen de la plaza y fuesen a la muralla, y aunque mandó buscar el alborotador, fue imposible hallarlo, por haberse metido entre la gente y haberse puesto en salvo; y los amigos del conde, que se vieron descubiertos, y que se procedía con tanto rigor contra Andrés Vilar, se salieron por la puente, porque los ministros de la justicia no habían acudido a cerrar aquella puerta. Quedó la ciudad, aunque alterada del sobresalto que tuvieron, quieta y sin sospecha alguna, porque el castigo de aquel delincuente puso terror a los demás. Afirmaban algunos que el aviso que tuvieron los de Lérida de * venida de la gente del conde se lo dio micer Tristany, *cian haberlo hecho, porque él recibía algunos censales y rentas en Lérida, y temía que si la ciudad era tomada, las perdiese; pero esto no había fundamento y era calumnia, porque siempre fue muy aficionado del conde y era cuñado de R. Berenguer de Fluviá.
Retirada ya la gente del conde y llegados a Corbins, antes de pasar el río, quiso Berenguer de Fluviá, su capitán, por mayor disimulación, que fuesen a Arbeca o Juneda; pero no le quisieron seguir, por estar trasnochados, y así tuvo por bien de volverse a Menargues. Estando aquí, les vino orden del conde que nadie se moviese sin orden suya o de B. de Fluviá, a quien vino aviso que si quería volver a Lérida, podían, que ya no había peligro y estaban descuidados; y así el lunes siguiente, que era a 26 de junio, partieron todos, y llegaron antes de amanecer al monasterio de nuestra Señora del Carmen, y cubiertos de una tapia, pasaron a la casa contigua, que es una iglesia de los comendadores de San Juan, y por hallar las puertas cerradas, entraron por una ventana y las abrieron, y se entró dentro toda la gente de a pie que pudo caber en ella, * que por poco se ahogaron, por ser la iglesia pequeña y todos querían entrar en ella; y uno que se llamaba Nicolás Çoreta (o Çareta), por impedir que no entrasen más, con la espada dio al pavés de uno que quería entrar, diciendo que se volviese, y los de dentro, que no sabían lo que era, sino que oyeron las voces y golpes de espada, se alborotaron y decían que se les había hecho traición, y los que estaban fuera decían que ya habían sido descubiertos, y se faltó poco que todos no se volvieran. Después de haberlos sosegado, les mandó Berenguer de Fluviá que caminasen hacia la ciudad, *temía que con el rumor que habían movido no fuesen descubiertos, porque sintieron sonar una trompeta y responder otra que estaba en el castillo; y esto les causó no poca alteración, y era, según refiere Laurencio Valla, que un trompeta, fatigado del calor, había salido de su casa, y por pasatiempo sonaba la trompeta por aquella parte de la ciudad por donde pensaban entrar la gente del conde. Había en el castillo otro trompeta, que luego que sintió * primero, le respondió, y todos tañían a porfía, cosa ya muy usada en aquella ciudad, y más en tiempo del verano.
La gente del conde, que no sabía esto qué era, estaba admirada, y pensaban ya ser descubiertos e hicieron ruido, y * la quietud de la noche fueron sentidos, y con la claridad de la luna, aunque poca, descubiertos del trompeta, que luego tocó alarma, y el que estaba en el castillo hizo lo mismo, y con esto toda la ciudad quedó avisada. Dalmau *
Mur, caudillo de los estudiantes, bajó con ellos y con * a la plaza, y cada uno acudió a su puesto. Dice Valla, * cuando fueron descubiertos habían entrado ya *cuatrocientos hombres en la ciudad; pero lo cierto es no haber entrado ninguno, porque la puerta por donde habían de entrar, que era la más cercana de unos molinos que había *entre la ciudad y el río, no estaba abierta, porque la gente * más confianza que el conde tenía dentro estaba presa, y *tros atemorizados con el castigo que habían dado al *Vilar, y así pasaron a otra puerta llamada entonces del *Mercadal, que yo creo sería la que hoy dicen del Carmen, y *trataron de tomarla; pero no hubo lugar, porque hallaron mucha resistencia y el muro lleno de gente que les tiraban * y saetas, y dispararon una lombarda que estaba sobre aquella puerta, e hirieron el caballo de Juan de Fluviá, * gente del conde con ballestas tiraba a los de la ciudad, * esta manera pelearon cinco horas.
Quedó Berenguer de Fluviá muy sentido que le hubiese *ido su pensamiento en vano, y mandó meter fuego en uno de los gavilleros que había en el Mercadal, y fue tan bien *decido, que quemaron todos los demás había en aquel lugar, rompieron los molinos, talaron la vega y quisieron quemar otros gavilleros había cerca de los monasterios de San Francisco y Santo Domingo, pero desde el muro lo impidieron con lombardas. Como no habían podido tomar la ciudad, juntaron consejo, y se partieron para Vilanova de Segriá, que es un pueblo de la priora de Alguayre, y por el camino metieron fuego a algunas casas que hallaron, y los de Vilanova, que supieron que la gente del conde venía, desampararon el lugar y dejaron en él sus haciendas, porque no pudieron recogerlas. Aquí hallaron muchas gallinas, ánades (comúnmente patos), bueyes, vino y mucho trigo, y todo lo sacaron, y la condesa había enviado cabalgaduras para llevarlo a Castellón (de Farfanya), donde ella estaba, y a Albesa y Balaguer, donde un caballero de casa del conde, que se llamaba Dalmau Despalau (d´Es Palau), hizo almoneda de todo lo que se tomó en esta salida. Lo mismo hicieron en otro lugar llamado La Portella, que es de la misma priora. De aquí fueron a Alguayre y quisieron tomar el lugar, pero lo dejaron, porque Dalmau de Çacirera alcanzó del pueblo que diese setecientos florines, y así pasaron de largo y llegaron al lugar de Benavent, y mandaron a los vecinos que jurasen al conde de Urgel por rey, y gritaban todos: Viva, viva el rey don Jaime! Saquearon el lugar y maltrataron a los vecinos, por haber jurado al rey, y al cura del lugar dieron tormento para hacerle sacar dinero, y valió más de mil florines lo que tomaron en este pueblo.
De todo lo que queda dicho tenía cada día aviso el rey, porque el lugarteniente de gobernador y Guillermo de *Madonelles, el veguer y paeres de Lérida, le escribían por menudo todo lo que pasaba y representaban el daño que le aguardaba a toda la tierra, si no se daba pronto remedio * esto, encareciendo la necesidad grande había de él. * avisos tan continuados, y excesos que cada día cometía la gente del conde, obligaron a que el rey procediese *contra de él, y guardando los usos y leyes del Principado, *jaron al rey que mandase hacer proceso contra del conde, como súbdito rebelde e inobediente y turbador de * pública. Empezóse este proceso a 3 de junio de * insertáronse en él las cartas de avisos que el rey *había recibido, y tomóse la deposición (declaración; ahora llamamos deposiciones a otra cosa, que sale del agujero de la franja que tenemos entre los dos hemisferios del pompis) de algunos testigos *1 de junio mandó juntar su consejo y les mandó leer *ceso hecho y lo que había pasado entre él y el conde * pidió le aconsejasen qué más debía hacer, y los le* dieron por respuesta esta conclusión:

* dominum regem per justitiam precedere in vim reme* pro tuitione ipsius reipublice ad prehensionem civitatis * castrorum et locorum comitatus Urgelli et vicecomitatus *Agerensis et quorumcumque sibi concomitantium seu consu* et aliorum de quibus pro tuitione dicte reipublice vi* expedire.

Aunque parecía que esto bastaba para proceder contra *del conde y placía al rey: pero para más justificarle en un *asunto tan grave, mandó ampliar su consejo, llamando en * arzobispo de Tarragona, los obispos de Barcelona y * don Juan, conde de Cardona, don Guerau Alamany de Cervelló, gobernador de Cataluña, Berenguer Arnau de *Cervelló, Pedro de Cervelló, Francisco de Aranda, donado de Porta-Coeli (Portaceli, puerta del cielo), Olfo de Proxida, caballeros, Berenguer de *, Jaime Desplá (d´Es Pla), tesorero del rey, Berenguer Coloma, Gonzalo de Garidell, Francisco Basset, Bernardo Despont, Pedro Basset, Bernardo Miquel, Aymon Dalmau, y Vicente Pedris, letrados, y oído el proceso hecho contra del conde, fueron del mismo parecer que habían sido los demás.
A 26 del mismo mes mandó el rey juntar otro consejo, y llamó en él al arzobispo de Tarragona, los obispos de Barcelona y Vich, el abad de Monserrat, maestre Felipe de Malla, síndico del cabildo de Barcelona, Pedro Regassol, del de Lérida, al conde de Cardona, al de Pallars, al vizconde de Illa, mosen Berenguer Arnau de Cervelló, Pedro de Cervelló, Berenguer Doms (d´Oms, de Oms), Gregorio Burgués, Pedro de Sentmenat, el gobernador de Cataluña, Francisco de Aranda, Berenguer de Bardexí, el vice-canciller, el tesorero Olfo de Proxida, el doctor Juan González, mosen Juan Fernández, T. Bisbal, Ferrer de Gualbes, Francisco Busquets, Juan de Ros, Juan Fivaller, micer B. Colom (o Colon, Colón), T. Gralla, micer Gonzalo Garidell, T. Sanceloni, Juan de Ribesaltes, el síndico de Cervera, mosen Enrique de Centelles, Bernardo de Cruilles, Pons de Parellos, P. De Zapata, T. de Rexac, Ramón de Vilarasa, Jaime Pallarés, T. y T. de Cruilles, padre e hijo, micer Bonanat (o Bononat: bien nacido), micer Pedro Basset, micer F. Basset, Bernardo Despont, micer Vicente Pedris, Bernardo Miquel, el síndico de Manresa, micer Juan de Mombuy, micer Juan Navarro, el abad de Ripoll, mosen Francisco de Vilanova; y esta es la orden que están continuados en el proceso. A todos estos refirió el rey lo que el conde hacía y todo lo que entre ellos había pasado, y les pidió consejo sobre lo que había de hacer en este caso; y todos unánimes y conformes fueron del mismo parecer que habían sido los de la primera junta.
El mismo día en la tarde, estando junta toda la corte en el monasterio de Predicadores de Barcelona, y en ella el arzobispo de Tarragona, Alfonso, obispo de Vique. Dalmacio, abad de Ripoll, Marcos, abad de Monserrat, Juan, abad de Poblet, Pedro Regassol (lo regachol, regatxol, Beceite), síndico del cabildo de Lérida, Juan de Prades, síndico del de Tortosa, Felipe de *Malla, del de Barcelona, Francisco Çacalm, del de Gerona, Miguel Vernet, del de Urgel, Juan Oller del de Elna, fray *Galcerán, síndico del prior de Cataluña, por el brazo eclesiástico;
Juan Folc, conde de Cardona, Pedro de Fonollet, vizconde de Illa y de Canet, Roger de Pallars, Guillen Ramón de Moncada, Antonio de Cardona, Pedro de Cervelló, Bernardo de Cruilles, Galcerán de Cruilles, Bernardo de For*, Francisco de Vilanova, Pedro de Galliners, procurador del conde de Prades, Juan Miralles, procurador del conde de Pallars, Felipe de Arany (Moletes de Arany), procurador de don Galcerán de Pinós, Berenguer Doms, Juan de Mombuy, Berenguer *Hostalrich, Francisco de Vilanova, Jaime Marc, Ramón de *Reixac, Ramón de Cruilles, Jaime Pallarés, Francisco de *Vilamarí, Francisco de Mombuy, Dalmau de Castellbisbal, *Dalmau de Rocabruna, Juan de Castellbisbal, por el brazo militar; Francisco de Gualbes, Juan Ros, Francisco Burgués y Ramón Fivaller, síndicos de Barcelona, Nicolás Gralla y Berenguer Colom, de Lérida, Francisco San Celoni, de Gerona, Gonzalo Garidell, de Tortosa, Pedro Sarta de .... por el brazo real.
Estando, pues, juntos todos y representando la corte general del Principado, el rey les propuso lo mismo que a las otras juntas había propuesto, refiriendo los ofrecimientos había hecho al conde y cuán poco los había estimado; y la corte, oído esto, dio por boca del arzobispo la siguiente respuesta.
(Y pudo un castellano entender esto sin traductor o faraute? Pues claro que sí.)
Senyor molt excellent: la cort ha sobirana consolacio que vos en aquest acte hajats proceit e proceiscats axi justament que vullats ab ella comunicar vostra justificacio: solament vos suplica que vullats la justicia acompanyar de clemencia.

Estas juntas y consultas, y tanto dar razón de lo que había de hacer contra del conde, hacía el rey por descubrir el ánimo a los de la corte; porque él y los que con él habían venido se persuadían que los más que estaban juntos en ella favorecían al conde, aprobaban sus hechos y le daban avisos y consejos, porque, sin esto, les parecería imposible osara el conde hacer guerra al rey; y antes de meterse en campaña, quiso ver cómo lo tomaba la corte, y no fue poco el contento que tuvo cuando vio cuán unánimes y conformes estaban todos en su servicio, reprobando los hechos del conde; y así no hallando contradicción en los de la corte, tomó grande ánimo y conoció por experiencia cuán buenos y fieles vasallos eran los catalanes (esto para los que dicen en el siglo XXI, en 2020, que Cataluña no tiene rey. Serán idiotas, si tienen a Felipe VI de Borbón o Bourbon); y prosiguió contra del conde en esta orden y modo, que a 27 de junio compareció Dalmau Desbert, baile general del principado de Cataluña, con una muy larga *posición (exposición), concluyendo en ella que mandase ejecutar el rey el consejo se le había dado, mandando prender la ciudad, *villas y castillos del condado de Urgel y vizcondado de Ager, * el mismo conde y a todos los que le daban favor y consejo. El rey mandó luego al gobernador que fuese a ejecutar aquello, juntando la gente necesaria para aquella ejecución.
Mientras estaban el rey y la corte entendiendo en esto, llegó la nueva del combate que habían dado a la ciudad de Lérida, y lo demás que había pasado en él, que se lo escribieron al rey Riambau de Corbera y los paeres de Lérida, que como aún estaban turbados y no sabían de cierto * que había pasado, alargaban mucho la pluma, refiriendo * que sabían solo de oída. Sin esto, sucedió también que el conde, estando en Aragón, juntó mucha gente de armas, tomó dos lugares, llamados Rafal y Spluchs, porque habían recogido dentro de ellos a cien hombres que habían * un pueblo suyo llamado Albalati; y esta salida * hecho a contemplación de don Antonio de Luna, que * hombre bullicioso e inquieto, afeaba mucho al conde * atreviese siempre retirado en Balaguer y no saliese a correr la campaña, y el conde por darle gusto, quiso hacer aquella salida, aunque no se vieron él y don Antonio, porque se había metido muy dentro de Aragón. Este hecho y el de Lérida no sirvieron sino de irritar al rey, que a 11 de julio, mandó ser despedidas letras para presentarse al conde, a los paeres y regidores y singulares de sus pueblos, * los barones, nobles, caballeros, hombres de paraje y generosos que estuviesen en compañía y servicio del dicho conde * a él, para que entregase al gobernador la ciudad, villas y castillos de sus estados; y a los paeres y regidores, para que no lo impidiesen, sino que siendo requeridos del gobernador, obedecieran a dichas letras; mandando a los barones, nobles, caballeros, hombres de parage y generosos, que se apartasen de don Jaime y no impidiesen al gobernador la ejecución de lo que iba a hacer, con cominación que haciendo lo contrario, se procedería contra de ellos y sus bienes según daría lugar la justicia.
Dentro de pocos días salió el gobernador, acompañado de don Simón de Mur, Ramonet de Peguera, Macian Despuig, Jaime Alamany de Bellpuig y otros caballeros. Llevaban en su compañía a Luis de Torre Morell, escribano del gobernador, con sus porteros y demás ministros de justicia, necesarios para aquella ejecución. Llegaron a Lérida, y de aquí, pasando la puente, tomaron su camino por Termens, y llegaron un domingo, a 10 de julio a la mañana, a la * de Balaguer, acompañados de mucha gente que se les había juntado. Don Jaime estaba en esta ocasión en Albesa, que venía de Aragón; y la condesa, luego que descubrieron sus atalayas al gobernador, le despachó un correo, y este le halló junto al monasterio de Nuestra Señora de las Parrellas, que dista una milla de Balaguer, que venía, y le avisó cómo habían descubierto al gobernador con mucha gente de a pie y de a caballo y se había alojado junto a la Rápita, en una cruz que hay en el camino, y que él que entrase por el portal de Alcoraz, que le hallaría abierto. Estaban los de la ciudad muy deseosos de salir y pelear con el gobernador y lo dilataban hasta que el conde llegase; pero el gobernador que debió de conocer la intención de los de Balaguer, mientras ellos estaban pensando en esto, se desalojó y fuese a Lérida; y de allí se partió a media noche para Albesa en busca del conde y para darle batalla y prenderlo, si pudiera; pero no le halló, porque ya era en Balaguer.
Algunos de los caballeros que habían venido con el gobernador se quedaron en la huerta de Balaguer, con dos trompetas, un portero y Luis de Torra Morell, escribano del gobernador, para intimar a los de la ciudad de las letras o fijarlas a la puerta de la puente; pero no osaron, porque había en una torre, que estaba en guarda de ella, y que las avenidas del Segre no han dejado rastro de ella, muchos ballesteros, y no dejaban llegar a nadie a ella, y así un portero tomó una lanza y la fijó en tierra entre la puente y la casa fuerte de la condesa, que estaba donde ahora es la capilla de Nuestra Señora de la Horta, y en ella dejaron las letras que iban dirigidas a los paeres y vecinos de Balaguer, que las que iban al conde y caballeros no pudo, porque salieron de la puente algunos con ballestas y lanzas y les tiraron muchas saetas, e hirieron en las nalgas a don Jaime, a Alemany de Bellpuig, y a un soldado en la cabeza, y a otro le escalabraron el caballo. Partidos que fueron los del gobernador, salieron de Balaguer dos caballeros, que eran Asbert de Vilafranca y Juan Despes, y tomaron las letras que habían dejado en la lanza, y se las llevaron a Balaguer, y publicaron ser letras del rey, pero no dijeron lo que contenían.
Sucedió en este tiempo la rota de Basilio: éste era ge* y capitán de unas compañías de ingleses, y les hizo venir don Antonio de Burdeos, para ayudar al conde de Urgel. Estaba Basilio en Loarre, castillo fuerte de Aragón, y en compañía de don Antonio, cuyo era aquel castillo, y había ya muchos días que le daba prisa para que fuese a Balaguer, porque el conde necesitaba mucho de él y de sus gentes, y también por escusar el gasto que le hacía en Loarre; y no quería este capitán salir de aquel castillo, que primero don Antonio no le pagase lo que debía de su sueldo y de sus gentes; pero esto era imposible, porque don Antonio no había de qué, y le desengañó ser imposible darle un dinero, que no fuese a Balaguer. Sobre eso hubo pesadumbre entre los dos, porque Basilio decía que él le había hecho venir, y don Antonio decía ser verdad, pero que ya se le había dicho que su venida era por servicio del conde (y ya pagaremos cuando sea rey, JA JA !), y que él le había de pagar, y temía mucho que si Basilio salía del castillo no le hiciese alguna traición, y dio orden que si Basilio se quería ir del castillo, que no le dejasen salir, de lo que se sintió muy agraviado; pero a la postre se reconciliaron, y el uno se aseguró del otro con juramentos, y quedaron amigos, y al partirse don Antonio le dio un caballo blanco, diciendo ser pieza que mucho preciaba, por haber muerto con él a su mayor enemigo; y decíalo del arzobispo de Zaragoza. Salido de Loarre, tomó el camino del condado de Urgel y dividió sus gentes, y la una parte de la compañía fue por el Grado y llegó a Balaguer doce días antes que el rey pusiese el cerco, y Basilio con la otra parte de la compañía vino por el huerto, y cuando pasaron por Alcolea y Castellfollit, tropezaron con el adelantado mayor de Castilla y sus gentes, que ya les habían tomado el paso: les acometieron bravamente, y por venir cansados del camino, fueron vencidos y presos, y de doscientos caballos que llevaba y otra mucha gente de a pie, no quedó ninguno que no fuese preso o muerto: al capitán, con cuarenta llevaron preso a Lérida; y el rey dio luego, a 13 de julio, aviso al papa y muchas ciudades y villas, y al baile general de Valencia, y al duque de Gandía, y a muchos otros, de este suceso, y en Cataluña solo lo hizo saber a las ciudades de Gerona y villa de Perpiñan, y algunos ingleses que habían quedado en Monte Aragón, para venir al condado de Urgel, se retiraron a Loarre, y de allá se volvieron a Francia, sin poderlo impedir ni don Antonio ni otra persona alguna; y el conde quedó con aquellos pocos que llegaron a Balaguer, y por haber tomado * camino diferente del de Basilio, se salvaron. Estaba el conde, cuando esto pasó, dos leguas de Alcolea, donde iba para verse con don Antonio; pero luego que supo esta *, se volvió a Balaguer muy triste y apesarado de aquel *suceso, no tanto por la destroza hecha, cuanto por lo mucho de reputación que perdieron sus cosas, porque hasta aquel punto había sido muy grande el temor que todos tenían a estas gentes forasteras que don Antonio y el conde metían, pero de allí en adelante no hicieron el caso que habían hecho de ellos; y luego escribió a don Antonio, que lo *más presto que pudiese viniese con la gente que tenía, e hiciese de manera que el de Agramonte y Menaut de Fa*rara fortificarse y ponerse a punto de guerra, y por esto necesitaba así de ellos, como también de otros que habían de entrar por los puertos de Andorra, y no osaban por temor del conde de Pallars y vizconde de Castellbó, que no querían darles paso, porque eran muy servidores del rey y podían hacer mucho daño a la gente que el conde hacía venir de Francia e Inglaterra.
Obligaban al rey las novedades que cada día sucedían, que con mano poderosa fuera a resistir al conde de Urgel, antes que le vinieran los socorros que aguardaba y se declararan por él algunos de la Corona, que para esto solo aguardaban verle puesto en campaña, y estos eran en gran número, sin otros muchos que le habían prometido que estarían a la mira, y si se apoderaba de la corona o estaba en camino de ello, le recibirían por rey y señor; y esto parecía muy factible, y más en aquella sazón que el rey estaba muy falto de gente de armas, porque toda aquella gente que había venido de Castilla se había ya vuelto y estaban muy descontentos, porque ni se les había hecho merced ni pagado tan cumplidamente como ellos pensaban, y pesábales a los castellanos que hubiese el rey metido en su servicio gente de la Corona y despedido los que había llevado de Castilla; pero el rey, confiando que puesto en campaña engrosaría su ejército y no le faltarían socorros de Castilla, apresuró su partida.
El conde, cuando entendió la deliberación del rey y que venía para él, estaba muy dudoso de lo que había de hacer, si se pondría con todo su poder en campaña, aguardando al rey, o si saldría a darle batalla, o si se encerraría en Balaguer con toda su gente. Inclinábase el conde, y era lo mejor, a salir en campaña, y juntándose con él la gente de don Antonio y franceses que aguardaba, correr el campo, defendiendo y socorriendo a los castillos fuertes que tenía en su estado, y cuando se viese muy apretado, pasa* a Francia y salvar su persona, ya que no pudiese su estado. Deseaba mucho que don Antonio se juntase con él, o al menos le fuera a ver en Balaguer, pero no se le pudo persuadir ni jamás sacarle de su castillo de Loarre, donde estaba tan fortificado, que, si no era por hambre, era imposible rendirle; y aunque él había sido el que había *ido al conde en aquella empresa, pero jamás quiso po*le al lado, ni salir de las asperezas de aquellos montes *cercanos a Loarre, porque conocía el gran peligro en que se metía. La condesa, que era la primera y principal consejera del conde, no quería que su hijo saliese al campo, * que se estuviese allá con ella y con su mujer, herma* hijas, y decía que en los cercos era donde se prueba * esfuerzo y virtud del caballero, y le pesaba que las dejase solas, y confiaban tanto de la fortaleza de aquella ciudad * puesto, que les parecía imposible pudiese durar el rey * gentes mucho tiempo en la campaña; y no erraban *, si la ciudad hubiera estado abastecida de armas, pólvora y mantenimientos, como era menester, porque está de tal manera edificada, que con esto y caballería *ante que hubiera tenido para correr el campo, podía *entarse largos años contra todo el poder del rey; porque siendo señor de la campaña o pudiéndola correr, po* confiar de grandes socorros, así de la gente de don Antonio, como del duque de Clarencia y otros, que podían venir por tierras de don Antonio, confinantes con *Valencia.
*Mientras estaban en esto, salió el conde de Balaguer con *te y cinco de a caballo, y fue a reconocer el castillo y villa de Ager y su valle, y el castillo de Farfanyá y otros *que había en aquella comarca; y no fue esto tan secreto, que no lo entendiese el rey, que sospechó que el conde se quería pasar a Francia y escaparse, y luego que lo supo, escribió, a 1 de agosto, desde Tárrega, al conde de Pallars y otros, rogándoles tomasen todos los pasos de Francia * nociesen a cualquiera que pasara, ora fuese en hábito de fraile, o peregrino, por la sospecha que tenía de que el conde le escapase; pero no fue menester esta diligencia, porque siguiendo el parecer de la condesa, que era el más peligroso, se volvió a Balaguer, encerrándose dentro de aquella ciudad, y con esto decía que animaba aquella gente que le había valido, pues mostraba querer seguir una misma fortuna con ellos; pero los más sabios y experimentados decían que aquello era desesperación, porque si el rey se apoderaba de Balaguer, el conde quedaba perdido, porque no tenía recurso alguno ni podía salvar su estado ni persona, y era imprudencia encerrarse en una ciudad en que, sino era de un socorro dudoso, forastero y apartado, era imposible poder confiar de otro alguno, y sino eran los lugares del condado y vizcondado y algunos pocos caballeros que estaban con él en Balaguer, nadie se declaraba por él, aunque había muchos que si le vieran vencedor, lo seguirían; pero era imposible llegar él a tan feliz estado, porque el rey era muy belicoso, y a más de la mucha gente que tenía, aguardaba otra que no le había de hacer falta, y su suerte era feliz, así como *decaída y menguada la ventura del conde.
Salió a 23 de junio el rey de Barcelona para Monserrat, y de aquí vino a Igualada, donde halló a Gil de Liori .... y al adelantado mayor de Castilla, con compañía de gente de armas, muy escogida y lucida; de aquí vino a Tárrega, donde estuvo a 1 de agosto; y de allí, con todo su ejército vino a Lérida, y de allá pasó a Menargues, pueblo muy bien murado, con su castillo fuerte, y muchas torres al derredor, que era del conde de Urgel y dista una legua de Balaguer, donde deseaba llegar el rey aquella noche, pero no pudo, por ir el río crecido, y así se quedó allá. El día siguiente quiso dar combate al lugar, pero no fue menester, porque se dio a partido, y el rey encomendó aquella villa y castillo, con título de capitán, a Hugo de Vilafranca, caballero catalán; y esto fue a 5 de agosto, como parece en un resgistro del rey, fol. 47, Curie sigilli secreti; y con esto quedó seguro el camino real va desde Lérida a Balaguer; y este mismo día, antes que el rey se partiera para Balaguer, llegó al conde un socorro de cien hombres, entre de a caballo y de a pie, que enviaba don Antonio de Luna, cuyo capitán era R. Berenguer de Fluviá.
Salido el rey de Menargues, pasó el río, y así siguió el camino real va de Lérida a Balaguer, donde llegó el mismo día 5 de agosto, con todo su ejército, y había ya enviado delante a Juan Castillo, alcalde mayor de Toledo, Ruy Díaz de Mendoza, Ruy Dìaz de Quadros, Juan Carrillo de Ormesa, Sancho de Leyva, Tell González de Aguilar, Aznar de San Felices y Pedro Marc, y estos corrieron el campo hasta Balaguer, donde trabaron una escaramuza con alguna gente del conde, que había salido a resistirles. Mandó el rey asentar su campo a la mano derecha de la ciudad de Balaguer, de manera que estaba en la vega, entre el camino y el río. El día siguiente se reconoció el sitio de la ciudad y se asentaron las tiendas del rey y de su meznada, en un cerro alto que está a la otra parte de la ciudad y a la mano izquierda de ella; e hicieron un palenque a la redonda, porque pensaba la gente del rey que don Jaime saldría, porque había dicho muchas veces que cuando el rey llegase a la vega, él pensaba salir y acometerle, confiando de las lombardas que tenía desbaratarle; pero no se movió de la ciudad.
Está la ciudad de Balaguer a la ribera del río Segre, cuyas aguas bañan sus muros, y tendida a la orilla de aquel río y por la parte del poniente tiene una vega, que se extiende hasta Lérida, poblada de muy hermosas huertas y jardines y de muy grandes y espesas alamedas, en campo a maravilla fértil y abundoso. En lo más alto de la ciudad, a la parte del oriente, había un alcázar muy fuerte y de obra y artificio muy suntuoso y excelente; y muy cerca, hacia levante, en un alto recuesto, había un monasterio de monjas franciscas, y entre él y el castillo una muy honda cava que los dividía. El adarve de la ciudad se juntaba con el castillo y se derribaba en una honda valle, donde había un portal, y de aquí subía otra vez por el recuesto arriba, y circuía la ciudad por un cerro que la rodeaba toda por la parte del septentrión, y llegaba a una esquina que mira hacia el camino de Lérida; y había en este discurso de muro dos puertas, una que llamaban de la Jueria (judería?), y otra que está detrás la iglesia Mayor. Estaba todo muy torreado, y un poco más alto de la puerta de la Jueria había una hermosa torre, que hoy llaman la Gironella, por girarse aquí el muro (quizás como la Giralda de Sevilla?), y en la esquina que mira hacia Lérida hay otra torre cuadrada: desde ella se derriba el adarve por un recuesto muy difícil de subir, y llega a la puente de Lérida, y de allí se tiende otro muro hasta el río, que hace una esquina y se tiende hasta la puerta, que estaba *guardada con dos torres, una a la entrada y otra a la salida; y aquí acaba la ciudad, y desde la puerta al castillo no había muro, por ser todo el recuesto que subía desde la puente al castillo de peña tajada.
De esta manera estaba aquella ciudad y está hoy, aunque el castillo del todo dirruido, que solo se conoce rastro del muro y torres de él; y fuera de la puente había un monasterio de religiosos de Santo Domingo, fundación de don Armengol de Cabrera, conde de Urgel, y tras de él una casa fuerte o castillo que había edificado la condesa doña Margarita, y por esto la llamaban la Casa fuerte de la Condesa, y estaba muy bastecido y pertrechado; y cuando llegó el rey a sentar su real, ya los monasterios estaban desiertos. En el monasterio de las monjas que llaman de Almata, que está a la otra parte del castillo, en lugar alto, sentaron sus tiendas don Bernardo de Centellas, Gil Ruiz de Liori, el mariscal Álvaro de Ávila y Pedro Alonso de Escalante, y tenían hasta setecientos hombres de armas, y estaban expuestos al daño que podían recibir del alcázar, por estar muy cercanos e inferiores a él y sujetos a la caballería del conde, que corría toda aquella campaña. El adelantado mayor de Castilla con seiscientas lanzas puso sus tiendas cerca de la ciudad, en la valle que está junto a la puerta de la Juería, cercando así la ciudad por la parte de los recuestos y montecillos que la circuían: por la parte del río pusieron también sus estancias, defendiendo todas las salidas y entradas de la ciudad. En el entretanto que se asentaba el real, Juan Delgadillo y Juan Carrillo, con cincuenta caballos, fueron a reconocer el lugar de Castelló de Farfanya, que estaba muy fortalecido y en buena defensa, y aquí prendieron dos hombres, y supieron de ellos, como en Albesa estaban muchas mulas, yeguas y vacas de los vasallos del conde, y fueron allá y las prendieron y las llevaron al real, y hallaron cuatrocientas cincuenta cabezas de yeguas, vacas y mulas, y el rey les hizo merced de la parte que de aquella presa le tocaba, y corrieron los lugares que el conde tenía en aquella comarca. Por otra parte la gente del conde hacía gran daño a los que venían de Lérida al real, y no osaban venir por el camino de Lérida a Menargues y de Menargues a Balaguer, sino que iban por el camino hay desde Lérida a Termens y de Termens a Balaguer, y cuando llegaban no podían juntarse con la otra gente del rey, por la dificultad había de pasar el río; y por esto el rey mandó asegurar el camino hay de Menargues a Balaguer, y mandaba que los que venían de Lérida fuesen a Menargues, y de allá el capitán de aquella villa y castillo tenía cuidado de encaminarles por caminos que no recibiesen daño, y a 10 de agosto escribió a la reina, que era en Lérida, hiciese venir por Menargues la gente que le enviaba, y no por otra parte.
A 19 de agosto llegó don Alfonso de Aragón, duque de Gandía, que había sido uno de los competidores, con muchos barones y caballeros del reino de Valencia, a servir al rey en aquella jomada. Cuando llegó, ya tenía el rey cercada la ciudad. Venían con él trescientos caballos, a su costa, y estuvo con ellos todo el tiempo que duró este cerco. La víspera de San Bartolomé mandó el rey al duque que pasara de la otra parte del río y se alojase cerca del monasterio de Santo Domingo; y cuando iba a poner sus estancias, le fueron a acompañar don Pedro Maça de Liçana con cien caballeros y don Bernardo de Centellas con algunas compañías de a caballo; y a la que estuvieron cerca del monasterio, salieron de la ciudad y de las barreras que estaban junto a la puente algunas compañías de a caballo y de ballesteros y flecheros ingleses, gascones y de la tierra, y le acometieron, y el rebato fue de manera, que los del conde le mataron mucha gente. El día siguiente se juntaron con él don Guerau Alamany de Cervelló, gobernador de Cataluña, don Borenguer Arnau de Cervelló, don Pedro de Cervelló, don Antonio, hermano del conde de Cardona, y don Ramón de Bages, con seiscientos de a caballo, y se alojaron cerca del monasterio, que era uno de los puestos más peligrosos, porque era muy combatido de la gente que había en la Casa fuerte de la Condesa, y de los de la ciudad, que sojuzgaba todas aquellas estancias, y les fatigaban mucho con las piedras de los trabucos y balas de las bombardas que de continuo llovían sobre ellos. Entonces quiso el duque tomar el monasterio; pero halló en la gente que estaba dentro de él brava resistencia, y el conde le había muy bien fortificado, y sobre el tomarle hubo muchos heridos de las dos partes, y por no poderle entrar aquel día, quedó el duque alojado a la campaña. El día siguiente, que era viernes, a 25 de agosto, al quebrar del alba, mandó el duque armar toda su gente y dio un gran combate al monasterio, y le entró a fueza de armas, y murieron muchos del conde, algunos del duque, y fueron los heridos muchos; y dicen que don Pedro Maça de Liçana se señaló mucho en estos encuentros que tuvieron la gente del duque y la del conde, cuando querían alojarse; y tomado el monasterio, la gente que estaba dentro de él se acogieron unos a la puente y otros a la Casa fuerte de la Condesa.
Pasaron muchos días antes que estuviesen a punto las máquinas, y si no fuera por la gran copia de madera que cortaban, tardaran mucho más. Labráronse muchos trabucos de extraña fuerza y grandeza en Lérida, y en su real tenía el rey muchos maestros de fundir de artillería, que de día y de noche trabajaban en ello; y de Barcelona, Valencia y Aragón llevaron allá gran cantidad de metales, y de los pueblos circumvecinos traían leña y carbón, y así con más facilidad era fundida y puesta a punto, que si se hubiera de llevar de Barcelona o de otra parte, y labrábase muy gruesa y de extraordinaria forma. Sin esto, se trabajaba mucho en hacer gran cantidad de pólvora, y traían el salitre y piedra azufre de Barcelona, que el infante don Alfonso y el obispo de León, que estaba con él, cuidaban mucho de esto, y eran muy solicitados del rey, y cada día les avisaba de la falta que tenía de semejantes cosas. Sin esto, cada día enviaba el rey a buscar cuerdas de cáñamo muy fino para los ingenios y máquinas, y con esto se iban aparejando todos para el combate de la ciudad. Estaba ella toda muy bien murada y torreada, y con muy mucha y muy aventajada ballestería, y había algunas lombardas que tiraban de cinco a siete quintales de bala, y la mayor de ellas habían labrado en Castellón de Farfanya, y por su grandeza llamábanla la lombarda mayor. Había algunas treinta de ordinarias, que tiraban una bala más gruesa que una naranja, y sin esto había muchos otros tiros de pólvora, que aún el día de hoy hay muchas de estas lombardas en la casa del regimiento de la ciudad de Balaguer, y están encastadas en madera, y a lo que se ve no estaban como hoy en carros, sino que puestas en su lugar, con la mano se volvían a la parte que querían, alzándose y abajándose, según era menester para hacer el tiro más cierto y largo;y eran hechas de piezas, de manera que una lombarda de estas era compuesta de muchas piezas, que juntas unas con otras, estaban con aros apretadas como si fueran una cuba;
y así, hechas piezas, podían ser llevadas donde querían con mucha comodidad. Todas estas lombardas fueron en la mejor ocasión de muy poco provecho, porque le vino a faltar al conde la pólvora, que tan necesaria era para la defensa de aquella ciudad, y esto se atribuyó a poco cuidado de él y de los que le aconsejaban, porque no hay tierra en España, ni aún en el mundo, que produzca más salitre que los llanos del condado de Urgel y toda aquella comarca; y así como el conde tuvo falta de otras cosas que para su empresa le faltaron, la tuvo y muy grande de pólvora, y toda aquella artillería quedó antes de tiempo inútil y sin provecho. Armaron los ingenieros del rey algunos castillos de madera, y los arrimaron al muro que circuye la ciudad por la parte del septentrión, y de allí daban gran daño a los del muro y torres, y aún a los que iban por la ciudad, por ser ellos más altos que los muros y torres que la cubrían, y por estar superiores no osaban salir de las casas, porque luego que salían, llovían saetas y piedras en innumerable multitud sobre ellos: Púsose a punto la batería así de trabucos como de bombardas, y era más con ímpetu y fuerza, que con combates de escaramuzas y peleas; aunque los de la ciudad ponían toda la fuerza en dar rebatos sobre las estancias, acometiéndolas por diversas partes, como gente plática y diestra y que sabían volverse a la ciudad sin recibir daño alguno, porque iban siempre advertidos: bien es verdad que el conde no gustaba de esto, y temeroso ya de indignar al rey, quería que los suyos no acometiesen, sino que se defendiesen. Pelearon al principio algunos días de esta manera, porque no estaban cansados del continuo afán y ejercicio de las armas; y aunque eran combatidos por diversas partes, pero no por eso desmayaran, si no vieran que de ninguna parte podían ser socorridos, y cuanto más iba, más incierto era el socorro que aguardaban de Gascuña e Inglaterra. En estos aprietos tuvo el conde un alegrón (que no es lo mismo que en estas alegrías tuvo el conde un apretón), y fue que supo de cierto que al pie del puerto estaban para entrar en su valimiento T. de Monbru (Monte Bruno), Juan Ros y Ramonet de la Guerra, capitanes franceses, con mil doscientos hombres de a caballo, y habían ya recibido del conde 6000 florines a buena cuenta de lo que habían de haber por su sueldo, y querían que fuese suyo todo lo que pudiesen tomar, y a más de esto pidieron 400 florines luego de contado; y esto lo pedían a un caballero de la casa del conde, que se llamaba Gispert de Guillaniu, que era el que los guiaba, y no se los pudo dar porque no los tenía, y del pillaje no les quiso prometer sino la mitad, y sobre esto tuvieron sus dares y tomares, y a la fin Gispert de Guillaniu lo vino a decir al conde, su señor, que le mandó luego volver a ellos, y le dio 2000 florines; pero cuando llegó, ya no halló ninguno, y se quedaron con los 6000 florines que tenían recibidos, y decían que se habían pasado a servir al conde de Armeñac, y jamás hubo modo de hacerles venir, aunque fue allá Gispert de Guillaniu, y no acabó nada con ellos, ni aún pudo cobrar un maravedí de los 6000 florines. En estos aprietos y trabajos estaba la condesa tan animosa y confiada, que afirmaba que había de hacer a su hijo rey, y estaba muy sentida cuando alguno al ejército del rey llamaba real, porque decía, que donde no hay rey no hay real, (como los idiotas catalanistas de ahora) porque don Fernando no era rey, sino infante de Castilla, y así le nombraba ella y quería le nombrasen los demás; y sobre el poco respeto con que trataba y hablaba del rey, había cada día disensiones entre ella y la infanta, su nuera, que era mujer muy cuerda y sabia, y le pesaba de la imprudencia y desacato de la suegra. Había también un micer Tristany, cuñado de B. Ramón de Fluviá, que la animaba, y solía decir que había de trabajar hasta ver el conde rey, y entonces cesaría y reposaría. Había muchos que estaban acobardados y les pesaba haberse metido en aquellos laberintos, y con estos se valía la condesa de unas letras fingidas que escribía un clérigo de su casa, llamado Pedro Martín: estas se las hacía llevar la condesa, y daba a entender que eran avisos de los grandes socorros que le venían al conde, su hijo, y publicaba por cosa cierta e indubitada que don Antonio de Luna y el duque de Clarencia habían de entrar con 30.000 (?) de a caballo; y una noche hizo en Castellón de Farfanya grandes fuegos y luminarias, para dar e entender que había venido socorro y que así todos se animasen. (Ya lo hizo Jaime I en el cabo Formentor para asustar a los de Menorca). Publicaba asímismo que su hijo había sido veinte y un días rey, y que * personas le habían quitado el reino; pero los vecinos de Balaguer conocían muy bien que todo aquello que ella decía era mentira, y se dolían de que queriéndoles ella engañar, quedasen engañados ella misma y el conde, su hijo. Con todo, los paeres de aquella ciudad, por ver si era verdad lo que decía la condesa enviaron sus espías, y supieron que no había rastro de socorro, y se lo hicieron saber al conde, para que las vanas esperanzas no acabasen de perderle, y le persuadían que tomase con el rey el mejor partido que pudiese, pues sus cosas se encaminaban a estado infeliz y miserable; pero él siempre les decía que se defendiesen valerosamente en el entretanto que tardaba el rey en cumplirle ciertas promesas que le habían hecho, y él les prometió alcanzar del rey perdón para todos los que estaban con él, y que así no había para qué haberse de espantar, sino defenderse valerosamente.
Por el contrario, a los del real cada día les crecía la gente, y los unos sucedían en el trabajo de los otros con gran alivio; pero los cercados, como no eran tantos que pudiesen por muchos días defenderse de un ejército tan poderoso, ni eran todos soldados, sino los más gentes de sus casas, más avezados al labor del campo y labranza que a hechos de armas, y también que la fatiga de la noche se les continuaba en la del día, perdieron aquel ánimo y fervor que mostraron en los primeros acometimientos, y lo que peor era, dejaban sus estancias y se acogían a lo más seguro, fuerte y menos peligroso, porque el castigo no era tan riguroso como requiere la guerra, por el respeto de los vecinos de la ciudad, de quien se tenía mayor desconfianza, porque estos comunmente tenían a locura el haberse metido el conde en guerra con el rey, y no haberles pedido consejo, y estaban lastimados en ver de sus ojos talar sus campos y heredades y cortar los árboles de ellos, a más de lo que padecían dentro de la ciudad, en sus casas, que con la batería de las bombardas y trabucos se hundían las más, sin que bastase reparo ni invencion contra las piedras que echaban aquellas máquinas, labradas de los árboles de sus heredades y campos.
Reconocía el conde el gran peligro en que estaba y la falta de gente que tenía, y acordó de enviar a Menaut de Favars, capitán francés, que le había venido a servir, a Francia, para que le trajese las más compañías de gentes que pudiera, para que con ellas se pudiera defender y librar del gran peligro en que se había metido; dióle por esto muy gran cantidad de dinero; y esta idea era traza del mismo Manaut, para salirse del peligro y llevarse el dinero del conde. Tenía en aquella ocasión la guardia del real Luis de La Cerda, con sesenta de a caballo, y estaba entre el camino que va de Balaguer a Lérida y el río; y como los de la ciudad conocieron que era poca la guardia, salieron por la puerta de Lérida, y Menaut de Favars por otra que llamaban de la Juería, y eran todos ciento cincuenta de a caballo, y dieron de improviso sobre ellos, hallándoles desapercibidos, y el mismo Luis de La Cerda, desarmado. Lleváronse catorce o quince acémilas y ocho o diez hombres, que no se pudieron escapar, y los demás se retiraron, porque no podían resistir el ímpetu y fuerza de los de la ciudad, y murieron algunos de la gente del rey: Entonces salieron a este rebato el adelantado mayor de Castilla y Juan Hurtado de Mendoza, con hasta mil de a caballo, e hicieron retirar a los que habían salido y meterse dentro. Hubo de los de Balaguer siete u ocho muertos y muchos heridos, y de allí adelante se puso mejor recaudo en la guardia del campo, de tal manera, que los de Balaguer pensaban mucho en salir. Menaut de Favars, mientras estaban los otros en la pelea, se puso en salvo con el dinero que el conde le había dado para hacer gente, y jamás volvió ni con ella, ni sin ella, y después supieron que valiéndose de una carta del conde de Urgel, había cobrado del de Foix mil florines que le debía, y se quedó con todo este dinero. Aconteció esta huida de Menaut a los últimos días de agosto, y el rey luego que lo supo, dio aviso de ella al conde de Pallars y a Roger Bernat de Pallars y a Jofre de Labracetola, que estaba en guardan del paso de Francia, para que le detuviesen; pero él fue más diligente que el que llevaba el aviso, que cuando llegó allá, ya había pasado y estaba en salvo.
Publicábase cada día en el real, que venían al conde grandes socorros, y esto daba mucho cuidado, porque sabían que si llegaran y no les faltaran vituallas, se podrían muy bien sustentar todo aquel invierno, resistiendo valerosamente al rey y a todo su ejército; y no era poca la pena y cuidado que esto daba, porque si aquel cerco se fuera adelantado, corría riesgo que las cosas no tomaran alguna mudanza y dieran harto en que entender al rey, y así hacía todo lo posible por rematar la guerra y tomar la ciudad y al conde. Sentía, por esto, mucho la dilación que había en labrar los castillos y máquinas eran menester para aquella presa, y la poca abundancia de mantenimientos que había para tan grande ejército, y en que había tantos y tan principales señores, y todo se había de traer de lejos; y había alguna dificultad en la provisión de ellos, porque el año era estéril y caro, y todos los de aquella comarca había mandado recoger el conde en sus villas y castillos fuertes, y había ya muchos días que había hecho trabajar en esto, y los que habían quedado eran ya consumidos; y así a los del rey no les quedaba otra cosa sino ser señores del campo yermo y desnudo, que las otras incomodidades comunes, eran así a lo del conde, como a los del rey, y lo habían de ser mayores, si entrara el invierno, por ser aquella tierra de su naturaleza muy fría y descubierta, y el aire muy húmedo, por unos vapores que salen del río, que llaman por allá bromas (bruma, niebla; broma), que de diez pasos no se conoce un hombre, por la gran espesura de ellas; y esto es tan ordinario cada año, que dura todo el invierno, y pasan quince días y aún más de un mes que no ven el sol ni señal de él; y estas incomodidades y fríos les habían de hacer mayores la falta de leñas, de que aquella tierra es muy estéril; y todo esto era malo para los de la campaña, que no estaban hechos a ello, y los de la tierra lo pasarían harto bien, por estar criados con ello y serles cosa natural (y la comida dentro del cerco?); y aunque los más castellanos que tenía el rey eran soldados viejos, estaban acostumbrados a pelear con los moros, pero no a sufrir las inclemencias de aquel cielo; y lo que peor era, que había algunos entre la gente del rey, porque eran de diversas naciones, y había en el gobierno y regimiento de tanta gente mal orden y gobierno, y a aquellos les dolía que las cosas del conde de Urgel hubieran llegado a tal estado, y estaban arrepentidos, que de no, le hubieran valido a los principios, y holgaban de las incomodidades se padecían y las sufrían de buena gana, con que el conde de Urgel, que no podía salir con lo que había emprendido, salvara a lo menos su persona. El rey era soldado y sabía todo esto, y conocía que en aquel estado el único remedio era la brevedad y conclusión de la guerra, y que toda dilación a él le era mala y al conde podía ser provechosa y mejorar su estado presente, y así resolvió de tomar la ciudad por combate y a fuerza de trabucos, y esto lo mandó poner luego en ejecución, porque tenía ya a punto todas las máquinas y municiones necesarias, y sabía que solo el temor y fuerza de la batería había de acobardar al conde y sus valedores; y esta no la quiso dar en solo una parte, sino por todas las que le pareciesen a propósito para poder rendir aquella tan fuerte ciudad. Por la parte del monasterio de Almata, que estaba al frente del castillo, a la parte del oriente, y era por donde el combate tenía más fácil la ofensa, combatían el adarve del castillo don Bernardo de Centellas y Álvaro de Ávila, mariscal del ejército; y Pedro Alonso de Escalante, por otra parte, combatía una torre del mismo castillo; y esta batería se hacía de lugar más alto que el castillo, con una máquina y dos bombardas que hacían mucho daño en el adarve y torre del castillo; y con otra máquina mayor se combatía una esquina de aquella ciudad que mira hacia el septentrión, y era de tal artificio y grandeza, que lanzaba una piedra de peso de treinta y cuatro arrobas, y de esta batería y máquina tenían cuenta Juan Hurtado de Mendoza, mayordomo mayor del rey de Castilla, y don Juan de Luna, y estaba cercada con un palenque, para defender que no saliesen a quemarla, y no había por do entrasen en él.
Había otro palenque a la parte del camino de Lérida, en que había tres bombardas que tiraban a las torres y muros de la ciudad, que están entre el portal de Lérida y el río; y esta batería cuidaba Diego Hernández de Vadillo, secretario del rey, y Pedro Álvarez Nieto; y hízose una cava honda entre el palenque y la ciudad, y entre estas bombardas había una muy grande de fuslera, que mandó el rey labrar en Lérida, que tiraba una piedra de cinco quintales y medio, que aún hay muchas en aquella ciudad en las bodegas y otros lugares, y algunas de ellas tienen más de siete palmos de rueda; y labróse también en aquel mismo lugar un castillo de madera, bien alto, donde se pusieron algunas cuadrillas de ballesteros, que hacían tanto daño, que no se asomaba ninguno por las torres y almenas, que no fuese herido.
A la parte del puente, donde estaba el duque de Gandía, se armó en el monasterio de Santo Domingo un ingenio que llamaban cabrita, y con ella y una bombarda de cobre que habían llevado de Barcelona, que era del general de Cataluña y tiraba bala de cuatro quintales de peso, se batía la primera torre del puente y la Casa fuerte de la Condesa, que se defendía con mucha ballestería y tenía muy buena cava y estaba muy fortificada. Pero todo esto se ponía en orden con mucha tardanza y pesadumbre, y pasaban muchos días, entretanto que se aumentaban las bastidas y una grande escala con que se había de llegar a dar el combate por todo el ejército, y labrábalas un Juan Gutiérrez de *Enso, gran artífice de aquel menester, que hizo las bastidas con que se tomó Antequera.
Entretanto que se ponían a punto todas estas cosas, mandaba continuar el rey el proceso que había empezado en Barcelona contra del conde; y a 10 de agosto mandó que se le hiciesen letras y a los paeres de la ciudad y vecinos de ella, y a los barones y caballeros que estaban en servicio del conde, en que mandaba notificarles y referirles cómo había mandado presentarles otras letras despachadas en Barcelona a los 11 de julio, que llevó el gobernador de Cataluña con muchos caballeros y oficiales que le acompañaban, y no fueron obedecidos; y así de nuevo mandaba despedir estas segundas, en que mandaba lo mismo que en las primeras. Bien sabía el rey que no habían de darse * a los que iban dirigidas; pero cuanto más justificaba su causa con esto, tanto hacía la culpa del conde mayor y se le aumentaban los motivos había de tener para castigarle.
Despachadas las letras, no hubo portero que las osase presentar, porque así como se acercaban a los muros, les tiraban balas y saetas; y el rey mandó hacer un pregón al derredor de la ciudad de Balaguer y publicarlas, para poder mejor proseguir contra del conde, como inobediente, según la justicia le daría lugar.
Si las letras de 11 de julio y el gobernador que las llevó acabaron poco con el conde, mucho menos obraron estos pregones; pero el rey, que deseaba proceder en esto con madureza, mandó, a 22 de agosto, hacer otro, en que refiriendo lo mismo que había dicho en los otros, dio perdón general a todos y cualquiera delincuentes hubiese en la ciudad de Balaguer, con que dentro de quince días de la publicación de aquel pregón saliesen de ella y del todo se apartasen del servicio y compañía del conde, y no lo haciendo, les declaraba por traidores. Exceptuaba empero y no quería ser comprendidos en este perdón los que hubiesen cometido delitos de herejía, sodomía, y hubiesen sido presentes y consentido en las muertes del arzobispo de Zaragoza y gobernador de Valencia, porque de los tales delitos no era su intención conceder perdón; pero dábales guiaje de dos meses, con que durante aquel no pudiesen entrar en las ciudades de Zaragoza, Calatayud, Daroca Teruel, Albarrazin, ni Valencia, y los que habían sabido en la muerte de Sancho Sánchez Domingo no pudiesen, sin su licencia, entrar en la ciudad de Teruel y sus aldeas, y esto por quitar escándalos; pero por esta remisión no se remitía la enmienda civil que eran obligados y debían hacer a aquellos que estaban ofendidos de los tales delincuentes. Publicáronse estos pregones junto a los muros de la ciudad, en lugares donde podían con mayor comodidad ser oídos, y tenían reparo de no ser ofendidos; y entonces, a 20 de agosto, el abad y oficiales del monasterio de Nuestra Señora de Bellpuig de las Avellanas se apartaron del conde, y el rey les concedió perdón general.
Entonces fue cuando hizo francos a Ios de Os de todo lo que debían a doña Leonor, hermana de don Jaime, que era señora de aquel lugar y otros que le había consignado el conde, en pago del legado o manda le había hecho el conde don Pedro en su testamento, como parece en un registro Comune del rey, de los años 1414 y 1415, folio 21.
Acabado el dicho término, a 5 de setiembre del dicho año, mandó hacer en el monasterio de Almata, en parte que los del castillo lo pudieran oír, otro pregón en que, de gracia, por ser acabados los quince días, los dilataba y prorrogaba, hasta 10 del mes, que era domingo, que este año era letra dominical A.
Entre tanto que se hacían estas monitorías y se aparejaban las baterías, envió el rey para combatir los lugares y castillos del conde a don Pedro Giménez de Urrea, que llevaba las compañías de don Pedro Núñez de Guzmán, Juan Delgadillo, Garci Fernández de Herrera y Juan Carrillo de Toledo, guarda mayor del rey, y fueron con ellas las del gobernador de Cataluña y de Juan de Vilarasa; y cada uno de estos caballeros iba por su parte a hacerle guerra en el estado del conde. Ganáronse por combate muchas fuerzas, y otras se dieron a partido: en Aragón, a 16 de agosto, dieron Alcolea, Almolda, Castellfollit, Albalat, Oso, Rafols, Puig de Cineu, Estañosa y otros muchos lugares de las baronías de Entenza; en Cataluña se ganaron por combate y dieron a partido Albesa, Ivars, Os y las Avellanas: a 20, después de ser estado muy combatido y precediendo ciertos tratos y convenciones con el gobernador, se entregó Agramunt. Eran estos pactos, entre otros, que quedasen ilesos los derechos tenía la infanta sobre Agramunt, que le fuesen confirmados los privilegios, que no entraran dentro de la villa sino cierto número de soldados, que fuese cabeza de veguería y que no pudiese ser enajenada de la corona real, salvo en favor del conde de Urgel, mujer e hijos suyos, que le diese el rey elongament para pagar sus censales y deudas, y que fuese concedido perdón general, salvo en los que sabían en la muerte del arzobispo de Zaragoza, sodomitas, herejes y fabricantes de falsa moneda y otros. De esto se recibió auto día 13 de este mes, en poder de Luis Torremorell, en la iglesia del Santo Espíritu, junto a la dicha villa de Agramunt: este auto he visto entre los papeles del archivo del duque de Cardona. Arbeca, Liñola, Castelló de Farfanya y otras fuerzas se defendieron, y no se quisieron rendir hasta que se ganó Balaguer. Los del vizcondado de Ager y ribera de Segre arriba, que están *dos de bravas y ásperas montañas, como son Pons, Uliana y Tiurana, no se acometieron entonces, hasta ver el suceso de Balaguer. En este medio se fue el cerco estrechando cada día, de manera que ninguno podía entrar ni salir de la ciudad, que no diera en manos de sus enemigos; y los cercados no solo se ponían a la defensa, pero con gran furor hacían sus arremetidas y ponían en rebato al ejército. Un lunes, a 4 del mes de setiembre, acometieron las estancias del duque de Gandía y prendieron veinte soldados que andaban desmarrados por el campo, y todo el daño que recibieron estos resultaba de tener los del conde en defensa la Casa fuerte de la Condesa, que estaba junto a las estancias del duque de Gandía; y parecía mal consejo no haber primero combatido aquel fuerte, estando tan cercano a ellos; pero en todo lo que se emprendía había cada día diversos consejos y pareceres entre los catalanes y castellanos, y no era de maravillar, habiendo tanta diversidad de personas principales y gentes de diferentes naciones, que habían acudido en servicio del rey a aquella empresa. (Cómo se entendían entre ellos?)
Publicábase cada día que de Francia venía gente en socorro del conde, y eran mil hombres de armas y mil ballesteros, y sobre el salirles a resistir y en qué forma y orden, había diversos pareceres: los aragoneses y catalanes querían que de tres mil caballos que tenía el rey en su real, salieran mil trescientos, con la gente que se les pudiese juntar de la tierra, a resistirles, y que los mil setecientos quedasen en el real; los castellanos decían, que no era bien se dividiese la gente era sobre Balaguer, antes que enviase por más reforzarse, y que antes que el socorro que venía al conde llegase a Balaguer, que el rey saliese a darles batalla, y sería fácil vencerles, por llegar cansados y con la fatiga del camino. En esta diversidad de pareceres y discordia de naciones, salió don Ramón de Bages, caballero catalán, y dijo: que el rey les enviase un buen número de caballos que viniesen escaramuzeando con ellos, y cansándolos sin dejarlos divertir a ninguna parte, y que les reconociese y avisasen al rey del número y fuerzas de ellos, porque así cansados, pereciesen por el camino, o llegasen tales que pudiese la gente del rey con facilidad acaballos (acabarlos); y esto agradó al rey y a todos, pero no fue necesario haberse de hacer esto, porque ni el socorro vino ni aún pensaban en ello aquellos de quien el conde más confiaba.
Tenía el rey muchos albañiles y cortadores de piedra, que en Cataluña llaman moleros, porque hacen las piedras de los molinos, que llamamos muelas (mola, moles); y estos habían venido de Barcelona y de los demás puntos de Cataluña y Aragón, los que cada lugar podía enviar, y no entendían en otra cosa sino en cortar piedras y hacerlas redondas para arrojarlas con las máquinas y artillería; y había mucha falta de estas piedras, porque como la batería era tan continua, gastaban muchas, y al tiempo que más necesidad había de estos, casi todos se fueron huyendo, y el rey lo sintió mucho, porque se eran idos sin licencia y en ocasión que más necesitaba de ellos, y por su causa hubo de parar la batería, y les mandó ir a la zaga y los prendieron hasta veinte, y atados con cadenas los volvieron al real; y envió e rey al infante don Alfonso y al obispo de León, que estaban en Barcelona, y a muchas universidades, una letra de 20 de setiembre, en que les encarga le envíen los más albañiles y cortadores de piedra (picapedrés; picapedrers) que puedan, por la falta que había de ellos para los trabucos y bombardas, y también les pedía a ellos y al arzobispo de Tarragona cáñamos para cuerdas, de que había mucha falta, para el manejo de los trabucos y máquinas.
Padecíase ya en la ciudad en esta ocasión gran necesidad, los ingleses se quejaban de que don Jaime no les daba la comida con la abundancia que solía: ya no se pagaba el sueldo a la gente de guerra, porque el conde había acabado el dinero, y aquel gran tesoro que le dejó el conde, su padre, tan encarecido de Valla, estaba consumido, y era tal la falta de provisiones, que había muchos que las tomaban de los del real, y se las vendían de buena gana, y la condesa lo sentía mucho, y decía que ella antes camiera ratones y gatos u otra cualquier inmundicia, que lo tomaría de los enemigos de su hijo. En el castillo y palacio del conde se padecía mucho, porque el pan se les era ya acabado, y se sentía la falta de él; y llegó a tal punto, que * noche llegó el conde solo a casa del oficial o provisor * reside en aquella ciudad por el obispo de Urgel, y le pidió que le diese pan para comer, porque en su casa ha* ya dos días no se había comido, y el oficial, llorando y * de los sucesos y reveses de la fortuna, le dio todo el pan que el conde pudo llevar consigo, que por no publicar su necesidad y aprieto, él solo fue a buscar, sin fiarlo * criado ni nadie; y el día siguiente el oficial le envió dos *costales de harina que tenía y una cuba de vino, y un pa* que lo subió al castillo lo contaba después, siendo viejo, como notable y muy lastimosa.
Habían los de la ciudad confiado hasta este punto del socorro que decía el conde le había de venir de Francia e Inglaterra, y siempre lo había dado por muy cierto; pero viéndose sin él y tan apretados del rey, pidieron los paeres de la ciudad hora para hablarle, y se la dio y salió a la iglesia de San Salvador. Lo que le dijeron fue, que el rey, en virtud de ley de Cataluña que dispone que si algún barón o magnate hiciese algo contra del rey, en tal caso los vasallos no eran obligados a valerle contra del rey; antes, siendo requeridos, habían de valer y servir al rey, y si no lo hacían (como no lo habían hecho antes) eran habidos por traidores, les había requerido con sus letras reales una y muchas veces y en
pregones que se habían hecho; y por esto, y porque toda o casi la más gente que tenía le dejaban, y de cada día se iban saliendo de la ciudad, le aconsejaban buscase medio y traza como salvar su persona y la de los de la ciudad, y aunque se lo habían dicho y aconsejado muchas otras veces, pero ahora más en particular se lo volvían a decir y aconsejar, porque estaban en términos que, si no respondían a las letras reales, obedeciéndolas dentro del término señalado en ellas, serían habidos por traidores, lo que ellos querían escusar; y así que pocurase salvar su persona y darles licencia para responder a las letras reales, o a lo menos darles licencia para alcanzar del rey más tiempo de lo contenido en dichas letras, y dicen que le enseñaron la constitución que decía esto, y lo que sobre ella habían escrito los doctores. El conde dicen que les respondió: - Vosotros, no respondiendo a las letras o requerimientos que os hace el infante de Castilla, por eso no sois traidores, porque bien sabéis que a él no le tenéis por rey, sino a mí, porque el derecho y justicia es mía (el muy idiota); y así ni quiero que le respondáis, ni que salgáis fuera, sino que espereis * quince días, y dentro de ellos yo tomaré acuerdo de lo que debo hacer.- Y los paeres replicaron que esto que el conde quería no lo podían hacer si el rey no les daba tiempo, y de esto se levantó auto.
Pareció a los caballeros que el conde tenía cabe sí y a los paeres y personas del regimiento de aquella ciudad, que se saliera de la ciudad y salvase como mejor pudiese su persona, porque estaban a punto que era imposible poderse sustentar muchos días, y cada uno le daba traza y modo como pudiera escaparse más a su salvo; pero Ramón Berenguer de Fluviá, que era el que le había metido en estos laberintos, no aconsejaba que se fuese, porque si le prendieran, no quería que dijesen que él le había sido traidor; y la condesa, que era del mismo parecer, decía que la virtud y esfuerzo del caballero se probaba en los sitios, y que no era bien desamparar a sus estado y familia, huyendo vilmente, sino que muriese con la espada en la mano, defendiendo su derecho; y decía que esto lo hacía ella, porque temía que si el conde se salía, la infanta concertaría con el rey las cosas a su modo, sin cuidar de ella, y sería muy contingente que el rey la castigaría por haber aconsejado al conde aquella rebelión, y toda la ira del rey vendría a descargar sobre ella, porque a la infanta nunca le había placido aquello, antes estaban muy encontradas la suegra y nuera sobre estas cosas, y cada día había disgustos entre ellas. Sin esto, el conde decía que si él se salía luego, se daría al rey la ciudad; y estaba tan agradado de ella, que no sabía dejarla. Pero viéndose ya sin remedio y del todo perdido, quiso huir, pero tomóle tan gran cariño de la infanta, su mujer, madre, hijas y hermanas, que no tuvo ánimo para caminar cuatro pasos, sin volverse a la ciudad; y aunque aconsejado de los suyos tentó algunas veces de escaparse, nunca lo pudo poner en obra, y le parecía que alguna secreta fuerza le impedía su salida: no faltaron algunos que lo atribuyeron a maleficio o que estaba ojado, pero creo que era temor y poco ánimo.
El rey y los suyos estaban tan de reposo y asiento en este cerco, que mandaron rodear el real de muros y torres que, aunque derruidas, aún duran detrás de la iglesia de Almata, donde estaba el rey alojado, y estaban como si hubiesen de hacer allá perpetua morada, y algunos de los grandes comenzaron a edificar casas, porque sabían que el rey no alzaría aquel cerco, que no tuviese primero al conde en su obediencia y poder, porque de aquí quedaba el reino asegurado para él y sus hijos y descendientes. Salían cada día muchos de la ciudad, unos para gozar de la gracia del rey y perdón les concedía, y otros, que eran los más culpables, del guiaje que el rey había otorgado; aunque al principio, porque no le desamparasen, habían publicado los amigos del conde, que el salvoconducto publicado no se guardaba, y así como salían de la ciudad los prendían y llevaban a Lérida, donde hacían de ellos rigurosa justicia; pero Luis de La Cerda, caballero castellano, que tuvo noticia de este vano temor, por medio de algunos soldados suyos que habían estado presos en Balaguer, tuvo traza con que les desengañó de este error, y así salieron muchos y dejaron casi desamparado y solo al conde. Jueves, a 14 de setiembre, salió don Artal de Alagón, hijo mayor de don Artal de Alagón, señor de Pina y Sástago, que era sobrino de don Antonio de Luna, y con él salieron otros cuatro caballeros. En otra ocasión le vino al rey una compañía de trescientos ballesteros y lanceros, que le envió la ciudad de Zaragoza. La batería se continuaba con grande furia, y como aquella máquina que batía el castillo lanzaba tales piedras que pesaban cada una ocho quintales, y hacía tal estrago que a donde daba lo hundía todo hasta el primer suelo, la infanta envió a suplicar al rey que, por su mesura, mandase que no se batiese la parte del castillo donde moraba ella y sus doncellas, porque estaba en días de parir; y el rey, movido de piedad de su tía, doliéndose del estado de sus cosas, mandó a Juan Hurtado de Mendoza y a don Juan de Luna, cuidaban del combate del castillo, que no permitiesen tirar donde residía la infanta. Dice Valla que el rey se lo concedió con tal que no estuviesen juntos ella y el conde, y que la condesa estimó más pasar por cualquier peligro, que aceptar la tal condición.
Combatíase también la Casa de la Condesa con gran furia, y las piedras que tiraba aquella máquina, que llamaban cabrita, eran tales, que donde hacían el golpe rompían las vigas tan gruesas como dos grandes pinos, y hundían por lo alto el primero y segundo sobrado, y de tal suerte eran combatidos y atormentados los de aquel fuerte, que de allí adelante recibieron de ellos muy poca ofensa los del duque de Gandía que tenían las estancias contra la puente. Cegada ya la cava de la Casa de la Condesa, pareció que se batiese primero la ciudad; y martes, a 26 de setiembre, pasando el rey del real a las estancias del duque de Gandía, para que se diese orden en apresurar el combate, como iba vestido de un balandran de escarlata, en un caballo blanco, fue conocido de los de la ciudad, y armaron una bombarda para dispararla cuando pasase; y don Pedro de Cervellon, que lo supo, dio aviso al rey de esto, y mandó que los que iban en su compañía pasasen de diez en diez, porque así fuese mejor disimulado; y pasó primero el conde de Cardona, y los de la ciudad tenían muy buena cuenta al rey, y cuando pasó dispararon la bombarda que estaba en una esquina de una barrera de la ciudad, y la pelota pasó por encima de la cabeza del rey, y de aquello recibió tanto enojo, que deliberó de entrar la ciudad a hilo de espada.
Valla dice, que a la que el rey pasaba, le tiraron muchas saetas y con dos hirieron al caballo del rey, que cayó en tierra, y luego los de la ciudad creyeron que el rey era muerto y a grandes voces lo publicaron aclamando por rey al conde; pero yo no he hallado nada de esto que dice Valla en el proceso se hizo contra del conde, a quien no disimularon ninguna culpa de él ni de los suyos.
La batería se continuaba con tanta furia, que dice el mismo autor, que disparaban las bombardas y demás máquinas todas en un punto juntas, porque así fuese mayor el ruido y más espantoso, como porque el golpe que daban las piedras y balas fuese más terrible; y levantaban tal polvo de las casas y torres que derribaban, que parecía ser todo humo, y no se conocían ni podían divisar los unos a los otros; y estas baterías se continuaban de tal 
manera, que no daban lugar a los de dentro solo un punto; y aquel mismo día hubo muy brava escaramuza entre los del real y algunos que salieron de la ciudad. En esta ocasión sucedió, que saliendo del real don Pedro Maça de Liçana a hablar con R. Berenguer de Fluviá, dijo este a don Pedro, que si pudiese acabar con el rey que perdonase al conde, saldría a su merced; y don Pedro lo comunicó con los del consejo, y el gobernador de Cataluña aconsejó que no se habían de trabar razones con el conde ni los suyos, porque todo aquello era para detenerlos, sino que se viniese el conde para el rey demandándole merced, y que él y los suyos se pusiesen en su poder, porque ordenase de ellos lo que por bien tuviese, sin consideración alguna, sin dejarles otra esperanza ni confianza, sino sola la clemencia del rey; y así pareció bien a todos, y mandó el rey que esta respuesta se diese a don R. B. de Fluviá, y se la dio don Pedro. En este medio ciertos almogávares de Castilla hacían mucho daño en algunos que salían al campo y acometían los reales para tomar lo que podían para remediar la hambre que se padecía en aquella ciudad. Hacían también los del real mucha faena en divertir al agua por debajo de la puente, que no llegase al molino que tenían los de la ciudad, porque tenían tanta necesidad de harinas, que sobre el moler había entre ellos muchas peleas, y sobre el quitar el agua hubo con los de la ciudad muchas escaramuzas. Sucedió entonces, que viniendo a cierta habla algunos caballeros catalanes con los de Balaguer, dijeron los de dentro, que si no estuviesen allí los castellanos, ellos los harían apartar de las estaciones y puesto en que estaban, y saldrían a pelear con ellos; de donde nació que se desafiaron, para probarse en hecho de armas, ofreciéndose los catalanes que pasarían a quitarles un palenque que tenían los de Balaguer, cerca de una torre que estaba en lo postrero, cerca de la Juería, arrimada a un recuesto, en lugar muy oportuno para defenderse. Tomaron esta empresa, que fue demasiadamente arriesgada y atrevida, un sábado, a 7 del mes de octubre, cuarenta hombres de a caballo, y había entre ellos muchos caballeros y gente noble. Los de Balaguer pusieron delante de la ciudad más de doscientos hombres de armas, entre ballesteros y lanceros, y hubo entre ellos una muy brava escaramuza, peleando los unos por deshacer el palenque y los otros por defenderle, y el rey se lo estaba mirando desde un cerro, y sin duda lo llevaran mal los del rey, si no mandara a Alvar Rodríguez de Escobar y don Jaime de Luna que los fuesen a socorrer, y estos con su caballería arremetieron a los de Balaguer y sacaron a los otros del peligro en que estaban, y salió herido don Jaime de Luna y el caballo de Alvar Rodríguez de Escobar. 

Mandó el rey un miércoles, a 11 de octubre, que se diese un combate general a la ciudad por seis partes, y que después fuese combatida por todo el ejército junto, y era en ocasión que la bombarda mayor que habían labrado en Lérida había hecho tal batería, que las pelotas pasaban el adarve de parte a parte, de tal suerte que en dos días derribó del adarve del muro dos lienzos de torre a torre, hasta el suelo; pero como la ciudad en aquel lugar estaba más alta que la parte de donde se batía, y tenía sus cavas, no se podía entrar. Sin otros pertrechos, tirábase de la ciudad con bombardas más pequeñas, que eran como tiros de campo, y hacían harto daño en el real; y el viernes siguiente, que era a 13 de octubre, fue muerto de un tiro de bombarda Sancho de Leyva, de lo que tuvo el rey harto pesar. Salíase de la ciudad cada día mucha gente, y a 15 de octubre salieron treinta y seis ingleses con licencia del conde y otros sin ella, y entre ellos fue un caballero aragonés llamado Juan Jiménez de Enbun, y el rey dio a los ingleses salvoconducto para que pudiesen salir de sus reinos. Llegaron en esta ocasión a servir al rey un hijo bastardo del rey de Navarra, llamado don Godofre, y también un primo del rey, hijo de don Alonso, conde de Gijón, que venían de compañía, y el rey les recibió con mucho gusto. El duque de Gandía y los que estaban con él, junto al monasterio de Santo Domingo, recibían cada día mucho daño de la gente que estaban en la Casa fuerte de la Condesa, y el rey deseaba mucho haberla. Había un caballero que le llamaban mosen Luis Carbonell, a quien Alvar García llama Cardona y Zurita Luis de Carbo, y este dijo al rey como en aquella casa había un hombre que deseaba recibir merced de él, con quien él había conocimiento, y que movería con él trato como poderla haber sin peligro; y concertaron que a cierto día que los más que estaban en guarda de aquella casa hubieron de salir y pasar el río en una barca, para traer las provisiones necesarias para la casa, que entonces estuviese la gente puesta para la ir a tomar; y así se puso en obra, con cien hombres del duque de Gandía que ganaron la puerta, y los del barco huyeron río abajo, y aquel soldado que deseaba haber merced del rey abrió la puerta, según lo había prometido, y de esta manera lo cuentan Zurita y García Alvar; pero en un registro del rey don Fernando, Comune sigilli secreti, folio 156, hay una carta del rey, data a 20 de octubre, que escribe al infante don Alfonso, que estaba en Barcelona, y dice que este Luis Carbonell había tratado con el rey de entregarle esta casa, y lo hizo de esta manera, que hizo salir del castillo, con escusas de buscar leña, a todos aquellos que no cabían en el trato, y los que quedaron dentro cerraron las puertas y hicieron señal al gobernador de Cataluña y a otros que estaban advertidos y que luego acudieron, y cuando los que habían salido a leñar volvieron, hallaron las puertas cerradas, y como vieron a la gente del rey, sospecharon lo que era y huyeron al río, y se anegó uno, y los otros llegaron a la ciudad, y los del rey entraron en el fuerte y pusieron en él las banderas reales, y el conde y los de la ciudad quedaron muy caídos y desmayados con aquella pérdida: así lo dice el rey en su carta. Tomada, pues, la cava y puestos en ella los pendones del rey y los del duque de Gandía, el rey y los suyos quedaron muy alegres: entró luego el rey en ella con mucho sonido de trompetas y atabales, y mandó poner en ella gran recaudo, y lo escribió al infante don Alfonso y concelleres de Barcelona.
Era esta casa a modo de una fortaleza, con sus cavas y torres, muy curiosamente labrada: servía de palacio y casa de campo para los condes en las primaveras; edificóla la misma condesa doña Margarita, y estaba muy cerca del monasterio de predicadores, aunque hoy no queda rastro de ella porque las avenidas del río la debieron de derribar, por no tener reparo contra él. En una donación que hizo el rey don Alfonso a 9 de diciembre de 1417; estando en Valencia, de ella, al monasterio de predicadores, dice, que por la parte de levante se terminaba in quodam troceo terre Mathei Alios et a meridie cum eodem troceo terre a septentrionis cum troceo terre predicto et via qua itur ad civitatem Ilerde; y dice el rey que se la da en enmienda y satisfacción de los daños que él y su padre dieron al dicho monasterio, en el tiempo del asedio que pusieron a la ciudad de Balaguer; y por esto, a 17 de enero de 1419, mandó a su protonotario que no cobrase derecho de sello, por ser donación pía y en enmienda de daños dados.
Salido el rey de ella, se volvió al real, y mandó otra vez combatir la ciudad por todas partes; y los paeres y vecinos de ella demandaron hablar con Diego López de Vadillo, y le dijeron que mandase cesar el combate y hablarían en trato de lo que habían de hacer; y él les dijo que no tenía tal poder, pero que lo diría al rey; y la respuesta fue, que no quería otro trato sino que la ciudad se combatiese; y como los caballeros que con el conde estaban entendieron esto y vieron que la ciudad estaba encaminada a ser entrada, pidieron licencia para venirse para el rey, y hubo algunos que sin despedirse del conde se vinieron entonces. Martín López de La Nuça (Lanuza), que había sido gran servidor del conde, y tenía allí su mujer e hija, le dijo ya veía como el rey hacía proceso contra todos los que allí estaban, y él no quería perderse y ser habido por malo, y que pues el rey perdonaba a todos los que para él se fuesen, le diese licencia para irse; de lo que tuvo el conde muy grande enojo, porque todos le desamparaban; pero como vio que este caballero tenía razón, le dio licencia, y él se vino para el rey, un viernes, a 20 de octubre, y con él un caballero llamado Juan de Sesé, con hasta cuarenta personas.
De cada día se iba el conde desengañando que no saldría bien de la empresa en que se había metido, porque le faltaban gente, vituallas y dinero, y estaba cierto que ni de Francia ni Inglaterra ni otra parte podía ser socorrido; y con todo se mostraba tan animoso, que decía a los pocos que quedaban con él, que quería morir con ellos y perder con el reino la vida con la espada en la mano; pero a lo interior no lo entendía así, antes quisiera salirse del peligro en que estaba, si pudiera; pero era imposible, porque el rey, porque no se le escapase, mandó circuir de tapias toda la ciudad, que se hicieron dentro de seis días, y a la puerta de las tapias había puesto muy buenas guardas porque el conde no se le pudiese escapar, y de noche las doblaban y ponían rondas y sobrerondas; y esto solo se confiaba de don Diego Gómez de Sandoval, sin fiarse de catalanes ni aragoneses, pensando de esta manera impedir las huidas del conde, de que había tenido noticia de los que salían de la ciudad y se venían a su servicio, que contaban todo lo que pasaba dentro, y aún algo más. Todo esto atemorizaba mucho a los sitiados, en especial a los ciudadanos, como gente menos ejercitada en el peligro y más interesada en el daño, y les parecía temeridad querer más aguardar, y estaban cansadísimos de tan largo cerco, y temían que la ciudad no fuese entrada y ellos y sus haciendas perdidos, porque el rey estaba ya muy enojado y la artillería que había traido de Lérida los tenía acabados, porque cada vez que se disparaba, pasaba el adarve, derribándoles las casas, y era tal que para ella no había resistencia, y el pueblö estaba tan mal contento que ya querían entregarse al rey, antes que llegar al fin de toda desventura y rompimiento, y cada día pedían audiencia al conde para tratar concierto con el rey. El conde, que ya no tenía de quien confiar, ni podía más defenderse, trató de rendirse, porque ya no podía más, y tomar el partido mejor que pudiese alcanzar del rey. Salieron un domingo, a 22 de octubre, para tratar de esto, cuatro caballeros y cuatro ciudadanos, y con ellos R. B. de Fluviá; y con ellos se juntaron Diego Hernández de Vadillo, Ruy Díaz de Quadros, Tel González de Aguilar, Suero de Nava y Juan Carrillo de Ormasa: pidieron los de Balaguer que el rey perdonase al conde y a los que estaban con él, que ofrecían salir a su merced y servirle muy bien; la respuesta fue que el rey de ninguna manera se pondría a trato con el conde, pero que por ser noble y católico príncipe, si el conde se ponía en su poder y en sus manos, habría piedad de él, pero si una vez se comenzaba a volver a dar el combate, por el menor de los suyos que muriese en él, ni perdonaría al conde ni a los suyos. Dicho esto, no quiso el rey dar más lugar a esta plática, y mandó apercibir lo necesario para el combate: lo primero fue mandar que moviesen la bastida y escala mayor que estaba en Almata. Eran estas bastidas ciertas máquinas a modo de castillos o torres con que los que tenían cercado algún lugar, allegándolas cerca de los muros, podían desde allá señorear a los que estaban dentro y tirarles desde allí saetas y otras armas arrojadizas y fuegos
artificiales. Díjose bastida, por estar fabricada de madera basta y grosera, sin labrar ni acepillar; y porque la llevaban a fuerza de brazos y en hombros, quieren se derive de un verbo griego que significa lo mismo que porto o bajulo: los latinos las llamaron turres ambulatorias; a veces las fabricaban en el mismo campo, lejos de los enemigos, para que no les ofendiesen, y otras veces las llevaban ya hechas, y no habían de hacer sino encajar la una pieza con la otra, y trabajando toda la noche, a la mañana amanecía una torre o castillo hecho que causaba notable terror a los enemigos. Cuenta César, De Bello Gallico lo que le pasó sobre esto con los franceses, y dice que viendo estos que él hacía una torre de estas en lugar muy apartado del muro, se burlaban de la obra, y decían:
- ¿Porqué tan grande artificio? porqué se labra tan lejos? y si ha de llegar a estos muros, ¿qué manos y qué fuerzas han de ser bastantes para llevarlo cerca de nosotros? - y les parecía imposible, porque los franceses que decían esto eran hombres ajigantados, y los de César de pequeña estatura; pero cuando vieron que la torre se movía y acercaba a los adarves, movidos con la nueva y no usada vista, le enviaron embajadores de paz, y
dijeron ellos que pensaban que los romanos hacían guerra con la divina ayuda, pues que podían mover con tanta lijereza artificio de tan grande altura, y pelear con ellos desdecerca. Esto lo usaban mucho los romanos y las naciones bárbaras quedaban admiradas cuando impensadamente veían acercárseles una de estas torres llenas de hombres armados; y a esto vienen a propósito aquellas palabras de Séneca, De Vita beata, cuando dice: Otiosi divitiis *luditis nec providetis earum periculum, sicut barbari, plerumque inclusi, et ignari machinarum, *segnes labores obsidentium *spectant, nec quo illa pertineat, quae ex longinque instrumento intelligunt.
Hechas estas torres, las solían llevar en hombros otros hombres, o con ruedas pequeñas y fuertes que estaban dentro del hueco de ellas, porque así la misma torre guardaba a los que la llevaban y podían ir seguros; otras veces las tiraban con bueyes y otros animales, pero eran ofendidos de los que estaban en los muros: así lo hizo Viti*, rey de los godos, cuando fue sobre Roma, y Belisario, capitán del emperador Justiniano, los dejó acercar a tiro de ballesta, e hizo tirar tantas saetas a los bueyes que tiraban aquella máquina, que los mató y la torre quedó sin poderse mover y no fue de provecho: por eso había algunos
que solían poner reparos o cubrir las bestias porque no pudiesen ser ofendidas, ni las tales torres, con fuegos arrojadizos, quemadas. Cuenta Vitruvio Diogorreto, ingeniero de Rodas, que para volver inútil una de estas torres, mandó de noche echar agua y estiércol y mover la tierra por donde había de caminar y donde se había de asentar; e ignorantes los que la llevaban, de esto, antes de llegar al muro de la ciudad se encalló en aquella humedad, sin poder volver atrás ni ir adelante, y los de Rodas quedaron libres, y burlados los enemigos. Hechas estas bastidas y acercadas al muro, hacían apartar los que estaban en el adarve, y arrimaban la escalera para dar el asalto.
Mandó después el rey mover la bastida y la escala mayor, que todo se había hecho en Almata: sacáronla por lo llano, y era de tal grandeza y tal pesadumbre, que parecía igualarse con una muy grande torre, y movíase con harta facilidad y ligereza, por ser aquel terreno fuerte y firme, y ponía tanto terror y espanto, como si no hubieran de hallar resistencia las compañías de ballesteros que iban en ella. Esto pasaba a 27 de octubre: cuando todos se ponían en armas, salió la infanta por la puente, acompañada solo de dos doncellas; y el duque de Gandía salió a hablar con ella, y pidió que el rey perdonase al conde, su marido, que con su estado se pondría a la merced del rey, para que hiciese de ellos a su voluntad; pero el rey no quiso darle lugar a que se moviese ninguna manera de partido, sino que el conde se viniese a poner en su poder, para que él ordenase de su persona y estado como bien visto le fuese; y cuanto más trataba el conde de concertarse con el rey, con tanta mayor priesa se apretaba el asedio. A 29 volvió a salir la infanta; y envió a decir al rey que iba para hablarle; y el rey mandó decir por don Enrique de Villena, que fue maestro de Calatrava, más conocido por el nombre de nigromántico, que por su calidad y linaje, y por el adelantado de Castilla, que se volviese, porque no quería escuchar medio alguno; pero la infanta no dejó de continuar su camino, y dijo, que el rey le había de perdonar, porque era forzoso llegar ella a hacerle reverencia; y venía en una litera que la traían en hombros, porque estaba preñada, y llegada delante del rey, le hizo reverencia y besó la mano, y él la recibió muy bien y le dio paz, y salieron con ella, acompañándola, fray Juan Jimeno, obispo de Malta, y el oficial o provisor ordinario de Balaguer, que reside en aquella ciudad por el obispo de Urgel. Sentóse el rey en su silla, para oír la infanta, su tía, que estaba de rodillas; y el rey porfió mucho con ella que se sentase en unas almohadas que mandó traer, pero ella jamás quiso estar sino arrodillada, y asímismo los que con ella venían, y la condesa le dijo:
- Señor, yo no quisiera que mi habla fuera delante tanta gente como aquí está, pero pues vuestra merced ha querido que en público sea, daré la causa de mi venida, como mejor pudiere. Señor, manifiesto es a vos yo ser hermana de vuestra madre y mis hijos ser vuestros primos, y yo hasta ahora no he habido lugar de hacer reverencia a vuestra señoría, ni hasta aquí os he demandado merced, y por estas cosas es razón que vuestra clemencia oiga mis suplicaciones; y como al presente no haya cosa que más llegada me sea, que la presura en que está cercado el señor don Jaime, mi marido, por vos en la ciudad de Balaguer, en punto de se perder, por ende, señor, vos suplico, por reverencia de Dios, que quiso perdonar a los que mal le hicieron y contra él erraron, y por reverencia de nuestra Señora, en quien se dice que vos, señor, habéis gran devoción, y por seguir ejemplo de los notables reyes que mucho a Dios se llegaron y le quisieron parecer en la misericordia, mayormente a los bienaventurados y gloriosos reyes de Aragón, de quien vos, señor, venís, le plega haber piedad con don Jaime, mi marido, queriéndole asegurar de muerte y de lesión y de prisión y de desterramiento de vuestros reinos; y esto recibiré en la mayor merced que vuestra señoría me pueda hacer, y ruego a estos señores notables y caballeros que aquí están, que me ayuden a conseguir esta mi suplicación. -
Lo cual todo la condesa decía con muchas lágrimas; y luego el obispo de Malta, en ayuda de la condesa, dijo al rey: - Muy excelente príncipe, poderoso rey y señor: como quiera que la señora vuestra tía haya suplicado y dicho a vuestra alteza la razón porque vino, el ansioso dolor y angustia que tiene no le dio lugar a que del todo dijese lo que suplicar le convenía; por ende, señor, yo, continuando su razón en su nombre, por introducción de mi decir tomaré las palabras del santo David, que a Dios clamaba cuando mayor culpa 
contra él cometió, que le dijo: Miserere mei, Deus, secundum magnam misericordiam tuam; en las cuales palabras mostraba la grande ofensa por él a Dios hecha, y demandaba perdón a la grandeza de su misericordia; y así, señor, la señora vuestra tía no demanda perdón con pequeño dolor; por ende, señor, sea a ella comunicada vuestra misericordia, acordándoos, señor, de la gran piedad quehubo David de Absalon, su hijo, que se rebeló contra él, y perdonólo por suplicación de una viuda, y quitóle el reino. Quered, señor, ser espejo de clemencia en vuestros tiempos, como lo han sido algunos emperadores y reyes, cuyas historias hoy hacen durar sus nombres, y a la señora vuestra tía dad confianza de vuestra misericordia. La excelente fama de vuestra virtud se predica por todo el mundo, y de la muchedumbre de vuestras virtudes, de que se guarnece vuestra corona de piedras preciosas de muy gran valor. - Desde que el obispo hubo hablado, el oficial de Balaguer dijo al rey: - Muy excelente señor, aquí es menester que se muestre la clemencia de vuestra real majestad y temple el rigor de vuestra justicia, como de tan alto y de tan noble príncipe, cuanto vos, señor, sois, se espera, como le ha sido suplicado por la señora condesa y por el reverendo señor obispo de Malta; y haciéndolo, señor, así, siempre nuestro Señor acrecentará vuestros días y vos dará victoria de vuestros enemigos, y luengos años perdonará vuestras culpas, y vos hará rey de los reyes y señor de los señores.

Después que la condesa y los que con ella venían hubieron hecho sus suplicaciones, el rey respondió de esta manera: - A Dios, a quien ninguna cosa es escondida, y a todo el mundo es manifiesto, que yo demandé el derecho de la sucesión de aqueste reino que a mi pertenecía lo más llamamente que yo pude, dejándolo a la determinación de aquellos a quien todo el reino dio cargo que determinasen la verdad y la justicia, para la dar a quien de derecho pertenecía, y luego a Dios y a la gran fidelidad de aquellos a quien fue encomendado, que determinaron ser mía la justicia, como lo era; e yo vine a llamamiento y requirimiento de los de estos reinos, a recibir corporalmente la posesión de ellos y para usar del regimiento que nuestro Señor me encomendaba no con tiranía ni con violencia, mas con la mansedumbre que a los reyes se conviene; y como supieron de mi venida, todos los grandes de mis reinos, por la mayor parte y vinieron a mí, a los que los reinos demandaban, como los otros, y personas eclesiásticas de ciudades y villas, salvo vuestro marido, a quien no bastó haber puesto muchos estorbos en la justicia antes de la declaración, más aún, que los embajadores de Cataluña le amonestaron que viniese a mi servicio, como era tenido, y por mejor abundamiento, yo le envié al abad de Valladolid y a mosen Ponce de Perellós, por lo traer a mi servicio, a los cuales respondió fuera de aquella reverencia que debía, por manera, que hube de dejar de hacer en el reino algunas cosas que mucho cumplían y fui forzado de hacer grandes costas en levar gentes de armas y pertrechos para lo castigar, y vine hasta a Lérida, y allí me envió a decir vuestro marido que me haría obediencia, por sus mensajeros; y como quiera que yo pudiera usar de rigor y no recibir su obediencia, pues la daba fuera de tiempo, usando de piedad y clemencia recibí su homenaje y fidelidad, que por sus poderes bastantes me hizo, perdonéle muchos yerros que contra mí en mis reinos había cometido, entre los cuales había crimen lessae majestatis, y lo demostró en mi deservicio, y después comenzó de robar mi tierra y mis caminos públicamente, y dio acogida en sus lugares a públicos malhechores y a personas que me eran en ira, y trató de salir contra mi persona con gentes de armas al camino y damnificar a mí y a los que conmigo venían, y en toda parte razonaba de mí, no como vasallo, ni como obediente, mas como enemigo; y todo esto disimulé, pensando tornarlo a bien; y porque algunos me decían que esto lo hacía con grande menester, yo de mi largueza real y propio motivo le envié a ofrecer que le daría ciento y cincuenta mil florines de oro para rehacer su estado, y le haría duque de Monblanc y le daría mi hijo, el maestre de Santiago, que casase con su hija, y le pondría en mil libras de merced en cada año dos mil florines de oro, y otros dos mil para vos, y otros dos mil para la condesa, su madre; y con todo eso, añadiendo mal a males, hizo trato y alianzas con gentes extrañas fuera de mis reinos, para que vinieran poderosamente con él, para ser contra mí y contra mi señorío, y probó de hurtar la ciudad de Lérida, y vino ende con pendón real, e hizo correr cierta gente de armas que yo enviaba a Aragón, y tomó castillos y lugares fuertes míos, y se hizo jurar por rey de Aragón, y basteció lugares y castillos suyos para rebelar más claramente contra mí; sobre lo cual hube consejo con muy solemnes letrados, para saber lo que debía hacer, para remediar con derecho los males que mis tierras y reinos recibían; y por todos me fue aconsejado, que debía mandar tomar todas las fortalezas y tierras de vuestro marido, y que debía de proceder contra de él como contra de inobediente, en la forma que las leyes y costumbres de estos reinos lo disponen; y con grande desplacer que había de su daño, como quier que me había tan gravemente errado, detúveme en la ejecución, hasta que en pública audiencia fui requerido por mi procurador fiscal, que luego, sin tardanza, hiciese mi proceso contra vuestro marido y contra los de su parcialidad, y no pude buenamente escusarme, pensando la cuenta que a Dios he de dar de la administración de la justicia que me encomendó; y por ende mandé a mi gobernador general de Cataluña, que aquí está, que fuese poderosamente a tomar y ocupar las villas y castillos que eran de vuestro marido, porque de ellas no viniese daño a mis súbditos y vasallos; el cual cumpliendo mi mandado, fue a lo hacer, y halló quien se lo defendiese y todos se rebelaron, como es notorio, según todo esto parecerá largamente por el proceso hecho contra él. Por ende me moví a lo cercar por mi persona, donde he hallado mayor dureza en él, mandando tirar a mi persona con tiros de pólvora y ballestas, habiéndome conocido, y habiendo acá muerto muchos buenos caballeros y escuderos, y no curó de mis pregones, ni llamamientos: pues ¡cómo queréis, vos tía, que tales cosas pasen sin escarmiento! que esto que vos demandáis, ni es servicio de Dios ni place a nuestra Señora, por cuya reverencia vos lo demandáis, ni es mi servicio, mas es gran daño de la cosa pública de mis reinos, y sería dar materia a que otros se atreviesen a hacer semejantes crímenes y maleficios, y todos podrían decir que pues perdoné a don Jaime tan grandes yerros y tan famosos delitos, que bien debo perdonar los que fuesen menores: por ende yo he determinado de no hacer trato con vuestro marido, mas que sueltamente se venga a poner en mi poder y conozca su culpa, que entonces yo haré lo que un buen rey debe hacer, usando de justicia en uno con misericordia, seyendo antes movido a piedad que a rigor. - Esto dicho, el rey se levantó de su silla, y la infanta quedó las rodillas en el suelo, continuando sus suplicaciones, diciendo, que aunque supiese allí morir, no se levantaría hasta que el rey le otorgase la merced que le demandaba.
Entonces el rey llegó a la condesa por la levantar, y ella no quiso levantarse, y el rey le dijo que se fuese en hora buena, que era muy tarde y no le entendía dar otra respuesta, que aquella era su final intención. Entonces la condesa, por no enojar más al rey, tomó su licencia, y el rey mandó a Diego Hernández de Vadillo que la llevase a su posada y le hiciese de comer; y después que el rey hubo comido y dormido, mandó llamar a los de su consejo y envió a llamar a la condesa, y en presencia de todos el rey le dijo:
- Tía, mucho he pensado en vuestra suplicación, y de una parte la conciencia de la justicia me es encomendada me acusa, y de otra vuestras peticiones muy humildosas me inclinan a misericordia; y por ende, entendiendo ser convenible, porque del todo no deseche vuestra suplicación, ni tampoco así largamente la otorgue como por vos es pedida, quiero que por vuestra venida se temple en alguna parte la pena que don Jaime, vuestro marido, merecía, que era capital, la cual le sea perdonada por vuestro acatamiento, y ruégovos que más sobre esta cosa no me afinqueis. - Y con esto la condesa partió de allá, por no enojar más al rey, y volvióse para Balaguer.
Sabido esto, mandó el conde juntar en la iglesia de San Miguel a los paeres y consejo de la ciudad y les refirió lo que había pasado con el rey y duque de Gandía y la infanta, y como le aseguraba el rey de muerte, mas no de cárcel, y que le aconsejasen qué debía hacer; y ellos le suplicaron les diese lugar para conferir y tratar el negocio entre ellos, y después de un buen rato le respondieron: - Señor, vos en lo hecho hasta aquí no nos habéis llamado ni pedido consejo alguno, y así, en el caso presente, no sabemos qué deciros; pero parécenos, que pues el rey y la condesa se han metido en esto, que vos, señor, hagáis lo que ellos os aconsejaren.
Otro día, lunes, a 30 de octubre, la condesa volvió al rey, y le dijo que don Jaime, su marido, estaba aparejado para venir a le hacer reverencia, después de comer, y le suplicaba le pluguiese asegurar a los suyos, que por le servir habían hecho su mandato. El rey, por complacer a la condesa, le dijo que él aseguraba todos los que le habían ayudado, exceptuando los que habían sido en la muerte del arzobispo de Zaragoza; y con esto la condesa se volvió a Balaguer, y en tanta desdicha e infelicidad tuvo el conde algún alivio, pues supo que él estaba seguro de la vida y los suyos eran perdonados.
El día siguiente, que fue martes, a 31 de octubre, sucedió en la ciudad de Balaguer un auto y ceremonia muy triste y lastimoso, y fue el despedirse el conde de su mujer, madre, hijas y hermanas y vasallos, con pensamiento de nunca más les ver ni poderse consolar con ellos; y siguiendo una ceremonia antigua, había muchos días no se había cortado el cabello, ni barba, y decía no habérsela de quitar hasta verse rey o nada, que esta era la persuasión ordinaria de la condesa, su madre, que siempre le estaba diciendo en catalan: Fill, o rey ó no res; y como había llegado a término que no era nada, se lo quiso quitar en público. Salió este día a la plaza mayor de Balaguer, que llaman el Mercadal, y mandó venir un barbero, y estando todos los de la ciudad presentes, les dijo: - Yo viendo vuestra gran lealtad y fidelidad, y por el amor grande que siempre os he tenido, no quiero ver esta ciudad entrada, ni a vosotros y a vuestras familias y haciendas maltratadas; y así me quiero meter a mí y mi hacienda en poder del rey y a la merced suya; y porque yo había hecho voto de no quitarme la barba hasta verme rey o nada, y sé que soy y seré nada y queda mi voto cumplido, por esto antes de salir de esta ciudad me la quiero quitar, y os agradezco a todos lo que por mí habéis hecho en este cerco y padecido; y dicho esto, el barbero le quitó la barba y cabello en medio de la plaza. Siendo vencidos los milesios de los crotonitas y arruinada la ciudad de Sibaris, hicieron semejante acción en señal de sentimiento, llanto y tristeza. Así lo hizo Job en sus trabajos, y Alejandro Magno, cuando murió su gran privado Efestion, y Aquiles en las exequias de su gran amigo Patroclo.
Movióse en la plaza de Balaguer un lloro y gemido tan grande, que lo sintieron del real, y aún sospecharon alguna novedad; y aunque había algunos que decían que no debía rendirse sino que se defendiese, que todos le valdrían con la espada en la mano, y que no perdería la libertad, sino con la vida; pero el conde no hizo caso de estos ofrecimientos, porque ni puestos en ejecución le podían ser de provecho. Solo les dijo, después de cortada la barba y cabello: - Hombres buenos, yo os encomiendo mi mujer, madre, hijas y hermanas: cuidad de ellas, que de mí no hay que hacer, que estoy acabado y perdido sin remedio. - Y aquí se volvió a despedir de la infanta, hijas, madre y hermanas, y salió por la puerta que sube a Almata, que está debajo del castillo, con harto pesar y tristeza de todos los suyos. Llevaba consigo la carta de la confederación que había hecho con el duque de Clarencia, * dio a un criado suyo, llamado Pedro Miron, valenciano, y se la encomendó muy apretadamente, encargándole la guardase y diese, cuando le fuese pedida. Salieron con él el obispo de Malta y el duque de Gandía, y subido en una mula pequeña, salió de la ciudad, siguiéndole la infanta y dos hijas suyas; y apenas había atravesado los umbrales de la puerta, que luego salieron veinte y cinco o treinta soldados castellanos, que le tomaron en medio, atropellando a la infanta e hijas suyas, y los de la ciudad luego cerraron la puerta, y de esta manera lo llevaron a la tienda del rey.
Era víspera de Todos Santos, y el rey había mandado poner su sitial en una sala; pero como concurrían tantos a este espectáculo, lo mandó sacar fuera en el campo, a vista de todo el real, y alto. Al avemaría llegó el conde ante el rey, y puesto de rodillas, le besó la mano y le dijo: - Señor, yo erré: demándoos misericordia, y pídoos por merced que vos membreis del linage de donde vengo. - El rey, con aspecto severo y grave, le respondió:
- Ya os perdoné y hu* de vos misericordia, y agora por ruego de mi tía, vuestra mujer, vos perdono la muerte que merecíades por los * que me habéis hecho, y aseguro vuestros miembros * que no seáis desterrado de mis reinos. - Y mandóle levantar, y dijo a Pedro Hernández de Guzmán que lo llevase consigo; y mandó al duque de Gandía y al adelantado de Castilla y al mariscal Álvaro de Ávila, que le acompañasen hasta la posada de Pedro Hernández; y la infanta y Ias hijas quedaron aquella noche con el conde, y el rey les mandó enviar muy bien de comer, y mandó que les fuese hecho mucho servicio.
Poco después de esto, salió la condesa doña Margarita, madre del conde, acompañada de sus dos hijas, doña Cecilia y doña Beatriz; y llegadas delante del rey, le besaron la mano y él les dio paz, y la condesa le pidió que hubiese piedad y misericordia de su hijo, y él mandó a Diego Fernández de Vadillo que las llevase a su posada.
Salido el conde y los demás de Balaguer quedaron los paeres y vecinos de aquella ciudad muy dudosos de lo que habían de hacer, y enviaron a Arnaldo de Rollá, paer, al conde, que estaba en una barraca o choza, y con él Andrés de Barutell y Berenguer de Alos, caballeros de su casa, y le dijo: - Señor, yo vengo aquí de parte de la ciudad, y como hemos visto que os habéis puesto en poder del señor rey, que nos mandásedes qué hemos de hacer de nuestras personas y de la ciudad; por ende, os rogamos nos aconsejéis, para bien y pro de nosotros y de ella. - Y el conde les dijo: - Bien sabéis vosotros que la infanta que está aquí presente os ha de decir y mahdar lo que habéis de decir y hacer, por estar los homenajes hechos a ella, que yo estoy como preso aquí, y de verdad lo soy, y así os mando y quiero que hagáis lo que ella os aconsejare y mandare, y
os alzo y libro de la obligación de todos los sagramentos y homenajes y de toda fidelidad y naturaleza, con que me estáis obligados y a mí se pertenezcan, no obstante que toda
la jurisdicción y señorío que yo había en vosotros, por estar yo preso, está transferido en la infanta; y así haced lo que os mandare y aconsejare.- Y luego la infanta dijo: - Yo os aconsejo y mando, que siempre que el rey mandare abrir las puertas de la ciudad, lo hagáis y obedezcáis en todo, y le deis las llaves de ella, si las pidiere prestándole los sagramentos y homenajes; y porque lo hagáis mejor, os absuelvo y libro de los que me habéis prestado a mí o a mi procurador, de aquel modo y manera que mejor decir
y pensar se pueda. - Y luego el conde les despidió y dijo: - Hacedlo así como os dice y manda la condesa, que esa es mi voluntad. - El paer, que quiso que esto constase, les
dijo si gustaban que de esto se tomase auto; y respondieron que sí, que esa era su voluntad, porque estuviesen la ciudad y vecinos de ella más descargados de lo que hiciesen; y así, tomado el auto, ellos se volvieron a Balaguer.
El día siguiente, que fue de Todos Santos, mandó el rey se entregase a Fernando Morales el castillo y villa y lugares del vizcondado de Ager, con todos los bienes que el conde y sus madre, mujer y hermanas tenían en él, y absolvió a los vecinos de cualquier juramento y homenaje hubiesen prestado al conde, y perdonó a todos cualesquier delitos, con que no hubiesen sabido en la muerte del arzobispo de Zaragoza, y después, a 15 de noviembre de 1417, con ciertos pactos, entre otros de poderlo quitar, lo dio todo al arzobispo de Tarragona don Pedro Zagarriga (Çagarriga). Esta donación no he visto ni está registrada en el archivo real, pero hace mención de ella el rey don Alfonso en un despacho que está en el registro Gratiarum 3,. fól. 148, en que le nombra señor del castillo y villa de Ager.
Salió en esta ocasión un caballero llamado Alonso Jiménez que había muchos años servía a los condes, y llegado ante del rey, le dijo: - Señor, yo nunca os vi ni conocí hasta hoy, é há doce años que sirvo a don Jaime, e comí su pan e tomé aquí la su voz en esta cerca, y sirviéralo hasta la muerte; y si bien serví a él, bien serviré a vos.- Y besó la mano al rey, que le admitió en su servicio.
El rey aquella misma tarde envió un correo a Barcelona al infante don Alfonso, su primogénito, que estaba en aquella ciudad por orden del rey, su padre (ordenando y enviándole lo que había menester en aquel cerco), haciéndole saber como tenía el conde en su poder y su madre y hermanas, y la infanta doña Isabel, su mujer, como parece en la misma carta, que se lee en el archivo real de Barcelona, en el rejistro 3, Curiae sigilli secreti, fol. 135, que dice de esta manera:

LO REY.


Molt car e molt amat primogenit: lo rey dels reis possat lo fre en la boca dels superbiosos lur elevacio conculca en las baxesas e los corns de aquells elats subjuga a servitut per tal que no posen lur sedilla en les alteses e no presumescan esser fets semblants al Altisme. Tant es public que no crehem ignorets com Jayme de Urgell rompent los ligams de sa lealtat per la qual a nos axi com a son rey e senyor es stret quants actes rebelles quantes iniquitats quants engans e malvades obres ab diabolica stucia habia concebut parit e abortat offenent nostra real magestat volent en nostra senyoria sembrar infidelitat e rebellio de la qual en aquella james fonch trobada alguna sement. Per lo qual proveints a la indempnitat de nostra cosa publica nos ha convingut personalment venir assi e ab propries mans ministrar salut en tan horrible plaga e havem assetiada aquesta ciutat de Balaguer e aquella no sens gran renom e fama de nostre car oncle lo duc de Gandia comptes barons nobles caballers gentils homens e altres axi de nostres regnes e terres com dels regnes de Castella assi presents ab diverses multiplicades invencions e artilleries havem macerat fins a la jornada de vuy en la qual lo Fill de la Verge a intercessio de la gloriosa Mare sua en qui es tota nostra speransa no volent la destruccio del poble de la dita ciutat ne los grans dans a ella subseguidors ha humiliat e oppremit lo cor del dit * que ell ab ses muller mare e germanes ses vengut a * en nostre poder ab genols ficats demanant merce e *misericordia confessant sa gran error: e nos moguts mes de pietat * rigor de justicia al dit Jayme havem perdonat mort na * utilacio de membres e exili perpetual de nostres regnes * e a les dites muller mare e germanes sues les dites * mutilacio e exili e encara presons. Pero lo dit Jayme * ben guardat nos havem detengut per tal que purgues la * sos pecats horribles. E per tal que haurets plaer les * vos notificam ab lo exhibidor de les presents: e ha* molt car e molt amat primogenit en la sua santa guarda la * Divinitat. Data en lo siti de Balaguer sots nostre sagel * a 31 de octubre de 1413.
- REX FERDINANDUS.

* 20 del mes de noviembre del mismo año, hallo en el * registro, folio 142, otra carta del mismo rey, en que * al glorioso san Vicente Ferrer dándole razón de lo * y la escribió en latín, y la trae el padre fray *Francisco Diago en su historia de la orden de Predicadores, en * 2, c. 63, donde la podrán ver los que quieran: *pndré aquí una cláusula de ella, para que se vea, * diremos abajo, que el rey había prometido al conde, * le sacaría de sus tierras, desterrándole de ellas. *el rey: Nos autem non vigore justitiae commoti sed pie*ore ac misericordiae madefacti eidem mortis naturalis ac *rum mutilationis exiliique severitatem concessimus ac *xori matri sororibus et populo captionem ultra predicta *imus: ipsum tamen Jacobum conservari jussimus. Un*des Altissimo exaltantes cujus sunt hec omnia gloriae des* qui (ut de ejus solita clementia speramus) sic dexte*nostram diriget quod sedebit populus noster in pulcritu*acis et tabernaculis justitiae ac requie opulenta.

A 2 de noviembre entregó el rey la persona del conde a Pedro Núñéz de Guzmán, para que en compañía de Pedro Alonso de Escalante y doscientas cincuenta lanzas lo llevaran a Lérida, donde le metieron en una torre del castillo: y la reina, que estaba allí, le dejó despejado y se pasó al palacio del obispo, y el conde quedó con muy buena guarda.
Hallo en memoria de estos sucesos que llegó el conde a la cárcel tan pobre y miserable, que era por mover a compasión a cualquier que le viera; y el rey le mandó vestir a él y a sus hijas y hermanas; y a 19 de noviembre de 1413, mandó dar libranza a Diego Fernández de Vadillo, de doscientos setenta y siete florines que había pagado, para comprar cuarenta alnas de paño de Lira para el vestido de ellos, y ciento cuarenta y siete pellejos de martas por el aforro del vestido del conde y por las hechuras de los sastres y pellejeros, según parece en un registro Ferdinandum primo, fol. 66, de este rey.
El rey, pues estaba seguro de la persona del conde, quiso entrar en la ciudad, y no por ninguna de las puertas de ella, sino que le fuese abierto un pedazo de muro, por donde entrase como a conquistador; pero los de la ciudad no lo quisieron consentir, porque decían que aquella guerra solo había sido contra el conde y sus bienes, y que la ciudad no había sido presa, sino que el conde se había entregado al rey, de su voluntad, y que si el rey quería entrar por la puerta, asegurando sus bienes y personas, ellos eran contentos de hacer lo que unos buenos y fieles vasallos debían y eran obligados, y cuando no se les quisiese aceptar esto, ellos tomarían el camino que mejor y más lícito les fuese; y el rey vino bien en ello, y a 5 de noviembre entró en la ciudad, acompañado de todos los señores *on él habían estado en aquel cerco, y de otros muchos gentiles hombres que allí eran venidos, pensando ser * los caballeros el día del combate, que aunque no se * hecho, suplicaron al rey les quisiese armar caballeros, * rey le plugo. Iban delante dos pendones, el uno con las armas de Aragón, con la divisa del rey, de su orden de caballería de la Jarra y lirios y un grifo, que él había *ido, y aunque era orden militar, según dice fray Ge*o Román, no servían los de esta orden en la guer* la divisa de ella solo era para premio y adorno de los *eros que hacían proezas; y el otro pendón era de las armas reales de Sicilia; y en llegando a la puerta de la * dio con una espada desnuda encima de los almetes * que habían de ser caballeros, y fue recibido con * triunfo, metido debajo de un paño de brocado, según costumbre de meter a los reyes que de nuevo entran en *a ciudad. Oyó misa en la iglesia mayor, y acabada, * gran solemnidad, dio la divisa de la jarra y el grifo *enta caballeros y escuderos de estos reinos y de Castilla * y hecho esto, subió a ver el castillo y se volvió a co* al real, y dio todos los bienes del conde, su mujer, *madre, hijas y hermanas a los soldados que le habían servido * que luego lo saquearon todo, lo que no fue de poca *cion para los de Balaguer, que temieron que acabado * saco del castillo, no hiciesen lo mismo de sus haciendas, *aban muy quejosos y decían que no se les guardaba lo *prometido, y tomaban armas para se defender; y el rey les * a decir que se asegurasen, que aunque había dado la *da del conde a los soldados, no había dado la de ellos, que eran los que quedaban asegurados, pero no el conde.

Otro día, que era el lunes a 6 de noviembre, partió de Balaguer, y dejó todas las cosas de su real a los frailes de San Francisco, por ayuda de reedificar su monasterio que estaba derribado, así como el de Santo Domingo, para cuyo reparo y reedificación, a 3 de octubre del año siguiente de 1414, estando en Montblanc, el rey dio dos mil y cien florines de oro de Aragón, mandando a Fernando de Bardexí, colector suyo general en el condado de Urgel y vizcondado de Ager, que los diese. Llevóse el rey toda la gente que allá tenía, y dicen que había tres mil quinientos hombres de a caballo y .... de a pie; aunque de estos pocos le siguieron, porque preso el conde y entrada la ciudad, cada uno se volvió a su casa. Llevaba en pos de sí sus pendones y las banderas de todos los caballeros que con él estaban, y entró muy alegre y triunfante en la ciudad de Lérida, donde fue recibido con grandes juegos y danzas, como se suelen recibir los reyes que de una conquista vienen victoriosos. Estando aquí, mandó hacer cuenta con todos los caballeros que allí estaban, y con todas sus gentes, y mandóles muy bien pagar todo el sueldo que les era debido, hasta que cada uno llegase a su casa; y allende de esto, les hizo mercedes proporcionadas a la persona y servicios; y así muy contentos del rey, se volvieron los de Castilla, y también unas cuatrocientas lanzas que enviaba la reina doña Catalina de Castilla, mientras se apercibían cuatro mil lanzas que habían de venir de aquel reino; pero como supieron la presa del conde, se volvieron. La infanta doña Isabel siguió al conde, su marido, cuando le llevaron a Lérida; pero la condesa y sus hijas y nietas se quedaron en Balaguer, cuando el rey se partió a Lérida, y el mismo día que llegó a aquella ciudad pidió por la condesa y sus hijas, y supo que se habían quedado en Balaguer, y que decían que dejaban de seguirle por falta de dinero. El rey, que de sí era manso y tenía buen natural y estaba harto lastimado de las desdichas de aquella casa, les envió por Pedro Mirón (en Pere Miró), que era de la casa del conde, doscientos florines, y una carta en que les decía:

Comptessa cara cosina: com sia necessari per alguns affers que vos siats assi pregamvos affectuosament que ensemps ab dona Leonor dona Cecilia e ab vostres nets partiscats e vingats a nos e siats assi per dijous tot dia: e asso per res no haja falta car nos vos trametem per en Pere Miró portador de la present doscents florins de or de Arago. Dada en Leyda sots nostre sagel secret a 6 de novembre any 1413.
- REX FERDINANDUS.

Y así luego se partieron y vinieron a Lérida, donde las hospedó un deudo suyo, que era arcediano de Santa María de la Mar y se llamaba Berenguer de Barutell.
Estando el rey en el sitio de Balaguer, comenzó de hacer proceso criminal contra del conde, como vasallo reo, desobediente y rebelde a su rey y señor. Nombró procurador fiscal a don Francisco de Eril, de quien estaba cierto había de hacer bien su oficio, pues por medio de la justicia podía tomar enmienda de la rota que la gente del conde le dio junto a Margalef. Este, a 14 de setiembre, dio petición al rey contra del conde y de doña Margarita, su madre, doña Leonor su hija, Ramón Berenguer de Fluviá, Andrés Barutell, Dalmacio Dezpalau, Alfonso Suárez, Pedro Gravalosa, Juan de Fluviá, Juan de la Torre y Tristany de Luça, fautores y cómplices suyos. Hacíasele cargo al conde:
Que habiendo prestado el juramento de fidelidad por medio de sus procuradores y ratificado por su persona, y pedido por medio de sus embajadores mercedes y socorro para sus necesidades al rey, como a señor suyo soberano, escribiéndoselo en una carta; había hecho liga con Tomás, hijo del rey de Inglaterra, y con el duque de Clarencia para quitarle el reino, enviando a los dichos a don Antonio de Luna y Garci López de Sesé, sus embajadores, por cuyo medio se concluyó la liga.
Que había pagado sueldo a Juan de Mauleó y Eymerico de Comenge y otros, porque 
entrasen con armas en el principado de Cataluña e hiciesen guerra ocupando las tierras del rey. 

Que sus gentes habían tomado los castillos de Trasmoz y Montearagón y otros, con voluntad y consentimiento suyo, sin que se lo impidiese o mostrase disgusto de ello, tolerando que le llamasen rey de Aragón.
Que había hecho venir compañías de ingleses y que habían tomado algunos castillos en Aragón en las comarcas de la ciudad de Jaca, capitaneándolas don Antonio de Luna, y habían hecho jurar y aclamar al conde rey de Aragón, con voluntad y consentimiento del mismo conde.
Que habiendo sido rompidos por gente del rey y desbaratados los dichos ingleses y gascones, el conde los salió a recoger, amparándoles y llevándoselos a la ciudad de Balaguer.
Que había corrido las partidas y comarcas de Tamarite de Litera, y preso algunos hombres que se llevó presos a Balaguer, haciendo gran daño en toda aquella comarca, cautivando diversas personas, vasallos del rey, y llevándolas a Balaguer, eran rescatadas, tomando del tal rescate su parte y porción, dando salvoconductos a los deudos y amigos de los tales presos, para poder con seguridad tratar del rescate.
Que aconsejado de los dichos cómplices, había tolerado que en Balaguer públicamente le nombrasen rey de Aragón, haciéndole juramento y reverencia como a tal, fortaleciendo con el favor de los dichos cómplices sus castillos y casas para hacer guerra contra el rey, llamando para ello a todos sus súbditos y amigos, pidiéndoles socorro, diciendo que pues contra razón y justicia le había sido quitado el reino, él le había de cobrar con la lanza en la mano, y que si el rey venía contra de él, le había de salir al encuentro y darle batalla.
Que había salido a combatir a don Francisco de Eril, cuando por orden del rey iba a dar socorro en Aragón contra las gentes de armas que allí tenía el conde, y le había desbaratado y herido la gente que llevaba, procurando de prenderle o matarle.
Que había querido prender la ciudad de Lérida, enviando para esto mucha gente de armas, que hicieron gran daño en sus contornos, saqueando algunas casas y pueblos.
Que sufrió que al rey le llamasen infante de Castilla y no rey de Aragón, y hablasen de él en Balaguer mientras *duraba el cerco con descortesía y desacato, llamándole tirano.
Que había resistido al gobernador cuando por orden del rey y según las sentencias reales iba a tomar posesión por el rey de sus lugares, cerrando las puertas de ellos y tomando las armas.
Que cuando el rey llegó a Balaguer manteló el muro, y con bombardas y ballestas y otras armas tiró al real y a la misma persona del rey, haciendo entrar en Balaguer a Menaut de Favars, para dar traza cómo meter dentro la ciudad gente para poder mejor resistir al rey.
Que había hecho salir gentes y escuadras de la ciudad para combatir con asaltos y escaramuzas la gente del real, haciéndoles daño notable y matando algunos, en gran deservicio del rey, prendiendo los que podían haber y dándoles después por rescate.
Que en todos los dichos delitos habían sido sabedores y aconsejado la madre del conde y demás personas arriba dichas.
Estos eran los delitos y culpas que oponía el fiscal contra del conde; y antes de recibir testigos sobre ello, a 16 del mes, mandó el rey tomar información sobre dónde estaban los delincuentes; y con cinco testigos quedó probado que el día antes, que era a 15, estaban en Balaguer, donde los habían visto, y no habían salido de allá, y mandó que fuesen citados con término de veinte y seis días para que dentro de ellos compareciesen, y que les fuesen presentadas letras; pero los porteros que las habían de llevar dijeron que ellos no osaban ir a la ciudad, por el gran peligro que había de las saetas y piedras que continuamente tiraban de la muralla; y el rey mandó que Berenguer Colom, regente su
cancillería, recibiese información: y de cuatro testigos que sobre esto se ministraren, que eran el conde de Cardona, el gobernador de Cataluña, Gil Ruiz de Liori y Ramón de Bages, quedó probado el gran peligro que había de acercarse a los muros de la ciudad de Balaguer, por las continuas saetas, balas y piedras que arrojaban contra la gente y oficiales del rey, cautivándoles si podían: y el rey mandó que les fuese notificado con pregones, o del modo que mejor pudiese llegar a noticia de ellos. A 17 se espidieron letras y se publicaron en Almata y por el real, en partes que, sin ser ofendidos, podían ser oídas de los que estaban en el castillo, si querían; y para más justificación de los procedimientos, quiso el rey, que pues las dichas letras no fueron presentadas, que fuesen publicadas en Lérida, como a cabeza de veguería; y después a 19 del mismo mes las fijaron a las puertas de la casa de Francisco de San-Climent, donde tenía el rey su audiencia.
Esto pasó antes de haberse puesto el conde en poder del rey, y llevado a Lérida; pero después que fue preso, prosiguió el fiscal contra de él el proceso, y se guardó esta orden: que a 12 del mes de noviembre tomó el rey por su misma persona la deposición al conde sobre los artículos de la enquesta y se le hicieron veinte y cinco preguntas o interrogaciones, y respondiendo en cada una de ellas, vino a decir: que si él había fortalecido y pertrechado sus castillos, fue por haber entendido que los de la ciudad de Lérida querían acometer sus lugares y tierras, y por tener guerra contra del conde de Cardona; y que por no haber dinero para pagar sus soldados, había bastecido los castillos y lugares de vituallas, con pensamiento de dar de comer a los soldados en vez de dineros; y qué él no supo en la correría que hicieron a don Francisco de Eril, porque los que la hicieron eran enemigos suyos y no le dieron razón de ella, ni menos supo en la invasión y presa que quisieron hacer de la ciudad de Lérida, ni él se halló con los que fueron allí, y que si sus gentes corrieron a las de Rafols y * fue para cobrar cierto ganado que los de allá le habían tomado; y que si mosen Cortit había preso hombres de Segriá, fue sin saberlo él, y que luego que lo entendió les hizo libertar; y que si gentes extrañas habían entrado en Cataluña, como fueron unos que envió el conde de Foix, fue por hacer guerra con ellos al de Cardona, con quien estaba mal, y que si Menaut de Favars entró en Balaguer, era para cobrar cierto dinero que le debía don Antonio de Luna, que después con letra suya cobró del conde de Foix mil florines; y que si de noche unos lugares hacían fuegos a otros, eso no era cosa nueva en el condado de Urgel y vizcondado de Ager, sino muy ordinaria en tiempos pasados, y más cuando con presteza querían los unos lugares avisar a otros; y que si había dado letras de credencia a don Antonio de Luna, a Basilio y a otros, fue porque hiciesen toda honra y cortesía a don Antonio; y finalmente, que fuera de lo dicho no sabía ni tenía más que decir ni responder.
Como de la deposición del conde no resultaba ni culpa ni cargo contra de él, fue necesario se recibiesen testigos, y estos fueron cuarenta y cinco, y entre ellos Basilio, el capitán de los ingleses, con diez soldados suyos que estaban presos: los demás todos eran gente de Balaguer y Lérida y de aquellas partes vecinas, y de los que habían estado con el rey en el real; y aunque no había mejor testigo que el mismo rey, procedió en el negocio tan sin pasión, como si lo que el conde había hecho no le tocara a él.
* la recepción de ellos a 28 de noviembre, y *recibíales delante de Bernardo de Gualbes, vicecanciller del rey, que fue uno de los nueve jueces de Caspe, y los *examinaba por su propia persona, y el mismo día se publicó la *questa, presente el conde, y dio por concluido el proceso * y el rey, que asistió a ello, le dijo si tenía algo que * y el conde le respondió: - Señor, el día que yo me * en vuestro poder lo hice confiando de vuestra misericordia, y que tendríades miramiento al deudo es entre nosotros, y a la sangre y linaje de Aragón de donde venimos, al parentesco es entre la infanta y vos, por ser hermana de vuestra madre, y que según esto usaríades de misericordia conmigo, como rey virtuoso y señor misericordioso, y aunque haya muchos de los testigos referidos y otros, que * mejor perder la vida por sus delitos y culpas cometidas, que osar parecer delante vuestra real presencia, * yo ni les quiero contradecir ni impugnar, sino que me * debajo de vuestra misericordia y conciencia, confiado en ella, poniéndome también a todo lo que vuestra real majestad querrá. - El fiscal, que era don Francisco de Eril, instaba que se acabase aquella causa, y el rey volvió a decir al conde si quería copia de los testigos, o que se le volviese a leer los dichos de ellos, y abogados para defenderse, * él se los daría ; y el conde respondió que él perseveraba en lo que había dicho. Volvió el rey tercera vez a decir lo mismo, y el conde perseveró en esta última respuesta. Con esto se dio el proceso por concluido y se asignó a sentencia para el día siguiente, que era miércoles a 29 de noviembre, víspera de San Andrés del año 1413, en el mismo castillo de Lérida; y allí en presencia de los obispos de Barcelona y León, del duque de Gandía, del conde de Cardona, don Roger Bernat de Pallars, del vizconde de Illa, Berenguer de Stalric, Garau Alamany de Cervelló, gobernador de Cataluña, don Berenguer Arnaldo y don Pedro de Cervellon, Francisco de Aranda, donado de Portaceli del orden de Cartuja, Olfo de Proxida, Berenguer Doms, Pedro de San-Menat, Berenguer de Bardexí, mosen Juan Dezpla tesorero del rey, Ferrer de Gualbes, T... Gralla y otros, estando el rey en su trono real, y los infantes don Alfonso y don Pedro, sus hijos, y con ellos el duque de Gandía y don Enrique de Villena, el conde de *Modler don Bernardo de Centelles, Gil Ruiz de Liori, Juan Fernández de Heredia, don Juan de Luna, don Juan de Ixar, Berenguer de Bardexí y los doctores Juan Rodríguez de Salamanca y Juan González de Azevedo y otros muchos, sacaron al conde de la torre donde estaba preso, y presente don Francisco de Eril, que hizo las partes de fiscal, le dijo el rey estas palabras: - Dios sabe, a quien no se esconde cosa alguna, que yo quisiera excusar esto por que soy aquí venido, y a todo el mundo son manifiestos los yerros que vos contra mí hicisteis y contra la corona de mis reinos, y con todo eso os di lugar para que os pudiésedes enmendar, y yo vos quise perdonar y hacer mercedes, como a todos es notorio, y vos continuando vuestro mal propósito, no dísteis lugar a que yo vos hubiere de perdonar, y a grandes preces y ruegos de mi tía, vuestra mujer, yo vos perdoné la muerte que teníades bien merecida, y doy contra vos la sentencia que oiréis, la cual leyó públicamente Pablo Nicolás, secretario del rey, que decía así:
Altissimi Dei Salvatoris nostri ejusque Matris virginis *gloriosissime Marie nominibus humiliter invocati* Nos Ferdinandus Dei gratia rex Aragonum Sicilie Valentie Majoricarum Sardinie et Corsice comes Barchinone duy Athenarum et Neopatrie ac etiam comes Rossilionis et Ceritanie: Visa denuntiatione * presentatione coram nostra sacra majestate oblata per nobilem et dilectum nostrum Franciscum de Erillo militem procuratorem nostrum ad hec specialiter deputatum contra et adversus Jacobum de Urgello filium egregii Petri quondam comitis Urgelli: Visis etiam articulis sive capitulis contra dictum Jacobum oblatis: Visis inquam confessionibus per dictum Jacobum factis: Visis preterea et mature ponderatia testium depositionibus per dictum nostrum procuratorem productorum: Visisque productionibus tam instrumentorum publicorum quam aliarum quarumvis scripturarum: Visa denique publicatione *tationum ac totius processus dicto Jacobo facta necnon et notitione contra eundem oblata ac debita animadversione pensatis quibusvis dictis productis et allegatis tam per dictum procuratorem nostrum quam dictum Jacobum: Visis postremo et cum solerti diligentia recensitis predictis et aliis videndis et attentis attendendis sacrosanctis evangelius coram nobis propositis ac eis reverenter inspectis ut de vultu Dei nostrum procedat judicium et occuli mentis nostre videre valeant equitatem: die presenti ad hanc nostram audiendam sententiam dicto Jacobo assignata pronuntiamus et sententiamus prout sequitur:
Cum tam per confessionem dicti Jacobi de Urgello quam per alia merita dicti processus constet clare nobis predictum Jacobum de Urgello subditum ac ratione originis et domicilii et alias vassallum ac naturalem nostrum ac vinculis juramenti fidelitatis jam astrictam cum quibusdam confederationes et conspirationes ac liantias post juramenti prestationem fecisse causa occupandi sibi regna et terras nostras et se in regem Aragonum erigendi extollendi et in regnis et terris nostris se intrudendi in nostre majestatis offensam: Constet etiam nobis ipsum iractasse et ordinasse quod civitas Ilerde que sub nostro dominio et obedientia consistit per gentes suas intraretur et occuparetur ut sibi ea occupata facilius etiam dicta regna et terras occupare posset que ordinationes et tractatus quantum in eo et in gentibus suis fuit ad effectum deducta fuerunt: Constet *inquam nobis quod gentes sue ipsius *fulte subsidio nonnulla castra sive villas inde ejectis et depredatis subditis nostris occuparunt *quosque subditos nostros per violentam rabiem coegerunt * prestandum dicto Jacobo tamquam regi Aragonum fidelitatis tali casu illicitum juramentum: Constet preterea nobis nostros subditos et vassallos et alias gentes nostras cuntes tam per publica itinera et pro nostro servitio quam alias per gentes dicti Jacobi ejus ordinatione seu permissione depredatos ac vulneratos fuisse ac de preda predicta dictum Jacobum partem habuisse: Constet nichilominus nobis Jacobum predictum seu ejus gentes ipsius ordinatione seu mandato nobis eum *obsessum intus civitatem Balagarii justitia mediante tenentibus gentes nostras in dicta obsidione nobiscum existentes hostili animo notorie expugnasse interfecisse ac etiam vulnerasse et a *montis et aliis lecis dicte civitatis tam cum balistis bombardis quam aliorum armorum generibus dictos nostros vassallos continue offendisse nostramque in personam bombardarum lapides de nobis specialem habentes notitiam specialiter et publice *dirextisse ac multa alia nostrum honorem sigillantia et notoriam *resistentiam et offensam sapientia in nos nostramque gentes et in hostes *comissise: Constet etiam nobis predictum Jacobum passum fuisse se regem Aragonum nominari et nos infantem Castelle et non regem Aragonum nominare ac nominari per gentes suis publice permisisse: Constet postremo nobis eundem Jacobum de Urgello plura alia et diversa crimina et nostri contemptum sive nostre majestatis injuriam nostreque reipublice detrimentum comississe: Ideo predictis et aliis attentis cor nostrum *regum quod in Dei manu est justissime moventibus per hanc nostram difinitivam sententiam pronuntiamus et declaramus Jacobum predictum de Urgello fecisse et perpetrasse omnia et singula supradicta et propterea crimen lese majestatis comississe. Et *quamvis secundum justitie rigorem ad penam mortis naturalis *acerrimam dictum Jacobum de Urgello condempnare merito debemus: considerantes tamen quod a nostra regia Aragonum *propria trahit originem: inclinati etiam assiduis supplicationibus inclite infantisse uxoris sue *amiteque nostre carissime ac nonnullarum aliarum reverendarum venerabilium egregiarum nobilium ac notabilium personarum: dictam penam mortis acerrimam in totam tenendum custodiam commutantes eandem penam mortis tollimus et eum ad standum detentum sub tuta custodia sententialiter condempnamus ut de comissis per eum aliqualem penam sentiat et de cetero ad talia aut similia non valeat prosilire: per hoc enim quoas penam aliqualiter justitie satisfacimus et quoad quietem nostre reipublice salubriter providemus. Et nichilominus bona sua omnia a tempore comissionis dicti criminis citra fuisse et esse nobis nostroque erario aplicata seu confiscata per hanc nostram sententiam declaramus. Declaramus etiam eundem Jacobum titulo seu titulis comitis de Urgello ac vicecomitis Agerensis aut aliarum dignitatum et officiorum quibus se intitulabat et auctoritatum ac honorum civitatis locorum castrorum bonorum jurium jurisdictionum tam perpetuorum quam temporalium fore privatum: absolvendo ab omni fidelitate obligatione servitio promissione ac pacto civitatem predictam Balagarii loca et castra ipsorum comitatus et vicecomitatus et alia quecumque ac vassallos seu feudatarios ac alios quoslibet eidem Jacobo quomodolibet obligatos: salve tamen nobis processu superius dicto contra alios de quibus in dicta preventione fit mentio contra quos ad presens ex causa non pronuntiamus. Supplemus etiam omnem deffectum si quis forsitan fuerit ex solemnitate juris aut alias omissa in processu memorato de nostre regalis preheminente plenissima potestate.
Lata fuit hec sententia per nos Ferdinandum Dei gratia regem Aragonum Sicilie Valentie Majoricarum Sardinie et Corsice comitem Barchinone ducem Athenarum et Neopatrie ac etiam comitem Rossilionis et Ceritanie predictum et per fidelem secretarium nostrum Paulum Nicolay de nostro mandato lecta et publicata in castro nostro regio civitatis Illerde die vicesima nona novembris anno a nativitate Domini millessimo quadringentessimo tertio decimo presentibus dicto nobili Francisco Derill milite procuratore quo supra ipsam sententiam fieri et promulgari instante et requirente parte una ac dicto Jacobo de Urgello
delato parte altera presentibus etiam pro testibus ad hec specialiter adhibitis vocatis venerabilibus in Christo patribus Francisco barchinonense Alfonso legionense episcopis egregio Alfonso duce Gandie nobili Geraldo Alamanni de Cervillone milite gubernatore Cathalonie Berengario de Bardaxino cujus est locus de Çaydino et Johanne de Plano legum doctore thesaurario consiliariis nostris ac pluribus aliis in multitudine copiosa.

Luego que fue leída la sentencia, dijo el conde en alta voz: - Señor, misericordia os pido, que confiando en vuestra clemencia me vine a poner en vuestro poder. - Pero el rey no le respondió cosa alguna, sino que salió del castillo y se fue a palacio, y al conde le volvieron a la torre donde solía estar, y estuvo en ella hasta 10 de diciembre de este año; y cada día era visitado de muchos. Estaba el rey muy dudoso dónde le llevaría, y sabía que no le convenía que estuviese en estos reinos, por lo que podía suceder con la mudanza de los tiempos; y pareciéndole que por ser el conde mozo y de buena gracia y hermosa compostura y disposición, y a menudo visitado de los de la corona de Aragón, que le mostraban gran afición y amor, por lo que tendría más lugar de escaparse de ella 
y alborotar los reinos, ordenó que fuese llevado a Castilla; y despedido de su madre, mujer, hermanas e hijas, para nunca más las ver, pobre y desamparado de los suyos, y entregado en poder de Pedro Núñez o Rodríguez de Quemán y Pedro Alonso de Escalante, con buen número de gente de armas castellanos, fue llevado a la cárcel y reclusión que había de estar, sin saber dónde, llevándole en una acémila (como ase catalá que era): y cuando llegó a Zaragoza, pensó el conde que allí se había de quedar; pero como vio que lo llevaban camino de Castilla, hubo tan grande enojo, que no los quería seguir, y se dejó caer de la acémila en que iba, y se quejaba del rey, y decía que le había prometido que no le sacaría de sus reinos (tranquilo hombre, que te quedarás en los países catalanes, le dijo), y que no cumplía ahora su palabra real. Quejábase también del duque de Gandía, que fue el medianero cuando se puso en manos del rey, y decía contra él palabras muy pesadas y libertades; pero fuéle forzoso de seguir a los que le llevaban, porque había llegado a estado *, en que no había de considerar ni lo que perdía ni lo * le quitaban, sino que había de tener por ganancia lo único poco que le dejaban, pues su vida y libertad había estado y estaba en manos y voluntad del rey. Padeció en este viaje muchas injurias y pesadumbres, porque los que le llevaban eran muy descomedidos e inhumanos y hacían escarnio y mofa de él, llevándolo atado de pies y de manos, y en los mesones y posadas lo enseñaban a la gente como si llevaran un hombre vil (que lo era) o ladrón público, y le daban de pescozones, burlándose de él que hubiese tenido a gozar de pretender el reino en competencia del infante de Castilla, y de este modo le afligían sin rastro de piedad alguna y le daban mayor aflicción. Llegó por sus jornadas al castillo de Ureña, en Castilla, y para mayor seguridad se puso en defensa y poder de Pedro Alonso de Escalante, caballero de la casa del rey, y le tomaron grandes juramentos y homenajes de tenerle en buena guarda y entregarle al rey siempre que le pidiese, o a la persona que él mandase, con el castillo o fortaleza en que había de estar el conde, y no a otro alguno.

No estaba el duque de Gandía muy contento de lo que el rey había hecho con el conde, y muchos había que echaban a él la culpa y decían que hizo mal en aconsejarle que se metiese en poder del rey, y de esto hablaban muy libertadamente; y a él también le sabía mal que siendo de linaje y alcurnia real fuese tratado de aquella manera y llevado fuera de los reinos de la corona de Aragón, en que había hartos castillos fuertes donde lo podía tener muy seguro, sin llevarlo a Castilla ni meterlo en poder de personas extranjeras, como se lo habían prometido y era público y cierto, y lo vimos en la carta que escribió el rey al infante Alfonso el día que el conde salió de Balaguer. Sentíase mucho el duque, después de llevado el conde a Lérida, no le dieran lugar de hablarle, por haberlo así mandado el rey: parecíale a la infanta que aquel rigor se usaba con su marido había de quedar templado por medio del duque, que era quien más había servido al rey en aquella jornada, y no había en estos reinos persona de más calidad ni otro descendiente de la casa real, sino él y el conde su marido, y era persona de quien el rey hacía mucho caso; y por eso un día fue a hablarle de la materia y de la necesidad que padecían la infanta y sus hijas para que la remediase, porque era cosa indecente que personas de su calidad padeciera la necesidad que padecían (massa poc, anéu a treballá al cam, a la fruita); y halló al rey muy disgustado que le metiese en tales materias, y le despidió con algún despego y severidad; de lo que el duque quedó muy sentido y dio algunas demostraciones de ello de tal manera, que el rey lo vino a saber, y un día le llamó y le dijo: que lo que él había hecho con el conde y su hacienda, era cosa que él y todos sus vasallos habían de tener a bien; pues era a fin de tener en paz su reino y librarle de bullicios de guerra, los cuales cualquier buen rey debe apartar de su casa y tierras; y si es que guste de ellos, es mejor hacerla lejos de si, que cerca, y en tierras extrañas y no proprias, por ser el fin della infeliz y dudoso; y que si el rey de Castilla don Pedro, su tío, lo hubiera hecho así con don Enrique, su hermano, padre del rey, y asegurádose de su persona, como él había hecho de la del conde, ni le hubiera metido gentes extrañas en él, ni quitado el reino ni la vida, y pues de los escarmentados salen los arteros; él quería hacer de manera que tal no le sucediese con el conde, a cuya mujer e hijas mandaría dar lo necesario para su sustento y según su calidad, y de lo demás no tenía él que cuidar, pues el reino era suyo, y él lo gobernaría de la manera que fuese mejor.
El duque replicó al rey, y le dijo: que aunque era verdad lo que él decía, pero le parecía que su honor y reputación quedaba muy lisiado, porque habiendo él sido medio que el conde se metiese en su poder, en ocasión que aún había quien le aconsejaba que no lo hiciese, sino que resistiera, y él le había aconsejado que fiara de la clemencia del rey; era mal caso a su reputación que fuese así tratado, y estaba muy cuidadoso qué razón había él de dar de los tratos que le hacían al conde, si algún caballero por él la pedía o le desafiaba a batalla; y estimara él más haber muerto en aquella ocasión, que haber intervenido en tales haceres, pues sino por él nunca el conde se le hubiera rendido. El rey le volvió a decir que no se diese pena de ello, y estuviese cierto que el conde no se quejaría de él, porque estaría en parte en que tendría harto que hacer de llorar su pecado y las ofensas que le había hecho y excesos, estando sin rey y señor: y que le hacía cierto que de aquella hora adelante no habría más ni conde ni condado de Urgel, y que si nadie le pedía cuenta de lo hecho, le podía responder que había sido en servicio de su rey y señor, y si no les quería dar respuesta, que se los remitiese a él, que él les respondería o haría que otros iguales al duque se la diesen; de lo que quedó muy sentido, y habida licencia, se ausentó de la corte del rey.
Acabado ya el proceso contra el conde y concluida la causa, mandó el rey a la infanta y a sus hijas fuesen a Jijena y estuviesen allá, hasta que el rey mandase otra cosa: lo que sintió mucho, porque siempre pensó que el rey le daría alguna parte de los estados de su marido, equivalente a su dote, y mostró mucho sentimiento de esto, y así se le dijo al rey en un largo y lastimoso razonamiento que le hizo; pero no hubo lugar la pensión, y así se hubo de ir a Jijena; y en esta ocasión parió una hija llamada doña N... que murió niña, y después el rey le hizo merced de 5000 florines, que en estos tiempos valía cada uno once sueldos, duraderos mientras se le tardaban a pagar las 50000 libras de su dote; y se los consignó sobre las rentas de los condado de Urgel y vizcondado de Ager, y mandó a 1 de mayo de 1414 a Fernando de Bardexí, colector de las rentas de ellos, se los pagase con tres pagas, cada cuatro meses una paga; y después, estando el rey en Igualada a 19 de marzo, poco antes que muriera, se le quejó la infanta que no podía ser pagada, por no bastar a ello las rentas, por las muchas donaciones y ventas había hecho el rey de las villas y lugares del condado, y por faltar la villa y baronía de Pons, que había vendido el conde don Jaime; y así se mudó la consignación de dichos 5000 florines de la manera que le dio 500 sobre el condado de Urgel y vizcondado de Ager, 3500 sobre las rentas de Valencia, consignándolas sobre el derecho de los tres dineros que pagaban los florentines e italianos y sobre las lezdas de Tortosa, mandando al baile general de Valencia se las pagase; y quinientos sobre las lezdas de Tortosa: y esto duró hasta el octubre de 1417, que el rey Alfonso le hizo venta de la villa de Alcolea y su castillo, que era pueblo de trescientos fuegos, por sesenta mil florines de oro de Aragón, que retuvo ella en su poder en cuenta de su dote; y más le hizo venta del diezmo de la lana y animales de las lezdas, quistias y rentas hacía la aljama de los judíos, y otros derechos tenía en Balaguer el rey y tuvieron los condes don Pedro y don Jaime, por diez y siete mil libras barcelonesas, y dice que valían treinta mil novecientos y nueve florines y un sueldo; y dice que el término de Balaguer, donde se reciben estas rentas que vende a la condesa, confina con el término de Menargues, Castelló de Farfaña, Os, Gerp, Merita, Rapita, Çayda, Trimonial y Termens; y la infanta se retuvo estas diez y siete mil libras en paga de su dote, y el rey mandó despachar letras a Fernando de Bardexí, colector de las rentas del condado, para que diera posesión de la villa y castillo de Alcolea y rentas de Balaguer a Andrés de Barutell, procurador de la infanta, mandando a Fernán Díez entregara aquel castillo al dicho Bardexí, para que lo pueda dar al dicho procurador. Mandó también el rey que lo que fuese debido de los cinco mil florines consignados por los frutos del dote de la infanta, se lo pague el dicho Bardexí, hasta 29 de octubre, que fue el día después de hechas estas ventas.
Sin esto, no dejaba el rey de ayudarla en sus necesidades con algunas libranzas le mandaba hacer, como fue a 22 de diciembre de 1417, que le mandó dar doscientos florines para pasar aquellas fiestas de Navidad, mandando a Ramón Fivaller, su tesorero, que se los pagase.
Mientras tardaban a llevar al conde a Castilla, mandó el rey proseguir el proceso contra la condesa doña Margarita, su madre, que, como dijimos, fue la que puso a su hijo en aquellos trabajos. Estuvo esta señora detenida por orden del rey en Lérida, aunque no en tan estrecha prisión como el conde su hijo. A 4 de diciembre le mandó el rey ir a tomar la deposición; y aunque se le hicieron diversas preguntas, solo respondió, que ella poseía gran parte del condado, y que su hijo le había dado posesión de ella, por seguridad del dote de ella y de doña Leonor su hija, y por habérselo así aconsejado letrados, porque si el rey hacía proceso contra don Jaime su hijo, a lo menos lo que ella tuviese estuviera seguro de ser confiscado, y no quiso responder otra cosa. Pero ya del mismo proceso hecho contra su hijo resultaba alguna prueba contra de ella, que había sido cómplice en la rebelión del hijo, de haberle atizado, compelido y aconsejado en todo lo que había hecho, y de haber acogido y tomado su parte de las presas que se hicieron en la comarca de Lérida y Segriá y otros lugares del rey, y haber hablado desacatadamente y con poco respeto de su real persona, llamándole infante de Castilla. Pero como esto no quedaba tan bien probado como era menester, se recibieron sobre ello treinta y seis testigos, cuyo examen y recepción sometió el rey a Bernardo de Gualbes, su vicecanciller, el cual fue un día a la posada de la condesa a tomarle la declaración; y así como le quiso hacer la
primera pregunta, dijo ella, que no pensaba responder ni a ella ni a otra que le hiciese, porque ni ella era rea ni tenía culpa alguna, y en caso hubiese cometido algunos delitos, se los había perdonado el rey; y así se lo habían certificado don Pedro Maça y la infanta, antes que su hijo se hubiese puesto en poder del rey: y en conformidad de eso, cuando ella salió de Balaguer y se metió en su poder, la trató no como enemiga o persona criminosa, sino como se pertenecía a mujer de la calidad y linaje que ella, haciéndole muy buen acogimiento y besándola, y le había dicho que lo pasado fuese pasado y que él lo había por remitido, y que mirase que de allí adelante no le hiciese ningún deservicio; y decía que ella no quería renunciar a tal gracia y perdón, antes entendía suplicar al rey que le fuese todo muy ampliamente guardado, y rogaba al vicecanciller y abogado fiscal, que estaban allí presentes, que lo refiriesen al rey y por su parte le suplicasen, que le diese audiencia en presencia de la infanta su nuera y de don Pedro Maça, para averiguar lo que ella decía si era así; y que pues ella no había culpa ni renunciaba a la gracia y perdón del rey, no había para qué deponer, cuanto más que sospechaba que la tal deposición perjudicaría a la gracia y perdón que tenía, y que si el rey pretende quitarle su hacienda, no era mujer ella que estimase tan poco a sí misma y su familia, que deje de defenderse, y que pues le tiene ocupada su hacienda pide le den de comer, y abogados que la patrocinen.
El jueves siguiente, que era a 14 del mes, volvieron a ella los mismos canciller y abogado fiscal, y le dijeron que ellos habían referido al rey todo lo que les había dicho, y parecía que debía hacer su deposición, porque decía el rey que no había sido otra su intención sino perdonar a sola su persona, y así que respondiese. Enojóse la condesa de tal respuesta, y dijo que ella no quería renunciar a la gracia y merced que el rey le había concedido, antes quería suplicar se le cumpliese así como se lo habían dicho la infanta y don Pedro Maça, y ya el rey le había dado señal de ello con el buen acogimiento le hizo cuando salió de Balaguer; y que si decía que su intención no fue sino solo perdonar a su persona, hablando con el debido respeto, decía, que las gracias de los príncipes se han de interpretar muy ampliamente, y que si le perdonaba a ella, lo mismo era razón se hiciese con los bienes, que ni habían hecho mal alguno ni le podían hacer; y que si delitos se habían cometido, lo que ella negaba, esos, ella y no los bienes los habían hecho, y volvía a pedir audiencia delante la infanta y don Pedro Maça, y abogados, por ser ella mujer que no se entendía en tales negocios. El vicecanciller le volvió a decir que el rey y otros que se hallaban en la ocasión que él la perdonó, decían que la intención del rey fue perdonar a la persona las penas debidas y no más, y que así, que respondiese y depusiese; pero la condesa siempre estuvo en lo mismo, y pidió abogados. Entonces el vicecanciller le dijo, que él le mandaba de parte del rey que respondiese, y si temía ser perjudicada, fuese con protestación, y le prometía de parte del rey que la oiría, y que no haría cosa contra ella que no fuese según justicia, y le daría abogados, y se los pagaría, y lo demás que hubiese menester para su provisión; y si no quería hacerlo, él proseguiría su proceso según justicia; pero la condesa siempre perseveró en lo mismo.
El procurador fiscal, vista su contumacia, pidió se le publicase la enquesta, y así se hizo; y aquel mismo día pidió ser declarado haber cometido crimen de lesa majestad, y que le fuesen confiscados los bienes, y castigada según justicia.
El día siguiente volvió el vicecanciller y Pedro Ram, del consejo del rey, Domingo Sánchez, procurador fiscal, y el escribano de la causa, a tomarle la deposición; pero ella perseveró en lo mismo, pidiendo abogados; y el vicecanciller le dijo, que la deposición que había de hacer era acto personal, y lo había de hacer ella sola, sin poder intervenir otro en ello; y ella perseveró en lo mismo, y pidió a Esperandeo de Cardona y mosen Maciá Vidal, y que después nombraría los otros; y así le dieron a éste, y dijeron que mosen Esperandeo de Cardona estaba ausente, y no se lo podían dar porque esta causa no iba con dilaciones, y pues estaba en ciudad que había otros letrados, que escogiese de ellos, que él los compeliría a que la abogasen, y les haría pagar, y le dio tiempo hasta el día siguiente, y mandó a mosen Maciá Vidal que pena de mil florines que la abogase.
A 18 de diciembre, por estar ausente su vicecanciller, mandó el rey a Berenguer Colom, su canciller, que fuese a la casa donde estaba la condesa, y le pidiese si tenía qué decir; y ella respondió, que no le bastaba solo un abogado, y que mientras no tuviese más, no le corriese el tiempo le era concedido para defenderse; y lo mismo sucedió a 20 del mes, y añadió que dijesen al rey, que ella perecía de hambre, y no tenía nada, porque él se lo había todo ocupado. Y volvió después el canciller a ella a decirle si tenía algo que decir, y ella le respondió que no, sino que estaba muy afligida, porque le habían dicho que el conde su hijo estaba muy enfermo, y con todo el rey le mandaba caminar a la cárcel, por donde juzgaba que sería muerto, y que este pensamiento la tenía muy enajenada y fuera de sí (como estuvo casi siempre); y que ninguno le quería valer, ni hallaba quien escribiese por ella una palabra, ni quisiese ir a ninguna parte, por no caer en desgracia del rey, y que esta causa no era de solo un abogado; y el canciller (pone conciller) le dijo que nombrase los que quisiese, que él de parte del rey les obligaría a abogar por ella; y no quiso nombrar ninguno. Dióse de término el día siguiente, y respondió, que no quería defenderse, y que daba el proceso por concluido y lo dejaba todo a la voluntad y ordinacion del rey. Asignóse a sentencia para el viernes siguiente, que era a 29 de diciembre; y el dicho día, a hora de prima, compareció el fiscal para que se publicara la sentencia, y el canciller asignó la hora de vísperas en el palacio del obispo, y allá compareció la condesa, y el procurador fiscal, y Pablo Nicolás, secretario del rey, publicó la sentencia, que decía así:

Dei eterni et Salvatoris Domini nostri Jhesu-Christi ejusque Matris beatissime Marie virginis gloriose auxilio et nominibus humiliter invocatis. - Presidente rationis imperio in *salmo judicantis sedet in examine veritatis pro tribunali justitia. Unde Nos Ferdinandus Dei gratia rex Aragonum Sicilie Valentie Majoricarum Sardinie et Corsice comes Barchinone dux Athenarum et Neopatrie ac etiam comes Rossilionis et Ceritanie: Visa denuntiatione seu preventione coram majestate nostra oblata per nobilem et dilectum nostrum Franciscum de Erillo militem procuratoremque nostrum ad hec specialiter deputatum contra et adversus Margaritam uxorem egregii Petri comitis Urgelli et
vicecomitis Agerensis quondam matremque Jacobi de Urgello *ictorum conjugum: Visisque articulis seu capitulis per *a procuratorem nostrum oblatis et specialiter quatenus * capitula dictam Margaritam concernunt que postea fue* continuata et presentata per Dominicum Sancii procuratorem fiscalem curie nostre: Visis preterea atestationibus testium *ictum procuratorem fiscalem productorum ac publicatione *dem facta dicte Margarite ac totius presentis processus: *inquam nonnulius assignationibus factis dicte Margarite ad *dum proponendum et allegandum si qua in causa presen*ere proponere vel allegare vellet et prospectis et cum so* et matura diligentia recensitis meritis totius processus *issorum de causa factis: Et visis videndis et attentis atten* divinis et sacrosanctis quatuor Dei evangeliis coram no*ropositis ac reverenter inspectis ut de vultu Dei nostrum * procedat judicium et oculi mentis nostre videre valeant *tem die presenti ad nostram audiendam sententiam dicte *Margarite assignata pronuntiamus et sententiamus prout *sequitur:
*n per merita dicti processus constet nobis dictam Margaritam subditam nostram et domiciliatam in nostri dominio fore * publicationem et assumptionem de nobis factam in verum * Aragonum et regnorum ac terrarum predictorum ac * fidelitatem nobis prestitam per dictum Jacobum de Urgello *us filium nobis et corone regie notorie rebellem ac reum *nis lese majestatis faciendo cum quibusdam confederatio* conspirationes ac liantias causa occupandi sibi regna et ter* nostras et se in regem Aragonum erigendi extollendi et in * et terris nostris se intrudendi et alias multipliciter nos * nostram publicam offendendo: Constet nobis etiam cla*am Margaritam dedisse dicto Jacobo filio suo in premissis * perpetratione dicti criminis opem operam consilium auxi* et favorem: Constetque nobis eandem Margaritam dicti *criminis lese majestatis ream fore nostramque regiam majestatem *c nostram rem publicam multimode offendisse: Eapropter *anc nostram definitivam sententiam pronuntiamus et de*mus Margaritam jamdictam comississe crimen lese majestatis predictum et ream fore dicti criminis et castra loca villas * sua omnia necnon jurisdictiones perpetuas et temporales ac jura alia quecumque ipsius Margarite a tempore comissionis dicti criminis citra fuisse et esse nobis nostroque erario applicanda seu confiscanda per hanc eandem sententiam declaramus et eidem Margarita fore totaliter perdita et amissa decernimus ac etiam declaramus: absolvendo quoscumque vassallos seu feudatarios et alios quoslibet dicte Margarite quomodolibet obligatos ab omni fidelitate servitio et obligatione: salvo tamen nobis processu predicto facto ratione denuntiationis et preventionis predicte et capitulorum in ea contentorum contra alios de quibus in dicta preventione mentio facta est contra quos ad presens diferimus. Supplemus etiam omne deffectum si quis forsitan fuerit ex juris solemnitate aut alias obmissum in processu predicto de nostre regalis preheminentie plenissima potestate.

Acabado el proceso y dada la sentencia contra la condesa, el rey, y por él su procurador, mandaron continuar el proceso contra doña Leonor de Aragón, hermana del conde, por estar inculpada de haber dado favor y ayuda de dineros y consejo al conde su hermano, y haber sido cómplice en sus delitos y culpas, y haber escrito muchas cartas a vasallos suyos, pidiéndoles acudiesen a Menargues para ir a la presa de Lérida, y a Balaguer para valer al conde contra el rey. Habíale dado el conde su hermano, por paga y seguridad de treinta y cinco mil florines le había dejado el conde don Pedro, los lugares y castillos de Menargues, Vilbes, Os, Monmagastre, Collfret, Estañá, Aña, Monterguyl, Durfort y muchos mansos y aldeas en término de Monmagastre; y cuando el rey prendió el condado de Urgel y vizcondado de Ager, prendió tambien estos lugares; y se los había dado el conde con pensamiento que si el rey le confiscaba sus bienes, a lo menos su hermana quedase segura de lo que ella tenía en su casa. Prendió también el rey muchos bienes muebles, como era joyas, paños de oro y seda, vestidos, camas y más de sesenta cuerpos de libro de mano, que por no haber aún estampa, eran de gran valor y precio. Valían estas alhajas más de treinta mil florines, y estaban todas en el castillo de Balaguer; y pretendió esta señora que todo esto no se le había podido quitar, porque lo poseía * en los meses de junio y julio, y el rey le tomó el lugar de Menargues en agosto, con los demás lugares, y esto no * podía hacer sin citarla, porque cuando ella entró en posesión de ellos, aún don Jaime no estaba acusado de los delitos que fue después; y sobre esto quiso dar testigos, alegando estar espoliada y haber de ser antes de todo restituida. Sobre esto dio al rey, así en Lérida como en Zaragoza, varias suplicaciones, pidiendo abogados para defender * causa, y que el rey les pagase, porque ella quedaba tan pobre y desnuda, que aún para el sustento no tenía. Du*óle mucho tiempo pedir esto, y a la postre el rey le dio *seis abogados y tres procuradores que ella escogió para su defensa, y les mandó pagar de su tesorería. Disputóse mucho la causa del espolio, pretendiendo que antes de haberse quitado los bienes había de ser citada y oída; y después de haber dado muchos memoriales e informado al consejo real, en que intervinieron miser Jaime Calis con diez * siete otros letrados, se trató esta causa; y a 6 de junio de 1414 se votó, y el artículo de la dificultad consistía en dos *puntos: el primero era: Si aprehensio facta per dominum regem de castris locis et aliis bonis de quibus egregia Eleonor de Urgello petit restitutionem censeatur juris exequtio *vel spoliatio – Secundus punctus est: casu quo dicta aprehensio conseatur spoliatio si exceptio restitutionis opposita predictam Eleonorem in processu exequtionis facto contra eandem ad instantiam (pone instontiam) procurationis fiscalis vendicat sibi locum. Facit dobium quia proceditur per viam inquisitionis et non per viam accusationis: iterum quia agitatur dicta causa in foro seculari et in regia audientia et non in foro ecclesiastico.
La decisión y voto de Jaime Calis, que siguieron cuasi todos, fue esta:
Quod illa aprehensio fuit facta in vim remedii et exequtionis juris et justitie et per consequens non potest dici spoliatio juxta commemorationem Petri Alberti et practicas inde secutas tam etiam quia audientia regia nec curie seculares non consueverunt admitere tales exceptiones spoliationis.

Publicóse esta declaración a 8 del mismo mes, y que fuese pasado adelante en la causa, no obstante la excepción del espolio opuesta, la cual dijeron que no tenía lugar en aquel caso, y decían serle lícito al rey aquel modo de proceder, cuando tiene en tiempo de guerra sospecha contra algún súbdito suyo. Suplicóse de esta declaración, y no hallo que se prosiguiese ni hablase más en este negocio, y el rey se quedó con los bienes de doña Leonor, y viendo que no podía cobrar su hacienda, se retiró al monasterio de Jijena (Sigena, Xixena, Sijena) en Aragón, donde tenía su hermana; y el rey Alfonso, estando allí a 6 de junio de 1417, le dio trescientos florines de renta sobre la bailía general de Cataluña, y porque por estar lejos érale trabajoso el cobrarlas, se las conmutó, a 15 de marzo de 1424, sobre aquellos doce mil sueldos que el rey recibía con tres tercias en la villa de Sariñena en Aragón, consignándole doscientas libras sueldos jaquesas pagaderas en el mes de mayo, y esto durante su vida; y después de haber estado algún tiempo en Jijena, se retiró en una ermita de Poblet, donde hizo santa vida y ganó más bienes eternos sirviendo a Dios, que no valían todos los del mundo, como queda ya referido en la vida del conde don Pedro, donde hablé más largamente de las virtudes y santidad y feliz muerte de esta señora.
Había ya el rey antes de la sentencia contra del conde de Urgel llamado a todos los prelados y barones y otros de sus reinos, para 8 del mes de enero, para coronarse en la ciudad de Zaragoza, para donde pasó de Lérida a 10 del mes. Lo que sucedió en su coronación, las fiestas se hicieron, y mercedes hizo y todo lo demás, cuentan muy
largamente Alvar García de Santa María, Zurita y otros muchos.
La condesa doña Margarita, que tan perseguida había sido, y tan acosada y pobre estaba desemparada de todos, tenía confianzas tan ciertas de volver a su antiguo estado y prosperidad, y ver a su hijo en libertad, que ninguno de los trabajos que padecía la podían espantar ni humillar; y si indiscreta y arrojadamente se gobernó después de la declaración de Caspe, no fue menos agora: solo había de diferencia, que entonces tenía cabe sí gente de calidad y noble, pero agora solos algunos criados indiscretos y de poco saber, ligeros de creer y más fáciles de ser engañados, y gente tan simple, que a cada uno que les decía lo que ellos deseaban oír daban crédito, y de él se fiaban. Confiada del consejo, saber y fuerza de tal gente, luego que el conde su hijo fue llevado a Castilla, entendió en darle libertad, sin tener paciencia ni aguardar a ver el rey que haría o cómo se llevaría con él. A uno de estos criados llamado Pedro Miron, que era natural del lugar de San Mateo en el reino de Valencia, envió al rey Luis de Francia y al duque de Clarencia en Inglaterra, y para que se viera con García de Sesé, de quien hablamos arriba, que en esta ocasión él Martín de Sesé, y Juan Domenech y otros grandes amigos del conde de Urgel y de don Antonio de Luna se eran retirados a Francia, para que alcanzara del duque de Clarencia le diese a ella alguna villa o lugar de que pudiese sustentarse, pasando la vida y teniendo donde se recoger, en caso que hubiera de salir del reino; porque temía que si el rey sabía lo que ella trabajaba por la libertad de su hijo, no la castigase: y que hiciese que García de Sesé, valiéndose de aquellos príncipes, entrase con buen ejército por esta tierra, y entrase por Aragón, y fuese a poner sitio al castillo de Ureña, donde el conde su hijo estaba, y no se partiese de allí hasta haberle dado libertad, y que ya que entrase, no fuese con poca gente, porque no haría sino correrías que serían de poco efecto.
Llegado este hombre a Francia, halló a García de Sesé en un lugar llamado Sordo, cinco leguas de Bayona, y le explicó la comisión que llevaba y el fin de este mensajería; y él le dijo que el duque de Clarencia en aquella ocasión no podía valer a la condesa, ni con gente ni con hacienda; pero no contento el Pedro Miron de esto, pasó a Inglaterra a hablar con aquel príncipe, que fue el que más favoreció las cosas de don Jaime, y le dio larga noticia de los sucesos de él, y del triste fin habían tenido sus pretensiones, y le suplicaba que cumpliese con lo que le había prometido en la liga y confederación entre ellos hecha, de que * auto público que el conde le dio a él, cuando salió de Balaguer para meterse en poder del rey, y se lo dio a * que lo tenía muy bien guardado; y que había muchos * le cargaban a él por no haberle ayudado, según estaba *entre ellos concordado, y que si quería volver a emprender * que estaba concertado entre ellos, aquí estaba mosen García de Sesé, que le daría entrada por Jaca, donde aún tenía amigos; y el duque le dijo cuanto le pesaba de los * sucesos del conde de Urgel, y que no le parecía cosa *acertada venir él con armas en estos reinos, estando él preso, porque viniendo a contemplación suya, y por su libertad, sería muy contingente que el rey le mandara matar; y parecía mejor y más acertado, que valiéndose de sus amigos y parientes, les escribiese, porque los unos suplicándolo y pidiéndolo al rey, y otros (no alcanzando nada los primeros) ayudando con dinero para dar a las guardas, se procurase su libertad, que era lo que todos deseaban; y escribió el duque al rey de Portugal, a la reina de Castilla y a la duquessa de Berri muy apretadamente sobre *esto, y con esto le despidió.
A la vuelta pasó a París, y habló con el rey de Francia, y le hizo acordar que ya García de Sesé le había dicho * si él quería emprender la conquista de la corona de Aragón, él tenía poder del conde de Urgel para cederle su derecho; y el rey le dijo, que él había de venir a Provenza, *trataría con García de Sesé lo que había en esto, y man* dar a Pedro Miron seis escudos en una moneda de *vellón llamada blancas, y le despidió.
De aquí fue a ver a la duquesa de Berri, que era prima del conde don Pedro de Urgel, y la halló en un castillo de Alvernia llamado Mancuirol, y le dio las letras que llevaba de la infanta y de la condesa, y una del duque de Clarencia; y explicada la creenza contenida en ellas, le pidió alcanzase letras del rey de Francia y del duque de Berri, y del conde de Armeñac y de otros señores para el rey, pidiéndole la libertad del conde de Urgel y restitución de su estado o parte de él, con que, cuando tuviese libertad pudiese vivir; y que si el rey de Francia por sus ruegos no venía en esto, que le favoreciese para que con dinero o de otra cualquier manera le sacase de la cárcel: y la duquesa le dijo, que ella ya tenía letras del rey Luis, que decían de Nápoles, para el de Aragón, y de otros señores de Francia, salvo del duque de Berri y del conde de Armeñac, y tenía por cierto que si con el rey de Aragón no acababan nada estas cartas, a lo menos senvirían de indignar al rey Luis y demás señores contra el de Aragón, y de esto siempre se sacaría algún fruto; y fue fama que estando aquí Pedro Miron, intentaron valerse de mágicos para sacar a don Jaime de la prisión, y ofrecieron estos de darle libertad, y pidieron por ello quince mil escudos, que les fueron prometidos después de libertado, y de antemano pidieron doscientos (qué listos ellos) para el gasto de ciertas camisas se habían de hacer, una para don Jaime, y dos para los que le habían de ir a libertar; y vestido cada uno de su camisa, irían por el aire donde querrían; pero la duquesa, aborreciendo tales medios, mandó que en eso de los encantos no se hablara más. (porque conocía el engaño)
Despedido de la duquesa, se vino a Morella en el reino de Valencia, donde halló a la infanta y a la condesa; y les desengañó de las confianzas tenían de aquellos príncipes, y que sólo había habido letras del duque de Clarencia para el rey de Portugal y reina de Castilla, en que les pedía intercedieran con el rey para la libertad del conde de Urgel.
Díjoles también como había hallado a García de Sesé, Berenguer de Fluviá, Gilabert de Canet, Juan Domenech y otros amigos del conde, que habían sabido dar mejor cobro a sus personas, y estaban retirados en aquel reino, y trataban de buscar forma como se hiciese una buena entrada en estos reinos, cobrando aquellos para el conde de Urgel; * aún decía le habían dicho que sería luego, que guardasen las banderas y pendones reales que el conde tenía hechos, para arbolarlas cuando fuesen entrados, para mover con esto los ánimos de la gente de esta Corona; y García de Sesé estaba más animoso que nunca: y la condesa estaba tan contenta de esto, como si ya tuviese su hijo fuera de
la cárcel y hubiera cobrado sus estados; pero la infanta tenía pesar de estos negocios, y decía que todo eran temeridades e imposibles, que mejor le fuera a García de Sesé hacer que con embajadas y cartas se pidiese la libertad del conde, y dejarse de meter gentes forasteras; pues el confiar de tales entradas, nos ha perdido y acabado del todo; y es cierto que si aquellos príncipes creyeran lo que García de Sesé les decía, hubieran dado harto qué pensar al rey.
Desde Valencia enviaron a Pedro Miron al reino de Portugal, y allá dio las cartas que llevaba del duque de Clarencia, y otras de la infanta y condesa de Urgel, para el rey, el cual le dijo que volviese otra hora, que él daría la respuesta; y esta fue, que pues todas aquellas letras eran de creenza, que la explicase; y así dijo como aquellos señores le suplicaban que enviase un embajador al rey de Aragón, para pedir la libertad del conde de Urgel; y que cuando esto no le pluguiese, que se lo escribiese, que así lo habían hecho el rey Luis y otros señores de Francia: y el rey de Portugal dijo, que por no hacerse sospechoso al rey de Aragón, no podía hacer lo que se le pedía. Entonces le replicó, que pues no podía hacer lo que se le suplicaba, a lo menos se sirviese, que si el conde, o por trato o de cualquier otra manera salía de la cárcel, le diese paso y seguro por sus reinos hasta la mar, para que pudiese meterse en alguna nao y pasarse a Inglaterra; y el rey, oído esto, quedó algo suspenso, y después le dijo que la reina de Aragón era su prima, y que entre los hijos suyos y de ella había muy cercano parentesco, y que él no daría lugar a tal cosa como le pedía, ni a otra que pudiese causar tal daño como este al rey de Aragón; antes bien desengañaba que si don Jaime se salía de la cárcel y pasaba por su reino y él lo sabía, le haría prender, y preso le volvería al rey de Aragón; y que sobre esto no se hablase más. Visto lo poco que había acabado con aquel rey, no quiso dar una carta que llevaba del duque de Clarencia para la reina de Portugal; y porque estaba sin dinero, pidió al rey por medio de un criado de su casa, que le favoreciese, y le mandó dar veinte escudos y un salvoconducto para todos sus reinos. Visto lo poco que había alcanzado del rey, fue a mosen Francisco de Vilaragut, caballero catalán que estaba en aquel reino (y se podía entender con los portugueses hablando en occitano catalán) , y llegó en ocasión que estaba muy enfermo, y los médicos no quisieron dar lugar a que le hablasen ni le metiesen en cosas de negocios; y así se fue a hablar al conde de Bracelos, y menos pudo, porque estaba entre Duero y Miño: solo halló a Nuño Sánchez, que era al Algarbe, en un lugar suyo llamado Portel. Dióle las cartas del duque de Clarencia, y explicó su creenza y lo que le había pasado con el rey de Portugal; y le dijo que pues el rey le había dado tal respuesta, él no quería meterse en aquello ni lo haría por todo el mundo. Quiso saber qué negociaciones tenía hechas el conde de Urgel; y él dijo que no había hecho más de que el rey de Francia y otros señores de aquel reino lo habían escrito al rey de Aragón, y él había de ir a la reina de Castilla con letra del duque de Clarencia para lo mismo; y si con estas diligencias no obraban cosa, probarían si dando dinero a las guardas podrían hacerle escapadizo; y le rogó que si sobre esto sabía alguna traza se lo dijese, porque era obra de misericordia, pues daba libertad a un preso injustamente.
Nuño Álvarez, admirado de la simpleza del tal mensaje, le dijo que después del rey de Portugal tenía por señor al de Aragón y sus hijos, y por cuanto había en el mundo no le quería disgustar, antes le serviría en todo lo que fuese posible, y así le despidió.
Salido de Portugal, se fue para Castilla, para hablar con la reina, que en aquella ocasión estaba en la villa de Fromesta; y si no fuera por temor que no le prendieran, hubiera llegado a Ureña a visitar al conde de Urgel; pero no se atrevió. Antes de hablar con la reina, se vio con Juan Álvarez de Osorio, que acompañándola había pasado por Ureña, y había entrado a visitar al conde. Dio Pedro Miron a Juan Álvarez razón de todo lo que le había pasado, y la respuesta que le dio el rey de Portugal, y la confianza que tenía de que el rey Luis lo escribiría al de Aragón; y que era venido para dar una carta al duque de Clarencia para la reina, porque por medio de su embajador pidiese la libertad del conde de Urgel; y no queríéndolo hacer, a lo menos hiciese que el rey de Castilla su hijo lo pidiese al rey de Aragón, de quien se decía que había de ir a Castilla; y que cuando el de Aragón por ruegos no lo quisiese hacer, buscarían otros modos para sacarlo de la cárcel, porque no le faltaban deudos al conde que daban quince mil escudos cuando le hubiesen librado de ella: y esto le dijo que no había de ser porque el conde hubiese de hacer guerra al rey, sino solo porque saliese de la cárcel; y se lo decía esto en secreto, por saber que él era muy buen caballero, y no lo había de descubrir, pues era a fin de hacer una obra tan buena, como era sacar un preso de la cárcel; y aún le pidió consejo si esto lo diría a la reina; Juan Álvarez le (pone de) dijo, que pues él llevaba carta de su sobrino el duque de Clarencia para la reina, que la diese y que la informase, que tal cosa le diría a él solo, que no diría a otro; y así por medio de Juan Álvarez tuvo entrada y dio la carta a la reina, y le descubrió los tratos en que andaba y sus pensamientos; y la respuesta que llevó fue, que la reina mandó a García Sánchez, su alcalde, lo llevase a la cárcel, donde se le tomó la deposición de todo, y se dio aviso al rey, y con esto dio fin a su mensajería.
A más de esta tan bien lograda diligencia, se hizo otra, y fue enviar un capellán de casa la infanta, que era su limosnero, llamado Pedro Martín, al papa Benedicto de Luna y al cardenal de San Jorge, porque intercedieran con el rey por la libertad del conde, y para que les volviese su hacienda y patrimonio; pero acabó poco con ellos, porque eran más amigos del rey que del conde.
Mientras se trabajaba en estas embajadas, hacía la condesa todas las diligencias posibles en hallar un hombre que quisiese meterse en servicio de Pedro Alonso de Escalante, castellano de Ureña, porque haciéndose familiar y casero, alcanzase ser guarda del conde, y parte para que le echasen de la cárcel, o matando los guardas, o corrompiéndolos con dinero, o del modo que mejor les fuese posible; y para más facilitar esto, daba entender que el rey de Portugal, luego que saliese de la cárcel, le acogería en su reino, y que Bernardo de Forciá, que no sabía nada de esto, y era tío de la infanta y hermano de la reina doña Sibila, dejaría una galera que tenía para llevarlo a Monferrat al marqués su hermano, y que ella pagaría muy bien a todos los que supiesen y ayudasen en este hecho; y no faltaban algunos que, codiciosos de las grandes promesas que hacía, quisieron emprenderlo; pero había tantas dificultades, que era imposible salir con ello, y más siendo cosa de notable deservicio del rey. La pasión y ceguera de la condesa era tal, que se fiaba de cualquiera, y solo le jurase secreto, le comunicaba no solo lo que era posible de hacerse, pero aún sus íntimos pensamientos y primeros movimientos. Había un vagamundo que se llamaba N. Amorós, hombre vil y bajo; y de este fiaba la condesa la libertad de don Jaime su hijo, prometiendo cien florines, si hallaba hombre que quisiese emprender este hecho; pero como este era hombre ignorante y grosero, y sabía que no era para tal empresa, lo comunicó con un bellaconazo disimulado del reino de Murcia, que se llamaba Alfonso Méndez, que se acaró con la condesa, y después de haberle con juramentos terribles prometido el secreto, le prometió de servirla en lo que le mandase, comunicándole ella todos sus pensamientos; y en particular le pidió si hallarían cómo dar al rey cierta cosa que le quitaría la vida dentro de poco tiempo, de lo que él mostró escandalizarse, y dio entender a la condesa la dificultad había en ello, por estar el rey con muchas guardas, y tener cabe si servidores que cuidaban mucho de su salud y vida. La condesa, pues el otro le desviaba aquello, le metió en otras materias, y fue si sabía el hombre que quisiese ir a Castilla, para tratar con los que guardaban a don Jaime le hiciesen escapadizo; y era buena aquella ocasión, porque había sabido ella por medio de un criado del conde, que había venido de allá, que estaban cubriendo de madera el aposento donde estaba su hijo, y por una ventana la subían, y había en ella una cuerda por donde podía escalarse, y era fácil entrar en el castillo, porque por causa de la obra había muchos que entraban y salían: y aún daban otra traza, que era dar yerbas a Alfonso de Escalante, porque turbadas las guardas con la muerte de él, pudiesen efectuar lo que deseaban. Todo esto comunicó la condesa, y mucho más, con este hombre, que se ofreció de hacer lo que ella quería, y decía tener un hermano bastardo que estaba en guarda del conde; y con este intento se partió de Zaragoza, donde en aquella ocasión se hallaba la condesa, y apenas hubo caminado algunas leguas, que temió que aquel Amorós, que sabía que él trataba estas cosas con la condesa, no fuese descubierto. Esto pasó en la pascua de Resurrección del año 1414: y era este Alfonso Méndez de casa del rey, y le había hecho merced de dos lonjas, y le tenía de espía, según conjeturo y se vio con lo que hizo, porque pasó a Murcia para comunicar todo esto con Alfonso Yáñez Fajardo, que era deudo y amigo suyo y vasallo del rey, y tomar su parecer, y para que hiciese sabedor al rey de los tratos de la condesa: pero el Fajardo le dijo que no eran cosas aquellas que sin testigos de lo que él decía se pudiesen decir al rey, que no era hombre ligero de creer; y el Alfonso le dijo, que no había otro testigo sino un caballero de casa la condesa, que se llamaba Ramón Berenguer de Auriachs, que lo sabía todo, pero decía que no faltaría traza con que todo esto lo supiese la persona que el rey quisiese. Con todo, les pareció a los dos bien, por evitar el daño que se podía seguir mientras tardaba esto a llegar a la noticia de Escalante, que se lo fuese a hacer saber; y así se fue de camino a Ureña, y lo dijo todo a Alfonso de Escalante, y quedó admirado, y parecióles escribirlo al rey, el cual luego mandó que pusiesen buenas guardas al conde, y que Alfonso Méndez se viniese para él, y llevase algunas de las señales había entre la condesa y su hijo, que según ella había dicho, eran tres, o escrito de mano del conde, o lo que le dijo cuando se despidió de él en el castillo de Lérida, o cierto bolson que le había dado, y Alfonso Méndez procuró haber el bolsón o escrito de mano del conde. Pero Alfonso de Escalante le dijo, que esto era casi imposible, porque don Jaime había hecho propósito, mientras estuviese preso, de no escribir de su mano a persona alguna, y lo del bolsón era asímismo, porque él tenía cinco bolsones, y no sabía quien era el del señal, y era fácil tomar uno por otro. Ofrecióle de darle lugar si quería hablar con el conde, pero él no lo quiso aceptar, porque decía, que si después por otra ocasión salía de la cárcel, no le diesen a él la culpa; y porque no llegase sin señal a la condesa, le dieron una camisa que élla le había enviado y algunas emprentas del anillo del conde, que el carcelero tenía en su poder; y con esto se vino a Cataluña, y llegado a Lérida, donde vivía la condesa, le dio a entender que había hablado con el conde, y había dado aquella camisa y aquellos sellos, que él había hecho de su mano en aquella cera, y que T. Tello y Rodrigo de Vila-Santa, que le guardaban, lo habían visto; pero a la condesa esto no se le acertaba, antes le dijo, porqué no había llevado el bolsillo; y él le dijo que el carcelero le tenía contadas todas las joyas y demás cosas que tenía, y que si se lo hubiese dado, lo hubiera hallado menos. Luego dijo ella: - Lo mismo será de la camisa. - Dijo él: - No, porque delante del carcelero la había dado a Tello, uno de los guardas, para que se la diese a él. - Y como ella estaba tan ciega en este negocio, lo creyó todo. Hablaron largamente, y dijo a la condesa mil mentiras, y ella a él otras tantas, y parecía que iban a porfía quien más mentiría, y ella lo hacía para más animarle en que entendiera en la libertad del conde. Certificóle que el rey de Portugal favorecía al conde de gente y dineros, y que saliendo de la cárcel le acogería en sus reinos, y que la duquesa de Bar le valía con doce mil florines, y que su hermano el marqués de Monferrat, con ayuda del emperador, cuyo vicario general era, le favorecía para conquistar el reino e islas de Mallorca, que decía pertenecerle, y que el rey de Portugal quería emprender la conquista de Sicilia, y otras mil cosas semejantes. Partido de Lérida el Méndez, se vino a *blanc, donde el rey había de celebrar cortes; y llegó * día que el rey, y le dio cuenta de todo lo que * dicho, y el rey al principio no lo podía creer; y * no dudase en ello, le ofreció Alfonso Méndez, que *aba un hombre de confianza que supiese hablar *castellano, le daría probado todo lo que queda dicho, y aún * más. Dióle el rey para esto a Pedro Sorano, que era escribano de ración de su casa y corte, y le encomendó *grandes veras que procurase de saber todo lo que le * dicho de su propia boca de ella, y le tomó juramento * diría verdad de todo lo que pasaría, y que hiciese * que Alfonso Méndez le diría, que era el que le ha* instruir en aquel hecho. Partiéronse los dos para *, y el Sorano se mudó el nombre y tomó el de Juan de Valladolid; y venidos a Lérida, antes de hablar con la *condesa, se vio con R. Berenguer de Auriachs, que le dio * de todo lo que él sabía, porque a más de ser hombre simple, era hablador; y fueron por orden de la condesa * monasterio de San Agustín, donde Ramón de Auriachs les tomó el juramento de que guardarían secreto de lo que se les diría: y lo bueno era, que antes de jurar * había dicho todo aquello que más había de ser se* y ellos querían saber. Aquella tarde fueron a visi* condesa, y le dieron una letra de creenza, hacién*eer ser de Tello y de Rodrigo, que eran los que de*uardar el conde; y Ramón B. de Auriachs afirmó ser *porque él conocía los sellos de ellos. Pedro Sorano le * él era sobrino de Rodrigo de Vila-Santa, que le * a ella para averiguar si era verdad que ella hubiese *ido lo que decía Alfonso Méndez, si hacía escapadizo a su hijo; porque si era verdad, él traía orden de asegurarse de ella, o con juramentos o como mejor pudiese, de que cumpliría con todo efecto lo tratado, que era dar a Tello 5000 florines y a Rodrigo a su hija doña Cecilia por mujer; y ella dijo que sí, y le hizo escritura sellada con su sello, que era una flor de lis en cera negra, y decía que estimaba más darla a éste, con que sacase a su hijo de la cárcel, que a don Bernardo de Cabrera, que se Ia pedía por mujer, y era un caballero muy principal de Cataluña y tenía grandes estados en ella, y aún le hacía dote; y acordaron que si otro, que a más de estos dos también guardaba a don Jaime, no quería consentir, que le matasen, aunque por ser recién casado les daba poco cuidado, porque a las noches dormía con la mujer, y así solo quedaban dos guardas y no más. Descubrió la condesa a este Pedro Sorano todos sus pensamientos y todo lo que había pasado, y le dio letras de creenza para Rodrigo de Vila-Santa, y un papel sellado, con ciertos polvos que, bebidos con vino causaban sueño, y los había hecho un Juan de Calatayud, de quien después hablaremos; y con esto se partieron de Lérida para Momblanc, a referir al rey lo que habían oído de la condesa.
Tenía la infanta en su casa un sacerdote llamado Bernardo Martín, que la servía de limosnero, y era hombre bueno y sin malicia ni doblez, natural de Ripoll. Con este, en el mes de abril de 1413, trabó gran amistad un Diego Ruiz de Mendoza, que era espía del rey y se hacía gran maestro de declarar los vaticinios o profecías que corrían en aquellos tiempos entre la gente ignorante, como vimos arriba. Este buen clérigo era muy codicioso de entenderlas, y así con facilidad trabaron amistad los dos. Mostrábase este Mendoza muy apasionado por el conde y sus cosas, y un día le dijo, cómo era posible, siendo él castellano y de casa del rey, y estando su mujer en servicio de la reina, se apasionase tanto por el conde de Urgel; si por ventura sería espía, que por descubrir los pensamientos de la infanta y condesa, se metiese tanto entre ellas; y él le dio tal satisfacción, que le dejó persuadido que solo le movía el provecho y honra del conde de Urgel, y no otra cosa alguna, y vería con la experiencia, que con los avisos que daría, quedaría el conde avisado de muchos sucesos futuros, y evitaría algunos infortunios que le amenazaban; y él estaba de esto tan satisfecho, que los comunicaba con el conde y gustaba de saberlos, y si no los entendía, pedía se los declarase más, y él hacía sus declaraciones y glosas, y los daba a este clérigo, que las llevaba al conde, porque gustaba de ellas, pues le anunciaban en la resistencia que hacía al rey prósperos fines. Después de preso el conde, entró por su medio de privanza de la condesa y de la infanta, y cada día iba en su casa, y las seguía así en Lérida como en Zaragoza, donde estuvieron algún tiempo, y cabía en todos los secretos de ellas, y no hacían ninguna cosa que no se la comunicasen, porque era hombre que en cualquier materia luego encajaba sus lugares de profecías, y declarándolas a su modo, las consolaba y aseguraba buenos fines y sucesos, como si dependieran de su voluntad y no de la providencia divina; y llegó a tanto su desvergüenza, que dijo a la condesa, que no diese a su hija doña Cecilia a don Bernardo de Cabrera, porque había de hacer gran casamiento, según hallaba en sus libros; y ella era tan loca, que fiando de esto, entretenía a don Bernardo.
Estando la infanta y condesa en Zaragoza, en febrero de 1414, llegó un servidor del conde, que venía de Ureña, llamado Juan de la Cambra. Este comunicó a este Mendoza, por verle tan de casa de la infanta, todo lo que habían pasado él y el conde, y le dijo le había encargado que dijese a la condesa, cuidase que el trato de Inglaterra de cierta gente de armas que había de venir para sacarle de la cárcel se efectuase, y muchas cosas que se urdían por su libertad; y como este bellaconazo era tan disimulado, creían en él como si fuera una persona que mucho tiempo hubieran conocido y experimentado, procurando en todo su consejo y parecer. Estando en esta buena reputación y crédito, se les ofreció haber de enviar al emperador y al marqués de Monferrat una persona, para tratar con ellos que pidiesen la libertad del conde; y por esto escogieron este Ruiz de Mendoza, a quien lo dijo de parte de la condesa e infanta mosen Berenguer de Barutell, arcediano de Santa María de la Mar de Barcelona, que era pariente de estas señoras, rogándole que emprendiese aquel viaje, que habían ya antes querido cometer a Berenguer de Spes (Espés), caballero, y lo habían dejado porque era hombre noble y había de ir con mucho gasto, y no era hombre elocuente ni verboso, y que así lo encomendaron a él; y como era esto lo que deseaba, lo aceptó de muy buena gana, y le dieron sus instrucciones; y la condesa, para más instruirle, le dijo como ella había comunicado todos sus afanes con un embajador del emperador, que había estado en estos reinos poco había por razón de concertar la cisma,y le había rogado que intercediese con el rey por la libertad del conde, y él no lo quiso hacer; antes dijo no serle lícito pedir o tratar más de aquello para que era venido; pero le aconsejaba que enviase una persona al emperador y su hermano el marqués de Monferrat, que pidiese la libertad de su hijo y restitución de sus bienes, que él ayudaría todo lo posible, haciendo los buenos oficios fuese menester, porque él era muy servidor del marqués, y tenía un hermano que vivía en tierras suyas; y si le quería escribir, él daría las cartas, y llevaría en su compañía a la persona que ella enviase al emperador, y le aguardaría en Narbona, para que de allí adelante fuesen juntos; y agradecieron mucho a este Mendoza que emprendiera este camino. Vióse antes de partir con el embajador del emperador, y le espió su pechó, y *e metió luego en declaraciones de profecías, y le dio algunos papeles de ellas con sus interpretaciones, porque le había dicho el embajador que el emperador gustaba de ellas y tenía buenos astrólogos en sus tierras. La condesa y la infanta le dieron para el gasto del camino setenta florines, firmas de ellas en blanco, y muchas emprentas de sus sellos, para que el marqués su hermano, en nombre de ellas, escribiese al emperador, y si era menester al papa Juan y otros a quien fuese conveniente; y en particular le encargaron que hiciese de manera, que el emperador y marqués de Monferrat escribiesen al de Inglaterra, que escribiese a la reina de Castilla, que sacase al conde de la cárcel en que estaba, y lo enviase a Inglaterra; y que si la reina de Castilla no quería hacerlo, que enviase sobre esto embajada al rey de Aragón; y no queriendo hacerlo, a lo menos que alcanzase del rey que restituyese a la infanta y sus hijas y a ella lo que les había quitado; y sobre esto hicieron sus ....
(582 y 583 no están)

*rador le remitió a su canciller y éste se quiso informar de todo, y dijo que el emperador había de ir a la ciudad de Aberna, y de allí había de enviar un embajador a Inglaterra, que de su parte trataría el negocio de la infanta y condesa, y que le siguiese; pero el Mendoza no quiso, porque no llevaba harto dinero ni sabía la tierra, y así un hermano del marqués, que iba con el emperador, se encargó de lo que el Mendoza había de hacer.
El Mendoza, que había ya descubierto la intención del marqués y visto lo que podía confiar la condesa del emperador y de su hermano, se despidió de él, y le dijo que dijese a la condesa su hermana, que no le parecía ni era acertado saliese ella de los reinos, sino estar en ellos trabajando por la libertad y honra del conde su hijo, y que él tendría cuidado de socorrerla con dinero, y le hacía saber como en aquellas partes se hacían grandes aparatos contra el infante de España y papa Benedicto de Luna, y que sería acertado que ella enviara el proceso y alegaciones en que fundaba el conde su justicia, porque visto el negocio, el emperador deliberaría mejor lo que debiera hacer; y con esto y letras de creenza que le dio el marqués, se vino a España, y a 4 de agosto llegó a Morella en el reino de Valencia, donde halló a las infanta y condesa y al arcediano Berenguer de Barutell, y les dio relación de lo que había pasado. Quedaron todos muy contentos de lo que les dijo este socarrón, y creían en él tanto, que le daban noticia de todo lo que sabían y de lo que Pedro Miron había hecho en Francia y Inglaterra, y daban ya por hecho todo lo que él había pedido y deseaban alcanzar de aquellos reyes; y parece que la condesa quería engañar al Mendoza, y este la engañaba a ella.
Estando en Morella, llegó a ellas un Juan de Calatayud, que sabía hacer unos polvos de tal virtud, que bebidos en vino, daban un sueño que duraba dos días; y el conde había enviado a decir por un criado suyo que venía de Ureña, que buscasen este hombre para que hiciera estos polvos, y que se los enviasen, porque confiaba que dándolos a beber a las guardas, se saldría de la cárcel; y aunque al principio cuando se los pidieron no los pudo hacer, por faltarle los ingredientes, después los hizo, y la condesa los dio a Pedro Sorano, escribano de ración y espía del rey, para que los llevase al conde, con achaque de que metidos en vino se lavaría las piernas, que de no caminar se le habían hinchado.
Deseaba ya el Mendoza haber las alegaciones, y daba prisa se las diesen, con todos los papeles se habían trabajado en favor del derecho del conde, para llevarlos, según él decía, al emperador y al marqués; y al principio no los hallaban, porque después de la declaración de Caspe nadie se curó más de ellos: y aunque los pidieron a los abogados y a otros que habían intervenido en ellos, era difícil hallarlos, porque los unos no los tenían, y otros solo tenían algunos fragmentos, y los que los tenían todos, no los querían dar por no deservir al rey; así que fue muy dificultoso hallarlos: pero a la postre supieron que los tenía un religioso de San Domingo, llamado fray Francisco Nadal, y era varón muy docto y gran matemático. Éste, por orden de la condesa, los dio a Bernardo Miron y al Mendoza, 
que por esto fueron a Barcelona, donde estaba este religioso; y estando juntos en casa de Andrés Barutell, que era hermano del arcediano, así como les había de dar estos papeles, dijo el fray Francisco Nadal, que él hallaba por su ciencia y arte, que todo aquel trato y las diligencias que la condesa hacía eran descubiertas al rey; y el Mendoza, le dijo: que tal ciencia era aquella; y el fraile replicó: que astrología; y el otro bellaconazo del Mendoza dijo: - No sé cómo puede ser eso, porque si publicado es, vosotros lo habéis hecho, que de mí bien seguro estoy que nadie lo sabe. - Pero con todo siempre juzgó fray Francisco Nadal ser gran locura fiar de tal hombre, porque como este religioso era sabio, siempre lo tuvo por espía del rey, como lo era, y parece que ya naturaleza quería se guardasen de él, porque era señalado de cara, y decía Andrés de Barutell que cuando uno compraba una bestia, cuidaba mucho que no fuese señalada, y lo mismo se había de hacer con los hombres que tratamos; y aunque este les hizo reparar en fiarse de él, pero el abono que dio de él Pedro Martín, el limosnero de la infanta, porque sabían que la condesa e infanta fiaban de él y le habían dado razón de lo que les había sido encomendado, les obligó a que le diesen el proceso, y a la postre se lo entregaron, y partió con él y con las órdenes que la condesa o infanta le dieron, que eran, que fuese a la condesa de Berri y le dijese que ella era contenta que hiciese de sus hijas y nietas los matrimonios que quisiese, con que se hiciesen grandes ligas para la conquista de los reinos, hasta librar al conde de la cárcel y restituir a ella sus estados, y que siguiese en todo el consejo del marqués su hermano, advirtiéndole que García de Sesé, que estaba en Francia, tenía procura de su hijo bastante para hacer todo aquello que fuese menester, a quien, y Berenguer de Fluviá y Juan Domenec había de decir que lo solicitasen con gran cuidado, y para esto le dieron firmas y sellos de la condesa e infanta y de su hija doña Leonor; y más dijo que acabase con el marqués que enviase una galeota, como ya se lo había enviado a decir por Gilabert de Canet, a las costas de Barcelona o Valencia, o allá donde el rey estuviese, con título de llevar mercadería; y que estuviese allá gente bien armada para que prendiesen los hijos del rey, que solían salir a menudo a caza con el obispo de León y otros caballeros, que solo al salir les acompañaban, y luego se volvían, y el obispo se quedaba debajo alguna sombra, mientras los infantes cazaban; y ella se ofrecía de dar aviso de esto a los de la galeota, porque saliesen de ella y los tomasen y llevasen al emperador o a su hermano, porque así el rey diese libertad a su hijo, y a ella le volviese su hacienda. Con estas órdenes les despidieron, y él y Bernardo Martín llegaron juntos hasta Besalú, y aquí se dividieron, y éste se vino a Ripoll, donde tenía un beneficio, y el Mendoza dióle entender que él proseguía su camino, y este fue tal que se volvió a Momblanc, y refirió al rey todo lo que había pasado, y le dio el proceso y alegaciones, y todos los papeles que la infanta y condesa y doña Leonor le habían dado para llevar al marqués y al emperador.

Todas estas diligencias y mensajerías tan poco premeditadas y tan indiscretas, fueron aviso para que el rey mirase por sí, y mandase guardar con más cuidado la persona de don Jaime; y aunque ignorante de todos estos tratos, él fue el que llevó buena parte de la pena de ellos, porque el carcelero, que hasta aquel punto le había tenido en una cárcel moderada y espaciosa, sin vedarle visitas, de aquella hora adelante le tuvo tan apretado, y casi fue maravilla que no pereciera de tristeza y congoja: tanto, que llegó a punto que perdió la cuenta del día y de la noche, y aún del tiempo que corría, porque le metieron en lo más hondo de una escurísima y lóbrega torre, con grillos, así que ni via ni podía ver resto ni señal de la luz del cielo. Este fue el fruto nacido de las diligencias de la condesa, que en todo fue arrojada e indiscreta; y el rey, que estaba de todo esto informado, no pudo más disimular ni escusarse de proceder contra de ella y demás, y mandó a su hijo el infante don Juan que disimuladamente viniese a Lérida, y mandase prender la condesa y sus hijas, y a Pedro Miron, Juan de Fluviá, Berenguer de Auriachs y todos los demás criados de su casa que pudiese haber, que fueron hasta número de quince personas, juntamente con todos los papeles que les hallase. La persona de la condesa y sus hijas encomendó a Diego Hernández de Vadillo, y los demás llevaron a la cárcel; y el rey con letras reales, dadas en Momblanc a 29 de octubre deste año, mandó a Juan Mongay, de Lérida, y baile general del condado de Urgel, que recibiese información contra de la condesa y procurase sacar en limpio la verdad de todo, para proceder contra ella y Pedro Miron, R. Berenguer de Auriachs y demás cómplices. Tomó por asesor a Pedro Ram, que recibió los testigos y deposición de Ramón Berenguer de Auriachs, Juan de Fluviá, Alfonso Méndez, Pedro Sorano, Diego Ruiz de Mendoza, espías del rey, de Bernardo Martín, limosnero de la infanta, y de Pedro Miron, criado de ella. Del dicho de estos y deposición se tomó a la condesa quedó probado todo lo que queda dicho en los párrafos pasados, y por más asegurarse de la verdad, acararon a la condesa y Alfonso Méndez, porque éste decía cosas increíbles, como era decir que la condesa quería dar tósigo al rey y hacer prender los infantes cuando saliesen a cazar, y otras cosas semejantes, pero ella siempre negó, aunque él siempre perseveró en lo que había dicho. Interrogóla también sobre diversos papeles habían hallado en su poder, y de Pedro Miron y de Bernardo Martín, y adminiculados de los testigos, hicieron prueba contra la condesa. Al principio estuvo presa en Lérida, donde tenía algunos amigos; y el rey, para más asegurarse de ella y demás presos, los mandó llevar en el reino de Valencia, a 30 de noviembre 1414, y fueron en su compañía Pedro Ram y Pedro Esplugues, alguacil real, y llevaron con ella otros culpados del mismo delito, y los metieron en el castillo de Cullera, y el rey despachó letras al alcaide de aquel castillo para que los recibiese y guardase, y al baile general de Valencia para que diese crédito a lo que le dirían el dicho Ram y Pedro Esplugues, según
parece en un registro del rey Fernando (Curiae 4, de los años 1414 y 1415). Después la mandó sacar de este castillo, y le dio por cárcel una alquería llamada Rascaña, en la huerta de Valencia, que fue de los religiosos de San Bernardo (Escol. tom. I, fol. 945), donde ya estaba a 12 de marzo del año 1415; y todo el tiempo que estuvieron allá, el rey les hizo la costa a ella y sus hijas y demás presos, y según parece en un registro (2 Pecuniae) del rey Fernando, el cual pagaba el alquiler de la ropa de camas y mesa, porque esta era alquilada, y asimismo les daba de comer y vestir; y siempre tuvieron guarda de soldados a costa del rey: que cierto es un grande desengaño de las cosas de este mundo y de las mudanzas de fortuna, ver que una señora tan principal como esta, que venía de linaje de emperadores por línea legítima, y era suegra de una hija de rey, llegase a tanta pobreza, que se sirviesen de ropa alquilada ella y sus hijas, y se vistiesen de la que el rey les daba por mano de un carcelero, y esta muy limitada y ordinaria. Estando aquí, después de haberle tomado diversas veces la declaración, según la gravedad del negocio requería, le dieron tiempo para defenderse: y sobre el darle abogados hubo muchas diferencias, y a la postre le dieron una nómina de los de la ciudad de Valencia, y ella escogió cinco y dos procuradores, a quien mandó el rey a pena de mil florines que la patrocinasen; pero ellos dieron tales escusas, que el rey las admitió; y mandó a la condesa que nombrase otros, lo que a ella le supo mal, porque decía que siendo su causa tan grave y estando ella acusada de delito de mala calidad, quería ser bien defendida, y no quería otros abogados, sino los que había elegido, ni sabía, fuera de estos, qué otros tomase. Con todo, no hubo lugar, y el rey mandó a un alguacil que compeliese a cualesquier otros que la condesa eligiese para su defensa; y así se hallaron dos que se encargaron de ella, y a 18 de junio de este año 1415 dieron una escritura en que probaron no ser justa la pretensión del fisco, en cuanto pedía que la condesa fuese torturada, porque ni según lo contenido en el proceso había materia para esto, ni su persona estaba sujeta a ella, y que los testigos padecían muchas excepciones, y en particular Alfonso Méndez, de quien decían ser perjuro, traidor, ladrón público, salteador de caminos, homicida, enemigo de la condesa, y que buscaba testigo contra ella, instruyéndoles en lo que habían de hacer; y que Diego Ruiz de Mendoza era infame, vil, perjuro, y que se había mudado el nombre para engañar a sus prójimos, nombrándose Jaime Mestre; y que estaba descomulgado por tener dos mujeres vivas, y que era mago, sortílego, invocador de demonios, y que usaba de hurtar cristianos y venderlos a los moros. Con todo no probó nada contra ellos la condesa, porque el fisco pretendió que ni
aunque lo probara relevaban; y así se le asignó a sentencia para un lunes a 29 de julio 1415, y en ese día llegaron a la alquería Jofre de Ortigas, regente de la cancillería, Luis de Torre-Morell, escribano del proceso, y otros; y allá sacaron la condesa, y le publicaron la sentencia, que era del tenor siguiente:

Nos Ferdinandus Dei gratia rex Aragonum Sicilie Valentie Majoricarum Sardinie et Corsice comes Barchinone dux Athenarum et Neopatrie ac etiam comes Rossilionis et Ceritanie: Visa et recognita preventione et inquisitione facta contra Margaritam olim comitissam Urgelli delatam et infamatam de nonnullis criminibus et conspirationibus contra nostram personam et statum pacificum regnorum et terrarum nostrarum atque reipublice earundem tangentibus: Visis inquam confessione dicte Margarite et testibus inde productis seu eorum attestationibus excepto dicto seu attestatione Alfonsi Mendez de quo noluimus nec volumus aliquam haberi rationem nec respectum ad eum: Visis etiam et attentis defensionibus et exceptionibus pro parte ipsius Margarite oblatis totoque processu diligenter recognito et in nostri consilio examinato et alias procuratoribus et advocatis dicte Margarite pluries ad plenum auditis: Visisque aliis videndis et attentis attendendis sacrosanctis evangeliis coram nobis positis et reverenter inspectis ut de vultu Dei nostrum procedat judicium et occuli mentis nostre videre valeant equitatem die presenti ad audiendam sententiam tam parti fisci quam dicte Margarite assignata non obstantibus in contrarium propositis et allegatis cum de jure non procedant ad nostram sententiam promulgandam procedimus in hunc modum.
Cum constet nobis clare ex meritis presentis processus et alias dictam Margaritam machinasse et de facto conspirasse contra nos seu personam nostram et contra tranquillum statum reipublice regnorum et terrarum nostrarum tractando et in quantum in ea fuit in actum et perfectionem deducendo quod gentes armorum extranae nationis invaderent et occuparent regna et terras nostras: Tractasse etiam et quatenus in ea fuit in actum deduxisse Jacobum de Urgello convictum de crimine lese majestatis et suis demeritis per nos condempnatum et in carcere detentum ab ipso carcere contra nostrum intentum emitere et eruere pravis et dampnatis modis exquisitis et multa alia fecisse attentasse et comississe que directe tangunt personam nostram et prosperum statum regnorum et terrarum nostrarum ut perfertur: Attento maxime quod est relapsa seu jam alias de eodem lese majestatis crimine contra nos et personam nostram ac totam rempublicam delata et condempnata sententialiter per nos qui misericordia moti indulseramus eidem penam quam propterea demeruerat prout est notorium toti *mundo: Idcirco per hanc nostram sententiam difinitivam pronuntiamus sententiamus et declaramus dictam Margaritam incidisse ac comississe crimen lese majestatis eamque ejusdem criminis *ream fuisse et esse.
Lata per Jaufridum de Ortigiis regentem cancellariam in *quadam camera domus sive alquerie de Rascanya sita in horta Valentie die 29 julii 1415 regnique nostri quarto.

Hecha y publicada esta sentencia contra la condesa se prosiguió el proceso contra Ramón Berenguer de Auriachs y Pedro Miron, que estaban presos; y el jueves siguiente, que era el primero de julio, dijo el Auriachs que no pensaba defenderse de lo que había hecho, pues había sido en servicio del conde don Jaime y de la condesa su madre, con quienes se había criado desde niño, y era cierto que pocos servidores hubiera habido de tales señores como estos, que no hicieran lo que él y que suplicaba al rey quisiese perdonar a su ignorancia y poco ber; y así un lunes, a 5 de agosto de este año, declaró el rey haber el dicho Auriachs y Pedro Miron cometido crimen de lesa majestad, y por consiguiente ser merecedores de muerte, que de mera gracia y liberalidad conmutaba en destierro en la isla de Cerdeña; y después el rey Alfonso se Ia remitió y dio perdón.
De esta manera quedó acabada la esperanza que podía tener la condesa de ver a su hijo en libertad, y ella quedó mucho tiempo presa y padeció muchos trabajos y miserias, porque el rey no le daba nada; pero después el rey don Alfonso le dio trescientos florines de renta, es a saber: doscientos sobre las leudas de Tortosa (lezdas) y un derecho que llamaban de los tres dineros por libra, que se recibía sobre las mercaderías entraban de florentinos y demás italianos; y los otros cien florines le dio sobre las questias de Ager, rentas y emolumentos que recibía allá el rey. Pero esta merced no tuvo efecto, y a 10 de junio de 1417 se los dio todos trescientos sobre las leudas de Tortosa y tres dineros del derecho que pagaban los italianos, y otro tanto hizo con sus hijas doña Cecilia y doña Leonor, dándoles a cada una de ellas otros trescientos florines; y mandó que todos estos novecientos florines les fuesen pagados cada cuatro meses cien a cada una, y que la primera paga fuese por todo el mes de setiembre de 1417; y porque en el cumplimiento de esto habían sido algo remisos los oficiales, a 9 de noviembre volvió el rey a mandar lo mismo a Pedro Baset, baile general de Cataluña; y con esta renta pasó la condesa su vida hasta que murió; y estos fueron los sucesos de esta señora, que había llegado a tal punto de grandeza y majestad, (o rey o no res) que había muy pocas mujeres que no fuesen reinas que la igualasen, así en linaje y calidad, por ser descendiente por línea legítima de los emperadores de Oriente, como en riquezas, títulos y dignidades. Solo fueron infelices ella y su hijo, en haber cabido en los consejos (de) hombres violentos e indiscretos, como fue García de Sesé, que fue el principal de ellos, y de tan peligrosos consejos, que siempre se perdieron los que les seguían, y por su consejo se perdió don Antonio de Luna, y después don Fadrique de Aragón, conde de Luna, que por su causa
dejó lo que tenía en Aragón y se fue Castilla, donde recibió muchas mercedes del rey don Juan, pero a la postre murió en la prisión; y él se tomó para sí tales consejos, que vendió los vasallos que el rey don Juan le había dado, y murió asaz pobre en la ciudad de Segovia. Cierto que gran ejemplo es este de los conde y condesa de Urgel, en que todos los hombres deben mirar que no hagan cosas contra de sus señores, mayormente los grandes, que cuanto mayores son, más dignos son de reprensión y más peligrosas sus caídas, y deben siempre de trabajar de tener cerca de si hombres de honesta vida y graves, que si el conde de Urgel y su madre los tuvieran, no cayeran en los yerros que cayeron, ni se acabara una casa y linaje de los más principales y calificados señores de España; y por no quedar estos señores contentos de lo que Dios con su liberal mano les
había dado y haberse dejado llevar de sobrada ambición y soberbia, tuvieron el fin que vemos, y cuando se pensó el conde ser rey, se halló en un calabozo, su mujer, madre, hermanas e hijas a la merced del rey, que les tenía toda su hacienda, y habían de vivir casi de limosna, y aún esa no se la osaban dar, por no disgustar y deservir al rey.
De quien más lástima se había de tener, era de la infanta, que en estos negocios había sabido poco, y le pesaba de las desconcertadas diligencias de su suegra, que aunque se guardaba de ella todo lo posible, pero no dejaba la infanta de saber lo que pasaba, y tenía pesar de ello, y le persuadía que dejase tales medios y confiase de la clemencia del rey y le buscase intercesores, que de esta manera había de alcanzarse la libertad del conde y hacienda; porque lo demás que ella hacía, eran medios desatinados e imprudentes, que habían de irritar al rey, que a la postre todo lo había de saber, por los muchos espías que tenía en todo lugar, y por ser nuevo en estos reinos, andaba muy receloso y más sabiendo que la condesa de Urgel le deseaba ver muerto, y corría voz que había de vivir poco, y se confirmaba, porque después de venido en estos reinos, casi siempre vivió enfermizo.
Quiso el rey asegurarse de que las hijas del conde casasen a gusto suyo, por excusar los inconvenientes podían seguirse casando fuera de estos reinos a disgusto suyo, y más en Francia. Movióse a hacer esto, porque en los testigos se recibieron contra la condesa, entendió el rey que García de Sesé y la duquesa de Bar traían planes de casar a doña Isabel, hija mayor del conde, con el duque de Borbon, (collons, de la familia de Felip V) y las otras con otros señores de Francia, a quien querían darlas porque entrasen con mano poderosa en estos reinos y emprendiesen la conquista de ellos, y por esto deseaba tenerlas allí la duquesa y darles marido de su mano; y la infanta venía bien en ello, porque decía, que por no poderlas sustentar, le era forzoso aceptar lo que le ofrecía la duquesa de Bar, de tenerlas consigo; y el rey, por excusar todo esto, las quiso tener en su poder, y por esto a 14 de abril de 1415 había enviado a Ramón de Empurias, procurador general del condado de Urgel, a la infanta, encargándole que le enviase sus hijas doña Isabel y doña Leonor, porque era mengua suya se hubiesen de criar en Francia en casa la duquesa de Bar, siendo tan deudas suyas y de la casa y linaje real, y estando él obligado a mirar por ellas; de manera que la infanta quedóse muy contenta; y en las instrucciones le manda que lo trajese con toda suavidad y mansedumbre, pero que si la infanta no quiere venir bien en ello, que se las lleve por fuerza al rey; pero la infanta, que conocía cuán bien estaba que sus hijas estuviesen en el palacio real y se criasen con los reyes, holgó de ello, y el rey las envió luego a la reina doña Leonor, su mujer, y las otras dos más pequeñas, que eran doña Juana y doña Catalina, quedaron en poder de la infanta, y tomó seguridad de ella, que no las llevaría fuera del reino. Después de muerta la infanta su madre, se criaron con la reina doña María de Aragón, mujer del rey don Alfonso; y estaba el rey resuelto, si ella rehusaba esto, de confiscarle su dote y todo lo que tenía, y así había dicho a Ramón de Empurias que se lo notificase, pero no fue menester, porque todo salió como el rey quería.
Llevado el conde a Castilla, estuvo en Ureña todo el tiempo que el rey vivió, sin que se hablase más de su libertad, por estar muy ofendido de los medios con que la condesa la procuraba. No vivió mucho tiempo el rey después de esto, porque falleció un jueves a 2 de abril de 1416, en la villa de Igualada, en ocasión que iba a Castilla, para probar si convalecía de una enfermedad que había mucho que le duraba, siendo de edad de treinta y siete años, y después de tres años, nueve meses y ocho días que reinaba: y se vio cumplida una hablilla del vulgo, que no viviría mucho tiempo en estos reinos, y aún decían que el papa Benedicto de Luna, cuando se despidió de él, se lo dijo en un papel que le envió, quejándose de que le hubiese dejado, después de haber ayudado a que fuese rey, favoreciendo su justicia. Decía el papel: Ex nihilo feci te et pro mutua mercede solum me dereliquisti in deserto: dies tui erunt pauci et vita tua abreviabitur illegitimaque tua progenies in nefario incestu concepta non regnavit usque ad quartam generationem.
Pudo ser que como el pontífice le vio enfermizo, conjeturando lo que podía ser, acertase en lo que le dijo. En el testamento que hizo el rey, hallo que en orden a las cosas del conde, solo ordena que todo lo que se debiere a los que trabajaron por el rey en el sitio de Balaguer, ora sean sus vasallos, ora de Castilla, se pague íntegramente, y que lo que faltare cumplir y pagar del testamento del conde don Pedro, se ejecute, y asigna las rentas de Tortosa y los tres dineros por libra que pagan los mercaderes italianos, que eran unos grandes derechos, y sobre ellos asigna y manda se paguen los cinco mil florines recibía cada año la infanta por los frutos de su dote y derechos tenía en casa del conde su marido; y porque había el rey desempeñado muchas de las joyas de la condesa, que habían empeñado por sustentar el gasto de sus pretensiones en el reino, manda que las que constare ella haber empeñado y el rey quitado se le vuelvan, pagando lo que el rey pagó por el desempeño; pero las que el conde empeñó y el rey quitó, que eran de la condesa, manda se le vuelvan sin pagar nada. Este testamento se recibió en Perpiñan a 10 de octubre de 1415 en poder de Pablo Nicolás; y los testigos, que eran ocho, todos eran castellanos.
Sucedió en el reino su hijo don Alfonso, llamado el Sabio (como Alfonso X de Castilla); y lo más presto que fue posible tomó a Alonso de Escalante el mismo juramento y homenaje que había hecho al rey su padre, sobre la guarda del conde; y porque convenía, por estar más seguro de él, le llevaron al castillo de Mora, y de allá, en junio de 1422, al alcázar de Madrid; y después de muerto Alonso de Escalante, a 4 de setiembre de 1424, el rey lo encomendó a Gonzalo Gómez de la Cámara, escudero del difunto, y de quien hacía gran confianza; y porque mejor le pudiese guardar, pidió a la reina doña Leonor, su madre, que mandase entregarle el castillo de Ureña, que en aquella ocasión estaba en tercería en poder del rey de Castilla, para llevar allí al conde; pero Leonor Núñez Cabeza de Vaca, mujer de Pedro Alonso de Escalante, y Hernando y Pedro Juan, sus hijos, dilataban entregarlo; y el rey procuró que el de Castilla mandase entregar el conde a Gonzalo García de Castañeda; pero las cosas sucedieron de manera, que aquel castillo se quedó en poder del rey de Castilla, y el conde fue llevado a un castillo llamado de Castro-Torafe, que era del orden de Santiago, y allá quedó debajo la guarda de doña Leonor y de sus hijos.
Dice Gerónimo Zurita, que el conde tuvo gran confianza en la clemencia del nuevo rey, porque los señores de Italia y Alemania, por amor del marqués de Monferrat, que era deudo muy cercano del conde, y también el papa Martín, intercedían con el rey por su libertad; y esto lo procuraba Berenguer de Fluviá, que estaba por el conde en la corte del papa; pero no acabaron nada, porque el rey siempre temió que si el conde salía, le alborotaría sus estados, porque había muchos a quien no placía la declaración de Caspe.
A 14 del mes de marzo de 1424, que fue algunos meses antes que muriese la condesa, el rey Alfonso, estando en Valencia, nombró por tutor y curador de sus hijas al dicho arcediano Berenguer de Barutell, como a pariente de ellas muy cercano; y dice que entonces tenía doña Isabel quince años, y doña Leonor catorce, y estas señoras estaban en Castilla con la reina doña Leonor, madre del rey; y doña Juana diez años, y esta con la reina doña María, mujer del rey Alfonso; y después tuvo el rey cuidado de casarlas con personas de gran linaje y calidad, como veremos en sus tiempos.
Estando en esta cárcel el conde, sucedió la muerte de la infanta doña Isabel, su mujer, hija del rey don Pedro, el cuarto de Aragón, que murió sábado a 7 del mes de noviembre del año de 1424, en la villa de Alcolea, y luego fue llevada embalsamada a Barcelona, y se le hizo muy solemne entierro, y la llevaron descarada a San Francisco, e hicieron capilla ardiente, y la ciudad de Barcelona dio cincuenta cirios gruesos de cera bIanca, de cinco libras de cera cada uno, con dos señales o escudos de las armas de la ciudad; y Bernardo de Forciá, su tío, y Berenguer de Barutell, arcediano de la Mar, primo hermano de la infanta, convidaron los conselleres y nobleza de la ciudad, que con ropas rozagantes de luto, que llaman gramalles, asistieron al entierro, que se hizo con la solemnidad y aparato de corte debidos a hija de rey y persona de su calidad. Fue sepultada en el monasterio de San Francisco de esta ciudad, en la capilla del Santísimo Sacramento, llamada la Capilla Real, donde están enterradas otras muchas personas de la casa y linaje real: pasó mucho tiempo, antes que el conde lo supo, como veremos en su lugar. El testamento de la condesa se otorgó en Lérida 13 de diciembre del año 1413, ante .... ; y nombra por ejecutores al conde su marido, nobilem Bernardum de Fortiano, militem, *materterum nostrum; Berengarium de Barutell, archidiaconum Beatae Mariae de Mari in sede Barchinonensi, consobrinum germanum nostrum; et gardianum Sancti Francisci Barchinonae: y dispone de cuarenta y cuatro mil quinientas libras de su dote, esto es: veinte y dos mil quinientas a doña Isabel, primogénita; once mil a doña Leonor, y once mil a doña Catalina; y si salia el preñado, que llevaba, a luz, si era una hija o muchas, deja ordenado que doña Isabel tenga veinte mil libras, y doña Leonor ocho mil quinientas, y ocho mil doña Catalina; y esta murió, y nació doña Juana, que casó con el conde de Fox, y después con el conde de Cardona; y de lo que ganaban de la hacienda de doña Sibilia, su madre, lega a doña Isabel las dos partes, y la tercera parte que sea dividida con las demás hijas; y si mueren en pupilar edad, sustituye la una después de la otra, guardando orden de primogenitura. No he visto sino esta cláusula del testamento, y aún no dice el que la transuntó ante quién fue otorgado.
Estuvo el conde en este castillo de Castro-Torafe hasta el año de 1426, en que le pareció al rey más conveniente tenerlo en sus reinos, que no en el de Castilla, porque según las novedades que en él había, era más a propósito que un tal prisionero estuviese en poder suyo, y no de otro ni en reinos extraños; y por facilitar dificultades, si algunas se ofreciesen al rey de Castilla, le envió con otros motivos a Francisco de Ariño, su secretario. Encomendó el traer al conde a Berenguer Mercader, caballero valenciano, camarero y privado suyo y de su consejo, baile de Valencia y alcalde del castillo de Játiva, encargándole que sin divertirse a otra parte, fuese a recibir la persona del conde de Urgel; y le dio las órdenes necesarias para Leonor de Escalante y sus hijos, para que se lo entregasen juntamente con el castillo; y proveyó del dinero que era menester, y se pagó del dote que le había dado la reina su mujer, que había recibido Vidal de la Caballería: pero esto no pudo ser tan secreto, que no lo entendiese el rey de Castilla, y por la forma que se había tenido de apoderarse de la persona del conde, sin orden ni mandamiento suyo, mostró algún sentimiento, y mandó detener la persona del conde. Cuando el rey entendió esto, estando en Teruel en el mes de mayo, hizo gran cumplimiento con el rey de Castilla, avisándole que había enviado aquel caballero, para que trujese a Teruel a don Jaime de Urgel, y tenía mucho sentimiento que no le hubiese informado de la orden que
traía; pero rogábale muy caramente que por su contemplación, así como él haría por su honra en su caso, olvidando aquel enojo, mandase alzar cualquier embargo, si alguno se había hecho de la persona de don Jaime, de suerte que sin impedimento alguno Berenguer Mercader le llevase a Teruel: y el rey de Castilla lo mandó proveer así, y llevaron al conde a esta ciudad, donde estuvo algún tiempo; y de aquí mandó el rey al mismo Berenguer Mercader que lo llevase al castillo de Játiva, con facultad y poder, que si le salían al camino a salteársele, le matase sin más aguardar; y con esta orden, y acompañado de buenas guardas, le llevó a aquel castillo, donde estuvo hasta que le mataron.
Dista Játiva de la ciudad de Valencia nueve leguas, y tiene su asiento prolongado al pie de un monte, y en lo alto un castillo que iguala en largo a la misma ciudad, con quien viene a juntarse por medio de dos muros o paredones, que como mangas, bajan de los dos cabos del castillo por sus vertientes, hasta asirse en la población. El castillo está partido en dos, mayor y menor: el mayor es hacia poniente, el menor hacia levante; y ceñidos de un mismo muro que los cerca a los dos, y por una puerta se entra a los dos, y por las espaldas son ceñidos de peña tajada de inmensa profundidad. Después de la primera puerta hay cuatro muy fuertes, puestas a trecho las unas de las otras, y en ellas solía haber guardas, según costumbre de castillo de homenaje; y cuando uno quería entrar en el castillo, llamaba a la primera puerta y daba su nombre a la guarda, y la guarda de mano en mano avisaba al alcaide, el cual decía si se había de dar licencia al que quería entrar; y este tal había de dejar las armas a la primera guarda. En el castillo mayor hay iglesia so título de María Santísima, y en el pequeño, de Santa Ana, santísima madre suya (pero virgen no). En el castillo mayor hay dos torres grandes principales, la una llamada San Jorje, y la otra Santa Fé. Sin estas dos torres hay veinte de menores, muy fuertes, que están repartidas por el muro del castillo mayor, y ocho por el muro del menor, y todo él es capaz de tres mil personas, y suficiente si está bastecido, a defenderse a sí mismo y a la ciudad: por lo cual es el castillo de homenaje de más calidad y cuenta de toda la corona de Aragón. Y aquí han tenido siempre los reyes la cárcel de más reputación y autoridad, y siempre han puesto en él alcaides personas ilustres y de confiada fidelidad, y los presos más calificados de sus reinos siempre han estado encastillados aquí.
En este castillo y cárcel pasó el conde de Urgel lo que le quedaba de su vida, y estando aquí en junio de 1431, quiso el rey que renunciara en favor suyo el derecho que por razón de la condesa doña Cecilia, su abuela, madre del conde don Pedro, le pertenecía en el condado de Cominges (Comenges) y otras tierras que eran de la duquesa de Berri, y había sucedido en ellas el conde de Cominges, según lo vimos en su lugar, y esto lo pedía en ocasión que se trataba de casar a doña Leonor y doña Juana, hijas del conde, la una con el rey de Chipre, y la otra con su hijo: pero no hallo hiciese el conde tal renuncia, que más era para comodidad del rey y por asegurar en su servicio los condes de Fox y de Armeñac (Armagnac) y algunos señores de Francia, que por provecho de ellos, mayormente que no se efectuaron aquellos casamientos, sino otros de quien hablaremos en su lugar y tiempo.
Estando aquí el conde, le fue a visitar el rey Alfonso, que había mucho deseaba verle, ora fuese por consolarle, ora por curiosidad; y así un día con don Jimen Pérez de Corella, caballero valenciano, hombre muy elocuente, y con seis o siete caballeros le fue a visitar, sin que le dijesen que era el rey, sino que unos caballeros dolidos de sus infortunios le iban a visitar. El carcelero sacó dos bancos en una sala del castillo, y el conde con algunos de estos caballeros se sentó en el uno, y frontero de él en otro banco el rey con los demás; y todos se admiraron de su faz y presencia, y de la grandeza y majestad que, aunque en tal estado, representaba su persona. Llevaba la barba larga, y casi mezclado el cabello. Había mandado el rey que solo mosen Corella le hablase; y siguiendo el orden del rey, le dijo: que aquellos caballeros y él habían venido por ciertos negocios a la ciudad de Játiva, y que todos eran de la casa del rey, y habida licencia del baile general le habían ido a visitar, y saber de él mismo si le faltaba cosa, y si se le hacía buen trato; y si quería nada; porque ellos se sentían con ánimo de alcanzarlo del rey, con que no fuese la libertad; porque de ella, sin licencia del rey, no podían hablar en aquella ocasión, ni se sentían con ánimo de poderla alcanzar: solo le certificaban que estaban muy sentidos de sus infelicidades y desdichas, porque todo le había venido por falta de ánimo y por poco saber; y esto último mandó el rey que le dijese, por ver el conde qué respondería; el cual antes de decir nada, le dijo, que gustaría mucho saber él quien era y cómo se llamaba, porque ni de él ni de los demás, ni tenía noticia ni conocimiento alguno. El Corella le dijo él quien era y los demás: del rey dijo ser un caballero castellano de casa del rey; y el conde gustó mucho de conocelles, y mucho más de la visita que le habían hecho, haciéndoles muchas gracias por ello, y estimándoles mucho que ellos se doliesen de sus desdichas, de las cuales vivía muy consolado y aconortado, por haber visto y saber, haber sucedido en el mundo casos semejantes al suyo; y creía que si la justicia hubiese sido suya, Dios se la hubiera dado, y no le hubiera puesto en aquel estado en que se hallaba; y creía que si Dios, que sabe todas las cosas, le hubiese conocido bueno para rey y útil para regir y gobernar el reino y cosa pública (república), no se le hubiera quitado; y tenía por cierto que tomó Dios el más útil para el bien común y gobierno de la corona, dejándole a él en aquel estado en que se veía, ignorante e incierto de lo que le había de suceder: y en lo que le preguntó si tenía lo necesario para su sustento, dijo que sí, y que estaba muy bien tratado sin faltarle nada, aunque en Castilla había padecido mucho en uno de los castillos en que estuvo preso, y que por haberle sucedido un caso de gran pesar, se lo quiso contar, y fue, que le echaron en un calabozo que había en lo más hondo de una torre, y allá con grillos y cadenas estuvo preso muchos días, y era tan oscuro, que vino a perder el tino del día y de la noche, y del tiempo y del año; así que ni sabía dónde estaba ni cosa de esta vida.
Cierto día pidió a un mancebo que le llevaba la comida, y se la echaba como si fuera un perro, qué día era aquel, y qué tiempo del año: el mancebo se le dijo. Salido, dijo al alcaide lo que el conde le había preguntado, y lo que había pasado entre los dos, de lo que se enojó de tal manera, que hecho un león, bajó donde estaba, y con gran furor e ira le dijo, porqué había hecho tal pregunta al mancebo, ni qué le iba a él en saber lo que había preguntado, pues a un preso como él no le era lícito saber cosas tales; pues su cárcel había de ser perpetua, sin esperanzas algunas de haber de salir de aquel horrendo calabozo: y añadiendo palabras muy villanas y pesadas, tratándole mal con las manos, y aún cercenándole el sustento necesario, le dejó tal, que lo que hizo con él, no lo hubiera hecho con un esclavo o bárbaro, homicida o ladrón público: y que él, aunque en tal estado, sintió aquella injuria tan gravemente, que jamás le había podido salir del entendimiento, ni aún perdonarla, aunque había hecho sobre esto su confesor grandes diligencias, y nunca había podido acabar con él, que dijese: Dios se lo perdone; habiendo de muy buena voluntad y corazón perdonado a todos aquellos que habían sido causa de su prisión y destrucción, pero a aquel castellano jamás había podido, y tenía por cierto, que si ellos supieran lo que allí le había sucedido, le hubiesen jamás perdonado, antes según orden y reglas de caballería tomarían por él la venganza; y dicho esto, le saltaron las lágrimas de los ojos con gran abundancia, y el rey y los demás quedaron adoloridos de lo que oyeron. Don Jimén Pérez de Corella tomó la mano por ellos y dijo al conde, que la venida de ellos no había sido para darle pena ni acordarle trabajos pasados, que ya sabían tener hartos al presente, sino solo para darle consolación y alivio; pero no podía excusarse de decirle para su mayor bien y provecho, que le parecía que el demonio había tomado ocasión de aquel suceso que había contado de hacerle perder todo el mérito y ganancia espiritual de sus oraciones, ayunos, obras penales y otros santos ejercicios que hacía, y de la paciencia con que sufría sus trabajos y cárcel, y que por no malograr tanto bien, no había de mirar a la maldad y humana crueldad de aquel mal hombre, sino solo al mandamiento de Dios y voluntad suya, que quiere que perdonemos las injurias por su amor, y que cuanto mayores son las que perdonamos, tanto mayor es el mérito que nos queda, y más alcanzaría de Dios con esto, que con todas las buenas obras que hacía.
No quisieron que les dijese quién era aquel bárbaro que tal maldad había hecho, sino había de considerar que los alcaides de las fuerzas, a quien están encomendados prisioneros de su calidad, es bien que estén siempre recelosos, así como hace el cómitre en la galera, y algunas veces por estar más seguros de ellos, hacen cosas no debidas y mal hechas. Y le dijo que les parecía a todos los que allá estaban debía considerar nuestro buen Dios y Señor, redentor del linaje humano, cuántas y cuán graves injurias y afrentas sufrió en este mundo por nuestro amor, hasta parar en una cruz, y que por su amor había de perdonar no solo a aquel mal hombre, pero aún a cualquier otro que le hubiese ofendido, por poder alcanzar perdón para si, pues es cierto que quien al prójimo no perdona, de Dios no es perdonado; y le rogaron que antes que ellos se partiesen de él, lo hiciese así por amor de Dios y de ellos que le habían venido a consolar y ver, y estaban tristes de que su alma y conciencia estuviese cargada con aquella culpa. El conde no les respondió palabra, sino que se puso a llorar muy tristemente, y don Jimén Pérez de Corella le dijo que ellos no habían venido allí para entristecerle, pero no podían dejarle de decir que estaban muy lastimados de ver que por tan poca cosa como era aquella estuviese turbada su alma y en un mal estado, y que se perdiese el bien que hacía; y que pues no podían acabar con él que por amor de Dios y de él les perdonase a aquel hombre que le había ofendido, juraba tan por sí como por los demás caballeros que allí habían venido, de no salir de la ciudad de Játiva ni quitarse la barba ni comer sentados ni con manteles, hasta que él hubiese perdonado; y el rey y demás caballeros pidieron y juraron lo mismo.
Esta acción del rey y de los demás fue de tal eficacia y movió de tal manera las entrañas y corazón del conde, que luego se arrodilló y hizo gracias a Dios de la merced que le había hecho de enviarle tales consoladores para bien y salud de su alma y espíritu, reputándoles no por hombres, sino por ángeles bajados del cielo para abrir los ojos de su entendimiento; y arrepintiéndose de su mala voluntad y propósito, y por cumplir el mandamiento y voluntad de Dios, le perdonó de todo su corazón, y no solo a él, mas aún también a todos los que le hubiesen agraviado, reconociendo que sus pecados merecían el azote y trabajo que Dios le había enviado; suplicándole que por su bondad y misericordia infinita le perdonase. Y luego el rey y los demás le agradecieron lo que había hecho, y quedaron muy contentos del fruto que habían sacado de su visita, y luego le mudaron de nuevas y metieron en otras cosas, y le pidieron que dijese qué era la cosa de que él más gustaba, que tal cosa podría ser, que la alcanzarían del rey, por ser de él muy favorecidos. El conde les agradeció el ofrecimiento que le habían hecho, y dijo que tres cosas eran las que él deseaba: la primera, saber si la infanta doña Isabel, su mujer era viva; la otra, si su hija mayor, que él mucho quería, era casada, y con quién, y si la había heredado el rey de una parte de su patrimonio del conde; la tercera, hallarse delante del rey, para pedirle perdón, y que le metiese en algún monasterio de cartujos, en que pudiese loar y bendecir a Dios, y acabar entre ellos su vida.
Holgaron todos de oír lo que el conde les dijo, y respondió que las primeras dos cosas era bien que las supiese, y aún confiaba que la tercera se alcanzaría del rey, pues era cierto que ni él ni los suyos eran poderosos para quitarle la corona; y que le era mejor, en vez de reclusión en un monasterio de cartujos, que se ordenase y el rey le hiciese merced del arzobispado de Zaragoza, que estaba vacante por muerte o impedimento de don Alfonso de Arehuello, y con aquella prelacía podría vivir, y aún sustentar estado conducente a su persona y calidad. No había sabido aún de la muerte de la infanta, y la conjeturó de estas palabras el conde y la sintió mucho, y dijo que solo le consolaba considerar que habían tenido fin sus trabajos: y sabido del estado de sus hijas, agradeció la merced que el rey le había hecho de casar la mayor, y el favor hacía a las demás, y esperaba lo haría bien con ellas como de tal rey se podía esperar, que sangre suya eran; y que él no tenía pensamientos de arzobispado ni de otras dignidades, porque estaba tan poco codicioso de regir y gobernar, que si el rey le sacara de la cárcel y le restituyera todos sus estados, que eran mayores y rentaban más que tres arzobispados, no los tomara para haberlos de regir, por no juzgarse digno de gobierno alguno, que a haberlo sido, no se los hubiera Dios quitado; y solo su gusto y deleite sería lo que le quedaba de vida pasarlo en un monasterio de cartujos, en cuya santa compañía pudiese loar y bendecir a Dios.
El rey y los demás, por ser ya tarde y no quererse meter en otras cosas, se despidieron y el conde les hizo cortesía hasta la puerta de la sala donde estaban, porque no le era lícito pasar de ella; y al salir, con la cortesía que hicieron al caballero castellano, conoció el conde que era el rey, y lo dijo así al alcalde, aunque él se lo negó.
Salió el rey tan lastimado de los trabajos del conde, que determinó de darle el arzobispado de Zaragoza, y lo trató con algunos de su consejo; pero no faltó uno que le dijo: - Señor: vuestro padre con gran trabajo y gastos adquirió estos reinos, y los ha dejado a vos pacíficos y quietos; yo os aconsejo que los conservéis así como él os los ha dado, y no queráis aventurar a que salido el conde mueva novedades, que ya que de él se pueda confiar, pero puede ser que otros por él y en su nombre intentasen cosa que a vos os pesase. Vos, señor, dadle en la cárcel lo necesario y mandad que no se le haga descortesía ni disgusto; pero sed seguro de él, y si quiere rogar a Dios y servirle, hágalo en ella, que harto lugar y tiempo tiene. - Al rey le pareció esto bien, y mandó que de las rentas reales le diesen cierta cantidad de dinero para su comida, y que con licencia del baile general en escritos le dejase visitar, y que el mismo baile tres o cuatro veces en el año le fuese a ver, y le diese cierta cantidad de dinero para poder dar limosna o gastar a su gusto, y esto a más de lo que se le daba para plato y vestido.
La hija mayor del conde, que estaba casada con el infante don Pedro de Portugal, y el mismo infante y las otras dos hijas trabajaban todo lo que les era posible con el rey para que le perdonase y diese libertad. Estando en esto, sucedió que el infante don Pedro, a 1.° de julio de 1431, fue preso en la villa de Alburquerque (quercus albus o alba : roble, quejigo blanco ?) del reino de Castilla; y deseaba tanto el infante don Enrique, su hermano, verle puesto en libertad, que deliberó para alcanzalla dejar todo lo que tenían los dos en los reinos de Castilla, donde por causa de los hermanos hubo hartas inquietudes y daños, que refieren todos los que escriben las cosas de aquel reino; y por medio del rey de Portugal se tomó asiento que fuese librado de la prisión y llevado en poder del infante don Pedro de Portugal a la fortaleza de Segura, que dista dos leguas de Alcántara, y que el infante don Enrique entregase todas las fortalezas que tenía en Castilla, así las de su patrimonio, como las de Alcántara y Santiago, y así se hizo. Con esto fue puesto el infante don Pedro en libertad, y de aquí los dos hermanos y la infanta doña Catalina, mujer de don Enrique, se fueron a la ciudad de Coimbra, que era del infante don Pedro, yerno del conde de Urgel, para de allí irse a embarcar a Lisboa. Estando aquí, el infante don Pedro y doña Isabel, su mujer, duques de aquella ciudad, movieron trato con ellos sobre la libertad del conde, y ellos dieron por excusa que no estaba en su mano dársela, sino del rey su hermano que le tenía preso. Sabía el infante don Pedro de Portugal, que si ellos querían, era fácil alcanzarla; y les dijo que no saldrían de Coimbra que primero no fuese allá el conde, y les aseguraron que ellos no querían otra cosa sino sola su persona; y porque no dudasen de cosa, les prometieron que el conde con toda solemnidad necesaria definiría y renunciaría muy larga y bastantemente, así al reino de Aragón y a cualquier derecho que le perteneciese en aquel por cualquier causa y razón, como también al condado de Urgel y vizcondado de Ager, cualesquier tierras y señoríos tuviese en cualquier parte, que loaría y aprobaría la confiscación que el rey había hecho, dándola por justa y legítimamente y en caso debido hecha; y para mayor seguridad la duquesa doña Isabel, hija primogénita del conde, haría lo mismo, loaría y aprobaría y declararía justa la dicha confiscación y emanciparían los hijos de este matrimonio, y harían que el papa les diese tutores que loasen e hiciesen lo mismo que el duque, duquesa y conde de Urgel, porque ellos solo querían la persona del conde y no otra cosa alguna.
El rey, que supo esto, estuvo muy sentido de la detención de los hermanos, y más que fuese por aquella causa, porque pensaba que si el conde saliera de la cárcel moviera algunos humores; y así desde Italia, donde estaba, envió embajada al infante don Pedro de Portugal, para que entendiese que él estaba maravillado de la detención que hacía de los infantes sus hermanos y de lo que pedía, pues era cosa que solo dependía de la voluntad de él y no de la de ellos, y que no pensase con fuerza haber a su suegro, que eso no se había de alcanzar de esa manera, y que si hacer se tenía, él lo haría de su mera voluntad; y que mientras los infantes estuviesen detenidos, no haría cosa; pero que les dejase ir, que él haría de manera que quedaría contento, porque él hacía muy poco caso de su libertad o prisión: y así por medio de sus embajadores y de algunos señores del reino de Portugal a quien el rey escribió, se tomó sobre la libranza de los infantes este asiento, y fue: que los infantes no fuesen detenidos, y que los embajadores por parte del rey, y los infantes por su parte, prometieron meter el conde sano y salvo en poder del infante su yerno, y sobre esto hicieron sus juramentos, y aún dicen que comulgaron y partieron la hostia, y como caballeros prometieron que con todo efecto cumplirían lo prometido, e hicieron ciertas escrituras de su mano selladas con sus sellos, y embarcados en una galera se vinieron al reino de Valencia.
El infante don Pedro de Portugal y doña Isabel, su mujer, aguardaban con gran deseo el cumplimiento de la promesa, y ver al conde entre ellos; pero pensando que este sería el medio para alcanzar la libertad, cuando mayores confianzas tenía de ella, halló la muerte: y fue que el rey don Juan de Navarra, hermano del rey, era por ausencia de él lugarteniente general en los reinos de Aragón y Valencia, y le sabía mal que se hablase de dar libertad al conde, porque por no tener el rey su hermano hijos 
la corona le pertenecía a él, y temía que si el conde salía de la cárcel, no le enturbiase la sucesión, porque él y sus hermanos no eran muy bien quistos en estos reinos, y había muchos que deseaban ver novedades, que eran muy contingentes si el rey moría (como murió) en Nápoles, donde de continuo estaba: y así por quitarse de tales cuidados y asegurar su sucesión, trató, sin saberlo el rey, con sus hermanos que el conde muriese, porque decía que hombre muerto no hacía guerra, que fue lo que dijo el otro mal consejero de la impía Isabel, reina de Inglaterra: mortui non mordent; y presumía que muerto una vez el conde (una vez muerto el conde), ni se hablaría de sus cosas ni del derecho en el reino; y así usando del poder de lugarteniente del rey, y alcanzándole tras de él para el castellano de Játiva, en que le mandaba que si el rey de Navarra iba allá, hiciese todo lo que le mandase así como si él fuese en persona; y así una mañana, al primero de junio de 1433, el rey de Navarra, don Enrique y don Pedro, sus hermanos, llegaron al castillo y pidieron al castellano, qué era del conde, y él les dijo que aún estaba en la cama: mandáronle le dispertase y que luego se viniese con ellos, que habían de tratar con él. El castellano llamó al conde y le dijo que luego se vistiese y saliese allá donde estaban los infantes, que le aguardaban y le querían hablar, y que saliere presto, que llevaban grande prisa y se querían ir. 

Fue notable la alteración y susto que tuvo el conde cuando oyó que estaban allá los tres hermanos, y dijo luego: - Castellano: yo soy muerto; muerto soy. - Y vistiéndose el jubón, hizo una grande exclamación a Dios nuestro Señor, lamentándose de sus desdichas e infelicidades y pidiéndole perdón de sus pecados; y acabado de vestir, siguió al castellano, que le llevó donde estaban los infantes; y el conde le siguió temblando como un delincuente que llevan al suplicio, y por el camino le dijo que le fuese testigo, y se acordase que antes de cincuenta años había de ser vengada su muerte y sangre, no solo en los infantes, mas aún en todos aquellos que habían sido causa de su perdición y daño: y dicho esto, el castellano le dejó en el aposento donde estaban los infantes, que cerraron el aposento, y el castellano sintió dentro gran ruido, y en particular tres o cuatro gritos que dio el conde, diciendo: - No sé tal cosa, no sé nada de esto. - Y poco después abrieron el aposento, y dejaron el conde muerto. El castellano entró a buscar al conde; y como le vio tendido en el suelo, metióse a llorar, y dijo: - Señores, ¿qué habéis hecho? y qué cuenta daré yo al rey y al baile de Valencia de la persona del conde? - Y ellos le dijeron, que no cuidase de más, que esa había sido la voluntad del rey, y mandáronle que tomase el cuerpo y le volviese a la cama, y dijese que lo había hallado muerto, y le pusieron graves penas si otra cosa decía; y se salieron del castillo e hicieron su camino: pero no fue esto tan secreto, que no se murmurase entre la gente, afeando todos aquel hecho; y lo que no osaban decir en público los cuerdos y discretos, lo cantaban los locos; porque sucedió en Barcelona, que un día el infante don Pedro paseaba por la ciudad en ocasión que había poco que era venido de Monserrate a dar gracias a la Virgen de la libertad le había Dios dado, donde ofreció unos grillos de plata, en memoria y reconocimiento de la merced alcanzada. Un loco le vio, llamado Matas, de Molins de Retg, en la plaza de las Coles, y dijo a grandes voces: - Este buen infante viene de Portugal, donde ha estado preso, y de matar al conde de Urgel; y ahora viene de Monserrate de ofrecer unos grillos de plata, y pedir a Dios perdón de la muerte que ha hecho del conde; mas él llevará el pago de su culpa.
El castellano, luego que hubo metido al conde en la cama, según le habían mandado los infantes, avisó luego al baile general de Valencia y a los jurados, justicia y escribanos de aquella, que llegaron antes que el baile, y les enseñó el cuerpo del conde, muerto, y tomaron información de testigos y levaron auto de lo que veían, y poco después llegó el baile e hizo lo mismo para dar razón al rey como le habían hallado muerto: y hecho esto, le enterraron en el monasterio del Socós, de la orden de San Agustín, de aquella ciudad. Fue su muerte, según Martín de Viciana, que dijo haberlo sacado de los libros de la bailía de Játiva, a 2 de febrero de 1445; pero según el dietario de la ciudad de Barcelona y Gerónimo Zurita, lunes al primero de junio de 1433, a quien sigue el abad Carrillo: y es más verosímil lo que dicen estos autores, porque en el tiempo que dice Martín de Viciana eran ya muertos don Enrique y don Pedro, y así creo que debió ser error o de la imprenta o del trasladar de aquel libro, y no del autor. Duróle la cárcel diez y nueve años, siete meses y siete días.
Este fue el fin de don Jaime de Aragón ,conde de Urgel y vizconde de Ager en Cataluña, señor de las baronías de Antillon y Entenza, y otras de los reinos de Aragón y Valencia y principado de Cataluña, descendiente por línea de varón del primer Wifredo, conde de Barcelona, y por línea de su madre de los emperadores de Alemania; cuya muerte sucedió después de una muy larga y penosa cárcel, y en la ocasión que más confianza tenía de salir de ella; y de no haber querido aceptar el partido que le hizo el rey don Fernando, vino a perder todo el resto, y quedó en un estado tan infeliz y desdichado, que de él le quedó el sobrenombre de don Jaime de Aragón, conde de Urgel, el Desdichado, que esta es la memoria de sus calamidades y desgracias. Con todo, dice fray Fabricio Gauberto, en su Historia, que afirmaban que en el tiempo que estuvo en la cárcel hizo tal penitencia y tal enmienda de su vida, y reconoció tanto a Dios y murió tan santamente, que ganó mayor corona y alcanzó más alto reino que nunca el mundo darle pudiera, porque la adversidad lleva más hombres a los cielos, que el favor de la prosperidad.
Tuvo el conde de su mujer, la infanta doña Isabel, seis hijas: la primera fue doña Isabel, que en el año de 1428, casó con el infante don Pedro de Portugal, duque de Coimbra, hijo del rey don Juan el segundo de Portugal y hermano del rey don Eduardo, que había casado con doña Leonor, hija de don Fernando de Aragón y hermana de nuestro rey don Alonso, que fue el que casó a esta señora, y fue en ocasión que el infante don Pedro venía de Alemania de visitar al emperador Segismundo, y a la vuelta pasó por Barcelona, y entró en ella a 2 (el dietario de Cervera dice a 8) de julio de 1428, y fue hospedado en casa de Juan Fivaller, al lado de la iglesia de San Justo, y de aquí fue a Valencia, donde entró a 24 del mes, y fue recibido en estas dos ciudades con muchas demostraciones de alegría, y el rey le hizo mucha cortesía y entonces se concertó de casarle con esta señora; y después envió el infante sus embajadores, y eran Gómez de Silvera y T. Alfonso, su vicecanciller, y todos de su consejo, con poder de hacer el casamiento, que no nombró la dama con quien se había de casar; y otorgóse este poder en Valencia, a 2 de agosto de 1428, y después, estando en Valladolid, a 1 de setiembre, la nombró; y los capítulos matrimoniales se hicieron, en cuanto a la firma del infante, a 17 de setiembre, en Valencia, y de doña Isabel, a 28, en el castillo de Alcolea, donde ella estaba, y después aún tardaron a consumar el matrimonio, porque hallo que el rey, a 4 de marzo de 1829, les confirió un privilegio que el rey don Pedro, a 10 de mayo de 1370, en Tarragona, había dado a la condesa doña Cecilia, de poner un barco en Cinca, en los términos de Alcolea, o de Monbru o de Fontclara, y dice: futuris conjugibus quorum esse dicitur locus de Alcolea. Celebróse el desposorio por procuradores en el mismo castillo de Alcolea, y fue llevada con gran acompañamiento a Portugal. Fue la dote el castillo y villa de Alcolea de Cinca, que el rey había vendido a la infanta doña Isabel, su madre, por sesenta mil florines de oro de Aragón; y se los retuvo el infante en satisfacción de parte de las cincuenta mil libras barcelonesas tenía de su dote, e hízose esta venta en Valencia a 28 de octubre de 1417, y dióse esta villa y castillo por cuarenta mil novecientos florines, que valían cuatrocientos cuarenta y nueve mil y novecientos sueldos barceloneses, y le da facultad al infante que las pueda vender por satisfacerse de la dicha dote, y pactaron que lo que valiese más, se reservase para los dotes de las otras hijas, doña Leonor y doña Juana; y le hizo de esponsalicio seis mil florines, asegurando aquellos sobre Montemayor y Fontulga, lugares suyos en el reino de Portugal, junto a Coimbra. En este negocio, y como a procurador suyo, intervino Berenguer de Barutell, arcediano mayor de Lérida y de Santa María de la Mar de Barcelona, tío y procurador de estas señoras, que así le llaman en los capítulos matrimoniales; y este buen clérigo jamás las desamparó en su adversa fortuna y la procura se le hizo en Alcolea, a 7 de agosto de 1428.
Fue el infante hombre muy dado a estudios y escribió muchas obras en prosa y en verso, y peregrinó gran parte del mundo, obrando y viendo cosas grandes. Sus cosas y la poca merced que le hizo el rey don Alfonso, su yerno y sobrino, y su muerte, escriben los autores portugueses y más en particular Luis Coello, en sus Reyes de Portugal. Tuvo de su mujer seis hijos: don Pedro, celebrado entre los portugueses por su hermoso aspecto y linda gracia, y fue condestable de Portugal, y en tiempo del rey don Juan, el segundo, vino a estos reinos para defender y amparar a los catalanes, que estaban muy oprimidos de aquel rey, y vivió poco, y murió con sospecha de veneno, y fue sepultado en Santa María del Mar de Barcelona, en el altar o capilla mayor de aquella iglesia, debajo de una gran losa o piedra de mármol que estaba en medio de él, y que en nuestros días fue quitada, por la obra del pavimento nuevo que se ha hecho en aquella iglesia y en la capilla mayor.
Don Juan, que casó con Carlota, hija de Juan, rey de Chipre, y por la incapacidad del suegro fue llamado para que rigiese y gobernase aquel reino, y es contado entre los reyes de Chipre, y no dejó hijos, y murió en Borgoña con sospechas de veneno.
Don Jaime, cardenal de San Eustaquio, arzobispo de Lisboa, varón de gran ingenio, letras y virtud, y tan raro en la continencia, que para cobrar salud en la enfermedad de que murió, dijeron los médicos usar de cierto remedio que paraba en ofensa de Dios, y por no manchar su pureza, dijo que más quería morir mozo que vivir sucio. Dióle el capelo el papa Calixto III, el año 1456, y no falta quien dice haberlo hecho por dar pesar al rey don Alfonso, que en aquella ocasión estaba disgustado con el duque su padre, y por ensalzar la memoria del conde de Urgel, su abuelo, y por dar a entender al rey, que aunque muerto, no lo era en la memoria de todos.
Doña Isabel, que casó con el rey don Alonso de Portugal, de cuyo matrimonio salió el rey don Juan el segundo.
Doña Beatriz, que casó con Adolfo, señor de Raveste, hijo del duque de Cleves.
Doña Felipa, que fue monja en Odinelas.
La otra hija del conde de Urgel se llamó Leonor, y casó, aunque muy contra su voluntad, con Ramón Ursino, que fue príncipe de Salerno, duque de Amalfi y conde de Nola y Scaphara, y maestro justiciero en el reino de Nápoles, muy querido y estimado del rey don Alfonso, que fue el que le dio algunos de estos títulos, sin otros muchos pueblos y rentas; y por más asegurarte en su servicio, le dio mujer de su casa y alcurnia real, que fue esta señora, aunque él pensaba casar con doña Juana, que era la hija tercera, que después casó con el duque de Cardona. Parece en memorias de estos tiempos, que le pesó mucho a esta señora pasar a Italia, y no quería firmar el matrimonio por palabras de presente con el procurador que el príncipe había enviado a Cataluña, que se llamaba Antonio Mestrella, y se le había dado el poder a 26 de diciembre de 1437, y había mandado el rey que se embarcase en las galeras que en aquella ocasión habían de ir a Nápoles, cuyo capitán era Mateo Pujadas, caballero catalán; pero doña Leonor rehusaba con gran porfía firmar este matrimonio, y mandó el rey que en caso que no quisiese ir de buena gana, la metiesen por fuerza en la galera, sin tenerle respeto; y esto lo hacía el rey, porque este matrimonio había sido medio porque el príncipe se redujese a su servicio y obediencia, de que resultaba de su empresa gran favor, por ser uno de los caballeros más principales del reino, y era muy emparentado con el príncipe de Tarento; y esta repugnancia de doña Leonor había llegado a tanto, que muchos, hasta el rey de Portugal y el infante don Pedro, cuñado de doña Leonor, habían escrito al rey, que aquel matrimonio no se hiciese contra voluntad de la dama, de lo que el rey se maravilló no poco, sabiendo la calidad y grandeza de la casa de aquel príncipe y su linaje que, según el rey afirmaba, era de los mejores y más calificados del mundo; y así a la postre vino bien en ello, y se embarcó a 23 de mayo, o según he visto en algunas memorias, a 28 de octubre de 1438, en dos galeras, una de Bernardo de Requesens, y otra del procurador real de Mallorca. El dote de esta señora fue el ducado de Amalfi.
La otra hija se llamó doña Juana, y casó dos veces: la primera con Juan, conde de Fox, y vivieron juntos solo nueve meses, y fue la tercera de tres mujeres que tuvo.
Había enviudado de la segunda mujer el año 1435, y el siguiente ya murió; y de este matrimonio no quedaron hijos, y después siendo viuda, se concertó con Gastón, su entenado, sobre su dote y esponsalicio: he visto este auto en los papeles del archivo de Cardona, hecho en el castillo de Maseret a 18 de mayo de 1436: y después estuvo mucho tiempo en Francia, y le salieron algunos casamientos muy buenos, y el rey, que lo supo, los estorbó; que por ser mujer de su linaje e hija de tal padre, quiso que casase de su mano y que volviese a estos reinos, lo que ella rehusaba; y el rey mandó venir de Nápoles a Cataluña a don Berenguer Doms, caballero catalán, para decir a la reina doña María la mandase venir a poder suyo, y si no lo quería hacer, se procediese a ocupación de sus bienes, y que en todo caso se embargase Castellón de Farfanyá, que era suyo, porque se recelaba que no se apoderasen de él gentes extranjeras; y así se vino. Después, en el año de 1444, en junio, casó esta señora con don Juan Ramón Folc, conde de Cardona y Prades, e hijo de otro Juan Ramón Folc, conde de Cardona. En los capítulos de este matrimonio hallo que se llevó en dote veinte mil libras catalanas, que eran aquellas le había dejado la infanta doña Isabel, su madre, más dos mil seiscientas sesenta y seis libras y un tercio, de aquellas ocho mil libras que la infanta había dejado a su hija doña
Catalina, y por haber muerto, se dividieron las dichas ocho mil libras con doña Juana y doña Isabel y doña Leonor, sus hermanas. A más le dio en dote diez mil florines había de cobrar del conde de Foix por el esponsalicio y screix, y todo lo demás que hubiere; y el conde de Cardona le hizo aumento de dote de diez mil florines: y de este matrimonio salieron don Juan Ramón Folc, primer duque de Cardona, por merced del rey Católico, hecha en Sevilla a 7 de abril de 1491, y por eso de aquí adelante tomaron las armas de los condes de Urgel, como hoy las traen los duques de Cardona, sus descendientes, que son un escudo en franja, con los palos de Aragón y los jaqueles de oro y negro.
Nació también de este matrimonio don Pedro, que fue obispo de Urgel y después arzobispo de Tarragona. Hablando de él el arquiepiscopologio de Tarragona, dice así:
Petrus a Cardona, non leve *docus antiquissime et perillustris Folcorum stirpis et familis, ex Urgelensi pontifice Tarraconensis creatus est, quem sui generis *avitam nobilitatem suis virtutibus multo nobiliorem reddidisse fatebuntur omnes quibus ea, que pro civili atque ecclesiastica republica cum summa laude gessit, fuerint non ignota. Nam et cancellarius regius quum multos annos fuisset et cum magistratum illustrasset, toti provincie regia potestate prefectus, tanta integritate et prudentia provinciam administravit ut ex infestissima pacatissimam mirabili dexteritate reddiderit. Jam vero Tarraconense templum magnificentissimis edificiis exornavit, et dignitatem multis opibus auxit et locupletavit. Moritur anno 1530, quo tempore sevissima pestis per universam hanc regionem grassabatur: prefuit Tarraconensi cathedre annos 15, menses 1, dies 8.

En Urgel estuvo cuarenta y dos años prelado, segun parece en los episcopologios de aquella iglesia. Está su cuerpo en las capillas de los Cardonas, en la Seo de Tarragona, en un sepulcro de mármol levantado, adornado de varias inscripciones.
Las otras tres hijas que quedaron del conde murieron sin casar, y se llaman doña Beatriz, doña Felipa y doña Catalina, a quien la infanta dejó ocho mil libras de dote, y murió después de muerta la infanta su madre.
Hallo observado en memorias antiguas, que los infelices sucesos del rey don Juan y desgraciadas muertes de los infantes sus hermanos, las atribuyeron los antiguos a las vejaciones y malos tratos hicieron estos príncipes al conde de Urgel, como que fuesen en venganza de ellas.
Del infante don Pedro cuentan las historias del reino de Nápoles y otras, que después de haber perdido todo lo que había en los reinos de Castilla, por habérselo quitado el rey don Juan, pasó a servir al rey don Alfonso, su hermano, en Nápoles; y el infante, que tenía cargo de la artillería, estaba un día batiendo aquella ciudad, y vio que los genoveses, que tenían en guarda la iglesia de Nuestra Señora del Carmen, habían subido al campanario algunas bombardas que le podían ofender, y por quitarlos de allá, mandó al artillero que diese fuego a una gran bombarda, llamada la Mesanesa, que estaba encarada al campanario; pero la bala dio en el muro de la ciudad, y de allá con gran fuerza surtió a la iglesia y entró dentro de ella, y rompió un tabernáculo donde estaba una imagen de Cristo crucificado, y se llevó la corona de espinas y cabellos de ella, y aún le quitara la cabeza, si la imagen no la inclinara, dando lugar a que la bala pasase, y dio en el suelo, junto a la puerta mayor, donde, en memoria del caso, pusieron en el suelo un mármol redondo; y los napolitanos tuvieron esto a gran milagro, como en fin lo es; y esto sucedió un jueves, a 17 de octubre, la hora de tercia. El día siguiente el infante, a la misma hora, vino al campo para continuar la batería, y mientras estaba dando prisa al artillero para que tirase, vio venir del campanario del Carmen una bala de bombarda, que dio tres saltos en el suelo, y a la que quiso apartarse de ella, dio el cuarto salto sobre la siniestra parte de la cabeza del infante, y se llevó la mitad de ella, y el cerebro quedó esparcido por el aire, dejándole muerto sobre el caballo en que iba. Lleváronle su cuerpo a la iglesia de Santa María Magdalena y fuéronlo a decir al rey, que oía misa en Nuestra Señora de las Gracias, y después de haber hecho grandes lamentaciones por la muerte tan desastrada y dicho palabras de gran sentimiento, dijo: - Esta mañana le dije yo que, por mi amor, no hiciese asestar la artillería hacia la iglesia del Carmen, porque un hombre que había salido de la ciudad me había referido un milagro que había sucedido en una imagen de Cristo Señor nuestro, y el infante deseoso de hacer daño en los genoveses que estaban en aquel lugar, no me respondió palabra, y Dios justo ha querido con la muerte suya castigar su atrevimiento. - Y por perpetua memoria, escribieron este caso en una tabla que está en aquella iglesia del Carmen. Este fue el fin del infante don Pedro.
Don Enrique, después de haber pasado grandes trabajos y persecuciones de cárceles y confiscaciones de bienes y privación del maestrazgo de Santiago y otros, en una batalla
que tuvo con gente del rey de Castilla, junto a Olmedo, fue vencido y herido en la mano izquierda, y sobreviniéndole una calentura pestilencial feneció sus días, martes a 15 de julio de 1445.
Pues del rey don Juan harto sabidos son los disgustos que tuvo con el príncipe don Carlos su hijo, y las guerras con sus vasallos, que duraron muchos años, y vino a punto de perder el reino y corona y a la postre, cuando tuvo la tierra en paz y gozaba de algún sosiego, perdió la vista y murió ciego; y fue cosa de notar, que quedando del rey don Fernando cinco hijos varones, se acabó a la cuarta generación su línea masculina, y antes de cumplirse cincuenta años después de la muerte del conde, sucedieron tantos
infortunios y guerras en estos reinos, que se puede con mucha razón afirmar haberse cumplido lo que él dijo poco antes de su muerte.
Acabados ya los procesos y confiscaciones contra del conde, doña Margarita y sus hijos, y enseñorido el rey de todos los castillos y pueblos de estos príncipes, puso un receptor o colector general en los condado y vizcondado; y el primero que nombró fue Juan de Mongay, que ya era baile general del condado de Urgel, y fue nombrado a 29 de marzo, estando el rey en Zaragoza; y después nombró a Fernando de Bardaxí. Este oficio duró pocos años, porque el rey, de la hacienda del conde, pagó todos los servicios le habían hecho hasta aquel punto, y tuvo harto que dar a todos aquellos que con él habían venido de Castilla y le habían servido en la toma de Antequera y en otras empresas que emprendió el rey siendo infante; y fuéle muy a propósito esta confiscación, porque tuvo con que satisfacer servicios que de otra manera se viera muy apretado, porque estaba rodeado de muchos servidores que habían venido con él, con pensamiento de recibir en esta Corona el galardón y paga, y era forzoso, si no sucediera esto confiscado, haberse de volver vacíos; porque cuando el rey vino, halló tan gastado y consumido el patrimonio real y tan menoscabado, que parecía, según dice Valla, que había de ser rey de valde, porque halló tanto enajenado en la Corona, que quedaba muy poco para sustentarse a si y a sus hijos, a quienes pensaba dar un gran estado en estos reinos, y fue muy al revés. Tomaron gran ánimo sus servidores viendo confiscado este condado de Urgel y vizcondado de Ager y baronías de Antillon y otras, y solicitaban la enmienda de sus servicios con gran cuidado sin cesar un punto, y más en particular aquellos que habían servido en el sitio de Balaguer, que cada uno de ellos se prometía una gran baronía: y el rey, aunque deseaba remunerarlos, porque le habían bien servido, gustara más de vender que donar, para poder con esto remediar sus propias necesidades y pagar lo que debía a los soldados y gente de armas de Castilla, que había entrado y le habían servido en los reinos de Aragón; y aunque era mucho lo confiscado, los pueblos estaban pobres y acabados, así por la guerra, como por haber sido los años y cosechas estériles y pobres, y haber sacado el conde don Jaime y la condesa, su madre, ya por vía de servicios, ya por vía de empréstitos, toda la sustancia de ellos. Había el rey, de lo que había confiscado, a pagar la dote a la infanta doña Isabel, y eran cincuenta mil libras, cantidad por aquellos siglos harto considerable; y a más de esto, las hermanas del conde, doña Leonor y doña Cecilia, pedían los legados les había hecho el conde don Pedro, cuyo testamento aún cumplidamente no se había ejecutado, y el tesoro que dejó estaba ya consumido, y lo fuera aunque hubiese sido diez veces mayor. Estas cosas y el cisma había en la Iglesia tenían al rey muy inquieto y melancólico; pero como era príncipe generoso, no pudo excusar de hacer mercedes a los que le habían servido, y así distribuyendo los bienes del conde y don Antonio de Luna y los demás valedores de don Jaime, hallo haber hecho las donaciones que se siguen.
La primera fue, como vimos, que dio el castillo y villa de Ager, a 1.° de noviembre de 1412, que fue después de haber preso al conde, al arzobispo de Tarragona y a su mesa, que hoy lo posee.
A 15 de agosto de 1414 dio, estando en Morella, en el reino de Valencia, a Suero de Nava, su armero mayor, por haberle servido, así con su persona, como también con su hacienda, en la presa de la cueva de .... que tomó el dicho Suero, y en el sitio del castillo de Loarre, que había sido de don Antonio de Luna, y en resistir a los extranjeros que entraron por orden del conde de Urgel y en el sitio de Balaguer, le hizo merced de los castillos y lugares de Setcastells (siete castillos), que era de veinte fuegos, y de Orviergo, que tenía el conde de Urgel en el reino de Aragón, con todos los derechos y provechos se sacaba de ellos y con ciertas retenciones.
A 25 de agosto del mismo año dio a Lope Gurrea, su alguacil, el castillo de Gordun, situado en la Bardusuela, el lugar de Latiesses, situado junto a las valles de Aranes, y la casa de Borniela, situada en el canal de Berdun, dentro del reino de Aragón, que fueron de Pedro de Baduscay y de Pedro Dombien, que había el rey confiscado, por haber sido valedores del conde de Urgel.
A 1 de octubre, estando en Momblanc, dio a Juan de Bardexí, su camarlengo, por haberle bien servido en el sitio de Balaguer, el lugar y castillo del Grado, que era de setenta fuegos, y era de las baronías que tenían los condes de Urgel en el reino de Aragón; y este fue hijo de aquel Berenguer de Bardexí que fue uno de los nueve jueces, y por muerte del padre heredó la baronía de Antillon y los lugares de Castellfollit, Almolda y otros, que fueron del conde de Urgel.
El mismo día hizo merced al dicho Berenguer de Bardexí, por los servicios, según dice, hechos después de la declaración de Caspe, y por haberle servido en el sitio de Balaguer y haber tomado grandes trabajos en cosas se ofrecieron de su servicio, de los castillos y lugares de Almolda, que era de ciento cuarenta fuegos, Osó, de treinta, y Castellfollit, de cuarenta, que eran de las baronías que el conde tenía en el reino de Aragón.
A 8 del mismo mes hizo merced a Mateo Ram, su ujier de armas, por buenos servicios, y más en particular por haberse hallado en el cerco de Balaguer, de los castillos y lugares de Sanxicier o Samitier, que era de diez fuegos, y del Puig de Mercat, que era de las dichas baronías.
A 18 de julio del dicho año había hecho merced, estando en Morella, a don Antonio de Cardona, montero mayor del rey, y de su consejo, que era hermano del conde de Cardona, del castillo y villa de Oliana, situada en el condado de Urgel, por servicios hechos, y en particular por haber estado en el cerco de Balaguer todo el tiempo que duró aquel, con grandes gastos y costas suyas.
A 6 de octubre de 1414, dio a Nicolás de Biota, escribano de raciones de su casa, por sus buenos servicios, y más en particular por haber servido de día y noche en el cerco de Balaguer, el lugar de Albalatillo, que era de las baronías tenía el conde en el reino de Aragón, y era de veinte fuegos.
Asímismo dio, a 13 de octubre, a Álvaro de Garavito, scutifero et alumno nostro (así le nombra el rey), todos los bienes de Martín López de Lanuza, que habían sido confiscados por haber valido al conde de Urgel; y se los dio por razón del matrimonio hizo con Violante, doncella, hija del dicho López de Lanuza y de doña Elvira López de Sesé; y aunque este caballero no tenía castillos ni lugares, pero según parece del auto de la tal donación, era un patrimonio grande y rico, y se lo da por haberle servido en muchas ocasiones, y en particular en el cerco de Balaguer, como lo vimos cuando tratábamos de él; y a 10 de julio de 1417 le dio el rey privilegio de naturaleza en Aragón.
A 7 de agosto de 1414 dio a Pedro Blan, doncel y caballerizo suyo, por haber servido en muchas empresas y a costas y gastos suyos, así en el asedio de Balaguer, como en otras ocasiones, las villas de Tiurana y Vilaplana, que eran del condado de Urgel, harto nombradas por los aventajados y finísimos linos que producen, que hoy posee don Andrés Blan y Ribera, descendiente suyo.
A 27 de noviembre del mismo año, en Momblanc, y por las mismas razones y servicios, dio a don Pedro Maza de Lizana, su consejero y mayordomo, el tugar de Albalate, que era de las baronías del conde de Urgel en el reino de Aragón, y era de setenta fuegos.
Asímismo, a 5 de octubre, en Momblanc, hizo merced y donación a Jofre de Bracerola, caballero y secretario de la reina, del feudo de los lugares de Cubells, de Mongay y de la Torre den Bondia, y del feudo del lugar de Camarasa, que, como vimos, fue de los antiguos condes de Urgel; y estos feudos fueron de Ramón Berenguer de Fluviá, a quien fueron confiscados por haber sido uno de los valedores del conde de Urgel.
A 5 de diciembre dió a don Guerau Alamany de Cervelló, gobernador de Cataluña, por los muchos servicios de él recibidos en las cosas se ofrecieron contra del conde de Urgel, y atenta su mucha nobleza y calidad, la villa y castillo de Liñola, con sus términos, situada en el condado de Urgel, y las salinas de Ivars, que pretendía el cabildo de la Seo de Urgel ser suyas y haberlas usurpado los condes don Pedro y don Jaime; y sobre ello, y el castillo de la Pedra en la sosveguería de Pallars, que también habían dicho haberlo tomado los dichos condes, y se quejaban de ello al rey, había mandado tomar información a los vegueres de Tárrega y sosvegueres de Pallars, a 17 de febrero de este año; y yo creo que no debieron de probar cosa de consideración, pues vemos que el rey lo dio a don Guerau, juntamente con los diezmos del Padriz y las quistias dels Planells y las cenas de Corbins y de Alguayre, todo en franco alodio.
A 30 de diciembre del dicho año dio a Luis Ballester, justicia de la villa de Ricla, del reino de Aragón, los bienes de García López de Cabanyas, que fueron confiscados por haber sido gobernador del conde.
A 20 de noviembre de 1414 dio a don Juan de Ixar, por haber servido en el cerco de Balaguer de día y noche, a sus gastos, los lugares y castillos de Rafols, que era de veinte fuegos, Mombrú, de diez, y Fontclara, que era de las baronías del reino de Aragón.
A 23 de febrero de 1415 dio los bienes de Luis de Cegrany, que fue uno de los que se hallaron en la muerte del arzobispo y gran servidor del conde de Urgel, a Nuño de Laguna y García de la Vera.
A 25 del mismo mes dio a Juan Vivot, caballero mallorquín, por servicios hechos a los reyes don Martín de Aragón y de Sicilia, con una galera que sustentó a sus costas por tiempo de un año, y por haber servido en el cerco de Balaguer y otras ocasiones, el castillo y lugar de Os, cuyo término toca con el de Castelló de Farfañá, de la Figuera, de Bellpuig de las Avellanas y de Tartareu, y se lo da en franco alodio.
A 8 de octubre de 1414 dio a Juan de Mencajó los lugares y castillos y términos de Clamosa, de diez fuegos, y de Puig de Cinca, de treinta y cinco; y dijo que terminaba el de Clamosa con el término de la Penyella y del lugar de Setcastells, y el de Puig de Cinca con los términos del Panyello, del Graus y de la Penyella, en el reino de Aragón, y eran de las baronías del conde de Urgel.
A 1.° de julio de 1414 dio la villa de Albesa a Diego Fernández de Vadiello, por buenos servicios, y en particular por haber servido al rey en el sitio de Balaguer; la cual villa era del condado de Urgel.
A 19 de junio de 1415 dio a Ramón de Bages, del consejo del rey y su camarlengo, por servicios hechos en el sitio de Balaguer, el lugar y castillo de Monmagastre, cuyos términos son Vilves, Alentorn, Paracolls y Valbebrera (o Valhebrera), y era del condado de Urgel.
A 8 de octubre de 1414 dio a Antonio de Bardaxí, su alguacil y capitán de las montañas de Jaca, por haber resistido a las gentes que fueron en ayuda del conde de Urgel y otros servicios, el lugar y castillo de Vall de Solana, que era de cien fuegos, y era de las baronías tenía el conde en Aragón.
A 12 de julio de 1415, en Valencia, dio al duque don Alfonso de Gandía la villa y castillo de Alcolea, que era de trescientos fuegos, de las baronías de Aragón; aunque después este lugar y castillo le cobró el rey Alfonso del duque de Gandía, y lo vendió a la infanta doña Isabel, mujer del conde, por sesenta mil florines de oro de Aragón; y la paga de ellos fue que la condesa se quedó con ellos en satisfacción de cincuenta mil libras de su dote, y después fue dado a su hija doña Isabel, que casó con el infante don Pedro de Portugal, por cuarenta mil novecientos florines de oro de Aragón, que valen cuatrocientos cuarenta y nueve mil y novecientos sueldos barceloneses, como queda dicho.
A 2 de julio de 1415 dio a Francisco de Vilamarín, en pago y satisfacción de dos mil florines de oro de Aragón, que le debía el rey, por enmienda de los daños había recibido del conde de Urgel y de su gente, que le tuvieron preso en la torre de Ager, por cuya libertad hizo el parlamento diversas embajadas y diligencias con el conde, como vimos; los lugares de Vilves y Collfret, francos en alodio: y dice que confrontan estos lugares con los términos o castillos de Artesa, de Grallo, de Tudela, río del Segre, y con el lugar del Toçal. (Tossal, tozal)
A 15 de agosto de 1414 dio a Pascual Sados, caballero, por buenos servicios hechos en el cerco de Balaguer, el lugar de Millá con el feudo de aquel, que fue de Francisco de la Torre, y le fue confiscado por haber valido al conde de Urgel, cuyo era el dicho lugar; y dice confrontar con el valle de Ager, la Noguera Ribagorzana, y con el lugar de Finestres, y era del vizcondado de Urgel.
A 29 de julio de 1415, en Valencia, hizo donación a Álvaro de Ávila, su mariscal y criado, por servicios hechos en la presa de Antequera y encuentros que tuvo el rey, siendo infante, con los moros, y por haber metido gentes en el reino de Aragón, en el tiempo de la competencia del reino, y por haberle servido en el cerco de Balaguer y en otras ocasiones, las villas y castillos de Sieteaguas, Bunyol, Macastre, Ayatava y Alborraix en el reino de Valencia, que fueron de los condes de Urgel.
En el mes de noviembre de 1415, estando en Perpiñan, para las vistas que se habían aplazado con el emperador Segismundo y el papa Benedicto de Luna, hizo donación a don Pedro de Urrea, su camarlengo y consejero, del castillo y lugar de Almonazir (Almonacid, entre La Almunia y Cariñena) y de Marchs, por buenos servicios hechos en el cerco de Loarre; los cuales habían sido de don Antonio de Luna, y le fueron confiscados por haber sido valedor del conde, y eran en el reino de Aragón.
Sin estas donaciones, vendió mucha parte de los bienes del conde, y sin duda diera y vendiera mucho más, si no le atajara la muerte; pero lo que ni dio ni vendió, lo hizo el rey don Alfonso, su hijo. Entre otras ventas que hizo, hallo en memorias de estos tiempos, que a 7 de febrero de 1415 vendió a Ramón de Perellós, consejero y montero mayor del infante don Alfonso, dos mil setecientos y cincuenta sueldos de renta, por precio de cuatro mil florines de oro de Aragón, a razón de diez y seis mil sueldos por mil, y por esto dio por obligación particular y especial las quistias y pesqueras y otros derechos que tenía el rey en el lugar de Algerre, que era del condado de Urgel, que después dio, a 15 de diciembre, a don Juan de Luna.
Sobre las villas de Sietaguas y las aljamas de los sarracenos de Bunyol, Macastre, Ayatava y Alborraix, veinte y dos mil florines, para el gasto había de hacer el infante don Juan en Sicilia.
Sin esto, a 1 de diciembre de este año 1415, estando en Momblanc, hizo venta, por precio de trece mil y quinientos florines de oro de Aragón (son ciento cuarenta y ocho mil quinientos sueldos barceloneses), al abad y monasterio de Nuestra Señora de Poblet, del castillo y villa de Menargas, con todas las rentas y derechos tenían en él los condes de Urgel; más, los diezmos del trigo que recibían los dichos condes en los términos de Belcayre y de Monsuar, y en la torre llamada den Arau, situadas en el llano de Urgel; y aquellas cuarenta mil libras de cera que los dichos recibían cada año en el lugar y término de Castell-Cerá, y sesenta mil sueldos recibían en el lugar de Torrada, y otros sesenta mil en el lugar de La Foliola, junto a Balaguer, y toda la jurisdicción civil y criminal que los
dichos condes tenían en los lugares de Belcayre y de Monsuar, Torre den Arau, Castell-Cerá y de Torrada y de La Foliola, y en Balaguer y en Belmunt, Bursenit, Bolu, Foliola de Urgell, Tornabous, el Tarros, Mas den Guillot, Muntalt y la Granadella, con toda la plenitud y derecho que le competía al rey y a los condes de Urgel, de quien habían sido los dichos lugares y pueblos y jurisdicciones.
A 17 de noviembre del dicho año, estando en Perpiñan, vendió a don Juan, conde de Foix, la villa y castillo de Castelló de Farfanyá, situada en el vizcondado de Ager, con todas las rentas y jurisdicciones, por precio de treinta y cuatro mil florines de oro de Aragón, reservándose por tiempo de diez años el dicho castillo y fuerza, y que pasados aquellos, después de requerido, dentro de cuatro meses de la requisición, haya de volver y entregarse al dicho conde de Foix y a los suyos, sin excusa alguna. La paga de los treinta y cuatro mil florines fue en esta manera: que por ellos le renunció el derecho que el dicho conde tenía en la baronía de Castellvell de Rosanes, y en la villa de Martorell, como heredero y sucesor del conde Mateo de Foix, su tío. En estas concesiones intervinieron Archimbaudo, señor de Navales, y Mateo de Foix, hermanos de dicho conde.
A 25 de diciembre del dicho año, vendió a Olfo de Proxida, consejero y camarero de la reina doña Leonor, el lugar de Tartareu, por precio de dos mil florines de oro de Aragón; y dice que terminaba con los términos de Ager, de Bellpuig de las Avellanas, de Trago y de Castelló de Farfanyá.
Sin estas donaciones, hallo haber dado el mismo rey don Fernando a Fernando de Morales, sosveguer, capitán y baile de la Vall de Ager, el lugar de Artesona en el reino de Aragón; y la carta o auto de la donación, aunque se otorgó, se perdió, y después pidió al rey Alfonso se confirmase, como lo hizo a 15 de julio de 1417, estando el rey en Barcelona.
Después de muerto el rey don Fernando, su hijo don Alfonso, para pagar servicios y valerse en los gastos se le ofrecían, se valía también de la hacienda y estado del conde, y lo que quedaba por vender o dar, poco a poco lo fue distribuyendo de manera, que antes de pocos años quedó del todo acabado y dividido.
Porque a 13 de noviembre de 1416 vendió el jus luendi que, como a sucesor del conde de Urgel, le pertenecía sobre el lugar y baronía de Pons. El caso fue este: queriéndose don Jaime de Aragón, conde de Urgel, falto de dinero, por haber ya acabado aquel gran tesoro que le había dejado el conde don Pedro, su padre, y estando en ocasión que se quería poner en armas para tomarse la corona, vendió por nueve mil libras la villa y castillo de Pons, con los lugares de Oliola, Malavella, Canosa, Claret, Valldau y otros, y un censal de valor de nueve mil novecientas libras barcelonesas, y de pensión ochocientas veinte y cinco libras, a Ponce de Perellós, y le dio por obligación del dicho censal los feudos de Agramunt y Balaguer, que los tenía en su poder por veinte mil florines había de cobrar y le debía el rey don Martín, por razón del dote de la infanta doña Isabel, su mujer, obligando asímismo todas las rentas tenía en la ciudad de Balaguer y villa de Agramunt. Esta venta fue con facultad de poderse quitar, que es lo que decimos a carta de gracia. Sucedió que este Ponce de Perellós, que había comprado todo esto, a 17 de abril de 1412 vendió a Ramón de Casaldáguila, ciudadano de Zaragoza, la baronía y lugar de Pons, y el rey que como a sucesor del conde de Urgel, por razón de la confiscación, había sucedido en sus derechos, quiso volver a cobrar la dicha baronía y pagar al Casaldáguila nueve mil libras, el cual deseoso de quedarse con ella, hizo con el rey este concierto: que de sus dineros quitaría el censal de nueve mil novecientas libras que el conde había vendido sobre las
rentas y feudos de Balaguer y Agramunt, dejando aquellas al rey francas y sin cargo ni obligación alguna por razón del dicho censal, y a más de esto, que le pagaría seis mil ochocientas cincuenta libras barcelonesas; y con esto se quedó el Ramón de Casaldáguila con esta baronía, que después ha sucedido en ella don Dalmau de Queralt, conde de Santa Coloma, que fue virey de Cataluña.
A 30 de marzo de 1418, dio al infante don Juan, su hermano, la ciudad y castillo de Balaguer, con todas las rentas y jurisdicción tenían en ellos los condes de Urgel; y de allí adelante se intitulaba señor de la ciudad de Balaguer, con pacto que muriendo sin hijos varones, vuelva a la Corona, el cual, como dice el obispo de Pamplona, Sandoval, en la Descendencia de la casa de Sandoval, la dio con licencia del rey, su hermano, a Diego Gómez, conde de Castro, a 23 de octubre de 1431.
A 30 de mayo del mismo año dio al mismo infante las veguerías de la dicha ciudad de Balaguer y la de Urgel.
A 10 de junio de 1417 confirmó a Miguel de Torrelles el castillo y lugar de Altes, en el condado de Urgel, que a 10 de julio de 1416 le había dado el rey Fernando, su padre.
A 30 de enero de 1417 dio al mismo infante, su hermano, la villa de Agramunt, estando el rey en Tortosa; y después, a 24 de julio de 1427, le concedió el rey licencia para que pudiese empeñarla al conde de Foix.
A 10 de marzo de 1426 vendió el lugar y castillo de Vernet, por precio de quinientos florines de oro, a Jaime Piquer; y este lugar era en el condado de Urgel.
A 9 de diciembre de 1417 dio al monasterio de los Predicadores de la ciudad de Balaguer, en enmienda de los daños y ruinas que durante el cerco recibió aquel monasterio de la gente del rey y del conde, la casa fuerte de la condesa doña Margarita, que estaba muy vecina a este monasterio; y dice que confrontaba, a oriente, con un pedazo de tierra de Mateo Alios, a mediodía y septentrión, con el mismo pedazo de tierra y con el camino que va a la ciudad de Lérida; y manda el rey que de esta donación no tome el protonotario derecho de sello.
A 28 de octubre de 1417 vendió a la infanta doña Isabel el lugar y castillo de Alcolea de Cinca, que, como vimos, había dado al duque de Gandía, y después se lo cobró el rey don Alfonso, y lo vendió a la dicha infanta.
El mismo día le vendió por diez y siete mil libras el diezmo de la ciudad y término de Balaguer, y las quistias y todas las rentas que el rey y los condes de Urgel tenían en ella, como dijimos arriba.

FINIS: 1650.

APÉNDICE.

Para mayor inteligencia de lo que dice el autor en las páginas 102-110, acerca de las armas llamadas de constelacion, y en particular de la famosa espada de Vilardell, creemos que los lectores de este libro no les desagradará que transcribamos íntegra la curiosa sentencia de que se hace mérito en la página 107, y que fue dada por el rey don Jaime primero, en el pleito seguido en su corte entre Arnaldo de Cabrera y Bernardo de Centelles. Dice así:

Noverint universi quandam causam denunciacionis et inquisicionis fuisse agitatam coram nobis Jacobo Dei gratia rege Aragonum Majoricarum et Valentie comite Barchinone et Urgelli et domino Montispesulani inter Arnaldum de Capraria militem et Dalmacium de Costa ejus procuratorem denunciantes ex una parte et nobilem virum G. R. de Montecateno (Guillem Ramon de Moncada) et Bernardum de Scintillis militem denunciatos ex altera super quodam bello et homagio inde secuto ratione cujusdam feudi quod dictus Bernardus de Scintillis ad se et ejus nomine dictum Arnaldum de Capraria tenere asserebat et inde debere esse suum hominem et vassallum. In qua quidem causa dicti denunciantes denunciacionem suam contra dictos denunciatos nobis obtulerunt per hec verba. - Cum rex justus sederit supra sedem non adversabitur sibi quicquid malignum: C. De summa trinitate et fide catholica I. Inter * . Verba hec sunt Salomonis et confirmata per legem. Hoc idcirco premissum est quia Arnaldus de Capraria confidens de justitia regie serenitatis sperat se maximam injustitiam pacientem in justitiam reformari. Et hoc est quod spectat ad potentiam majestatem et pietatem vestram dum lex dicit vos a malis eripere injustitiam pacientes in authent. De defens. *civis. in principio: et hec: non videamur homines oppressos despicere quos nobis tradidit Deus in authent. Ut jud. sine quoquo sufrag. cap. XI. Opportet et hac ratione simili contemplatione cum sit equissimum et justitie debitum ipse A. venit ad vos por modum denunciationis vel exponens suam injuriam prosequendo dicit quod Bernardus de Scintillis volens eum sibi acerba indignacione submittere voluit eum reptare ratione cujusdam honoris quem dicebat ipsum A. tenere pro eo. Et cum ipse A. non teneret dictum honorem pro ipso dixit quod non reptaret eum quia ipse paratus erat illa ratione sibi facere justitie complementum. Ad quod ipse noluit respondere et processit et firmavit et reptavit eum. Postea A. de Capraria cum videret predicta fieri in magnum ejus despectum et quod moris est inter milites quod per bellum habent in talibus respondere firmavit similiter et venit sibi ad contrasimilem Bernardus filius Bernardi de Scintillis. Ex qua causa contigit quod dies fuit assignata ad bellum aliis obmissis que precesserunt in dicto facto. Et tunc cum fuissent partes ibi accesserunt dictus A. et Bernardus filius Bernardi de Scintillis ad hostium campi et fuit juratum per ipsos qui debebant debellare inter cetera quod non deferebant aliquid quod haberet virtutem. Et hoc sacramentum factum fuit ad mandatum G. R. de Montecateno: et hoc facto intraverunt campum et debellati fuerunt alter alterum ad invicens. Deinde ipsis existentibus in campo tractatum fuit per aliquos quod Arnaldus de Capraria faceret homagium de dicto honore Bernardo de Scintillis. Et cum hac ratione comes Impuriarum intrasset campum et petisset a dicto Arnaldo si illud concederet ipse A. dixit et respondit quod nullo modo hoc faceret ad quod etiam induci non potuit aliqua ratione. Sed demum
aliis obmissis venit G. R. de Montecateno qui supra ipsum potestatem habebat et minantem sibi fervorem inferre poterat et dixit sibi quod nisi hoc faceret dejiceretur de campo pro victo compellendo etiam eum et fecit eum per habenas teneri et abstulit sibi scutum et duos enses et duas clavas et sic compulsus per summam compulsionem fecit homagium dicto Bernardo. Quare cum dictus A. elegisset sibi curiam vestram pro legaliori quam ipse invenire posset et curia vestra sine dolo suspicione et arte debuisset in sua justitia permanere nec dependere debuisset a dextris sive sinistris sed unicuique debuisset tribuere quod est suum et per hoc regia majestas et auctoritas sit contempta cum curia vestra comuni utilitate servata cuique suam non reddiderit dignitatem immo ex ipsa nate sunt injurie unde solent jura nasci et cum predicta facta sint publice et sit notorium sic facta fuisse ut predixit: denunciat vobis A. de Capraria quod ex officio vestro veritatem inquiratis et inquirere debeatis petens et suplicans justitie vestre ut quem in hoc nocentem repererit sublimitas vestra se illi ut justum fuerit terribilem prebeat et acerbum. Quod autem serenitas vestra vindictam exercere debeat in premissis hoc in dubium venire non potest quia ubicumque crimen violencie comititur et acusatio legis Julie publice vel private vendicat sibi locum et ubi crimen notorium est sicut in casu isto princeps hoc inquirere debet ut notatur D. Ad leg, jul. de adult. coerc. I. 1 in glosa que incipit Speciale etc. Item alia ratione quia in quolibet crimine sola denunciacio sufficit ad hoc ut princeps ex oficio suo inquirere debeat de comisso ut C. De accusat. I. Ea quidem et quod ibi notatur. Preterea quia hoc usus est curie vestre in tota Catalonia consuetudo et observantia generalis. Item denunciati vobis dictus A.
dicens quod contra sacramentum de quo supra dixit dictus Bernardus filius Bernardi de Scintillis portavit ensem de Vilardello qui quidem ensis habet virtutem ut nullus subcumbere vel superari possit qui illum in bello detulerit et si ponitur in aliquo loco et ponitur verso modo ille per se vertitur et stat en modo quo poni debuit. Item habet alias virtutes multas: per quem ensem ipse Bernardus de Scintillis pater dicti Bernardi obtinuit in sua intencione: qua ratione cum hoc factum fuerit in contemptum vestre majestatis et auctoritatis cum sine dolo suspicione et arte dictum prelium fieri debuisset in curia vestra: et sic dictus Bernardus de Scintillis et filius ejus Bernardus clam destinis et machinationibus et insidiis fecerunt ut dictus Bernardus predictum ensem in dicto bello deferret per quod indecenter vos et curiam vestram fraudarent et in objecto contra dictum A. criminé obtinerent: et est res mali exempli sic et digna correctione cum equalitas debellatoribus sit servanda ut C. De prox. sacr. scrin. I. In sacris scrin. et judicia non debeant claudicare D. De regul. jur. I. Non debet actori nec privilegio seu auxilio potiri aliquis concedatur nisi eodem beneficio adversarius uti possit ut C. De fruct. et lit. expen. I. Cum quidam: et sic cum dictus A. de Capraria in dicto bello fidem elegerit curie vestre et in fide curie vestre sit deceptus et defraudatus per suorum adversariorum calliditatem machinationem et fraudem et regie sit proprium majestatis ut equalitatis et justitie sit amator ut in authent. De non eligend. Secun. nuben. cap. V. et lites debeant cum omni equitate dirimi ut in authent. De mand. princ. cap. III: et in presenti negotio magna indecens inequalitas inciderit per subjectam fraudem ex adverso et sic tam enorme fascinus regie justitie non sit conveniens inultum relinquere ne ludibrio fiat ejus auctoritas et scrupulosis artibus aliquorum alioquin si aliter esse posset inane et delusorium esset imperium: D. Ne quid in loc. pub. vel itin. fiat I. Sicut is: quod esse non debet cum ex justitia descendere videatur ne ex alterius collusione debeat alterius jus corrumpi ut D. De liberali causa I. Si pariter et quia scriptum est ut dolus suus nemini patrocinetur quia non debet honorabiliora jura consequi qui decepit quam ille qui nihil fecit juxta id deceptis non decipientibus opitulantur jura: D. Ad senatuscon. velley. I. 2: denunciando idem A. cum justitia postulat a regia serenitate ut procedat ex officio suo contra dictos Bernardum de Scintillis et Bernardum de Ferran et alios plures qui manus levaverunt dictum ensem pro mille et quingentis morabatinis qui quidem omnes in eodem crimine sunt impliciti tanquam conscii ejusdem sceleris et reatus et ideo puniendi ut C. De Nili *agger. non rump. I. 1 et C. De episc. et cler. I. Si *quemquam. Quod autem de jure procedere ex officio *suo debeat sublimitas vestra patet per supra proxime dictas rationes quia ad denunciacionem prosequentis suam injuriam potestit hoc facere et secunda ratione quia notorium est ipsum Bernardum de Scintillis per fraudulosam subjeccionem ensis obtinuisse in sua intentione. 

Quare ratione juris cautum invenitur quod si propter adjunctam falsitatem sententia deficit et reperta falsitate per testes sive per instrumenta aliquis obtinuisse cognoscitur debet qui subcubuit restitui de re judicata sententia non obstante: D. De excep. *praesc. Et praejud. I. Qui *adgnitis et D. De re judicata I. *Divus: etiamsi a tali sententia non fuerit provocatum: C. Si ex falsis instrumentis I. 2 et glosa que ibi incipit ut et D. et L. et S. et in glosa que incipit I scripturam et per totum titulum. A simili ergo in presenti casu vicio falsitatis reperto super dicto ense submisso cum per ipsum fuerit obtentum in intentione dicti Bernardi
debet quicquid factum est in irritum revocari: et hoc probatur per tale simile quia sicut videmus in sententia quod ipso lata finem controversie imponit ut D. De re judicat. I. 1 sic et videmus duellum controversie finem imponere et locum sententie obtinere. Ergo idem jus in duello statui debet ut D. Ad leg. aquil. I. Illud cum similibus. Item alia ratione patet quod ex officio suo procedere debet justitia vestra casu presenti quia in hujusmodi vel quibuscumque delictis curia vestra inquisitionem facere potest ex usu Catalonie consuetudine et observantia generali. Qua ratione suplicat serenitati vestre quatenus ex officio justitie vestre procedat ut de tanto scelere inquiratis et compertum tam enorme fascinus puniatis et restituatis dictum A. in eum statum in quo erat tempore quo campum intravit compellendo adversarium ac si nichil factum esset ut duellum subeat petens a justitia vestra ut dictum duellum cum omni equitate procedere faciat et Deum habendo pre oculis in presenti et futuris negociis sic conetur et statuat cuique reddere quod sit suum ut ex dolo alterius alter numquam valeat subjacere. Item denunciat dominationi et excellentie vestre dictus A. quod Bernardus de Scintillis peciit quandam camisiam a priore sancti Pauli de Barchinona: que quidem camisia fuit induta cuidam per quendam archiepiscopum qui celebrat semel in anno tantum in quadam ecclesia et antequam spoliet se induit illum et quicumque defert talem camisiam non vincitur in prelio nec superari potest: et ideo suplicat quod sublimitas vestra interroget dictum Bernardum si habuit a dicto priore dictam camisiam quando predium debuit fieri et si accepit camisiam cum devotione et si credebat per hoc juvari et si credebat quod dicta camisia haberet illam virtutem vel aliam virtutem et quam. Item interrogentur prior et monachi si quis deposuit illam camisiam in monasterio. Item si audiverunt ab eo qui eam deposuit si habebat aliquam virtutem et si ipse Bernardus de Scintillis rogavit eum quod comodaret seu traderet sibi dictam camisiam. Item si illam camisiam comodavit ei dictus prior pro prelio quod facturus erat Bernardus filius suus. Item si accepit dictam camisiam cum devotione dictus Bernardus de Scintillis major. Item si eam detulit secum seu deferri fecit in quadam caxia. Item si audivit dici a dicto Bernardo quod filius suus detulisset dictam camisiam quando fuit in campo vel prelio. Item hoc idem interrogetur á dicto Bernardo filio suo et á Gilaberto et Bernardo filiis suis. Item denunciat vobis quod dictus Bernardus de Scintillis portavit lapidem seu lapides preciosos in dicto duello qui habebant virtutem. Quare suplicat quod in hoc inquiratis sicut in aliis ut superius dictum est ex officio vestro. G. - Super qua quidem denunciacione vel ejus causa dictos vocavimus denunciatos et testes quamplures recepimus quorum dicta fuerunt eisdem denunciatis presentibus publicata et eorundem denunciatorum exceptiones et defensiones audivimus diligenter et confessiones dictorum denunciatorum: quibus omnibus vice actis dictis denunciatis presentibus assignavimus diem ad procedendum in dicto negocio prout de jure esset procedendum: qui dixerunt nobis palam et publice in judicio constitutis quod numquam ratione istius negocii essent coram nobis prout hec omnia in actis inde confectis clarius continentur. Quare nos Jacobus rex predictus dicta die dictum procuratorem dicti A. interrogavimus si volebat aliquid novi proponere in dicto negocio: qui dixit quod non immo renuncians allegationibus facti et juris et in toto concludens negocio difinitivam peciit sententiam cum instancia promulgari. In quo quidem die dicti denunciati non comparuerunt etiam diutius spectati nec aliquis pro eisdem: quare nos eosdem reputantes merito contumaces posuimus in defectu. Cumque dictorum denunciatorum prefata contradiccio in judicio facta nobis edicto equipollet peremptorio post quod de jure non debet permiti adversarius tergiversari et ob hoc ab eisdem denunciatis debet haberi pro renunciato et concluso: Nos visis et auditis denunciatione et defensionibus supradictis et depositionibus testium predictorum et confessionibus dictorum denunciatorum diligenter consideratis servato etiam juris ordine in predictis secundum usaticos Barchinone et specialiter usus et observantias curie nostre necnon jura canonica et civilia licet non teneremus quatenus dicto negocio competebant: consideratis etiam meritis dicte cause et super hiis sapientium virorum comunicato consilio Deum habendo pre oculis ut de vultu ejus nostrum procedat judicium utque oculi videant equitatem: quia constat nobis per ea que acta sunt dictos denunciatos in dicto bello illicite processisse intromittendo arma illicita et prohibita et etiam virtuosa ut evidens et publica probat fama videlicet ensem de Vilardello de cujus introductione nobis constat per confessionem dicti Bernardi de Scintillis senioris: qui ensis ut haberetur fuit assecuratus pro septingentis morabatinis: pro quo etiam ense infans P. filius noster voluit dare quadringentos solidos Barchinone de terno in redditus annuales: quem ensem dominus ejus noluit dare aliquo precio immo expressim prohibuit illum vendi: fuit etiam introductus quidam lapis preciosus diamas nomine qui patenter habetur ubique pro virtuoso quia portanti non potest os confringi prout hec duo nobis constant per confessionem Gilaberti de Scintillis qui eundem introduxit et virtutem nobis expressit et eum intromissit in casside ferrea quam portavit in bello frater ejus Bernardonus debellator: et quod lapides preciosi virtutem habeant eficacem et herbe et verba prout fides habet hominum et credit per os Domini et seriem scripturarum naturalium evidentius extat cantum et talia virtuosa non debent in bello aliquatenus intromitti: et quia hec omnia facta fuerunt in bello contra ordinationem belli et consuetudinem Catalonie et contra juramentum quod prestitum fuit a bellatoribus ne aliquid inmitterent virtuosum: in nomine Patris et Filii et Spiritus Sancti amen pro tribunali sedentes per definitivam in scriptis sententiam pronunciamus et restituimus dictum A. plenarie in eum statum integrum in quo erat tempore quo intravit campum dictumque facere cepit bellum tam in forma quam in meritis et etiam in honore et aliis universis: pronunciantes quod homagium et quicquid aliud fecit in scriptis vel sine scriptis publicis vel privatis dictus A. de Capraria dicto Bernardo de Scintillis vel alicui alii ejus nomine vel occasione vel causa nullius penitus sit momenti et quod universa scripta predicta occasione facta restituantur plene et integre dicto A. salvo tamen jure dicto Bernardo de Scintillis quod ei competit vel potest competere contra dictum A . pro cartis antiquis vel pro bello vel alia ratione. Item licet nobis constet dictum G. R. abstulisse ensem dicto A. in predicto campo ipso A. prohibente ne sibi aufferretur: tamen quia dictus G. R. precibus meliorum aliquorum utriusque partis et bona intentione fecit dictum bellum cessare et abstulit dictum ensem et bona intentione ut credimus: pronunciamus quod dictus G. R. restituat illos trescentos quinquaginta morabatinos quos habuit et recepit a dicto A. vel ab alio vel aliis ejus nomine pro pignoribus quia quidquid in dicto bello vel ejus occasione vel causa factum est quia constat nobis illicite et indebite factum esse pronunciamus penitus non valere. Lata hec sententia fuit XV calendas novembris anno Domini M.CCLXX° (1270) quarto presente dicto Dalmatio de Costa procuratore et presentibus testibus scilicet P. de Berga Geraldo vicecomite Caprarie Maymono de Castro Aulino Bernardo Burgeti G. Durfortis F. Geraldi Bernardo de Matarone (Mataró) G. de Montejudaico (Montjuic) R. Marcheti (Marquet) et pluribus aliis.

Fin del tomo décimo de la Colección, segundo de la Historia de los Condes de Urgel.

ÍNDICE (se omite)