jueves, 21 de noviembre de 2019

LOS LUNA Y LOS URREA, ENFRENTADOS


171. LOS LUNA Y LOS URREA, ENFRENTADOS (SIGLO XV. ZARAGOZA)

Acababa de fallecer el (REY) Martín el Humano sin sucesión. El solar aragonés fue escenario entonces de acciones sangrientas protagonizadas por los partidarios de algunos de los candidatos al trono, intentando forzar con el estruendo de las armas a los compromisarios de Caspe, que trataban de hallar un sucesor. Entre las familias encontradas por el problema dinástico, destacaban los Luna y los Urrea. Tanto en los campos como las ciudades y villas la pugna originaba zozobra. Las cosechas ardían, se sacrificaban rebaños enteros, las casas no eran seguras.

En este clima de tragedia, el obispo de Zaragoza don García, montado en su yegua, se dirigía confiado y acompañado por sus familiares hacia la capital sin escolta alguna, cuando, en un recodo del camino, de manera inesperada, le salió al encuentro Antón de Luna, belicoso partidario del conde de Urgell y enemigo por dicha causa de los Urrea. Tras conminarle a abandonar el partido del regente de Castilla y ante la negativa del arzobispo, el de Luna, amparado en los cien hombres armados que le acompañaban, le arremetió con la espada segándole la mano derecha y huyendo a toda prisa del escenario. A duras penas pudo sobrevivir a la herida el obispo mutilado, que llegó malherido al palacio arzobispal de Zaragoza.

A duras penas pudo sobrevivir a la herida el obispo mutilado, que llegó malherido al palacio arzobispal de Zaragoza.


Días después, en la villa de Caspe, donde se hallaban reunidos los compromisarios de Aragón, Cataluña y Valencia para elegir al futuro rey de Aragón de entre los diversos pretendientes al trono, irrumpió retador en la sala de sesiones del castillo Antón de Luna. En aquellos instantes, tenía la palabra Juan Rodríguez de Salamanca, quien se hallaba defendiendo la causa del pretendiente castellano frente a los otros. De pronto, el agresor del obispo zaragozano, interrumpiendo el discurso, alzó la voz para defender a don Jaime, conde de Urgell. Juan Rodríguez, enfurecido, contestó al de Luna aludiendo, entre otros argumentos, al lamentable episodio ocurrido al arzobispo de Zaragoza, cuya mano,
«aun cortada,
/ al conde opone su diestra». 

Ante el inmenso murmullo que ello originó en la sala, los partidarios del conde salieron corriendo, mientras ganaba la causa de Fernando, el castellano, que pronto fuera coronado como rey de Aragón, acompañado de todos sus seguidores.

[Gisbert, Salvador, «Con don Antón te topes», en Revista del Turia, 21 (1884), 1213; 22 (1884), 12-14.]


Salamanca y Salamanca, Juan de. Burgos, 2.XII.1607 ant. – 21.IX.1667. Gobernador y capitán general de Cuba.


Hijo del capitán Luis de Salamanca y del Hospital y de Ana de Salamanca y Salamanca (hija del alcalde mayor de Burgos y familiar del Santo Oficio, Juan Alonso de Salamanca Polanco), fue bautizado el 2 de diciembre de 1607. Continuó la carrera militar de su padre, quien habiendo servido durante trece años en Nápoles, Milán y Flandes como alférez de Infantería (donde se halló en el sitio de Ostende y en el socorro del dique de Amberes), pasó luego al Regimiento del Conde-Duque, en el que se licenció como capitán. 

Pertenecía a una familia de notables burgaleses de origen salmantino, desplazada a Burgos en el siglo XV siguiendo a la Corte de Juan II (de aquí el cambio de apellido, ahora toponímico), y dedicada desde entonces a la política local, a la milicia y al comercio. 

En efecto, desciende de Juan Rodríguez de Salamanca (hijo de Ruy González de las Varillas), regidor de Salamanca, doctor por su Universidad, caballero de la banda, procurador en Cortes por esta ciudad, que acompañó a Fernando de Antequera a la Guerra de Granada, asistió al Compromiso de Caspe, y fue luego del Consejo de Juan II). 

El abuelo de Juan de Salamanca, Luis de Salamanca Paredes, miembro destacado de la Universidad de mercaderes de Burgos, fue propietario (junto con su sobrino Jerónimo) de una compañía mercantil que traficaba con Flandes y otras plazas. Su muerte en 1578, que produjo la disolución de la compañía, coincidió con el declive, en gran parte debido a la guerra de Flandes, del comercio burgalés. Por ello, su hijo Luis (padre de este Juan de Salamanca), nacido ese mismo año, siguió la carrera militar (Jerónimo creó una nueva compañía, con la que hizo gran fortuna, pero acabó quebrado y murió en la cárcel).

Juan de Salamanca ingresó como soldado en 1625 en la Armada Real del Mar Océano, en la compañía de Nicolás Giudice, en la que estuvo embarcado (“siendo nombrado para los abordos”) hasta 1629. Asistió, entre otras acciones, al “Socorro de Cádiz” en 1625 contra los ingleses (acción inmortalizada por Zurbarán en un cuadro para el Salón de Reinos del Buen Retiro). Pasó después a tierra, contrajo matrimonio y tuvo a sus hijos. En 1632 obtuvo merced de hábito de la Orden de Calatrava. En 1639, destinado en las Cuatro Villas de la Costa del Mar (Santander, Laredo, Castro Urdiales y San Vicente de la Barquera), se halló en la defensa de Colindres (Cantabria) contra la entrada del Ejército francés al mando del arzobispo de Burdeos.

En 1641 partió a Flandes, como capitán de una compañía de Infantería. Peleó “en el Canal de Inglaterra con tres Navíos de Olanda y con su fragata hecho una del enemigo a pique”. Participó luego en diversas acciones: socorro del castillo de Gennep (Holanda), intervención en Blerick (Holanda), defensa de la ribera de Gante y apoyo de las tomas de Lens (Francia) y de La Bassée (Francia). Se halló en la batalla de Honnecourt (26 de mayo de 1642, Francia), en la que los tercios españoles, al mando del general Francisco de Melo (fue nombrado gobernador de los Países Bajos ese mismo año) vencieron al ejército francés. “Fue uno de los capitanes que cargaron al enemigo con la mosquetería que abrió la barrera con que se dio entrada a la caballería”, se lee en su relación de servicios. Formó parte de las tropas españolas en Calais y Lillers (Francia). Para J. de la Pezuela, fue “uno de los oficiales de más confianza para el archiduque Alberto y para don Francisco de Melo”. Pero asistió después a la sucesión de fracasos militares de los Tercios. Se halló en la batalla de Rocroi (19 de mayo de 1643, Francia), que significó el fin de la supremacía del Ejército español, en la que procedió con mucho valor: “sólo su tercio quedó en pie, habiendo sido atacado por tres veces”, pero fue hecho prisionero. Por su actuación, el general Francisco de Melo le ofreció la primera compañía de caballos corazas que vacase.

Continuó participando en numerosas acciones de socorro y fortificación, con el grado, desde enero de 1645, de capitán de caballos corazas (aunque Melo había sido cesado en 1644): así, en Mons (Bélgica) a las órdenes de Andrea Cantelmo, Gravelines (Francia), Mardyck (Francia), ribera del río Mosa, Hulst (Holanda), Dunkerque (Francia), defensa de la provincia de Güeldres (Holanda), toma de Courtrai (Bélgica), y otras. Fue felicitado por el sucesor de Melo, el marqués de Castel-Rodrigo.

Nuevamente fue hecho prisionero en la batalla de Lens (20 de agosto de 1648, Francia), perdida por el Ejército español, dirigido ahora por el archiduque Leopoldo Guillermo de Austria, gobernador de los Países Bajos, frente a las tropas francesas comandadas por el príncipe de Condé, el vencedor de Rocroi. La actuación de Salamanca en la batalla (“el gruesso que D. Juan mandava después de haver roto otro del enemigo y mezcladose con él se rehizo en el mismo puesto y bolvió a chocar segunda vez y siendo desecho se incorporó con otro capitán y assistió hasta que fue desecho quedando segunda vez prissionero”) fue destacada en el informe presentado al archiduque. Al año siguiente, 1649, a pesar de habérsele concedido licencia de tres meses, no usó de ella y se halló en la entrada que hizo en Francia el archiduque para recuperar Ypres (hoy Bélgica).

Vuelto a España, alcanzó la graduación de maestre de campo. Fue nombrado gobernador de Ciudad Rodrigo “en ocasión de la guerra con Portugal” (según recoge un árbol genealógico, en el Archivo de Campo Alange, que no precisa el año). Pleiteó en 1650 con el condestable de Castilla por compras de tierras en la jurisdicción de Briviesca (Burgos).

En 1657 fue nombrado gobernador y capitán general de Cuba en sustitución de Diego Rangel. Durante su mandato (tomó posesión el 5 de marzo de 1658) son de destacar dos de sus principales preocupaciones. La primera, la constante presión, especialmente inglesa y holandesa, militar, corsaria y contrabandista, muy intensificada desde que Inglaterra arrebató Jamaica a España en 1655. La segunda, la laxitud en las costumbres en general y del clero en particular: requirió del obispo un mayor control, pero “se empezaron a amotinar los eclesiásticos”, muriendo el obispo “con celeridad y según dice el vulgo [...] ayudado [... ]”, por lo que Salamanca escribió al Rey en 1658 solicitando que un nuevo prelado “venga cuanto antes, para que se ponga remedio en cosa tan grave”. También tuvo problemas con el comisario del Santo Oficio quien, excediéndose en sus funciones (“este comisario excede en todo lo que obra”), quiso utilizar a la Inquisición en la lucha contra el contrabando y “tiene a toda esta ciudad en una medrosa esclavitud”, escribió Salamanca al Rey en 1662. Intentó, sin conseguirlo por falta de financiación, la fundación en Cuba de un colegio de jesuitas. Fomentó el cultivo de tabaco en la isla. Aunque cesó en su cargo el 12 de septiembre de 1662, ocurrió poco después, en palabras de J. de la Pezuela, “uno de los sucesos más desastrosos para la Isla”: una expedición naval inglesa de novecientos hombres procedente de Jamaica desembarcó el 18 de octubre de 1662, cerca de Santiago de Cuba. El gobernador de este territorio, Pedro Morales, fue derrotado, y la ciudad fue ocupada y saqueada por los ingleses. Juan de Salamanca, aunque estaba enfermo, se puso el 15 de noviembre al frente de setecientos hombres en dirección a Santiago de Cuba. Al llegar a Trinidad supo que los ingleses se habían reembarcado, por lo que volvió a La Habana.

En 1659 había solicitado su sustitución por motivos de salud. Fue nombrado ese año, sin que ello guardara relación alguna con su solicitud, gobernador y capitán general de Filipinas y presidente de la Audiencia de Manila. Por alguna razón, los títulos de nombramiento no llegaron a su destino, por lo que en 1660 se le enviaron unos duplicados por el secretario del Consejo de Indias, junto con un escrito avisando a los oficiales reales de Veracruz de la importancia de los despachos dirigidos a Juan de Salamanca. A pesar de ello, continuó Salamanca en su destino en Cuba hasta 1662, y Sabiniano Manrique de Lara, que era el gobernador de Filipinas desde 1653 continuó en su puesto hasta 1663, posiblemente porque la sublevación en algunas provincias de Filipinas que tuvo lugar en 1660 aconsejó aplazar el cambio de gobernador. En la relación de servicios de Salamanca, conservada en el Archivo de Indias, una anotación marginal dice que habiendo sido promovido “a la Presidencia de filipinas [...] no aceptó, por lo qual acavo su quinquenio en la Havana”. Ello a pesar de que en 1661 había reiterado su solicitud de sustitución.

Contrajo matrimonio con Francisca Alonso de Salinas y Gallo de Avellaneda (perteneciente a una familia de hacendados burgaleses, tenía por ascendientes ilustres a Alonso Yáñez Fajardo, adelantado mayor del Reino de Murcia, y a Juan Álvarez Delgadillo, alférez mayor de Juan II), con quien tuvo en 1630 a Juan y en 1633 a María Francisca, casada con Francisco Orense Manrique. Su citado hijo Juan, casado en Briviesca con Clara Gutiérrez de Salazar (de donde era natural, hija de su alcalde), sería alcalde de esta villa en 1670 y regidor perpetuo de Burgos. Fue progenitor de los marqueses de Villacampo y de los condes del Campo de Alange, y también de los duques de Peñaranda de Duero, de las Torres, marqueses de Guadalcázar, Breña, Pacheco, La Granja, Acapulco, Rincón de San Idefonso, la Laguna, condes de Buelna, Lugar Nuevo, Castroponce y otros. El gobernador Juan de Salamanca fue enterrado en Burgos, según dispuso en su testamento, en la capilla de la Santa Cruz (llamada “de los Salamanca”), de la que era patrono, en la iglesia de San Lesmes, donde había sido bautizado.

Se le atribuye el inicio de la construcción en Briviesca de la que se conocería como “Casa de los Salamanca”, que terminaría su hijo Juan. Años después se alojaría en ella la reina María Luisa de Saboya, primera mujer de Felipe V, en cuyo recuerdo se puso cadena en la fachada (no se pudo alojar en su viaje de venida a España, que hizo por barco desde Niza a Figueras, pero pudo hacerlo en 1706 o, aún mejor, en 1710, fechas de las evacuaciones de Madrid realizadas por Felipe V durante la Guerra de Sucesión). Hoy día sólo queda de ella un cubo cilíndrico de piedra, con el escudo familiar, adosado a la reconstrucción posterior del edificio, propiedad del Ayuntamiento.

Fuentes y bibl.: Archivo Histórico Nacional, Secc. Nobleza, Frías, C. 382, D. 11; Secc. Estado, legajos 1337 y 2097, Relación de los servicios de D. Juan de Salamanca, Caballero de la orden de Calatrava y capitán de cavallos corazas españolas en los Estados de Flandes, año 1651; Archivo General de Indias (Sevilla), Indiferente General, 116, n.º 63, Relación de servicios del Maestre de Campo Don Juan de Salamanca cavallero del abito de Calatrava y corregidor de la ciudad de Ciudad Rodrigo, diosele el gobierno de la Havana el año de 659; Audiencia de Santo Domingo, Cartas de Gobernadores, r. 1, n. 7, n. 24, n. 32, n. 33, n. 43 n. 45; Archivo de los Condes del Campo de Alange, Árboles genealógicos del apellido Salamanca, y Testamento del Maese de Campo don Juan de Salamanca caballero dela horden de calatraba Gobernador y Capitan General dela isla de Cuba y ciudad de san Cristóbal dela abana, a quien su Majestad de Felipe quarto que esta en el cielo confio el gobierno y birreynato delas islas filipinas y presidencia dela Real Chancillería de Manila, otorgado en Burgos el 19 de septiembre de 1667 ante Antonio Ruiz de Vallejo; Real Academia de la Historia, Col. Salazar y Castro, D-34 fols. 8-10-v.

L. Salazar y Castro, Historia genealógica de la Casa de Lara, Madrid, Imprenta Real, 1696 [Bilbao, Wilsen Editorial, 1988, t. IV (moderno), pág. 779]; F. J. Alegre, Historia de la Compañía de Jesús en Nueva España, t. III, México, por C. M. Bustamante, 1842; P. Santacilia, Lecciones orales sobre la Historia de Cuba. Pronunciadas en el Ateneo Democrático Cubano de Nueva York, Nueva Orleans, Imprenta de L. E. del Cristo, 1859; J. de la Pezuela, Diccionario geográfico, estadístico, histórico de la Isla de Cuba, Madrid, Imprenta del Est. de Mellado, 1863, t. I, págs. 183-184, y t. II pág. 175, y t. IV, Madrid, Imprenta del Banco Industrial y Mercantil, 1866, pág. 393; M. Villar Macías, Historia de Salamanca, t. II, Salamanca, Imprenta de F. Núñez Izquierdo, 1887; G. Chacón (atrib.), “Crónica de Don Juan II”, en Colección de Documentos Inéditos para la Historia de España, t. XCIX, Madrid, por el marqués de la Fuensanta del Valle, Imprenta de R. Marco y Viñas, 1891, págs. 82 y 132; F. Figueras, Cuba y su evolución colonial, La Habana, Editorial Cenit, 1907, págs. 279-282 (La Habana, Editorial Isla, 1959); A. Ballesteros Beretta, Historia de España y su influencia en la Historia Universal, t. IV, Barcelona, Salvat Editores, 1926, pág. 473; M. Basas Fernández, “Mercaderes burgaleses del siglo XVI”, en Boletín de la Institución Fernán-González (Burgos), año XXXIII, n.º 127 (1954), pág. 164; I. García Rámila, “La capilla de la Cruz o de los Salamanca, en la Iglesia parroquial de San Lesmes, Abad”, en Boletín de la Real Academia de la Historia (Madrid), t. CXXXVI, cuad. II (1955), págs. 217-249; M. Basas Fernández, El Consulado de Burgos en el siglo XVI, Madrid, Escuela de Historia Moderna, Consejo Superior de Investigaciones Científicas (CSIC), 1963; C. Fernández Duro, Armada Española desde la unión de los reinos de Castilla y de Aragón, t. IV, Madrid, Museo Naval, 1972; G. Parker, El ejército de Flandes y el Camino Español. 1567- 1659, Madrid, Alianza Universidad, 1985 (Barcelona, Alianza Editorial, 2006); V. Cadenas Vicent, Caballeros de la Orden de Calatrava que efectuaron sus pruebas de ingreso durante el siglo XVIII, t. II, Madrid, Editorial Hidalguía, Instituto Salazar y Castro, CSIC, 1987, págs. 153-154; A. C. Ibáñez Pérez, Burgos y los burgaleses en el siglo XVI, Burgos, Ayuntamiento, 1990; F. Oñate Gómez, Blasones y linajes de la provincia de Burgos, Tomo I. Partido judicial de Briviesca, Burgos, Artecolor Impresores, 1991; Tomo II, Partido judicial de Burgos, Burgos, Diputación Provincial, 2001; G. Parker, La Guerra de los Treinta Años, Madrid, Machado Libros, 2003; E. A. Alonso López, “Mohínas de la Inquisición”, en http://www.kislakfoundation.org/prize/200201.html; B. M. Cahoon, “World Statesmen”, en http://www.worldstatesmen.org/Cuba.html

LA LOCA ENAMORADA DE MONTALBÁN


170. LA LOCA ENAMORADA DE MONTALBÁN (SIGLO XIV. MONTALBÁN)

Una muchacha y un joven de Montalbán, pertenecientes a sendas familias enemistadas entre sí desde hacía tiempo, estaban enamorados. Dadas las adversas circunstancias, las estratagemas a las que tenían que recurrir para poder verse a solas eran variadas y constantes, pero también lo eran los duros castigos recibidos y soportados cada vez que eran descubiertos por alguno de los miembros de sus respectivas familias.

LA LOCA ENAMORADA DE MONTALBÁN (SIGLO XIV. MONTALBÁN)


Llegó un momento en el que el odio que se profesaban los padres de ambos era tal, que no dudaron unos en encerrar día y noche a la doncella en una lóbrega torre del castillo de Montalbán, y los otros, en confinar al muchacho en casa de unos parientes que vivían en una alejada población.

A pesar de todo, el muchacho logró burlar la vigilancia a la que le tenían sometido y, escapando de casa de sus parientes, se instaló en una cabaña de madera y cañas que el mismo construyó en Peñacil (o Peña del Cid). Desde allí, la distancia hasta el castillo todavía era enorme, pero al menos ello le permitía seguir viendo de lejos a su amada que permanentemente se asomaba a la ventana de la estancia que le servía de prisión.

Como a esa distancia era totalmente imposible poder hablarse, lograron con paciencia establecer un código común y exclusivo de señales, lo que les permitía entablar largas conversaciones por señas. Así pasaron los días, que eran eternos y dolorosos, hasta que la separación y los obstáculos agudizaron tanto el ingenio de ambos que incluso llegaron a idear una treta ingeniosa que rápidamente se dispusieron a poner en práctica.

La muchacha fingió enloquecer en grado sumo, sabiendo que la sociedad en la que vivían no admitía y despreciaba la locura. En efecto, su familia, para librarse de tal afrenta, decidió darle la libertad expulsándola de la casa paterna, lo cual facilitó, tal como habían previsto, el reencuentro de los dos enamorados, que se instalaron felices a vivir en la cabaña de madera y cañas de la Peña del Cid, aquella que les había permitido seguir manteniendo encendido el amor que se profesaban.

[Proporcionada por Sergio Cerbrián (Cebrián ?).]