lunes, 22 de junio de 2020

264. EL TÚNEL BAJO EL EBRO


264. EL TÚNEL BAJO EL EBRO (SIGLO ¿XV? ESCATRÓN)

264. EL TÚNEL BAJO EL EBRO (SIGLO ¿XV? ESCATRÓN)


Sin saber por qué, Juan, que estaba pescando tranquilamente a la orilla del río Ebro, se vio rodeado por sorpresa por varios soldados y, sin recibir ninguna explicación, fue a dar con sus huesos al calabozo. No sabía qué delito se le imputaba ni de qué tenía que defenderse. Lo que sí supo es que estaba encerrado en una sala de la iglesia-fortaleza de San Javier de Escatrón.
Cuando se hizo de noche, en la calma y en la soledad de su celda, creyó oír un ruido de pasos en la calle y se acercó a la ventana para observar lo que sucedía. 

Así es cómo pudo contemplar una larga fila de monjes que caminaban raudos y en silencio absoluto, hecho al que en aquel instante no dio ninguna importancia.
Al día siguiente, aunque sin recibir tampoco explicación alguna, fue puesto en libertad, al parecer por haber sido detenido el culpable de no se sabe qué delito. 

Fue a casa a tranquilizar a los suyos, pero en el camino recordó la procesión de monjes y cayó en la cuenta de que en la iglesia de San Javier no había más allá de cuatro o cinco. ¿Quiénes eran los demás? ¿Qué hacían allí?

Cuando llegó la noche siguiente, intrigado por saber a qué podía deberse la presencia de tanto monje junto, se apostó en una iglesia cercana. A las doce en punto, un nutrido grupo de frailes entró en San Javier. Decidió esperar cuanto hiciera falta, hasta que, al despuntar el alba, los frailes abandonaron la iglesia con gran sigilo. Naturalmente les siguió. Tras recorrer algunas calles, la comitiva frailuna entró en una casa.

El hecho se repitió día tras día: a la media noche, los frailes iban a San Javier; al amanecer, regresaban a la casa en la que permanecían hasta la media noche. No entendía nada, hasta que entre los religiosos reconoció a un fraile del monasterio de Rueda. Entonces supo lo que ocurría. Los monjes pasaban al monasterio, por debajo del río Ebro, a través de un túnel que salía de la casa.

[Aldea Gimeno, Santiago, «Cuentos...», C.E.C., VII (1982), 61-62.]

263. LOS CONDES DE SÁSTAGO CREAN LA CARTUJA DE FUENTES


263. LOS CONDES DE SÁSTAGO CREAN LA CARTUJA DE FUENTES
(SIGLO XV. LANAJA)

263. LOS CONDES DE SÁSTAGO CREAN LA CARTUJA DE FUENTES  (SIGLO XV. LANAJA)


En un árido lugar de los Monegros aunque salpicado de abundantes fuentes, hubo en tiempos una posada para caminantes situada a unas tres leguas de Sariñena, en donde un día se encontró una imagen de la Virgen que, por tal circunstancia, se veneró desde entonces en aquel paraje con el nombre de Nuestra Señora de las Fuentes.

La nueva ermita levantada alcanzó cierta fama y no eran pocos los peregrinos y caminantes que se acercaban a descansar allí y a solicitar favores a la Virgen. Entre otros asiduos visitantes, se encontraban el noble caballero don Blasco de Alagón y su esposa, doña Beatriz de Luna, condes de Sástago, quienes tuvieron la idea de crear allí una cartuja, para lo que dispusieron una buena parte de su fortuna.

Qué motivos movieron a don Blasco y a doña Beatriz a llevar a cabo esa fundación no se sabe a ciencia cierta, pero dos parecen ser las explicaciones más plausibles:

Unos cuentan que, en una ocasión, el joven Artal, hijo de los condes, se había citado en la ermita con unos caballeros, pero no puedo acudir al encuentro por haber caído gravemente enfermo. Cuando murió como consecuencia de aquel mal, los padres decidieron enterrarlo junto a la Virgen para guardar el honor de la palabra dada acudiendo al lugar aunque muerto.

Otros dicen que la cartuja nació como consecuencia del cariño que el conde tomó a los habitantes de la ermita cuando, herido de cierta consideración en el transcurso de una cacería, fue acogido afectuosamente por aquéllos, decidiendo incluso, cuando muriera, ser enterrado allí, como así fue.

Lo cierto es que el matrimonio quiso dignificar más la primitiva y menguada ermita de Nuestra Señora de las Fuentes y convertirla en una cartuja, aunque sólo puso el convento en pie doña Beatriz quien, una vez fallecido el conde, logró del rey Fernando II el permiso correspondiente.

[Supervía, Miguel, «Notas históricas sobre la cartuja de Nuestra Señora de las Fuentes», Linajes de Aragón, III (1912), 63-64.]