martes, 23 de junio de 2020

270. EL VATICINIO DE SAN VALERO


7.3. LOS SANTOS

270. EL VATICINIO DE SAN VALERO (SIGLO IV. CASTELNOU)

270. EL VATICINIO DE SAN VALERO (SIGLO IV. CASTELNOU)


Es bien conocido por la historia cómo san Valero, enfrentado con las autoridades civiles valencianas, se vio conminado a abandonar la ciudad del Turia y la región levantina, para ser confinado durante el resto de sus días en un pueblecito llamado Anento, perdido en medio del Pirineo, donde debería sobrellevar su ostracismo.

Conminado por las autoridades, preparó el religioso a toda prisa sus escasas pertenencias para iniciar el viaje al que se veía obligado, poniéndose en camino con una limitada comitiva dispuesta para ayudarle a sobrellevar tan largo, incómodo y peligroso desplazamiento. Naturalmente, el viaje constituyó toda una odisea, provocada por la sucesión de numerosas etapas debidas a la enorme distancia y a la lentitud de los medios de transporte de la época.

Una de esas múltiples y agotadoras etapas finalizó en el pueblecito actualmente turolense de Castelnou, donde fue recibido y atendido con cariño por sus habitantes, pesarosos por el destierro que se veía obligado a cumplir el religioso. No se detuvo en Castelnou nada más que el tiempo preciso para descansar hombres y caballerías, pero, no obstante, se ganó la comprensión y el afecto de todos sus habitantes.
Cuando la comitiva estuvo preparada y a punto de despedirse y partir para cubrir la etapa siguiente, Valero, en la puerta de la iglesia y mirando al cielo, profetizó —hablaba sin duda con carácter general— que en Castelnou no habría jamás infieles, teniendo en cuenta, sin duda, las firmes convicciones religiosas de los habitantes de aquel momento, firmeza que con toda seguridad transmitirían a las generaciones venideras.

La leyenda acaba asegurando que, en virtud de este vaticinio y de la protección especial que san Valero siempre le dispensó, el pueblo de Castelnou no fue ocupado nunca por los musulmanes, a pesar de haberse extendido éstos por toda la Península, como es bien sabido.

[Bernal, José, Tradiciones..., págs. 179-180.]




269. SAN GREGORIO, PEREGRINO


269. SAN GREGORIO, PEREGRINO (SIGLO XV. ZARAGOZA)

269. SAN GREGORIO, PEREGRINO (SIGLO XV. ZARAGOZA)


En cierta ocasión, procedentes del Midi francés, decidieron emprender juntos el camino de Zaragoza los santos varones Licer, Juan, Pantaleón y Gregorio, con la pretensión de visitar el templo de Santa María la Mayor, cuya Virgen se le apareció al apóstol Santiago y tenía fama al otro lado de los Pirineos
Al doblar las altas montañas pirenaicas, tomaron como guía el curso del río Gállego, pues les habían dicho que, poco después de su desembocadura en el ancho Ebro, se hallaba la meta de su recorrido.

Arrostraron juntos las mil penalidades del viaje, pero circunstancias diversas motivaron que no pudieran llegar todos al final, como habían previsto. En efecto, cuando llegaron a la altura de Zuera, fue Licer el que, tras caer desplomado por el agotamiento del viaje, fue atendido por sus vecinos, entre los que se quedó a vivir y ante los que hoy actúa como patrón de lavilla.

Continuaron hacia Zaragoza sus otros tres compañeros, pero Juan, el más anciano, extenuado por la caminata de tantas lunas, decidió quedarse a vivir con la comunidad allí establecida, la que con el tiempo, en memoria de aquel santo varón, acabaría denominándose San Juan de Mozarrifar.

Apenados por la ausencia de Licer y Juan, Gregorio y Pantaleón siguieron su camino, animados por la noticia de que ya se hallaban cerca de su objetivo. Incluso quisieron acortar y, alejándose del Gállego, tomaron dirección oeste. Cuando fatigados acababan de subir al acampo del Santísimo, Gregorio se desplomó en el suelo, incapaz de seguir, marcando el emplazamiento donde la fe hizo levantar la ermita que hoy le recuerda, lugar desde el que se divisaban las torres de Santa María la Mayor, donde no pudo llegar.

Gregorio alentó a Pantaleón para que prosiguiera, aunque sus fuerzas también eran escasas, tanto es así que, cuando llegó a Juslibol, viéndose impotente ante el Ebro que le cortaba el paso, decidió quedarse allí, lo que explica su patronazgo de la población actual.

Sin duda, los cuatro santos varones debieron, con el tiempo, ver cumplido su sueño de visitar el templo y la imagen que les puso en camino, pero regresaron luego a sus respectivos lugares de adopción.

[Madre, Jesús E., «La ermita de San Gregorio», Zaragoza, 34 (1982), 29-30.]