martes, 23 de junio de 2020

294. PEDRO ARBUÉS, PRETENDIENTE DE SANTA BÁRBARA


294. PEDRO ARBUÉS, PRETENDIENTE DE SANTA BÁRBARA
(SIGLO XV. TOSOS)

294. PEDRO ARBUÉS, PRETENDIENTE DE SANTA BÁRBARA  (SIGLO XV. TOSOS)


En la actual población zaragozana de Tosos pervive la tradición de que Pedro Arbués —quien fuera inquisidor aragonés en vida y elevado a los altares tras su muerte— era patrono de la localidad vecina de Aguilón. Hasta ahí todo era normal, pero lo que ya no les parecía tanto es que pretendiera cortejar a santa Bárbara, patrona, a su vez, del pueblo cercano de Tosos. Naturalmente, estas pretensiones le debieron llevar a realizar continuas visitas a Tosos, cuyos habitantes no veían con buenos ojos tales relaciones amorosas.

Acabó enterándose san Bartolomé —patrono, asimismo, de Tosos— de lo que estaba ocurriendo y no estando tampoco de acuerdo con los deseos e intenciones de san Pedro de Arbués, intentó poner freno y coto a dichas relaciones y al malestar de sus queridos feligreses.

De ahí que, una tranquila tarde de aquel otoño, cuando el ex-inquisidor llegaba caminando a las afueras del pueblo de Tosos dispuesto a entrevistarse con santa Bárbara, san Bartolomé le salió al paso. Se puso delante de él, le cerró el camino y le obligó a detenerse.

Con ademán adusto propio del enorme enfado que le embargaba y yendo directamente al asunto que le había conducido hasta allí, san Bartolomé conminó a san Pedro de Arbués para que cesara en sus continuas visitas, que a nadie del pueblo agradaban ni a él mismo. Pero a la vez que le hablaba de forma tan seria le amenazaba blandiendo un enorme cuchillo, sin duda para dar mayor crédito a la advertencia que le hacia.

San Pedro de Arbués, viendo que la amenaza de san Bartolomé parecía ir en serio y, a pesar de lo que creía sentir por santa Bárbara, dejó de cortejarla desde aquel momento, para contento general de las gentes de Tosos.

[Recogida oralmente.]

293. EL CUADRO DESPRENDIDO, HUESCA


293. EL CUADRO DESPRENDIDO (SIGLO XV. HUESCA)

293. EL CUADRO DESPRENDIDO (SIGLO XV. HUESCA)


En el convento que tenía abierto en Huesca la Orden dominica —casa en la que Vicente Ferrer se hospedó en más de una ocasión con motivo de su constante peregrinar por tierras aragonesas—, tuvo lugar un hecho ciertamente inexplicable y gracioso a la vez.

Entre la congregación oscense, era costumbre dar dos pitanzas el día que se conmemoraba el recuerdo y la festividad de san Vicente Ferrer, pero como aquel año coincidía con la Semana Santa, tiempo de recogimiento y ayuno en el mundo cristiano, estimó el prior que no procedía tal celebración. Aquella decisión fue origen de una gran contrariedad por parte de toda la comunidad de frailes, sobre todo de los que eran más jóvenes.

No obstante, a pesar de lo dicho, todo se desarrollaba con normalidad entre los miembros de la congregación hasta que llegó la hora de asistir a la misa solemne. Como era habitual, por tratarse de día tan señalado, el oficiante principal iba a ser el propio prior.

Llegado el momento, el prior se dirigió con tiempo a la sacristía para prepararse. Naturalmente iba a revestirse con una magnífica casulla festiva que ya estaba colocada, perfectamente doblada, sobre el amplio armario bajo de cajones, lo mismo que los demás ornamentos.

De repente, cuando con parsimonia había comenzado el prior el ritual, sin que se soltara el clavo ni se rompiera la cuerda que lo mantenían colgado, cayó sobre su cabeza un cuadro que representaba a san Vicente Ferrer. El quebranto para el prior no fue grave, afortunadamente, pero en los bancos de la iglesia y en los sitiales del coro los frailes, sobre todo los más jóvenes, sintieron una sensación y un gozo especiales.

Sin duda alguna, el pequeño chichón que el prior mostraba durante la celebración de la misa les resarcía de la pitanza no concedida ni ingerida. Era, con toda seguridad, así lo creían ellos, la pequeña satisfacción que Vicente Ferrer les quiso proporcionar en el día de su aniversario.

[Vidal y Micó, Francisco, Historia de la portentosa vida..., pág. 232.]