Capítulo XLV.
De
Sunyer, segundo conde de Urgel.
Al conde Armengol, que murió
sin hijos, sucedió en el condado de Urgel Vifredo Peloso,
conde de Barcelona, y fue señor de él hasta el año 912; qué
murió, ordenando de sus estados entre sus hijos. Vifredo fue conde
de Barcelona, y murió sin hijos, después de haber tenido solos dos
años el condado: por su muerte fue conde Mir, su hermano, que ya era
conde de Rosellón, Cerdaña y Besalú. En el condado de Urgel
instituyó a su hijo Sunyer, que otros llamaron Sinofredo: también
tuvo otro hijo llamado Rodolfo, que fue monje de Ripoll y después
obispo de Urgel. El cuidado mayor de Sunyer fue dilatar su condado,
que entonces estaba en lo más fragoso y áspero de las montañas de
la Seo de Urgel, guerreando con los moros sus vecinos, que en este
tiempo señoreaban las ciudades de Balaguer, Lérida, vizcondado de
Ager y todas las riberas de Segre y Ebro, hasta Tortosa; y cada día
entraban en las tierras del conde, haciendo todo el mal que podían.
El conde pidió socorro a su hermano, el de Barcelona; el cual con
toda o la mayor parte de sus caballeros de Cataluña y demás gente
que pudo juntar, acudió a socorrerle, e hicieron una famosa entrada
en las tierras de los enemigos, y después de hallada mucha
resistencia, llegaron a la ciudad de Balaguer y le pusieron cerco;
pero se defendió tan valerosamente y sobrevino tanto socorro a los
cercados, que por aquella vez se hubo de alzar el cerco, porque la
ciudad estaba muy fuerte y municionada. Contentáronse con talar el
campo y vega, y dar a los enemigos todo el daño que les fue
posible.
En el año 929 murió Mir, conde de Barcelona, a los
treinta y cuatro años de su edad, y décimoctavo de su condado: dejó
tres hijos que fueron Sinofredo, Oliva Cabreta y Mir, todo en pupilar
edad; el primero fue conde de Barcelona, el segundo de Besalú y
Cerdaña, y el tercero conde de la ciudad y territorio de Gerona, y
después obispo de ella. Otro hijo dicen que tuvo llamado
Endescarrechs, que tuvo título de vizconde de Cardona, y conociendo
el gran valor y lealtad de su hermano, y sabiendo cuánto podía
confiar en él, le nombró tutor y curador de sus hijos y tierras.
Entonces dejó gobernador o vizconde (que este título tenían los
gobernadores de los condes) en el condado de Urgel y vino a residir
en el de Barcelona, porque sabía muy bien cuánto convenía la
conservación de Barcelona a todo lo restante de Cataluña. Gobernólo
por veinte años, porque este era el tiempo que señaló el testador,
y le nombraron conde de Barcelona y está contado en el número o
catálogo de ellos, no porque lo fuese en propiedad, sino en
administración.
Su gobierno fue muy quieto y gozó de más paz y
sosiego que sus pasados, y pudo entender en obras y ejercicios que en
tiempo de guerras era imposible. En el año 935 fue la segunda
dedicación del monasterio de Ripoll, y se solemnizó aquella fiesta
en presencia suya y de toda la nobleza de Cataluña, que con
liberalidad y devoción regocijaron aquella festividad.
Los
términos del condado de Barcelona, por este tiempo, de la parte de
occidente no pasaban de Villafranca del Panadés, aquí era la
frontera de los moros, de quien recibían los cristianos cada día
mil daños; bajaban de las montañas y talaban los campos de los
cristianos, cautivando los que hallaban, y luego se retiraban con las
presas en lo más fragoso de ellas. Allá quedaban seguros, por ser
la tierra áspera y rompida para mejor resistirles. Escogió Sunyer
un lugar acomodado en los mismos montes que están entre Villafranca
y la marina: aquí estuvo antiguamente la ciudad de Olérdola, cuya
memoria ya casi del todo queda perdida, y de consejo de Teuderico,
obispo de Barcelona, y otros de su corte, edificó un famoso castillo
y dentro una iglesia en honor del arcángel san Miguel, tutelar y
patrón de la casa de los condes de Urgel, y la dotó de muchas
rentas que, en parte, están el día presente aplicadas con autoridad
apostólica a la iglesia de Villafranca del Panadés, quedando buena
cantidad para el debido culto y aseo de la iglesia, y sustento de sus
ministros. El castillo está casi del todo derribado, los vestigios
que quedan de él son argumento y señal de su antigua fortaleza y
grandeza. Fue esta obra de grande utilidad, pues por mucho tiempo
quedaron aquellas comarcas libres de los asaltos y correrías de los
enemigos. Entonces reedificó por aquellas montañas muchas iglesias,
que fueron de los godos, y después que entraron los moros, quedaron
yermas y destruidas, hasta en estos tiempos, que el conde las
restituyó a lo que antes eran. Es cosa muy fácil de conocer esto,
porque las mas iglesias de estos montes parecen de medio arriba,
edificadas de nuevo, y de medio abajo, obra gótica o romana. La
iglesia catedral de Barcelona recibió en su tiempo gran aumento,
porque él y la condesa Riquilda, su mujer, le dieron ciertos alodios
que habían comprado en la villa de Caldes, y el diezmo del señorío
directo de las raficas de Tortosa, y esto lo dieron por las
almas de un hijo suyo llamado Ermengaudo y del conde Vifredo, su
padre, y de Guinidilda, su madre, y del conde Borrell,
su hermano: de esta dotación hace memoria el gran averiguador de
antigüedades, Diago, y en el libro segundo de la historia de los
condes de Barcelona.
Asímismo en tiempo de este conde fue
consagrado el monasterio de san Pedro de las Puellas de
Barcelona, que años atrás había edificado Ludovico Pío, rey de Francia: (y qué rey tenían los catalanes entonces?) fue la consagración, según dice Diago, solemnísima, y
allende el grande concurso que se halló en ella, estuvieron también
presentes el conde Sunyer y su mujer Riquilda, y sus hijos san
Hermengaudo, que después fue obispo de Urgel, y Borrell; y así el
conde y condesa y Vilara, obispo de Barcelona, se mostraron aquel día
liberales y magníficos, dotando de nuevo el monasterio
magníficamente, y concediéndole grandes cosas; y dice aquel autor,
que se tenga por dichoso aquel monasterio, sabiendo que un santo tan
grande entra en la lista de los que lo dotaron. Acabados los
veinte años (que fue el de 949) había asignado el conde de
Barcelona en que gobernase el condado, lo volvió a sus sobrinos (1)
lisamente y sin dilación alguna, aumentado, quieto y pacífico,
y entonces se retiró en las montañas vecinas a la Seo de Urgel,
donde pasó el tiempo que le quedó de vida, hasta el año de 951, en
que murió. Poseyó el condado de Urgel veinte y dos años, y los
veinte ocupado en el gobierno del de Barcelona.
(1) Sobre este
gobierno y tutoría, y los condes Sunyer y Seniofredo, consúltese lo
que expuso ya el colector (Próspero de Bofarull) en sus
Condes de Barcelona vindicados, tom. 1.° pág. 65.
Fue
sepultado en el monasterio de Ripoll en el sepulcro de sus
antecesores, que está junto a la puerta de la iglesia que pasa al
claustro, con una inscripción o letrero que dice: A quo dotatus
locus est hic, et aedificatus, porque están allí el cuerpo de
Vifredo Peloso, fundador del monasterio, y de sus descendientes y
colaterales.
De Riquilda, mujer suya, tuvo, según la más común
opinión, cuatro hijos, Borrell que le sucedió en el condado de
Urgel; Armengol, que fue santo y obispo de Urgel; Miron, y otro
Armengol, que murió en vida de los padres.
(Como siempre, la wiki da muchos datos que hay que cotejar:
https://es.wikipedia.org/wiki/Wifredo_el_Velloso)
y con los Bofarull pasa lo mismo.
CAPÍTULO XLIV.
De
Armengol de Moncada, primer conde de Urgel, y vida de
san Hermenegildo, de quien deriva este nombre. - De como el
nombre de san Hermenegildo fue muy recibido en España, y de los
muchos nombres que de este se han formado.- Prosíguense los hechos
que se saben de Armengol de Moncada.
Dapifer de Moncada quedó
en el lugar de Otger Catalon, y por muerte de él, le eligieron sus
compañeros capitán, cabeza y caudillo, y lo fue toda su vida. Este
Dapifer dejó un hijo, que se llamó Arnaldo de Moncada, y por
muerte del padre, sucedió en el cargo y gobierno de las poblaciones
que había en los montes Pirineos, en nombre del rey de Francia,
señor de Cataluña. Murió Arnaldo, y dejó un hijo llamado
Armengol, que sucedió en el cargo. Esté vivía cuando Carlo Magno
entró en Cataluña, y gobernaba, a más de los montes Pirineos, la
tierra de Cerdaña, Pallars, Urgel, Empurias y otras muchas. En su
tiempo se edificaron los más de los castillos que hay en aquellos
montes, que, como eran guarida y retirada de los cristianos,
procuraban todo lo posible que estuviesen con la debida
fortificación, para poder mejor resistir a los moros que
continuamente les molestaban. Fue esta venida de Carlo Magno el año
791, o el siguiente. Conoció Carlos a Armengol, y le trató y
tuvo claras señales de su valor y merecimientos, y vio con sus
propios ojos los servicios que de Dapifer y Arnaldo, su padre y
abuelo, había recibido, y que el nombre francés se
era, por su valor y esfuerzo, conservado en Cataluña. Esto y ser
Armengol de gran linaje, le dio motivo para honrarle como lo merecía:
dióle título de conde de Urgel, Rosellón, Empurias, Cerdaña y
Pallars, y fue el primero que gozó de estos títulos juntos, y con
mucha razón, por debérsele a él y a sus ascendientes mucha parte
de la conservación y conquista de aquellas tierras; y el título que
usaba primero, anteponiéndole a los demás, era conde de Urgel, y
así es comunmente llamado. En memoria suya quedó que los condes de
Urgel, sucesores suyos, tomaron este nombre de Armengol, que por
muchos años duró en aquella ilustre casa y familia. Es forzoso en
aquesta historia nombrar infinitas veces este nombre Armengol,
el cual era tan propio de los condes de Urgel, que cuando decían el
conde Armengol, por antonomasia, se entendía el de Urgel; y
eran ellos tan celosos de conservarle, que obligaban los padres a los
hijos lo conservaran sus descendientes, y Sunyer, tercer conde
de Urgel, a dos hijos suyos dio este nombre, como veremos en
su lugar.
Es este nombre y suena lo mismo que Hermenegildo
en Castilla, y se toma del glorioso rey mártir san
Hermenegildo, honra y lustre de todos los reinos de España, y
más de la ciudad de Tarragona, donde padeció martirio y se guarda
su cuerpo.
La vida y martirio de este santo escribieron muchos
autores antiguos y modernos; pero como no habían llegado a noticia
de ellos (porque aún no se eran hallados) los fragmentos históricos
de Lucio Dextro y cronicon de Marco Máximo, obispo de
Zaragoza, su devoto y contemporáneo; no pudieron escribir con
puntualidad igual a la de este autor, que fue testigo de vista; y
así, por honra de este bienaventurado santo y por la memoria que de
él quedó en los condes de Urgel, y en honra de su nombre, del que,
aunque corrompido, cada paso se hace mención en este libro, he
querido escribir aquella, como cosa muy de mi propósito e intención.
Fue este santo español de nación, hijo primogénito de
Leovigildo o Levigildo, godo, rey de España
(Ludwig, Luis), y de la reina Teodora, que fue hija de
Severiano, capitán general del rey y gobernador de Cartagena
y su distrito, y de Teodora su mujer, varones de gran virtud y santas
costumbres. De estos fueron hijos san Leandro, arzobispo de Sevilla,
san Fulgencio, obispo de Écija, san Isidoro, que sucedió a su
hermano en el arzobispado de Sevilla, y santa Florentina, abadesa y
maestra de muchas monjas y vírgenes dedicadas al Señor. Nació el
año 562, siendo pontífice romano Pelagio (Pelayo, Pelaya, Pelaia, Pelagia, como el mote de mi abuela Mercedes). Faltóle su
madre Teodora a los tres años de su edad y 566 de Cristo, mujer
santa y católica, a quien no se apegó ningún contagio de la
herejía del rey su marido: murió en Toledo, y fue sepultada con
gran dolor y sentimiento de la ciudad y de los suyos en la iglesia de
santa Leocadia Pretoriense, en el arrabal de Toledo, sobre el
río Tajo. No tardó mucho tiempo en tomar el rey otra mujer,
aunque muy diferente en costumbres de la primera; llamábase esta
Gosvinta, viuda del rey Atanagildo, su predecesor,
mujer astuta, maliciosa e inficionada de la secta arriana,
de quien no leemos que quedasen hijos. Deseaba el rey ver casado a su
hijo primogénito, y por eso pidió por nuera a Indegunda,
hija de Sigiberto o Heriberto, hijo de Clotario
primero, rey de Francia, y Brunequilda, reyes de Austrasia.
Para esto envió Agila, su tesorero; pero porque la edad de Indegunda
era poca, se dilató el matrimonio siete años. El siguiente tomó el
rey por compañeros del reino a sus dos hijos Hermenegildo y
Recaredo, con que les aseguró la sucesión y excluyó a los
godos de elegir rey; y de aquí le quedó el título de rey a
Hermenegildo, aunque murió en vida del padre. Creció la novia y
vino a España el año 580: era de edad de diez y seis años, hermosa
sobremanera, dotada de reales y cristianas costumbres: vinieron
en su acompañamiento Eugenio o Epifanio, arzobispo de Toledo, a
quien en los arquiepiscopologios de aquella Iglesia llaman
Eufimio; Fortunio, obispo Pictaviense; Salviano, Aligense;
Frontiniano, Acuense; Beltrinio, Burdegalense; Gregorio, Turonense, y
con lo mejor de la nobleza de los reinos de Francia y España.
Veláronse los novios en la iglesia de santa María de Toledo. Sintió
mucho la novia que el rey su marido estuviese inficionado de la
herejía de Arrio, pero confiada del favor del cielo, con sus
continuas exhortaciones y ayudada con cartas de San Leandro, tío de
su marido, dejó la herejía y confesó la fé católica, admitió el
concilio Niceno, y se declaró patrón y amparo de los católicos.
Sintióse de esto el padre, y le amonestó que se apartase de ellos y
dejase de favorecerles; la madrastra Gosvinta tratábala mal, tomóla
un día por los cabellos y arrastróla por el suelo, dejóla toda
ensangrentada, y un día la echó en una alberca con gran peligro de
ahogarse, y estaba llena de odio y rencor contra de ella, por ser
católica y haber reducido a su marido al cristianismo. Los
católicos, contentos de tener de su parte al príncipe y sucesor del
reino, tomaron las armas: declaráronse por el príncipe y por
católicas las ciudades de Córdoba, Sevilla, Murcia, Orihuela, Évora
y otras. Movióse cruel guerra; sitió el rey en Sevilla a su hijo,
que confiado de algunos pocos romanos que aún quedaban en España,
se era fortificado en ella; pero ellos, cual otros Juda,s fueron
traidores al príncipe y le entregaron al rey su padre, que le metió
en duras y horrendas prisiones en Sevilla, que son las que describe
Ambrosio de Morales en su historia, de las cuales salió dando
rehenes, y metiéndose so la obediencia del rey su padre las ciudades
y pueblos que habían seguido su voz; pero esto duró poco, porque el
año siguiente, después de salido de la cárcel el príncipe, el rey
le volvió a perseguir. Cercóle en una villa de Portugal, llamada
Osset, y le tomó y llevó a Toledo, y allá le metió en la cárcel.
Estando el santo detenido en ella, se congregó en aquella ciudad un
conciliábulo de obispos arrianos; presidió en él Pascasio, que se
intitulaba obispo de Toledo; Vincencio, obispo de Zaragoza; Sumnio y
Nepontiano, obispos de Mérida; Hugo, de Barcelona; Murila, de
Valencia; Argimundo, Portucalense; y Gardingo, Tudense, y otros
de la misma secta. Lo que salió de aquella maldita y execrable junta
dice Ambrosio de Morales, libro undécimo, capítulo sesenta y cinco;
y porque los obispos católicos y otras personas contradijeron a lo
declarado en aquel conciliábulo, el rey los desterró, y en esta
ocasión fue el abad Juan de Valclara desterrado a Barcelona, el que
escribió muchas cosas de este santo, el cual, librado de la cárcel
que había padecido en Toledo, el año siguiente de 583 se retiró a
Sevilla, donde le cercó otra vez el rey su padre; y porque debió
hallar alguna resistencia, llamó en su favor a Miron, rey de los
suevos, que entiendo reinaban en Galicia, y gran copia de gentes, con
cuyo favor prendió el rey en Córdoba a su hijo, que de Sevilla
se era retirado en aquella ciudad. De aquí le mandó otra vez
desterrado volver a Sevilla, y después a Toledo, y de
aquí a
Valencia. Duraron estas peregrinaciones algunos meses, y por quitarle
el rey su padre de los ojos de los súbditos, cuyos corazones iban
tras él, y más los de los católicos, le mandó prender otra vez, y
así preso y con ejército que le servia de guarda, le envió a
Tarragona y le mandó meter en una cruel y estrecha cárcel. No le
faltó aquí la consolación de Dios, que le envió tres santísimos
varones, que eran el arzobispo de Toledo, el abad Juan de Valclara,
que estaban aquí desterrados, y Eufemio, que fue arzobispo de
Tarragona, que le exhortaron y animaron, aunque secretamente, por
temor de los arrianos, a sufrir aquellos y mayores trabajos por la fé
santa de Cristo señor nuestro. Vivía en aquella ocasión en
Tarragona Pascasio, arzobispo intruso de Toledo, hereje arriano, y
por mandado del rey, la vigilia de Pascua fue a la cárcel, y allá
quiso con su sacrílega mano comulgar al santo príncipe, que
indignado del atrevimiento de aquel desvergonzado hereje, no quiso
recibir la comunión, antes bien con ira y odio le echó de sí,
dándole las razones y reprehensión que dice Ambrosio de Morales, de
lo que el padre se sintió mucho, e irado sobremanera, de una vez
quiso acabar con el hijo, y mandó a Sigiberto, capitán de su
guarda, que le matase. Este obedeciendo al impío rey, que no
debiera, fue a la cárcel y con una alabarda o maza de armas, o con
un puñal, como dice
Escolano en la historia de Valencia, le
hirió de muerte; y debieron ser, sin duda, muchas las heridas que le
dio, porque en la sagrada cabeza de este santo, que hoy está en el
Escorial, donde fue llevada desde el monasterio de Xixena,
del orden de san Juan, en Aragón, tiene un ahujero
cuadrado en la coronilla y otros más abajo, a manera de cuchilladas.
Con estas y otras heridas salió aquella bendita alma, y coronada con
la auréola de martirio voló a su Criador, que para tanta gloria
suya y honra de España la había criado, honrándola con una
infinidad de milagros, como fueron, en el silencio de la noche oír
músicas celestiales sobre su cuerpo y salir una sobrenatural
resplandor que, quitadas las tinieblas de la cárcel, la volvió más
clara que si el sol diera en ella. Estos y otros milagros enseñaron
a los fieles que debían reverenciarle como a cuerpo de mártir
glorioso. Asistían en aquella ciudad el arzobispo de Toledo y otros
obispos, y el abad Juan de Valclara: estos, juntos con el arzobispo
de Tarragona y muchos seglares, con grandes llantos y sentimiento le
sepultaron en la iglesia de santa Tecla de Tarragona, como dice Marco
Máximo, obispo de Zaragoza, contemporáneo de este santo, y hoy por
nuestros pecados y poca devoción de aquellos a quien toca, no
sabemos en qué parte, aunque muchos dicen que en aquella iglesia
está sepultado un santo, pero ni saben quién es, ni dónde; y yo
tengo por cierto que este santo fue sepultado, no en la iglesia
catedral, mas en otra que está no muy lejos de ella, de edificio
antiguo, que llaman santa Tecla la Vieja, de la cual Luis
Pons de Icart, en sus Grandezas de Tarragona, dice estas
palabras: «y por esto se dice que, siendo en Tarragona san Pablo,
mandó edificar la iglesia de santa Tecla la Vieja so la invocación
de la dicha santa, la cual devoción se ha siempre tenido en
Tarragona, y de entonces acá la tienen por abogada y protectora;» y
he notado yo que está esta iglesia, aunque pequeña, llena de muchos
sepulcros antiguos, que denotan mayor antigüedad, sin duda, de la
que tiene la iglesia mayor y metropolitana de aquella ciudad, aunque
ambas a dos son muy antiguas. La cabeza de este santo y
buena
parte de su cuerpo, poco después de muerto, Marco Máximo, obispo de
Zaragoza, devoto suyo, la tomó y llevó a Zaragoza, enriqueciendo
con tal tesoro la iglesia de Nuestra Señora del Pilar, y de aquí
vino la cabeza a Xixena,
de allí al Escorial, por medio del obispo de Vique y de Juan
Francisco de Copons de la Manresana, caballero catalán, como lo
refiere largamente Alonso Morgado en la historia de Sevilla. Este
Marco Máximo fue contemporáneo de este santo amigo y conocido suyo,
y le consoló en sus trabajos, esforzándole al martirio, y continuó
la omnímoda historia de Flavio Dextro, y refirió lo que queda
dicho; y así, como a testigo de vista, se le debe fé y crédito,
mayormente no apartándose de lo que escriben san Gregorio, papa, y
el Turonense; Juan, abad de Valclara; don Lucas de Tuy, Paulo Emilio,
Roberto Gaguino, Adon, arzobispo de Viena en Francia; Ambrosio de
Morales, Baronio, Pisa, Alonso de Morgado, Ribadeneira, Villegas,
Marieta y otros graves autores, así contemporáneos del santo, como
modernos; y dice Marco Máximo, hablando de este santo: quem martirem
ego de facie novi, et saepius allocutus sum, cum esset in custodia
patris, Hispali, mox Cordubae, rursus Toleti, Valentiae, et postremò
Tarraconae, cujus ut devotissimus vitae sanctisimique martirii,
carmen hoc ei qualecumque dicavi, quod est index pietatis in eum
meae, etc. La mujer del santo se fue a África, y de aquí a Sicilia,
donde murió y allí fue sepultada; un hijo que tenía, llamado
Teodorico, fue llevado a Constantinopla, donde san Leandro, tío de
su padre san Hermenegildo (que estaba allá para negociar con el
emperador que favoreciese los católicos de España), cuándo le vio,
se entristeció sobremanera. Murió este santo rey y príncipe de
España a 13 de abril del año 586 a los veinte y cuatro años de su
edad. El año siguiente murió el rey Leovigildo, su padre, a quien
Dios hizo mucha merced, pues le dio conocimiento del error en que
estaba y de la persecución y muerte que dio al príncipe su hijo, y
abominando de los errores de los arrianos, abrazó la fé católica,
y en ella murió a 2 del mes de abril del año 587, muy arrepentido
del mal que había hecho, y fue sepultado en Toledo, en la iglesia de
Nuestra Señora, la Antigua.
Poco después, que fue el año 588,
murió también en Constantinopla Teodorico, hijo de este santo
príncipe; y Sigiberto, que fue el que le mató no quedó sin pena,
porque fue convencido de graves delitos, y el rey Recaredo, hermano
de san Hermenegildo, le castigó muy afrentosamente, mandándole raer
el cabello, que era gran ignominia entre los godos, y cegarle, y
después le subió en un asno, y con la cola en la mano, a manera de
cetro, le mandó pasear por la ciudad y llevar al suplicio. A
Gosvinta, madrastra del santo, no le faltó su castigo, porque fue
acusada de un grave delito que olía a traición contra del rey
Recaredo, que le asignó jueces que conociesen de sus delitos, y por
voto de ellos, que eran muchos, con un lazo le quitaron la vida.
Ambrosio de Morales, devotísimo que fue de este santo, trabajó
en averiguar todo lo que le fue posible lo tocante a su vida y
hechos, y es cierto dijera más, sí más hallara. Refiere este grave
autor, que en una dehesa llamada Casa Blanca, cerca de Córdoba,
donde hay vestigios de edificios antiguos, halló una moneda de oro
de este santo: celébrala aquel autor por insigne antigualla, como
cierto lo es, y más por la devoción que aquel buen autor tuvo a
aquel santo. Tiene esta moneda a la una parte el rostro del santo
sobre un trono, con una cruz en medio de él, y alrededor dicen las
letras: Hermenegildi; de la otra parte tiene la moneda una victoria,
y la letra que está al derredor dice: Regem devita, como que
exhortaba el santo a los españoles que se apartasen del rey, porque
con la herejía no les inficionase, siguiendo en esto el consejo del
Apóstol, que dice: haereticum hominem post unam et secundam
correctionem devita; y con este mote justificó el santo la causa
porque había tomado las armas contra su padre, y el católico
intento que tuvo en aquella guerra. De este mote hace autor Morales a
san Leandro o san Isidoro, tíos del santo. Es esta medalla de oro
muy fino, lo que no tenían las de los demás reyes godos, argumento
de ser ella verdadera y no contrahecha, que la curiosidad en estas
cosas se contenta de metal más bajo y no tan costoso como el oro.
Don Antonio Agustín, en sus diálogos de las medallas, no parece que
la tenga por verdadera; pero yo creo que él no debió de ver la que
tenía Ambrosio de Mavales, sino otra diferente, que, aunque de oro,
debía estar mal labrada o consumida del tiempo, cuya antigüedad no
dejó distinguir en ella lo que Morales en la suya; el cual a buen
seguro que no afirmó lo que no era, y más en cosa tocante a este
santo, de quien se confiesa muy devoto, y reconoce por su medio haber
alcanzado de Dios muchas mercedes.
El nombre de este santo y
esclarecido mártir fue muy recibido en España, y mucha gente
principal por devoción suya (como se echa de ver en muchas
escrituras de los primeros reyes de Castilla después de don Pelayo)
le tomaba. En la dotación que el rey don Alfonso, el Casto, hizo a
la Iglesia de Oviedo, uno de los testigos se llamaba Hermenegildo: es
la data de esta escritura a 16 de noviembre, año 812, y en tiempo
del rey don Alfonso, el tercero de este nombre, llamado el Magno, un
obispo de Oviedo y un conde de Tuy en Galicia, y otro del Puerto (O
porto, Oporto) en Portugal, tuvieron este mismo nombre, como
parece en el primer concilio de Oviedo, celebrado el año 879; y en
un privilegio que tiene la Iglesia de Santiago de Compostela del
mismo rey año 881, confirman tres Hermenegildos, el uno obispo, el
otro mayordomo del rey y el otro sin título; y después, en tiempo
del rey don Fernando, el primero, después de haberse frecuentado
mucho, este nombre, se sacó de él un sobrenombre, que era
Hermenegildez, así como de Fernando Fernández, de Gonzalo
González, de Rodrigo Rodríguez; y este sobrenombre Hermenegildez
era muy frecuente en las confirmaciones de los privilegios de este
rey, en que anda un Pedro Hermenegildez que se halló en la
confirmación de muchos de ellos: después se fue corrompiendo y
abreviando algún tanto, y en privilegios de Alfonso, hijo de doña
Urraca, confirma muchas veces un Gutierre Hermildes, que en otros
privilegios se llama Gutierre Hermenegildez, do se ve claro ser todo
un mismo nombre; y en Portugal había linajes y caballeros que lo
tomaban por sobrenombre, como Alonso Ermegic, Estévan Ermiges,
Alonso Ermiges y otros.
No fue menor la devoción con que
veneraron este santo en Cataluña, donde fue muy ordinario su nombre,
aunque algo mudado y corrompido, como vemos cada día que diversos
lenguajes mudan más o menos, de una manera y de otra los nombres
propios, o desgobernando las letras o añadiéndolas o quitándolas a
los vocablos; y de aquí quedaron Armengol o Hermegaudo por
Hermenegildo, y todo es un mismo nombre, y en muchas escrituras vemos
que los que aquí son Hermengaudos y Armengols, en Francia son
Irmingarios y en Castilla los llaman Hermenegildos. De esto hay
muchos ejemplos; solo referiré algunos: en la fundación de la
antigua Valladolid, que hizo el conde don Pedro Anzures a 21 de mayo,
era 1133, y de Cristo señor nuestro 1095, que está en el archivo de
aquella iglesia, confirma el conde Armengol de Urgel, yerno del
conde
Pedro Anzures, y no se nombra ni firma Armengol, sino
Hermenegildus; y en muchos privilegios latinos del rey don Alfonso,
hijo de doña Urraca, y en otros que trae el obispo de Pamplona en su
historia, firma el conde de Urgel, y no se llama sino Hermenegildo,
acomodando su nombre al verdadero y original de Castilla. En unos
versos que están en la vida del conde Armengol de Castilla,
nieto del conde Pedro Anzures, le llama el poeta Hermenegildus; y no
solo tomaron este nombre los hombres, mas aún también las
mujeres, y es cierto que el nombre de Ermengarda, Ermisenda,
Ermesinda y otros semejantes que vemos en escrituras antiguas, es el
de este santo, y se echa de ver esto, en que a las mujeres que en
unas partes están nombradas con uno de estos tres nombres, en otras
las nombran Hermenegildas, y todo es una misma cosa.
Duró por
espacio de trescientos cincuenta años que todos los condes de Urgel,
a imitación y ejemplo de Armengol de Moncada, tomaban este nombre; y
porque cuando heredaron aquella casa los vizcondes de Cabrera se dejó
este nombre, el conde don Ponce de Cabrera mandó en su testamento
que sus hijos, que eran cuatro, y otros a quienes venía la sucesión
de aquel condado, estuviesen obligados a llamarse Armengoles o
Ermengaudos, y lo repite muchas veces, encargándolo con grandes
veras, porque sabía y se era observado ser este nombre, en la casa y
linaje de Urgel, nombre de fortuna y felicísimo, y tanto cuanto duró
en ella, gozó paz, felicidad, buena ventura, aumento de estados, paz
con los reyes, amor con sus vasallos, sosiego en sus tierras y
señoríos, y de felicísimas victorias de sus enemigos; y así nota
muy eruditamente un autor, que hay nombres que tienen fortuna, y
otros que son desdichados. El nombre de Antonino fue en Roma
felicísimo, y lo daban a los Césares en pronóstico de la virtud y
valor se prometían de ellos, hasta que lo tuvo Eliogábalo, que con
sus pésimas costumbres le afrentó de manera, que de allí en
adelante se tuvo por nombre afrentoso. Judas fue apellido sacrosanto
desde el principio de la república hebrea hasta que pereció, y así
hubo cuatro de este apellido en el colegio apostólico; pero el uno
fue tal, que llenó el nombre de ignominia y su malicia le afrentó
en gran manera. Los nombres de Fernando y
Alfonso en Castilla son
felicísimos, y desgraciados los Enriques, así como los Jacobos en
Escocia (James, Jaime, Tiago, Santiago), Carlos en Inglaterra,
y los príncipes Carlos en España.
Tuvo el conde Armengol de
Moncada en casa del rey de Francia y emperador Carlo Magno y de
Ludovico Pío, su hijo, muchos y muy honrados cargos y dignidades: en
el año 800 de Cristo señor nuestro fue nombrado virrey y
gobernador de la isla de Mallorca por el emperador Carlo Magno, y
años después confirmado por Bernardo, su nieto, hijo de Pepino, a
quien dejó Carlo Magno lo de Italia. La causa y motivo para dar este
cargo a Armengol, fue porque el año 799, que fue uno antes de
coronarse emperador Carlo Magno, los moros de África y España
causaban grandes daños en aquella isla y vecinas, y los isleños
estaban en continuos sustos y temores por no tener donde acudir, por
estar por todas partes rodeados de enemigos. Vivieron con este
desasosiego hasta el año 800 que pidieron favor a Carlo Magno,
prometiendo que si se lo daba, serían sus vasallos. El emperador
aceptó la ofrenda muy contento de ser señor de tan fértiles y
pobladas islas, y así les dio el socorro necesario para prevalecer
contra los enemigos, dándoles por capitán y virrey a Armengol de
Moncada, conde de Urgel, para que les gobernase y tuviese en devoción
suya, defendiéndoles de los moros que corrían aquellos mares.
Estos, sabiendo el socorro que había venido a los mallorquines,
dejaron de molestarles y mudaron sus correrías y pasaron a destruir
y * y a la vuelta dividieron su armada, y la una parte fue a la isla
de Cerdeña, y otra a la de Córcega, donde hicieron grandes daños,
talando los campos y destruyendo los pueblos, y llevándose muchos
cautivos con lo mejor de aquella isla, y a la que, ricos de la presa,
se volvían a África a gozar de ella, tuvo Armengol noticia y
salióles con su armada. Trabóse batalla y quedó vencedor, y tomó
ocho naves a los enemigos, y dio libertad a más de quinientos corsos
que llevaban cautivos. Con esto se volvió con triunfo a la isla,
asegurando con esto todos los mares vecinos.
Tomaron de esto los
moros tanta rabia, que por vengarse, volvieron a Italia (que a
Mallorca ya no osaban) , y dieron sobre Civitavechia, en la Toscana,
y sobre algunos pueblos de la provincia Narbonense (Francia); y en
venganza de la pérdida de las ocho naves hicieron gran daño en
aquellas tierras, y después que hubieron saciado su crueldad,
volvieron a Cerdeña, donde hallaron resistencia, porque los sardos
estaban prevenidos y mataron muchos de ellos.
Crecía cada día la
fama del conde por todo el mundo, en terror y espanto de sus
enemigos, triunfó de ellos en mar y en tierra muchas veces, gobernó
con gran prudencia la isla de Mallorca, conservándola en devoción
del emperador Carlo Magno, y muerto él, de Bernardo su nieto, hijo
de Pepino, que le confirmó el gobierno de la isla, y le duró toda
su vida.
Murió Armengol en tiempo de Ludovico Pío, hijo de
Carlo Magno, siendo conde de Barcelona Bara, el año no se sabe de
cierto, mas por evidentes conjeturas se entiende fue antes del 820.
Por su muerte volvieron los condados que él tenía, y en particular
el de Urgel, a Ludovico Pío, rey de Francia y señor de Cataluña,
no, como dice Tomic, por haber muerto sin hijos, sino porque no eran
estos títulos hereditarios, como después lo fueron, y solo se daban
durante la vida del proveído, con obligación que no pudiese disponer
de ellos en favor de sus hijos o descendientes; y con esto queda
respondido a la opinión del dicho Tomic, que quiere que Guifre Pelos
dispusiese de estos condados entre sus hijos, lo que no pudo ser,
porque Armengol de Moncada a Guifre pasaron más de sesenta años, y
antes de Guifre hubo otro conde de Urgel, como diré después, que
fue
nombrado por Ludovico Pío, y a Guifre le pertenecieron
aquellos condados por haber cedido y renunciado en su favor y de sus
descendientes Carlos Calvo, rey de Francia, el derecho y
señorío que tenía en Cataluña.
De Armengol de Moncada no
hallo hijos, antes en las escrituras de aquel linaje consta haberle
heredado Oton de Moncada, hijo de Arnaldo. Este Otón sucedió
en el cargo de general, y le hallo con él en la conquista de
Barcelona con Ludovico Pío, que se dio por tan bien servido de él,
que le remuneró con muchos lugares cerca de aquella ciudad, en el
Vallés, a cuya cabeza puso el nombre de su apellido de Moncada, y
con la mitad de la ciudad de Vique, que por muchos años poseyeron
sus sucesores; y de este desciende la ilustre familia de los
Moncadas, de quien ha escrito muy docta y elegantemente don Tomás
Tamayo de Vargas, cronista del rey Católico, este año pasado de
1638.
Las armas de este primer conde fueron las mismas que él
llevaba, propias, de su linaje, que eran, según dice el doctor
Beuter, las de la casa de Baviera, de donde ellos descendían;
y despues las dejaron, y tomaron siete panes de oro en campo de
sangre, esto es, tres y medio en cada una de las dos tiras, y después
dividieron el escudo en palo, y a la mano derecha pusieron los siete
panes, y a la otra los palos de Cataluña, por haber
emparentado con la casa real de Aragón y los que hoy son
bajar de aquella.