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jueves, 14 de marzo de 2019

Libro décimo cuarto

Libro décimo cuarto.






Capítulo
primero. De los trabajos que el Rey sentía oyendo las quejas de la
Reyna doña Violante, y como hizo nueva división de sus Reynos para
heredar a todos sus hijos.






Entrado
era ya el Rey en los XXXV años de su edad, cuando después haber
conquistado dos Reynos, y hechas mercedes a los que le habían
seguido y servido en las conquistas dellos, se daba tanto a mirar por
el bien común de la Repub. y a la mejora y engrandecimiento de los
Reynos, que se olvidaba de sus cosas familiares y domésticas: y con
nacerle de cada día más hijos y herederos, se descuidaba de lo por
venir, y miraba muy poco por ellos. Tenía a don Alonso su hijo mayor
y de doña Leonor su primera mujer ya hombre, por su testamento
declarado legítimo sucesor en todos sus Reynos. El cual teniéndose
por tal, pretendía ser ya los Reynos con todo lo demás suyo. Por
donde la Reyna doña Violante segunda mujer, de la cual tenía ya el
Rey cinco hijos entre hombres y mujeres, estando muy solícita y
cuidadosa de la sucesión y herencia de ellos, y también muy
suspensa, no tanto por la edad del Rey, cuanto por los muchos
peligros de la guerra, en que cada día ponía su persona:
considerando que a faltarles él, cuan mal parados quedarían sus
hijos y ella, no hacía otro que llorar cada día y noche, y lamentar
ante el Rey, llamándose desventurada, y del todo engañada, pues la
apartaron del regazo de su padre, y la trajeron a tierras tan remotas
de la suya, no solo para venir a quedar pobre, y entrar en el lugar
de otra menospreciada: más aun para sufrir las injurias de su
combleça,
y para obedecer y estar sujeta a un su entenado soberbio y
descomedido finalmente para ser madre desdichada de muchos hijos
desheredados. Todo esto oía el Rey con grande tormento y paciencia:
porque no solo le lastimaban las palabras tan resentidas y allegadas
a razón de la Reyna: pero mucho más le llegaba al alma, ver al
Príncipe don Pedro su hijo ya de edad de ocho años, a quien él
mucho quería, levantarse tan bien criado, y con tan manifiestos
indicios de virtudes heroicas, y dignidad Real, con las cuales daba
muy gran esperanza que con sus valerosos hechos, había de continuar
los de su padre y llevar siempre adelante la gloria y alabanzas de
los dos. Y por el contrario que en don Alonso su primer hijo, que
nunca se había apartado de la sombra de la madre, con ser ya hombre,
ningún asomo, ni señal de semejantes virtudes Reales se descubriese
siendo declarado por sucesor. Y así, en pensar que por la
primogenitura de don Alonso, no solo don Pedro, pero los demás hijos
que cada año le nacían de la Reyna, habían de quedar desheredados,
le daba tan grande pena, que no había cuidado, ni carcoma que más
le royese las entrañas, ni congoja que más cruelmente le
atormentase la vida. Por eso le oían decir muchas veces, que los
trabajos de la Repub. y gobierno de Reynos, así en paz, como en
guerra, eran mucho más tolerables que los domésticos y familiares:
porque aquellos, como quiera tienen sus pausas y divertimientos, lo
que no hacen los domésticos porque son continuos, y hacen amargar la
comida, y menoscabar el sueño. Por esto muchas veces le causaba risa
el verse tan mejorado de hacienda, y acrecentado de Reynos, y por
solos cinco hijos que a la sazón tenía, darle mayor cuidado el
haberlos de acomodar, que daría al más pobre hombre del mundo,
aunque tuviese muchos más. Por todas estas causas le pareció más
presto valerse, y usar de la universal ley y derecho natural, que no
seguir el uso y costumbre de los particulares fueros de sus Reynos. Y
así determinó que los señoríos y Reynos que había consignado
para su primer hijo cuando era único, se dividiesen entre él y los
otros hermanos que después nacieron, y que proporcionadamente
gozasen todos de ellos.












Capítulo II. Como el Rey tuvo cortes en Daroca, donde fue jurado
Príncipe de Aragón su hijo don Alonso: y como tuvo otras en
Barcelona, y de lo que pasó en ellas.






Pareciendo
muy bien a la Reyna, y quedando muy contenta de la determinación del
Rey, cerca la división de los Reynos, mandó el Rey convocar cortes
en en la ciudad de Daroca para los Aragoneses, a las cuales también
acudió con sus síndicos la ciudad de Lerida. En ellas se declaró
por sucesor en el Reyno de Aragón al Príncipe don Alonso, y por tal
le juraron todos los Aragoneses con los de Lerida. Pues porque con
mayor gracia de don Alonso, se pudiese dar el Principado de Cataluña
a don Pedro primer hijo de doña Violante, quiso el Rey que se
entendiese el Reyno de Aragón más allá del río Segre, y que
Lerida fuese comprendida en el Reyno de Aragón. Concluidas las
cortes partió para Barcelona, donde también quiso tener las de
Cataluña, y de la misma forma el Príncipe don Pedro fue declarado
por sucesor en el condado de Barcelona y Principado de Cataluña. Mas
sintiéndose mucho los Catalanes, del estatuto hecho en Daroca con el
cual se desmembraba la ciudad de Lerida con todo el territorio que
tiene entre los dos ríos Ebro y Segre de Cataluña, y se aplicaba a
Aragón, se quejaron al Rey, mostrándole como por los fueros y leyes
que les dieron sus antepasados, cada y cuando se pregonaban treguas
entre los Reynos, de ordinario se hacían y publicaban desde Cinca a
Salsas, incluyendo la ciudad y distrito de Lerida en Cataluña. Y así
claramente le dijeron, que si no deshacía aquel estatuto, y les
conservaba el derecho antiguo que sobre esto tenían, no aprobarían
la división de los Reynos por él hecha. Visto esto por el Rey, para
mejor traerlos a su opinión en lo demás, tuvo por bien de
contentarles, y dado por ninguno el estatuto hecho en Daroca, decretó
por nueva constitución, que el condado de Barcelona y Reyno de
Cataluña se entendían desde el río Cinca hasta la fortaleza de
Salsas, y los límites de Aragón como de primero, desde Cinca hasta
Fariza. Reformado el estatuto, los Catalanes se apaciguaron, y
recibieron muy de buena gana por sucesor de su Rey a don Pedro, y por
tal le juraron.











Capítulo III. De la queja de los estados de Ribagorza y Pallars, y
como don Alonso comenzó a hacer parcialidad por si, y de los tratos
que los castellanos tenían con los de Alzira.







Declarando
los términos y divisiones hechas de los Reynos, se siguió de ello
mayor queja de los Aragoneses, por lo señoríos y distritos de
Ribagorza y Pallars que están de la otra parte de Cinca hacia
Cataluña, los cuales don Ramiro, y don Sancho, y sus hijos don Pedro
y don Alonso Reyes de Aragón habían ganado por fuerza de armas, y
juntado con el Reyno: y así los síndicos de los dos estados
formaron grande queja porque contra todo desecho y razón los
excluían del Reyno de Aragón. Por donde a instancia de ellos, el
Príncipe don Alonso como agraviado, comenzó a entrar en diferencias
con el Rey, y poco a poco a despegarse de su amor y obediencia, y
esto con tanta insolencia y soberbia, que como los Aragoneses se
inclinasen a la parte de don Alonso, ponían ya en consulta, si
vendrían por ello a hecho de armas, y se iban descubriendo las
parcialidades. Tanto que hallándose don Alonso en Calatayud, se
allegaron a él no pocos caballeros, y aun principales del Reyno, a
ofrecerle sus personas y haciendas. Entre los cuales don Fernando,
que con la mucha edad y años ya permitía le llamasen Abad, se le
ofreció con todo su poder y fuerzas, aunque fuese contra la persona
del Rey. Después vinieron otros, a quien el Rey había hecho
mercedes, y dado villas y castillos a hacer los mismos ofrecimientos,
para mayor muestra de su desconocimiento y alevosía. A los cuales
más desvergonzadamente que todos siguió don Pedro de Portugal, el
cual dejada Mallorca, se había vuelto a tierra firme. De manera que
todo era ya parcialidades, y división entre las ciudades y villas
reales de Aragón y Valencia y se inclinaban a la guerra civil sin
que hubiese neutrales, porque cada uno seguía una de las dos partes,
sin considerar que a los mismos Reynos se les aparejaba de esto
miserable destrucción y ruina: mayormente si el Rey don Fernando de
Castilla determinaba favorecer la parte de don Alonso su sobrino,
como se podía creer, por haber venido en socorro de su hijo don
Alonso, el cual andaba, por entonces con ejército formado,
acompañado de algunos grandes de Castilla, por el Reyno de Murcia,
para defenderlo del Rey de Granada, y a causa de este socorro se
había apoderado de ciertas villas y castillos, poniendo gente en
ellos y que tras eso el mismo don Alonso, sin estorbarlo el padre,
había tentado de mover guerra a ciertos lugares del Reyno de
Valencia, pretendiendo que tocaba a su conquista, por la antigua
división de los Reynos, y por el concierto sobre esto ya hecho entre
los Reyes de Aragón, y de Castilla. Demás que un Sancho Sánchez
Maçuelos Castellano cabo de escuadra de la gente de guarnición
puesta por aquella frontera, a quien don Alonso había dado a
Alcaudete, y otras villas, trataba con el Alcayde de Alzira,
persuadiéndole entregase la villa al Rey de Castilla, con algunos
otros indicios, de que también se entendía con don Alonso de
Aragón, y que los negocios se iban gastando.











Capítulo IV. Como el Rey fue a poner cerco sobre Xatiua, por
descubrir el trato de los de Alzira, la cual se dio al Rey, y se
describe su asiento.






Vuelto
el Rey de Barcelona a Valencia, entendiendo las novedades sobre lo de
Alzira pasaban, comenzó a tener sospecha de todas partes, y de ahí
adelante tuvo grande ojo a los movimientos de los dos pueblos de
Alzira y Xatiua que estaban a tres leguas el uno del otro. Trayendo
pues consigo a don Vgo Folcalquier Comendador de Amposta y Vicario
del gran Maestre del
Espital,
con buena parte del ejército que estaba en guarnición de la ciudad,
y sus contornos, se partió para Xatiua y asentó su real sobre ella:
no tanto por cercar de nuevo y espantar a los de Xatiua: cuanto por
impedir las inteligencias y trato de los de Alzira con los
Castellanos, y por estar cerca para talarles los campos y
destruirlos, al primer sentimiento que del trato tuviese. En este
medio, mientras que los nuestros asentaban sus máquinas y trabucos
contra la ciudad, los jinetes de Xatiua, salían
adefora
a dar sobre el campo. Y de uno a uno, o de muchos a muchos, había
desafíos y escaramuzas a porfía. Señalándose de ambas partes, y
mostrando el hermoso orden y concierto que cada una llevaba para
desconcertar a la otra. Con todo eso el Rey siempre tenía puestas
sus espías, y alguna gente de pie en celada, por si encontrarían
con algunos Castellanos que entrasen, o saliesen de tratar con los de
Alzira, por enterarse y sacar en limpio lo que de los unos y de los
otros se sospechaba. Como entendió esto el Alcayde de Alzira,
persuadiéndose que ya el Rey sabía el trato y secreto suyo con los
Castellanos, y que de allí vendría a disparar su cólera contra él
y la villa, tomó treinta caballos jinetes, y en lo más sosegado de
la noche se salió secretamente, y se fue desviado del camino real,
por no caer en las manos de la gente del Rey, la vuelta de Murcia.
Luego los de Alzira viéndose desamparados de su Alcayde, lo hicieron
saber al Rey, y como le entregarían la villa libremente, con
condición que se pudiesen quedar en ella con sus campos y heredades,
y con su secta de los Almohades, en la cual se habían criado. Era
esta secta una cierta especie de religión de Mahoma, más
supersticiosa que las otras. Concedioles el Rey todo lo que pidieron
y a la hora se le entregaron con la villa, que ya entonces era de las
más importantes del Reyno. Por estar en lugar llano, cercada de muy
fuerte y torreado muro, y rodeada de Xucar río caudaloso, el cual
con su riego fertiliza sus campos en tanta manera, que abundan de
todas aquellas mieses y frutos que la vega de Valencia: señaladamente
en morales para la seda: porque es imcomparable la ganancia que allí
se saca de ella. Está la villa fortificada desta manera, que
llegando el río junto a ella se divide en dos brazos, que después
de apartados vuelven a juntarse, y queda hecha una Isla: en la cual
está el pueblo situado, que por esto fue nombrada en Arábigo Alzira
o Algezira, que quiere decir tierra aislada. Hay en ella dos grandes
puentes de
calycanto
fortísimas, asentadas sobre los dos brazos del río, para la entrada
y salida de la villa: y así está de mano y arbitrio de ella, dar, o
impedir la entrada del Reyno por aquella parte: a cuya causa fue por
los antiguos llamada llave del Reyno, que por eso tiene por armas una
llave. Entrado el Rey en la villa, y hecho por todos muy gran
recibimiento a su Real persona, reconoció por todas partes el
asiento de ella, y para su mejor fortificación, de tres grandes y
bien fuertes torres que están junto a la puerta mayor que llaman de
Valencia, hizo dellas una fortaleza por si, con sus adarves y
bastiones alrededor, y puso en ella su Alcayde, con gente de
guarnición, mandando que los Cristianos estuviesen en la fortaleza
apartados de los moros, salvo las guardas y guarnición de
Cristianos, que dejó fuera en defensa de la otra puente, que tira
hacia Xatiua, porque la de Valencia, la misma fortaleza que estaba
junto a ella la guardaba.










Capítulo
V. Como el Rey se concertó con los de Xatiua, por acudir al Rey de
Francia en Aluernia, y que de vuelta envió sus dos hijas a casar con
el Príncipe de Castilla, y don Manuel su hermano.


Tomada Alzira y hecho de nuevo conciertos con los de Xatiua en
confirmación de los pasados, el Rey levantó de allí el cerco.
Porque recibió cartas de París del Rey Luys de Francia en que le
rogaba se viniese a la Guiayna, para tratar con él negocios arduos e
importantísimos a los dos Reynos, que le saldría al camino en
Aluernia, donde está el tan nombrado monasterio de nuestra señora
del Puig de Francia. Luego se puso el Rey en camino y llegó allí
medianamente acompa
ñado
de los suyos: holgándose extrañamente de tan buena ocasión, por
visitar aquella tan santa y nombrada casa: donde halló ya al de
Frácia, del cual fue muy suntuosamente hospedado. Concluidos entre
ellos, sus negocios (de los cuales ni el Rey ni otros, hacen especial
mención) se despidieron con mucho amor, y el Rey se volvió para
Cataluña, y de allí pasó a Zaragoza. Donde fue Dios servido que
para apaciguar tantas distensiones, y sanear tan malas voluntades
como entre los Reyes de Castilla y Aragón había, a efecto de poder
mejor perseguir a los moros, se hiciesen allí los Capítulos y
conciertos que para entonces convenía, y se refirmasen, con poner en
ejecución el matrimonio de doña (
donya)
Violante hija del Rey, del cual antes se había tratado, con el
Príncipe don Alonso de Castilla. Y así fue llevada con grande
acompañamiento a la villa de Valladolid en Castilla la vieja. Donde
con muy solemnes fiestas fueron celebradas las bodas de ambos
ados.
Y se cree que en el mismo tiempo y lugar lo fueron también las de la
otra hija del Rey con el Infante don Manuel hermano de don Alonso,
puesto que ni en la historia del Rey, ni de otros se trata deste
particular.










Capítulo
VI. Que el Rey se detuvo en Aragón por echar freno a los movimientos
de don Alonso su hijo, y llamó cortes en Huesca, donde recopiló las
leyes y fueros antiguos del Reyno
y
hizo otros más.







Echado
a parte este
cuydado
(que no era de los menores) con haber casado dos hijas, el Rey se
entretuvo muchos días en Aragón, por refrenar la insolencia y
movimientos de algunos grandes del Reyno, que no entendían sino en
apartarse de su voluntad y obediencia al Príncipe don Alonso, y
debajo de este nombre se atrevían a causar algunos movimientos en
los pueblos, en harta disminución y menosprecio de su autoridad
Real. Por lo cual, como dijimos, el Rey no había comenzado a
dividirse y andar en parcialidades. Y así fue su fin de
entretenerse, por ver, si con su presencia y afabilidad ablandaría
los ánimos de algunos malintencionados, y que don Alonso volviese en
si, y entendiese que de muy
embaydo
de
malsines
estaba
fuera del caso
. Y
así para que pareciese más honesta la causa de su entretenimiento,
mandó convocar cortes en Huesca, con fin que los Aragoneses a quien
tantos años había tenido puestos en armas, y con la continua guerra
y victorias se habían vuelto fieros, austeros, difíciles, y como
intratables para tiempo de paz: con su ejemplo y modestia se
instruyesen, y con el conocimiento y buena interpretación de las
leyes, se redujesen a la razón y buenas costumbres de vida. Para
esto con el consejo de los Prelados y grandes del Reyno, y asistencia
de los síndicos de las ciudades y villas Reales, llamó, algunos
hombres letrados y muy doctos in vtroque Iure, de la misma Huesca,
que fue la más antigua universidad de España, y también de otras
partes, con los de su consejo. Los cuales con la autoridad y
presencia del Rey redujeron en un cuerpo, y recopilaron todos los
antiguos fueros del Reyno, y leyes hechas por sus antepasados.
Entendiendo de sacar en limpio lo que estaba oscuro, en suplir lo
falto y diminuto, en corregir lo errado, o pervertido, por reducirlo
todo a la clara inteligencia y verdadero sentido de ellos: para que
conforme a estos fueros y leyes enmendadas, se pudiesen declarar y
juzgar todas y cuantas diferencias y pleytos se ofreciesen. Mas
adelante, para evitar tantas marañas y revueltas de las causas, que
cada día nacían de la contrariedad y discrepancia que entre si
tienen las leyes por ser humanas, y de las faltas, o forzadas
interpretaciones que la multiplicidad de doctores suelen inventar,
santamente añadió por ley, que en lo que se hallasen dudosos los
fueros, y tuviesen necesidad de interpretación, o no se hallase ya
declarado por otros fueros, en tal caso, los jueces no recurriesen a
leyes escritas, ni a sus legisladores, sino al arbitrio de buen
varón: pues este también se halla en hombres cursados por el mundo
y experimentados en el gobierno de las Repub. aunque no sepan leyes
escritas. De manera que este buen Rey y singular Príncipe, sin
ningún ruido, ni estrépito de armas, sino entre las mismas armas
con claros y tantos fueros, y con bien ordenadas judicaturas,
conquistó de nuevo los ánimos de sus fieles vasallos Aragoneses, y
los sujetó a la razón y pacífico estado de vivir y para que de
allí adelante callasen las armas donde hablaban las leyes, entendió
en tenerlas tan bien rubricadas que fuese fácil, en ofrecerse el
delito hallar luego la ley, o fuero para castigarlo. Y no como antes,
que se remitían a las costumbres y usos de la patria, y se regían
por el orden guardado en semejantes casos. Fue esta obra del Rey de
las más heroicas y levantadas que hizo en su vida, y hazaña no
menos digna de engrandecer que si hubiera conquistado el Reyno de
nuevo: porque Reynos y Repub. sin leyes claras y distintas, o son
cuerpos sin almas, o como hombres que andan en tinieblas. Pues no son
otro las leyes, que guiones para no apartarse de la virtud ni dejar
perder el norte de la justicia. Siendo así, que en estas dos cosas
se funda todo el peso y ser de la Repub. Como acabó el Rey de poner
en talle, y en un cuerpo todas las leyes y fueros del Reyno, por sus
antepasados y por si hechos, y los mandó publicar de nuevo, y tener
por ratos y firmes: amonestó a todos los grandes, y a los síndicos
de las ciudades y villas, se diesen a la buena observación de ellos.
Porque eran tan tolerables y blandos cuanto ninguna otra nación en
todo el mundo los tenía, y junto con eso tan defensores de la
honesta libertad del Reyno, que tenían mucho que agradecer a los
Reyes porque los mantenían en ella. Se hizo esta recopilación de
fueros en poco menos de un año.








Capítulo VII. De la nueva división que el Rey hizo de sus Reynos y
señoríos, dejando el de Aragón para don Alonso, y los demás para
los hijos de doña Violante, y de lo mucho que sintió don Alonso
esta división.






Concluida
por el Rey la recopilación de los fueros y hecho un tan singular
beneficio para los Aragoneses, halló en ellos un modo de
agradecimiento y estimación de tan buena obra en esto, que todo el
pueblo en volver a Zaragoza se le mostró muy benévolo, y los
principales de la parcialidad de don Alonso se allegaron y sosegaron
sus ánimos de manera, que mostraron quedarle muy aficionados. Puesto
que don Alonso andaba divertido por el Reyno, y no se vio entonces
con el Rey. Con esta seguridad de los grandes y benevolencia del
pueblo, hallándose el Rey con algún ocio determinó dar vuelta para
Valencia, y mirar por los negocios de su casa, por lo mucho que sobre
esto le solicitaba con cartas la Reyna doña Violante. Y así en
llegando a Valencia quiso hacer testamento de nuevo, teniendo cuenta
en que también quedasen heredados todos los hijos de doña Violante.
Por esto insertó en el testamento la división y repartición de
todos sus Reynos y señoríos entre sus hijos de primero y segundo
matrimonio, con fin de publicarla luego. Porque si de ella había de
nacer contraste y descontento entre ellos, lo averiguase todo en
vida: pareciéndole que para la perpetuidad de su herencia y Reynos
no se podía ofrecer otra mejor ocasión que dejarlos a todos
contentos. De manera que para adjudicar a cada uno los límites y
términos de su porción y tierras, partió sus Reynos por las
villas, caserías, barrios, montes, y valles, en la forma que aquí
ponemos, según que el cronista Surita la describe con muy buena
resolución en sus Indices Latinos, y ponemos aquí palabra por
palabra, como se ha traducido dellos.
El Rey don Iayme tuvo
quatro hijos de la Reyna doña Violante su muger, don Pedro, don
Iayme, don Fernando, y don Sancho. Tuuo otras tantas hijas, doña
Violante, doña Gostança, doña Sancha, y doña María. En Valencia
a los XIX de Enero 1248 hizo su heredero a don Alonso su primer hijo
de doña Leonor del Reyno de Aragón, al cual señaló y dio por
límites de oriente a poniente, del río Cinca hasta la villa de
Fariza: y hacia el septentrión, al monasterio de santa Christina en
lo más alto de los Pyrineos: hacia el mediodía, al río de
Aluentosa. Mas, con Cataluña juntò a Ribagorça con su término y
distrito, y con las demás tierras que fueron conquistadas de los
Moros dessotra parte de Cinca. El Reyno de Mallorca y Menorca con las
Islas de Iuiça y Formentera concedió por su parte y porción al
Príncipe don Pedro, a quien poco antes había ya jurado por Príncipe
de Cataluña. A don Iayme solo heredó del Reyno de Valencia. A don
Fernando nombró por heredero del Condado de Rosselló, Conflent,
Cerdaña, de la ciudad de Mópeller, y todo el estado de Castelnou, y
castillos de Lates, de Frontinian, del territorio de Omelades, y de
los derechos que tenía sobre los pueblos de la Guiayna dichos
Melgorrès, Pailiá, Lupià, Carcassona, Termes, Rodès, Fenollet, y
del Condado de Aimillá. A don Sancho dedicó para eclesiástico.
Instituyó también segundos herederos en falta de aquellos. Las
hijas no son llamadas a participar de la herencia. Empero los nietos
que pariese su hija doña Violante casada con el Rey de Castilla
también entran en la herencia. Con tal que el hijo que sucediese en
el Reyno de Castilla, no pueda entrar a heredar a Aragón. Y el que
entrase sea exento (
exempto).
Esto dice Surita. Publicose, este testamento, y división, que no
quiso el Rey que estuviese secreto, y por ver esto como lo tomarían
los Aragoneses, se partió luego para ellos, con achaque, de visitar
algunos pueblos del Reyno. Pero resultaron de esto mayores
diferencias y discordias entre él y don Alonso. El cual tenía por
tan cierta la universal herencia de todos los Reynos del padre,
excepto Cataluña: que de muy confiado de ella, se trataba ya como
único señor de todo. De manera que sintiéndose muy agraviado de la
nueva división, juntó consejo con don Pedro de Portugal y los demás
de su bando, y determinaron que pidiese auxilio y favor al Rey de
Castilla su primo hermano, y luego comenzó a alterar las ciudades y
villas del Reyno, justificando ante todos su causa, con la
sinjusticia que decía le había hecho el Rey privándole de los
reynos y señoríos de que le había hecho antes universal heredero.
Y que como fuese esto en manifiesto perjuicio suyo, podía
lícitamente, por defender sus derechos y los del Reyno, porque no se
dividiese de la corona, lo que era de la conquista de Aragón, tomar
armas, y perseguir al mismo Rey que se los quitaba. Como el Rey que
en prudencia, magnanimidad y diligencia excedía a todos, tuviese
aviso desto, fue luego con ellos. Y como el sol que atrae a si las
nieblas, o las deshace con su vigor y fuerza, así él con su
admirable presencia y afabilidad atrajo a si los ánimos de sus
contrarios, o con su disimulación los confundió demanera, que por
entonces cesaron los alborotos y rebelión que comenzaba. Puesto que
don Alonso por mucho que algunos le malsinasen, nunca osó de hecho
acometer nada, ni descomponerse contra el Rey en su presencia.










Capítulo
VIII. Del aviso que el Rey tuvo del acometimiento de los de Xatiua y
como vino a Valencia, y que de paso se hace mención de la fidelidad
y pérdida de los de Sagunto.






Estando
el Rey en Zaragoza con estos debates de las divisiones, le llegó
nueva de Valencia, como don Rodrigo Lizana a quien había dejado por
gobernador general del Reyno, con cinco compañías de soldados, y
una de los Almugauares, habían hecho correrías por aquellas partes
y lugares del Reyno, que no tenían hecho treguas, ni otros
conciertos con el Rey, ni tocaban a la jurisdicción de Xatiua, sino
contra los que como enemigos perseguían a los Cristianos, y los
salteaban y cautivaban doquier que pudiesen haberlos: y así dando
sobre ellos, y volviéndose a la ciudad con muy rica presa, al pasar
de un collado alto que ahora llaman el puerto de la Ollería,
salieron los Moros del valle de Albayda, con los de la Ollería, y
con el ayuda de la caballería de Xatiua, dieron con tanto ímpetu en
los Cristianos, hiriendo y matando de los Almugauares; que más
resistían, que ahuyentaron a los demás, y les quitaron la presa de
las manos. Como fuese de esto avisado el Rey por las cartas de
Lizana, mostró mucho alegrarse de ello. Porque pues el Alcayde de
Xatiua había quebrantado la tregua, y conciertos, tenía ya justa
ocasión y libertad para cercar de nuevo a Xatiua, y combatirla hasta
saquearla. Y así hecha su plática a los barones y principales del
Reyno, a quien tenía por sus más fieles amigos, encomendándoles
las cosas del gobierno del, se partió de Zaragoza, y se trajo
consigo algunos que secretamente favorecían la parcialidad de don
Alonso, y eran gente poderosa: señaladamente al Abad don Fernando
principal fautor y caudillo de ella, a efecto de dividirlos. Con esto
se dio grande prisa por ser luego en Valencia. Llegado pues a cuatro
leguas de ella, hizo alto en la villa de Murviedro, donde fue muy
bien recibido de los Moros que le salieron al camino. Pues aunque el
Rey por concierto los había dado a don Pedro de Portugal, con todo
eso se quisieron entregar al Rey de nuevo, y los recibió debajo de
su amparo. Entrando en la villa se admiró extrañamente de ver,
aunque algo de lejos, la antigüedad y majestad del Coliseo, o
Theatro que hecho a semejanza de los de Roma, se veía muy patente en
el recuesto del monte donde está el Castillo. Y así se detuvo dos
días más por contemplar este y los demás vestigios y reliquias de
aquella gran ciudad de Sagunto que allí fue fundada, y tenida en
España por segunda Roma. Cuya
blacion
fue tan grande, que se afirmaba haber llegado hasta mil pasos del
mar, del cual ahora dista tres mil: como se descubre hoy día por las
monedas de oro y plata, y otros metales, que siempre hallan los que
cultivan los campos donde llegaban sus edificios. Pues como el Rey
gustase mucho de entender los sucesos de su fundación, y si era
verdad lo que de su ruina e incendio vulgarmente se decía: le fue
relatado por algunos de sus cortesanos leídos, lo que habían
collegido de las historias de Titoliuio, Silio Italico, Plutarcho, y
Valerio Max. que fue lo que aquí sumariamente referiremos. Como
fueron los primeros fundadores de ella de nación Griegos, que
vinieron corsarios por mar; cuyo capitán fue Zacinto caballero
principal de la Isla así dicha, que ahora llaman el Zante, cerca de
la Morea. Los cuales visto el buen sitio de la tierra, y su mejor
cielo, junto con la grande y varia fertilidad de su campaña,
fundaron esta ciudad y la nombraron Sagunto, como algunos creen,
deducida de Zacinto. La cual floreció mucho tiempo hecha Repub. por
si, muy poderosa, y de bien ampliada señoría. Porque dominaba la
mayor parte de la Edetania marítima, de Xucar hasta el río Mijares,
con lo mediterráneo hasta la Serranía de Teruel. Reynaban entonces
dos supremas Repub. en el mundo: la una en la Europa que era Roma, la
otra en África llamada Carthago. Las cuales tenían gran competencia
entre si, y por ellas estaba la mayor parte de España dividida en
dos parcialidades. Y porque Sagunto siendo tan principal ciudad quiso
estar a la devoción del pueblo Romano, y jurar amistad con él,
recibiendo sus leyes y costumbres con su lenguaje Latino (como antes
dijimos) los Carthagineses tomaron gran despecho desto y formaron un
poderosísimo ejército nombrando por general del a Aníbal capitán
famosísimo, para continuar la guerra comenzada contra los Romanos y
sus aliados. Y así pasó con el ejército, a España, tomando puerto
en Cartagena que era dellos: con fin de tomar la derrota para Italia
por tierra, y de paso dar sobre los Saguntinos, por ser amigos de sus
enemigos. Llegando pues Aníbal a Sagúto con su ejército se
juntaron con él los Españoles de su parcialidad y llegó a ser de
CL mil hombres (según lo afirma Plutarco en la vida del mismo
Aníbal) con todos puso cerco sobre ella. La cual viéndose en tanto
estrecho, envió sus embajadores a Roma implorando el favor y socorro
de ella para defenderse de tan poderoso y común enemigo. Pues como
los Romanos prometiesen darlo, la ciudad con sola esta esperanza
sustentó su valor y fidelidad, y se defendió de los continuos
combates de Aníbal por espacio de ocho meses continuos: padeciendo
entre otras miserias de cercados la cruelísima hambre Sagútina
(como el proverbio dijo dellos) pues para defenderse de tan grande
infinidad de enemigos que de noche y día la batían, es bien de
creer que también sería mucha la gente que dentro había para su
defensa, y que la hambre crecería: hasta que tardando el socorro, y
estando el muro aportillado por muchas partes, determinaron los
Saguntinos más presto perderse, y morir a sus propias manos, que
rendirse a los enemigos, por no faltar a la fé que habían dado a
los Romanos sus amigos. De manera que antes de esperar el último
asalto, amontonaron todas sus joyas y riquezas, por las plazas y
lugares públicos de la ciudad, y dado fuego a ellas, juntamente
pusieron las manos en si mismos, hombres y mujeres, niños y viejos,
y se degollaron unos a otros, con tanta presteza, que por mucha prisa
que Aníbal y su gente se dieron a entrar en la ciudad, pudieron bien
llegar a tiempo de apagar el fuego para salvar las riquezas que
fueron infinitas, pero triunfar de las personas y vidas, no pudieron
ni así llevar un solo Saguntino en triunfo por testigo de su
victoria. De suerte que partido Aníbal quedó la ciudad por espacio
de años yerma y desierta del todo, y los edificios y casas
totalmente arruinadas, salvo algunos sepulcros marmóreos (como
diremos) y algunos Hyppodromos para correr los caballos: aunque
destruidos solo el Teatro, o Coliseo fue el que quedó muy entero,
donde solían representar las Comedias Latinas que de Roma les
enviaban, y que servía para espectáculo de los que condenaban a las
bestias fieras, según por las cavernas donde las encerraban y
estrechura de callejones por donde las hacían salir al área del
teatro, hoy día se demuestra: y así le hicieron tan magnífico, tan
sólido y permaneciente, por perpetuar la memoria del gran ser y
poderío de su ciudad, que con haber pasado 1500 años de su
fundación hasta que el Rey le vio, quedaba muy entero: demás de
estar tan bien compartido, que podían caber en él sentados en sus
gradas hasta XII mil personas muy a placer, para poder ver y entender
cada uno la voz y gesticulación de cualquier representante. Asimismo
permanecieron mucha parte de los muros de la ciudad, aunque tan
cubiertos de yedra, y verdura que apenas se parecían. De manera que
los segundos pobladores (no se sabe en qué tiempo, ni quién fueron)
viendo la
grasseza
y fertilidad de la tierra, entraron a poblalla, y por hallar el muro
tan cubierto de yerbas y verdura, dejaron su antiguo nombre, y la
llamaron Murviedro, que significa muro verde, o como interpretan
otros Murouiejo, y esto es lo más cierto: porque debajo de este
nombre ha perseverado todo el tiempo que le poseyeron los moros hasta
en nuestros días. Oyendo el Rey todo esto, quedó maravillado de oír
tan extrañas cosas como pasaron por la fundación y destrucción de
aquella ciudad. Y andando reconociendo los vestigios de los edificios
antiguos, llegó a los sepulcros marmóreos antiquísimos que estaban
muy bien labrados y enteros (cuales agora se
vehen)
con sus epitafios y nombres de los muy antiguos y principales
Senadores Romanos, los cuales (como se cree) vinieron a regir la
ciudad como amigos, y a introducir las leyes y costumbres Romanas en
ella. Y que muriendo, los Saguntinos les edificaban aquellos
sepulcros tan honoríficos y
sumptuosos,
poniendo allí sus cenizas para perpetuar la memoria de ellos. Y así
considerando el Rey el miserable fin que los de la ciudad hicieron
por guardar la fidelidad a los Romanos sus amigos, que tan mal se la
pagaron,
sintiolo
mucho, y no pudo dejar de condenar a los Romanos: no tanto porque no
les acudieron con el socorro ofrecido: pero mucho más porque no
reedificaron la ciudad, haciéndola su principalísima colonia, para
memoria de su incomparable constancia, y único ejemplo de amistad
fidelísima. Finalmente queriendo ya el Rey partirse, mandó que se
introdujese allí la fé sancta de Iesu Christo, y su religión
Christiana, y que se edificase su iglesia y templo en ella, dedicado
al gloriosísimo nombre de la madre de Dios nuestra Señora. El cual
con el tiempo se ha hecho muy principal y suntuoso. También porque
algunos caballeros y soldados viejos de los que venían con el Rey,
se contentaron mucho de la tierra y su buen asiento, con tan fértil
campaña, suplicaron al Rey los heredase y repartiese campos en este
pueblo: que tomarían a su cargo, así la introducción de la
religión Cristiana, como la perpetua guarda y
protection
de la tierra contra Moros.
Pareciole
al Rey muy justa la demanda, y llegado a Valencia envió fieles para
hacer el repartimiento a los Cristianos, echando de la villa a los
Moros, a los cuales repartieron por los valles del mismo territorio,
donde hoy están, y habitan en los lugares que después acá se han
hecho dellos. Fueron pues heredados en la villa y su vega muchos
Aragoneses y Catalanes de los que hasta entonces habían seguido al
Rey en todas sus conquistas y jornadas. Los cuales demás que
ennoblecidos por sus propias manos, han continuado allí con sus
descendientes y familias hasta en nuestros tiempos: también con el
agro, y poderosos alimentos de la tierra parece que han sucedido en
aquel antiguo valor y fidelidad de los primeros fundadores, pues por
mantener aquella para con sus Reyes, han padecido después acá
guerras y cercos crudelísimos: de manera que hoy es esta villa, así
en gente y calidad, como en valor y hecho de armas, a pie y a
caballo, cuando la ocasión se ofrece, de las principales y bien
armadas del Reyno.











Capítulo IX. Del cerco que de nuevo puso el Rey sobre Xatiua a la
cual de secreto favorecía el Príncipe don Alonso de Castilla, y
como fue tomado un castellano por espía y sentenciado a muerte.






El
día siguiente después de haber dejado el Rey su gobernador, o
alcayde en Murviedro con gente de guarnición en el castillo que está
en lo alto de un monte con la más hermosa y extendida vista por mar
y tierra que puede haber otra: pasó a Valencia, donde fue
principalmente recibido. Y certificándose muy bien del gobernador,
de lo que con los de Xatiua había pasado, tomó algunas compañías
de infantería, y gente de a caballo, con parte de los Almugauares, y
fuese para Xatiua, mandando a todo el ejército le siguiese. Como
llegase a Alzira, que poco antes (como dijimos) se le había rendido,
despachó un trompeta para el Alcayde de Xatiua, diciendo que luego
sobre su real palabra, viniese a verse con él en Alzira. El cual
vino luego, y llegado, el Rey le pidió que sin ningún otro pauto ni
condición, le entregase dentro de ocho días la ciudad con las
fortalezas: otramente le haría guerra a fuego y a sangre, y no
dejaría a vida hombre de ella. Volviose el Alcayde con este despacho
a Xatiua: y el Rey y la Reyna, con el Abad don Fernando y grandes de
los dos Reynos que allí se hallaron, juntamente con algunas
compañías de infantería y de a caballo, fueron la vuelta de
Castellón, que poco antes se lo habían entregado por concierto los
de Xatiua. Allí vinieron los embajadores del Alcayde de Xatiua, por
los cuales se excusaba diciendo, que no era de tanto peso el daño
que se había hecho a la gente del gobernador Lizana, que por eso
quedase obligado a entregar a Xatiua: pues con mucho menos se podía
recompensar la presa que otros con los de Xatiua le quitaron. A esto
respondió el Rey, que lo de la recompensa se remitiese al juicio de
su tío el Abad don Fernando: pero los embajadores no vinieron bien
en ello, y se fueron. Maravillándose mucho el Rey del orgullo que
cada día les crecía a los de Xatiua, y del poco caso que de su
presencia y cerco hacían, entendió por las espías ser causa dello
los Castellanos, que enviados por el Príncipe don Alonso desde
Murcia, donde a la sazón estaba con ejército formado, entraban cada
día secretamente en Xatiua, y solicitaban al Alcayde de parte del
Príncipe, se diesen a él: porque le daba palabra que en la misma
hora sería allí con todo su ejército para librar la ciudad del
cerco. Lo cual pareció después ser muy grande verdad, porque
saliendo los caballeros de Xatiua a escaramuzar con los nuestros,
entre otros fue tomado por Pedro Lobera caballero Aragonés un
soldado, que fue conocido ser Cristiano y Castellano. El cual traído
ante el Rey, puesto al tormento, confesó ser Cristiano, y hermano
del Obispo de Cuenca, que era venido a Xatiua enviado por el Príncipe
don Alonso de Castilla desde Murcia, en traje y hábito de mercader,
para comprar una muy rica
rionda
de oro y seda de gran precio, que había mandado hacer allí. Porque
con esta disimulación pudiese entrar y tratar con el Alcayde, y
prometerle que la ayuda y socorro del Príncipe le vendría a la
hora, y sería con él siempre que diese muestra de quererle entregar
la ciudad. Lo cual oído, fue luego el hombre justamente condenado a
muerte, y ejecutada la sentencia: por cuanto el día antes de ser
tomado en la escaramuza, mandó el Rey echar bando por todo el campo,
y que lo entendieron los de la ciudad, que ningún Cristiano, so pena
de la vida, entrase en Xatiua, sin saberlo el Rey, y que ni tuviese
plática ni conversación alguna con los de Xatiua: quien lo
contrario hiciese fuese preso y traido delante del, para que conforme
al bando, fuese rigurosamente castigado.











Capítulo X. Como el Rey fue sobre Enguera, y por el desacato que le
hicieron ahorcó (haorco) XVII hombres del pueblo, y de lo que el Rey
respondió a don Alonso, al cual por trato le tomó ciertos lugares
del Reyno.






A esta
misma sazón la villa de Enguera de la señoría de Xatiua se entregó
voluntariamente a una compañía de soldados Castellanos, de los que
don Alonso enviaba en socorro de Xatiua. Lo cual sintió el Rey
gravísimamente, ver que llegase a tanto la insolencia y desvergüenza
de su propio yerno, que, teniendo cercada a Xatiua, en su presencia,
osase ocuparle los pueblos y lugares tocantes a lo cercado. Y así
envió luego alguna gente de a pie y a caballo para que hiciesen
correrías y trabasen escaramuza con la gente de Enguera. Los cuales
idos y puestos en celada, aguardaron que saliesen algunos de la
villa, y de los primeros que salieron tomaron hasta XVII hombres que
iban a trabajar al campo. Y como fuese de presto el Rey con ellos,
envió sus embajadores a los del pueblo amonestándoles, se le
entregasen a la hora, porque donde no, haría con ellos como contra
rebeldes. Pero ellos confiados en la compañía de los soldados de
don Alonso, no solo rehusaron de darse, pero le respondieron con
desacato y soberbia, echando de allí con palabras injuriosas a los
embajadores. El Rey que supo esto mandó de presto ahorcar de los
árboles que estaban en torno de la villa los XVII Engueranos que
tomaron, amenazando a los del pueblo, haría lo mismo de todos ellos,
y lo asolaría todo. Como llegó a saber esto don Alonso, luego
despachó sus embajadores al Rey, rogándole tuviese por bien se
viesen los dos juntos, y tratasen de los negocios de la guerra, que
vendría por solo esto a verse con él en Alzira. A los cuales
respondió el Rey que en ninguna parte se vería, ni trataría con el
fin que le rehiciese, primero los daños que le había causado, y con
esto los despidió. En este medio trató el Rey muy secretamente con
un caballero de la orden de Calatrava * suyo, el cual tenía debajo
su guarnición por don Alonso a Villena y a Saix, fronteros del Reyno
de Valencia, le hiciese saco tanto placer, que sin tocar, ni dañar
en cosa alguna en las villas, le entregase por pocos días, las
fortalezas y castillos dellas, dejando poner en ellas guarnición de
gente Aragonesa. El Alcayde que sabía la intención del Rey, y que
no lo hacía sino por dar una sofrenada a los desacatos de don Alonso
su yerno, fue contento dello, pues tuvo la palabra del Rey que se las
restituiría, siempre que se las pidiese. Y así envió el Rey su
gente de guarnición, y muy quedamente, antes que llegase la de don
Alonso, que por haber tenido sentimiento del trato la enviaba, se
apoderó de las dos fortalezas, y de improviso fue más gente a tomar
los dos Alcaudetes con la villa de Mugarra, que estaba sin
guarnición, y era todo de la señoría del Príncipe.











Capítulo XI. Como don Alonso envió a rogar al Rey se viesen en
cierto puesto, y se vieron, y de los enojos y rompimiento que hubo
entre ellos, y como se concertaron, y se volvió cada uno a su
ejército.






Quedó
don Alonso muy espantado con la nueva que le trajeron, de que el Rey
le había ocupado las fortalezas de Villena y Saix, antes que su
gente llegase a tiempo para defenderlas, y de que ya se hubiese
apoderado de los Alcaudetes. Pareciéndole pues que con la vista
asentaría mejor sus diferencias con el Rey, determinó de enviar
otros embajadores, rogándole tuviese por bien de verse con él en
medio del camino, entre Almizra (que ahora es Almansa) donde don
Alonso había puesto sus tiendas, y los Capdetes donde el Rey estaba.
El cual fue contento, y llegó allí con la Reyna, acompañados de
don Guillen de Moncada, y del vicario del Maestre del Espital, don
Ximen Pérez de Arenos, y otros muchos caballeros Aragoneses y
Catalanes. Con don Alonso vinieron el Maestre del Temple de Castilla,
el Maestre de Vcles, don Lope de Haro señor de Vizcaya, y otros
grandes de Castilla y de Galicia. Como se hubo hecho muy grande
recibimiento de ambas partes, don Alonso se fue luego para las
tiendas de la Reyna su suegra que estaban a la salida de Almansa,
para verla y besarle las manos: de la cual fue muy amorosamente
recibido, que era la primera vez que los dos se vieron. Y como
procurase don Alonso con grande porfía, que el Rey se pasase a una
gran tienda Real que tenía aparejada para él y la Reyna, no quiso
pasar el Rey, sino quedar en la suya propia, la cual hizo luego
plantar cerca la de don Alonso. Donde con mucho placer y regocijo
pasaron comiendo y cenando juntos todo aquel día y noche siguiente.
Lo que no les duró mucho: porque al otro día el Maestre de Vcles, y
don Lope vinieron a la tienda del Rey, y entrados, mandando salir a
todos, comenzaron a hablar de la guerra de Xatiua: y sin más le
rogaron, tuviese por bien, y diese lugar, a que se entregase Xatiua
con todo su distrito y territorio al Príncipe su yerno (hierno),
pues con haber ganado la ciudad principal con tantas villas y mayor
parte del Reyno de Valencia, aun no había dado alguna dellas en
parte de dote a su hija casada con él, habiendo prometido de darla.
Lo cual oyendo el Rey con mucha risa, atribuyendo esto a lo que era,
y que con engaño y cavilación se le pedía, por si a dicha en oír
que había prometido, se arrojaría a darle a Xatiua: pero habido su
acuerdo, de parecer de la Reyna y de su consejo, respondió. Decid al
Príncipe don Alonso se quite del pensamiento de haber a Xatiua, ni
palmo de su distrito, por el fin que pretende: como sea muy ajeno, y
contra la costumbre de los Reyes de Aragón, dar a sus hijas, ni un
morabatin en cuenta de dote cuando las casan: y así va muy lejos de
la verdad decir que yo he prometido dote a mi hija doña Violante,
pues yo tampoco lo tomé con doña Leonor su tía: y por eso estoy
muy lejos de darle a Xatiua en contemplación de matrimonio por
haberme yo dotado de ella para concluir mi casamiento con la
conquista de Valencia. Porfiando de nuevo sobre ello los Embajadores,
y mezclando con los ruegos amenazas, llegaron a decir al Rey, sería
harto mejor, y más honroso, que don Alonso recibiese a Xatiua de su
mano, que no de la del Alcayde, pues ya esto lo tenía por cierto. A
esto respondió el Rey, no sin cólera, que era mucho más cierto que
ni don Alonso tomaría a Xatiua, ni el Alcayde osaría dársela, y
que ni hombre, ni ejército entraría en ella sino abriéndoles él
mismo la puerta. Y diciendo esto, por no encenderse en mayor cólera,
movido por la insolencia y porfía de los embajadores, se levantó de
la mesa y los despidió con harta blandura, aunque con ánimo de
partirse en la misma hora sin despedirse de don Alonso. Empero
tratando a parte el negocio los mismos con la Reyna, se vino a este
medio, que se estuviese a la antigua división de los dos Reynos, y
que el de Murcia fuese de don Alonso, y el de Valencia del Rey, y que
por cumplimiento de esto, Villena y Saix, con los Capdetes y Mugarra
que tomó el Rey, se restituyesen a don Alonso. Y Enguera y Moxent de
la señoría de Xatiua que se habían entregado a don Alonso, se
diesen al Rey. De manera que confirmados y jurados estos conciertos,
y apaciguados los ánimos, después de muchos abrazos y amorosas
palabras que entre el Rey y la Reyna pasaron con el príncipe su
yerno a la despedida, encomendándole mucho a la Reyna su hija, tomó
cada uno su camino y se volvió a su ejército.






Capítulo
XII. Como el Rey volvió a cercar Xatiua y la apretó de manera que
el Alcayde le vino a tratar de darse a partido por medio de Ximeno
Tobía, y como se rindió.






Sintió
mucho el Rey la atrevida demanda que de parte del Príncipe su
hierno
se le hizo con pedirle a Xatiua, y mucho más por el poco modo que en
ello tuvieron sus medianeros. Por eso tanto más se determinó en no
perder punto, sino apretar el cerco de ella hasta salir con la
empresa. Para esto mandó venir los soldados que estaban en
guarnición, así de la ciudad como de todo el Reyno, con las
máquinas y trabucos, y la demás artillería que se hallase para
combatirla por el monte y por el llano. Llegado todo a punto, los
soldados se dispusieron con tanto esfuerzo para acometerla, que con
la esperanza del saco, por ser ciudad tan famosa de rica, no cesaban
noche y día de rondarla y aparejarse para los asaltos. Demás que
por atemorizar más a los de dentro estaban por defuera tan encarados
contra los que asomaban al muro, que apenas parecía un hombre que no
le cubriesen de saetas y lo matasen. Y sobre todo ni dejaban entrar,
ni salir de la ciudad ánima viva. Por donde hallándose muy perdidos
los del pueblo, y desconfiados del socorro de don Alonso, por haber
entendido lo que entre el Rey y él había pasado: comenzaron a
tratar entre si de entregarse al Rey, teniendo por muy cierto que los
acogería a todo buen partido. De manera que lo hablaron, y trataron
dello ante el Alcayde. El cual viendo la ciudad, aunque por una parte
bien guarnecida de gente y armas, y cercada de muy fuerte muro: por
otra muy desanimada, padeciendo dos meses de cerco, y que comenzaba
ya la hambre a consumirla: demás de quedar si alguna esperanza de
socorro, y tener ya entendido la voluntad del pueblo: procuró de
volver a la plática antigua con un Ximeno Tobía caballero Aragonés
muy conocido suyo, y cabido con el Rey, por haber recibido poco antes
cartas de él, por las cuales le inducía a que entregase la ciudad
al Rey, sino quería verla en total destrucción y ruina:
encareciéndole mucho la cólera del Rey contra los contumaces y
obstinados, junto con su grande benignidad para con los que
voluntariamente se le entregaban, y las mercedes que a él le haría,
y también comodidades al pueblo. Señaladamente que los libraría
del saco que los soldados tanto deseaban, y procuraban, por robar la
ciudad y cautivar a cuantos hallasen dentro con hijos y mujeres. Lo
cual como el Alcayde comunicase de nuevo con los principales de la
ciudad, e hiciese
ostensión
de las cartas: determinaron darse con los conciertos y más honestos
partidos que pudieron. Y así
cometieron
al Alcayde de que tratase dello por el mismo medio de Tobía su
amigo, y hechos por mano del los conciertos con el Rey, el cual por
librar la ciudad de saco vino bien en todo: prometió el Alcayde
entregarla con estas condiciones. Primeramente que fuese libre de
todo género de saco: Que daría de las dos fortalezas la menor,
quedándose con la mayor, con gente y guarnición de Moros en ella,
por solo tiempo de dos años.
Otrosi
que se darían los de la ciudad aseguradas sus vidas y haciendas y
con libertad de que, darse a vivir en ella todos, o los que
quisiesen, con su secta de los Almohades, como fue permitido a los
Moros de Alzira. Mas que las fortalezas de Montesa y Vallada vecinas
a Xatiua se le diesen a él para su habitación y de los suyos. Los
cuales conciertos venidos a manos del Rey y comunicados con la Reyna
y los del consejo de guerra parecieron ser tolerables, y que no
debían dejar de aceptarse, por no diferir más la entrada y posesión
de una tan rica y principal ciudad, acabo de tantos cercos sobre ella
puestos que apocaban la misma autoridad y poder Real.












Capítulo XIV. Que el Rey y la Reyna entraron con triunfo en Xatiua,
y se consagró la Mezquita mayor en iglesia.






Hechos
los conciertos del entrego y por el Rey admitidos, mandó echar un
bando por el ejército notificando a todos, como tomaba la ciudad con
pauto y condición de salvar las vidas y haciendas de los ciudadanos
de ella, y porque así lo había prometido y jurado de guardar por su
corona Real que a pena de la vida ninguno osase contravenir a su
juramento y palabra, y que todo el mundo tuviese sus manos quedas.
Con esto entraron el Rey y la Reyna con muy grande triunfo en Xatiua.
Saliendo a recibirlos toda la caballería de los moros con sus lanzas
y adargas como jinetes de paz, y también las moras con sus panderos
y danzas todas riquísimamente vestidas y muy enjoyadas: lo que
acrecentó más la murmuración y despecho de los soldados contra la
benignidad del Rey, por verse privados del saco y presa de otra
segunda Valencia. Pero el Rey disimuló con ellos, y pues les pagaba
muy bien su sueldo y quedaban ricos de las correrías y presas que
habían hecho en los tres cercos, por toda la campaña y pueblos de
Xatiua, pasó adelante, y luego se apoderó de la fortaleza pequeña,
poniendo en ella guarnición de soldados y a Ximeno Tobía por su
Alcayde. El día siguiente el Rey y la Reyna con todos los
principales del ejército fueron a ver la Mezquita mayor, el más
bien labrado y suntuoso edificio de Mezquita de cuantos había en el
Reyno, con el título y nombre del perverso Mahoma. La cual después
de purificada con sahumerios y exorcismos por el Obispo de Huesca
(por las causas que en el siguiente capítulo diremos) levantó un
altar, donde celebró misa con muy grande solemnidad y devoción,
haciendo gracias por el Rey y Reyna, y todo el ejército, a nuestro
señor Iesu Christo y a su bendita madre, por tan felice successo y
victoria les había dado aquella ciudad, en mayor aumento de su santa
fé católica y religión Cristiana. Hecho esto determinó el Rey
echar la Mezquita por tierra, y edificar nuevo templo en la misma
área y puesto, como lo hizo en la ciudad de Valencia. Pero después
de bien reconocida toda ella, hallándola muy ancha y suntuosamente
edificada de obra
musaica
y de relieve, fue muy rogado por la Reyna y Prelados, con todos los
demás señores que le seguían: y mucho más por el Alcayde, y
principales Moros de la ciudad, no permitiese derribar un tan
singular y raro edificio, y que, solo quedase, se holgaban fuese
templo mayor de la ciudad para los Cristianos. Mayormente por quedar
las fuerzas y riquezas de ella por entonces tan flacas y debilitadas,
a causa de la larga guerra, que apenas bastaban para reparar las
obras públicas y muy necesarias de la misma ciudad que andaban por
tierra, y que por esto pasarían muchos años antes que se pudiese
acabar la iglesia: el Rey vino bien en ello. Y así purificado, y de
nuevo consagrado templo en ella, se dedicó al nombre e invocación
de la sacratísima virgen María, y se mantiene muy entero hoy día.
Por este tiempo llegaron al Rey cartas del Rey don Fernando de
Castilla su consuegro con aviso de como a cabo de muchos días que
tenía puesto cerco sobre la ciudad de Sevilla, con el favor divino
se le había rendido, y que había entrado en ella con triunfo.
Holgose mucho el Rey con esta nueva por las causas que adelante
diremos, y hechas gracias a nuestro señor, por ser victoria contra
Moros, mandó se hiciesen fiestas y regocijos por ella. Y respondió
luego a las cartas con mucha satisfacción y contento de la nueva, y
también dio la suya de la presa de Xatiua.












Capítulo XIV. De la elección de don Andrés de Albalate en Obispo
de Valencia, y como fundó a vista de la ciudad el monasterio de
Portaceli del orden de los Cartuxos.






Se
dijo en el precedente capítulo, como entrando el Rey en la ciudad de
Xatiua, luego que llegó a la Mezquita mayor ordenó se purificase, a
efecto de consagrarla en iglesia: y que se encomendó el cargo y
oficio desto al Obispo de Huesca, por no hallarse allí el de
Valencia, a quien por ser en su diócesis tocaba el consagrarla. Pero
fue causa desto la sede vacante de la iglesia de Valencia por haber
sido su obispo don Arnaldo de Peralta poco antes trasladado a la de
Zaragoza. Y así fue electo en su lugar don Andrés de Albalate de la
orden de los Predicadores, y hermano del Arzobispo de Tarragona, en
el mismo año de 1249, que fue tomada Xatiua. Cuya elección se hizo
desta manera. Que estando sobre ella muy diferentes de votos los
Canónigos y Cabildo de Valencia, y no concordando en uno, el sumo
Pontífice Inocencio IV, de consentimiento del Arzobispo de Tarragona
como Metropolitano, y de los Arcediano y
Cabiscol
de Valencia también Canónigos y mayores dignidades, confirmó la
elección por ellos hecha de don Andrés. El cual fue luego aceptado
por el cabildo y Clero con mucho aplauso del pueblo, por ser persona
muy señalada en letras, y de muy santa y ejemplar vida. Este poco
después de electo, entre muchas buenas obras que por su iglesia, y
de buen pastor hizo, fue introducir en su diócesis la suprema
religión y orden de los Cartujos. Porque considerando, que
habiéndose ya introducido en el Reyno por mano del Rey las dos
órdenes mendicantes de los frailes Predicadores, y de los Menores de
sant Francisco, con la de nuestra señora de la Merced, para redimir
cautivos, las cuales a causa de estar muy puestas en la conversión
de los Moros, y otras obras pías de la vida activa, andaban algo
divertidas de la pura contemplativa, que es la propia, y final de las
religiones: determinó de introducir esta devotísima de los
Cartujos, como suprema, y de seraphica contemplación en la tierra.
Para que con su grande estrechura de vida y perpetuo ayuno, junto
con la soledad y oración continua, que observan sus religiosos,
estuviesen siempre con las manos altas, como Moisés en el monte,
rogando por los de la ciudad y Reynos que peleaban y andaban en la
conquista contra los Moros. Para este efecto, con el consejo y favor
de su Cabildo fundó el monasterio y convento célebre de esta
religión y orden, so la invocación de nuestra señora de Portaceli,
a media jornada, y a vista de la ciudad, a la parte septentrional, en
lugar algo eminente y muy hecho a la contemplación, por ser
solitario, y devoto puesto al pie de unas grandes sierras y montes
que con algún intervalo lo cercan y defienden de la tramontana, y
están abiertos al Oriente. De donde se descubre la ciudad con toda
su compañía muy patentemente, a efecto que los Religiosos desde
aquella celeste atalaya tengan los ojos, y el ánimo siempre intentos
y puestos en la ciudad, para rogar por la salud y conservación de
ella. Y así demás de tener su asiento muy sano en medio de una
selva llena de muchas fuentes, de árboles, y yerbas muy saludables,
con el acarreo cotidiano de vituallas para el sustento de la casa, y
de cuantos pobres de Christo a esta llegan, goza de la más hermosa y
espaciosa vista de mar y tierra que hay en la Europa, pues se
contiene en ella Valencia con su vega. Y porque puestos a la puerta
de su convento contemplan lo mejor de la tierra, y entrados dentro,
su conservación es en el cielo, meritoriamente (meritamente) fue
esta santa casa Portaceli llamada.











Capítulo XV. De los Repartimientos de tierras y campos hechos por el
Rey, en la vega y campaña de Xatiua.






Hecho
por el Rey lo que tocaba a la casa de Dios, con fin de introducir en
la ciudad la religión Cristiana, entendió luego en poblarla de
Cristianos de los principales del ejército, por ser lugar grande
poderoso y fuerte, cabeza que fue siempre de la Contestania, para
tenerla allí por alcanzar y principal fortaleza de toda esta región.
Y por ser su vega campaña tan rica, tan delicada y fructífera, con
los demás cumplimientos que dicho habemos, quiso que la gozasen y
poblasen los más principales soldados viejos, que de muchos años
atrás seguían la guerra, señaladamente los caballeros y nobles del
ejército, para que como de los Moros solía estar allí la principal
nobleza del Reyno; también de los Cristianos la poblasen principales
linajes de Aragón y Cataluña, con algunos Navarros que seguían la
conquista. Y así siguiendo el mismo orden y estilo que tuvo en el
repartimiento que hizo en la ciudad de Valencia, cerca las casas, y
heredamientos de su vega y campaña, nombró fieles para las dos
cosas. Lo que se hizo de esta manera: que mandó alojar a los
soldados por las casas de los Moros, con fin que poco a poco se irían
de la ciudad, y se quedarían los huéspedes Cristianos con ellas,
entendiendo por los soldados ya viejos e inhábiles para pelear. Los
cuales para más multiplicar sobre la tierra, se casaron, parte con
Cristianas que traían de los dos Reynos, parte con doncellas hijas
de moros nobles que se convertían a la fé, y eran muy bien tratadas
de sus maridos. Porque no solo de las mujeres, pero de los muy nobles
de los Moros se convirtieron muchos, y quedan hoy destos algunos
linajes como los Beluises y Benamires y otros. También con el
repartimiento de los campos y heredades de la vega, los oficiales y
ministros del ejército, y caballeros aventureros quedaron bien
heredados, conforme a los servicios de cada uno hechos en la guerra.
Porque de la manera que pasó en Valencia nombró el Rey por fieles
así de las casas, como de las heredades, a Iayme Sanz, Guillé
Bernad, y Pedro Escruian, como personas de mucho saber y prudencia, y
también de muy buen linaje, pues no hubo contradicción en la
elección, como en Valencia contra los fieles primero nombrados, por
no ser tenidos por muy nobles, como en el precedente libro 12 se
contiene. Y así hicieron sus repartimientos de campos y heredades
por jugadas, y para cada uno de los que fueron por mandado del Rey
puestos en el Aranzel, dando a unos tantas jugadas así en lo
Realenco que era de los propios de la ciudad que cupieron al Rey,
como de lo que era de los Moros en particular, y de los lugares
vecinos que en el Aranzel están nombrados, según los servicios de
cada uno. Y así fue hecho el repartimiento con mucho contentamiento
de todos. Lo cual concluido el Rey en premio del trabajo pasado hizo
mercedes a Iayme Sanz del castillo de Roseta, y del lugar de Ceniera
en el mismo distrito de Xatiua: y a Pedro Escriuan, del lugar de
Patraix fuera de los muros de la ciudad de Valencia, según que en el
privilegio de esta donación se contiene: y se refiere de las dos
donaciones en el libro Aranzel de los repartimientos que está en el
archivo de la ciudad de Xatiua. En la cual el mismo Iayme Sanz, y
también su hermano Pedro Sanz secretario que fue del Rey, por este,
y otros muchos servicios que ellos y sus antepasados descendientes de
Navarra, hicieron en paz y en guerra a los Reyes de Aragón y de
Navarra, quedaron tan bien heredados, y se ha tanto propagado su
linaje en esta ciudad, que es hoy de los más extendidos que hay en
ella, tanto que está en proverbio, son más que los Sanzes en
Xatiua. También se halla, que un año después de conquistada
Xatiua, estando el Rey en Lerida confirmó el privilegio del
repartimiento hecho de los campos y heredades en la vega de Xatiua y
su distrito. Pues como hecho el repartimiento viesen los Moros de
ella que los soldados Cristianos se iban enseñoreando de todo, y que
los mandaban como a esclavos, sin ningún respeto, aunque fuesen de
los más nobles moros: se fueron poco a poco saliendo de la ciudad,
recogiéndose por las alquerías y lugares de fuera, tomando a feudo,
o como podían, las tierras y campos que los Cristianos en virtud del
repartimiento hecho les habían quitado, y en fin como gente vil se
fueron contentando de lo poco que hallaban, por salvar sus vidas, y
de sus mujeres e hijos, hasta que siendo echados por mandado del Rey
todos los moros hombres y mujeres de todo el Reyno (como en el
siguiente libro veremos) quedaron los Cristianos de Xatiua absolutos
señores de las casas, campos, y heredades que les fueron repartidas.
De manera que por haber sido esta ciudad también poblada de gente
noble, de valor y experta, por haber seguido tantos años la guerra,
junto con ser la tierra de si tan fértil (como dicho habemos) tan
alegre y fructífera, y para sustentar la caballería bastantísima:
en poco tiempo se rehizo así bien de las talas y destrucción de su
vega en la guerra pasada, que volvió a ser mucho más de lo que
antes solía, y se reedificó y amplió en el esplendor y grandeza
que hoy la vemos y que por su riquísimo trato de la seda y otros mil
provechos de la tierra, es una de las muy prósperas ciudades y bien
concertadas Repub. de la corona. Demás que finalmente dobla su valor
con la excelencia de los ingenios de la gente, por tan insignes y
señaladas personas que de si ha producido, pues entre otros fueron
tales dos tan bien nacidos tío y sobrino, dentro de ella, de la
ínclita, y esclarecida familia de los Borjas, que guiados por la
mano de Dios, llegaron a sumos Pontífices, llamados Calixto III y
Alejandro VI. Mandó pues el Rey tener bien guarnecidas de gente las
dos fortalezas (porque luego renunció el Alcayde de la tenencia de
la mayor) y encargó mucho que se ejercitase allí siempre la
caballería por el buen pienso que para los caballos en la vega
había: dejando a Ximeno Tobía por Alcayde mayor de las dos
fortalezas, y como general gobernador en paz y en guerra de la ciudad
con todo su distrito.











Capítulo XVI. De las Cortes que el Rey tuvo en Alcañiz para asentar
las diferencias entre él y don Alonso, y de los señores y barones
que se declararon por el Rey, y la sentencia que dieron los árbitros
entre padre e hijo.






Tomada
la ciudad de Xatiua y con ella rendida la mayor parte de la región
Contestania, como dijimos, entendiendo el Rey por cartas de muchos de
Zaragoza, las novedades que los de la parcialidad de don Alonso
movían de cada día, determinó dar una vuelta por Aragón para
satisfacer a las quejas que daban siempre de él por la división
hecha de los Reynos. Para esto mandó convocar cortes generales para
los Aragoneses y Catalanes en la villa de Alcañiz
. Donde juntados
los grandes y barones con los prelados de los dos Reynos, y síndicos
de las ciudades y villas Reales, quiso en presencia de todos estar a
juicio con don Alonso su hijo. Mas como él estuviese ausente, sus
embajadores propusieron por él todas sus quejas y demandas, y el Rey
las suyas. Fueron nombrados para juzgar dellas don Pedro de Albalate
Arzobispo de Tarragona con Obispos de Huesca, Lérida, y Barcelona el
vicario del Temple Comendador de Amposta, el Conde de Ampurias con
otros siete barones principales de Aragón y Cataluña, y más los
Síndicos de doce ciudades de ambos Reynos: a cuya determinación y
juicio quiso el Rey someterse. Y si don Alonso, y don Pedro de
Portugal que también se quejaba del Rey, no querían estar al juicio
destos, en tal caso obedecería y pasaría por la declaración y
decreto del sumo Pontífice, solo que tan
assiétosas
diferencias se echasen a una parte. Con este convenio fueron
deputados
por los jueces, algunos de ellos mismos, y se partieron para Sevilla,
donde estaban don Alonso y don Pedro, para tomar su consentimiento,
pues el Rey había dado el suyo, a efecto de hacer esta concordia
entre padre e hijo. Y así vinieron bien en este partido: creyendo
don Alonso que por esta vía se le reservaría del todo el derecho y
sucesión de los Reynos, y que todos los de su parcialidad estarían
firmes en favorecerle. En este medio que los deputados hicieron su
viaje, muchos de los grandes y Barones de los dos Reynos se juntaron,
y se hicieron de la parte y bando del Rey y Reyna, y de sus hijos
contra don Alonso. Los principales fueron don Guillen, y don Pedro de
Moncada, don Pedro Cornel, don Guillen Dentensa, don García Romeu,
don Ximen Foces, don Ximen Pérez de Arenos, don Sancho Antillon, don
Pedro y don Martín de Luna. Los cuales con muchos otros caballeros
de los dos Reynos movidos de si mismos, hicieron pleito y homenaje de
emplear sus vidas y haciendas por la salud y conservación del Rey y
Reyna y de sus hijos con todo el estado Real. Por ello les hizo el
Rey muchas gracias y prometió remunerarles en su lugar y caso. De
manera que en sabiendo el Rey que los diputados que fueron a Sevilla
traían cumplido despacho y poderes, luego otorgó salvaguarda a
todos los grandes y Barones que seguían el bando de don Alonso, para
que viniesen a él, y les mandó restituir todos los bienes que por
su parte como a rebeldes había mandado confiscar, y concedió
treguas, para que libremente pudiesen venir a oír la sentencia que
se daría por los jueces. Entrados en las Cortes los embajadores
mostraron sus poderes y firmas que de don Alonso, y de don Pedro
traían, y revisto todo lo por ambas partes alegado, pronunciaron.
Que el hijo obedeciese al padre. Que el padre hiciese a su hijo
gobernador general de los Reynos de Aragón y Valencia, reservando el
Principado de Cataluña para el Príncipe don Pedro como hijo mayor
del Rey y de la Reyna doña Violante
. Que a don Pedro de Portugal se
le restituyese el campo de Tarragona, y la Isla de Ibiza con otros
bienes, excepto Morella, Segorbe, Murviedro, Almenara, y Castellón
desotra parte de Valencia. Las cuales villas con sus fortalezas se
habían de entregar a los jueces hasta que el principal pleito fuese
acabado. Por cuanto don Pedro con el poder destas villas, a tuerto o
a derecho movía cuestión y guerra contra el Rey. Finalmente se
determinó, que don Rodrigo Martín sobrino de hermana de don Pedro,
fuese libre de la prisión donde el Rey por cierta causa le tenía
preso. Esta fue la sentencia dada por los jueces en causa tan ardua,
y tan dificultosa de concordar.











Capítulo XVII. De las mercedes que el Rey hizo al hijo del Rey de
Mallorca, y de las cortes que convocó en Barcelona, y de la nueva
división que hizo de los Reynos, y otras cosas.






Publicada
la sentencia y obedecida por ambas partes, el Rey despidió las
cortes, y se vino para Zaragoza, donde hizo merced a don Iayme hijo
del Rey Moro de Mallorca que se había vuelto Cristiano, de la villa
de Gottor con su fortaleza para él y los suyos, con derecho de
sucesión perpetua. Después desto, confiando del buen ánimo y
voluntad de sus caballeros aficionados, de los cuales con las mañas
de don Alonso le quedaban pocos en Zaragoza pasó a Barcelona,
siempre con la compañía de la Reyna, la cual continuamente le
solicitaba por la colocación de sus hijos, señaladamente porque los
Catalanes acabasen de recibir y jurar por Príncipe a don Pedro su
hijo mayor. Porque de los otros hijos, el don Fernando era ya muerto,
y había necesidad de hacer nueva división de los Reynos y señoríos
entre los que quedaban vivos. Para este efecto el Rey convocó Cortes
en Barcelona para solos Catalanes, en las cuales hizo nueva división
de los reynos, y dio al Príncipe don Pedro a Cataluña, desde el río
Cinca hasta Salsas por la val de Aran y los montes Pirineos: por la
mar hasta el río de la Cenia por donde se divide de Valencia y
Aragón hasta el mismo Cinca, como arriba está dividido: y
reservando el Rey para si el usufructo, le puso luego en posesión de
toda ella. En ejecución de esto Barcelona con las otras ciudades y
villas reales juraron solemnemente a don Pedro por su Rey. Y por lo
semejante los señores de título, con los barones y caballeros del
Reyno, juraron el mismo nombramiento, y la sustitución, por la cual
se ordenaba, que muriendo don Pedro sin hijos, sucediese en los
mismos derechos y posesión, don Iayme su hermano hijo de doña
Violante
. Por lo cual no faltaron algunos, que sobre todo esto
arguyeron al Rey de cruel, y que no guardaba la fé a don Alonso su
primer hijo, a quien había hecho antes absoluto heredero de todos
sus reynos: señaladamente le increpaban porque en la sustitución
hecha del Reyno de Cataluña, en caso que don Pedro muriese sin
hijos, no nombraba a don Alonso, sino a don Iayme hijo segundo y de
la segunda mujer.










Capítulo
XVIII. De la honesta excusa que por el Rey se da acerca lo que hizo
con don Alonso, y que este fue el desconocido, y de lo que asignó
por nueva división a don Iayme hijo segundo.






Si
queremos bien, y desapasionadamente considerar la razón, y dar a
cada uno lo que es suyo, hallaremos, que por mucho que el vulgo quiso
argüir al Rey de cruel, por lo que usó con don Alonso en excluirle
de la universal herencia de sus Reynos, por heredar a los otros hijos
suyos y hermanos del mismo don Alonso, no tienen razón para ello que
valga, ni llegue con la muy clara y evidente que le excusa: por la
cual se muestra que no solo no fue cruel contra él, pero que aun usó
de mayor favor y benignidad con él que con cuantos hijos tuvo.
Porque si tenemos cuenta con el divorcio hecho por el Rey con doña
Leonor madre de don Alonso, que fue aprobado y dado por jurídico por
los jueces delegados por la sede Apostólica, los más principales
Prelados de toda España, y con esto declarado ser tan libre del
matrimonio, que pudo casar con otra mujer: cuan fácil y lícito le
fuera entonces al Rey, en consecuencia de la nulidad del matrimonio,
excluir de la herencia a don Alonso, dándole por bastardo? Y por lo
contrario, cuan libre fue, cuan generoso, o por mejor decir, cuan
forzado el nombramiento que ante los mismos jueces hizo de don Alonso
para universal heredero suyo? Como fuese así que ni por divina, ni
natural ley conformaba con la razón ni justicia, que los hijos
nacidos de la legítima y verdadera mujer tuviesen menos derecho a la
herencia paternal, que el que nació de madre dudosa, incierta, y por
público y judicial divorcio, apartada de su marido? Pudiendo con
harto mejor derecho, los hijos legítimos convenir al dudoso, y
cobrar de él lo mal *. Mas no fue así, sino que le trató el Rey
como a hijo mayor, pues dándole el Reyno de Aragón le heredó del
principal de la corona. Y ni consentía el derecho natural, ni la
razón universal que hacen a todo hijo heredero de su padre, que por
seguir el derecho y como particular uso de las gentes, pues no es
común a todas, quedase de los hermanos heredado uno solo, y los
demás desheredados. Además de que con la misma razón y libertad,
que pudo igualmente heredar a todos, pudo también, en defecto de
hijos (como está dicho), sustituir a los que quisiese por herederos.
De manera que no queriendo don Alonso considerar todo esto, sino
darse a quererlo todo, haciendo parcialidad por si, y abrazando los
ofrecimientos de muchos contra su propio padre y hermanos, parece que
nació de aquí justa causa para que perdida la gracia de su padre,
lo perdiese todo, como se vio a la clara: pues ni alcanzó los demás
Reynos, ni de Aragón gozó mucho tiempo, como adelante veremos.
Volviendo pues al Rey, allende de las divisiones y sustituciones
arriba dichas, hizo otra nueva distribución de los Reynos, por la
cual dio a don Iayme el Reyno de Mallorca y Menorca, con las Islas de
Ibiza y la Formentera, y más la señoría de la ciudad de Mompeller,
con todo su estado. También hizo otra asignación para el mismo don
Iayme, del Reyno de Valencia, para después de sus días: porque
durante su vida, no se quitase el gobierno de Valencia a don Alonso,
al cual pensaba poder meritamente privar de todo por su desobediencia
y ambiciones. Y para esto hizo que todos los señores del Reyno de
Valencia, y Mallorquines, con los de Mompeller, que en Barcelona se
hallaron, jurasen a don Iayme por señor, y le prestasen la
obediencia. Hecho esto y dadas las gracias a todos los convocados,
concluyó las Cortes.










Capítulo
XIX. Como doña Teresa
Vidaure
volvió a su primera pretensión contra el Rey por el nuevo testigo
que dio ante el Papa, y lo que el Rey hizo contra el Obispo de Girona
pretendiendo había testificado contra él.






Por
este tiempo, muy poco antes que la Reyna doña Violante muriese, el
Rey volvió a ser muy molestado por parte de doña Teresa
Vidaure,
por la pretensión matrimonial que contra él tenía, cuya causa a
instancia de ella (como en el libro X mostramos) fue remitida al sumo
Pontífice, y sobre esto el Rey fue de nuevo citado, y compareció
por sus procuradores. Con esto quedó el pleito en pie: pero no pudo
pasar adelante, porque doña Teresa no tenía suficientes testigos
para probar el matrimonio: hasta que recurrió al Obispo de Girona
(no le nombra la historia) que sabía él solo la verdad de lo que
sobre esto pasaba: y acabó con él, que sin falta enviaría su dicho
y testimonio escrito muy en secreto al Pontífice. Este dicho dado
por el Obispo, importó tanto, que comenzó a ser oída doña Teresa
muy de veras por el Pontífice, y el matrimonio volvió a divulgarse
por Roma. Siendo de esto avisado el Rey por sus Embajadores,
señaladamente como el Pontífice daba muestras de inclinarse a la
parte de doña Teresa, se encendió en tanta ira y cólera,
sospechando que esto no se había innovado, sino por el dicho Obispo
de Girona su confesor antiguo, según de Roma lo había señalado,
que luego mandó llamar al Obispo. Al cual, no tanto por la injuria y
atrevimiento, cuanto por haber revelado la confesión sacramental, en
llegar a Palacio, con achaque de hablarle muy en secreto, le entraron
en el más escondido retrete, y secreta cámara del Rey, y (como fue
fama) cogido por los camareros, de presto le fue cortado un pedazo
de la lengua, y después de curado de la llaga, secretamente le
enviaron a Girona. Como la nueva de tan atroz y sacrílego hecho,
cuanto menos el mismo Obispo lo hablase, tanto más se publicase y
llegase a orejas del Pontífice, sintiolo tan gravemente, que mandó
a la hora despedir descomuniones, y execraciones gravísimas contra
el Rey, hasta poner perpetuo entredicho en todos sus Reynos, sin
querer admitir ningunas excusas, ni descargos dados de parte del Rey:
hasta tanto que envió a don Andrés de Albalate Obispo de Valencia,
con sus cartas para el Pontífice, llenas de todo arrepentimiento y
sumisión, confesando su culpa, y pidiendo con grandísimo dolor de
ánimo perdón, con absolución por ella.











Capítulo XX. Que el Obispo de Valencia dio tales descargos por el
Rey ante el Pontífice, que envió dos Comisarios para darle la
absolución, y como el Rey la pidió, y de la penitencia pública que
se le dio.






Partió
el Obispo de Valencia con mucha diligencia para Leon de Francia,
donde estaba el Papa Innocencio IV para celebrar el primer concilio
Lugdunense, y llegado el Obispo se le fue a echar a los pies para
besárselos: y dadas sus cartas de creencia, hizo tal relación de la
grande humildad y verdadera contrición, con reconocimiento de
culpa, de parte del Rey: y mucho más del grandísimo afecto con que
pedía la absolución, con aceptación de cualquier penitencia, y
satisfacción de su pecado, por grave que se le impusiese: que el
Pontífice se aplacó, y determinó de absolverle. Para esto envió a
España la vuelta de Cataluña dos Legados, que fueron el Obispo de
Camarino, y un religioso de gran fama y santa estimación llamado
Desiderio, que era Penitenciario Apostólico: los cuales trayendo
comisión y facultad amplísima del Pontífice para absolver al Rey
con grave penitencia por su delito, llegaron a Lérida, donde
mandaron convocar a los Prelados de los dos Reynos, que fueron el
Arzobispo de Tarragona, y los Obispos de Zaragoza, Vrgel, Huesca, y
Elna, porque los demás eran idos al Concilio de Lyon (
Leon),
y a muchos Abades que también vinieron llamados por los Legados, con
la asistencia de muchos señores y Barones de los tres Reynos: junto
con la infinidad de gente popular que de todas partes vino, por ver
un tan célebre espectáculo de la humildad del Real. Llegado el
plazo fue llamado el Rey, que ya era venido a Lérida, y entró en la
iglesia mayor, donde estaban sentados los Legados en su trono alto,
ante los cuales se puso el Rey descaperuzado y de pies, y en voz alta
conforme a la cédula que se le dio en escrito, con muchas lágrimas
y arrepentimiento de corazón confesó su crimen y detestable pecado,
que contra el Obispo cometiera: y hecha su
detestación
del, pidió con lágrimas la absolución. Satisfechos los Legados de
la humildad y verdadera contrición de ánimo con que el Rey la
pedía, luego en la forma que la santa madre Yglesia suele, le
absolvieron de su crimen y exceso plenísimamente, y le restituyeron
al gremio de ella: mandando quitar todas las censuras y entredicho de
todos los Reynos, por esta causa puestos. Finalmente le fueron dados
por penitencia y satisfacción del crimen tres cargos. El primero,
que acabase de edificar con toda suntuosidad, conforme a la traza
comenzada, el monasterio y convento de nuestra Señora de Benifaça,
que está en el distrito de Tortosa a la montaña: el cual comenzó a
fundar catorce años había, después de tomada Morella, en honor de
la gloriosísima Madre de Dios, y acabado le dotase de CC marcos de
plata cada un año para renta perpetua. El segundo, que el Espital
para pobres peregrinos, con el templo y convento, que había
comenzado a edificar fuera de los muros de la ciudad de Valencia,
luego que fue tomada, so la invocación de nuestra Señora y sant
Vicente mártir, lo acabase de labrar, y dotase de seiscientos marcos
de plata cada un año perpetuamente: con cierto número de
sacerdotes, que hiciesen allí el oficio divino, y administrasen los
sacramentos a los pobres peregrinos. Lo último que fundase una
capellanía en la iglesia mayor de Girona para un sacerdote, que
perpetuamente asistiese en los oficios divinos de la iglesia, y
rogase a Dios por el Rey. La cual penitencia aceptó y cumplió el
Rey de muy buena gana, y hechas muchas gracias y mercedes a los
Legados se despidió de ellos. No se hace ninguna mención en la
historia del Rey ni otros, de la satisfacción y recompensa de la
injuria hecha a la persona del Obispo: porque se cree, que como fuese
muy viejo, sería ya muerto por este tiempo. La bulla de la
absolución fue concedida por el dicho Pontífice Innocencio IV en
Leó de Frácia a XV de Setiembre 1246 y del Pontificado año cuarto,
la absolución se dio por los Legados a los XVI de Octubre del mismo
año. Como lo atestiguan dos cartas del Rey para el Pontífice. La
primera llevó el Obispo de Valencia cuando fue a Lyon por la
absolución. La otra escribió, recibida la absolución con
hacimiento de gracias por ella. Cuyas copias auténticas con todo el
proceso de la absolución plenamente hecha los vimos y leímos
sacadas del Archivo de dicho monasterio de Benifaçà, del orden de Císter (Cistel). Mas la causa porque nos pareció hacer tan larga y cumplida
relación de todo esto fue por ocurrir la infamia pública del delito
con otra fama pública así de la ocasión y fines que el Rey tuvo
para cometerlo, como de la penitencia pública y larga satisfacción
que por ello hizo, por lo cual fue plenísimamente absuelto. A fin
que haciendo especial memoria de la absolución, quedase purgada del
todo la impuesta infamia del delito, a ejemplo del santo David, que
por ventura cometió mayor, o igual crimen, y por haberse arrepentido
del, no solo alcanzó la gracia y misericordia de Dios, pero volvió
en muy buena fama y opinión del pueblo: pues es cierto que en los
delitos con la satisfacción de la pena, y absolución de la culpa,
se borra cualquier infamia. En lo demás acerca del hecho, y causa de
doña Teresa, no hallamos que en vida de la Reyna doña Violante
pasase adelante con el negocio, ni que sus hijos don Iayme y don
Pedro que tuvo del Rey hubiesen tratado antes con los de doña
Violante, hasta después de muerta. Y así dejamos de contar lo que
de nuevo se siguió en la causa, para el libro penúltimo de la
historia.






Capítulo
XXI. De los trabajos y angustias que la Reyna padeció con las
pretensiones de doña Teresa, y como adoleció y murió, y del gran
sentimiento que el Rey y Reynos hicieron por su muerte.






Por
este mismo año, poco después que pasaron estas molestias de doña
Teresa
, estando la Reyna doña Violante en Barcelona aparejándose
para seguir al Rey que había partido para Valencia, adoleció de una
lenta calentura, por la cual le fue ordenado por los médicos que no
se pusiese en camino. Empero arreciándosele (areziando se le) más
el mal, con ser aun de mediana edad, comenzaron a desconfiar de su
salud y vida, por hallarse tan quebrantada de trabajos, con tan
continuos partos, y tristezas de alma que la tenían consumida:
señaladamente por los rumores que andaban, que las cosas de doña
Teresa iban prósperas en Roma, persuadiéndose que de esto habían
de seguirle a sus hijos don Pedro y don Iayme grandes tribulaciones
con pérdida de los estados. En fin traído su testamento que hizo en
Huesca, por el cual heredaba a sus tres hijos don Pedro, don Jaime y
don Sancho, del Condado de Possania que dejó en confianza al Rey de
Hungría su hermano, encomendándose muy de veras y como católica
Cristiana, que siempre fue, a Dios y a su bendita madre, recibidos a
los sacramentos de la iglesia, pasó de esta vida a la
bienaventuranza del cielo. Dejando muy grande lástima de si, y mayor
para los que la perdían, por los favores y mercedes que de ella en
vida recibieron. Porque realmente fue mujer valerosísima, muy gran
sierva de Dios, y prudentísima, de muy reales y Cristianas virtudes
adornada: y que tuvo en ella el Rey mujer cual desear podía, así en
fecundidad con tantos y tan principales hijos que le parió: como por
haberle sido continua compañera en sus trabajos, y fiel consejera en
sus empresas: siguiéndole en todas las jornadas de paz y de guerra:
pues ni su continua preñez, ni sus muchos partos (que fueron nueve
en espacio de XV años) fueron parte para dejar de parir las más
veces debajo los pabellones y tiendas del campo, en medio del gran
ruido y estruendo de armas y atambores: y por eso fue dignísima que
el Rey a ella y a sus hijos amase más tiernamente que a todos: como
lo mostró, pues por ella prefirió sus hijos a los demás, y los
dejó heredados de todos sus Reynos y señoríos. Luego que fue
muerta todos los señores y barones del Reyno hicieron gran
sentimiento de su muerte, y más la ciudad, por haber perdido una tan
principal madre y señora. Y así muy cubierta de luto y dolorosa, le
hizo las obsequias Reales que se le debían, con la mayor pompa y
suntuosidad que jamás por ninguna otra Reyna se hicieron,
acompañando su cuerpo al monasterio de Valbona de religiosas del
orden de Cistel cerca de la ciudad de Lérida, donde ella se mandó
sepultar. Sintió el Rey esta muerte amargísimamente, y le mandó
hacer en Valencia las obsequias reales con mayor sentimiento y
llantos de la ciudad que jamás se vio, y él estuvo muchos días por
ello retirado.











Capítulo XXII. De los dos Moros que vinieron de la villa de Biar a
convidar al Rey con el entrego de ella, y como fue allá, y se le
defendieron, y determinó poner cerco sobre ella.






Hechas
las obsequias de la Reyna, estando el Rey muy puesto en acabar la
conquista del Reyno, que de tanto tiempo atrás había comenzado,
quedando ya pocas tierras por conquistar dessotra parte de Xucar: por
haberse ya metido en las villas de las montañas de la Contestania a
vivir muchos Cristianos soldados viejos, con sus gobernadores que
tenían el mando de ellas: llegaron al Rey dos Moros de buen arte, de
los principales de la villa de Biar, que está en lo último del
Reyno hacia lo de Murcia, frontero de Villena. La cual estaba muy
bien cercada, y puesta con buena fortaleza en defensa. Estos dijeron
que eran de los principales del pueblo, y tan ricos y emparentados
que comprendían la mitad del. Los cuales se determinaron en que pues
no había quien los defendiese, ni por los de Valencia, ni por los de
Murcia, sería bien darse al Rey de Aragón que ya tenía casi todo
el Reyno conquistado. Y confiando que los recibiría con los mismos
pautos y conciertos que a los de Xatiua, vinieron enviados por la
mayor parte del pueblo para suplicarle fuese a ellos. Fue el Rey
contento de seguirlos, después de haber bien examinado el ser de
estos, y hallado por relación de algunos moros de Valencia que los
conocían, ser personas de suerte, y de los principales del pueblo. Y
así partió luego para allá con alguna gente de a pie, y llegando a
Xatiua tomó una buena banda de caballos, dejando orden en que de
allí y de Valencia viniese más gente en su seguimiento. Llegando a
medio camino envió a decir a los de Biar por uno de los dos que
vinieron, como dentro dos días sería con ellos, reteniendo al otro
como en rehenes, y para que los guiase. Mas luego que el Rey llegó a
vista de la villa, descubrió mucha gente a las puertas de ella
puesta en armas, más en son de pelear que de recibirle
pacíficamente. Como vio esto, dejó al otro Moro que quedaba se
fuese para ellos, a traer mejor respuesta que el primero, pero en
llegando el Moro a ellos, a traer mejor respuesta que el primero,
pero en llegando el Moro a ellos, con las puntas de las lanzas le
dieron la entrada, ni permitieron que él, ni los Cristianos que se
iban allegando tras él pasasen adelante. Maravillado el Rey de la
novedad y engaño de los Moros, y perdida la esperanza del entrego
sin armas: mandó asentar el Real hacia el camino de Moxente de otra
parte del río. Donde se entretuvo tres días, aguardando lo que
harían los Moros que le llamaron. Mas cuando vio era por demás el
aguardar, mandó reconocer todos los sitios y puestos alrededor de la
villa, y pasó su Real a un collado que estaba junto a ella y casi
sobre la fortaleza, con solo un valle en medio. Allí hizo asentar
el Real y plantar las máquinas y trabucos, con ánimo de no partir
de allí sin tomar la fortaleza, y saquear la villa. Para esto
aguardó que llegase la demás gente de a pie y de a caballo que dejó
hecha en Valencia y Xatiua. Los cuales en ser llegados, comenzaron a
escaramuzar con los de la villa que la hallaron estaba muy en orden y
bien provista de gente de a caballo y armas. Porque como tuvieron
nueva que el Rey venía sobre ellos, avisaron a los de Villena y
Murcia, y les acudieron con quinientos jinetes, con ciento más que
ya ellos tenían. Y con estos tomaron orgullo, y se salieron de lo
que habían determinado antes que este socorro les viniese, cuando
los dos Moros fueron al Rey.











Capítulo XXIII. Como dado el primer asalto por los Cristianos a la
villa, salió tanta gente de a caballo contra ellos, que fue
necesario retirarse al monte, mas continuando los asaltos se dio la
villa con los conciertos de Xatiua.






Como
por este tiempo que era en medio del invierno, arreciase el frío, y
el ejército estuviese mal acomodado en el monte, determinó el Rey
de acometer la tierra con mayor ímpetu, y dar uno y muchos asaltos a
la fortaleza. Para esto plantó las máquinas en aquella parte del
collado que la sobrepujaba y servía de caballero: y que toda la
gente de a caballo anduviese por el valle como en defensa del monte.
Además de esto hizo que alguna gente de a pie de noche de pocos en
pocos, sin ser sentidos, subiesen al monte do estaba la fortaleza, a
fin de que reconociesen los lugares más débiles, y menos fuertes de
ella, y viesen las hendiduras (
endeduras)
y agujeros que las máquinas hacían para tentar la entrada por
ellos, y también porque de lo alto descubriesen los lugares más
convenientes para combatir la villa que estaba a las espaldas de la
fortaleza. Pasada pues la media noche, a la segunda vela, mandó el
Rey a los de a caballo discurrir por el valle, y a un mismo tiempo
comenzar a combatir y disparar las máquinas contra la fortaleza, y
la gente de a pie subir a ella para los efectos señalados. Empero
luego que los Moros sintieron los tiros de las máquinas y trabucos,
salieron de la villa los seiscientos caballos, y dieron con tanta
furia sobre los nuestros que los turbaron y apretaron de manera, que
les fue forzado con harto daño suyo retirarse al monte: y los de a
pie que subieron al de la fortaleza, conocido el peligro en que
estaban, valerse de la oscuridad y con no ser bien de día, echarse
el monte abajo, y por diversas vías volver al Real. Mas tornando el
Rey una y diversas veces a combatir la fortaleza, y hacer muchas
arremetidas contra la villa, llegó a cansar con sus continuos
rebatos los de dentro, no dejándoles reposar noche y día. Los
cuales allende de esto, como se viesen impedidos para no entender en
su ejercicio de las abejas, y cría de caballos, que eran sus
principales granjerías, y sustento de la tierra: comenzaron a sentir
la calamidad del cerco, y que se esperaba mayor de cada día, porque
siempre iba creciendo el campo del Rey, y a ellos faltaban las
vituallas y esperanza de socorro. Por donde la parcialidad de los dos
Moros comenzó a alabar mucho la clemencia y benignidad del Rey, y
cuan bien se había tratado con los de Xatiua, cuando se le
entregaron, cumpliéndoles cuanto les prometiera. Con esto fue fácil
persuadir al pueblo se entregasen para tomar asiento en sus cosas. Y
como viniesen bien los más en rendirse, y lo notificasen al Alcayde
que andaba reparando los grandes portillos y roturas de la fortaleza,
luego envió los mismos dos moros, para que dijesen al Rey, que el
pueblo de Biar estaba prompto para entregarse en sus manos, si los
recibiese con el partido y conciertos que a los de Xatiua. Plació al
Rey la demanda, y prometió de guardarles y cumplir todo cuanto en
ella se contenía. Con esto le abrieron las puertas, y con grande
aplauso de los Moros entró en la villa, y se apoderó de la
fortaleza.











Capítulo XXIV. Como por ser la villa de Biar puesta en frontera,
mandó el Rey fortificarla, y de la excelencia de la miel de ella, y
como se apoderó de la villa de Castralla y se le rindieron todos los
demás lugares del Reyno.






Tomada
por el Rey la villa y fortaleza de Biar, y con ella dado fin a la
conquista del Reyno de Valencia, por ser la postrera plaza y tan
frontera al Reyno de Murcia, entendió con brevedad en reparar y
fortificar muy bien su fortaleza, y para esto subió en persona a
verla (
vella)
y reconocerla. Donde se holgó mucho de ver una espaciosa y extensa
(
estendida)
vista de tan fértil y bien cultivada campaña, por la parte que se
extiende hacia Villena y Reyno de Murcia, y mucho más cuando gustó
del suavísimo licor (
liquor)
de la miel que allí se coge, de la cual hace el pueblo muy grande
granjería. Pues allende de la mucha copiosidad (
copia),
es por su excelencia, entre todas las mieles la más rara y singular
del mundo, y que se halla haber sido antiguamente conocida, y alabada
por los Romanos, y tuvo fama entre ellos. Porque es de su color
blanca, y en los vasos de barro se aprieta de manera que si pasa la
mar, o a tierras frías, en color y sabor representa un propio
azúcar, y casi se deshace en polvos. De ahí se tiene por cierto que
antiguamente los Romanos llamaron a este pueblo Apiarium que
significa Abejar, o lugar de Abejas, de donde el vulgo le llama Biar.
Dejó pues el Rey muchas armas y guarnición de soldados viejos en la
fortaleza, y mandó despedir toda la caballería que había venido en
ayuda de la villa, y acabados de poner en limpio los conciertos y
pactos hechos, se partió la vuelta de Valencia, pasando por la villa
de Castralla pueblo grande y bien puesto en defensa, cercano a Biar.
Del cual le pareció que por ser de gente belicosa, sería bien
ganarle para ayuda de los de Biar, por estar los dos en frontera. Y
así vino en poder del Rey, no por buena guerra, sino por liberalidad
y servicio que de la villa le hizo don Ximen Pérez de Arenos, que
allí se hallaba, yerno y heredero de Zeyt Abuzeyt, de quien fue
Castralla. Lo cual tuvo el Rey en mucho, y prometió darle la
recompensa dentro del mismo Reyno: de esta manera que se hizo trueque
de ella con los lugares de Chestal campo, y villa Marchant ribera del
Guadalaviar, poco más arriba de la ciudad de Valencia. De ahí quedó
Castralla por el Rey, en la cual también puso gente de guarnición
por ser frontera como Biar. Finalmente como todos los demás pueblos
del Reyno que no fueron combatidos, de Xucar a delante, entendieron
que el Rey era ya señor, y se había apoderado de Xatiua y Biar,
luego se le entregaron todos desde Xucar hasta el Reyno de Murcia,
con los mismos conciertos y partidos que los de Xatiua. De esta
manera la conquista de todo el Reyno se acabó felicísimamente, con
la constancia, prudencia, armas y buena industria de este
sapientísimo Rey, sojuzgando debajo un Reyno, las tres regiones. La
de los Contestanos que toman desde Xucar hasta el Reyno de Murcia: la
de los Edetanos, desde Xucar la vuelta del Septentrión, hasta el río
Idubeda, dicho
Millàs,
y la de los Ilergaones, del mismo
Millas,
hasta los límites de Cataluña.







Fin
del libro décimo cuarto.