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lunes, 30 de agosto de 2021

MANUELA HERREROS. LO SÓ D'UN INFANT. RECORTS.

MANUELA HERREROS.

Manuela de los Herreros Sorà



Encare
que los primers ensaigs de
exa poetisa foren algunes rimes castellanes, lo 
que
l'han feta notable son les escrites en la
llengua patria,
principalment les de costums, en
las cuals s'hi nota una
naturalitad
envidiable.
Moltes de ses composicions 
son
quasi intraduibles, per les espresions
gráficas que contenen;
y fins les qui mes 
consenten
la versió, se fan notar per
son mallorquinisme. Tirant mes a
la via que 
seguexen
los qui treballan per la unificació del llenguatje, y
prenguent part en los certámens dels Jochs florals,
segurament haguera obtingut joyes.

Es natural de Palma.

https://es.wikipedia.org/wiki/Manuela_de_los_Herreros_Sor%C3%A0





LO D'UN
INFANT.


(A
na Margarida Homar.)





Dins
un bres de jonchs texit


Revoltat
de llíris bells,


Tan
hermós y pur com ells,


Descansa
un nin adormit.


Catifa
li fan violetes,


Papallones
lo rodetjan,


Son
front angèlich oretjan


Ab
les daurades aletes.


Els
rayos d'el sol ences


Li
empara un dosser de flòs,


Per
fer mes dolç son repòs


Engronsa
l'embat el bres.


La
font que corre depressa


Perque
'l renòu no 'l despèrt,


Entre
les herbes se pèrt


Quant
per pròp d'ell atravessa.





EL
SUEÑO DE UN NIÑO.


(A
Margarita Homar.)



En
modesta cuna de mimbres, descansa dormido un niño, más hermoso y
más puro que los nevados lirios que le rodean.


Hácenle
alfombra delicadas violetas, y revoloteando en derredor las
mariposas, orean con las alitas de oro su frente angelical.


Las
flores, formando un dosel a su cabeza, calman los rayos del sol
ardiente; las brisas mecen su cuna para hacer más dulce su reposo.


Cuando
pasa junto a él la fuentecilla, corre ligera y se pierde entre las
yerbas, para no despertarle con sus murmullos.





Mil
flors l' aire que respira


De
fins perfums enriquexen,


Per
entre els brots qu'el cubrexen


EI
cel pareix qu'el se mira.


Méntres
dins tanta hermosura


En
dolsa quietud reposa,


Mil
sòmnis color de rosa


Venen
a darli ventura.


Entretenen
lo séu sò


Imatges
a cual mes belles:


Sols
una entre totes elles


Del
tot li cautiva el cò.


Veurela
l'umpl' d'alegria,


L'encanta
el séu dolç sonrís;


Méntras
la mira ab etsís,


Ella
ab goig l'acaricía,


Dels
flochs de cabells daurats


Rissos
li fá carinyosa;


A
n'el toch de sa ma hermosa


Obri
els ulls p'el sò tencats.


La
vol contemplar milló,


Mira
a l' entorn del séu bres,


No
la troba, ja no hi es,


L'ha
enganyat una ilusió.


L'aire
era que l'enganyava


Fingintse
s'imatge bella;


No
era ella, no era ella


Qu'
ab los seus cabells jugava.





Preñado está de aromas
el aire que respira, el cielo parece contemplar su rostro por entre
el ramaje.


Mientras
en medio de tanta belleza reposa en apacible calma, vienen a endulzar
su dicha dorados ensueños.


Haláganle
a porfía cien imágenes a cual más bella, más entre todas, una
sola cautiva su corazón.


Llénase
de alborozo al verla y su sonrisa le encanta; mientras en delicioso
éxtasis la contempla, ella gozosa le acaricia.


Juega
amorosa con sus dorados cabellos, y al contacto de su hermosa mano,
entreabre sus párpados cerrados por el sueño.


Quiere
gozarse más y más en contemplarla, vuelve su vista en derredor de
la cuna, no la encuentra, desapareció ya, mintióle la ilusión.


Era
el aire que le engañaba fingiendo su imagen hechicera, no era ella,
no era ella la que jugaba con su sedosa cabellera.





Per reprendre lo séu sò


Altre
pich los bells ulls tanca:


No
ha trobat lo que li manca


Per
la ditxa del séu cò.


Altre
pich tornan venir


Los
sòmnis color de rosa,


Y
ab s'imatge altre pich gosa


Qu'entre
les flors veu fugir.





Per
veure cumplit son bé,


Sa
bella imatge li falta;


Derrera
ella corre, salta,


Ja
l'agafa, ja la té.





Goijós
pensant que l'ateny,


Los
braços del bres treu fora;


Dels
rosers que té devora


Una
rosa ab sa ma estreny.





L'ilusió
el torna enganyar,


Obri
els ulls, la rosa mira,


Com
la veu, alluny la tira,


Sense
tornarla mirar.





Per
reprendre lo séu sò


Altre
pich los bells ulls tanca:


No
's la rosa lo que manca


Per
la ditxa del séu cò.





Quant
de nou dormir pareix,


Ab
pássos breus y llaugers,


Entre
els jasmins y rosers,


Una
dona compareix.






Vuelve a cerrar sus ojos
para recobrar el sueño interrumpido; no alcanzó lo que le falta 
para
la dicha de su corazón.


Tornan
otra vez los ensueños color de rosa, y otra vez se deleita en su
imagen, que ve huir entre las flores.


Para
ver cumplida su ventura fáltale la visión encantadora, y la sigue,
y corre, y salta, ya la alcanza, ya va a cogerla.


Gozoso,
creyendo estrecharla, saca los brazos fuera de la cuna, y aprieta
entre sus dedos un capullo del rosal vecino.


Otra
vez le burló la ilusión; abre los ojos, vé la flor, y lejos de sí
la arroja sin volver a mirarla siquiera.


Cierra
otra vez sus ojos para recobrar el interrumpido sueño; no es la rosa
lo que le falta para la dicha de su corazón.


Cuando
parece dormir de nuevo, ligera se abre paso una mujer por entre los
jazmines y los rosales.






El contempla estassiada,


Gosa
apenes respirá;


De
dins el séu cor s'en vá


A
sa boca una besada.


Tota
plena de ventura,


Li
vol dá aquell bes d'amor;


De
que s' despèrt lo temor


De
cumplí el desitx l'atura.


Sense
darlehi vol partí;


Presa
el séu amor la té;


A
la pòr que la conté


L'amor
supera a la fí.


Acostarse
a n'el bres gosa,



no pot resistir tant;


Demunt
el front del infant


Sa
dolsa besada posa.


Ell
com la besada sent,


Se
desperta ab alegria,


Veu
l' imatge qu'ell volia;


Are
el séu desitx no ment.


Del
bres s'axeca llaugé,


Se
tira dins els séus braços,


Ab
ells troba els dolsos llaços


Que
forman tot el séu bé.



no vol reprendre el sò,



altre pich els ulls no tanca;


Té sa mara, rés li manca


Per
la ditxa del séu cò.





Con dulce embeleso le
contempla; apenas se atreve a respirar; siente subir del corazón a
los labios un beso ardiente.


Rebosando
el alma de ventura, va a darle el beso de amor, mas reprime su anhelo
temerosa de despertarle.


Quiere
volverse, y tiénela clavada allí su cariño; por fin el amor
triunfa del recelo que la 
contenía.


Ya
se inclina hacia la cuna; ya no puede resistir más, y deposita el
beso dulcísimo sobre la nevada frente.


Al
sentir sus labios amorosos, despierta el niño con alegria, vé la
anhelada imagen: y ahora sí que no le engaña su deseo.


Ligero
se incorpora en la cuna, y se arroja a sus brazos; todo su bien se
halla en el regazo materno.


No
vuelve ya a cerrar sus ojos, no quiere ya recobrar el sueño
interrumpido; tiene a su madre, nacía le falta para la dicha de su
corazón.





RECORTS.





Hermosa
primavera


Plena
de flors,


No
vengues que tú matas


Mon
pobre cor.





No
vengues, qu'ab tú venen


Mil
bells recòrts,


Qu'antes
me davan vida


Y
are la mort.





Un
temps cuant tú sembravas


Lo
camp de flors,


Y
el dols cant promovias


Dels
rossinyols,





Paraules
amoroses


Que
davan goig,


D'una
boca estimada


Sentia
jo.





RECUERDOS.


Hermosa
primavera que de flores llenas el suelo, no vengas; tu presencia mata
el pobre corazón mío.


No
vengas, no; tú me traes mil recuerdos bellísimos, recuerdos que
antes me daban vida, pero ahora me dan la muerte.


En
otro tiempo, cuando de flores esmaltabas los campos, y hacías
exhalar al ruiseñor sus dulces canciones,


Oía
yo manar de unos labios queridos palabras amorosas, que llenaban mi
alma de alegría.






Dichosa brillar veya


La
llum del sol,


Dins
uns ulls que parlavan


A
n'el meu cor.


Promeses
de ventura,


De
dicha y goig,


Curtes
feyan les hores,


Breus
com un vol.


Y
are ab ausencia trista


Me
veig y plor,


L'alegria
com antes


Cerch
y no trob.


Dins
el camp que cubrexes


De
belles flors,


Sentint
el cant qu'excitas


Dels
rossinyols,


O
vent los daurats rayos


Del
teu bell sol,


Tot
me recorda ditxes


Que
jo no gòs,


Y
el recordarles mata


Mon
pobre cor.


No
vengues, primavera


Plena
de flors,


O
du'm una esperança


Com
dus recòrts:


Diguem
qu'antes que venga


D'estiu
el foch,





Feliz me complacía en
mirar la luz del sol en unos ojos que hablaban amorosísimos a mi
alma.


Promesas
de felicidad y alegría hacían correr rápidas las horas de mi
existencia, como el vuelo de un ave.


Y
ahora la ausencia me contrista, y me veo anegada en lágrimas, y
busco como antes el contento, y no me es dado encontrarlo.


Vagando
por las praderas que cubres de hermosas flores, y extasiándome en el
canto que a los ruiseñores inspiras,


O
en la luz fúlgida de los dorados rayos de tu sol, recuerdo aquellas
inmensas venturas que la suerte me veda;


Y
el recordarlas da muerte a mi pobre corazón. No vengas, no,
primavera, que el campo cubres de flores,


O
tráeme siquiera una esperanza a par de los recuerdos: dime que antes
que lleguen los ardores del estío,





Y antes qu'ab los seus
rayos


Mes
vius el sol


A
n'el camp qu'embellexes


Sa
verdor ròb,


Y
tornen fulles seques


Les
belles flors,


Tornará
l'alegría


Dins
el meu cor;


Se
cumplirán promeses


De
ditxa y goig,


Y
com los dias d'antes,


Els
dias nous


Tornarán
tenir hores


Breus
com un vòl.


Du'm
aquesta esperança


Y
't diré jò:


-
Vina prest, primavera


Plena
de flors;


Vina,
que me dús vida


Com
dús recòrts. -

_____





Antes que con sus vivos
rayos arrebate el sol la verde pompa a los vergeles que esmaltas,

Y
antes que en hojas secas se conviertan las hermosas flores, volverá
la alegría en lo más íntimo de mi corazón;


Y
cumpliránse las promesas de dicha y gozo que me sustentan, y como
antes los nuevos y felices días


Volverán
a tener horas tan rápidas como el vuelo de los pájaros. Tráeme en
tus alas esta esperanza y podré entonces exclamar:


-
Ven, ven pronto, hermosa primavera que de flores llenas el suelo;
ven, que así como me traes recuerdos, me traes también la vida. -


_______

domingo, 28 de junio de 2020

CAPÍTULO IV.


CAPÍTULO IV.

De los primeros pobladores de España, hasta la seca de ella.

Común opinión, y de todos recibida por cierta e indubitada, es haber sido Tubal, hijo de Jafet y nieto de Noé, el que, después del diluvio, vino a poblar esta tierra el año 143 después de aquella general inundación que envió Dios para limpiar el mundo de los pecados y ofensas (que) se habían cometido contra su divina Magestad, y 2173 años antes de la venida de nuestro Señor al mundo: atribúyenle a él y a Noé, su abuelo, algunos escritores las fundaciones de algunos pueblos y aun provincias; pero esto parece que es más para adornar los tales pueblos y provincias (por ejemplo, Euskadi, el País Vasco, las Vascongadas, Pays Bas, Señorío de Vizcaya, Gascones, etc.), dándoles tal fundador, que porque entiendan ser así verdad; pero como es en cosa tan antigua, ni nadie lo puede afirmar con certeza, ni convencer a los que tal dicen de mentira.
Solo parece ser lícito y permitido consagrar los orígenes y principios de pueblos famosos a varones insignes en virtud y armas; y lo fuera mucho más, si haciendo esto, se pudieran excusar muchas fábulas y ficciones que en semejantes casos se suelen mezclar con lo que tiene alguna sombra de verdad. Fray Annio de Viterbo quiso escudriñar de tal manera los primeros reyes y señores de España que reinaron en ella desde Tubal hasta la seca de ella, afirmando cosas nuevas y hasta entonces nunca oídas, que muchos las tuvieron por fábulas e invención de aquel autor, que en esta materia quiso alargar la pluma más que otro ninguno de los que escribieron antes de él, afirmando por ciertas, cosas que muchos las tienen por fabulosas; y fue tal su suerte y ventura en esto, que luego fue recibida esta su invención de muchos de los que escribieron historias generales de España, después de la edición de aquel su Beroso, sin reparar en aquello que él había escrito, teniéndolo todos por cosa cierta e indubitada; y así no cayeron en la cuenta, hasta que, mirando mejor y averiguando sus historias, se conoció el engaño. Luis Vives, en su libro De tradendis disciplinis, siente tan mal de este autor y de sus reyes fingidos, que dice estas palabras: Libellus circumfertur, Berosi Babylonii título, de eadem re; sed commentum est, quod indoctis et oliosis hominibus mirè allubescit, cujusmodi sunt Xenofontis equivoca, tum Archilochi, Catonis, Sempronii et Fabii Pictoris fragmenta, quae eodem sunt libro ab Annio Viterbiensi conferruminata, commentisque reddita magis ridicula; non quin insint in eis quaedam vera, nam alioqui frontem non haberet narratio; sed ipsum historiae corpus commentitium est, nec illius cujus titulum mentitur; como si dijera: un libro corre agora con capa de Beroso Babilónico, que es una manifiesta patraña que ha sonado bien a los oídos de los indoctos y poco estudiosos: de la misma mano son los equívocos de Jenofonte y los fragmentos de Archiloco (archi + loco), Caton, Sempronio y Fabio Pictor (cipotr, picture), que fueron engendrados con el Beroso (de veritas, verp, verdadero, veroso; juego de palabras con mentiroso) por fray Juan Annio de Viterbo, y vestidos de sus comentarios, con que han acabado de ser del todo libros de burla; no porque no tengan algunas verdades (que de otra manera fuera haberse jugado la vergüenza aquel autor), sino porque el cuerpo de aquella historia es una pura imaginación, y no hija del padre que allí se menta. Este fray Annio, en este su libro, que él intitula Beroso, hace mención de veinte y cuatro o más reyes que, después del universal diluvio, reinaron en España, descendientes de Tubal, hijo de Jafet y nieto de Noé, a quien todos los autores llaman poblador de España; y aunque entre ellos mete algunos que, según los más autores, fueron verdaderos reyes; pero los más de ellos son tan incógnitos y extraordinarios, que, antes que él sacara aquel su libro, ninguna memoria ni noticia se tenía de ellos; porque lo que no es no se sabe ni llega a noticia de los que saben, y es indubitado que, si fuera verdad lo que él inventó, halláramos memoria de ellos en los autores antiguos que florecieron antes de este fray Annio, que vivía en tiempo de los reyes Católicos don Fernando y doña Isabel, a quienes lo dedicó, y con que vino a ganar aquel libro muy grande reputación y crédito, porque no se había de pensar que osara aquel ni otro autor dedicar a aquellos reyes obra que no fuese muy cierta y averiguada, pues como a tal, y no como a libro de caballerías o fabuloso, se publicaba: y don Antonio Agustín, en sus diálogos, muestra sentirse que este autor y Ciríaco Anconitano se hayan querido burlar de los españoles, fingiendo hechos de España del tiempo de Noé y Tubal, con una orden tan particular de los reyes que reinaron después del diluvio, como si fueran de poco tiempo acá, atribuyéndoles las fundaciones de los mejores pueblos de ella: y lo bueno es, que ha adquirido este libro tal opinión, que ya no hay historia de España, ni fundación de ciudad semejante al nombre de aquellos reyes, sin Beroso, Megastenes y fray Juan Annio de Viterbo que los puso en el mundo; y “no habíamos, dice don Antonio Agustín, de ser tenidos en tan poco los españoles, que se atreviesen estos italianos a darnos a entender que habían pasado por acá cosas que ellos habían visto, y que ni nosotros ni nuestros antiguos autores habíamos sabido hallar;» y así, siguiendo la opinión de los dichos dos autores, de Rafael Volaterrano, del padre Mariana, de la Compañía de Jesús; de Gaspar Escolano en su historia de Valencia, de fray Gerónimo Román, del doctor Peña en la historia de Toledo, y del padre Antonio Posevino, de la Compañía de Jesús, con los demás autores que él alega en su opinión, dejaremos estos reyes y sus cosas, pues no hallo autor, ni entiendo le haya, que escriba ni diga en particular quién fue rey o señor de estos pueblos Ilergetes en el espacio de mil noventa y dos años que corrieron desde el universal diluvio, que sucedió a los 1657 años de la creación del mundo, hasta la seca de España, según la cuenta de Garibay, ni se halle cosa ni suceso particular de ellos en que habernos de detener, hasta la seca de España.
Sucedió esta seca y esterilidad en estos reinos, según la opinión del dicho autor, a los 1030 años antes del nacimiento del Señor, aunque hay otros autores que la ponen en otro año: lo cierto es haber sido uno de los mayores castigos que sabemos haber Dios señor nuestro enviado sobre ella, porque estuvo veinte y seis años sin llover, y quedó del todo despoblada, y no hubo en ella cosa verde, sino fue en las riberas del Ebro y Guadalquivir; y aunque fue daño común para todos los del reino, pero más lo sintieron los ricos que los pobres, porque estos a los primeros años se salieron de la tierra, pasándose a África, Francia y otras partes; y algunos afirman que en los Pirineos se recogieron muchos, donde no sintieron tanto aquella gran sequedad; pero los ricos aguardaron lluvia hasta más no poder, y siendo el cielo tan duro, quisiéronse salir de la tierra y pasar a otros reinos, como habían hecho los pobres más en tiempo, pero no pudieron por las grandes aberturas de la tierra, causadas de la gran sequedad de ella, ni aun hallaron qué comer, porque todos los frutos de la tierra estaban acabados. Perecieron entonces todos los príncipes y más poderosos de ella, y quedó este miserable reino perdido y del todo acabado, sin quedar en él persona alguna, ni bestia irracional. Sobrevinieron también tales vientos, que arrancaron todos los árboles y levantaron polvoredas estrañas, y el viento llevaba el polvo de unas partes a otras, como mueve la tierra en África; y si estos vientos hubieran sucedido al principio, fuera menos mal, pues henchidas las grietas y aberturas que había hecho la sequedad, pudieran pasar los ríos que salían de ellas; pero por haber sucedido después, cuando eran ya todos acabados y muertos, no fue de provecho el llenarse las aberturas. Pasados estos veinte y seis años, se apiadó Dios de ellos y envió agua y rocío del cielo, con grande abundancia, y la tierra reverdeció y volvió a dar apacibles y abundantes frutos, y se volvió a poblar así como de antes.
Bien veo que hay autores que tienen esta sequedad por cosa dudosa, y no les faltan fundamentos; pero es tan recibido de todos este suceso, que ya es común opinión, y más cierta y verdadera que no la de los reyes que antes de ella reinaron en España.

CAPÍTULO XIV.


CAPÍTULO XIV.

De la enfermedad de Scipion, y de cómo Mandonio e Indíbil quisieron echar
a los romanos de España.

Scipion, después de haber dado fin a otros hechos notables que cuentan los historiadores, y por no tocar a cosas de nuestros ilergetes dejo, se estaba en Cartagena, donde enfermó. Agravósele aquella dolencia, mas no tanto como la fama encarecía, por la costumbre natural que los hombres tienen de acrecentar más en las nuevas que oyen. Esto fue causa que toda España, y principalmente lo más lejos de Cartagena, se alborotase, y se pareciese bien cuán grande alteración y movimiento hiciera la verdadera muerte de Scipion, pues un vano temor de ella levantó tan grande alboroto de cosas nuevas: ni los aliados del pueblo romano perseveraron en su amistad, ni el ejército mantuvo la lealtad debida. Mandonio e Indíbil, que habían esperado que, echados los cartagineses de España, ellos quedarían por reyes y señores absolutos de ella, viéndose engañados en esta su esperanza, porque Scipion, como ganaba la tierra para el imperio romano, así proveía en su gobierno y conservación con tanto recaudo y providencia, que nadie pudiese tener tal confianza; venida esta ocasión de revolver y destruir todo este buen orden, levantando sus pueblos, que eran los ilergetes y jacetanos, vecinos de Lérida y Jaca, y juntando consigo buena ayuda de celtíberos, que eran los vecinos de aquende y allende el río Ebro, y de ausetanos, que eran los que están entre el campo de Tarragona y Urgel, comenzaron a destruir los campos de los sedetanos, que eran los vecinos de Tarragona hasta Ebro, y eran amigos y confederados del pueblo romano. a mas (además) de esto, los soldados romanos y otros que había dejado Scipion en las comarcas de Denia y Valencia, aposentados cabe el río Júcar, se amotinaron, y fue muy necesaria la prudencia de Scipion para remediallo. La queja principal que publicaban era que no se les pagaba el sueldo; pero lo más cierto era la ambición de dos soldados particulares, llamado el uno Cayo Albio Coleno y el otro Cayo Anio Umbro: y se echó de ver presto su ignorancia, porque luego, sin cordura, tomaron insignias de capitán general, llevando delante sus lictores con las segures y haces de varas (la fascis etrusca, feix, fascismo, y la inventada feixisme, feixista, feixistes), que presto sintieron sobre sus espaldas y cervices. Estos aguardaban cada día nuevas ciertas de la muerte de Scipion; pero cuanto más atendían en averiguallo, más ciertos estaban de su vida y salud; y por eso muchos de los soldados amotinados dejaron a Anio y Albio y se redujeron al servicio de Scipion, de quien esperaban alcanzar perdón de aquel yerro.
Mandonio e Indíbil quedaron corridos de que aquellas nuevas hubiesen salido falsas, y se volvieron a sus casas muy avergonzados, con intento de aguardar en ellas lo que haría Scipion, el qual antes de tomar venganza de ellos, dio orden en el motín de sus soldados; y dudaba si castigaría solo las cabezas de aquel motín o todo el ejército, que era de ocho mil hombres; pero como su natural era inclinado a benignidad, se contentó con solo el castigo de las cabezas, que eran treinta y cinco hombres, gente plebeya y de poca consideración, y ordenó a siete tribunos, que cada uno de llos se encargase de la prisión de cinco de estos soldados, y que fuese sin alboroto; y por hacerles descuidar y pensar que el castigo de ellos estaba olvidado, publicó la guerra que pensaba hacer contra Mandonio e Indíbil. Ordenado esto, pensaron los amotinados que ya Scipion estaba olvidado del hecho, y juntos fueron a Cartagena para pedir el sueldo; y llegados allá, supieron los siete tribunos mover tan bien las manos, que antes de la noche tuvieron presos y maniatados los treinta y cinco que habían de ser presos; y porque nadie saliese de la ciudad, mandó poner guardas a las puertas, y subido en su tribunal, hizo un razonamiento a los amotinados, en que reprendió terriblemente aquel levantamiento, y que siendo ellos romanos, hubiesen osado alborotarse como los ilergetes y jacetanos, aunque estos, les dijo, siguieron a Mandonio e Indíbil, sus capitanes, regiae nobilitatis viros, varones de nobleza real y sus señores; pero “vosotros seguísteis y os sujetásteis a dos hombres salidos del arado, y porque os faltó pocos días el sueldo, hicísteis lo que Mandonio e Indíbil y sus ilergetes, pensando ser poderosos para echar del todo (a) los romanos de España, que tan victoriosos y poderosos están; y aunque muriera yo, había otros capitanes romanos, que habían de sustentar el señorío y ejército del senado y pueblo romano, como no faltaron cuando murieron mis padre y tío.» Y concluyendo su razonamiento, que fue muy largo, les perdonó a todos, por conocer que las razones que les había propuesto les habían movido a pesar, y tenían empacho de lo hecho; y luego mandó sacar a Albio y Anio con los demás amotinados, y atados a sendos palos, los mandó fuertemente azotar, como era costumbre de los romanos azotar a todos los condenados a muerte, y después les mandó cortar las cabezas, cayendo sobre sus espaldas y cervices las haces y segures que mandaron a sus lictores que llevasen delante de ellos, en señal de majestad y grandeza: y después de hechos ciertos sacrificios para purgar el lugar y desenviolarlo, conforme lo que en su vana religión los gentiles usaban, y tomado de nuevo el juramento a todos los que habían sido culpados en aquel alboroto, mandó dar a cada uno de los soldados una paga, con que todo quedó sosegado y quieto, y con la sangre de los treinta y cinco quedó lavada la culpa y yerro de los demás.
Scipion, así que tuvo apaciguado el motín pasado, entendió en la guerra que había publicado contra Mandonio e Indíbil y sus pueblos, sentido de que hubiesen osado tomar armas contra el pueblo romano, de quien habían recibido el uno la libertad de su mujer, y el otro de sus hijas, con otros mil beneficios y buenas obras, y confesaban estarle muy obligados por ello. Estos dos hermanos, vueltos a sus casas, estuvieron suspensos esperando qué haría Scipion con los amotinados, creyendo que si el error de ellos era perdonado, lo sería el de ellos; mas después que supieron el castigo de los treinta y cinco, pensaron que su culpa sería igualada con la de ellos, y merecedora de igual pena: y porque a los que han comenzado a ofender no les parece nuevo error el perseverar, sino forma para escapar de no ser castigados; por esto, o para volver a mover la guerra o estar aparejados para resistirla, mandaron tomar las armas a sus vasallos, y juntando los socorros que antes habían tenido, hicieron un campo de veinte mil hombres de a pie, y dos mil y quinientos caballos, y con esto pasaron a los términos de los jacetanos.
Scipion, que tenía bien contentos y reducidos a su amor y obediencia los ánimos de todos los soldados, así en haberles perdonado y haberles pagado a todos, culpados y libres, su sueldo, como con tratar con ellos siempre con amor y blandura, todavía queriendo hacer jomada contra Indíbil y Mandonio, le pareció hablar con los suyos, antes que se partiese para ellos. La suma de lo que les dijo fue: que con diferente ánimo iba a castigar los ilergetes del que había tenido antes de dar la pena a los amotinados; que cuando castigaba aquellos pocos para sanar el mal de todos, como si cauterizaba sus mismas entrañas, así doliéndose y gimiendo, quemaba lo dañado, y con cortar las cabezas de treinta y cinco, había purgado el error o la culpa de ocho mil hombres; mas que agora iba a hacer la matanza de los ilergetes con gran ansia de verter su sangre y destruirles del todo, pues a enemigos tan porfiados solo el rigor les pedía poner remedio con el miedo. Con estas y otras buenas razones con que les acarició dulcemente, les aseguró más los ánimos, y se partió con ellos a pasar el río Ebro, y llegó a poner su real a vista de los enemigos. El lugar donde aconteció esta batalla fue un campo todo cercado de montes, donde mandó meter Scipion todos los ganados, así suyos, como los que había tomado de los enemigos, porque, con la codicia de hurtarlos, se metiesen allá dentro la gente de
Mandonio e Indíbil, y quedasen como encerrados; y Scipion con lo mejor de su ejército estaba escondido tras un monte, aguardando que entraran todos en aquel campo: todo sucedió así como él pensó y quería. Salió Scipion y embistió; trabóse la escaramuza luego, y fue muy reñida, mas los nuestros fueron con astucia cercados de los caballos romanos, y así pareció quedar por ellos la victoria: y aunque aquel día murieron muchos de los soldados ilergetes, no perdieron el ánimo, antes el día siguiente bien de mañana, por no mostrar punto de temor, se pusieron en el campo, ordenando sus escuadrones para pelear; y también les venció Scipion esta segunda vez, porque la angostura del lugar donde se peleaba le fue favorable, y también tuvo maña como los nuestros fuesen cerrados, sin que se pudiesen de ninguna forma aprovechar de su gente de a caballo, en que tenían su mayor confianza. Así fueron fácilmente desbaratados; y hubo otro daño también grande, que lo estrecho del lugar, y el hallarse los caballos romanos a las espaldas de los nuestros, no dio lugar a que nadie escapase, sino que fueron muertos casi todos, y solo se escapó una parte del ejército que, como mejor pudo, se había subido a la montaña; y estos viendo el peligro de los suyos, y el poco aparejo que el lugar les daba para ayudarles, en tiempo seguro comenzaron a retirarse, y con ellos Mandonio e Indíbil y algunos otros principales. Acabada la matanza, que fue grande y miserable, aquel mismo día fueron tomados los reales de los ilergetes, con pocos menos de tres mil hombres de guarda y servicio, y gran presa de todas maneras de riqueza. La victoria fue grande, mas no les costó a los romanos poca sangre, ni vendieron barato nuestros ilergetes sus vidas, que según Tito Livio, mil dos cientos, y según Apiano, mil quinientos mataron los enemigos, y quedaron más de trescientos heridos, que después la mitad de
ellos murieron de las heridas; y afirma Livio que no fuera la victoria tan sangrienta, si el combate hubiese sido en campo llano, y más apto para retirarse.

CAPÍTULO XXV.


CAPÍTULO XXV.

César va en seguimiento de los pompeyanos, y no para hasta haber vencido
a Petreyo y Afranio, sus capitanes.

Afranio y Petreyo pasaron el río Segre con todo su campo, y juntaron con las dos legiones que habían salido y se fueron hacia Mequinenza; y César envió tras ellos su caballería para que les picase en las espaldas y les detuviese todo lo que fuese posible, y de esta manera llegaron al Ebro, y los de Afranio y Petreyo lo pasaron con la puente de barcos que habían hecho; pero apenas fueron pasados, ya la caballería de César pasó por el vado tras ellos. Cuando amaneció, vieron los del real de César que estaban a la orilla del Ebro, de un alto, como su caballería hacía buen efecto, dando la carga en la retaguardia, y sufriéndola muy bien cuando el enemigo volvía a dársela, con todas sus escuadras. Con esto, los soldados de César rogaban a los tribunos y centuriones que rogasen a César, que sin tener cuenta con su trabajo y peligro de ellos, les mandase pasar el río por donde lo habían pasado sus caballos. Movido César de esto, aunque rehusaba poner al peligro de un río tan grande como el Ebro su ejército, pero bien pensado, le pareció que debía tentar el paso, y por esto sacó de todas sus centurias los soldados más flacos, y de estos formó una legión, y la dejó en guarda del bagaje y del fuerte que tenía a la orilla del río de esta otra parte, y la demás gente lo pasó con esta orden: que puso por lo alto del río muchas bestias que quebrantasen la corriente, y por lo bajo mucha gente de a caballo, donde se valiesen los que el ímpetu del agua trabucase; y esto fue gran socorro para algunos, y de esta manera todos pasaron, sin perderse ninguno, y eran las tres horas antes del amanecer cuando hubieron acabado de pasar; y sucedió este día una cosa muy notable y que solo la gran diligencia de César la pudo acabar, y fue, que su campo, después de haber pasado el río del modo que queda dicho, con gran trabajo y detenimiento, rodeó después mucho para volver a tomar el camino para seguir a los enemigos, porque para pasarlo, habían tomado el vado donde más extendido corría el río, y esto era algunas millas más abajo del puesto donde Afranio y Petreyo habían hecho su puente de barcas; y antes de llegar a los enemigos, hubo de marchar seis millas, y habiendo partido los dos capitanes antes de amanecer, ya a las tres horas de la tarde César les había alcanzado. «No hay duda, dice Ambrosio de Morales, que todo este ardor y vigorosa diligencia era de sus soldados; pero a él se debe atribuír más de veras, pues se lo había enseñado, y con su gran diligencia y presteza les daba ejemplo de ella.» Siendo preguntado Alejandro Magno, cómo había dado fin a tan grandes hechos en poco tiempo, dijo, que no dilatando nada para mañana; y Vegecio dijo, que en las cosas de la guerra la diligencia y presteza aprovechaban más que el esfuerzo. Todo esto entendió muy bien Julio César, pues ninguna ocasión dejó pasar, así en esta como en otras guerras, que no la tomase, y así vino a acabar cosas que parecían imposibles y solo pudo en su diligencia salir con ellas.
Estaba la gente de César muy ganosa de llegar a las manos con sus enemigos; pero César, en quien había tanta prudencia como diligencia, mandóles primero reposar y comer, porque no quiso que enflaquecidos y cansados entraran en pelea; y aun después de haber descansado, los detuvo otra vez, porque furiosos querían dar sobre los enemigos; pero no pudieron, porque ellos se habían
ya puesto en lugar alto, muy a su ventaja, y así por aquel día no hubo pelea alguna, antes bien César se alojó muy cercano a ellos.
Estando a la otra parte del Ebro, pasaron grandes cosas que cuenta el mismo César, que no pertenecen a los pueblos ilergetes, de quien agora trato: y después de haber mucho apretado a los pompeyanos, que siempre habían tenido grandes esperanzas que, si pasaban Ebro, habían de hallar grandes socorros; no hallando lo que pensaban, sino muy al contrario, y que la caballería de César no les había dejado sosegar un punto, no hallaron otro camino sino volverse a Tarragona o Lérida; pero por estar Tarragona lejos, y haber de hacer grandes rodeos para escaparse de César, escogieron ir a Lérida: pero porque el agua les costaba muy caro, por ser toda aquella tierra muy seca y falta de aguas, determinaron sacar un foso con buena fortificación desde su real, hasta tomar dentro del fuerte el agua, para que nadie pudiese estorbársela. Repartieron entre si ambos a dos los generales la obra, y salieron lejos del real a continuarla. Con la ausencia de los capitanes comenzaron los soldados a salirse del fuerte y hablar con los de César, tratando de dársele, y muchos tribunos y centuriones se vinieron a encomendar a César, y lo mismo hicieron los españoles principales que estaban en el ejército, unos por rehenes y otros por soldados; y aun el hijo de Afranio, por medio de Sulpicio, legado de su padre, trató con César de que perdonase a él y a su padre.
Era la alegría y regocijo común a todos; a los de Pompeyo, porque presto confiaban verse fuera de peligro, y a los de César, porque tan fácilmente y sin gota de sangre habían acabado una guerra tan difícil y cruel, y todos loaban mucho a César, por haber escusado tanto derramamiento de sangre, con no haber querido pelear, y todos conocieron cuán acertados eran los consejos y resoluciones suyas.
Estos abocamientos y tratos tomaron los dos capitanes de diferente manera, porque Afranio dejó la obra comenzada y se retiró a su real, esperando el suceso que había de tener el perdón que su hijo había pedido a César; Petreyo lo tomó muy a mal, y a los que platicaban con los de César los hizo retirar, y de los de César mató todos los que pudo; y vuelto a su real, rogaba a todos que mirasen por la honra de Pompeyo, y que no quisiesen darla a su enemigo; y él y los tribunos y centuriones, y el mismo Afranio, movidos del llanto de Petreyo, de nuevo juraron obediencia a Pompeyo y que no desampararían el ejército y no harían cosa sin consejo público y voluntad de todos; y tras esto mandaron que quien tuviese soldados de César los llevase allá, y todos los que se trajeron, con horrible crueldad fueron degollados; y muchos hubo que los escondieron, y venida la noche, los echaron con grande secreto por encima de los reparos. Con este rigor que usaron los capitanes de Afranio, y con el juramento que tomaron a la gente de guerra, ya no hablaban de darse, sino que todos muy ganosos mostraban querer continuar la guerra. Pero César no lo hizo así, sino que mandó buscar los soldados de Pompeyo que habían entrado en sus reales, mientras duraba la plática, y muy benignamente mandó que se volviesen a los suyos, aunque algunos de los tribunos y centuriones se quisieron quedar con él de buena gana, de quien recibieron después mucha honra y merced.
Petreyo y Afranio, que conocieron que en aquel puesto donde estaban no se podían sustentar, levantaron su campo y caminaron a Lérida, y César les fue con su caballería siguiendo, sin dejarles reposar un punto; y les fue necesario, para reposar del cansancio que llevaban, asentar su real en un lugar muy desconveniente y entre muchas incomodidades. Era la mayor faltarles de todo punto el agua, y es aquel suelo tan falto de ella, que, aunque caven pozos, no se halla: falta que padecen casi todas aquellas comarcas de la ciudad de Lérida. Aquí llegaron a tal aprieto, que no pudieron hallar remedio alguno a sus necesidades; y César holgaba de ello, porque no iba tras de vencerles en batalla, sino que ellos voluntariamente se diesen, porque así mejor campease su clemencia y piedad; y así se le hubieron de dar. Para esto pidieron Afranio y Petreyo hablar, y que esto fuese entre los capitanes solos, sin que los ejércitos estuviesen presentes; pero César quiso que fuese público, y tomó al hijo de Afranio por rehenes, y juntos los dos ejércitos, Afranio habló, disculpándose de haberse detenido contra César hasta aquel punto, pero que, como a lugarteniente que él era de Pompeyo, había de mantener la fé y lealtad a su mayor todo el tiempo que pudiese; y él había ya cumplido con su deber, según eran testigos las necesidades y trabajos que habían sufrido, y que no podían ya más, ni el dolor y el pesar en el ánimo, ni la fatiga y trabajo en el cuerpo; y así se le rendían como a vencidos y le pedían les perdonase, usando con ellos de clemencia, y no de lo que la victoria le permitía y ellos habían merecido.
César le respondió reprendiéndole por haber impedido la paz que sus soldados habían deseado y procurado, y haber muerto, tratándose de ella, algunos de sus soldados que pudieron haber a las manos, y les representó que, por su soberbia, venían a pedir ahora con humildad lo que primero menospreciaron con desdén; que él, no movido de su humildad y abatimiento, ni ufano con aquel buen suceso, les pedía que despidiesen aquel ejército que tantos años habían sustentado contra él sin causa ni razón, y que saliesen de España, para que pudiese reposar del cansancio que le había dado aquella tan larga y penosa guerra, superflua y voluntaria; y que esto era lo que les pensaba conceder, y no otra cosa alguna. Los soldados de Afranio y Petreyo quedaron muy alegres de lo que César les había concedido, y siempre habían pensado que se había de llevar muy riguroso con ellos, y estorbaron a los capitanes que no altercasen sobre esto, sino que se contentasen de lo que tenían, y así que los despidiesen, porque toda dilación les era muy enfadosa; y despidieron luego todos los soldados españoles o que tenían casa o hacienda en España, y César les prometió que no compeliría a ninguno de ellos que le sirviera en la guerra, y que los soldados italianos fuesen despedidos, y que Afranio saliese del todo de España y se pasase a Grecia, donde en aquel tiempo estaba el gran Pompeyo.

CAPÍTULO X.


CAPÍTULO X.

De los hermanos Mandonio e Indíbil, príncipes de los ilergetes, y de los sucesos * con Neyo Scipion.

Con esta victoria quedó Scipion muy respetado, y las cosas de los romanos con muy gran reputación, sin que nadie osase intentar novedades. Era el invierno recio, y los soldados estaban cansados de lo que habían padecido, y Scipion con ellos se pasó a la ciudad de Tarragona, tierra templada y de buen cielo: aquí invernaron, y Scipion partió entre ellos lo que habían ganado en las batallas pasadas, y quedaron todos contentos. Esto fue 215 años antes del nacimiento del Señor; y fue este año notable por los muchos portentos y prodigios sucedidos en España y otras partes. Oyéronse bramidos en el aire, temerosos y tristes; golpes de pelea, como que gentes no sabidas batallasen en las nubes: a muchos parecieron fantasmas y visiones espantosas; fuentes manaron sangre, y bestias dieron partos monstruosos y estraños, y algunos animales trocaron el sexo. Hiciéronse varios sacrificios, ya de animales, ya de hombres, imaginándose que con aquellos aplacarían la ira de sus falsos dioses: refiérenlos Florián de Ocampo y otros, aunque a Mariana parece fabuloso el sacrificio de los hombres.

El año siguiente fue muy próspero y feliz para Scipion, por las victorias que alcanzaron de los cartagineses sus capitanes, desbaratándoles sus armadas, y tomándoles, de treinta navíos que había en ellas, los veinte, que, juntados con los suyos y bien armados, corrió con ellos los mares del poniente de Cataluña, y saltando en tierra sus gentes, hicieron gran mal en los cartagineses. a la vuelta combatió la isla de Ibiza, y los mallorquines y de Menorca se confederaron con él; y aunque Asdrúbal, con poderoso ejército, vino para combatir la ciudad de Tarragona; pero su venida fue vana, por la mucha resistencia que halló en la gente que había dejado en aquella ciudad, y se hubo de volver a Cartagena, donde supo el daño que los de la armada de Scipion habían hecho en aquella comarca. Vuelto Scipion a Tarragona, recibió muchas embajadas de muchos pueblos de España, que se declararon por los romanos, y eran más de ciento veinte. Con esto y haberse declarado por ellos los pueblos de la Celtiberia, que eran los del poniente de Ebro, quedó muy aventajado el partido romano, por ser estos pueblos muchos, belicosos y fuertes, y muy constantes y firmes con sus amigos y confederados.
Vivía en los pueblos ilergetes un caballero llamado Mandonio, persona de gran valor y nobleza, (y mandón) y muy esclarecido por su sangre y linaje; porque, como dice Beuter, descendía de los reyes antiguos de España, y había sido rey de los Ilergetes. Tito Livio le llama vir nobilis, qui antea ilergetum regulus fuerat; el padre Juan de Mariana le llama hombre poderoso, que antes había tenido el principado entre los ilergetes; y Florián de Ocampo dice que era persona de muy noble linaje, tanto, que los días antes era tenido por principal entre todos los ilergetes, y era deudo de Andúbal, noble español que murió en una batalla que hubo entre romanos y cartagineses. Era este Mandonio hombre de grande ingenio y discurso y traza, valiente, bullicioso y travieso, y vivía retirado en el extremo de los pueblos ilergetes, en las montañas que hoy caen en el reino de Aragón. Tenía un hermano llamado Indíbil, igual a él en valor, fuerza y reputación; y ambos tenían muchos amigos y vasallos. Aborrecían extrañamente el nombre romano, y estaban muy apasionados por el bando cartaginés, y deseosos de vengar la muerte de Andúbal, su pariente. Si novedades no habían intentado, si quietos habían vivido, deteníales el poder romano, y la incertitud y fin dudoso de la empresa, que tanto más la juzgaban dudosa cuanto mayor era la fortuna de los romanos y prudencia de Scipion, su capitán, que por estos tiempos tenía alojada su gente en la marina. Mandonio trató con sus amigos, parientes y vasallos, nuevos movimientos y empresas que no debiera; y con las esperanzas que daba de buenos sucesos, fue oído y creído: siguiéronle muchos, y más en particular toda la gente que de novedades espera medros y buenos sucesos.
No faltó inquieto ninguno ni comunero que no le siguiese, porque todos aborrecían a los romanos y pensaban vengarse de ellos; y así, armados, corrieron y talaron la tierra de los romanos y sus confederados, haciendo robos, muertes e incendios, con gran fiereza e inhumanidad extraña. Extendiéranse, sin duda, mucho estas gentes y pasaran adelante, si no atajaran sus movimientos la prudencia y disciplina militar de Neyo Scipion, que, como prudente capitán, luego acudió con el remedio, desviando los daños que le esperaban, antes que aquella contagion inficionase los demás pueblos de Aragón y Cataluña, devotos del nombre romano. Juntó luego sus capitanes, que con tres mil soldados catalanes y romanos, fueron hacia los pueblos ilergetes, donde hallaron muy poca resistencia, por ser la gente de Mandonio bisoña y allegadiza, poca y mal avenida; y los de Scipion reglados y cursados en la guerra, y regidos por capitanes prácticos y concertados. Siguiéronles poco a poco, y tan a tiempo y con tales ventajas, que mataron muchos de ellos y muchos más tomaron presos, y despojados de las armas (que para ellos fue un gran castigo), les permitieron que sin ellas volviesen a sus pueblos; y Mandonio, enfadado de tan malos sucesos, con la gente que le pudo seguir se salvó en los montes.
Cuando Asdrúbal supo los movimientos de Mandonio, se persuadió que debía tener gran aparejo, pues se rebelaba contra los romanos y movía aquella guerra cerca de los
aposentos de ellos, y en tierra donde había muchas villas y lugares que eran de su bando, y nadie osaba declarárseles enemigo; y así, dado que él y sus cartagineses residiesen muy lejos de los pueblos ilergetes, no por eso dejó de hacer toda su posibilidad. Recogió de presto los africanos que más cerca tenía, dejó mandado que los restantes luego le siguiesen, y él comenzó de caminar apresuradamente la vuelta de Cataluña, para dar calor y ánimo a Mandonio, certificándole su venida con mensajeros enviados por diversas partes, porque si los unos eran impedidos por el camino, llegasen los otros; y no tardó mucho de llegar él en pos de ellos, y pasar las aguas del río Ebro, tan acompañado de gentes advenedizas, que sus enemigos, puesto que fueran cuatro tantos y no tuvieran contradicción en la misma tierra, no bastaran a se les defender. Alaban en este caso los autores latinos la sagacidad y prudencia de Scipion; porque
sintiendo que su poder al presente no bastaba para resistir al cartaginés, desvió la guerra discretamente por otra parte, negociando con los españoles celtíberos, sus amigos nuevos, que saliesen a ellos a gran prisa contra los otros pueblos de la parcialidad africana, pues era cierto, si lo hiciesen, que para socorrerlos Asdrúbal, había de tornar atrás o perder aquellos que perseveraban firmes en su favor, y no le convenía desamparar cosa tan cierta, por emprender la cobranza de estos otros ilergetes en quien había dificultad y duda. Los celtíberos accedieron a este ruego, por ser la primera demanda que sus amigos les pedían, y como fuesen hombres guerreros y puestos en armas a la continua, pudieron salir presto y muchos, y comenzaron a destruir la provincia contraria con grandes quemas y muertes en cuantos lugares y pueblos topaban; y de estos pueblos en los primeros ímpetus tomaron tres muy principales, a fuerza de combates, los cuales, dado que no declaran las historias qué tales fuesen, ni qué nombre tenían, ni en qué parte fuesen, parece claro ser importantes, pues el capitán Asdrúbal y toda la fuerza de sus banderas dio vuelta para les valer. Llegados aquí, luego los españoles celtíberos les vinieron al encuentro, tan determinados y bravos y tan encarnizados, que no se pudo menos hacer que pelear con ellos en dos batallas una tras otra muy crueles, en las cuales ambas el capitán Asdrúbal y toda su potencia quedaron vencidos y destrozados, y muerta gran suma del ejército cartaginés; y declara Tito Livio ser muertos en aquellas dos peleas hasta quince mil cartagineses, y presos cuatro mil. (En los autores latinos, sale Cataluña o catalanes, aunque sea en formas antiguas, como Cathalonia o así ?)

domingo, 8 de marzo de 2020

72-82

72. TRATADO
DE LAS ELECCIONES CANÓNICAS. 



Un volumen en 4.° prolongado, en
pergamino, de 93 páginas. Es del siglo XIV. Toda la materia
referente a los tres modos de hacer las elecciones según el derecho
canónico, hállase expuesta en este libro con mucha claridad. Aunque
no hay capítulos que dividan los asuntos, todas las cuestiones están
señaladas con epígrafes de letra encarnada.
Este Códice está
escrito con gran perfección y se halla bien conservado. Como los de
su clase, abunda en letras con dibujos de colores. Al lado del texto
hay comentarios del mismo autor. En el principio del libro se lee un
epígrafe, que traducido del latín dice: «Comienza aquí el libro
compuesto por el Maestro Guillermo de Mondagoto, Arcediano
Nemausense
, sobre el modo de hacer las elecciones y ordenar los
procesos relativos a las mismas».





73. FLOS
SANCTORUM O VIDAS DE SANTOS.
Un volumen en 4.° mayor, en
pergamino, de 673 páginas Es del siglo XIV. Al principio le faltan
algunas hojas; el final está completo. Tiene de especial este libro,
que antes de la vida de cada Santo se explica la etimología
del nombre
y su significado, con datos sumamente curiosos
que suponen en el autor mucha erudición. No consta quien sea éste.
Es muy probable que fue algún religioso agustino, porque la
única viñeta que hay está en la vida de San Agustín,
obispo y doctor, viéndose allí una imagen del Santo.
Además
de las vidas de los santos, hay pláticas sobre varios
asuntos, como la Cuaresma, Dominicas que la preceden.
Resurrección, y otros misterios y fiestas de la
Santísima Virgen.

74. PRISCIANO EL MAYOR. TRATADO DE
GRAMÁTICA.
Un volumen en 4.° mayor prolongado, en pergamino, de
258 páginas. Es del siglo XI. Dicho autor fue un célebre
gramático latino que nació en Cesarea a fines del
siglo IV. El año 525 abrió una escuela que tuvo gran
fama por el número de gramáticos distinguidos que de allí
salieron. Compuso varias obras; pero la más notable es esta.
/
Nota: Si nació a finales del siglo
IV, pongamos 399, y en el año 525 abrió él mismo una escuela,
vivió más de 125 años. Priscianus Caesariensis (fl. 500), más
conocido como Prisciano, fue un importante gramático del latín,
nacido en Caesarea, Mauritania, (en la actualidad la ciudad de
Cherch
ell en Argelia). Según Casiodoro enseñó latín en
Constantinopla. https://es.wikipedia.org/wiki/Prisciano
Su obra más
importante es una gramática del latín que recibe el nombre
de Institutiones Grammaticae. /
Se divide en 18 libros, y
no en 14 como dice algún escritor. Al principio, después de un
prólogo, pone el autor un índice o resumen de los 18 libros. Antes
hay dos hojas que no pertenecen a este Códice; en la primera se ve
parte de un índice sumamente curioso por la forma con que está, el
cual debía pertenecer a alguna obra de derecho del siglo XI, o
quizás de antes.
Este Códice es el que se conserva en mejor
estado entre todos los de aquel siglo, a pesar del servicio que se
conoce prestó en su tiempo. La letra es muy legible. Hay muchas
notas en el margen, todas con caracteres pequeñísimos hechos con
gran perfección. Pero lo que llama la atención principalmente es el
extraordinario número de notas puestas entre las líneas del texto,
tan diminutas, que admira cómo pudieron escribirse allí.
Los
títulos en que se dividen los libros, o sea los epígrafes de cada
asunto, están señalados con letras encarnadas. Las iniciales de los
apartados son de colores; pero sin dibujos, según el estilo de aquel
tiempo. También hay una viñeta al principio, de muy buen gusto, y
algunas otras en lo demás del libro.
Al fin de todo se ve
una nota, en caracteres encarnados muy grandes, que traducida dice:
«Concluye el libro de Prisciliano, Gramático, Doctor de la ciudad
de Roma.»

75. TOMÁS DE HIBERNIA. MANOJO DE FLORES. Un
volumen en 4.° mayor prolongado, en pergamino, de 254 páginas. Es
del siglo XIV. Contiene un repertorio por orden alfabético de varios
nombres o asuntos pertenecientes a la Teología dogmática y moral,
Sagrada Escritura, Filosofía, etc. De ahí el título de Manojo de
flores, que se le aplica con muchas propiedad.
Está en
forma de diccionario. Pero además el autor tuvo el buen gusto de
señalar en el margen, por medio de alfabetos de letras minúsculas,
los párrafos en que se divide el asunto que allí se trata.
Cada
nombre del diccionario tiene la inicial adornada con dibujos de
colores. También son de colores las iniciales de todos los párrafos.
Al principio le faltan algunas hojas; el final está completo. Hay un
índice que contiene todos los nombres de los asuntos que se explican
en este diccionario. Después siguen cuatro folios que son como una
ampliación.
Antes del índice hay una nota que traducida dice
así: «Esta obra fue compilada por el Maestro Tomás de Hibernia, en
algún tiempo Sócio de Sorbona».

76.
SANTO TOMÁS DE AQUINO. SOBRE EL LIBRO II DEL MAESTRO DE LAS
SENTENCIAS. Un volumen en 4.° mayor prolongado, en pergamino, de 146
páginas. Es de últimos del siglo XIII o de principios del XIV. En
la parte superior de cada página están señaladas por su orden las
44 distinciones en que se divide esta obra. Al final hay un índice
hecho posteriormente, que sólo llega hasta la Distinción 35.
Antes
del índice se leen unas notas de diversa letra, que traducidas
dicen: «Concluye el escrito de Fray Tomás, sobre el segundo
de las Sentencias.» Prueba esto que cuando se escribió el Códice
aún no había sido canonizado Santo Tomás. Después
hay otra nota que dice. «Este libro es de (sigue un nombre que está
raspado). Cualquiera que lo vendiere sea anathema. Luego hay
otra que dice así: «Este libro es de Fray (sigue un nombre raspado)
de la orden de Frailes predicadores del convento de (hay otro nombre
raspado) de la provincia de Aragón».
Al fin de todo en
la última página todavía hay otras notas que dicen: «Yo Antonio
Aymerich
, Bachiller en artes, el viernes día 29 de Abril
compré este libro al Reverendo confesor del
Rey de Navarra, en la ciudad de Valencia, el año 1435
del Nacimiento del Señor.» Y más abajo se lee: «Este libro es de
Pascual March, quien lo compró por 44 sueldos

77.
LETANÍAS Y ORACIONES. Un volumen en 4, en pergamino, de 44 páginas.
Es del siglo XIV. Se comprende que este Códice se usaba en todas las
rogativas que se hacían en esta catedral. Después de las Letanías
de los Santos, siguen las preces y oraciones pertenecientes a cada
rogativa. Entre otras de las que ofrecen interés histórico, está
la tradicional plegaria que se canta en esta catedral
en las rogativas pro pluvia, que dice así: «Dómine
rex, Deus Abraham, dona nobis pluviam super faciem terrae, ut discat
pópulus tuus quia tu es Dóminus Deus noster.»

También hay
una oración propia de la Santa Cinta, diferente de la que se
halla en el Breviario de esta catedral. En dicha oración se
expresa la aparición de la Santísima Virgen en esta
iglesia y la entrega de su Sagrado Cíngulo. Como es un
documento de grande valor histórico, pues confirma aquella veneranda
tradición, creemos conveniente insertarlo tal como está: Dice así:

«Omnipotens sempiterne Deus, qui gloriosae Virginis Matris
Mariae corpus et animam, ut dignum Filii tui habitaculum effici
maereretur, Spiritu Sancto cooperante praeparasti; da, ut cujus
Visitatione et Cinguli traditione hanc Ecclesiam
decorasti, ejus pia intercessione ab instantibus malis et á
morte perpètua liberemur. Per Dominum...»

/ Nota: á
y perpètua aparecen con tilde en el pdf que tengo, otros textos en
latín también están con tilde en este libro.
La ae del latín,
æ, la escribo en este libro ae -

https://www.delcastellano.com/errores-pronunciacion-latin/


ae (y oe)


Por increíble que pueda parecer, el
diptongo ae se pronuncia [ae̯]. Por tanto, hay que evitar la
pronunciación arromanzada como una simple *[e]: quae se lee [kʷae̯]


, no *[ˈkwe]. Tortosa : Tortose,
Lleida : Lleide, Maella : Maelle, Favara : Favare, etc.
La
bibliografía anglosajona tiende a considerar que ae se pronunciaba
[ai], aunque esta pronunciación es de época arcaica (siglo iii a.
C. y anteriores). Lo mismo se aplica al diptongo oe, menos frecuente,
que se pronuncia [oe̯]: amoenus se pronuncia [aˈmoe̯.nus]


, no *[aˈmenus] /

78. PEDRO DE
TARANTASIA. COMENTARIOS SOBRE EL LIBRO II DEL MAESTRO DE LAS
SENTENCIAS. Un volumen en 4.° mayor, en pergamino, de 242 páginas.
Es del siglo XIII.
El autor es conocido con este nombre por ser
natural de Tarantasia, provincia y condado de los antiguos
estados sardos. Las 44 Distinciones del libro II del Maestro
de las Sentencias están completas en este Códice, y se señalan con
números en la parte superior de cada página, y además en el
margen. Hay algunas notas de época posterior. Las iniciales de los
párrafos están adornadas con dibujos de colores.
Al principio
hay un índice. También se ve allí una hoja de distinta época y
diferente letra, que no pertenece a este libro.

79. ALANO DE
INSULIS. SOBRE LAS DIVERSAS SIGNIFICACIONES O USOS QUE TIENEN ALGUNOS
NOMBRES EN LA SAGRADA ESCRITURA. Un volumen en 4° en pergamino, de
321 páginas. Es de principios del siglo XIII. Este curioso libro
tiene alguna semejanza con las Concordancias de la Sagrada Escritura,
aunque es más reducido y su objeto también es distinto.
Le
precede un prólogo dirigido a Ermengaldo, Abad de San Gil.
Después siguen los nombres por orden alfabético. Antes de cada
letra hay un índice; luego siguen los nombres cuyo uso se trata de
explicar, estando señalados con letras encarnadas en el texto los
libros de la Sagrada Escritura a que se refiere el uso de cada
nombre.
A pesar de su mucha antigüedad está muy bien conservado
este Códice. Todas las iniciales de cada párrafo son de colores, y
algunas están adornadas con hermosas viñetas. Al final hay la
acostumbrada nota que dice. «Este libro ha sido escrito; el que lo
escribió sea bendito».

80. FRAGMENTOS DE LOS CLÁSICOS Y
OTROS AUTORES ANTIGUOS. Un Volumen en 4.° de 328 páginas. Está
escrito parte en cartulina, que pertenece al siglo XIII, y parte en
pergamino, que es del siglo XII.
Contiene escritos de Horacio,
Juvenal, Marcial, Salustio, Cicerón y Séneca. También los hay de
Macrobio, (las Saturnales) y de Macer (del poder de las hierbas.)

Además un tratado de Geometría con figuras geométricas, y otro
del eclipse del sol.

81. CAPITULARIO PARA TODO EL AÑO. Un
volumen en 4.° en pergamino, de 380 páginas. Es del siglo XIV. Al
principio hay un Calendario muy deteriorado por el uso, en el cual
falta una hoja que debía contener los meses de Noviembre y
Diciembre.
Tiene de particular este Códice, que se halla en él
la oración propia de la Santa Cinto,
(Cinta, Cingulis, Cíngulo) de que ya hemos tratado en el
Códice de n.° 14; pero en el que nos ocupa dicha oración está en
el mismo Capitulario, y no en hoja añadida como en el otro Códice.
También hay algunas otras oraciones de interés histórico. Todas
las iniciales de los capítulos y de las oraciones se hallan
adornadas profusamente con dibujos de colores.

82. MISAL. Un
volumen en 4° en pergamino, de 460 páginas. Es del siglo XIII. Está
escrito con muy buen gusto y con profusión de letras de adorno.
Tiene además algunas viñetas muy distinguidas y de un estilo
especial. Hay un Calendario muy completo; y lo mismo que en otro
Códice reseñado, el día 4 de Febrero hay una nota que traducida
dice: «Aquí comienzan a cantar las aves». Y el día 24 de Abril
otra que dice: «Salida de Noé del arca.»
En este Calendario ya
está la fiesta de la Concepción de la Virgen, el día 8 de
Diciembre; la oración está añadida en el margen en su lugar
respectivo, y es diferente de la que se usaba antes de la actual.
También se halla el día 18 de Diciembre la fiesta de la
Expectación del parto de Nuestra Señora
, que se puso después
porque la letra no es la misma que lo demás del Calendario.




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