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martes, 23 de junio de 2020

321. EL RELICARIO DE JAIME I


321. EL RELICARIO DE JAIME I (SIGLO XIII. MAGALLÓN)

Existía en pleno monte, en las afueras de la villa de Magallón, una pequeña pero bonita ermita dedicada a la Virgen bajo la advocación de Nuestra Señora de la Huerta, a la que sus habitantes acudían con frecuencia puesto que le profesaban una gran devoción.

En cierta ocasión, cuando el rey don Jaime I el Conquistador pasó al frente sus tropas por aquí con intención de enfrentarse al monarca castellano, acampó e hizo noche, confraternizando con las gentes de Magallón, que le dedicaron grandes agasajos.

Fue entonces cuando el rey se enteró de aquel fervor popular hacia Nuestra Señora de la Huerta, a la que se le atribuían múltiples milagros, de modo que decidió visitar la capilla y, esperando ganarse los favores de la Virgen, decidió adoptarla como patrona.

Al día siguiente, antes de proseguir el camino con sus huestes hacia Borja, volvió a visitar la capilla y ofreció a la Virgen un completísimo relicario si la batalla que iba a disputar llegaba a significar el término de la guerra que mantenía contra el monarca castellano. Se trataba de un relicario que siempre llevaba pendiente del cuello y al que tenía en gran estima.

Como la campaña militar contra el rey castellano fue un verdadero éxito, al regresar victorioso a sus tierras aragonesas, a pesar de la prisa que llevaba, tuvo el tiempo preciso para detenerse en Magallón mientras sus tropas seguían camino adelante y volver a la ermita para cumplir su promesa. Una vez ante la Virgen se despojó del preciado relicario y lo depositó a los pies de Nuestra Señora de la Huerta, la misma que pocos años después, como consecuencia del crimen sacrílego que se cometió ante ante ella en el recinto de la ermita, abandonó el lugar para reaparecer en los montes de Leciñena.

[Faci, Roque A., «Nuestra Señora de Magallón», en Aragón..., I, pág. 84.]

304. LA PALIDEZ DE LA VIRGEN DE SALAS


304. LA PALIDEZ DE LA VIRGEN DE SALAS (SIGLOS XIII-XIV. HUESCA)

En muy contadas ocasiones se tiene la oportunidad de ver reunidas y presidiendo un mismo santuario dos imágenes de la Virgen, cual es el caso de la ermita que acoge a la virgen de Salas y a Nuestra Señora de la Huerta, en las afueras de Huesca. Las dos tallas son hermosas, pero de una de ellas llama poderosamente la atención el color lívido de su rostro, o «la baja color de la tez» de la de Salas, circunstancia sobre la que existen varias interpretaciones, cual es el caso de la siguiente.

En cierta ocasión, la que comenzó siendo una simple y tonta discusión entre dos vecinos de Huesca finalizó en reyerta enconada. Uno de los litigantes, por razones que no vienen al caso, decidió rehuir la pelea, tratando de esconderse en los campos del Almériz, en cuyo término se halla el santuario, hasta que se calmaran los ánimos. No obstante, su contrincante, enterado de dónde estaba salió en su busca.

El joven perseguido —devoto de santa María y ante el temor de ser alcanzado— se refugió en la ermita, pensando que, como lugar sagrado que era, estaría a salvo. Pero el perseguidor, arrogante y preciado de sí mismo, no sólo no respetó el inviolable derecho de asilo, sino que entró en el templo a caballo dispuesto a matar allí mismo a su enemigo.

La virgen de Salas —ante un acto no sólo tan vandálico sino perpetrado además en su presencia— dio un tremendo grito de espanto, apartó de sí al Niño como para salvarle y se quedó completamente lívida, descolorida. Ante aquellos signos de desaprobación por parte de Nuestra Señora, el perseguidor se percató de la infamia que estaba cometiendo y, arrepentido y pesaroso por ello, se lanzó al suelo e hincándose de rodillas pidió perdón a la Virgen por haber perturbado la paz de su santuario.
Pasó el tiempo, y el perseguidor demostró su arrepentimiento de manera sobrada imponiéndose duras penitencias, todo lo cual convenció a la virgen de Salas de su sinceridad, lo que le llevó a atraer de nuevo al Niño hacia sí, aunque jamás recuperó el color sonrosado de su piel, que siguió lívido.

[Datos proporcionados por Teresa Laliena, de Huesca.]