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domingo, 28 de junio de 2020

344. LOS EXCREMENTOS DEL CABALLO DE ROLDÁN


344. LOS EXCREMENTOS DEL CABALLO DE ROLDÁN
(SIGLO IX. TORLA)

De todos es sabido cómo el valeroso Roldán abrió con su famosa espada
«Durandel» una brecha entre Ordesa y Gavarnié, cuando, no queriendo que aquélla cayera en manos del enemigo, la lanzó en dirección a Francia y abrió el «tajo de Roldán», como también es conocido cómo su caballo, después de saltar aquella brecha, cayó reventado, tras lo cual Roldán tuvo que continuar a pie. Lo que casi nadie sabe o recuerda son los efectos que causó aquel gran esfuerzo en tan hábil y esforzado caballo.

Lo cierto es que durante el salto conjunto del caballero y del caballo
vuelo cabría decir mejor—, al animal, que naturalmente le correspondió la mayor parte del esfuerzo, se le cayeron las sobras —como nos diría Pedro Saputo al recordar el hecho—, no se sabe si de miedo o por apremiante necesidad, sobras que fueron a parar directamente, intactas y sin contaminar por agente externo alguno al río Flumen.

Luego, las aguas claras del Flumen las transportaron al Isuela una vez pasado Huesca, para ir a parar, sucesivamente, al Alcanadre, al Cinca, al Segre y al Ebro y, de este último, al mar. Una vez en el mar, por fin, las flotantes sobras del esforzado caballo fueron derivadas por las corrientes hasta el litoral norteafricano donde finalizaron su acuático periplo. Pero la cosa no quedó ahí, pues, en la costa arenosa donde fueron a parar y embarrancaron, nació una única planta de la que brotaron tres hermosas flores de tres distintos colores: una era blanca, otra negra y la tercera, morada.

Fue casualidad que una yegua que por allí pasaba una mañana se comiera con sumo placer, una tras otra, las tres flores y la mata. Con el tiempo, la yegua parió tres potrillos de los mismos colores que las flores. Y cuando éstos crecieron, se transformaron en unos imponentes y veloces caballos, más veloces que los ciervos que corrían por las tierras de Ontiñena.


miércoles, 22 de mayo de 2019

EL FRACASO DE LA RECONQUISTA DE IBIZA


2.77. EL FRACASO DE LA RECONQUISTA DE IBIZA (SIGLO XIII. TORLA Y BROTO)

EL FRACASO DE LA RECONQUISTA DE IBIZA (SIGLO XIII. TORLA Y BROTO)


Jaime I fue tutelado de niño por los Templarios en el castillo de Monzón, compartiendo educación y juegos con un muchacho de su edad, Íñigo Zaidín, descendiente de infanzones sobrarbenses. Cuando Jaime I dejó Monzón y accedió al trono, Íñigo marchó con él siendo nombrado alférez real.
Pasó el tiempo y, tras reconquistar Valencia, Jaime I planeó la toma de Mallorca y se lanzó al Mediterráneo. Con él se embarcó Iñigo Zaidín, que participó en la lucha y tomó con sus hombres la torre del homenaje del castillo mallorquín. El rey incorporó Mallorca, e Íñigo ganó fama, una grave herida y a la princesa Zoraida, hija del rey moro destronado, de la que se enamoró perdidamente y a la que debió la vida merced a los cuidados que le dispensara.

Meses después, el reyezuelo moro de Ibiza desafió a Jaime I al negarse a pagar el tributo que debía al rey aragonés, quien enojado decidió tomar la isla. Para ello —asuntos urgentes le requerían en tierras valencianas— encomendó la expedición a Íñigo Zaidín, ya repuesto de sus heridas.

Tras preparar la acción bélica, el ejército aragonés atacó, esperando para ello la oscuridad absoluta que proporciona siempre la luna nueva. Pero una vez comenzado el asalto, de repente, el cielo se iluminó con miles de antorchas, a la vez que enormes cubos de aceite caían sobre los soldados cristianos, que a duras penas pudieron huir hacia sus barcos. El ataque fue un total fracaso y del alférez Iñigo Zaidín jamás se supo nada, pues desapareció.

Meses más tarde, en Monte Perdido, guarecido en una rústica choza, apareció un eremita solitario, pronto conocido en la comarca tanto por el autocastigo que se aplicaba como por sus ayes lastimeros pidiendo perdón por una traición cometida en el pasado. Así vivió durante más de veinte años, hasta que una mañana un pastor lo encontró muerto. Pero también halló, escrita con su propia sangre en la piel blanca de un cordero, esta frase:
«Don Jaime, perdóname. Yo os traicioné y a mis compañeros también en la conquista de Ibiza».
Enterado el rey de la muerte de su amigo lloró por él, y construyó en su memoria una ermita en Monte Perdido, mientras todavía se pueden oír hoy los ecos de voces quedas pidiendo perdón por una traición que nadie reconoce.
[De Salas, Javier, «La leyenda de Monte Perdido», Folletón Altoaragón, 50, pág. XV.]