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sábado, 25 de septiembre de 2021

A LA VIRGEN MARÍA. A LA VERGE SANCTA MARIA.

A
LA VIRGEN MARÍA.



En
el capítulo LXXXIII del libro titulado Blanquerna, que escribió
Raimundo Lulio en la ciudad de Montpeller hacia los años 1282 y
1283, se lee una trova dirigida a la virgen María, que puso el autor
en boca de uno de los personajes que en la obra figuran. Es una
composición corta, de bellas formas e ingeniosos y elevados
conceptos, que nos da una idea del atractivo que debieron tener los
lais o tensiones del enamorado trovador.
- "A
vos, Señora, santa virgen María, dice, a vos doy todo mi albedrío,
y con tanto ardor quiere de vos enamorarse, que sin vos en nada
anhela fijar sus deseos ni su amor: porque el amor que a vos se
dirige, que sois madre del amor, es el más fino y elevado de todos
los amores; y quien sin vos amar intenta, malogra infelizmente el
amor de su corazón. Y pues ya que queréis, excelente reina, toda mi
voluntad, os quiero también hacer presente de mi memoria y de mi
inteligencia, porque sin voluntad ¿qué haría de ellas, Señora?
Mas ay, si os place, madre mía, recordad y haced entender a toda la
clerecía cuanto se os honrara si emprendiesen unos el camino de la
Tierra-Santa para predicar la divina palabra a los infieles y
convertirles a la fé cristiana, y sembrasen otros la paz entre las
ovejas de Jesús: que muchos son los que se jactan de que
arrostrarían la muerte por vuestro hijo, si ocasión se ofreciera;
mas pocos los que emprendan el apostolado, pues el temor de morir les
hace andar remisos y negligentes." -



En
la versión que en 1521 se publicó en Valencia del Blanquerna,
aparece también traducida la trova que nos ocupa, aunque en
diferente metro; y si bien en la traducción observamos el lenguaje
más culto del siglo XVI, en nuestro concepto no iguala al original.
A continuación de este insertamos aquella para que el lector juzgue
por sí mismo.


Blanquerna en castellano (descargar pdf)

Blanquerna, castellano, Raymundo Lulio, 1521, valenciano, lemosin, lemosina, lengua castellana, 1749


https://bivaldi.gva.es/es/consulta/registro.cmd?id=8246




A
LA VERGE SANCTA MARIA.







A
vos, dona verge sancta María,




mon voler, qui 's vòl enamorar



De
vos tant fort, quí sens vos no volria



En
nulla rè desirar ni amar.



Car
tot voler ha melloria



Sobre
tot altre que no sia



Volent
en vos, qui est mayre d' amar;



Qui
vos no vòl no 's pòt enamorar.







Pus
mon voler vòl vostre senyoria,



Lo
meu membrar e 'l saber vos vuyll dar;



Car
sens voler, dona, ¿eu qu ' els faria?



E,
vos dona, si us play façats membrar



E
entendre, mayre, a clereçia,



Per
ço que vagen en Suría



Als
infaels convertir e preycar,



E
' els christians fassen pacificar.







Mant
hom se vana que murria



Per
vostre fill si loch venia;



Mays
pauchs son çells qui 'l vagen preycar



Als
infaels, car mort los fá duptar.





(Versión
de 1521.)




A
vos, mare verge, excelsa María,
Lo meu voler done qu' es vòl
enamorar
De vos a qui 'm postre, sens quí no volria
Alguna
altra cosa desirar ni amar.
Qu' en vos quant s' endreça té,
cert, milloria
Sobre 'l que no era ni esser poria;
Puix sou
en nosaltres d' amor vera mare:
Y a vos qui nous ama no 'l vòl
l' Etern pare.



Puix
mon voler prompte voleu, reyna pia,
La mia memoria e 'l saber vos
vull dar:
Car sens voler, dea ¿yo qué d' ells faria?
Mas
qu' es recordassen d' entendre y amar,
Excelsa princessa, a vos
si plahía,
Tots vostres bons clergues d' amar en Suria
A
tots los heretges infaels predicar;
Y 'ls crestians fessen prest
pacificar.



Mas
l' hom perdra 'l viure per vos se gloría
Y 'l vostre fill sacre
si 'l cas se seguia;
Y pochs son qui vagen la fe predicar
Als
infaels heretges per mort reçelar.

lunes, 22 de junio de 2020

228. EL AMOR, NUEVA RELIGIÓN

228. EL AMOR, NUEVA RELIGIÓN (SIGLO XII. RICLA)

228. EL AMOR, NUEVA RELIGIÓN (SIGLO XII. RICLA)


Allá por los años 1186 o 1187, siendo señor del castillo de Ricla Martín Pérez de Villel o Berenguer de Entenza, no se sabe bien cuál de los dos, vivía en esta villa con su familia Calila, una joven musulmana educada según la ley del Corán. La muchacha no sólo era de noble corazón sino que, además, poseía una belleza sin igual. Su destino parecía estar ya escrito: pronto debería tomar esposo de entre los jóvenes moros de su comunidad.

Pero la casualidad quiso que, paseando un día por las calles de la villa, Calila se cruzara con Guzmán, un joven cristiano, que quedó cautivado por la belleza de la joven mora y la acompañó complacido hasta su casa. Entre ambos surgió rápidamente el amor. Pero, aunque los dos eran de buenos sentimientos y su amor era verdadero, pronto comprendieron que su diferente educación podría complicar su relación.

Guzmán era un gran trovador; con mucha sensibilidad componía e interpretaba canciones que causaban una fuerte impresión entre quienes lo escuchaban. También a Calila le causaban placer. Pero ello era contrario a su religión, de manera que pidió a Guzmán que abandonara su afición y se convirtiera al Islam. El joven no podía aceptar tal petición de su amada, pues la música era vital para él. Por eso, consciente de los problemas que seguramente surgirían en el futuro, Calila pidió a Guzmán un sacrificio: que renunciara a su amor.

El muchacho no pudo asumir la ruptura y se entregó a la bebida, de manera que, en cierta ocasión, acabó completamente embriagado, desmayándose ante la puerta de su amada. Calila, que se dio cuenta de lo ocurrido, lo recogió del suelo y lo cuidó hasta que estuvo recuperado, comprendiendo ambos que no podían renunciar a sus sentimientos comunes.
Para salir del atolladero en el que se encontraban, decidieron borrar al unísono de sus respectivas religiones aquellas cosas que les separaban y mantener exclusivamente las que les unían, que eran las verdaderamente importantes. De este modo, Calila y Guzmán se casaron y vivieron en paz.

[Yanguas Hernández, Salustiano, Cuentos..., págs. 172-176.]

lunes, 18 de noviembre de 2019

EL TROVADOR QUE MURIÓ DE AMOR


164. EL TROVADOR QUE MURIÓ DE AMOR (SIGLO ¿XV? BARBASTRO)

EL TROVADOR QUE MURIÓ DE AMOR (SIGLO ¿XV? BARBASTRO)


Cuenta la leyenda la triste historia de un joven y buen trovador que recorría las tierras del reino de Aragón tañendo el laúd y la viola e interpretando las canciones que el mismo componía. Al terminar cada actuación, era normal que todos los asistentes intentaran gratificar su trabajo con dinero, joyas e incluso animales, mas el trovador rechazaba siempre los bienes materiales que gustosos le ofrecían, pues prefería la amistad y el simple reconocimiento de su arte. Cuando entendía haber logrado ese reconocimiento, era el momento de ir en busca de nuevos horizontes.
Un buen día que iba de camino de un pueblo a otro por el Somontano, entre olivares y almendros, halló a un montero responsable de una jauría que cazaba venados. Estaba éste haciendo un alto en la cacería para dar respiro a los perros cansados y ambos entablaron amistosa y animada conversación al amor reconfortante de un trago de vino.
El trovador, agradecido por la conversación, preguntó al cazador a qué casa o familia servía. La respondió el montero que al señor conde de Entenza, llamado don Fernando, un buen amo. Aquella contestación gustó al trovador que manifestó estar dispuesto a cantar para señor tan querido, así es que le pidió al montero que avisara al conde de que le encontraría en Barbastro si quería que le amenizara alguna velada en familia.

Poco tiempo pasó cuando, siguiendo los acordes del laúd, el montero, que había cumplido el encargo, dio con el trovador que estaba componiendo una nueva balada a la orilla del Vero. Su amo le esperaba, le dijo.
Reunido se halla ya el grupo de la familia condal, sentados todos junto a pendones y banderas y rodeados de damas y garzones, para escuchar al trovador; entre todos destaca, sin duda, la bella condesita Maribel. Tras sus cantares, el trovador vagabundo deja su viola y extiende su mano a todos para recibir su reconocimiento. Doblas de plata le entrega la condesa, pero él las rechaza y, mirando a la condesita, de su belleza queda prendado. Entonces Maribel se levanta y, recogiendo su velo, ofrece al joven trovador un beso en la frente. Nunca obtuvo el trovador mejor premio. Y dicen las crónicas del vulgo que a las pocas horas el trovador moría de amor.

[El Juglar del Arrabal, «Leyenda del trovador», El Cruzado Aragonés, 50.]

jueves, 14 de noviembre de 2019

JAIME I CASTIGA A SU TROVADOR


158. JAIME I CASTIGA A SU TROVADOR (SIGLO XIII. PERPIGNAN)

En cierta ocasión, se encontraba el rey don Jaime I el Conquistador en Perpignan, rodeado, naturalmente, de todo su numeroso séquito: obispos, condes, barones, notarios, escribanos, camarlengos, pajes, etc. Entre los acompañantes, se encontraba también su trovador.

Salió a pasear el poeta y músico por los alrededores de la ciudad, pasando cerca de una alfarería, de cuyo interior salía la voz de un hombre que entonaba, no muy bien por cierto, una de las baladas preferidas e interpretadas por el trovador. Era el ceramista quien, sentado ante el torno, modelaba una vasija.

Entró el trovador en el alfar y, sin mediar palabra, rompió todas las piezas de barro que el alfarero tenía expuestas al sol. Luego, sin mirarle siquiera ni mediar palabra, se marchó. 

Cuando el dueño del alfar quiso reaccionar, se encontró con el trabajo de muchos días hecho añicos y, lo que es peor todavía, prácticamente arruinado.

Preguntando aquí y allá, supo el alfarero que el causante de su desgracia formaba parte del séquito real como trovador, y se dirigió a palacio para hablar con él, pero éste, en lugar de excusarse y resarcirle por el daño causado, todavía se encolerizó más, diciéndole que, con su mala voz y todavía peor entonación, había desvirtuado y destrozado su melodía, y que no había hecho sino devolverle la misma moneda.

Los gritos airados del sorprendido y vapuleado ceramista llegaron a oídos del rey que quiso saber el porqué de tales lamentos. Con todo respeto, contó aquél al monarca lo sucedido solicitándole justicia, y el rey, entendiendo lo justo de la petición, obligó a su trovador a indemnizarle.

Luego, una vez reparado el daño material a satisfacción del ceramista, Jaime I despachó de la corte al violento trovador pues, como manifestó a quienes le rodeaban en aquel momento, no podía consentir acoger en su séquito a servidores tan pagados de sí mismos y tan avaros de sus obras como para que no las pudieran disfrutar sus súbditos, máxime cuando el poeta cantor había sido pagado con fondos del erario público.

[Del Ter, Armando, «Recopilación de leyendas especialmente de la Alta Montaña (I y II)», Folletón delAltoaragón, 91 y 92 (1983), II, pág. 13.]

JAIME I CASTIGA A SU TROVADOR (SIGLO XIII. PERPIGNAN)