sábado, 6 de julio de 2019

LA PRIMERA ESPADA DE JAIME I


118. LA PRIMERA ESPADA DE JAIME I (SIGLO XIII. MONZÓN)

fuente del saso, Monzón, LA PRIMERA ESPADA DE JAIME I


El padre del rey Jaime I el Conquistador, Pedro II de Aragón, vivió los últimos días de su vida ensombrecidos por las insidias y la traición de sus propios hermanos, hasta que lograron matarlo junto con su mujer, la reina.
No contentos con ello, quisieron y planearon acabar, asimismo, con todos sus descendientes, pero uno de sus hijos, que todavía era muy pequeño, logró huir camuflado entre los carromatos de unos mercaderes, que lo dejaron en el castillo de Monzón, al cuidado de los templarios.

Estos monjes guerreros trataron de educar al joven infante, que estaba llamado a ser rey de Aragón como hijo del monarca fallecido, pero no sabiendo a ciencia cierta cuál podría ser su verdadera vocación, intentaron favorecer por igual su contacto tanto con el mundo de las letras y el religioso y como con el castrense. Fueron observando atentamente las inclinaciones naturales y los progresos del muchacho y pronto descubrieron la pasión del pequeño Jaime por las armas cuando jugaba con otros niños de su edad, de modo que acabaron procurándole una espada con la que ejercitarse.

El infante Jaime había ido aprendiendo los movimientos correctos de la mano y del cuerpo con la espada empuñada. Así es que un día, cuando pretendía acostumbrarse a la nueva arma que acababan de entregarle, yendo camino de la fuente delSaso, en las afueras de Monzón, se encontró con un peregrino.

No conocía de nada a aquel hombre, pero se detuvo con él para charlar, a la vez que seguía haciendo ejercicios con su espada nueva. El peregrino, que no dejaba de mirarle, le dijo al infante: «Jaime, lava tu espada en este agua y tus batallas serán ganadas en todos los lugares que desees conquistar». El niño paró en su juego y, haciendo caso a invitación tan sugestiva, sumergió el arma en las aguas cristalinas del manadero, acto que repitió en varias ocasiones antes de regresar al castillo para seguir recibiendo lecciones.
El agua de la fuente, al conjuro del desconocido peregrino, dio a Jaime energía para ser un buen guerrero y sabiduría para gobernar con justicia.

[Datos proporcionados por Mª Paz Aurusa y Olga Guallarte, Cº de «Santa Ana». Monzón.]

JAIME I SALVADO DE LA MUERTE POR UNAS SOPAS DE AJO


117. JAIME I SALVADO DE LA MUERTE POR UNAS SOPAS DE AJO
(SIGLO XIII. TERUEL)

JAIME I SALVADO DE LA MUERTE POR UNAS SOPAS DE AJO  (SIGLO XIII. TERUEL)


Jaime I, rey de Aragón, había decidido reconquistar Valencia, cuyo cerco era cada vez más apretado. Ahora, creyendo que había llegado el momento, organizó la hueste y puso rumbo a la ciudad del Turia. Al llegar a Teruel, donde pensaba acampar y esperar refuerzos, cayó enfermo de una misteriosa y grave dolencia que le dejó inmovilizado.

La noticia de la enfermedad del rey se extendió con rapidez, pero los más afamados médicos venidos de todos los confines no acertaban a diagnosticar y mucho menos curar el mal que le aquejaba. Se llegó a creer en la existencia de un posible encantamiento de los moros levantinos, sus adversarios, deliberando los entendidos en el modo de combatirlo sin resultado positivo.

La situación llegó al límite, pensando, incluso, en exponer al monarca en una tienda de campaña a la entrada de la ciudad en espera de que algún caminante conociera la terapéutica adecuada, pero el procedimiento pareció poco digno del rey y se desechó.
Por fin, se recurrió al saber popular, autorizando a la desesperada a cuantas personas creyeran conocer el remedio a ensayarlo: se probó con hierbas, músicas, conjuros, etc., pero todo fue en vano, hasta que un buen día, cinco jóvenes turolenses hicieron creer que la solución estaba en hacer comer al rey unas sopas de ajo.

El problema fue que, con tanta gente como había acudido a la ciudad, se habían agotado los ajos y la única manera de conseguirlos era yendo a buscarlos a la huerta valenciana, corriendo riesgos sin número. No obstante, los cinco jóvenes, seguros de la bondad de su método, se prestaron personalmente a ello iniciando un viaje peligroso del que sólo pudo regresar uno de ellos.

Se hicieron las sopas a la manera de Teruel con los ajos tan costosamente conseguidos, comiéndolas el rey durante varios días. Poco a poco fue mejorando su salud, hasta sanar por completo. La ciudad estalló en fiestas, en las que participó toda la población, pero Jaime I, inquieto por el retraso que su enfermedad había provocado, comenzó a organizar la hueste que habría de llevarle a Valencia.

[Caruana, Jaime de, Relatos..., págs. 43-50.]