domingo, 24 de noviembre de 2019

LA GUARDIA DEL CASTILLO DE LA FRESNEDA

185. LA GUARDIA DEL CASTILLO DE LA FRESNEDA (SIGLO XIV-XV. LA FRESNEDA)

LA GUARDIA DEL CASTILLO DE LA FRESNEDA (SIGLO XIV-XV. LA FRESNEDA)


El alcaide del castillo de La Fresneda se vanagloriaba de tener la fortaleza mejor custodiada existente, extremando las medidas de seguridad hasta límites inimaginables. Una de las muchas precauciones adoptadas consistía en que cada centinela nocturno debía llevar una antorcha encendida mientras vigilaba o hacía su ronda, con lo cual trataba de disuadir a cualquier enemigo, pues el castillo era un ir y venir constante de luces y resplandores.

Por otro lado, presumía el alcaide de contar entre sus hombres con el mejor y más certero arquero no sólo del reino sino de toda la Corona de Aragón, habilidad que había demostrado en cuantas ocasiones se le puso a prueba en pugna con otros afamados arqueros. Lo cierto es que desde cualquier parte del castillo podía dirigir y clavar sus flechas en el lugar preciso sin posibilidad alguna de error.

Era tarea obligada del arquero apagar cada noche con sus flechas las antorchas de todos y cada uno de los vigías, disparando su arco desde lo alto de la torre del homenaje.

No obstante, una noche, un vigía que tenía cita convenida con su amada abandonó su puesto y, por lo tanto, su antorcha estaba apagada, justamente la noche en la que la hija del castellán, que estaba enamorada secretamente del guardián ausente, fue a buscarle a su puesto para declararle su amor y, naturalmente, no lo encontró, decidiendo esperarle pensando que tendría razones para el abandono.

Dejó a su amante en las cercanías y regresó el desertor presuroso al lugar de su vela, con el tiempo justo para ocupar su puesto y encender nerviosa y precipitadamente su antorcha, momento en que descubrió junto a él a la hija del castellán que le estaba esperando. No tuvo tiempo de reaccionar y el presagio que relampagueó en su mente se cumplió.

En efecto, la flecha que había de apagar su antorcha recién encendida volaba ya rauda por el aire y fue a clavarse en el corazón de la muchacha. Hay quien dice que no fue fallo del arquero, el único que se le recuerda, sino que acertó a disparar a lo que más brillaba, el corazón encendido por el amor de la hija del alcaide.

[Yanguas Hernández, Salustiano, Cuentos y relatos aragoneses, págs. 108-110.]

EL JURAMENTO INCUMPLIDO


184. EL JURAMENTO INCUMPLIDO (SIGLO XIV. SOS DEL REY CATÓLICO)

El señor del castillo que en tiempos hubo en Sos, próximo a la fuente de la Bóveda, se quedó viudo y con una hija, niña todavía. El principal entretenimiento de ésta consistía en mezclarse con las ovejas del rebaño que acudía a la fuente cada día, y jugar con el hijo del pastor, un muchacho algo mayor que ella. Los chicos crecieron juntos a la par que el amor que fueron sintiendo mutuamente, aunque la diferencia de clase social era un obstáculo casi insalvable.

Soñó la muchacha una noche que el zagal vendía su rebaño, compraba armas y caballo y partía a luchar contra los moros, logrando ganar fama, honores y dinero, de modo que, distinguido por el rey como caballero, volvía a Sos para casarse con ella. Como ambos sabían las dificultades que tendrían para casarse, la joven contó al pastor el sueño y éste decidió convertir en realidad el sueño y marchó en busca de aventuras, no sin antes arrancar de la muchacha el juramento de que le esperaría hasta que regresara convertido en todo un caballero. Si era perjura, dijo ella, su alma debería vagar siempre en torno a la fuente.

EL JURAMENTO INCUMPLIDO (SIGLO XIV. SOS DEL REY CATÓLICO)


Partió el pastor y durante muchos años la muchacha, con la mente puesta en su pastor, rechazó a cuantos pretendientes solicitaron su mano. No obstante, acabó por ceder ante las pretensiones del joven señor de un castillo cercano, llegando, incluso, a acordar el día del enlace. Pero el día anterior a la boda, jornada de preparativos, llegó al castillo un grupo de guerreros; al frente, su jefe, que cubría su cabeza con un hermoso casco y solicitaba hospitalidad al castellano sosiense que gustoso se la concedió, además del permiso para seguir guardando su anonimato, fruto de un juramento, favor que también obtuvo. Nadie sabía, pues, quién era.

Al día siguiente, todo estaba preparado. La novia camina hacia el altar. La ceremonia llega al momento de la bendición. Es entonces cuando el misterioso guerrero se adelanta hacia el altar y, descubriéndose, le dice a la novia:
«Que el Señor castigue tu perjurio y te aplique el castigo que tú misma elegiste».
Eran las palabras del antiguo pastor, hoy capitán famoso. Compungida por lo sucedido, la joven desapareció y desde aquel día su imagen vaga en torno a la fuente, la «fuente del juramento», símbolo para quienes se juran fidelidad.

[Garcés, Máximo, «La fuente del Juramento», en La villa de Sos..., págs. 113-114.]





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