viernes, 6 de marzo de 2020

Los Códices son un honor de esta Iglesia. Examinándolos se aumenta la fé.

V. 



Los Códices son un honor de
esta Iglesia. Examinándolos se aumenta la fé.

Haciendo
mención otra vez del notable trabajo de los distinguidos archivistas
señores Denifle y Chatelain, su Inventario de los Códices de la
catedral de Tortosa
es de un gran mérito, y revela que los
autores no sólo son muy expertos en esta clase de estudios, sino que
además conocen bien los archivos y principales bibliotecas
de Europa; porque al clasificar algunos de dichos libros,
hacen referencia a los de otras bibliotecas, demostrando con
ello una erudición muy digna de elogio.

Siguiendo,
pues, el mismo orden de dicho Inventario, daremos a conocer los
Códices de esta catedral, tomando por base las clasificaciones de
aquellos archivistas respecto al siglo en que fue escrito cada
Códice. Creemos prestar con ello un servicio a la historia en
general, y particularmente a la de esta iglesia, vindicando además a
los siglos pasados de las falsas imputaciones de, obscurantistas, retrógrados, etc.

Otra observación nos ocurre al hojear
estos voluminosos Códices, escritos casi todos en pergamino,
con caractéres que son verdaderos objetos de arte, y muchos
de ellos adornados con preciosas viñetas y dibujos del
major gusto. Es, que al pensar que todo era para adquirir y propagar
la ciencia, que se exhibía engalanada con tanto lujo y esplendor;
preciso es reconocer la importancia que entonces se daba al estudio,
cuando de tal modo se prodigaban los atractivos a fin de hacerlo más
agradable y honroso.

Y si a esto se añade que la Iglesia,
institución divina y civilizadora, cumpliendo con su elevada misión
de difundir la luz en el mundo, empleaba cuantiosas sumas para
ilustrar al clero, al efecto de que este instruyese después a los
fieles; dígase, si reflexionando esto no es la más negra ingratitud
e injusticia, pretender negar a la Iglesia el título de primera
Maestra de la humanidad, y centro de toda cultura y civilización,
como lo es realmente.

También nos ocurre otra idea al
examinarlos Códices, principalmente los que tratan de asuntos
religiosos o de sagrada liturgia.

Cuando uno observa la
inconstancia de las cosas humanas, y esa tendencia a cambiarlo todo,
de tal manera, que cada época se distingue por sus aficiones y
estilos; y hoy no gusta lo que se admiraba ayer, porque el deseo de
la novedad parece que sea condición inherente al hombre; viendo,
pues, esto, y observando por otra parte que en medio de esta habitual
inconstancia, se levanta majestuosa la figura de la Iglesia, firme en
sus principios y constante en sus ritos y tradiciones, desde luego se
ha de deducir que una mano superior debe dirigirla.

Esta
reflexión se ofrece al ver en un Códice del siglo XI igual
Cánon de la Misa que el que se usa en la actualidad. Lo
propio sucede con los demás Códices que contienen libros de la
Sagrada Escritura, o de los Santos Padres, que habiendo
sido escritos por amanuenses de distintas épocas y naciones,
no aparece en ellos la más leve discrepancia en todo lo que
concierne a la doctrina católica.

Es muy cierto que al
examinar los Códices se aviva la fé. Más de una vez hemos
presenciado en el archivo de esta catedral, que han hecho
manifestaciones en este sentido personas indifentes en
materias religiosas, las cuales comenzando por hojear los Códices
por mera curiosidad, concluyeron admirando los dogmas y
enseñanzas de la religión católica, y la constante
solicitud de la Iglesia al conservar el sagrado
depósito de su doctrina, con la mayor pureza, por medio de
los Códices.

Luego no exajeramos al decir que
examinando estos libros la fé aumenta. Porque si al contemplar
nuestras grandes catedrales, obra de siglos, donde una larga serie de
generaciones empleó sus esfuerzos y recursos para llevarlas a
término, deducimos con fundamento, que tanta constancia y
sacrificios no se conciben sin que la fé guiase los trabajos, y
alentase a todos con la esperanza de eterna recompensa; iguales
reflexiones ocurren al ver un Códice, en el que se empleó un buen
número de años, y donde el escritor se ocupó días y noches en un
trabajo monótono, practicado con tal paciencia que excede toda
ponderación. Ni se concibe tampoco la abnegación de los que pagaban
gastos tan enormes, en épocas de gran penuria, si lo que se escribía
en dichos libros no contuviese verdades y máximas en las cuales se
funda la esperanza de la felicidad en la otra vida.

Todo
influye a mirar con respeto los Códices; ya sea por lo que se
refieren al arte, ya también considerándolos bajo su aspecto
histórico y religioso.






Los historiadores de Tortosa con respecto a los Códices

IV. 



Los
historiadores de Tortosa con respecto a los Códices. - Vicisitudes
que estos han pasado.

Hemos dicho que en los tiempos que nos
han precedido, hubo épocas en que no ofrecieron de mucho el interés
que ahora ofrecen los antiguos Códices. Y no sólo con respecto a
las personas de instrucción escasa, sino aún refiriéndonos a
escritores distinguidos, algunos muy hábiles por cierto en materias
de historia y de arqueología.

Comenzando por Despuig
que es el historiador más antiguo de Tortosa, obsérvase,
como a buen hijo de esta ciudad, el entusiasmo con que describe en
sus «Coloquios sobre Tortosa» escritos el año 1557,
todo cuanto enaltece a su patria, fijándose muy principalmente en la
catedral, cuya historia resume, explicando todo lo que
contiene de notable; pero nada absolutamente dice de los
Códices. Lo mismo sucede con Martorel, hijo también
de esta ciudad; y eso que en su historia de Tortosa publicada
el año 1626, trata muy extensamente de toda la parte
religiosa, ocupándose mucho en la catedral.

D. Antonio
Cortés
Canónigo de la misma, en los fragmentos de la
Historia de Tortosa
, que envió manuscritos a la Real Academia de la Historia el año 1747, manifestó ser un
arqueólogo distinguido, por el modo tan erudito con que
descifra y explica las inscripciones de las lápidas y monedas
referentes a la historia de esta ciudad; y nada dice
tampoco
de los Códices de la catedral, aún cuando como
Capitular tenía fácil ocasión de examinarlos.

Pero
todavía es más digno de notarse, que dén tan pocas noticias
los insignes escritores P. Florez y P. Risco en su
«España Sagrada»; y aunque el P. Villanueva en el tomo V de
su «Viaje literario a las iglesias de España» hace mención de
algunos Códices de esta iglesia, son en número muy escaso
los que cita, a pesar de que dice haber registrado el archivo,
para buscar datos referentes a la cuestión de si San Rufo fue
el primer Obispo de Tortosa.

Además tanto el P.
Villanueva como el P. Florez y el P. Risco, estuvieron mucho tiempo
en esta ciudad, dedicados exclusivamente a examinar el archivo
capitular
, donde hallaron documentos muy interesantes para
la historia, que copiaron en sus obras, y forman hoy día un
verdadero repertorio histórico.

Es de creer, pues, que en
tantas investigaciones como practicaron en el archivo y demás
dependencias de la catedral, les vendrían muchas veces los Códices
a las manos; y también es probable que algunos fueron objeto de su
estudio, para indagar noticias relativas al fin que se proponían en
su excursión literaria. Ello no obstante, es muy poco lo que se
ocupan en este asunto. 





Esta actitud de los historiadores, y
el estar los Códices confundidos algunos siglos en la gran multitud
de libros manuscritos y otros documentos del archivo, ha podido
contribuir a que sin culpa de nadie, se hayan perdido muchos de
ellos, especialmente teniendo en cuenta que después del
inventario
practicado a mediados del siglo XV, no se sabe que se hiciese
otro. Por otra parte, en los diversos cambios que han sufrido todas
las dependencias de la catedral en el trascurso de los siglos, los
Códices debieron trasladarse varias veces de un sitio a otro,
y esto ofrece siempre peligros de extravío.

Consta
también en las actas del archivo capitular, que en la
dominación de las tropas francesas que hemos mencionado;, y
que duró desde el año 1811 al 1814, la autoridad militar con
cualquier pretexto disponía que fuesen ocupadas las oficinas de la
catedral. Así es que el lugar donde estaba la Secretaría
capitular
, se destinó algún tiempo por los franceses
para hacer allí cartuchos de guerra.
Con esto puede
calcularse lo fácil que era entonces apoderarse de cualquier libro o
Códice, no precisamente como un objeto de robo, sino tan sólo por
el deseo de destruir, según sucede en casos semejantes, sobre todo
cuando nadie se atreve a impedirlo.

Tales accidentes y otros
que habrán ocurrido, explican la causa de haber tantos Códices
mutilados, en los cuales faltan alguna o algunas hojas.
También ha podido influir la acción del tiempo, y la especial forma
de las encuadernaciones de estos libros, pues casi todas eran
de madera; de ahí que al trasladarse de un sitio a otro,
especialmente si era de gran peso el Códice, se desencajasen del
mismo algunas hojas.

Hace pocos años fueron encuadernados
de nuevo estos Códices, con lo cual se ha asegurado para
largo tiempo su conservación.




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