lunes, 22 de junio de 2020

238. LA MORA SOLITARIA Y EL PASTOR DE LUESIA


238. LA MORA SOLITARIA Y EL PASTOR DE LUESIA
(SIGLOS XIV-XV. LUESIA)

Hacía siglos que Luesia se había visto libre de la dominación de los musulmanes, pero, como en tantos otros lugares, algunos moros decidieron permanecer en las casas en las que habían nacido y vivido más de quince generaciones. No obstante, la población agarena de Luesia fue disminuyendo paulatinamente hasta quedar reducida a la mínima expresión.

Llegó un momento en el que quedó solamente una mujer mora, de esbelta figura, dicen, que se aisló por completo del resto de la población cristiana en la Cantera de Vallestán, también conocida como «Punta la Mora», nombre que precisamente constituye un testimonio de su recuerdo.

Apenas nadie veía a nuestra mora pues nunca se acercaba al pueblo. Para sobrevivir, debía pescar en el río y poner trampas a las aves y a los conejos, alimentos que cocinaba —muchas veces se veía ascender hacia el cielo una tenue columnilla de humo— en un hogar hecho de piedras. Durante la primavera y el verano, haría, sin duda, acopio de frutos del monte, que por estas tierras es bastante dadivoso. Cada día, eso sí que era sabido por todos, se la podía ver descender hasta la orilla del río Arba para lavarse y tomar agua.

Todo su contacto humano se cifraba en la presencia a distancia de un pastor de Luesia que cada día, cuando caía la noche, le dejaba cuidadosamente un cuenco de madera lleno con leche fresca de sus ovejas a la vera del Arba. Y cada noche la mora solitaria bebía complacida la leche de las ovejas del pastor cristiano.

Al día siguiente, cuando el pastor volvía de nuevo, siempre encontraba el cuenco limpio y boca abajo, con una moneda encima.
Se repitió durante tanto tiempo aquella silenciosa y distante relación que los habitantes de Luesia siempre han creído que en la cueva, tras desaparecer un día la mora sin saber cómo, debió quedar oculto un importante tesoro en monedas, e incluso que existe un becerro de oro que le debieron dejar a la muchacha sus correligionarios cuando marcharon al exilio, pero nadie lo ha encontrado todavía.

[Recogida oralmente.]

237. LAS TRES DONCELLAS ENCANTADAS


237. LAS TRES DONCELLAS ENCANTADAS (SIGLOS XIV-XV. SABIÑÁN)

237. LAS TRES DONCELLAS ENCANTADAS (SIGLOS XIV-XV. SABIÑÁN)


En tantos y tantos pueblos de nuestro Aragón, el tiempo ha ido poco a poco construyendo con teselas de leyendas fantásticas y hermosas nuestras muchas ruinas o dotando de misteriosas explicaciones a las caprichosas formas modeladas por la erosión y por el abandono. Este es el caso del torreón del viejo castillo de Sabiñán, otrora pujante y hoy ruina.

Hay quienes afirman todavía, y quizás haya que creerles, que, en algunas noches claras y sin nubes en el cielo, cuando la luna está llena en lo alto, se puede divisar todavía hoy a tres palomas blancas revoloteando en torno al viejo torreón, que ayer fue cárcel, en un incansable ir y venir de aleteos interminables. Quienes tienen la suerte de poderlas observar porque tienen la fe requerida saben muy bien que no son tales palomas, sino las almas errantes de tres hermosas y jóvenes moricas, que estuvieron presas en el torreón del castillo por atreverse a amar a tres jóvenes e intrépidos caballeros cristianos, que pagaron también su osadía con el castigo del destierro.

Para las tres enamoradas y jóvenes amigas moras —algunos dicen que eran princesas—, las jornadas de prisión se hacían penosas e interminables. Sus jóvenes enamorados desconocían la suerte corrida por las doncellas, creyendo incluso que estaban muertas. Pero ocurrió que un día, compadecida por tanto dolor junto producido por la intransigencia, un hada de las buenas se apiadó de las tres muchachas y, no pudiendo liberarlas, como sin duda hubiera deseado, las convirtió en tres ágiles palomas de alas blancas para remontar el vuelo y surcar los aires libremente.

Sin atadura alguna que las retuviera, volaron tan lejos como pudieron en busca de sus galanes las tres palomas de alas blancas y, al no encontrarlos, vuelven de cuando en cuando, en noches de luna llena, esperando el regreso de quienes, siendo caballeros cristianos, cometieron la felonía de enamorarse de tres doncellas moras y ellas les correspondieron.

[Proporcionada por la Agrupación Escolar Mixta «Benedicto XIII». Sabiñán. Domínguez Lasierra, Juan, «Las doncellas de Sabiñán», en Aragón Legendario, II, págs. 98-100.]