lunes, 22 de junio de 2020

236. LA LAVANDERA MORICA DE SENA


236. LA LAVANDERA MORICA DE SENA (SIGLOS XIV-XV. SENA)

236. LA LAVANDERA MORICA DE SENA (SIGLOS XIV-XV. SENA)


Como en la mayor parte de los ríos que discurren por la parte llana de Aragón, a lo largo de la vega feraz del Alcanadre fue corriente la persistencia de población mora, incluso bastantes siglos después de haber sido vencidos los musulmanes.

A la orilla derecha del Alcanadre —nombre que en árabe significa «el puente»—, sirviendo de divisoria a los actuales términos municipales de Sena y Villanueva de Sigena, existe una modestísima elevación del terreno denominada «Tozal de la Mora», en la que, además de evidentes restos prehistóricos, pueden verse todavía bastantes de origen musulmán, lo cual no es de extrañar en absoluto. En este caso concreto, el nombre del tozal tiene una sencilla y poética explicación que se entremezcla con hermosos tintes de leyenda.

En efecto, cuando las huestes cristianas aragonesas se adueñaron de la población de Sena, cuando estaba muy avanzado ya el siglo XII, la población mora emigró casi en su totalidad, circunstancia esta que no sucedió en otras poblaciones de la comarca. No obstante, muchos años después de este éxodo masivo, los habitantes de Sena observaban, en numerosas ocasiones, que durante el día solía aparecer ropa tendida, de inmaculada blancura, puesta a secar sobre los tomillos y los romeros de la parte solana del tozal. En los alrededores, no se divisaba vivienda alguna, lo cual rodeaba de cierto aire de misterio a un hecho de por sí tan natural.

Algunos campesinos y pastores del pueblo de Sena aseguraban que, al regresar de sus faenas diarias y pasar por el lugar durante la noche o entre dos luces, creían ver o mejor intuían la imagen borrosa de una mora joven lavando en el río o caminando con pasos pequeños pero rápidos con la ropa seca recogida en un cesto, pero la morica desaparecía pronto de sus miradas como si fuera tragada por la tierra.

Durante muchos años, los habitantes cristianos de Sena siguieron viendo ropa limpia tendida sin poder identificar jamás a la lavandera mora, que debía ocultarse de las miradas curiosas de los campesinos y viandantes en algún subterráneo o cueva nunca descubiertos.

[Proporcionada por Benito Cavero.]

35. LA CONVERSIÓN DEL ALFAQUÍ ZARAGOZANO


235. LA CONVERSIÓN DEL ALFAQUÍ ZARAGOZANO (SIGLO XIV. ZARAGOZA)

235. LA CONVERSIÓN DEL ALFAQUÍ ZARAGOZANO (SIGLO XIV. ZARAGOZA)


En tiempos del arzobispo don Alonso de Arhuello, ocurrió en Zaragoza un hecho singular en el que anduvieron mezclados cristianos y mudéjares pues aunque éstos habitaban en un barrio aparte, el de la Morería, las relaciones entre miembros de ambas comunidades era algo habitual.

El caso es que una mujer cristiana y casada que vivía en Zaragoza, ante el mal trato que habitualmente recibía por parte de su marido, y no encontrando solución a sus males, decidió consultar a un alfaquí mudéjar la forma en que podría conseguir que aquél cambiara su actitud hostil hacia ella. El moro, que le había recibido en su propia casa, le contestó que sería suficiente con que le presentara al marido una hostia consagrada.

La mujer, aunque algo confusa por tan extraña recomendación, fue a confesarse a la iglesia de San Salvador y pasó a comulgar a continuación. Rápidamente salió del templo catedralicio y sacó la Sagrada Forma de su boca, colocándola con sumo cuidado en un pequeño estuche que llevaba preparado mientras se encaminaba hacia su casa. Una vez allí, al descubrir el estuche para que su marido viera la Hostia consagrada, tal como le había indicado el alfaquí moro, aquélla se había convertido, no se sabe cómo, en un hermoso niño, de minúsculas proporciones.

Asombrada y temerosa por lo sucedido, la mujer regresó a la Morería y consultó de nuevo al alfaquí qué hacer ante tal portento, ordenándole éste que regresara a su casa y quemara el cofrecillo y su contenido. Ardió el cofre de madera vorazmente, pero el Niño no sólo resultó intacto, sino que comenzó a despedir una intensa y cegadora luz.

Regresó de nuevo la mujer a casa del alfaquí que, ante el prodigio que observaba, quedó atónito. Rendidos ambos, fueron a la catedral, confesándose ella arrepentida y pidiendo el alfaquí el bautismo al vicario general, entre lágrimas de contrición.

[Faci, Roque A., Aragón..., I, págs. 12-14.
Dormer, D.J., Disertación del martirio de santo Dominguito de Val. Roma, 1639.]