CAPÍTULO
XL.
De los últimos reyes godos, y de la pérdida de España.
Los dos hermanos Acosta y Rodrigo (que) reinaron después de
Vitiza, no se sabe si juntos o uno después de otro, lo cierto es que
Costa murió luego en
el primer año, y Rodrigo, que era el menor, se quedó con el reino.
Era Rodrigo hombre sabio y valiente, pero en los vicios y costumbres
muy semejante a su antecesor Vitiza. Fue cruel, injusto y deshonesto,
y con sus depravadas costumbres acabó de corromper y estragar todo
lo que había quedado sano, solicitando con toda prisa el castigo de
las culpas de los míseros españoles y el azote de Dios.
Acontecieron prodigios que anunciaron la pérdida de España que tan
cerca estaba, y los mayores eran los pecados públicos y poco cuidado
del remedio de ellos. La torre encantada de Toledo fue
vaticinio cierto de estos males, pues dio las efigies de los
ejecutores de la ira de Dios: es muy sabido esto, y como cosa
apartada de los pueblos ilergetes, la dejo.
San Isidoro, obispo de Sevilla, en sus Varones ilustres, el venerable Beda y san
Metodio, de quien hace memoria san Gerónimo, lo habían muchos años
antes profetizado, y Merlín, mágico inglés, también
lo dijo. El demonio, ufano de estas desdichas, se publicó autor de
ellas, y por boca de una endemoniada, en el mes de octubre de
713, que fue pocos días después de perdida la primera batalla,
respondiendo al exorcista que la conjuraba, dijo que acababa
de llegar de España, donde había causado grandes muertes y
derramamiento de sangre.
No creía el rey don Rodrigo que estas
profecías tuvieran cumplimiento en sus días, ni gustaba que los
súbditos lo creyesen, para continuar con más libertad el pecado;
antes en vez de aplacar la ira de Dios con ruegos, penitencia y
enmienda de costumbres, añadía cada día males a males, amontonando
ofensas a Dios, y lo mismo hacían los hijos imitando a su rey. No
había mujer segura a sus deseos, ni reparaba en el estado o calidad
de la que le caía al ojo; enamoróse de la Cava, hija
del conde don Julián, caballero español descendiente o hijo
de romanos; Criábase esta señora en el palacio real con la reina,
porque era costumbre de los godos criar las hijas de los grandes en
el palacio real con la reina. Con halagos no acabó nada el rey con
ella: usó de la fuerza, que fue despeñarse a si y a sus reinos.
Estaba el conde ausente y supo el estupro de la hija; la
venganza que propuso en su corazón le sirvió de alivio y
consolación en la afrenta: volvió a España, y con buena maña dio
traza que el rey desmantelara los pueblos y las armas se convirtieran
en instrumentos rústicos, acomodados al labor de las tierras;
porque, en tanta paz, decía que mejor era gozar de los frutos de la
tierra, que usar de las armas que podrían volverse contra el rey y
quitarle el reino; que por haber sido poco prevenidos en esto los
reyes pasados, las armas se eran vueltas contra ellos mismos, porque
faltaban enemigos con quien pelear, como antiguamente. Estas y otras
aparentes razones parecían al rey consejos buenos, que, como el
pecado le tenía ciego ya no conocía lo bueno ni lo malo. Creyó al
conde don Julián, y ejecutando lo que él le decía, preparó al
enemigo la entrada. Trató Julián sus venganzas con Opas,
intruso arzobispo de Toledo, y otros tales, y en sus ánimos halló
el aparejo para lo que él maquinaba, porque todos aborrecían al rey
y no eran poderosos para derribarle del trono real, y por eso se
valieron de la gente de África: fingió que allá tenía enferma la
mujer, y para consolación de la madre, pidió al rey la hija, que no
se la negó, porque había ya el rey cogido lo mejor de ella, y todos
se pasaron a África. Gobernaba aquella provincia Muza, como
teniente del Miramamolin Ulit, (Olite?) señor de ella. Era Muza
hombre feroz, prudente y de gran ejecución; con este trató Julián
el agravio recibido del rey, la disposición del reino imposibilitado
a toda resistencia y defensa, y dióle noticia de los amigos que le
quedaban que, para rebelarse contra el rey, solo aguardaban que él
entrara en España. Estas cosas, y más
los pecados de todos,
llamaron los moros: pasaron acá en diversas veces gran número de
ellos, alojáronse en la Andalucía, y no hallaron resistencia;
apoderáronse de todo; hizo el desdichado Rodrigo lo que pudo para
resistirles, pero no lo alcanzó, porque el ocio e impericia de las
armas hacía inútiles a los españoles, que habían perdido aquel
antiguo valor con que triunfaron de los romanos. Quiso el rey
salir en campaña; salieron con él cien mil combatientes, topó con
el enemigo, pelearon ocho días sin conocerse la victoria más
por los unos que por los otros, hasta que el postrer de ellos, que
fue a 11 de noviembre de este año 713, se puso el último esfuerzo
en la pelea, y estando los moros para huir, que estaban de
vencida, el traidor Opas, (Oppas) capitán del ejército del rey, que hasta
este punto le había traído engañado, como traidor, se pasó a los
moros, según entre ellos estaba concertado, y todos juntos dieron
sobre el ejército que había quedado al rey, y de vencedor quedó
vencido, y de señor esclavo, y al último se salió de la batalla, y
hasta hoy no se sabe de cierto qué fue de él, porque ni vivo ni
muerto jamás pareció.
Fue este el más triste y
lamentable suceso que España haya tenido jamás y la pérdida mayor
que en el mundo se haya visto, que aunque es verdad haberse perdido
otros reinos y provincias, ha sido con largas angustias y
guerras, acometimientos, prevenciones y avisos, así que de lejos se
echaba de ver su declinación y fin; pero en España, en un punto,
sin poderse prevenir ni aún pensar, cuando más descuidada estaba y
olvidada, le vino su ruina y calamidad. Pereció aquel día el nombre
ínclito de los godos, el esfuerzo militar de España, la fama
gloriosa del tiempo pasado; y el imperio y monarquía que duró cerca
de trescientos años con guerras y valor, se vio en un solo día
perdido y acabado. El caballo del rey don Rodrigo, corona, sobrevesta
y calzado fueron hallados a la orilla del río Guadalete, y
muchos años después, en Viseo, (Viseu) ciudad de Portugal, su
sepulcro. Los soldados españoles que se hallaron vivos huyeron sin
hallar quién los acaudillase, y cada uno se salvó donde mejor pudo.
CAPÍTULO XXXIX.
Prosigue la historia de los reyes godos, desde
Teudiselo hasta Recesvinto, y los obispos de Urgel que
hubo en este tiempo.
Prosiguiendo la historia de los reyes
godos, se nos pone delante Teudiselo, que fue capitán
de Teudio, su antecesor, y por su muerte fue elegido rey,
aunque no reinó más de un año, porque, no pudiendo los godos
sufrir sus deshonestidades, le mataron en Sevilla en el año de 548.
Agila fue rey de los godos, y era arriano y
persiguió a los católicos con gran coraje. Este se valió de
los romanos contra Atanagildo, que aspiraba a quitarle
el reino, como a la postre se lo quitó, después de haber reinado
cinco años, y huyó a Mérida, y aquí fue muerto de los suyos, por
su poco valor y ánimo. Este rey volvió los romanos a España, y
después tuvieron sus sucesores harto en que entender, para sacarlos
de ella. Fue su muerte el año 553.
Atanagildo fue sucesor
del antecedente, y en vida de él se quiso algunas veces levantar con
el reino, y no pudo salir bien con ello, hasta que le dejó vencido y
muerto. Este rey dejó la secta arriana y murió
católico, aunque no lo osó publicar por temor de los godos,
que eran arrianos. Sobre el tiempo en que murió discrepan los
autores, pero Marco Máximo, a quien sigo en todo lo que puedo, dice
que murió el año de 568.
Muerto este, vacó
el reinado algunos años; otros, y es lo más verosímil, solo dicen
haber sido esta vacante de meses; sea como quiera, Liuva fue
rey, y el segundo año de su reinado tomó por compañero a
Leovigildo, (Ludwig, Luis, Louis, Luis, Luís, Lluís, etc)
hermano suyo, a quien dio lo de España, y él se quedó con lo de
Francia, que lo gozó solo un año y murió el de 570. En tiempo de
este rey o poco antes que fue el año de 568, nació el maldito
Mahoma, que tanto daño y fatiga ha causado en el mundo, como
es notorio, y experimentó antes de muchos años nuestra España.
Por muerte de Liuva quedó solo en el reino Leovigildo, su
hermano. Casó este con Teodosia, hija de Severiano,
que descendía de sangre real; y don Lucas de Tuy dice
que fue hijo de Teodosio, rey de Italia, y era capitán y
gobernador de la provincia de Cartagena. Su mujer fue Teodora,
de quien hubo muchos hijos, que fueron san Leandro y san
Isidoro, ambos arzobispos de Sevilla; y el otro san
Fulgencio, que lo fue de Écija, y después de Cartagena:
las hijas fueron Teodosia, que, como dije, casó con nuestro
rey Leovigildo, y la otra se llamó Florencia, que fue
virgen y abadesa de un monasterio.
Fue Leovigildo arriano,
y como tal persiguió cruelmente a los católicos: tuvo dos hijos,
Hermenegildo y Recaredo; y al mayor, después de
haberlo perseguido, lo mandó matar, solo porque era católico,
y hoy está en el número de los santos mártires, como
diremos después en otro lugar. Tomó el rey para su fisco las rentas
de las Iglesias, quitándoles los privilegios y prerogativas,
y lo que peor era, hizo a muchos apostatar con halagos y
dádivas, y a otros con fuerza y con tormentos.
En tiempo de este
rey, y en el vizcondado de Áger, que el abad Juan de
Valclara que después fue obispo de Gerona, llama Montes
Agerenses, vivía un caballero llamado Aspidio, el
cual era señor de aquella tierra: este se levantó con ella y tomó
armas contra del rey, que envió contra de él
sus ejércitos, y le venció y prendió a su mujer e hijos y se los
llevó cautivos, sin decir a dónde; y la tierra quedó confiscada,
con todas las riquezas y tesoros que tenía; y después el rey tomó
algún concierto con él y le volvió la tierra que le había
quitado, con alguna mayor sujecion, asegurándose que le sería
bueno y fiel vasallo. El abad Viclarense, que cuenta esto, le
llama senior, y Morales y Mariana se detienen mucho en
declarar esta palabra senior; pero como en los Usajes de este
principado de Cataluña es tan usada, nadie hay en él que
ignore su significación.
Las demás cosas de este rey dejo, como
ajenas de mi instituto, por haber muchos que las tratan: solo diré
que murió católico, que no fue poca dicha para él, y que
mostró grande arrepentimiento de haber sido arriano y
perseguido a los católicos; y en señal de esto, mandó alzar
el destierro a san Leandro, y que Recaredo, su hijo, estuviese a
consejo de él y de san Fulgencio, sus tíos: y esta fue la mayor
riqueza que le pudo dejar, porque con tales consejeros, salió muy
católico, justo y buen príncipe, como diremos después. Murió
Leovigildo, miércoles a 2 de abril, día de santa Teodosia,
al amanecer, año de 587, y quedó sepultado en Toledo, en
santa María la Vieja.
Había sido grande la persecución
de los católicos en tiempo de los reyes pasados, que casi todos
habían sido arrianos. Entró la herejía en ellos de
esta manera: cuando vinieron a las tierras del imperio, pidieron al
emperador Valente, hereje arriano, obispos
y maestros que les enseñasen la doctrina cristiana y
bautizasen; y el mal emperador, en vez de darles varones
católicos, les dio maestros y prelados arrianos, y
estos les inficionaron de manera, que casi toda aquella nación
quedó manchada de esta herejía. No quedó el mal emperador
sin pago de su maldad, porque, en una batalla que tuvo con los godos,
fue vencido, y se retiró a una casa pajiza, donde se
escondió, por no venir a poder de sus enemigos; pero ellos, que lo
supieron, metieron fuego a la casa y lo quemaron vivo, el año de
382, llevando de esta manera el debido pago de haber engañado a
aquella nación con la herejía arriana, que duró en ellos
hasta este tiempo del rey Recaredo, hijo de Leovigildo, que,
con los buenos consejeros y ayos que su padre le dejó, salió tan
buen rey y tan católico, que pudo ser ejemplo y dechado de reyes.
De él y de sus hechos tratan todos los historiadores, así
eclesiásticos como seculares, y nunca acaban de engrandecer su
religión, piedad y virtud. A instancia suya se juntó el concilio
Toledano tercero, en que, entre otras cosas santas y buenas que se
hicieron, fue condenar por mala y abjurar la herejía de Arrio, y confesar la fé católica. Celebráronse, sin
este, en España otros concilios, y las cosas de los católicos
hallaban gran favor en el rey, que después de haber reinado más de
quince años, murió con universal dolor y sentimiento de todos los
católicos, el año 601 de Cristo señor nuestro.
Liuva
fue hijo de Recaredo y tomó el reino luego de muerto su padre, y le
duró no más de un año, porque se levantó un caballero de gran
linaje, llamado Viterico, y de pequeña conciencia: este le
prendió y cortó una mano, y después le mató, habiéndóse ya
alzado con el reino. Esto pasó el año de 604. Dicen que este rey se
llamaba Liuva, y que era bastardo.
Viterico,
después de muerto Liuva, quedó con el reino, y reinó con poca
honra, y jamás quedó con victoria cumplida en las batallas que tuvo
con los romanos, que aún perseveraban en querer ser señores de
España. Reinó algunos siete años, y por los muchos desafueros
y agravios que hizo a los suyos, le mataron el año de 609, y
Tarragona batió moneda en honra suya.
Gundemaro
vino después de Viterico: fue buen rey y muy católico, alcanzó
algunas victorias de los romanos, y concedió que los malhechores que
se acogiesen a las iglesias, quedasen seguros. Reinó solo dos años
no cumplidos. Murió el de 612, según Morales, o 617, según otros.
Sisebuto fue sucesor de Gundemaro. Fue muy valeroso y
alcanzó de los romanos algunas victorias, y edificó algunos
templos, como el de santa Leocadia de Toledo, y otros. Sobre
los años que duró su reinado y el que murió hay mucha discrepancia
en los autores. Siguiendo a Illescas en su Pontifical, murió
el año de 619, y después de haber ocho y medio años que reinaba.
Morales dice haber muerto el año de 621.
Recaredo
segundo, siendo niño, quedó, por muerte del padre, rey; pero
no llegó su reinado a un año, porque murió al séptimo mes después
del padre, y así algunos autores no lo ponen en el número de los
reyes godos.
Suintila, el que vino después de Recaredo en
el reino de los godos, fue hijo del otro rey Recaredo primero,
y por la tiranía de Viterico y sucesión de Gundemaro, no pudo
alcanzar el reino que le pertenecía, pero, por ser gran caballero y
muy virtuoso, le tomó por yerno el rey Sisebuto y le hizo capitán
general, y después, por muerte de Recaredo segundo, fue
alzado por rey, y fue el primero que se vio señor y monarca de toda
España, porque acabó de sacar del todo a los romanos. Dejó tres
hijos: Rechimero, que le premurió, Sisenando y
Chintila, que el uno tras del otro le fueron sucesores, aunque
algunos no quieren que le fuesen hijos. Duróle el reino poco más de
diez añosm porque murió el de 631.
Las costumbres del rey
Suintila fueron tales, que obligaron a sus vasallos a desampararle y
tomar por rey a Sisenando; y aunque al principio de su reinado
tuvo algunas faltas, pero enmendado de ellas, fue buen rey y
católico; y en su tiempo se congregó el cuarto concilio Toledano y
después de haber reinado cinco años, murió el de Cristo 636.
Chintila fue muy buen rey y muy católico, y en su tiempo se
celebraron el quinto y sexto concilios Toledanos. Floreció en su
tiempo la virtud, porque había muchos obispos santos; reinó cuatro
años poco más o menos, y murió el de 640.
Después de Chintila
eligieron los godos por rey a Tulga, caballero muy principal y
virtuoso: fue muy católico, y el reino le duró solo dos años, y
murió antes de entrar al tercero, en el de 642, o de 640, según
opinión de otros.
Chindasvinto, valiéndose de los medios
que le fueron más a propósito, no reparando en si eran lícitos o
no, fue elegido rey de los godos, y con violencia tomó posesión del
reino; pero sentado en el solio real, fue muy católico y
virtuoso, y muy celoso de la honra de Dios. Celebróse en su tiempo
el concilio Toledano séptimo, y por su diligencia se halló el
libro de los Morales de san Gregorio sobre Job. Tomó por compañero
y sucesor en el reino a Recesvinto,
su hijo; fue su reinado muy pacífico, sin rastro de guerras ni
herejías, y duró diez años, y murió el de 652, o 650, según
otros.
Recesvinto, hijo del precedente, quedó en el reino.
Fueron tantas sus virtudes y cristiandad, que no acaban nunca
los historiadores de decir bien de él; y como mi intento solo es dar
noticia de los señores de los pueblos ilergetes y condado de Urgel,
lo dejo, remitiéndome a los autores que cita Gerónimo Pujades,
que hablan de este buen rey. Dejó un hijo llamado Teodofredo,
a quien el mal rey Vitiza mandó quitar los ojos; y
fuera más útil a España que le mandara quitar la vida, porque no
engendrara a sus dos hijos Acosta y Rodrigo (Roderico),
que fueron los que por sus vicios, negligencias y pecados perdieron
nuestra España. Reinó diez y ocho años, y murió el de 672.
Celebráronse en su tiempo muchos concilios.
Continuando la
sucesión de los obispos de Urgel, después de san Justo que, como
queda dicho, murió el año de 546, le hallo sucesor a Simplicio,
de quien hallo memoria y firma en tres concilios en que asistió;
estos fueron el Toledano tercero que, según parece, se celebró el
año 589, en el cuarto año del rey Recaredo, era de 627.
Asistieron a este concilio sesenta y tres obispos y cinco
procuradores de otros tantos ausentes, y en él se ordenaron muchas
cosas santas y buenas; y abjuraron la herejía de Arrio, como
refieren largamente el doctor Padilla, Morales y otros que hacen
larga memoria de lo que pasó en este sagrado concilio. Asistió al
de Zaragoza, celebrado en el sexto año del reinado de Recaredo,
siendo pontífice el papa Gregorio, año 630 de la era de
César, que corresponde al de 592 del Señor. Los cánones que de
este concilio se hallan son tres: en el primero dispone cómo han de
vivir los clérigos que, dejada la herejía de Arrio, se convierten a
la fé católica; en el segundo que se denuncien las reliquias de los
arrianos muertos, que entre ellos eran venerados por santos, para que
sean quemadas; en el tercero que las iglesias de los arrianos sean de
nuevo consagradas por los obispos católicos. Asistió también a
otro concilio que se celebró en Barcelona en el año catorce del rey
Recaredo, era 637, que es el año de Cristo 599. En él se ordenaron
cuatro cánones: el primero que por la celebración de las órdenes
no pidan ni reciban nada los obispos; el segundo, que ni por la
crisma se da para bautizar se reciba nada; el tercero da forma
en nombrar y elegir los obispos; el cuarto pone penas a los que
dejaren el hábito de la religión, y contra las mujeres que quedaren
en poder de los que las violentaron. Este es el segundo de los
concilios celebrados en aquella ciudad. En la iglesia de Urgel está
notado que fue diez y seis años obispo.
Sucesor de Simplicio fue
Pompedio. La memoria que hallo de este prelado fue que asistió
y firmó en el concilio Egarense, celebrado en Cataluña
en la ciudad de Egara, que está junto a la villa de Terrasa,
en que firmaron doce obispos, y entre ellos Pompedio; y aunque en la
firma no diga de dónde era obispo, pero Marco Máximo, obispo de
Zaragoza, en sus fragmentos históricos, que continúan la historia
de Flavio Dextro, en el año 614, hablando de este concilio dice ser
Pompedio obispo de Urgel.
Ranario o Ranurio
es el obispo que hallo después del precedente. Este asistió y firmó
en el concilio Toledano cuarto, celebrado el año de 633, que fue el
tercero del rey Sisenando y undécimo del papa Honorio: este fue el
más señalado de cuantos concilios se han celebrado en España, en
que concurrieron setenta y dos obispos y siete procuradores de otros
tantos ausentes. Lo que pasó en él escriben el doctor Padilla y
otros que hacen larga relación de este concilio.
Maurelio
asistió al concilio octavo Toledano que se juntó en tiempo del rey
Recesvinto, en el año 653 de Cristo nuestro señor.
Halláronse en él cincuenta y dos obispos, doce abades y otras
dignidades, diez vicarios de obispos ausentes y diez y seis varones
ilustres. Asistió también al concilio Toledano nono, celebrado el
año 655 del Señor y séptimo del rey Recesvinto, al que
asistieron, diez y seis obispos, nueve abades y cuatro varones
ilustres. De lo que pasó en ellos hacen larga memoria los autores
citados.
En tiempo de estos reyes se usaba en España señalar
los católicos sus iglesias, por diferenciarlas de las de los
arrianos, porque en un mismo tiempo y pueblo había iglesias
de los unos y de los otros; y no solo señalaban los templos, más
aún sepulcros, edificios, pilas de agua bendita y todo lo demás
les parecía, para que se supiesen cuyas eran las tales cosas. El
señal era una cruz, y bajo las dos letras alpha y
omega, que son la primera y la prostera
del alfabeto griego, en esta forma, A+Ω,
y en algunas partes de otra, esto es, que hacían la cifra antigua
del lábaro, que significaba el nombre de Cristo, que era una
X y en medio de ella una P, (como una espada) de esta manera:
*figura de donde quedó el uso de escribir Cristo Xps., y al lado de
la cifra ponían el alfa y omega de esta manera: A-X(la P
atraviesa la X)-Ω; y esta
costumbre se continuó muchos años aún después de la venida de los
moros a España, y se observó en los autos y escrituras públicas en
el principio, antes de las primeras letras, y por haber sido esta muy
común, es bien se sepa el principio de ella.
Mayor herejía
de Arrio fue quitar a Jesucristo nuestro señor la igualdad que
en la divinidad tiene con el Padre eterno, y hacerlo a él inferior
en todo: por esto quien quería mostrar que no seguía este error,
sino la doctrina católica, representando a nuestro redentor
Jesucristo por la cruz o por la cifra de la X de la P, confesaba
también su entera divinidad igual con la del Padre, poniendo
aquellas dos letras griegas a y Ω,
por las cuales, en el Apocalipsis, se nos enseña la verdadera
divinidad de Jesucristo nuestro redentor. Presupuesto que estas dos
letras son la primera y postrera del alfabeto griego, dice
allí en el Apocalipis nuestro señor Jesucristo de si mismo, por
boca del apóstol san Juan: Yo soy alpha y omega; y
declarólo más, añadiendo principio y fin, que es atributo y
propiedad de la divinidad de Dios, que no puede competir sino a quien
es verdadero y enteramente Dios, pues otro no puede ser principio y
fin de todas las cosas. Por esta causa los católicos de estos
tiempos, por darse a conocer y diferenciarse de los arrianos, se
señalaban con este blasón de la alpha y omega como firme testimonio
de su verdadera fé, porque un arriano no confesara esto de
Jesucristo nuestro señor. Este uso de este católico blasón
hallamos venir de más atrás, pues en las monedas del emperador
Majencio y de su hermano Decencio está esculpido, como
lo notan don Antonio Agustín y Guillermo Coul en sus
libros de medallas. Estos dos hermanos se levantaron con el
imperio contra Constancio, habiendo muerto el emperador
Constante, su hermano: y porque Constancio era muy arriano,
ellos quisieron dar a entender de si como eran católicos, y por esto
pusieron en sus monedas y banderas la cifra de la X y de la P, que
son las dos primeras letras con que en griego se escribe el nombre de
Cristo señor nuestro, (XP pronunciado jristós), añadiendo a
los dos lados la alpha y omega para confesar su verdadera divinidad
igual con la del padre; y con esto llamaban a los católicos para que
les siguiesen, mostrando que ellos lo eran. En Cataluña he observado
muchos edificios antiguos con esta santa señal; en Barcelona se ve
sobre la puerta más principal de San Pablo y en la inscripción o
epitafio del sepulcro de Vifredo, conde de Barcelona, que está
en aquella iglesia, el cual trae el doctor Pujades en su historia,
lib. tercero, cap. 89. Está al principio del epitafio y al fin de
él, para denotar cuán católico fue aquel príncipe. En Lérida, en
la puerta de San Berenguer o del castillo, en la iglesia Mayor, en la
piedra de ella está también grabado, así como también en el real
monasterio de Poblet, sobre la puerta más principal; y en el
monasterio de San Miguel de Escornalbou (escorná al bou,
descornar al toro o buey) en el campo de Tarragona, hasta en las
pilas del agua bendita lo ponían, como lo vemos hoy en San Justo de
Barcelona, en una pila que está a la mano derecha de los que entran
por el portal mayor de aquella iglesia. Pues de los edificios que se
hallan en Castilla y sepulcros no digo nada, por haberlo
trabajado muy bien el maestro Ambrosio de Morales, en su historia, de
quien se ha sacado casi todo este discurso.
Wamba, e quien
el vulgo llama Bamba, fue nombrado rey de los godos, después
de Recesvinto: sus cosas, así en orden a los cuentos del
vulgo, como a la verdad de sus hechos, cuentan Gerónimo Pujades y
otros que él alega; lo cierto es que fue nombrado rey con
consentimiento de todos los godos, y era tanta su modestia, que ni el
aplauso universal y deseo de todos le obligaban a tomar el reino,
hasta que un godo, con gran valor, le amenazó de muerte si no
consentía a la voluntad de todos; y así le aceptó estando en
la ciudad de Toledo, veinte días después de muerto el rey su
antecesor. En su coronación se vieron señales extraordinarias: de
encima la cabeza del rey salió un vapor
como de humo, a modo de
coluna que subia hacia el cielo, y tras este voló una abeja
también hacia arriba, habiendo salido de la cabeza del rey: indicios
ciertos de la suavidad y buen gobierno que había de tener el
nuevo rey, y así lo sintieron todos los que lo vieron. Paulo, mal
vasallo suyo, se le rebeló, y los moros de África, con armada
poderosa embistieron a España; pero a todos resistió el rey, y con
dicha acabó la guerra, quemando los navíos a los moros, y dando a
Paulo con benignidad el castigo merecido por infidelidad y
atrevimiento.
Había muy a menudo entre los obispos de España
diferencias sobre los límites de sus obispados, y en averiguación
de ellos gastaba lo más del tiempo el buen rey Wamba, que, sobre
esto, se tomase regla cierta y se atacasen las discordias. La
instancia del rey fue eficaz y se hizo la división (hitación, de
hitos; fita, fites); y dejada la de los otros obispados, diré
solo como a la metrópoli de Tarragona asignaron por
sufragáneos los obispados de Urgel, Lérida y Huesca, así como
antes lo eran, y los límites de estos tres obispados se designaron
de esta manera:
Urgel, desde Aurata hasta Nasona, y de Mucanera
hasta Vals.
Lérida, desde Nasona hasta Fuente Sala, y de Lora
hasta Mata.
Huesca, desde Esplana hasta Cobello, y des Esperle
hasta *Ribera.
Qué términos fuesen estos y qué lugares, sería
cosa dificultosa la averiguación de ellos, por ser los más poco
*usados y casi desconocidos. Con esta división supo cada obispo lo
que era suyo y lo que le tocaba y cesaron los pleitos, si algunos
había; y con esto y algunos concilios que se juntaron, quedó el
estado eclesiástico muy obligado al rey, como a su amparo y
protector que era. Ocupado el rey en estas cosas y otras del servicio
de Dios y bien de sus reinos, se levantó un conde llamado
Ervigio, que era primo hermano del rey Chindasvinto y
codicioso de reinar, tuvo traza como dar al rey ponzoña, que
no le hizo otro daño más de quitarle la memoria; y conociendo Wamba
que aquel accidente mal podría cumplir las obligaciones del reino y
se t dejé a los grandes la administración del reino y se recogió a
un monasterio del orden de san Benito, donde vivió siete años y
tres meses, sirviendo a Dios nuestro señor, que es el verdadero
reinar, después de haber tenido el reino de los godos nueve años,
un mes y catorce días, que acabaron el año de 681.
Flavio
Ervigio, que dio el veneno a Wamba, sucedió en el reino, ora sea
porque el rey se lo diese, ora porque él por fuerza se lo tomase.
Era Ervigio hijo de una hermana del rey Chindasvinto, de quien había
quedado un hijo; pero no fue rey, porque entre los godos el reino no
se heredaba por sangre, sino que se daba por elección, aunque a la
postre vino a ser hereditario. El favor y poder de Ervigio era mayor
que el del hijo del rey Chindasvinto, y, por mejor asegurarse de los
deudos de Wamba, casó una hija que tenía con Egica, primo
hermano del rey Wamba. Fue este rey muy católico y bueno, aunque no
lo fueron los medios por donde le vino el reino. En su tiempo hubo en
España mucha hambre; reinó quince años, y murió el de 688.
Egica,
primo del rey Wamba, fue sin contradicción alguna rey de España. En
él se enfrió la virtud y religión de los reyes godos. En el
comienzo de su reinado echó de si a la reina su mujer; fue muy
enemigo de su sangre, y desterró al duque Favila, padre que
fue del infante don Pelayo, a la ciudad de Tuy,
donde vivía también Vitiza, hijo del rey, y tal o peor que
él, el cual trabó un día razones con el duque, y le dio con un
palo que llevaba en la cabeza, y murió del golpe. Murió Egica
el año 702, después de haber reinado trece años.
Vitiza,
hijo de Egica, fue rey de los godos, que así como más se iban
acercando a su fin, tanto más iba desfalleciendo y menguando la
antigua nobleza y valor; y si el padre fue malo, Vitiza fue peor: al
principio dio muestras de bueno, mas presto descubrió los vicios y
maldades que en el corazón tenía encubiertos. Desterró de sus
reinos al infante don Pelayo, y tomó públicamente muchas mancebas,
permitiéndolo con ley a sus vasallos. A los clérigos no solo dio
licencia para casarse; mas con violencia les obligaba a ello (casato capat; casado o capado). Quitó el obispado de Toledo a
Sinderedo, a quien el arzobispo don Rodrigo llama varón claro
en el estudio de santidad, y puso en su lugar un hermano o hijo suyo,
llamado Opas, para que acabase de corromper a los
eclesiásticos, así como él había corrompido a los laicos. Procuró
haber a las manos a Teodofredo, hijo del rey Recesvinto y
padre de Acosta y de Rodrigo, y le quitó los ojos: a los hijos no lo
pudo, porque se dieron cobro. Por estas y otras muchas maldades vino
a ser aborrecido de todos, y con esto tuvo Rodrigo buena ocasión de
alzarse contra él y sacarlo del reino. Quedó Vitiza preso, y
Rodrigo le quitó los ojos, así como él los había quitado a su
padre, y le envió a Córdoba, donde acabó sus días. Dejó dos
hijos, que después, juntados con los moros, ayudaron a la
destrucción de España. Reinó nueve años, y murió el de 711.
Continuando los obispos de Urgel que lo fueron por
estos tiempos, hallo después memoria de Teuderico, a quien
llaman algunos episcopologios, segundo; pero esto no lo
afirmo, porque no ha venido a mí noticia el primero. De este
pelado hallo que en el concilio Toledano décimotercio, celebrado el
año de 683, siendo rey Ervigio, asistió Florencio,
su vicario, que firmó por él. Juntáronse en este concilio cuarenta
y ocho obispos, ocho abades, veinte y siete vicarios o procuradores
de obispos ausentes, y veinte y seis condes o varones ilustres.
Celebróse en su tiempo el concilio décimoquinto Toledano,
siendo rey Egica, el primer año de su reinado, que fue el del
Señor 688. Asistieron en él sesenta y un obispos, doce entre
abades y otras dignidades, y cinco vicarios de obispos ausentes, y
entre ellos Florencio, presbítero, que firma por Teuderico,
obispo de Urgel, y diez y siete condes.
Celebróse
asímismo el décimosexto concilio Toledano, en el año de 693 y
sexto del rey Egica, en que asistió nuestro obispo
personalmente. Halláronse en él cincuenta y ocho obispos, cinco
abades, tres vicarios de obispos ausentes, y diez y seis entre condes
y varones ilustres de la casa y corte del rey. De lo que se
ordenó en los concilios tratan
largamente el doctor Padilla,
Morales y otros. Después de este año no hallo memoria de otros
obispos, y los hubo, cierto, que con su rebaño se retiraron a lo más
áspero de los Pirineos, donde jamás faltaron cristianos y
templos en que se celebró misa, que, por ser tierra tan áspera se
pudieron allá conservar muchos años.