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lunes, 13 de enero de 2020

De la festa de sent Lorenç.

De la festa de sent Lorenç.

Que sent Lorenç entrels altres martirs de Jesu-Christ no sia digne esser honrador pus quels altres martirs qui per Jesu-Christ la sua sanch escamparen no seria cosa deguda: cor la sancta esgleya remembrant lo cruel e incomparable martiri per ell sufert per la fe catholica mantenir egual dapostol en la vigilia sua dajuni esser fet aordona. Perque en la sollennitat daquest dia alcuna prerrogativa mes que als altres martirs es faedora: per tal duem proveydor que aquest dia dels vestiments e paraments vermeyls mijancers ab quatre capes sia usat e en mig del rerealtar una creu sia posada e dos altres creus en les estremes parts del rerealtar e entre la dita creu mijana e les altres creus sien posats de cascuna part tests conjuncts los mellors e en cascun cap de rerealtar sia un dels bacins daurats segons que aquestes coses en los altres martirs colents de part dejus havem ordonat. Pero per especial prerogativa aquest dia lo reraltar istoriat hi sia posat.


Corona de Jesu-Christ

//

parrilla, rejillagriella, grătar (gratar) en rumano, latín crātes, portugués grade.

http://www.elcastellano.org/el-l%C3%A9xico-del-asado


Este nombre creo que es exclusivo del castellano, en portugués se llama grade del latín crātes, que para los romanos era un reja hecha con cañas, por supuesto que no la debían usar para hacer asado. Y aquí llegamos a la barbacoa, que muchos creen tomado del inglés barbecueEs posible que nos haya llegado del inglés norteamericano, pero es voz oriunda del taínouna lengua de los pueblos originarios de las Antillas, lengua en la cual barbacoa significa precisamente parrilla. Después por metonimia el nombre barbacoa, de sinónimo de parrilla, pasó a ser sinónimo del asado o del lugar donde se hace el asado.




https://www.xlsemanal.com/conocer/historia/20171023/historia-san-lorenzo-escorial-al-descubierto-la-leyenda-del-monasterio-sombrio.html

De la festa de sent Lorenç.

domingo, 28 de abril de 2019

EL CONDE DON JULIÁN, PRISIONERO Y MUERTO EN LOARRE


1. EL CONDE DON JULIÁN, PRISIONERO Y MUERTO EN LOARRE
(SIGLO VIII. LOARRE)

Es sobradamente conocido cómo, en su inicio, la entrada de las tropas musulmanas en la Península no fue más que la respuesta a un problema meramente político. Los dos bandos que se disputaban la corona del reino hispanogodo —como ya ocurriera en ocasiones anteriores— se procuraron sus propios aliados. En este caso, Witiza —enfrentado políticamente a don Rodrigo, el último rey visigodo— buscó y halló la colaboración interesada de los moros que habían logrado extenderse en poco tiempo desde el corazón de Arabia, a lo largo de todo el norte de África, hasta el estrecho de Gibraltar.
La carencia de fuentes fidedignas que narren lo que de verdad ocurrió en aquel año 711 y en los inmediatamente anteriores y posteriores ha dado pie a que sea la leyenda y la imaginación popular quienes hayan tratado de explicar lo que realmente sucedió.
Al parecer, en la invasión musulmana desempeñó un papel importante un conde visigodo, don Julián, partidario de Witiza, y a quien se le achaca la traición de haber favorecido la entrada de los musulmanes por el Estrecho para vengar el pretendido ultraje que el rey don Rodrigo le hiciera en sus relaciones con su hija Florinda, más conocida como la Caba.
Para algunos historiadores, don Julián murió en aquellos instantes, bien a manos de los partidarios del conde don Rodrigo bien de los propios musulmanes; para el pueblo y la leyenda, el conde don Julián fue hecho prisionero por los propios moros para ser encarcelado en el pueblecito de Loarre, donde fue férreamente encadenado y atrozmente maltratado hasta morir, para acabar, por fin, siendo enterrado no como cristiano que era sino fuera del seno de la iglesia mozárabe de Loarre.
La leyenda se complica todavía más cuando el Padre Huesca, a finales del siglo XVIII, nos relata que él personalmente tuvo ocasión de ver su sepulcro —que había sido profanado por buscadores de tesoros—, en lo alto de la escalera del castillo, una fortaleza construida, sin duda alguna, en fecha muy posterior a los hechos narrados.
[Beltrán Martínez, Antonio, Leyendas aragonesas, págs. 52-54.]

Más bibliografía:











La leyenda se origina en el historiador musulmán Al-Razi (ss. IX-X) y a partir de él se difunde en los siglos XII y XIII a través de las crónicas cristianas del norte de la Península (Historia legionense, Crónica Najerense, la Crónica del Tudense y la Crónica del Toledano). Se amplía novelescamente en la Crónica de 1344, pero sobre todo en la Crónica Sarracina (1430) de Pedro del Corral, texto que establecerá la línea preferente de desarrollo de la leyenda en la literatura española posterior. El personaje dejó huella en el Romancero nuevo, por ejemplo en "En Ceuta está don Julián...". En 1589, inspira la maurófila obra de Miguel de Luna, conocido médico morisco y traductor real, La verdadera historia del rey Don Rodrigo, en la qual se trata la causa principal de la perdida de España y la conquista que della hizo Miramamolin Almançor Rey que fue del Africa, y de las Arabias.


En el siglo XVII aparece muy escasamente en el teatro: en El último godo (1559-1603) de Lope de Vega y en el libro VI de su epopeya trágica Jerusalén conquistada (1609), así como en La más ingrata venganza de Juan Velasco de Guzmán. En el siglo XVIII tuvo más éxito y aparece por ejemplo en la Homersinda (1770) de Moratín padre, en el Pelayo (1769) de Jovellanos, en Perder el reino y poder por querer a una mujer. La pérdida de España (1770), de José Concha, en la Florinda de Francisco de Bahamonde y Sesé y en La pérdida de España de Eusebio Vela, que sin embargo fue prohibida en 1770 por «indecorosa al rey». María Rosa Gálvez de Cabrera imprimió en 1804 una Florinda y también José Quintana contribuye con cierto subtexto político algo subversivo y liberal en su Pelayo de 1805.

Su leyenda revivió en especial durante el Romanticismo inglés: Walter Savage Landor (1775-1864) dedicó a este personaje la mejor de sus obras, la tragedia Count Julian (1812). Tangencialmente trataron al personaje también otros escritores románticos: Walter Scott en The Vision of Don Roderick (1811) y Robert Southey en Roderick, the Last of the Goths (1814). Por otra parte, el autor español Juan Goytisolo escribió una novela titulada Reivindicación del conde don Julián o simplemente Don Julián, donde se hace referencia a ése a lo largo de todo el libro. La novela es la segunda parte de la trilogía del mal, donde el protagonista Álvaro Mendiola nos muestra las críticas de Goytisolo contra España escritas de 1966 hasta 1975. La primera parte de esta trilogía es Señas de identidad de 1966, la segunda es Reivindicación del conde don Julián o Don Julián de 1970 y la última parte se titula Juan sin Tierra de 1975.

Sabemos que en algún momento durante el reinado de Teudis (531-548) los visigodos perdieron el control que habían mantenido de Ceuta, enclave que fue conquistado por los bizantinos. A partir de ese momento los visigodos no volverían a tener bajo su dominio ningún territorio en el norte de África. De hecho, sabemos con certeza que Ceuta se encontraba en manos de los bizantinos en el año 687 y no hay razón alguna para dudar de que permaneció así hasta ser tomada por la expedición que envió Musa ibn Nusayr hacia el año 706. Ciertamente, en algunos relatos árabes posteriores se afirma que el gobernador de la ciudad era un conde visigodo llamado "Ilyan" o Julian, que supuestamente se encontraba al servicio del rey Roderico (o Rodrigo). En esas versiones se dice que el conde don Julián quiso vengarse del rey, ya que éste había raptado a su hija (en algunas versiones hispanas posteriores recibe el nombre de "Florinda"), y en consecuencia conspiró para proporcionar a los árabes, que recientemente se habían adueñado de Tánger, los barcos que necesitaban para cruzar el estrecho hacia Hispania. Sin embargo, no existe base histórica que permita conceder verosimilitud a estos relatos fantásticos. De hecho, tanto el padre como la hija pertenecen a la ficción salida de un conjunto de tradiciones moralizantes cuyo propósito era hallar una explicación para la catástrofe que le sobrevino con tanta rapidez al reino visigodo.


Se trata de un personaje de la Hispania visigoda. Ciertos autores lo sitúan como gobernador visigodo de Septem (la actual ciudad de Ceuta), cuya caída en manos musulmanas en torno al año 709. lo haría cambiar de lealtades, obedeciendo a partir de ese momento al árabe Musa ibn Nusair.​ Otros investigadores, como Martínez Carrasco, lo consideran el gobernador romano (bizantino) de la mencionada ciudad (Iulianos).


Sus barcos ayudaron a cruzar el estrecho a las fuerzas invasoras dirigidas por Táriq ibn Ziyad que vencerían al ejército visigodo en la batalla de Guadalete.

Tradiciones posteriores, reflejadas en fuentes musulmanas y cristianas, señalan que era el padre de Florinda la Cava,​ ultrajada por el rey visigodo Don Rodrigo. Don Julián, como venganza, facilitaría el paso a las huestes musulmanas, que conquistarían la península ibérica.

Don Julián es el nombre hispanizado que se le da al gobernador de Ceuta Olbán que ayuda a los invasores musulmanes a su entrada en Hispania, acabando así con el reino visigodo.

jueves, 23 de mayo de 2019

FUNDACIÓN Y DESTRUCCIÓN DE LA CIUDAD DE PANO


2.81. FUNDACIÓN Y DESTRUCCIÓN DE LA CIUDAD DE PANO
(SIGLO VIII. SAN JUAN DE LA PEÑA)

FUNDACIÓN Y DESTRUCCIÓN DE LA CIUDAD DE PANO  (SIGLO VIII. SAN JUAN DE LA PEÑA)


En los momentos inmediatamente posteriores a la conquista musulmana de Zaragoza, la principal ciudad del valle medio del Ebro, no era extraño advertir la presencia de pequeños grupos de cristianos huidos y escondidos en bosques, cuevas y montes que esperaban a ver cómo se desarrollaban los acontecimientos por si podían regresar a los hogares que habían abandonado de manera precipitada. Estos fugitivos solían reunirse para llorar sus penas, solicitar la ayuda de Dios y ayudarse unos a otros. Fue en una de estas reuniones cuando, ante la permanencia de los moros en la ciudad, surgió la idea de reconquistar las tierras perdidas y tratar de fundar una ciudad cristiana.
Animados por esta ilusionante idea, los cristianos huidos —que conocían perfectamente la zona, pues no en vano era su casa— escogieron una cumbre inaccesible, la cima del monte Pano, como lugar de asentamiento de su primera ciudad tras la invasión agarena. Dicho monte, que situado entre Santa Cruz de la Serós y Botaya, está coronado en su cima por una extensa llanura, por lo que el trazado y la construcción fueron fáciles, máxime cuando aún hoy por allí abundan la piedra y la madera. Se dieron cita en aquel lugar familias enteras que se rigieron por los antiguos usos y costumbres bajo la protección de la Cruz, el auténtico símbolo de su fe.
No tardó mucho en llegar la noticia de la existencia de esta nueva y pequeña comunidad a oídos de Abdelaziz, gobernador musulmán de Zaragoza, quien, temeroso de que aquel intento pudiera constituir algún peligro, dispuso inmediatamente un ejército, capitaneado por Abdemelic, para tratar de someter a la ciudad de Pano.

Cuando los cristianos advirtieron la presencia del ejército musulmán se aprestaron a defender sus casas. En principio, las dificultades para acceder al lugar escogido pudieron mantener a salvo sus casas y enseres por un cierto espacio de tiempo, pero finalmente acabó imponiéndose el mayor poderío humano y bélico del ejército atacante, que penetró en la ciudad y la arrasó por completo, frustrando así el sueño de aquellas familias.
Nada quedó en la ciudad de Pano, salvo esta historia.

[Martínez y Herrero, B., Sobrarbe y Aragón..., I, págs. 46-48.]


El Real Monasterio de San Juan de la Peña situado en Botaya, al suroeste de Jaca, Huesca, Aragón (España), fue el monasterio más importante de Aragón en la alta Edad Media. En su Panteón Real fueron enterrados un buen número de reyes de Aragón. Forma parte del camino aragonés del Camino de Santiago. Su enclave es extremadamente singular.


Cuenta la leyenda, que un joven noble de nombre Voto (en algunas versiones, Oto), vino de caza por estos parajes cuando avistó un ciervo. El cazador corrió tras la presa, pero ésta era huidiza y al llegar al monte Pano, se despeñó por el precipicio. Milagrosamente su caballo se posó en tierra suavemente. Sano y salvo en el fondo del barranco, vio una pequeña cueva en la que descubrió una ermita dedicada a San Juan Bautista y, en el interior, halló el cadáver de un ermitaño llamado Juan de Atarés. Impresionado por el descubrimiento, fue a Zaragoza, vendió todos sus bienes junto a su hermano Félix se retiró a la cueva, e iniciaron una vida eremítica.

Este sería el inicio del Monasterio del que escribía don Miguel de Unamuno:

...la boca de un mundo de peñascos espirituales revestidos de un bosque de leyenda, en el que los monjes benedictinos, medio ermitaños, medio guerreros, verían pasar el invierno, mientras pisoteaban la nieve jabalíes de carne y hueso, salidos de los bosques, osos, lobos y otros animales salvajes.

Claustro de San Juan de la Peña.
Claustro de San Juan de la Peña.


Se habitan estas montañas poco después de la conquista musulmana, al construir el castillo de Pano, destruido en el año 734. El origen legendario del Reino de Aragón también encuentra en el monasterio cueva de San Juan de la Peña su propia historia, cuando reunidos los guerreros cristianos junto a Voto y Félix deciden por aclamación nombrar a Garcí Ximénez su caudillo que les conducirá a la batalla por reconquistar tierras de Jaca y Aínsa, lugar este donde se produjo el milagro de la cruz de fuego sobre la carrasca del Sobrarbe.

Reinando en Pamplona García Íñiguez y Galindo Aznarez I, conde de Aragón, comienzan a favorecer al Monasterio. El rey García Sánchez I concedió a los monjes derecho de jurisdicción, y sus sucesores hasta Sancho el Mayor, continuaron esta política de protección. Allí pasó sus primeros años San Íñigo. En el reinado de Sancho Ramírez de Aragón adquiere su mayor protagonismo llegando a ser panteón de los reyes de Aragón.

Fueron devastadores los incendios de 1494 y 1675. A raíz del último de ellos, se construyó el Monasterio Nuevo. El Monasterio Antiguo fue declarado Monumento Nacional el 13 de julio de 1889 y el Monasterio Moderno el 9 de agosto de 1923. La restauración fue dirigida por el arquitecto modernista aragonés Ricardo Magdalena.

Probablemente existiera algún tipo de cenobio anterior al siglo XI, pero la construcción de mayor importancia empieza el año 1026 por iniciativa de Sancho el Mayor. En el año 1071 el rey Sancho Ramírez cede el conjunto existente a los monjes cluniacenses y favorece su reforma. En este momento se levanta el conjunto que hoy queda, en mayor o menor medida. La reforma benedictina de Cluny no podía obviar la construcción de un claustro que se finalizará ya entrado el siglo XII.

A finales del siglo XI son un conjunto de capiteles de influencia jaquesa del claustro con temas de animales fantásticos y algunos motivos geométricos y vegetales donde destacan los roleos. Un segundo grupo, formado por veinte capiteles, fue encargado en el último tercio del siglo XII al llamado maestro de San Juan de la Peña, autor anónimo, también conocido como Maestro de Agüero, probablemente para sustituir otro anterior.​ El pequeño recinto ofrecía un cerramiento diáfano en forma de arcadas separadas por columnas. Los arcos se veían rematados con cenefas con el típico taqueado jaqués.

El Maestro desarrolla un programa sobre escenas bíblicas donde aparecen entre otras el Anuncio a los pastores, la Natividad, la Anunciación, la Epifanía, el Bautismo y la Circuncisión de Jesús, la Última Cena, episodios sobre Caín y Abel, la Creación de Adán y Eva, así como su Reprobación y posterior condena al trabajo. Seguramente el maestro de Agüero solo elaboró los capiteles para dos alas del claustro ya que a finales del siglo XII el monasterio entró en franca decadencia. El programa iconográfico que plantean los 26 capiteles que conservamos parece enfocar la Salvación a través de la Fe escogiendo los episodios más significativos para ello.

Se trabaja con bajorrelieves casi todos dominados por un horror vacui muy acentuado que provoca contorsiones en algunas figuras que superan el propio marco sacando un brazo como en la escena de Jesús y los Apóstoles. Los gestos son exagerados, casi teatrales, acentuando los ojos y la boca, y confiriendo narratividad a las escenas. En cuanto a las formas, estas se someten a esquemas geométricos que dominan desde la configuración del rostro o los pliegues de los paños, hasta los movimientos de caballos o de la misma agua que se vierte de un jarro a otro.

En el piso superior se encuentra el Panteón real. En él, durante cinco siglos se enterraron algunos de los monarcas de Aragón y de Navarra. Su aspecto actual data del siglo XVIII.

En San Juan de la Peña, los reyes de Aragón fueron sepultados en tumbas de piedra colocadas en tres órdenes superpuestos, desde la roca hacia afuera, presentando a la vista solo los pies del féretro. El panteón real ocupa las dependencias de la antigua sacristía de la iglesia alta, que data del siglo XI; fue reformado por Carlos III en 1770, siguiendo las indicaciones de don José Nicolás de Azara y del conde de Aranda, quien quiso ser enterrado en el atrio. La reforma solo afectó a la decoración, quedando los sepulcros en el mismo lugar; se levantó delante de ellos una pared en la que se colocaron láminas de bronce con las inscripciones correspondientes, se distribuyó por la sala profusión de estucos y mármoles, colocando en la pared frontera unos medallones con relieves que representan escenas de legendarias batallas.

Alberga los restos de algunos monarcas navarros que reinaron en Aragón, de los primeros condes aragoneses y de los tres reyes iniciales de la dinastía ramirense, Ramiro I, Sancho Ramírez, Pedro I, junto con sus esposas.

En 1889 se le otorga el título de Monumento Nacional que en 1920 es completado con la declaración por parte del rey Alfonso XIII como Sitio Nacional. Ya el 2 de febrero de 2004, el Gobierno de Aragón completa su declaración como Bien de interés cultural con la protección del conjunto monástico y su entorno.

La mayor parte del fondo documental del Monasterio se trasladó al Archivo Histórico Nacional de Madrid, donde se encuentra en la sección de Clero. Atendiendo a los trabajos publicados, la documentación se divide en tres grandes grupos:

Textos más antiguos, entre 507 y 1064, que se recogen en el Cartulario de San Juan de la Peña.
Documentos fechados entre 1064 y 1194.
Documentos fechados entre 1195 y finales del siglo XV.

Según la leyenda española sobre el Santo Grial, este permaneció en el monasterio, después de pasar por diversas ubicaciones como la cueva de Yebra de Basa, monasterio de San Pedro de Siresa, iglesia de San Adrián de Sásabe, San Pedro de la Sede Real de Bailo, la Catedral de Jaca, desde 1071 hasta 1399.

La necesidad de atraer a los peregrinos a Santiago que pasaban por el cercano camino de Jaca al monasterio aconsejó que en él se ubicara la reliquia. En 1399 el rey Martín I se llevó el vaso sagrado al palacio de la Aljafería de Zaragoza, donde estuvo más de veinte años, después de una breve estancia en Barcelona, acompañando al rey y posteriormente se trasladó a la Catedral de Valencia.

El primer lugar en España donde se celebra con el rito Romano es en el Reino de Aragón en el monasterio de San Juan de la Peña, el 22 de marzo de 1071, durante la estancia del Santo Cáliz en el monasterio y a continuación se oficializa en el resto del reino, sustituyendo al rito mozárabe.

Martínez y Herrero, Bartolomé (1866). Sobrarbe y Aragón : estudios históricos sobre la fundación y progreso de estos reinos, hasta que se agregó á los mismos el Condado de Barcelona. pp. 54-59. http://bibliotecavirtual.aragon.es/i18n/consulta/registro.cmd?id=3703

Enríquez de Salamanca, Cayetano, Rutas del románico en la provincia de Huesca, Las Rozas (Madrid), 1987, pág. 42, ISBN 84-398-9582-8.

Lapeña Paúl, Ana Isabel (1997). «Documentos en romance del Monasterio de san Juan de la Peña (primera serie, siglo XIII-1325)». Alazet, 9, pp. 215-249.

La introducción del rito romano en Aragón y Navarra.




  • Sitio web oficial del Monasterio de San Juan de la Peña (en español, francés e inglés)


  • http://www.jacetania.es/jacetaneas/opencms/site/web/conoce_la_comarca/jaca/botaya/?comboIdiomas=spanish

    domingo, 8 de marzo de 2020

    120-129




    120.
    BREVIARIO SEGÚN EL USO DE LA IGLESIA DE TORTOSA. Un volumen en 4.°
    en pergamino, de 666 páginas. Es del siglo XIV. así este
    Breviario como el del número anterior, se conoce que estaban
    destinados por el uso diario de esta catedral, porque además de
    contener algunos rezos ú oficios propios de esta iglesia, se dice en
    los mismos el número de cantores que en el coro correspondían a
    cada festividad.
    En el que nos ocupa, después del Calendario hay
    una especie de lista donde se expresan, como hemos dicho, las
    festividades en que debía haber seis, cuatro, y dos cantores.
    También está el oficio de la fiesta de San Rufo y el de la
    octava. Al final hay dos o tres hojas de letra más moderna, que
    contienen varias explicaciones y notas sobre la liturgia de esta
    iglesia.

    121. LECCIONARIO CON LAS HOMILÍAS. Un volumen en
    4.° mayor, en pergamino, de 419 páginas. Es del siglo XIV. También
    fue escrito este Códice para esta catedral, o sea para el coro;
    sirviéndose de él en las lecciones los canónigos y
    beneficiados a quienes correspondía por turno. Está
    incompleto, pues al principio y al fin le faltan muchas
    hojas. Por lo demás se halla en buen uso y se conoce que el trabajo
    de este libro se hizo con mucha perfección. Todas las iniciales de
    las lecciones están adornadas con dibujos de colores.

    122.
    HONORIO AUGUSTODUNENSE. ELUCIDARIO. Un volumen en 4.° prolongado, en
    pergamino, de 164 páginas. Es del siglo XII. Al principio de la
    primera página hay una nota de letra más moderna que dice,
    Quoestiúnculae Theologicae. Después sigue este epígrafe:
    Capitula Lucidarii. Las cuestiones se dilucidan en forma de
    diálogo, figurando un discípulo que pregunta, y un maestro que
    contesta dando la explicación.
    Al principio de cada uno de los
    libros en que se divide esta obra, hay un largo índice de todos los
    puntos que se han de explicar. Después en las últimas hojas, que
    son de otra época, hay los siguientes breves tratados. De la
    Iglesia. De los sagrados órdenes. Del Sumo Pontífice. De la
    dedicación de la iglesia. Del agua bendita. De las palmas y ramos,
    etc. El final del libro está muy deteriorado y faltan además
    algunas hojas.

    123. EL EVANGELIO DE SAN JUAN. Un volumen en
    4.° prolongado, en pergamino, de 204 páginas. Es del siglo XII.
    Tiene los comentarios de Rábano Mauro, como los otros Códices de la
    Sagrada Escritura de que hemos hecho mención; pero este es de época
    más antigua, y de ahí que sea completamente distinto, así en el
    tamaño como en lo demás del escrito, viñetas, etc.
    En este
    Códice se nota la particularidad de que el texto apenas ocupa una
    quinta parte de cada página, a fin de dejar extenso margen para los
    comentarios. También hay bastante distancia de línea a línea para
    poner notas, viéndose allí muchas. Al principio de la primera plana
    se ve con letra más moderna la nota que hemos copiado de otros
    Códices: «Es de Santa María de Tortosa; si alguno lo quitare, sea
    anatema» . Y al final después del evangelio de San Juan, hay una
    página comentando las palabras de la profecía de Balaam,
    Orietur stella ex Iacob.

    124. COMENTARIOS SOBRE EL
    MAESTRO DE LAS SENTENCIAS. Un volumen en 4.° mayor, en pergamino, de
    242 páginas. Es del siglo XIII. No consta el hombre del autor. No
    hay separación ni epígrafes que indiquen los libros del Maestro de
    las Sentencias que se exponen en este Códice. Es de notar que los
    comentarios principian por el libro segundo, como lo indican las
    palabras de la primera página, que traducidas dicen: «Sobre el
    principio del segundo libro del Maestro de las Sentencias propongo
    una cuestión.»
    En el folio 29 comienza el comentario al libro
    primero, según lo expresa una nota de letra muy pequeña y de época
    distinta que dice, Circa primum Sententiarum.
    En los
    folios 87 y 88 hay un índice de las cuestiones.

    125. HUGO DE-NOVOCASTRO. Un volumen en folio en pergamino, de 292 páginas. Es
    del siglo XIV. Principia este libro del siguiente modo: Incipit
    secundus lecturae, Fratris Hugonis de Novocastro, Ordinis Fratrum
    minorum, suppletus ab eodem.
    Tal es el título que tiene. Su
    contenido es una exposición o comentario del Maestro de las
    Sentencias. El autor, que era un teólogo inglés,
    (Nota: Novocastro : Newcastle : Castellnou etc...) vivió a
    principios del siglo XIV. Dividió el libro en distinciones,
    subdivididas en cuestiones, que se indican con números romanos en la
    parte superior de cada página. Pero al llegar a la distinción XXI
    se omitió el señalarlas. También se omitió desde esta distinción
    hasta el fin del Códice, poner las iniciales del principio de cada
    cuestión, que sin duda debían adornarse con dibujos como las demás,
    y no se hizo; notándose que falta una letra y hay un claro en el
    texto.
    Al final está un índice muy completo de las cuestiones
    que se tratan en este libro. Después del índice hay una nota, que
    traducida del latín dice así refiriéndose al libro: «El que me
    escribía, el nombre de Nicolás tenía.»

    126.
    FORMULARIOS PARA TODA CLASE DE INSTRUMENTOS. Un volumen en folio en
    pergamino, de 114 páginas. Es del siglo, XV. Este Códice ofrece
    especial curiosidad por la multitud de formularios que contiene,
    redactados con mucha extensión y según derecho. No está completo.
    Al principio le faltan algunas hojas, pues comienza el primer folio
    por el instrumento de número XIV.
    Aunque no hay foliación,
    todos los instrumentos están numerados por su orden en el margen.
    Además, al principio de cada instrumento hay un breve título o
    epígrafe con letras encarnadas. Todos los instrumentos o formularios
    de este Códice ascienden a 337, y aún faltan algunas hojas al fin.
    De un mismo asunto hay varios formularios según las diversas
    combinaciones y casos que pueden ofrecerse.

    127. COMENTARIOS
    A LOS LIBROS DE LAS DECRETALES. Un tomo en folio, en cartulina, de
    238 páginas. Es del siglo XV. Este Códice se puede dividir en dos
    partes; hasta la mitad del libro donde hay algunas hojas en blanco, y
    desde allí hasta el fin. La primera parte comienza por los
    comentarios del segundo libro de las Decretales, que tratan de los
    juicios o procedimientos; no hay allí división ni señal alguna de
    títulos ni capítulos. En la segunda parte están los comentarios a
    los libros tercero y cuarto; y aunque tampoco hay separación de
    títulos ni capítulos, cada caso que se resuelve está señalado con
    letras más grandes.
    También se observa lo que ya hemos dicho de
    otros Códices; que la inicial quedó sin adornar, viéndose un claro
    o blanco en el texto.

    128. LOS CUATRO EVANGELIOS. Un tomo en
    4.° en pergamino, de 394 páginas. Es del siglo XII. Al principio de
    cada evangelio hay un índice y un prólogo. En el evangelio de San
    Lucas el prólogo está sin concluir, pues sólo tiene algunas líneas
    escritas, y siguen dos páginas en blanco donde parece que debía
    concluirse.
    Las primeras palabras de los evangelios son de letras
    de muy buen gusto, y según el estilo de aquel siglo; siendo lástima
    que las principales que sin duda hubieran sido muy notables, quedasen
    por hacer, viéndose los claros donde debían estar. También son de
    colores las iniciales de todos los capítulos y párrafos. Este
    Códice a pesar de su mucha antigüedad se halla perfectamente
    conservado.
    Según se ve en el ultimo folio, después de los
    cuatro Evangelios debían seguir en este Códice los Evangelios y
    Capítulos para todo el año; pero probablemente se continuaron en
    otro Códice.

    129. SUMA O COMPENDIO DEL CÓDIGO DE
    JUSTINIANO. Un volumen en 4.° mayor, en pergamino, de 234 páginas.
    Al principio tiene un índice de los nueve libros en que se halla
    dividida esta obra; pero le falta algún folio, pues comienza por el
    índice del libro cuarto. Antes del primer capítulo, que se titula
    de Sacrosanctis Ecclesiis, hay un breve prólogo que comienza
    así, traducido del latín: «En nombre de Dios Padre, y del Hijo, y
    del Espíritu Santo, principia la suma de todos los libros de leyes
    promulgada por los jurisconsultos.» Siguen luego por su orden los
    libros, que están indicados en la parte superior de cada folio. Los
    capítulos se indican en el margen con números romanos; y los
    epígrafes de cada asunto o cuestión están como es costumbre en
    estos Códices, con letras encarnadas a continuación del texto. Las
    iniciales de los capítulos son todas de colores, y las del primer
    nombre de cada libro están adornadas con dibujos.
    Este Códice
    además del mérito de su antigüedad, tiene la especialidad de ser
    muy raro en las bibliotecas de Europa. Lo prueba, que al poco tiempo
    de haber publicado los señores Denifle y Chatelain el Inventario
    de los Códices de esta catedral
    , en la Revista que ya hemos
    dicho impresa en París, titulada Revue des Bibliothéques, un
    publicista de aquella ciudad nos escribió pidiendo copia de algunos
    capítulos de este Códice, para completar y ampliar según dijo, una
    obra de derecho regional que había publicado en Francia hacía pocos
    años.




    domingo, 17 de octubre de 2021

    FERNÁN CABALLERO.

    FERNÁN
    CABALLERO.

    Fernán Caballero, Cecilia Böhl de Faber



    Formular
    un juicio acabado de Fernán Caballero, y aquilatar definitivamente
    sus altas dotes literarias, no es cosa de fácil logro para quien,
    como nosotros, sólo puede contar con un criterio inseguro.
    Venturosamente, escritores nacionales de incontestable respetabilidad
    y bien asentada nombradía, unas veces con los encarecimientos del
    entusiasmo, otras con el sesudo lenguaje de una crítica razonada,
    han venido a confirmar la estimación y aplauso que el público ha
    dispensado siempre a las producciones del esclarecido novelista. Y,
    para que la celebridad de nuestro Fernán (Fernan en el original)
    reuniese todas las condiciones de legitimidad apetecibles, ese nombre
    modestamente sencillo, por un privilegio otorgado a muy pocas
    lumbreras de la literatura española contemporánea, ha traspuesto la
    valla de los Pirineos, y la Europa inteligente le rinde ya el
    homenaje de su admiración y simpatía. Las obras de Fernán se
    hallan traducidas en francés, en alemán y en bohemio, y
    periódicos extranjeros tan importantes como el diario inglés
    Chamber‘s llenan sus columnas con lisonjeras apreciaciones del
    hechicero narrador. El tan elegante como profundo Carlos de Mazade, a
    quien las letras patrias del siglo presente son deudoras de
    investigaciones llenas de atinada sagacidad; Antonio de Latour,
    erudito apasionado e incansable, literato ameno y variado como un
    artista, minucioso y paciente como un anticuario; y, por fin, el
    barón Fernando Wolf, sabio portentoso y benemérito patriarca de la
    crítica europea; jueces de tan notoria competencia, en fin, han
    hecho al autor de La Gaviota toda la justicia que debía esperarse de
    la alteza de su criterio y de la sinceridad de sus intenciones. (Ver la chaika de Chéjov)


    No
    se ocultará, pues, al buen juicio del Sr. D. Luis María Samper que,
    para justipreciar el complicado mérito de un escritor que, como

    Fernán Caballero, ha recibido la doble sanción del encomio popular
    y de la autoridad científica más encumbrada, no conviene proceder
    de ligero ni cavalièrement, como dicen nuestros vecinos de
    allende. En nuestro humilde sentir, de este defecto adolecen los
    párrafos críticos que ha dedicado el Sr. Samper al más eminente
    novelador de España. De otro modo, ¿cómo se concibe que una
    persona dotada del recto sentido literario que suponemos a dicho
    señor, haya calificado a Fernán Caballero de romancista mediocre,
    arrancándole la palma gloriosa de la novela nacional contemporánea
    de costumbres que propios y extraños le conceden?


    Son
    tan vagas las razones en que funda el Sr. Samper su peregrina
    aserción, que no es socorrida tarea el refutarlas de una manera
    cabal y satisfactoria. Lo más natural, pues, en este caso es indicar
    las dotes de novelista superior que reúne Fernán Caballero.


    Una
    de las cualidades que más resplandecen en sus novelas, es sin duda
    aquella condición esencialísima de toda producción del arte, y
    especialmente del género escogido por Fernán para dar a luz los
    tesoros de su alma, a saber: verdad.
    En tanto la tienen los
    caracteres que ha pintado, en cuanto son, casi todos, retratos de
    personajes reales y verdaderos, embellecidos con aquella aureola
    ideal, animados por aquel soplo creador, que es uno de los atributos
    más indelebles del genio. Fernán, lo mismo que Cervantes,
    Goldsmith, Dickens, y Balzac cuando no metafisiquea, no ha necesitado
    para dar vida inmortal a los caracteres que ha delineado tan
    primorosamente, hacer esfuerzos colosales de imaginación ni
    extraordinarios tours de force; con aquel tacto exquisito que escoge
    los tipos sociales que merecen los honores del pincel, ha condensado
    y puesto de relieve los rasgos de las fisonomías morales que
    intentaba reproducir, con sobriedad de colorido, con fuerza, con
    briosa y gráfica energía. Y ¿qué diremos de la verdad maravillosa
    que brilla en las situaciones, ya sublimes, ya tiernas, ora
    sencillas, ora complicadas, y siempre lógicas y naturales, a que da
    lugar el juego variado de los caracteres pintados por Fernán?


    Fácil
    y grato nos sería aglomerar ejemplos que patentizasen hasta qué
    punto posee el autor de La Gaviota y de Clemencia tan preciosas
    cualidades; pero nos lo impiden los angostos límites que hemos
    fijado a esta rectificación. Por otra parte, ya que el Sr. Samper el
    único ejemplo que ha citado en apoyo de su intento, ha sido La
    Gaviota, cuyo desenlace tacha de completamente ilógico, nos
    ceñiremos a esta originalísima novela, como prueba relevante de la
    verdad y lógica con que sabe trazar sus caracteres nuestro gran
    pintor de costumbres.


    Marisalada
    es una organización eminentemente vulgar; dando a la palabra
    vulgaridad la acepción que le dan las naturalezas exquisitas y
    delicadas, esto es, una ruindad en el pensar y sentir, espontánea,
    vigorosa, incurable. Esencialmente refractaria a todo lo noble,
    poético y elevado, lejos de adquirir con sus hábitos de vida
    agreste y montaraz un sello de salvaje grandeza, lo único que
    adquiere es un carácter duro, voluntarioso y díscolo. Ama su casa
    como el pájaro su nido, porque le sirve de albergue, no por ser la
    morada de su padre, que la adora. Cuando el buen Stein, corazón de
    oro de ley, alma tierna, melancólica y suave como una melodía de
    Schubert, tomando la vulgaridad crónica de Marisalada por ingenua
    sencillez, se esfuerza en pintarle las puras fruiciones de un amor
    poéticamente honrado, las bruscas contestaciones de ella hacen el
    efecto de una salida de tono, de una rechinante inarmonía. Los
    dulces sonidos de la flauta con que Stein entretiene sus ocios, nunca
    hacen venir lágrimas a los ojos de La Gaviota, ni llenan su alma de
    sublime tristeza; tan sólo la sorprenden y hechizan, como a las
    serpientes de la Luisiana, causándole un placer confuso y maquinal.
    Luego que su portentosa voz y su gran talento musical llegan a
    trasformarla en una prima donna, los aplausos frenéticos del público
    entusiasmado y el fetichismo de sus adoradores no alcanzan a darle
    orgullo artístico; únicamente le dan un poco de plebeya vanidad.
    Tan indiferente al amor de cabeza del duque como al amor de corazón
    del desventurado Stein, sólo puede ser sensible al amor material de
    un torero. Como todas las mujeres de su estofa, ninguna belleza moral
    hace mella en el grosero corazón de Marisalada, que no sabe rendirse
    sin degradarse. Necesita una voluntad de bronce que la tiranice
    brutalmente, y una hermosura corpórea en todo el lujo de su
    vitalidad y energía. Estas circunstancias concurren en Pepe Vera.

    Es lo que se llama en España un real mozo: robusto, bien plantado, hermoso y valiente, trata a sus queridas con el cariño,
    tan parecido al desprecio, de un sultán de calañés. He aquí el
    bello ideal de Marisalada. Por un castigo eminentemente justo, pues
    sigue de cerca a su alevosía conyugal, La Gaviota pierde el órgano maravilloso de su voz, y el enjambre de sus cortesanos y admiradores
    la abandona, como huyen los pájaros del árbol seco y caído. ¿Qué
    debiera haber hecho entonces la hija de Santaló en la opinión del
    Sr. Samper? ¿Clavarse un puñal en el pecho como una mujer
    apasionada, ella que tiene impresiones y no sentimientos?
    Prescindiendo de lo inmoral y manoseado de semejante recurso, el
    suicidio poquísimas veces da la explicación lógica de un carácter;
    no desata el nudo, lo rompe. ¿Debía entrar en una casa de
    corrección como una Dama de las Camelias sin camelias, que, cansada
    de dar la carne al diablo, da los huesos a Dios? Pero Marisalada,
    aunque pecadora, estaba muy lejos de merecer un encierro que sólo
    conviene a las mujeres de mundo arrepentidas. ¿Debía buscar la paz
    de su corazón en las dulzuras del misticismo y en las prácticas de
    una devoción triste pero consoladora, como la pobre Dolores?
    Considérese cuán antinatural hubiera sido que una alma hosca y
    fiera, que un corazón frío y seco, hubieran entrado suavemente en
    una vía de penitencia, de lágrimas, de oración, de espiritualismo.
    Marisalada podía como todo el mundo llegar a ser una buena
    cristiana, pero una devota, simpática y dulce, no grosera, no
    supersticiosa, nunca podía serlo sin echar a perder completamente
    todas las condiciones de su carácter especial. Pero Fernán
    Caballero con ese instinto admirable que le caracteriza, ha casado a
    su heroína con el barbero de Villamar, Ramón Pérez. De esta manera
    la hija de Santaló consigue lo único en que piensa una mujer de su
    calaña, cuando se halla en su caso: buscar quien la mantenga; pero
    al propio tiempo tiene a su lado un castigo sempiterno y providencial
    en Ramón Pérez, que la hiere sin cesar en sus recuerdos de lujo, en
    su vanidad, en su hermosura marchita y hasta en la susceptibilidad de
    sus instintos musicales, que han sobrevivido, como un sarcasmo, a la
    pérdida irreparable de su voz prodigiosa.


    No
    nos detendremos en reseñar menudamente las demás dotes de novelista
    superior que concurren en Fernán Caballero.


    Recuerde
    el Sr. Samper aquellas descripciones inimitables en las cuales la
    naturaleza habla y siente; aquellos diálogos ya profundos, ya
    airosos, llenos de chispa, de vivacidad de colorido; aquel estilo
    siempre original, siempre ingenioso; llano sin prosaísmo, elevado y
    elocuente sin pompa hueca, sin declamatoria exageración. Si tal vez
    la escasez de intriga ha hecho al Sr. Samper negar el mérito
    sobresaliente de Fernán como novelista, este crítico sabe mejor que
    nosotros que El Quijote, no pocas novelas de Fielding y Richardson,
    muchas de Walter Scott, I Promesi Sposi de Manzoni, casi todas
    las de Bulwer, Dickens y Jules Sandeau, y por lo general todas las
    que son estudios fisiológicos o históricos, carecen de acción, o,
    si la tienen, es sencilla, tenue, casi nula; y nadie niega a estos
    ilustres escritores el primer lugar en el género novelesco.


    En
    cuanto a la intención general de las obras de Fernán Caballero,
    está muy lejos de ser hija de ningún espíritu de secta
    político-literaria como asegura el señor
    D. Luis María. La
    intención bien clara de estas inmarcesibles producciones ha sido el
    reproducir exactamente y con escrupulosa fidelidad la verdadera
    fisonomía del pueblo español, antes de que el prurito nivelador del
    siglo la haga desaparecer por completo; así como un retratista se
    apresura a trasladar al lienzo las queridas facciones de un amigo,
    antes que la muerte las borre para siempre.


    Creeríamos
    lastimar la dignidad de Fernán Caballero vindicándole de la manía neo-católica que le echa en cara el señor Samper. El
    catolicismo de Fernán, como inspirado directamente por el Evangelio
    y la Iglesia, no es nuevo (neo) ni viejo; es eterno, como hijo de
    aquél que dijo: Ego sum veritas. (yo soy la verdad)


    Concluiremos
    refutando dos aserciones del Sr. Samper, igualmente injustas, aunque
    de menos importancia.
    Las digresiones doctrinales de Fernán
    Caballero en sus novelas no pueden tildarse justamente de sermones,
    como se le antoja decirlo al Sr. Samper. Esta palabra aplicada en
    sentido indirecto, como lo hace dicho señor, no puede indicar más
    que inoportunidad o pesadez. Las digresiones doctrinales de nuestro
    autor no son inoportunas, porque unas veces sirven de clave para
    explicar ciertos caracteres, como en los preciosísimos consejos que
    da el Abad a Clemencia (en la novela de este nombre), granos de
    divina semilla que, fructificando en el corazón de esta joven
    encantadora, llegan a hacerla un modelo acabado de alta discreción,
    poética sabiduría y nunca desmentida delicadeza de sentimientos;
    otras son desahogos naturalísimos y lógicos del autor, autorizados
    por todos los novelistas conocidos, y especialmente por el gran padre
    de la novela moderna, Cervantes.
    No son pesados, ni por su
    extensión, pues casi todos son excesivamente cortos, ni por su
    vulgaridad, puesto que son de una originalidad marcadísima, y en
    ellos habla más un sentimiento ilustrado y puro que una fría, tiesa
    y encopetada razón.


    Respecto
    al exagerado antiextranjerismo de que el Sr. Samper acusa de paso a
    Fernán Caballero, a propósito de La Gaviota (en donde precisamente
    el autor personifica, ridiculizándolo, el españolismo exagerado en
    el general Santa María), sólo advertiremos a dicho señor una cosa
    muy sencilla, pero concluyente. Fernán Caballero, según tenemos
    entendido, ha tenido ocasión de tratar a muchos extranjeros, y ha
    viajado lo bastante para conocer las extravagancias y preocupaciones
    de las demás naciones y sus buenas dotes. He aquí por qué en sus
    novelas ha puesto en ridículo aquellas, respetando siempre estas
    (*).
    Además, si alguna vez hubiese hecho un poco fuertes las
    tintas de sus figuras cómicas del extranjero, muy natural es
    perdonarlo en la pluma más, verdaderamente española de la
    literatura nacional.


    (*)
    Un crítico extranjero, más justo que el señor Samper, el
    concienzudo Latour, dice, a propósito de esto: «Fernán Caballero
    quiere apasionadamente a España, y la prefiere a todos los países
    del mundo; pero la pinta bastante bella, para no tener necesidad de
    realzarla calumniando a los demás; y, si en sus obras introduce
    franceses o ingleses, sus retratos, alguna vez poco favorecidos, muy
    raras veces son caricaturas.- N. del A.

    domingo, 8 de marzo de 2020

    41-45




    41. MISAL
    CON VARIAS BENDICIONES. Un volumen en 4.° en pergamino, de 260
    páginas. Es de principios del siglo XII. En la primera hoja
    hay dos curiosas notas escritas en letra muy pequeña y muy antigua.
    La una dice, con abreviaturas: Iste liber est Beatae Mariae
    Dertusensis
    . Y la otra que está en antiguo catalán,
    dice: Fó estimat XXXIII sous, refiriéndose al precio del
    libro. Después en la hoja siguiente hay una nota también muy
    antigua, que dice: Istud Missale est Beatae Mariae
    Dertusensis
    . Lo cual indica que con dichas palabras se
    designaba antiguamente la catedral de Tortosa, por estar dedicada a
    Santa María.
    Contiene este Misal muchas oraciones y ritos
    que actualmente no están en uso, pero que son de un gran valor
    histórico. Al principio del mismo está la antigua fórmula de
    bendecir la ceniza, y de imponerla sobre los pecadores públicos, a fin de prepararles para hacer la penitencia
    que determinaban los antiguos cánones, y después ser
    reconciliados con las formalidades que se hallan en otro Códice,
    según veremos.
    En el folio 45 comienzan los Prefacios de la
    Misa; allí hay una hermosa viñeta. En el folio 50 principia el
    Cánon; y en la página anterior hay unas preces en versos
    latinos
    , que son de mucho ingenio. Los señores Denifle y
    Chatelain dicen, que parte de estos versos fueron publicados
    entre las obras de Hildeberto, obispo Cenomanense,
    aunque se duda si pertenecen a este escritor.
    También es de
    notar una figura del Salvador muy parecida a la del Códice n.° 11,
    aunque el dibujo es más vulgar así como los colores.
    Siguen las
    palabras Te igitur adornadas con una grande viñeta de buen
    gusto. Las oraciones de las Misas de los Santos comienzan en el folio
    64, viéndose allí una preciosa letra inicial estilo del siglo XII.

    En la penúltima hoja hay algunas preces a la Santísima
    Virgen
    puestas en notas de música. También son muy curiosas las
    notas que se ven entre los Prefacios y el Cánon.

    42. PEDRO
    RIGA. Un volumen en 4.° prolongado, en pergamino, de 170 páginas.
    Es de principios del siglo XIII, Este escritor floreció en el siglo
    XII. Según algunos autores era inglés, y según otros francés.
    Escribió por los años de 1160. En el libro que nos ocupa parafraseó
    en versos latinos
    la mayor parte de los libros del antiguo y
    nuevo Testamento. Dióle el título de Aurora o Biblioteca.
    Todos los autores reconocen, dice un escritor contemporáneo, que el
    poema de Riga manifiesta un gran talento de versificación en
    aquella época.

    En este Códice que se halla muy bien
    conservado, los versos están escritos a dos columnas en caracteres
    muy pequeños y claros, abundando mucho las letras de adorno con
    dibujos de colores al principio de cada composición poética.

    43.
    JUAN DE NÁPOLES. Dos codlibetos. DURANDO, cuatro codlibetos. HERVEO
    NATAL, tratado de la potestad del Papa. Un volumen en folio grande,
    en pergamino, de 211 páginas. Este Códice contiene trabajos de
    dichos tres autores. Los del primero comprenden hasta el folio 51,
    los del segundo hasta el folio 90, y los del tercero hasta el fin.

    Después de los cuatro codlibetos del segundo autor, hay un
    índice de los trabajos de éste, y de los dos codlibetos de Juan de
    Nápoles. Dicho índice comienza de este modo, traducido del latín:
    «Principia la Tabla de las cuestiones del primer codlibeto del
    Maestro Juan de Nápoles» En la página 23 se lee en el margen:
    «Segundo codlibeto».
    En la página siguiente se inserta el
    índice de los codlibetos de Donato. En el otro folio hay una nota
    que traducida dice: «Principia el tratado del Maestro Herveo sobre
    la potestad del Papa. Y al fin de todo otra que dice: «Concluye el
    tratado de Fray Herveo Natal, Maestro en Teología, de la
    orden de Predicadores, sobre la jurisdicción de la potestad
    eclesiástica».

    44. DIETARIO O CONSUETA para todas las
    fiestas y oficios del año de la catedral de Tortosa. Un volumen en
    folio en pergamino, de 358 páginas. Es del siglo XV. En este
    Consueta ya está separado todo lo referente a los rezos u
    oficios de las dominicas y ferias, y del Santoral, según el orden
    que se usa en la actualidad. La primera página tiene una grande
    orla, pero los colores han perdido mucho. Hay otra en el
    principio del Santoral, que se conserva en buen estado; su
    letra inicial ostenta una bonita imagen de San Esteban.
    En
    los rezos se hace mención el día 2 de Agosto del oficio del Santo
    Ángel, con el rezo propio que tenía antes; de la Pasión de la
    Imagen del Salvador, de que hemos tratado en el Códice n.° 32; y de
    San Rufo, que en aquel tiempo se celebraba con octava. No es de
    estrañar que no se halle la fiesta de Nuestra Señora de la Cinta,
    porque este Códice, según ya hemos dicho, es del siglo XV, y la
    fiesta de la Santa Cinta se instituyó por el Obispo y Cabildo a
    principios del siglo XVI.
    La lectura de este Códice o Consueta
    ofrece un grande interés, y puede servir mucho para estudiar todo el
    régimen de esta Catedral en aquel tiempo, deduciéndose varias
    noticias históricas, supuesto que en cada festividad se indican
    detalles muy curiosos sobre lo que debía prepararse, y a veces hasta
    se expresa el sitio de la catedral donde se practicaban algunos actos
    del culto.
    La encuadernación de este libro aún es de las
    antiguas, y se dejó porque está en buen uso. Llama la atención un
    eslabón que hay en una de las cubiertas, el cual se
    sujetaba a la cadena de una mesa, a fin de que nadie pudiese
    sacar de allí el libro.

    45. GUIDO DE BASYO. Preparación
    para el estudio de los seis libros de las Decretales de Bonifacio
    VIII
    . Un volumen en folio grande, en pergamino, de 320 páginas.
    Le faltan algunas hojas al final. Es del siglo XIV. Su autor Guido
    de Basyo
    era Arcediano de Bolonia, Capellán del
    Papa
    y Auditor del mismo en los asuntos o escritos
    contradictorios; litterarum contradictarum Auditore. Así se
    titula en el epígrafe puesto al principio del libro. Luego sigue un
    prólogo o dedicatoria del autor a sus discretos amigos y profesores,
    donde expone el plan de su obra. Adopta el mismo orden del Sexto de
    las Decretales, del cual es autor Bonifacio VIII, En el margen
    hay algunas notas del tiempo en que se escribió el Códice y de
    igual letra; además se ven otras notas de época posterior.
    Según
    hemos dicho, le faltan algunas hojas; mas por el título con que
    concluye se puede deducir lo que hay de menos. El último título es
    el que trata de los privilegios; de privilegiis. Después de
    este, que es el de número séptimo del libro quinto de la Colección
    de Bonifacio VIII, aún hay cinco títulos hasta el doce que trata de
    verborum significatione. Esto sin contar las Reglas del
    derecho que siguen, y que también forman parte de la colección de
    dicho Papa.






    domingo, 17 de octubre de 2021

    CAPMANY.

    CAPMANY.


    Como
    esta memoria fue la primera obra con que apareció Guillermo Forteza
    en el mundo literario, no es por demás la inserción del acta de la
    sesión pública que celebró la Academia de Buenas Letras de
    Barcelona
    , en 2 de Noviembre de 1856, para la adjudicación del
    premio ofrecido por la docta corporación al mejor trabajo sobre el
    ilustre filólogo; y el oficio con que participó su triunfo al autor
    premiado. Dicen así estos documentos:


    «Sesión
    pública del 2 de Noviembre de 1856. - Abierta la sesión a las 12
    1/2 de la tarde bajo la presidencia del Exmo. Señor Gobernador de
    la Provincia
    , y con asistencia del Exmo. Sr. Regente de la
    Audiencia territorial, del M. I. Sr. Alcalde Constitucional y una
    Comisión del Exmo. Ayuntamiento, del M. I. Sr. Rector de la
    Universidad, de varias Comisiones de las Corporaciones literarias y
    científicas de esta capital, y del mayor número de SS. Académicos,
    el Vice-presidente de la Academia expresó que el objeto de la sesión
    era el de dar cuenta de los trabajos de aquella desde el 2 de julio
    de 1842 y del resultado del curso abierto con el programa de 22 de
    diciembre de 1853 у la entrega del premio adjudicado al autor
    de la Memoria que lleva por epígrafe: Tan bello es morir por la
    patria, como útil vivir por ella
    , considerada como digna del
    ofrecido para el mejor juicio crítico de las obras de D. Antonio de
    Capmany y de Montpalau.


    Acto
    continuo el infrascrito Secretario pasó a leer la reseña de los
    trabajos de la Corporación; abriéndose, después de terminada la
    lectura, el pliego que contenía el nombre del autor de la Memoria
    premiada, que resultó ser D. Guillermo Forteza, y quemándose los
    pliegos que contenían los nombres de los Autores de las otras no
    premiadas. En seguida el Secretario 2.° de la Academia D. Pedro
    Codina, leyó algunos fragmentos del trabajo que ha sido objeto del
    premio, y la sesión se cerró con algunas breves palabras que el
    Exmo. Sr. Presidente dirigió a la Corporación, dándole gracias por
    la presidencia de este acto que le había conferido.
    El
    Secretario I.° - Manuel Durán (Duran) y Bas.»


    «
    Academia de Buenas Letras de Barcelona. - Habiéndose procedido en el
    acto de la sesión pública celebrada por esta Academia en el día de
    hoy a abrir el pliego que contenía el nombre del autor de la Memoria
    en que se hace el juicio crítico de las obras de D. Antonio de
    Capmany y de Montpalau y estaba encabezada con este lema:
    Bello
    es morir por la patria, pero es más provechoso vivir por ella
    (arriba: Tan bello es morir por la patria, como útil
    vivir por ella
    ), en razón a haber sido declarada en sesión
    de 17 de Junio último acreedora al premio ofrecido en el programa de
    22 de Diciembre de 1853, ha resultado contener el nombre de V.


    Lo
    que, con remisión del título que le acredita como Socio honorario
    de la Academia, tengo el honor de participar a V. para su
    conocimiento y satisfacción.


    Dios
    guarde a V. m. a. - Barcelona 2 de Noviembre de 1856. - M.
    Duran y Bas, Secretario I.° - Sr. D. Guillermo Forteza
    (22-12-1853, 2-11-1856. Casi 3 años de diferencia)



    ___



    CAPMANY.


                    Tan
    bello es morir por la patria, como útil vivir por ella.


    Entre
    la muchedumbre de varones esclarecidos que en todos tiempos se han
    consagrado al cultivo de las artes y ciencias, obsérvanse dos clases
    muy distintamente caracterizadas. Ingenios hay cuyo único móvil es
    la gloria. Girasoles de este astro vivificador, se agostan enfermizos
    cuando su resplandor no los inunda; pues su fuerza, más que en ellos
    mismos, reside en el aplauso ajeno. Si están encariñados por sus
    trabajos intelectuales, tan sólo es porque les sirven de hincapié
    para llegar al objeto de sus constantes aspiraciones. ¡Lastimoso
    extravío, que pone muchas veces a merced de la multitud antojadiza
    el porvenir de un talento elevado!


    Hay
    otra rara y nobilísima clase de ingenios que sacrifican a la
    popularización de ideas provechosas y fecundas su vida entera y
    hasta su genial inclinación a la gloria. Aman el sacerdocio de la
    verdad o de la belleza artística, no cual honroso paliativo para
    disimular una frenética sed de elogios, sino por lo que vale en sí,
    por ser, después de la virtud, la misión más digna del hombre, la
    que hace brillar con más tersura el sello divino impreso en su alma.
    El galardón más soberano que apetecen es aquella tan escondida y
    regalada fruición, manantial de fuerza y dulzura que brota entre las
    asperezas del trabajo y del deber, goce supremo que experimentamos
    cuando contribuimos con todo el lleno de nuestras facultades a
    realizar las altas miras de la Providencia sobre la humanidad.
    ¿Qué
    les importa que ciña laurel sus sienes o adorne su tumba? La
    desdeñosa indiferencia de sus contemporáneos no los retrae de sus
    estudios favoritos; el incienso popular no los desvanece ni engríe.
    Viven sin conocer apenas las embriagadoras emociones de la vanidad
    satisfecha, ni el tormentoso anhelo de la vanidad menospreciada que
    se desangra para conquistar la atención y los encomios. Mueren
    tranquilos por haber cooperado con todas sus fuerzas al
    perfeccionamiento moral de la sociedad. A esta última clase
    pertenecía D. Antonio de Capmany (1) y de Montpalau.


    Oriundo
    de una familia cuya casa solariega radicaba en Gerona, nació en la
    capital de Cataluña en 24 de noviembre de 1742. Después de haber
    seguido los estudios de humanidades y lógica en el colegio episcopal
    de la misma ciudad, el recio temple de su alma le movió a seguir
    temprano la carrera militar. Llegó al grado de subteniente de tropas
    ligeras de Cataluña, hallándose en la guerra de Portugal de 1762.
    Solicitó y obtuvo su retiro en 1770, contrayendo después matrimonio
    en la villa de Utrera, y entregándose a sus anchuras al cultivo de
    las letras con aquella portentosa tenacidad y nunca desfalleciente
    ardor que hicieron de su vida una preciosa cadena de tareas
    literarias. La fama de su talento y erudición indujo a las academias
    de Barcelona (II) y Sevilla a nombrarle su socio, y a la Real de la
    Historia su secretario perpetuo en 1790. Si bien algunos aseguran que
    Campany viajó por Francia, Italia, Alemania e Inglaterra; el
    respetable D. Manuel Milá opina (*) que dicha suposición es
    inverosímil, “pues ningún recuerdo personal, relativo a estos
    países, se halla en sus diferentes obras, lo que, atendido su
    carácter y su manera de escribir, no es compatible con la realidad
    de dichos viajes. “
    (*) Capmany, art. I.° publicado en el
    Diario de Avisos de Barcelona del 20 de junio de 1854.

    En
    1808 se fugó de Madrid abandonando todos sus intereses, y hasta su
    mujer y nuera, para no contemporizar con el gobierno usurpador.
    Asistió a las célebres Cortes de Cádiz en calidad de diputado
    por Cataluña
    , y a pesar de dirigir en pocas ocasiones la palabra
    al congreso nacional, brilló en estas por su ardiente amor patrio y
    la vigorosa ingenuidad de sus opiniones (*).
    (*) Si bien firmó
    la célebre carta política del año 12, no debió intervenir muy
    directamente en su redacción, si es cierto lo que cuentan que
    preguntado acerca del mérito de aquella, contestó: «sólo un
    requisito le falta, estar escrita en castellano




    Atacado
    de la peste murió en Cádiz en noviembre de 1813 (III).
    Sus
    cenizas han reposado en aquella ciudad hasta que recientemente han
    sido trasladadas a Barcelona.
    ___


    No
    era el ilustre barcelonés una de aquellas inteligencias sublimes y privilegiadas que, ora personifiquen las tendencias y
    aspiraciones del siglo en que resplandecen, ora con indomable
    voluntad se opongan a su inmenso empuje y preponderancia, son siempre
    las columnas de fuego que guían a la humanidad por los desiertos del
    mundo moral. Modesto soldado del pensamiento, pertenecía sí a esa
    numerosa falange de ingenios ágiles y activos que, siempre
    prontos a preparar el terreno para la aclimatación de las ideas,
    siempre a la vanguardia de la ilustración, constituyen la verdadera
    fuerza intelectual de las naciones.


    Una
    sed insaciable de investigaciones eruditas, el deseo de popularizar
    nuestra literatura, y aquel su paciente amor al idioma castellano,
    fueron los móviles secundarios que impulsaron a Capmany a enriquecer
    las letras españolas con tantas producciones, a cual más
    importante. Su móvil principal, la savia de su existencia como
    hombre y como escritor, fue la más grande y heroica de las pasiones:
    el patriotismo.


    Sus
    producciones, dirigidas unas veces a desenterrar el glorioso pasado
    de nuestra nación, otras a labrarla un porvenir literario, algunas a
    defender su independencia política y social, todas tienden a
    coadyuvar a su perfeccionamiento y regeneración. Por esto las
    producciones de Capmany, hasta las menos perfectas, tienen
    incontestables títulos a la simpatía y gratitud de los españoles.


    Antes
    de recorrerlas indicaré las cualidades exclusivamente literarias que
    caracterizan a nuestro escritor.


    La
    que más descuella es cierta energía que alguna vez raya en
    aspereza. La expresión nervuda de sus conceptos participa en gran
    manera de la franqueza brusca que constituye la base del castizo
    carácter catalán (IV).
    (muy aragonés, por cierto)


    Tan
    briosa robustez se armoniza muchas veces con aquella gallarda soltura
    que tan bien sienta a la frase castellana. Entonces la de
    Capmany puede servir de modelo.


    Distínguese
    también nuestro autor por la transparencia de los conceptos
    límpidamente reflejados en su estilo. La falta de tan preciosa
    cualidad arguye por lo común una concepción incompleta. En efecto:
    a muchos se les antoja lumbre clara y distinta cierta luz crepuscular
    que asoma en el espíritu y anuncia el nacimiento de una idea. Por
    esto la huella nebulosa que imprimen en su estilo corresponde a la
    oscuridad de su mente.


    El
    lenguaje de Capmany se recomienda por la pureza y la propiedad, dotes
    ambas esenciales a todo buen hablista. Encuéntrase desnudo de
    provincialismos, de calificativos inútiles; y los epítetos suelen
    ser excogitados con sumo acierto. Su clausulado puede servir, en
    general, de turquesa para modelar el que hoy día cuadra a los
    escritores castellanos. Tan distante de aquella vana pompa y
    numerosidad (indicio no pocas veces de una concepción macilenta y de
    un juicio flojo e inseguro) como de una exagerada sequedad, Capmany
    concilia la holgura de nuestro idioma con lo pronunciado y
    vigoroso del pensamiento.


    Procuraremos
    examinar las obras del esclarecido barcelonés
    con una detención proporcionada a su importancia y mérito,
    deslindando para proceder con más orden, los caracteres literarios
    que descuellan entre la multiplicidad de asuntos que ejercitaron su
    flexible ingenio, agrupando bajo estas diferentes secciones sus
    escritos principales. Consideraremos pues a Capmany, bajo los
    distintos aspectos de filólogo, crítico, humanista, historiador y
    satírico.




    CAPMANY
    FILÓLOGO.


    Dotado
    el insigne catalán (catalán; en el original no ponen
    tilde en an, on, pero sí en exámen
    ) de un espíritu
    pacientemente observador y en extremo analítico, las investigaciones
    filológicas llamaron muy pronto su atención. Las suyas
    versan generalmente sobre el examen comparativo de las
    lenguas castellana y francesa, cuyos más recónditos secretos
    poseía (y por supuesto, de la lengua occitana, de la cual el catalán es uno más de sus dialectos). Pocos han sabido como él
    caracterizar con tamaña lucidez la índole respectiva de
    ambos idiomas, ni amenizar con tan felices rasgos de ingenio y
    tanta familiaridad de estilo la natural aridez de tales trabajos.
    Esta rara y envidiable manera de tratar los asuntos científicos, tan
    distante del tecnicismo presuntuoso, con que muchos rodean de
    espinas las nociones más triviales, es uno de los caracteres
    distintivos de nuestro sabio.


    Al
    recorrer sus escritos filológicos procuraré al mismo tiempo indicar
    la filiación de los mismos.


    El
    primero de ellos en el orden cronológico es la obra intitulada:
    Discursos analíticos sobre la formación y perfección de las
    lenguas y sobre la castellana en particular. - Madrid, 1776. Está
    dividida en cuatro partes. La primera trata del origen de las
    lenguas; la segunda del de la española; en la tercera manifiesta el
    autor la imperfección de nuestro idioma; y en la cuarta sus
    buenas cualidades gramaticales y su preferencia en este punto a otros
    idiomas vulgares y, particularmente, al francés.


    Concentremos
    nuestra atención en el párrafo tercero de este importante trabajo;
    pues en él resalta una idea capital muy en contradicción con otras
    vertidas por Capmany en obras posteriores. En efecto: encarece aquí
    el vuelo sublime que tomó el idioma desde que estrechó
    sus lazos de familiaridad con el francés, al paso que en
    otros escritos satiriza virulentamente el excesivo roce de ambas
    lengua
    s. Encomia el nuevo lustre que ha recibido el castellano
    con el caudal de voces científicas, compuestas y naturales que ha
    adoptado de día en día; mientras en otras producciones se declara
    purista intolerante y hasta exagerado. En fin; asegura que el estilo
    se ha reformado prodigiosamente desde que los traductores han
    tenido la noble libertad de valerse de ciertos rasgos brillantes y
    expresivos de otra lengua para hermosear la nuestra;
    siendo así que en escritos más modernos ahínca en abogar por la
    forma de los prosadores antiguos.
    Fácil explicación tiene esta
    disonancia de ideas. Procuraré darla en algunas sencillas
    observaciones.


    La
    generalidad de los prosistas nacionales anteriores a la memorable
    restauración literaria inaugurada en tiempo de Carlos III, adolece
    de dos vicios intelectuales contrapuestos que se han sucedido en la
    historia de las letras españolas con notabilísimo menoscabo de la
    precisión el uno, y de la claridad el otro.
    La mayoría de los
    escritores en prosa que florecieron antes del reinado de Felipe IV,
    cuidaron menos de inocular en la lengua española los elementos
    lógicos de precisión y exactitud, que de comunicarle nervio,
    gracia, esplendidez y armonía.


    De
    aquí, cierta frecuente indecisión en los conceptos, que flotan en
    el fondo de un estilo enturbiado, cual los objetos que, reflejándose
    dentro de las olas inquietas, se truncan y embrollan. De aquí, el
    empeño de parafrasear hasta lo infinito la idea más trivial. De
    aquí, finalmente, su verbosidad enojosa.


    Bajo
    el reinado de Felipe IV privó entre los prosistas otro vicio opuesto
    al indicado. El afán de amplificar y desleír los pensamientos
    trocose en una jactanciosa manía de concentrarlos y exprimir
    su quinta esencia. Empeñáronse aquellos escritores en
    martirizarlos ahogándolos dentro de una frase breve y sentenciosa;
    y, queriendo expresar en estilo sustancial y conciso pensamientos a
    menudo insustanciales y faltos de precisión, se esforzaron por
    aclimatar en nuestro idioma la construcción latina.
    Semejante sistema, autorizado ya, entre otros, por Fray Luis de León
    en sus Nombres de Cristo, sólo es perdonable en escritores tan
    profundos y nutridos como el inmortal ingenio citado; pero no podía
    menos de ser altamente ridículo, cuando contrastaba con la pobreza
    intelectual de muchos que lo empleaban.
    (Ver los cent noms de
    Deu, de Ramón Lull)


    Posteriormente
    los ingenios enfermizos del tiempo de Carlos II, a fuerza de
    monstruosidades inconcebibles, lograron oscurecer las brillantes
    tradiciones del idioma nacional, convirtiéndolo en una
    jerigonza (gerigonza en el original) bárbara, que se conservó
    como lenguaje oficial de los sabios de la época hasta
    promediar el siglo pasado.


    Los
    esclarecidos restauradores de las letras españolas conceptuaron
    juiciosamente que para levantar la prosa castellana de la
    abyección en que yacía, era necesario introducir en ella orden,
    rigurosa precisión, exactitud y claridad.
    Para ello procuraron
    armonizar en lo posible la castiza frase de nuestros prosistas
    clásicos, tan esbelta, rozagante y agraciada, con la severidad
    lógica, con el método y precisión de otra lengua culta que
    brilla por tan excelentes cualidades. En efecto: el idioma
    francés
    , cultivado por tantos ingenios extraordinarios y
    profundos pensadores, constante objeto de los trabajos filológicos
    de sabios preceptistas, si no el más rico de los idiomas
    vulgares
    , se adapta a todas las exigencias del pensamiento, al
    paso que se muestra más rebelde que el español a los
    monstruosos caprichos de ingenios extraviados.


    Capmany,
    profundo conocedor de las necesidades literarias de su siglo,
    aplaudió como beneficiosa y fecunda la discreta familiaridad del
    francés con el castellano. Identificado con los esfuerzos de
    ilustres contemporáneos suyos para regenerar las letras patrias,
    acogió con entusiasmo, si bien con escasa previsión, el estilo
    natural, fluido y metódico, lleno de solidez, nobleza, y de una
    simple majestad, de algunos escritores de su tiempo.


    Séame
    lícito dislocar en cierto modo el discurso para dar razón de una
    obra importante cuyo objeto fue coadyuvar al logro del proyecto
    arriba indicado. Intitúlase: Arte de traducir el idioma francés al
    castellano, con el vocabulario lógico y figurado de la frase
    comparada de ambas lenguas. - Madrid, 1776. Reimpreso en Barcelona,
    año de 1825, en la imprenta de J. Mayol.


    En
    el prólogo discurre el autor con notable tino sobre los achaques
    comunes a los traductores y la dificultad de traducir
    con acierto, y explica tres caracteres que combinados forman el
    general de un idioma.


    El
    Arte de traducir se halla dividido en cuatro párrafos. Es el
    primero un Compendio de las partes de la oración francesa. El
    segundo contiene un Vocabulario lógico y figurado de los idiotismos
    de la lengua francesa. El tercero comprende un Diccionario de nombres
    gentiles, y el cuarto, otro de nombres personales.


    Desnuda
    de altas pretensiones teóricas, esta obra tiene una imponderable
    utilidad


    práctica,
    como también el mérito de haber sido la primera en su clase. Inútil
    y hasta injusto fuera, pues, empeñarse en escrupulizar acerca de su
    importancia filosófica, pues Capmany al componerla no se propuso dar
    un curso completo de español y francés comparados,
    sino subvenir a las necesidades más perentorias de los traductores.
    Al intento excogitó los principios más esenciales del francés,
    para dar una idea bastante clara de su sintaxis, extendiéndose más
    en la parte práctica que tiene por objeto el carácter moral
    de aquella lengua.


    Dos
    causas primordiales pueden haber dado nacimiento al Arte de traducir
    el francés al castellano
    : o el deseo de levantar al último de
    la postración en que yacía, inoculándole los elementos lógicos
    del primero; o el de capitular con este, y, en la imposibilidad de
    poner coto a su fuerza expansiva, evitar al menos que con su excesivo
    roce bastardease la lengua española. A esta opinión parece
    acercarse la del Sr. Milá. «Tampoco se ha de creer, dice, que viese
    (Capmany) con ojos indiferentes la avenida de galicismos que
    ya entonces la amenazaban (a la lengua española) pues el mismo año
    (1776 en que dio a luz sus Discursos analíticos) publicó su Arte de
    traducir el idioma francés.» (*)
    (*) Capmany, art. 2.°, Diario
    de Avisos del 29 de junio de 1854.




    A
    pesar del profundo respeto que me inspira el eminente crítico
    citado, es, en nuestro humilde sentir, más natural atribuir a la
    primera causa la publicación de esta obra. Pues no sólo parece
    increíble que en un mismo año variasen tan radicalmente las
    opiniones de su autor, sino que en parte alguna de aquella hiciese
    mérito de tan importante cambio. Mucho me afirman en esta idea la
    franqueza característica de nuestro escritor, su espantadizo amor al
    idioma patrio, y, finalmente, la energía que le distinguió
    al combatir en varias ocasiones la irrupción de galicismos que
    sucedió a los delirios culteranos. El trabajo filológico
    donde empieza Capmany a mostrarse hostil al francés, a encarnizarse
    contra sus cualidades gramaticales y a deplorar la dañina plaga de
    traductores jornaleros, es en las Observaciones críticas
    sobre la excelencia de la lengua castellana. En este escrito,
    joya de inestimable precio, y que da especial valor a una obra que
    pronto examinaremos, comienza Capmany trazando una sucinta pero
    completa historia del romance de Castilla, parangonándole
    con los idiomas francés, inglés e italiano. Partiendo
    después de una sabia clasificación, desentraña el mecanismo de la
    lengua española, y da cuenta de las vicisitudes que ha
    sufrido hasta llegar a su perfección.


    Obsérvese
    ahora cuánto dista el lenguaje que emplea Capmany en esta
    notabilísima producción, del que usa en sus Discursos analíticos.
    En sus observaciones dice:


    «¿No
    es la lengua francesa la más rigurosa en sus reglas, la más
    uniforme en su sintaxis, y la más embarazada en su frase? Para
    traducir la energía, rapidez y libertad de las lenguas antiguas, es
    muy pesado y pobre instrumento un idioma tan difícil de manejar, tan
    ingrato, tan trivial, y tan sujeto a las anfibologías, cuya
    universalidad moderna podrá deberla a causas políticas, mas no a
    los encantos de su melodía, a la gracia de sus sales, ni al primor y
    variedad de sus dicciones.


    Esta
    lengua universal, porque se ha hecho el idioma vulgar de las artes y
    ciencias, ¿dónde tiene la valentía de las imágenes, dónde la
    gala de las expresiones, dónde la pompa de las cadencias? A pesar de
    su corrección, pureza, claridad, y orden (que mejor se diría
    esclavitud gramatical), nada tiene del carácter épico, nada del
    número oratorio, por causa de sus vocales mudas, de sus sílabas
    mudas y sordas, de sus términos mudos, sordos y mancos alguna vez,
    de sus terminaciones agrias, de sus monosílabos duros, y de su
    arrasada y atada construcción, que no admite las transposiciones del
    español, del italiano y del inglés. Véase qué redondas y sonoras
    palabras son estas: aïeux abuelos, poulx pulso, oeuf huevo, eaux
    aguas, airs aires, flots olas ú ondas, lacs lagos, nud
    desnudo, riscs riesgos, cours cortes, muet mudo, soins cuidados,
    poids peso, milieu medio, y así de otras innumerables. (ahora vas
    y las comparas con el occitano, o su dialecto catalán
    )


    Además
    de la aspereza material de las palabras, está desnuda de las
    imitativas, que hacen tan exacta y viva la representación de los
    accidentes exteriores, y movimientos de las cosas animadas e
    inanimadas. Está pobre de voces compuestas, y por consiguiente
    carece de toda la energía y fuerza que comunican a la expresión las
    ideas complexas. Carece de aumentativos y diminutivos, que bajo de un
    aspecto inverso modifican con tanta variedad y fina gradación una
    misma idea general. Padece también la escasez de verbos
    frecuentativos e incoativos, cuyas finezas enriquecen y agilitan
    tanto una lengua para señalar y exprimir las ideas parciales y
    secundarias. Estas sí que son nuances (por hablar en francés
    filosófico) de que carece esta lengua de los filósofos, y abunda
    con maravillosas diferencias y delicadezas la española. Por
    último ¿qué diremos de la colocación tímida e infantil de las
    palabras (llámenlo los franceses orden natural), que andan como
    arreatadas unas tras otras? Y para que no se descaminen o desaten,
    han tenido la precaución sus gramáticos y padres de la lengua de
    afianzarlas con frecuentes ligaduras de pronombres, artículos, y
    partículas, que a toda oreja delicada han de ofender y aun lastimar
    forzosamente; si ya no fuese la de aquel alemán que hallaba en
    nuestra lengua muy fuerte la pronunciación de Maldonado, y de
    Rodríguez, y dulcísima la de Musschenbroeck, y de Schurtzfleisch.


    La
    riqueza de voces de la lengua francesa, no es tanto caudal propio
    suyo, que debe estar cifrado el ingenio de una nación en el modo de
    ver y sentir las cosas, cuanto un tesoro adventicio y casual del
    cultivo de las artes y ciencias naturales. Esta será la razón
    porque el vulgo en Francia no se explica con tanta afluencia de
    palabras, variedad de dichos y viveza de imágenes como el vulgo de
    España; ni sus poetas (porque en poesía no se admite el vocabulario
    de los talleres y de los laboratorios) son comparables con los
    nuestros en la abundancia, energía y delicadeza de expresiones
    afectuosas y sublimes pinturas que varían al infinito.»


    Algunas
    páginas después dice: «La multitud de libros franceses que de
    treinta años acá han inundado todas nuestras provincias y ciudades,
    al paso que nos han ido comunicando las luces de las naciones cultas
    de Europa, y los adelantamientos que han recibido las artes, las
    buenas letras, y las ciencias naturales, abstractas y filosóficas de
    un siglo a esta parte; nos han también deslumbrado con su novedad y
    método, y más aún con la brillantez y limpieza del estilo, que es
    todo del gusto de los autores, y no del genio y primor del idioma.


    Esta,
    digámosla fascinación, ha cundido con tanto poder, que ha logrado
    resfriar el amor a nuestra propia lengua, cuya pureza y hermosura
    hemos manchado con voces bárbaras y espurias, hasta desfigurar las
    formas de su construcción con locuciones exóticas, oscuras, e
    insignificativas, disonantes y opuestas a la índole del castellano
    castizo. La comezón general por traducir sin elección, en algunos;
    y en los más la comezón por comer, que no sufre espera, junta con
    la impericia de casi todos los traductores que hasta hoy han querido
    hacerse instrumentos para comunicar al público la instrucción
    extranjera; son la principal causa de la lastimosa degeneración que
    en estos últimos años iba experimentando nuestra lengua.»


    Los
    trabajos lingüísticos que acabo de recorrer fueron tan sólo
    preludios de una obra que debía poner el sello al renombre de
    filólogo tan temprana y justamente conquistado por Capmany.


    En
    el prólogo del Arte de traducir el francés al castellano había
    reconocido ya nuestro autor la necesidad en España de un buen
    diccionario que facilitase la inteligencia de ambos idiomas. Más
    tarde, aquel alma encendida en amor patrio, ruborizóse por su nación
    de que la arrogante y desdeñosa literatura francesa, no satisfecha
    con avasallar el gusto de nuestro país, se atreviese a tocar al
    sagrado de su lengua. Entonces, con la abnegación heroica que le
    caracterizaba, dedicó nuestro autor seis años de tenaces
    investigaciones a la formación de un Nuevo diccionario
    francés-español, que publicó en Madrid en la imprenta de Sancha,
    año de 1805.


    Los
    vocabularios de Cormon y de Gattel, entonces los más vulgarizados en
    España, se hallaban plagados de inexactísimas definiciones, de
    palabras inútiles y de voces y construcciones afrancesadas. Capmany
    los examinó vocablo por vocablo, desbrozolos de todo lo
    impertinente, los enriqueció con un caudal copioso de modismos
    nacionales y expresiones del lenguaje familiar, dando, con exquisita
    y paciente minuciosidad, una forma lógica, breve, correcta y castiza
    a las definiciones y correspondencias castellanas.


    Lo
    que llama particularmente la atención en esta obra inestimable es
    sin duda el prólogo. En él reproduce Capmany sus epigramas contra
    la riqueza adventicia y casual del idioma francés, los relumbrones
    metafísicos, tan comunes entre los crítico-humanistas de aquella
    nación a mediados del siglo XVIII y a comienzos del presente;
    y, en fin, recalca sobre otros temas desarrollados con singular
    acrimonia en sus Observaciones críticas sobre la excelencia de la
    lengua castellana.


    Es
    también muy de notar en este bellísimo prólogo, la manera digna,
    ingenua y natural con que Capmany juzga su obra: tan distante de la
    vanidad descocada como de la hipócritamente modesta. Por fin, la
    profundidad de observación analítica se hermana en aquel trabajo
    con una agilidad, nervio y desembarazo de estilo, que le comunican
    singular hermosura.


    El
    último escrito filológico de nuestro autor fue un excelente
    artículo sobre la propiedad de la dicción, que se halla en las
    ediciones inglesa y gerundense de su Filosofía de la elocuencia.
    Después de hablar de los sinónimos y de las palabras facultativas y
    anticuadas, vuelve a su antiguo tema sobre la irrupción de
    galicismos, combatiéndola con cierto esfuerzo fatigado y más
    tristeza que energía. «Si los hombres cuerdos y juiciosos, dice,
    que conocen el valor y lustre del idioma no se esmeran, como lo
    muestran ya algunos, en reparar este daño, vendrá una época en que
    no alcanzará el remedio.»



    El
    mérito e importancia de los escritos mencionados colocan
    indudablemente a Capmany en un lugar muy distinguido entre los
    filólogos españoles.





    CAPMANY
    CRÍTICO.


    Su
    mérito como tal estriba en el Teatro histórico crítico de la
    elocuencia española, impreso por Sancha en Madrid, 1786 y 1794; y
    por Juan Gaspar en Barcelona, año de 1848 (V).


    Esta
    obra debe su importancia no sólo a su indisputable bondad
    intrínseca, sino a la gloria de haber despertado la afición a la
    literatura y lengua nacionales, relegada la una, en su mayor parte,
    al olvido, por un espíritu servil de imitación extranjera, y
    lastimosamente bastardeada la otra por su íntima familiaridad con el
    idioma del reino vecino.


    En
    las últimas décadas del siglo pasado empezó a inundarse la nación
    española de traducciones desmañadas, que tendían a desnaturalizar
    la índole de su lengua. En el vulgo de los escritores dominaba el
    mismo empeño en afrancesar sus ideas, que todo el país mostraba en
    afrancesar sus costumbres, sus instituciones, su vida política y
    social. Cierto que no debía España cerrar sus puertas al torbellino
    de ideas que desde Francia arremolinaba el mundo. Cuando un país,
    empero, utiliza el tesoro moral de otras naciones, debe imprimir en
    él un sello de propia originalidad. De lo contrario, las literaturas
    se precipitan paulatinamente en una postración lastimosa, cuyas
    señales infalibles son: carencia de fisonomía en los pensamientos,
    y monstruoso barroquismo en la forma. Tampoco pueden anatematizarse
    sin restricción todas las modificaciones que ha sufrido el habla
    castellana rozándose con la francesa. El más quisquilloso purista
    debe confesar que ha ganado aquella en concisión y método lo que ha
    perdido en armonía y gala. Pero la muchedumbre de traductores
    jornaleros, no tanto procuró apropiarse dicciones más en
    consonancia con las modernas exigencias de la lógica que los
    recursos habituales de nuestro idioma, como contribuyó a injertar en
    la sintaxis castellana otra completamente distinta.


    Aquellos
    ilustres literatos españoles que por fortuna escaparon al contagio
    general, no podían mirar impasibles los estragos que causaba.
    Mancomunaron sus esfuerzos, y mientras unos restauraban la poesía,
    otros restituían a la prosa castellana su carácter indígena, su
    dignidad y esplendor.


    El
    modo más acertado, si bien arduo y costoso, de abrir el apetito a
    los españoles para que saboreasen la elocuencia y castiza dicción
    de nuestros clásicos, era excogitar con discernimiento minucioso y
    acrisolado las bellezas de que abundan, facilitando su estudio por
    medio de una crítica desapasionada.


    Inútil
    me parece, de todo punto, encarecer el inmenso trabajo que tal
    empresa requería. Pero a Capmany no le arredraban las dificultades.
    Examinó página por página las obras de nuestros prosistas;
    engolfose en áridas lecturas a caza de un rasgo feliz, de un pasaje
    de buen estilo, perdidos con frecuencia entre la maleza intrincada de
    reflexiones falsas o triviales, de impertinentes citas y de metáforas
    uniformes. «Los centenares de volúmenes de nuestros prosistas, dice
    el ilustrado Piferrer, que por sus asuntos distintos y por sus
    estilos tan varios abrumarían o espantarían al hombre más
    estudioso, no pudieron retraerle de que de aquella confusión, y casi
    siempre de aquel fárrago, anduviese sacando con diligencia y
    sufrimiento iguales lo poco bueno que de cuando en cuando salía a
    recompensar sus fatigas.» ¡Abnegación maravillosa ! ¡Admirable
    consorcio el del espíritu de Capmany, rebosante de agilidad y
    energía, con su resignada paciencia! Y si al asperísimo trabajo de
    entresacar algunas partículas de oro de tanto oropel, se añade el
    otro, mucho más difícil, de estudiar profundamente aquel largo
    catálogo de autores para formular con aplomo y solidez la
    apreciación de sus cualidades y defectos, y el de acumular noticias
    abundantes acerca de ellos y las ediciones de sus obras, acrece la
    admiración de su laboriosidad.


    Estas
    consideraciones me inducen a examinar el Teatro histórico-crítico
    con alguna detención.


    Encabeza
    el autor su obra con un discurso preliminar, muy notable por el tino
    y madurez de las observaciones de que se halla tachonado y por por su
    estilo donde campean gracia, soltura y vigor.


    La
    opinión de los extranjeros acerca de nuestra literatura nos ha sido
    casi siempre desfavorable.


    Entusiasta
    Capmany como el que más de las letras españolas, no podía mirar
    sin indignación tan injusto como sistemático menosprecio. Sin
    embargo, su buen sentido no le permitía apadrinar en manera alguna
    el culto tradicional que algunos, más celosos que avisados,
    tributaban a los escritores nacionales. En el mencionado discurso
    condena esta preocupación, hija de la ignorancia.


    Expone
    luego las causas que en su concepto producen el común desvío que se
    observa hacia la mayor parte de prosistas castellanos. Tales son: su
    verbosidad, su desatinada ortografía, y aquel lujo de indigesta
    erudición que, según felizmente dice, «ahogan su estilo y bellos
    pensamientos, como en los años de muchas aguas ahoga después la
    yerba al trigo.)


    Sin
    desestimar la exactitud de tales observaciones, creo que la escasa
    popularidad de muchos prosistas españoles debe atribuirse a tres
    causas radicales. En primer lugar pocos de ellos han impreso en sus
    obras aquel sello clásico, mezcla preciosa de verdad en el fondo y
    de exquisita naturalidad en la forma, que las hace contemporáneas de
    todos los siglos, y que sobrevive a todas las vicisitudes literarias.
    Contribuye en gran manera a esta falta, la poca felicidad de muchos
    en la elección de materias. Por otra parte, en la mayoría de
    nuestros escritores en prosa abundan las bellezas de estilo al par
    que escasean la variedad y originalidad en los pensamientos, que a
    menudo pertenecen, menos a su caudal propio, que a un cierto modo de
    discurrir, oficial, por decirlo así, de su tiempo.


    Pasa
    en seguida Capmany a recorrer las fases y varia fortuna de la
    elocuencia de España, Italia, Francia, Inglaterra y Portugal. Con
    suma concisión y viveza, con estilo que se engrandece al compás del
    asunto, con excelente criterio, y, en algunos pasajes, con un calor
    muy cercano de la elocuencia, examina los oradores de aquellas
    naciones. Una erudición cuerda, una concisión tanto más difícil
    cuanto que reduce en un sucinto cuadro vastas proporciones; y, por
    fin, su lealtad en indicar las fuentes donde había bebido al juzgar
    la oratoria extranjera, son las principales dotes que dominan en este
    discurso preliminar, digno del examen más detenido y concienzudo.


    Viene
    después un curiosísimo capítulo, que inspiraron a Capmany sus
    frecuentes correrías por la Mancha, las Andalucías, Murcia y
    Estremadura (Extremadura; el nombre viene del verbo estremar :
    pastar el ganado
    ). Es un arranque de españolismo que raya en
    candidez, como dice atinadamente el Sr. Milá. Chispean en él
    innumerables rasgos de festivo y garboso decir. Pudiera, es verdad,
    tildarse de acre y descomedida alguna expresión alusiva a los
    pueblos extranjeros, si no fuese parte a disculpársela su ardiente
    amor patrio, fuego que no pocas veces empaña la razón. Siguen las
    observaciones críticas arriba mencionadas.


    Ilustrado
    suficientemente el juicio del lector con el examen analítico de la
    organización del castellano, entra Capmany de lleno en la
    apreciación de nuestros prosistas, desde los preludios de aquel en
    el siglo XIII, hasta su decaimiento en el XVII.


    Los
    escritores críticos pueden agruparse bajo una clasificación
    fundamental. Los hay que desmenuzan pacientemente una obra; y,
    enamorados con exceso de sus pormenores, ho aciertan a justipreciar
    en globo su espíritu y tendencias generales. Este proceder analítico
    adolece de mezquino y estrecho en su esencia, y de minucioso en su
    aplicación. Otros, al contrario, desdeñando las apreciaciones
    detalladas por rastreras y pueriles, examinan sintéticamente las
    dotes de un autor, y con miras más altas, con más vasto plan,
    buscan el enlace histórico y filosófico de las obras con el
    espíritu general de su época, y sus relaciones con la belleza
    literaria.


    Excelente
    escuela crítica, si no pecase a menudo de vaga y paradojal
    (paradójica), si fuese menos ocasionada a convertir sus
    juicios en abstracciones, si su objeto principal no le sirviese con
    frecuencia de pretexto para formular teorías más deslumbradoras que
    certeras y aplicables.


    Ni
    la educación literaria de nuestro autor ni la índole de su obra le
    permitían emplear este último proceder crítico en toda su
    elevación filosófica.


    Sin
    embargo, no se puede dudar que ha generalizado las calidades de
    estilo de nuestros clásicos con inimitable seguridad, pulso práctico
    y suma franqueza. En esto sobresale Capmany, pudiéndosele colocar,
    bajo este concepto, en primera línea, no sólo entre los escritores
    nacionales, sino también entre los extranjeros. Su escalpelo crítico
    descarna briosamente la expresión, y penetra hasta sus nervios más
    ocultos y microscópicos. Si bien es verdad, empero, que Capmany no
    se propuso en su Teatro más que apreciar las bellezas de forma de
    nuestros prosistas, como el medio más perentorio de popularizar su
    estudio, no pocas veces involucra en esta crítica de estilo la de
    los pensamientos.


    Las
    apreciaciones más notables que contiene el Teatro son las de
    Granada, León, Mariana y Cervantes.


    Véase
    con qué imagen tan admirablemente exacta pinta Capmany el clausulado
    espacioso y lleno de atajos del primero. «Sufren (los lectores),
    dice, un género de molestia en la detenida lectura de estas
    cláusulas graves y sosegadas y llenas de grandes palabras, que les
    desconsuela y adormece; a la manera de lo que acontece a los
    viajantes por la Mancha llana, que padecen la pena de ver desde que
    salen de la posada, el campanario del lugar a donde han de ir a hacer
    noche.» A pesar de este defecto, bastante común en nuestros
    prosistas antiguos, Granada fue el verdadero creador, y es el
    principal dechado de la grandilocuencia mística española. Capmany,
    que profesaba una especie de culto a aquel escritor, se enfervoriza
    al mencionar sus bellas cualidades; y con pinceladas elocuentes le
    ensalza de esta manera: «(Granada) es en la clase de los místicos
    lo que el célebre Bossuet entre los oradores: un sólo primor de
    estos grandes escritores borra veinte defectos. Jamás autor alguno
    ascético ha hablado de Dios con tanta dignidad y alteza como
    Granada, quien parece descubre a sus lectores las entrañas de la
    Divinidad, y la secreta profundidad de sus designios, y el insondable
    piélago de sus perfecciones. El Altísimo anda en sus discursos como
    anda en el universo, dando a todas sus partes vida y movimiento.
    Cuando se coloca entre Dios y el hombre, esto es, cuando pinta
    nuestra fragilidad y miseria en contraposición de su omnipotencia y
    misericordia; cuando encarece su infinito amor, y nuestra ingratitud
    y rebeldía; es grande, es sublime, es incompatible.»


    En
    el juicio crítico de León es precioso el paralelo que establece
    Capmany entre él y Granada, «por la que puedo juzgar en general de
    la prosa del maestro León, hallo que sus pensamientos son menos
    vagos y comunes que los del maestro Granada, y ciertamente más
    poéticos. Sus símiles también son más propios y expresivos, las
    comparaciones más nobles y adecuadas, y los contrastes estriban más
    en las ideas que en las palabras. En la elocuencia tiene más nervio
    y originalidad que Granada; pero tiene menos redondez, grandiosidad y
    dulzura. Sus pinceladas tienen más colorido, y sombras más fuertes;
    bien que no tanta corrección y asiento. En la grandeza y alteza de
    las ideas son iguales; pero León respira más fuego, y menos
    artificio retórico.


    Sublime
    es también éste como Granada, pero más en las imágenes que en los
    sentimientos. Y como Granada exhortaba, persuadía y reprendía en
    sus escritos, por esto va derecho al corazón del lector: y esta es
    la causa de tener más unción; sobre todo en lo patético, que no
    pertenecía al género de escribir, ni a los asuntos de León. Este
    podía no sentir tanto como Granada; pero pintaba con más vigor lo
    que sentía; y así hablaba más a los sentidos, porque se servía
    más de su imaginación, rica y fecunda. Por último, he advertido
    que la pluma de Granada era más suelta, más ejercitada, y su estilo
    más fácil y suave; pues el esmero particular que confiesa el mismo
    León que puso en la medida, peso y examen de cada palabra, se había
    de sentir después. Sin embargo, a pesar de este cuidado, únicamente
    consiguió dar cierto número y colorido a las frases; porque sólo
    Granada fue criador de la armonía y elegancia castellana.»


    Obsérvese
    de paso cuánto dista el concienzudo paralelo transcrito de la manera
    como solían comparar a los autores los críticos franceses
    contemporáneos de Capmany. Sus parangones, relumbrantes mosaicos de
    antítesis simétricamente incrustadas, más son deleite para el
    ingenio que provecho para el juicio. En nuestro escritor nada de
    comparaciones vagas, nada de abrillantamiento. Su crítica es sobria
    de colores retóricos, clara, sesuda y vigorosa. La apreciación de
    Mariana es la más briosamente escrita de la obra que me ocupa. Con
    una sola pincelada caracteriza Capmany el estilo de nuestro
    historiador. «No por esto carece su estilo, dice, de cierta valentía
    y vigor; bien que las más veces se confunde con un género de dureza
    y aspereza a que han querido algunos dar nombre de precisión. Yo
    mejor Ilamaríalo robustez de carácter; como la de aquellos cuerpos
    membrudos, señalados más por los músculos y nervios que por la
    gentileza y gallardía.»


    En
    el juicio crítico de Cervantes hay cierto tono irreverente, poco
    laudable en un buen español que habla de la mayor gloria de su país.
    Sin llevar el amor patrio a un extremo de ridículo fanatismo, creo
    que hay en cada nación un arca santa de gloriosos recuerdos, que no
    es lícito tocar sin respeto.


    Tampoco
    es para aplaudida la nimiedad con que Capmany enumera los defectos de
    estilo de Cervantes. «¿Quién, dice Piferrer... repara en los
    despojos que arrastra la corriente de un río caudaloso, cuando el
    majestuoso movimiento con que serpentea, el suave sonido y la tersura
    de sus ondas, el verdor y la frondosidad de que viste las márgenes
    cerca y lejos, la vida que desde su nacimiento hasta su fin derrama
    por todas partes, hinchen el alma de bienestar dulcísimo, la
    arroban, o la sobrecogen con cierto temeroso respeto sublimándola a
    otra alteza de ideas y de sentimientos?»


    A
    propósito del malogrado autor de los Clásicos españoles, no creo
    inoportuno advertir que esta inestimable obrita se puede considerar a
    la vez como consecuencia y complemento del Teatro. El detenido
    estudio que Piferrer hizo de esta obra, le inspiró la suya, que si
    no aventaja a la primera en perspicacia observadora, la sobrepuja en
    sentimiento estético, y en regularidad y belleza de forma. Por otra
    parte, llena con noticias copiosas de nuestros escritores del siglo
    XV un vacío notable que ha observado en la de Capmany el Sr. Milá.
    Entrambas producciones, forman una historia crítica completa de los
    prosistas castellanos.


    CAPMANY
    HISTORIADOR.
    --------


    La
    manera más útil de escribir la historia consiste en basarla sobre
    documentos irrefragables, y ponerlos íntegros a la vista del lector
    para que pueda apreciar con exactitud el espíritu general y local de
    los distintos tiempos. Verdad es que este método necesita un grande
    esfuerzo de arte para no rayar en desabrida narración. Pero tampoco
    es ocasionado a extraviar el juicio con paradojas, donde a menudo,
    brilla el ingenio a expensas de la verdad histórica, ni a convertir
    los hechos en esclavos de los sistemas.
    La historia documentada
    requiere además una infatigable diligencia, un espíritu
    instintivamente metódico, y, casi diré, una vocación para esta
    clase de estudios.


    Desconocida
    era en España esta manera tan provechosa como difícil de escribir
    la historia, antes que Capmany diese de ella un grandioso ejemplo con
    sus Memorias
    históricas sobre la marina, comercio y artes de la
    antigua ciudad de Barcelona, impresas en Madrid por D. Antonio de
    Sancha, año de 1779 y 1792.


    No
    contento con haber mostrado las riquezas inagotables de nuestro
    idioma, y, despertado la afición al estudio de sus esclarecidos
    cultivadores, quiso Capmany patentizar las antiguas glorias de su
    país para estímulo nacional y desengaño de la extranjera
    arrogancia.


    El
    objeto de las Memorias fue dar a conocer el gran pueblo barcelonés
    de la edad media, cuya robusta organización, cuya independencia
    democrática
    , cuyo carácter de recio temple y genio laborioso y
    emprendedor, le hicieron capaz de rivalizar en opulencia y poderío
    con las repúblicas más pujantes del Mediterráneo. Capmany,
    armonizando la severidad del relato estrictamente histórico con un
    estilo grave, regular y sostenido, describe el principio y progresos
    de la marina mercante de Barcelona, las crudas y sangrientas batallas
    que sus ejércitos navales sostuvieron con las flotas genovesas, y
    cuanto atañe a su preponderancia marítima en aquellos tiempos.
    Investiga después el origen y progresivo desarrollo del comercio
    antiguo de la ciudad condal, sus relaciones mercantiles con las islas
    y costas del Archipiélago, con las tierras de Romanía, reinos de
    Sicilia, ciudades y puertos de Italia, provincias de Languedoc y
    Provenza; amontonando, por fin, cuantas noticias pueden dar una idea
    clara de su importancia comercial. Resucita después aquella inmensa
    población manufacturera de la antigua ciudad, reorganiza los cuerpos
    gremiales donde tan vivo se mantenía el espíritu de corporación,
    utilísimo para la dignidad del trabajo manual en unos tiempos en que
    era este tan generalmente menospreciado (VI), y hace, en fin, una
    circunstanciada reseña de los diferentes oficios que constituían
    uno de los caracteres más especiales de aquel gran pueblo rebosante
    de vitalidad y energía.


    Ni
    mis escasas fuerzas, ni la premura del tiempo me permiten apreciar
    por completo el valor de una obra tan voluminosa, tan especial, y
    fruto de tan prolijas y concienzudas investigaciones. Basta, empero,
    el sentido común para ver que el mayor mérito de las Memorias
    estriba en su originalidad; pues felizmente dijo don Nicolás de
    Azara, escribiendo al autor desde Roma «que había tenido que
    crearse, por decirlo así, la materia.» En efecto, preciso fue
    caminar sin guía por un laberinto de hechos incoherentes,
    clasificarlos después, generalizarlos, y construir, finalmente, con
    tan distintos materiales un edificio grandioso, donde la regularidad
    y el método resplandecen (VII).


    Para
    dar mayor autoridad y asiento a la narración histórica, recopiló
    el autor en número de más de trescientos sus testimonios
    justificativos. «La presente colección, dice Capmany, es tan rara
    por la novedad de las piezas originales o inéditas que encierra,
    como preciosa por la naturaleza de las materias y asuntos que en ella
    se tratan. Así, se puede afirmar que hasta ahora ninguna nación ha
    dado a la prensa una recopilación de documentos de igual antigüedad,
    y variedad de objetos relativos a la marina, comercio y artes.»


    En
    el tomo tercero de la obra hay algunas consideraciones sobre la
    arquitectura gótica, palpitantes de aquel sentimiento íntimo de la
    belleza que, según otro escritor barcelonés muy profundo e
    intuitivamente estético, hizo a Capmany «superior a su tiempo y
    adivinador de lo futuro:»


    Finalmente,
    si bajo el aspecto histórico pueden considerarse las Memorias como
    el fruto más natural y sazonado y el más glorioso blasón de las
    letras catalanas, son bajo el aspecto del lenguaje y del estilo una
    obra clásica de la moderna literatura española.


    Débense
    a Capmany otras producciones históricas además de la mencionada.
    Tales son: I.a el Compendio histórico de los soberanos de
    Europa (1786). - 2.a La vida del falso profeta Mahoma
    (1792). -3.a 4. El Compendio histórico de la real
    Academia de la Historia de Madrid, que precede al tomo primero de las
    Memorias de esta ilustre corporación (1796). - 4.a Las
    Cuestiones críticas sobre varios puntos de historia económica,
    política y militar, donde amplía algunas especies que se hallan en
    los capítulos IV, V, VI y VII de las Memorias (tomo III): y añade
    otras no menos importantes. En todos estos trabajos campea la
    amenidad en medio de las más áridas materias, en todos abunda la
    vasta erudición de Capmany, el método y las dotes de su dicción
    siempre correcta, castiza y elegante.






    CAPMANY
    HUMANISTA.






    El
    análisis más acabado y bello de elocución prosaica que posee
    nuestra nación, es, a no dudarlo, la obra de Capmany intitulada
    Filosofía de la elocuencia. Sin embargo, el estudio prematuro de
    ella podría traer consigo un inconveniente capital; pues las
    producciones didácticas de esta naturaleza que se ciñen al estilo,
    sólo aprovechan a los escritores que poseen aquel grado precioso de
    sazón, solidez y buen gusto necesarios para no sacrificar el alma de
    una producción literaria a su envoltura.


    Indudablemente
    el hábito de acariciar con exceso la forma en los escritos, no sólo
    conduce a una especie de materialismo literario, sino que funde en
    una turquesa general y uniforme los rasgos característicos y
    especiales de cada escritor. Lo que constituye la verdadera belleza
    literaria es la solidaridad del pensamiento y de su expresión.
    Cuando aquel es brioso y espontáneo, nace siempre vestido de todas
    armas, como diz que nació Minerva del cerebro de Júpiter.
    Indudablemente los principios tradicionales y eternos del buen gusto,
    las reglas esenciales de toda elocución, tienen una influencia
    vivificadora hasta en la misma concepción literaria, y con mayor
    razón en las formas que esta reviste. Mas para que esta influencia
    sea acertada debe coincidir con la incubación intelectual, no
    divorciarse de ella.


    Capmany,
    como la generalidad de humanistas contemporáneos suyos, adolece en
    teoría de sobrado amante de la forma. Este defecto es, en mi humilde
    concepto, el más radical de su Filosofía de la elocuencia que con
    más propiedad pudiera llamarse Filosofía de la elocución.
    Exclusivamente dedicada a desentrañar la estructura material de la
    dicción y del estilo, y a descubrir las riquezas, a menudo baladíes,
    de la exornación oratoria, no revela un verdadero sistema
    filosófico; y las consideraciones estéticas que acá y acullá
    derrama en ella su autor, se encuentran desencadenadas, no sujetas a
    una teoría general. Por otra parte, y a pesar de la intención
    laudable de Capmany para dotar a su patria de un tratado original de
    retórica, su modo de ver en el arte no se eleva en general sobre el
    común de su época. La tendencia más innovadora de su Filosofía
    consiste en haber desembarazado la parte didáctica de reglas
    inútiles que abruman con su peso la memoria, sin esclarecer el gusto
    ni la razón (VIII).


    Lo
    que resalta principalmente en ella es la misma intención que dictó
    a Capmany su Teatro histórico-crítico; esto es, el deseo de poner
    un dique a los galicismos, que desfiguraban la dicción castellana.
    De ahí que su pluma no acierte a despedirse de los escritores
    nuestros, cuyos pasajes de buena prosa traslada y encarece con
    amoroso afán y siempre igual complacencia:


    La
    Filosofía de la elocuencia bajo el aspecto de la forma literaria es
    indisputablemente una de las obras más bellas y artísticas de su
    autor.


    Fue
    impresa en Madrid por Sancha. - (1777), reimpresa con notabilísimas
    modificaciones en Londres. -(1812), y finalmente en Gerona, según
    esta última edición, por Antonio Oliva, impresor de Su Majestad. -
    (1836).


    En
    la reimpresión, Capmany perfeccionó su obra, invirtiendo el orden
    de algunas materias, añadiendo otras, ampliando las más, y
    esclareciéndolas todas con abundancia de ejemplos de autores, en su
    mayor parte nacionales. Las ideas descarnadas de la primera edición
    se hallan en la segunda vestidas, y las frases acicaladas con
    particular esmero; por esto la edición matritense debe considerarse
    como el esqueleto de la inglesa. Sin embargo no se puede calificar a
    la última de nueva en todo, menos en el título y en la forma (*):
    pues, con muy raras excepciones, entraña todas las ideas matrices de
    la primera, y, sobre todo, es idéntico en ambas el modo general de
    ver el arte. Más todavía: las variaciones notables de la edición
    posterior me parece que consisten cabalmente en perfección de forma,
    prescindiendo de algunas pocas materias añadidas, entre las cuales
    ocupa un lugar distinguidísimo el inspirado capítulo final que
    redondea y completa la obra. Por estas razones me he ocupado de ella
    tal como la dejó su autor en la edición de Londres.






    (*)
    Filosofía de la elocuencia: prólogo de la segunda edición.



    CAPMANY
    SATÍRICO.






    Una
    de las cualidades más instintivas de nuestro autor fue su propensión
    a la sátira. La de Capmany no chispea medio velada por un estilo
    artificioso; es fogosa y francamente agresiva, es todo fuerza. Rompe
    a menudo las trabas de la etiqueta científica; y cuando puede a sus
    anchuras desenfrenarse, y si le sirve de botafuego el patriotismo,
    adquiere una violencia asombrosa.


    Aparte
    de los rasgos epigramáticos sembrados en varias producciones suyas,
    dos de ellas revelan en Capmany una verdadera disposición para el
    género satírico.


    Intitúlase
    la primera Comentario con glosas satíricas y jocoserias sobre la
    nueva traducción castellana de las Aventuras de Telémaco, publicada
    en la Gaceta de Madrid de 15 de mayo de 1798. - Imprenta de Sancha.


    El
    despecho de ver tan maniatada a la lengua española por la descreída
    turba de traductores, debía ser muy profundo en quien, como Capmany,
    la idolatraba. Nada, pues, de extraño tiene que un escrito destinado
    a vengar en uno los ultrajes hechos al castellano por todos aquellos,
    adolezca alguna vez de sobrado, virulento y descomedido. Tampoco
    fuera justo tildarle de chocarrero en algún pasaje. El Comentario es
    un desahogo en estilo familiar, no una producción con pretensiones
    literarias. Admírese más bien el brío y soltura con que está
    escrito, y la exactitud de las observaciones filológicas que le
    prestan un interés general.


    Vino
    una época en que el patriotismo de Capmany rayó en verdadero
    frenesí.


    Fascinado
    un momento el león de las Españas por la fulminante mirada del gran
    dominador del siglo, dobló humilde su brava cerviz ante las gradas
    del trono imperial. Pero al ver correspondida con ultrajes su
    respetuosa mansedumbre, pudo más su altiva condición que el asombro
    involuntario que Bonaparte le inspiraba. Entonces, sus rugidos
    despertaron de su estúpido letargo a la patria del Cid, y tuvo
    principio la más heroica revolución que han visto las edades
    modernas.


    Capmany
    se encontraba ya en aquella edad en que las pasiones, sangre del
    alma, se congelan, las fibras del corazón se aflojan, y toda la vida
    se concentra en un solo y obstinado deseo, el de prolongarla. Nuestro
    insigne patricio sintió, al contrario, enardecerse más y más en su
    noble pecho el fuego sacrosanto, que era el alma de su alma. Y bien
    puede decirse que en Capmany brotó una segunda juventud en medio de
    su vejez achacosa, y que renació vivaz de entre sus mismas cenizas.


    Su
    mano trémula no podía empuñar el acero; pero quedábale su
    valiente y guerrera pluma. Ofrecióla con leal franqueza al
    generalísimo Godoy en 8 de noviembre de 1806. Repitió sus ofertas
    en 12 del mismo mes y año en un escrito vigoroso, en el que
    aconsejaba al Príncipe de la Paz que enardeciese a todo trance el
    espíritu nacional, preparando a la influencia moral extranjera un
    camino cabrero de preocupaciones; y al efecto, le encarece el fomento
    de las corridas de toros (*).






    (*)
    Da noticia en este memorial de un escrito suyo en defensa de los
    toros contra los españoles de nuevo cuño, que no me ha sido posible
    encontrar. Fuera curioso contraponerle al célebre folleto Pan y
    toros, atribuido a Jovellanos.






    Desea
    también que para mantener vivo el entusiasmo patriótico, se
    encargue a los poetas la composición de letrillas, jácaras y
    romances, que recuerden las gloriosas hazañas de nuestros
    antepasados.


    La
    indiferencia o el desprecio de Godoy por tan sinceras y patrióticas
    demostraciones hicieron estallar la mal reprimida indignación del
    fervoroso patricio. Entonces publicó su folleto, Centinela contra
    franceses (* 1808.); tempestad de sarcasmos, de chocarrerías, de
    sangrientas pullas, de gritos de alerta y de himnos guerreros,
    interrumpida de cuando en cuando por animadísimas pinturas,
    reflexiones llenas de buen sentido y rasgos de verdadera elocuencia.
    Es imposible leer esta producción, retrato genuino del alma de
    Capmany en aquellos azarosos días de lucha, sin experimentar la
    misma embriagadora impresión que causa alguna de estas marchas
    guerreras que el espíritu de las batallas ha inspirado a la
    naciones. Es imposible leerla sin que la imaginación enardecida se
    trasporte a aquella época, en que España toda palpitaba de santo
    denuedo, como un solo corazón (*).


    (*)
    Entre los pasajes bellos del Centinela, destaca el siguiente en que
    Capmany pinta uno de los rasgos más característicos del pueblo
    francés: su culto ciego a la gloria militar.
    «Si le sacan
    llorando, dice, de la casa paterna, vuelve a ella cantando o echando
    bravatas:... la guerra parece que es su elemento y prescinde del fin
    por que pelea: ya muere por coronar reyes, ya por destronarlos, hoy
    por la libertad, mañana por el despotismo. Va a la guerra como el
    caballo; el clarín le alienta, y corre con el jinete cristiano, cae
    éste, móntalo el moro y parte con el nuevo dueño contra el
    cristiano.»






    Además
    de las obras mencionadas publicó Capmany un interesante trabajo
    sobre los cuerpos gremiales, y dos traducciones.


    Intitúlase
    el primero: Discurso económico-político en defensa del trabajo de
    los menestrales, y de la influencia de sus gremios en las costumbres
    populares, conservación de las artes y honor de los artesanos. -
    Madrid. - Imprenta de D. Antonio de Sancha. - 1778. -(IX).


    Es
    una de las producciones más filosóficas de nuestro autor, si bien,
    literariamente hablando, es algo floja y desaliñada. Los capítulos
    más notables del Discurso son los intitulados: - Apología del
    trabajo de los artesanos, y - Honor del trabajo mecánico.


    En
    1785 publicó Capmany en Madrid los Antiguos tratados de paces y
    alianzas entre algunos reyes de Aragón y diferentes príncipes
    infieles del Africa y del Asia.


    Amat
    no hace mención de otra obra cuyo título es el siguiente:


    Ordenanzas
    de las armadas navales de la corona de Aragón aprobadas por el rey

    D. Pedro IV, año 1354. Van acompañadas de varios edictos y
    reglamentos promulgados por el mismo rey sobre el apresto y
    alistamiento de armamentos reales y de particulares, sobre las
    facultades del almirante, y otros puntos relativos a la navegación
    mercantil en tiempo de guerra: copiadas por D. Antonio de Capmany por
    orden de S. M. del archivo del maestre racional de Cataluña, y del
    real y general de la corona de Aragón, y vertidas literal y
    fielmente por el mismo, del idioma latino y lemosino al
    castellano, con inserción de los respectivos textos
    originales. - Madrid. - En la imprenta Real. - 1787.


    Es
    notable el prólogo, como todos los de Capmany, interesantísimo y
    desnudo de frivolidades y elogios personales, tan comunes a esta
    clase de escritos. En él Capmany hace la apología de las leyes
    traducidas, disculpando la severidad que en ellas domina, y
    estableciendo que «entonces la suerte y gloria de la corona dependía
    de la marina.» Filosofa después sobre la naturaleza y causas del
    valor guerrero, con su solidez acostumbrada, y concluye con estas
    notables palabras llenas de franqueza y desenfado.
    - «He hablado
    del imperio de la disciplina militar, porque he tenido muchas veces
    que obedecer y algunas que mandar en la carrera de las armas: he
    tratado del espíritu de la ordenanza marcial, porque he tocado en
    paz y en guerra sus efectos: en fin he definido el valor y he
    filosofado sobre sus causas porque conozco el miedo; y jactarme de no
    conocerlo sería confesar que no soy ni hombre ni bestia; por esto el
    gran Duque de Alba, cuando al volver de su conquista de Portugal le
    mostraron el epitafio fanfarrón de un portugués, que decía: «Aquí
    yace quien nunca tuvo miedo;» respondió aguda y discretamente:
    «este no habría despavilado ninguna vela con los dedos.» A la
    verdad nadie puede responder de su valor, si no se pone en las
    ocasiones de probarlo» (X).



    Capmany
    tiene una fisonomía moral vigorosa y completa. Al contrario de otros
    ingenios que tienen, cual los actores, dos existencias diferentes, la
    una ficticia y la otra real; que separan su vida como hombres de su
    vida como escritores; la pasión dominante del ilustre catalán se
    halló casi siempre de acuerdo con su inteligencia. El cariño al
    trabajo, y el patriotismo, elementos tan puros como poderosos de
    actividad, se confundieron en su alma a manera de dos llamas en una
    sola; y formaron un principio vital único, lleno de fecundidad y
    energía. De aquí este lazo íntimo y común de unidad que eslabona
    sus varias producciones. Por otra parte, se puede afirmar
    fundadamente que las facultades mentales de Capmany llegaron a su
    grado definitivo de alcance y desarrollo. Y existe algo tan venerable
    como la virtud, en el hombre que ha llenado cumplidamente su destino
    intelectual. ¿Quién no ha meditado, con deseos de perfeccionar su
    espíritu o con honda amargura por haberlo descuidado, la parábola
    de Jesucristo que santifica esta parte preciosa de nuestra misión
    acá en la tierra? Sin duda que el noble placer de haberla cumplido
    iluminó con un rayo de serenidad apacible la turbulenta y achacosa
    vejez de Capmany; sin duda que el más provechoso obsequio que
    podrían tributar a su querida y respetada memoria los ingenios
    catalanes, fuera el de continuar las tareas literarias del que tanto
    anhelaba el engrandecimiento de su nación. Y permítase al más
    humilde y oscuro admirador de los talentos esclarecidos que encierra
    Cataluña, el deplorar su inacción, hija, a no dudarlo, de una
    exagerada modestia. ¿Por qué la patria de Capmany, de Balmes y de
    Piferrer no ha de ser la primera en reanimar la literatura patria,
    ella que atesora tan ricos elementos de vitalidad intelectual?
    ___


    ADVERTENCIA.


    Debidos
    no pocos lunares de la precedente Memoria a ser de índole diversa
    las producciones en ella examinadas, costoso trabajo para un juicio
    inexperto a fuer de bisoño; algunos encuentran disculpa en la
    escasez de datos críticos y biográficos de que pude disponer. Para
    llenar en lo posible los notorios vacíos del escrito mencionado, la
    Academia de Buenas Letras, con una benevolencia que vivamente
    agradezco, me ha permitido la formación de un Apéndice. He recogido
    en él varios documentos que me ha proporcionado mi estimable amigo
    D. Mariano Aguiló, (mallorquín) bibliotecario segundo
    de esta Universidad y Provincia, y archivero de la Academia. El
    primero de ellos, aparte de las interesantes noticias genealógicas y
    nobiliarias que contiene, revela en Capmany un esmero por mantener
    ileso su apellido, que tildarse pudiera de nimio y sobrado a ser
    menos sólida y bien sentada su reputación y menos digno de lauro
    eterno su nombre.
    El segundo es un testimonio irrecusable de su
    acrisolado cariño al trabajo; pues de él se desprende que ya en
    1802 sufría una dolorosa fluxión en los ojos que no le retraía de
    consagrarse a sus tareas literarias con aquella paciencia suya, que
    en alguna de sus obras, acertadamente califica de alemana. El tercero
    es un folleto inestimable que todos los admiradores del esclarecido
    Capmany leerán con gusto. Escasísimas son las notas que de propia
    cosecha he añadido con el objeto de amplificar algunos puntos,
    tratados en la Memoria con sobrada ligereza. - G. F.


    APÉNDICE.


    I.


    Excmo.
    Sr.: - D. Antonio de Capmany, con la más respetuosa veneración a V.
    E. expone; que necesitando sacar del Real y General Archivo de la
    Corona de Aragón
    copia de un privilegio militar concedido por el
    Sr. Rey D. Carlos segundo en treinta de noviembre de 1671 en favor
    del Dr. en ambos derechos Gerónimo Capmany, Ciudadano Honrado de
    Gerona; y respecto de hallarse registrado en el Real Archivo el
    referido Privilegio con la equivocación de la primera sílaba del
    apellido, convirtiendo en Camp lo que debiera ser Cap,
    desea que se corrija este yerro casual de ortografía mediante la
    superior autoridad de V. E. Para dar a V. E. el necesario
    conocimiento a fin de proveer con la más formal instrucción lo
    conducente, exhibe el exponente algunos documentos de la mayor
    autenticidad, en falta del Privilegio original que se perdió, que
    probarán convincentemente el yerro involuntario que se cometió al
    extender su apellido, y cuál debe ser su legítima, original y
    característica ortografía. En dicho Real Privilegio es llamado el
    nuevo agraciado (mi segundo abuelo), Dr. en ambos derechos y
    Ciudadano Honrado de Gerona, y pariente consanguíneo de la antigua y
    noble casa de Montpalau. Además en las armas parlantes que se le
    conceden en dicho Real Privilegio, se figura una cabeza de un
    mancebo en campo de gules que es la propia significación de
    Capmany, esto es, cabeza grande, lo que de ningún modo
    puede convenir al equivocado apellido Campmany, que suena
    campo grande. En el documento que presenta el exponente de n.°
    I.°, y es la certificación del Barón de Serrahí, de hallarse
    registrado en los Libros del Brazo el susodicho Privilegio, se lee el
    apellido Capmany y no Campmany, y que lo hizo registrar
    D. Narciso Sampsó, apoderado de dicho nuevo agraciado Dr. Gerónimo,
    lo que comprueba una gran conformidad con leerse nombrado el mismo D.
    Narciso como primo hermano del sobredicho Dr. entre los albaceas que
    elige este en su testamento del año 1672 que se presenta n.° 3.°
    Otro documento que acompaña n.° 2.° es el testamento de María
    Camps, mujer del mismo D. Gerónimo el nuevo agraciado, su fecha
    también en 1672 y en él se lee constantemente el apellido Capmany y
    se nombra Dr. en ambos derechos y caballero, pues lo era desde el año
    anterior. Otro documento que se presenta número 3.° es el
    testamento de dicho nuevo agraciado, su fecha 1672, y en él se
    nombra doctor Gerónimo Capmany, y se lee que era caballero,
    descendiente de los Montpalaus, y de Ciudadanos Honrados de Gerona,
    que son cabalmente las tres circunstancias que caracterizan al nuevo
    agraciado en el tenor del Real Privilegio. El documento que se
    presenta n.° 4.° son los capítulos matrimoniales de los padres de
    dicho nuevo agraciado, su fecha en 1628: y allí se lee que el padre
    era Pablo Capmany, Ciudadano Honrado de Gerona, y la madre era D.a
    Esperanza de Montpalau. A mayor abundamiento presenta el exponente la
    fé de su bautismo y la de su padre, donde sigue clara la filiación
    con el apellido de Capmany unido al de Montpalau y la calificación
    en todos de caballero. Si en vista de las pruebas que ofrecen todos
    estos documentos justificativos, juzgare V. E. por escritura legítima
    el apellido de Capmany y por yerro de pluma del copiante el de
    Campmany, que de ningún modo tiene identidad con su familia;


    Suplica
    a V. E. se sirva ordenar al Archivero Real interino, que hallando
    conformes las circunstancias que expone el suplicante con las que
    exprese el tenor de aquel Real Privilegio, anote en el Registro y
    lugar correspondiente del margen o de otra forma autorizada la debida
    corrección que corresponda al equivocado apellido Campmany,
    para salvar todo yerro en lo sucesivo con esta providencia en
    beneficio del exponente y de sus sucesores que quieran hacer uso de
    aquel instrumento regio: Gracia que espera de la notoria
    justificación de V. E. Barcelona I.° de setiembre de 1785. -
    Antonio de Capmany.


    II.


    Muy
    Sr. mío: Agradeciendo en el alto grado que debo la singular honra
    que se ha servido dispensarme esa Real Academia de Buenas Letras
    nombrándome por uno de sus individuos, más por un efecto de su
    benignidad hacia un patriota zeloso que por algún mérito
    verdaderamente literario que se reconozca en mí, digno de tan
    distinguida demostración, contesto a la muy apreciable carta de V.
    S. en la que me participa esta plausible noticia, suplicándole haga
    presente a ese ilustre Cuerpo los vivos deseos que me animan de darle
    las más solemnes pruebas de mi júbilo y reconocimiento por medio de
    la oración gratulatoria que acabaré de trabajar luego que quede
    libre de cierta fluxión de ojos que me ha mortificado muchos días y
    me ha obligado a dilatar hasta hoy la debida contestación.


    Con
    este motivo me ofrezco a la disposición de V. S. siempre agradecido
    a las finas y 
    honoríficas
    expresiones que merezco a su bondad, mientras ruego a Dios le guarde
    V. S. los muchos años de vida que le deseo. - B. L. M. de V.
    S. su más atento y afecto servidor, Antonio de Capmany: - Sr.
    marqués de Llió.


    III.





    Para
    esta breve reseña biográfica me serví del Diccionario de autores
    catalanes publicado en 1836 por el diligentísimo Amat, que copió al
    pie de la letra la mayor parte de datos relativos a Capmany, del
    Diccionario Histórico o Biografía Universal compendiada, por F. Mh.
    Q. y S. - Barcelona 1830. -Librería del editor Francisco Oliva. -
    Tomo tercero. Mas, apenas presentada la precedente Memoria, vino a
    mis manos un folleto precioso por las abundantes noticias que
    contiene; cuyo título es el siguiente: Fallecimiento de D. Antonio
    de Capmany y Montpalau,--publicado en Londres el año 1814. - Dalo a
    luz en esta corte un amigo suyo. - B. L. - Con licencia, en Madrid -
    en la imprenta de D. Francisco de la Parte. - 1815. - La importancia
    biográfica de este documento, el catálogo detallado que contiene, y
    lo esmerado de su redacción, me mueven a trasladarlo íntegro:


    «La
    misma combinación de circunstancias desgraciadas que privó a España
    de los talentos y virtudes del amable Vega, cuya muerte anuncié en
    mi número anterior, la despojó días después de uno de los mejores
    ornamentos de su literatura en D. Antonio de Capmany. La enfermedad
    epidémica acometió a ambos casi al mismo tiempo: el primero fue
    víctima de ella durante el ataque de la fiebre aguda: Capmany pudo
    vencerla; pero oprimido del peso de sus años, faltáronle las
    fuerzas necesarias para la convalecencia, y falleció al cabo de un
    padecer lento y penoso. (I.°)


    «Los
    títulos de D. Antonio de Capmany a la admiración y agradecimiento
    de su patria como ciudadano y como literato a pocos cederán, si es
    que hay quien pueda alegarlos mayores en nuestra era. Una
    circunstancia hay en ellos que seguramente debe encarecerlos para
    España en estos tiempos, y es que el carácter y literatura de
    Capmany le pertenecen exclusivamente: que cuanto fue y cuanto supo
    era legítimamente español, y que en el contagio casi universal de
    francesismo literario con que está plagada la península española,
    tan lejos estuvo de contraerlo, que como si la naturaleza le hubiera
    dotado de un contraveneno, cuanto aprendió en los escritores
    franceses, otro tanto se españolizó entre sus manos. Si las
    antipatías nacionales pueden alguna vez convertirse en virtudes
    públicas (de lo cual España presenta un ejemplo cual pocos se
    encontrarán en la historia), Capmany nació con este estímulo de
    patriotismo en un grado supremo.
    Su provincia y sus abuelos se
    habían sacrificado en odio de los franceses, y Capmany reconcentró
    en su corazón todo el fuego de antifrancesismo que había devorado a
    su familia y sus paisanos. Cuando la España no sospechaba la
    horrible traición de sus vecinos que la ha inundado en sangre, el
    odio de Capmany a los franceses dando pábulo a su vehemente y
    fecunda imaginación, era materia de solaz y entretenimiento entre
    todos los que tuvieron el placer de su trato. Al punto que los
    acontecimientos de España convirtieron en el más exaltado
    patriotismo lo que hasta allí había sido mirado como un divertido
    capricho, Capmany apareció entre los más atrevidos defensores de la
    causa de España, sellando su odio a la usurpación de Buonaparte
    en el periódico titulado: Centinela contra franceses, (*) que fue su
    última obra literaria, y el papel más característico y nacional de
    cuantos se han publicado de esta clase durante la revolución
    española.


    Pero
    antes de hablar de los escritos de este ilustre literato, insertaré
    una noticia de su vida y familia, que él mismo publicó (2.°) en
    Cádiz cuando temió que todos sus papeles habían perecido en
    Madrid. Sólo omitiré algunos pormenores que por domésticos no
    pueden tener interés para el público.


    El
    carácter literario (3.°) de D. Antonio de Capmany tiene una
    circunstancia no común en España, y es el haberse dedicado al
    estudio sin ser lo que allá se llama hombre de carrera. Destinado a
    las armas desde sus primeros años, sin más educación que el escaso
    saber que se adquiere por lo común en las escuelas de gramática
    latina
    en España, sólo su estraordinaria disposición y
    sus talentos pudieron llevarlo al estudio a que después debió su
    vida.


    (*)
    Es un librito en 12.°: el autor se equivocó. Véanse los números
    11 y 12 del catálogo de las obras que publicó el Sr. Capmany,
    impreso de su orden en Cádiz en el año de 1812.


    La
    afición a la entonces ignorada historia de su patria lo puso en la
    carrera en que tanto se ha distinguido. Parece que al mismo tiempo se
    aficionó al estudio de la elocuencia, y que como requisito
    indispensable se empleó por bastante tiempo en el estudio de los
    mejores escritores de la lengua española. Algún lugar hubo de dar
    desde muy temprano en su plan de propia educación a la economía
    política, porque siendo muy joven publicó con nombre fingido un
    tratado sobre aprendizajes, gremios, etc.; materia que volvió a
    tratar más profundamente en su obra maestra: Historia de las artes,
    comercio y marina de Barcelona.


    Para
    escribir este apreciable libro tuvo a su disposición los archivos de
    aquella famosa ciudad: tesoro inmenso, cuyas riquezas no podían
    sacarse a luz a no ser por un hombre de la comprehensión y
    laboriosidad de Capmany. Esta obra da mucha luz para la historia
    general del comercio del mediterráneo en los siglos medios, y mucho
    más para la particular del estado de España en aquella época.
    Capmany fue el primero que hizo ver el poco fundamento de la opinión
    generalmente recibida sobre la opulencia de Castilla en fábricas y
    comercio por los siglos XV y XVI.


    Como
    continuación de la antecedente publicó después otras dos: Leyes
    marítimas de Barcelona en los siglos medios; y una colección de
    tratados entre los antiguos reyes de Aragón y los estados de
    Berbería.


    Aunque
    contra el orden cronológico, haré aquí mención de otra obra que
    publicó en 1805, que por ser sobre puntos históricos tiene conexión
    con las anteriores. Su título es Qüestiones críticas. En
    ellas incluye una multitud de noticias que había recogido en el
    discurso de sus estudios para la formación de sus obras anteriores,
    y trata a fondo cuestiones importantes y curiosas que sólo se
    hallaban indicadas en sus otros escritos.


    Sus
    obras filológicas fueron escritas en épocas muy distantes. Una de
    las primeras que publicó siendo aun joven, fue la Filosofía de la
    Elocuencia. En sus últimos años la refundió enteramente, y en el
    pasado de 1812 se imprimió en esta capital por orden de su autor, y
    según sus manuscritos originales.


    El
    Teatro de la Eloqüencia Española es una colección de
    extractos de los mejores escritores castellanos, dispuestos en orden
    cronológico, y acompañados de una noticia de sus autores, y algunas
    observaciones críticas sobre su estilo.


    En
    Madrid publicó un Diccionario Francés-Español, que es
    infinitamente superior a cuantos existen de esta clase.


    Muchas
    otras inéditas (4.°) deben quedar en poder de sus herederos, si es
    que escaparon sus papeles de manos de los franceses. Yo he visto
    algunos manuscritos que compuso para la comisión de Cortes, que como
    todas sus obras, abundan en saber, y dan, cuando menos, llamaradas
    del gran talento de su autor.


    El
    formar un juicio crítico de todas y cada una de las obras de D.
    Antonio Capmany sería un empeño superior a mis fuerzas, y ajeno de
    un breve artículo necrológico. Baste decir que en todas sus
    producciones se encuentra un fondo inagotable de erudición y una
    eloqüencia peculiar y
    característica (5.°) del autor. El vigor y animación que le
    distinguieron hasta su edad más avanzada dan vida a cuanto salió de
    su pluma. Capmany, como todos los hombres de carácter vehemente y
    talentos extraordinarios, llevaba ciertos gustos y opiniones al
    exceso. Tal era a mi parecer su idolatría (que tal puede llamarse)
    de la lengua española, su admiración de la elocuencia de los
    escritores castellanos del siglo XVI, y su empeño en conservar la
    lengua en el mismo estado que tenía en aquel tiempo. Pero si esto
    (como creo) debe ponerse en la clase de preocupaciones, no puede
    negarse que es una preocupación laudable en su principio, y en
    perfecta armonía con el carácter castizo de Capmany.»


    _____


    DOCUMENTOS.



    I.°


    AQUÍ YACE


    EL
    FILÓLOGO


    DON
    ANTONIO CAPMANY Y MONTPALAU


    DIPUTADO
    POR CATALUÑA
    EN LAS CORTES GENERALES Y EXTRAORDINARIAS.


    SUS
    OBRAS LITERARIAS Y SUS ESFUERZOS


    POR
    LA INDEPENDENCIA Y GLORIA


    DE
    LA NACIÓN


    PERPETUARÁN
    SU MEMORIA.


    MURIÓ
    EL 14 DE NOVIEMBRE DE 1813,


    A
    LOS 71 AÑOS DE SU EDAD.


    R.
    I. P. A.




    2.°


    RELACIÓN
    SUCINTA


    del
    nacimiento, patria, ascendencia, estudios, servicios, méritos,
    trabajos y actual estado de don Antonio de Capmany, para noticia, en
    lo venidero, de sus hijos y sucesores hoy prófugos, destituidos de
    todos los documentos y manuscritos originales, que tuvo que abandonar
    en Madrid en 4 de Diciembre de 1808, con motivo de su repentina
    emigración de aquella corte, donde tenía su domicilio.


    Don
    Antonio de Capmany nació en Barcelona en 24 de noviembre del año
    1742, y fue bautizado el día siguiente en la catedral de dicha
    ciudad. Fueron sus padres Don Gerónimo de Capmany, caballero
    domiciliado en Barcelona, y doña Gertrudis Suris, ambos naturales de
    la villa de San Feliu de Guixols en la costa de Cataluña.


    Su
    padre, aunque nacido en dicha villa, y bautizado en aquella
    parroquial iglesia en 1708, descendía de la ciudad de Gerona, en la
    cual tenía la casa solar su antiquísima familia de Ciudadanos, en
    cuya honorífica clase estaba inscrita desde el año 1495, según
    consta en las matrículas del archivo municipal.


    Su
    abuelo, llamado también Gerónimo, nació en Gerona en 1660: fue
    Lugar-Teniente de Bayle general de Cataluña por real cédula de
    Carlos II en 1694; y hallándose de primer Jurado de aquella ciudad
    en 1710, y comandante de la milicia urbana en el sitio que sufrió de
    los franceses mandados por el duque de Noailles, se resistió a la
    capitulación; y por tanto tuvo que emigrar a Génova, quedando sus
    casas y haciendas confiscadas, y reducida su familia a la indigencia,
    como las de otros partidarios de la causa del Archiduque. Murió en
    1744.


    Su
    segundo abuelo, llamado también Gerónimo, que asimismo nació en
    Gerona en 1630, fue capitán del tercio de Nobles que levantó dicha
    ciudad en 1655 contra la invasión de los franceses y se halló en la
    defensa de Palamós de 1660 la de Rosas, sirviendo a sus expensas;
    por cuyos méritos fue creado y armado caballero con Real Privilegio
    de Carlos II en 1671 para él y sus hijos y descendientes varones, y
    consta en los registros del real y general archivo de la Corona de
    Aragón. Murió en 1684.


    Su
    tercer abuelo fue Pablo Capmany y de Montpalau, por ser hijo de D.
    Miguel Capmany y de D.a Esperanza de Montpalau, presunta
    heredera de la noble familia de este nombre, señores de la casa y
    castillo de Montpalau en el lugar de Argelaguer, corregimiento de
    Gerona. Nació en 1592 y murió en 1640.


    Esta
    familia de Capmany poseía antes de las guerras de sucesión varias
    casas en Gerona, y haciendas en el Ampurdan, sin contar otras en la
    villa de San Feliu de Guixols, como también el dominio de la Notaría
    de esta villa, y cinco feligresías del valle de Aro, el Guardianage
    del puerto, llamado hoy Capitanía, y el patronato de muchos
    beneficios fundados en la catedral de Gerona y parroquia de Palamós.
    La tumba propia de la familia está en la colegiata de San Félix de
    Gerona en la capilla de Santa Ana.


    Dicho
    D. Antonio estudió la gramática, las humanidades y la lógica en el
    colegio Episcopal de Barcelona. Entró de cadete en los dragones de
    Mérida, y de allí pasó a subteniente del segundo regimiento de
    tropas ligeras de Cataluña, y con él se halló en la guerra de
    Portugal en 1762. Después de nueve años de servicio se retiró en
    1770, hallándose en la villa de Utrera, reino de Sevilla, en
    cuya capital había el año anterior casado con D.a
    Gertrudis de la Polaina y Marqus, natural de dicha villa. Allí
    tuvo una comisión Real para traer a las nuevas poblaciones de
    Sierra-Morena una colonia de familias catalanas, así de
    artífices como de hortelanos; la que desempeñó bajo la dirección
    del superintendente
    D. Pablo Olavide, (da nombre a la
    universidad de Sevilla
    ) a cuyo lado vivió un año entero en la
    Carolina, hasta que por la desgracia que padeció aquel magistrado,
    se retiró a Madrid a procurarse otra fortuna. Allí fue admitido en
    la Real Academia de la Historia en 1776, y en 1790 fue elegido su
    Secretario perpetuo. En los 35 años de su residencia en la corte
    hasta el día en que tuvo que emigrar a la Andalucía con motivo de
    la invasión de los franceses en ella, además de las muchas
    producciones de su pluma que dio a luz pública sucesivamente, tuvo
    varias comisiones y encargos del Gobierno, así literarios como
    políticos. Fue nombrado secretario con voto de una junta de
    arbitrios que de orden de
    S. M. presidía el marqués de las
    Hormazas, del consejo de Estado, compuesto de los fiscales de
    Castilla y Hacienda, del Director general de rentas, y de dos
    comerciantes.


    También
    fue nombrado secretario con voto de otra Junta que de orden Real
    presidió D. Bernardo de Iriarte, del consejo y Cámara de
    Indias, compuesta de un Ministro de cada uno de los consejos para el
    examen del nuevo plan de fomento de la isla de Ibiza, que presentó
    al Rey, D. Miguel Cayetano Soler.


    Fue
    también nombrado Colector y Editor de los tratados de paz de los
    reinados de Felipe V, Fernando VI, Carlos III y IV, que publicó en
    1800 en tres tomos en folio, con la traducción castellana, para cuya
    comisión se le franquearon los archivos del antiguo Consejo de
    Estado, y de la primera secretaría del Despacho. Por este trabajo, y
    por los demás que se ofreciesen en este Ministerio, se le señalaron
    sobre la renta de correos 12000 rs. anuales.


    En
    1785 tuvo la comisión por S. M. para el reconocimiento de los Reales
    Archivos de Barcelona y formación de una historia diplomática.


    En
    1802 tuvo otra Real comisión para el reconocimiento y arreglo de los
    Archivos del Real Patrimonio en Cataluña, que estaban abandonados.
    Los arregló y planteó en oficina formal, con reglamento para su
    custodia, despacho y uso público, gozando título de Director de
    ellos con una asignación anual de 6000 reales.


    Últimamente
    fue nombrado por la Superintendencia de imprentas del Reino, con Real
    aprobación, Censor de los periódicos que se publicaban en la corte,
    con la asignación de 4440 rs. anuales.


    En
    este estado de paz y tranquilidad, gozando del aprecio del Gobierno y
    de la estimación de las gentes, disfrutaba de 48000 reales entre
    sueldos y pensiones, ganados por sus servicios en los encargos que
    desempeñó; y eran 24000 sobre la renta de correos, los 12000 por el
    mérito de sus obras publicadas bajo los auspicios del Gobierno; y
    los otros 12000 por los tratados de paz: 4400 por secretario jubilado
    de la Real Academia de la Historia: 6000 por Director de los Archivos
    del Real Patrimonio: 5000 pagados por el Consulado de Barcelona por
    las obras que publicó del antiguo Comercio y Marina de aquella
    ciudad: 4400 por censor de periódicos; y 4200 por Diputado del
    Ayuntamiento de Barcelona.


    Todas
    estas rentas, sueldos y asignaciones, las perdió gustoso, huyendo a
    pie, a los 68 años de su edad, de Madrid, y de la vista y dominación
    francesa, con sola la ropa que traía encima en aquel momento,
    abandonando su casa, sus libros, sus manuscritos y trabajos medio
    concluidos, sus haberes, sus conveniencias, y hasta su mujer y nuera,
    enfermas, que no pudieron seguirle. Llegó a Sevilla el día I.° de
    enero de 1809 casi desnudo: se presentó al Gobierno Supremo
    manifestando su indigencia; y hecho cargo este de los méritos,
    servicios y patriotismo del prófugo, le señaló 18000 reales
    anuales sobre la renta de correos, a cuenta de los 24000 que gozaba
    en Madrid sobre la misma. Allí se le encargó la redacción de la
    Gaceta del Gobierno, que estaba interrumpida desde que entraron los
    franceses en Madrid.


    Fue
    nombrado en Sevilla vocal de la Junta consultiva de Cortes. Tuvo la
    comisión de examinar los discursos presentados a la Junta Suprema de
    Cortes y formar un análisis de su contenido, y dar un informe
    general sobre esta materia, y un compendio histórico de la
    celebración de estos congresos en la corona de Castilla y en las de
    Navarra y Aragón, y así lo ejecutó con gran diligencia y trabajo.


    Actualmente
    se halla refugiado en Cádiz desde que huyendo de la invasión de los
    franceses en Sevilla, vino a buscar un asilo en esta ciudad bajo la
    sombra del nuevo Gobierno. Este le encargó la segunda restauración
    de la Gaceta, interrumpida con este nuevo acontecimiento, y se
    continua bajo el título de Gaceta de la Regencia de España e
    Indias.


    Cádiz
    10 de junio de 1810.



    3.°


    CATÁLOGO


    de
    las obras que ha publicado D. Antonio de Capmany, individuo de varias
    Academias de bellas letras, y secretario jubilado de la Real de la
    Historia, hoy Diputado en Cortes por 
    Cataluña.


    I.


    Discurso
    económico-político sobre la influencia de los gremios de artesanos
    para la conservación de las artes, honor de los oficios, y de las
    costumbres populares bajo el nombre supuesto de D. Ramón Palacio,
    porque en aquella época no podía su verdadero autor descubrirse
    defendiendo la industria de Barcelona, su patria, que tenía
    descontenta al Gobierno después del motín de 1774. En la imprenta
    de Sancha: un volumen en 4.°, en 1777.


    2.
    Filosofía de la eloqüencia. Un volumen en 8.° en la imprenta de
    Sancha, año de 1776.


    3.
    Memorias históricas sobre la antigua marina, comercio y artes de la
    ciudad de Barcelona. Cuatro volúmenes en 4.° con viñetas
    alegóricas, en la imprenta de Sancha, año de 1783.


    Esta
    obra abraza la historia naval y mercantil de toda la Europa en los
    cinco siglos de la baja edad: asunto que en ninguna nación se ha
    tratado hasta ahora.


    4.
    Costumbres marítimas de Levante, o leyes conocidas vulgarmente bajo
    del título de Libro del Consulado de Mar desde el siglo XII,
    traducido al castellano, con el texto original lemosin
    restituido a su primitiva y pura escritura; ilustrado con un discurso
    preliminar y notas histórico-críticas, y acompañado de una
    colección de antiguas leyes y estatutos náuticos mercantiles y
    consulares de las dos coronas de Aragón y de Castilla en los siglos
    XIII, XIV y XV. Son dos volúmenes en 4.°, en la imprenta de Sancha,
    año de 1783.


    5.
    Teatro histórico-crítico de la elocuencia española, con las vidas
    de los autores más célebres en la locución castellana, y un
    análisis de sus escritos, de donde se han extractado los trozos más
    excelentes y selectos.


    Comprende
    la historia crítica de la lengua española y sus escritores clásicos
    desde el siglo XII hasta el XVII inclusive. Son cinco volúmenes en
    8.°, en la imprenta de Sancha, año de 1787.


    6.
    Ordenanzas navales de las armadas de la Corona de Aragón,
    promulgadas por el Rey Don Pedro IV en Barcelona en 1354 para el
    servicio de la marina militar. Es un volumen en 4.°, en la imprenta
    Real, año de 1787. Llevan la traducción castellana, y el texto
    lemosin
    copiado del antiguo códice original, ilustrado
    con varios apéndices de noticias raras sobre los bajeles de aquella
    edad.


    7.
    Antiguos tratados de paces y alianzas entre los reyes de Aragón y
    príncipes infieles del África y Asia en los siglos XIII, XIV y XV:
    traducidos al castellano de los códices originales lemosinos,
    y adornados con varias notas históricas, geográficas y políticas.
    Un volumen en 4.° En la imprenta Real, año de 1786.


    8.
    Nuevo diccionario francés y español. Un volumen en 4.°, en la
    imprenta de Sancha, año de 1805.


    9.
    Cuestiones críticas sobre varios puntos de historia económica,
    política y militar. Un volumen en 8.° Madrid en la imprenta Real,
    1807. Primera cuestión, de la antigua industria, agricultura y
    población de España. Segunda, de la invención y uso de la brújula.
    Tercera, del descubrimiento y origen del mal venéreo y su
    propagación en Europa desde fines del siglo XV. Cuarta, de la
    invención de la pólvora y su primer uso en la guerra. Quinta, de
    las trirremes de los antiguos. Sexta, de la clase y magnitud de los
    bajeles de la edad media.


    10.
    Compendio histórico de la Real Academia de la Historia de Madrid:
    precede al tomo primero de las Memorias de este cuerpo, impresas en
    la oficina de Sancha, en cuatro tomos en 4.° mayor.


    11.
    Centinela contra franceses: un librito en 12.°, impreso y publicado
    en Madrid por octubre de 1808. Cuando Napoleón ocupó a Madrid se la
    hizo leer traducida al francés. Fue luego reimpresa en varias
    ciudades de España, y ha corrido traducida en alemán, inglés y
    portugués.


    12.
    Centinela de la patria: sin nombre de autor: impresa y publicada en
    Cádiz periódicamente en números sueltos hasta el 5.° en 1810 en
    la imprenta Real.


    13.
    Carta primera y segunda de un patriota disimulado en Sevilla, a un
    antiguo amigo suyo domiciliado en Cádiz: en la imprenta Real en
    1811.


    14.
    Manifiesto en respuesta al folleto intitulado: Contestación de D.
    Manuel José Quintana a varios rumores y críticas etc.


    15.
    Cartas de Gonzalo de Ayora, que tratan de la guerra del Rosellón en
    1503: publicadas la primera vez en Madrid en 1794, en la imprenta de
    Sancha. Esta edición fue costeada por la Real Academia de la
    Historia, en cuya biblioteca se guardaba el manuscrito original, y
    promovida y propuesta por D. Antonio de Capmany, entonces su
    secretario, quien cuidó de la corrección: trabajó la vida del
    autor y otras noticias preliminares, y el vocabulario militar para la
    inteligencia de la obra. Ni la Academia ni el secretario manifestaron
    su nombre, contentándose con las iniciales de D. G V., esto es, D.
    Gregorio Vázquez, escribiente del mismo Real Cuerpo.


    16.
    El diccionario geográfico de Echard: corregido, aumentado, o por
    mejor decir, refundido: publicado en Madrid en 1783, a costa de la
    Real Compañía de libreros, tres tomos en 4.°


    17.
    Compendio histórico de los soberanos de Europa: publicado en el
    mismo año a costa de la expresada Compañía: dos tomos en 4.°


    18.
    Comentario joco-serio de la nueva traducción castellana de las
    aventuras de Telémaco, que publicó D. José Covarrubias en Madrid
    en 1797. El autor omitió su nombre con las iniciales A. C. por
    decoro del mismo traductor. Es un cuaderno en 4.° de..... páginas,
    en la imprenta de Sancha.


    19.
    En la obra intitulada: Epítome de las vidas de varones ilustres de
    España, que por orden del gobierno se publicó con retratos en
    Madrid en la imprenta Real y por cuadernos en folio máximo, tuvo el
    dicho Capmany por encargo superior que continuar esta empresa, que
    había quedado suspensa con la caída del conde de Florida-blanca,
    primer secretario de Estado.


    Los
    epítomes cuya formación se debe a su pluma son los de los varones
    siguientes: en el cuaderno 5.° los de Martín de Azpilcueta,
    D. Luis de Góngora, D. Bernardino de Revolledo, Pedro Chacón.
    - En el 6.° de D. Diego Saavedra Faxardo (Fajardo). - En el
    7.° de Fray Luis de León. - En el 8.° del Maestro Juan de Ávila.
    - En el 9.° de Antonio Pérez, D. Antonio Covarrubias y D. José Pellicer. - En el 10.° de Hernando de Alarcón, del Arzobispo D.Rodrigo, de Fr. Juan de Torquemada.
    (No debe confundirse con el conocido inquisidor Tomás)


    20.
    Gritos de Madrid cautivo a los pueblos de España: un cuaderno en
    8.°, impreso y publicado en Sevilla en la imprenta de Hidalgo, año
    de 1803, después de haber emigrado de Madrid el autor.


    Las
    seis vidas del cuaderno 7.° del Epítome de las vidas de varones
    ilustres de España, esto es, de Fray Luis de León, de D. Luis
    Requesens, de Francisco Vallés, del Patriarca Ribera, de Bartolomé
    Leonardo Argensola y de D. Juan de Palafox, extendidas por
    D.
    Manuel José Quintana, salieron corregidas, retocadas y aumentadas
    por dicho Capmany por encargo y súplica de Don Juan Facundo
    Caballero, entonces subdelegado de la Real imprenta, y fiscal de la
    Renta de Correos.


    22.
    Es autor también de varias proclamas del Supremo gobierno, que sin
    nombre de autor se publicaron el año pasado de 1810 en la imprenta
    Real, como son: Días de Fernando VII. - Otra: A los pueblos de la
    Mancha y Alcarria. - Otra: A los españoles vasallos de Fernando VII
    en las Indias.


    23.
    En 1773. Contestación al papel: Los eruditos a la violeta (*).


    (*)
    En este catálogo, se hace caso omiso de los Discursos analíticos
    etc. - Madrid 1776, de La vida del falso profeta Mahoma: 1792, y del
    Arte de traducir etc. - 1776. - G. F.


    Obras
    manuscritas, hasta ahora inéditas por carecer de auxilios y de
    proporciones para su impresión desde que emigró de Madrid en 4 de
    diciembre de 1808.


    1.
    Filosofía de la elocuencia, aumentada, corregida, ilustrada, y en
    una palabra, refundida enteramente: ocupará triple volumen del de la
    primera edición de 1778. (Se imprimió en Londres en 1812, y se
    vende en Cádiz y en Madrid.)


    2.
    Clave general de ortografía castellana: será un tomo en 8.°


    3.
    Plan de un diccionario de voces geográficas de España, dividido en
    topográficas, corográficas, civiles, políticas, físicas, rurales,
    hidráulicas, con una metódica nomenclatura.


    4.
    Diccionario fraseológico de la lengua francesa y española
    comparadas. Será un tomo grueso en 4.°




    4.°
    Continúan
    las obras inéditas que se hallaron a su muerte, y se entregaron a
    sus herederos en Madrid.





    5.
    Colección de cartas escritas a varias personas. Empiezan desde el
    año 1772, y son 48.


    6.
    Varios paquetes de octavas y cuartillas de papel que contienen cada
    uno o más refranes ordenados por el abecedario, y son dos mil
    trescientos veinte y dos.


    7.
    Ensayo de un diccionario portátil castellano y francés. Borrador.


    8.
    Artículos nuevos para un nuevo apéndice. Son de ganadería de lana.


    9.
    Apuntaciones para el diccionario filosófico de la lengua castellana.


    10.
    Plan alfabético de un diccionario de sinónimos castellanos. Son
    1645.


    11.
    Diccionario de los nombres o voces con que se conocen las partes de
    que se compone un barco, desde la A hasta la G.


    12.
    Pruebas de la filiación latina de la lengua castellana. Apuntes.


    13.
    Frases metafóricas y proverbiales de estilo común y familiar. Son
    3644.
    14. Reforma del diccionario galo-castellano, o Gramática
    patriótica. Apuntes.


    15.
    Arte de la elocución castellana, y el estilo en general. Apuntes.


    16.
    Ensayos poéticos a que quiso dedicarse.
    17. Colección de
    seguidillas y tiranas.
    18. Libertades del estilo poético.
    Apuntes.


    19.
    Adiciones al Teatro histórico crítico de la elocuencia española
    (*).


    (*)
    Esto prueba que Capmany conocía lo incompleto de su Teatro: defecto
    que le han achacado el Sr. Galiano y el Sr. Milá - G. F.


    20.
    Cuestión. Observaciones sobre la arquitectura gótica (*).
    * Es
    muy probable que estas observaciones las incluyese Capmany en el tomo
    3.° de sus Memorias históricas. - G. F.


    21.
    Extracto analítico de las leyes Rhodias.


    22.
    Noticias de los tribunales supremos, dignidades superiores, y otros
    empleos de la corona dentro y fuera del continente. Divídese este
    número en otros once.
    Entre una infinidad de papeles que se
    encontraron con referencia a la Academia de la Historia, de que fue
    secretario, están los siguientes:


    23.
    Prólogo del tomo primero de Memorias, por Cornide: reformado por
    Capmany.


    24.
    Expediente sobre la formación del diccionario histórico geográfico
    de España.


    25.
    Censura del manuscrito titulado: Don César Sátiro.


    26.
    Discurso de gracias y entrada en la Real Academia en el año 1775.


    27.
    Varias censuras puestas de orden del Consejo a otras que remitía a
    la Academia desde agosto de 1790 hasta enero de 1801.


    28.
    Introducción a la historia de Clemente Libertino.


    29.
    Estado de la literatura en España a mediados del siglo XVI.


    30.
    Catálogo de los autores de las ciencias diplomática y numismática.


    31.
    Idea de la cultura española: catálogo de los autores clásicos,
    griegos y romanos, traducidos en lengua castellana desde el siglo XIV
    al XVII.


    Como
    secretario de la Comisión superior de Cortes, nombrado por la Junta
    Central, escribió los papeles siguientes:


    32.
    Informe político-histórico presentado a la Comisión superior de
    Cortes.


    33.
    Espíritu de las opiniones varias de los autores de memorias sobre
    Cortes, con notas de D. Antonio Capmany, presentado a la misma
    Comisión.


    34.
    Práctica y estilo de celebrar cortes en el reino de Aragón etc.,
    presentado a la misma.

    35.
    Su voto como vocal de la misma Junta superior de Cortes sobre la
    admisión de la nobleza y clero en las Cortes (*).




    (*)
    Por este catálogo se ve que las obras inéditas de nuestro autor no
    van en zaga a las publicadas, en importancia; llevándose la
    preferencia los trabajos filológicos, como más análogos a su
    talento analítico y minucioso. - G. F.




    5.°


    AL
    REY NUESTRO SR. DON FERNANDO VII


    EN
    SUS DÍAS.


    LA
    NACIÓN.


    Día
    30 de mayo, ¡día memorable en el calendario de la iglesia y de la
    patria! ¡día de luto у de júbilo por lo que padeces y por lo que
    mereces, ínclito y desgraciado FERNANDO!
    ¡O nombre glorioso,
    nombre grande, nombre de inmortal y feliz memoria para España! Son
    atributos de este real nombre los excelsos títulos de Magno, de
    Santo, y de Católico, que el valor y la virtud granjeó a tres
    insignes príncipes tus progenitores, que con la espada y la justicia
    restauraron, ampliaron y ensalzaron esta vasta monarquía, a cuyo
    trono te destinó el cielo, y te llamó y aclamó nuestra universal
    voluntad.


    En
    este día, en que los soldados del alevoso y cruel tirano de la
    Europa que manchan nuestro sagrado territorio, mirarán con desprecio
    tu corona, y harán público escarnio de tu púrpura y majestad: en
    este mismo te saludan y te aclaman veinte y cuatro millones de
    españoles en uno y otro hemisferio: hoy renuevan su amor y su
    juramento de defender tus derechos, tu nombre augusto, y la libertad
    y gloria de la patria. Tú nos mandas, FERNANDO, desde ese retiro de
    tu cautiverio, sin usar de tu poder, de tu voz ni de tu pluma. Tú
    callas, y te oímos lo que nos quieres decir. Tú eres ahora
    invisible, y te vemos con los ojos de la compasión y del amor. Tú
    reinas, y no imperas: tú estás cautivo, y nosotros somos siervos
    tuyos. Eres rey de España y de las Indias, y lo serás mientras
    vivas. Te han querido arrebatar la corona de tus padres, y te han
    dado otra más gloriosa, la del martirio que padeces de no poder ver
    de cerca los sacrificios de tus hijos.


    Pero
    consuélate, Príncipe amado, con saber que padecemos por ti, así
    los que peleamos, como los que no podemos pelear en tu desagravio.
    Consuélate y gloríate de que ningún soberano en el
    continente tiene nación que le ame y le defienda sino tú: todos han
    sido desamados o despreciados, porque ninguno ha sabido sostener su
    propio honor, ni ha querido que sus súbditos sostuviesen el suyo.
    Todos se han hecho esclavos del Gran Tirano sin esperar que los
    cautive: ¡desdicha y miseria inaudita! Sólo tú reinas en los
    corazones: nosotros pelearemos, y tú triunfarás. Llora, Fernando,
    tu desventura, y no llores nuestros males, que el amor los hace
    suaves, la justicia de la causa gloriosos, y nuestra fidelidad
    honrosos.


    Tu
    memoria vivirá de generación en generación mientras haya hombres
    que se llamen españoles. Patria y vasallos tienes en las cuatro
    partes del mundo; en ellas reinarás, en ellas será adorado tu
    nombre, y será ensalzado el de España entera. No desconfíes,
    señor, de nuestro valor y constancia, cada día más firme cuanto
    más sean los peligros y las adversidades. En estas se labran y se
    prueban los hombres que trabajan por la común libertad: la fortaleza
    es la virtud de los que sufren y vencen los trabajos. Perecerán los
    animales, se asolarán nuestras casas, se yermarán los pueblos, se
    secarán los campos, no nacerá yerba en ellos, y renacerá de las
    cenizas de cada mártir de la patria un español armado de furor que
    respirará venganza y sangre contra el impío y alevoso tirano.
    Desnudo entonces, y a solas con la naturaleza, abrazará y besará a
    la tierra que le dio el ser de español, y con animoso ruego le dirá:
    dame aquel vigor y virtud que no niegas a los animales y a las
    plantas, para que no me falte jamás el aliento y brío de hijo de
    tan noble suelo.


    Carecemos
    del dulce consuelo de tu presencia, mas no de tu representación. Tu
    soberana autoridad está depositada, con fé y unión indisoluble, en
    el Consejo de Regencia, que representa tu Real Persona, y bajo de tu
    sagrado nombre hoy rige felizmente el Estado, le repara, le sostiene
    y le vuelve con nuevos esfuerzos y esperanzas el vigor perdido. Para
    solemnizar este día establece hoy su silla y residencia en esta
    invicta, poderosa y leal ciudad de Cádiz, delante del enemigo
    insolente, para que el ruido de las salvas de artillería de la plaza
    y de las escuadras, y al ver desplegadas al viento las insignias y
    banderas de Fernando VII y de Jorge III, caros hermanos y aliados
    eternos, abra sus sangrientos ojos, y se los tape de confusión y de
    despecho.


    Recibe,
    Rey amado, el obsequio y veneración que te tributarán en este día
    las dos naciones libres de la tierra, la española y la inglesa, que
    desde hoy formarán una sola para defender su independencia, su
    dignidad y su honor contra el enemigo de entrambas, monstruo y
    deshonra de la humana naturaleza. - Por Don Antonio de Capmany.


    Cádiz
    30 de mayo de 1810. (*)


    (*)
    Si es mal prisma el presente para juzgar el pasado, no podemos
    censurar sin injusticia el tierno entusiasmo que excitaba Fernando
    VII durante la revolución nacional por antonomasia. He aquí por qué
    me parece muy dulce y patética la idea de dar la nación los días a
    su cautivo monarca. La producción transcrita, aparte de alguna
    antítesis rebuscada y de alguna reminiscencia retórica, está llena
    de ternura casi paternal. Duele recordar lo desgraciado que ha sido
    el pueblo español en sus idolatrías. - G. F.



    IV.


    Un
    crítico autorizado, si bien algo pesimista, Don Antonio Alcalá Galiano, dice, hablando de Capmany, en su Historia de la literatura española, francesa, inglesa e italiana en el siglo XVIII: «Capmany
    dio en presumir de purista, y aun se arrepintió de haberlo sido poco
    en sus primeras obras, dedicándose en sus últimos días con
    particular empeño a combatir la corrupción introducida en el idioma
    castellano. Para esta empresa tenía no pocos conocimientos; pero
    carecía de disposición natural para poner en práctica lo que
    recomendaba. Siendo catalán, y habiendo aprendido a hablar y aun a
    pensar en su dialecto lemosino, manejaba en cierto modo como
    extranjero el lenguaje castellano, de lo cual se seguía ser
    escabroso en su estilo y nada fácil en su dicción. Este juicio se
    presta a algunas observaciones que no creo inoportunas.


    Prescindiendo
    de algunos desmañados defensores de la antigua dicción castellana,
    cuya exaltada parcialidad, lejos de favorecer a la causa que
    sostenían la echaba a perder; débese a los que se dio en llamar
    puristas, la conservación de nuestro idioma. ¿A qué extremo de
    vilipendio no hubiera llegado la lengua española, sin el loable
    esfuerzo de los pocos escritores castizos del siglo pasado y
    comienzos del presente? Lejos, pues, de merecer calificaciones
    desdeñosas los que se empeñaron en sostener los fueros de la pureza
    indígena del habla castellana, dignos son, al contrario, de
    recordación agradecida y fervoroso aplauso. Nuestro Capmany, si
    alguna vez se dejó llevar de carrera por su buen celo, si por aquel
    acendrado españolismo suyo anduvo en varias ocasiones sobrado,
    conoció los verdaderos intereses de la causa que tan vigorosamente
    defendía. En las Observaciones críticas sobre la excelencia de la
    lengua castellana que preceden a su Teatro histórico-crítico dice
    categóricamente: «Adonde este (nuestro idioma) no alcance,
    adóptense voces nuevas, enhorabuena.» Lo que hacía salir de quicios a Capmany no era la introducción de aquellos vocablos
    (generalmente técnicos o facultativos) de que nuestra lengua carece,
    sino el que se mendigase de los idiomas extranjeros lo que el nuestro
    posee en abundancia. Cierto que fuera empeño asaz ridículo preferir
    prolijas e inexactas redundancias, a la adopción urgente de voces
    expresivas de adelantos científicos, industriales y comerciales que
    nuestra civilización naciente no ha inventado todavía; pero no es
    menos cierto que indigna e indignará siempre a todo buen español el
    ver como se menosprecia estúpidamente ese tesoro riquísimo, inmenso
    e inagotable que se llama: romance castellano.


    En
    cuanto al estilo de Capmany, si bien no se recomienda por la
    regularidad artificiosa, es fruto espontáneo y robusto de su
    pensamiento, y esto hace su más completo elogio. Si a su dicción le
    falta armonía, le sobra nervio; y bueno es advertir que la primera
    cualidad, lo es secundaria del estilo; y la segunda deriva
    inmediatamente de la fuerza del pensar o del sentir. Un escritor
    fríamente armonioso halaga el oído con sus frases rotundas, pero
    también suele conciliar muy regaladamente el sueño. El Sr. Galiano,
    con su acostumbrada y magistral imperturbabilidad, asegura que la
    dicción de Capmany era nada fácil. Lo que faltaba afortunadamente a
    nuestro autor era aquella facilidad agradable, que no pocas veces
    raya en hueca verbosidad. Por lo que atañe a si pudo influir en la
    dicción de Capmany el país en donde nació, sírvale esta
    circunstancia de mérito, no de excusa: pues tiene muy subido el
    primero, y de la segunda no necesita. Creo del caso recordar, con el
    debido respeto, al Sr. Alcalá Galiano, que si bien Capmany aprendió
    a hablar y aun a pensar en su dialecto lemosino (vulgarmente
    llamado
    lengua lemosina), su permanencia en la
    corte por espacio de 35 años, sus largos viajes por el interior de
    España, su constante y tenaz estudio de los clásicos y su eminente
    sagacidad filológica, bastan y sobran para vencer una «falta de
    disposición natural» que pongo muy en duda, con perdón sea dicho
    del Sr. Alcalá Galiano. De lo contrario sería preciso confesar que
    el «arte de escribir bien el castellano» es un don infuso, o una
    gracia gratis data. - G. F.


    V.


    He
    tenido ocasión de ver el Prospecto del Teatro histórico crítico de
    la elocuencia castellana; notable por la manera solemne y casi
    oficial con que empieza. Dice así:


    D.
    Antonio de Capmany, individuo del número de la Real Academia de la
    Historia y Honorario de la de Buenas Letras de Sevilla y Barcelona,
    deseoso de dar a los extranjeros y a sus patricios una general y
    perfecta idea de la abundancia, hermosura, majestad y armonía de la
    lengua castellana, presentándoles excelentes modelos de la mejor
    elocución prosaica en todos los géneros de estilo, ofrece al
    público, bajo el título de Teatro histórico-critico de la
    elocuencia castellana, una copiosa colección de pedazos escogidos de
    las obras, discursos, o tratados más acreditados de los escritores
    españoles que florecieron con mayor celebridad en el transcurso de
    cuatro siglos desde el XIII hasta concluido el XVII. El plan de la
    presente obra que hasta hoy parece no ha sido ni deseada, ni
    prometida, ni cumplida por ningún amante de la literatura española,
    comprende tres épocas principales, que son las tres edades del
    romance castellano por orden de reinados. Todas las muestras que se
    presentan anteriores a los Reyes Católicos, más pertenecen a la
    historia crítica del idioma castellano, que a la enseñanza del
    perfecto lenguaje para nuestra imitación. Desde aquel glorioso
    reinado hasta principios de este siglo, se manifiestan los progresos,
    la perfección y la decadencia del estilo, de la lengua y del gusto
    entre nosotros con muestras entresacadas de cuarenta y cinco Autores,
    los más señalados que reconoce la nación; cuya lectura y estudio,
    facilitados por medio de una discreta e imparcial elección de los
    más dignos trozos de sus escritos, podrá contribuir a la
    restauración de la verdadera locución castellana, tan desfigurada
    en estos últimos tiempos con pésimas traducciones; al crédito de
    los mismos escritores antiguos, hoy tan poco conocidos y leídos no
    sólo de los extraños, mas aun de los mismos nacionales; y a la
    propagación de nuestro idioma en los países extranjeros, puesto que
    primero los Ingleses y últimamente los Franceses en el nuevo
    establecimiento de su Museo público en París, el año pasado de
    1784, han manifestado particular afición al estudio de esta
    nobilísima lengua que en el siglo XV fue codiciada como adorno de
    moda entre sus cultos cortesanos. Esta colección se dividirá en
    cinco tomos en 8.° de grueso volumen; los cuatro últimos contendrán
    los autores desde el reinado de Carlos I hasta el de Carlos II; y en
    el primero se colocarán las muestras de los mejores escritos de los
    siglos precedentes, hasta subir a la primitiva infancia del romance
    castellano, que empezó a mostrar alguna armonía, gracia y gravedad
    cuando las demás lenguas vulgares de la Europa aún no habían
    salido de su grosera rusticidad. Precederá a toda la obra un
    Discurso preliminar, en que se persuade la necesidad de buenos
    modelos del estilo prosaico para adquirir y conservar el perfecto
    lenguaje castellano; y la preferencia de la prosa sobre la poesía
    para llegar a este fin. Se señalan las causas porque nuestros
    insignes escritores antiguos no son conocidos ni leídos; el juicio
    que se debe hacer del mérito de ellos en las diferentes épocas; los
    defectos y el gusto que han reinado en nuestra prosa en cada siglo.
    Trátase después del modo de aprovecharnos de los mejores escritos
    de nuestros autores; desde qué época estos deben proponerse por
    modelos de buen lenguaje, y cuáles son los más sobresalientes; de
    las causas de los pocos progresos que ha hecho la elocuencia civil
    entre nosotros; del atraso que casi siempre hemos padecido en la
    elocuencia del púlpito, y de sus causas; del renacimiento, progreso
    y declinación de este género de literatura en las demás naciones
    modernas, en comparación con la española. Por último concluye un
    análisis crítico e histórico de la formación, perfección y
    decadencia de la lengua española, comparando su riqueza, hermosura,
    dulzura e índole excelente, para todos los estilos y materias, con
    las calidades que acompañan a los demás idiomas vivos de Europa. Al
    fin de cada edad del romance se pondrá un vocabulario de las voces
    desconocidas, anticuadas o desusadas que se leen en las varias
    muestras de los Autores antiguos para instrucción de los lectores. A
    los tratados o discursos escogidos de cada autor, precederá una
    noticia de su vida y escritos, con el juicio de su mérito en orden a
    la elocución y al estilo.


    El
    autor dará esta obra al público por suscripción en los términos
    siguientes: Los cinco tomos en 8.° de marca mayor, de letra e
    impresión escogida de la Imprenta Real, se entregarán a la rústica
    a los sujetos que anticipen setenta reales vellón, a razón de
    catorce por cada tomo, en la librería de D. Valentín Francés en
    esta corte calle de las Carretas, y en la de Francisco Rivas en
    Barcelona plaza de San Jaime: de quienes recibirán el
    correspondiente resguardo impreso para recoger la obra al tiempo de
    sus entregas, que se verificarán en lo que queda del presente año
    hasta julio del siguiente: previniéndose que los que no hayan
    subscrito en el término de tres meses desde I.° de julio próximo
    dentro de España, y de cinco en los países extranjeros, pagarán
    por la obra, al fin de su total impresión, noventa reales vellón,
    que será su precio venal a la rústica.
    El Exmo. Sr. Conde de
    Floridablanca, enterado del mérito de esta obra, y bien persuadido
    de su importancia y utilidad, ha querido dar un nuevo ejemplo de su
    amor a las letras y gloria de su nación, tomando el primer lugar en
    el catálogo de los subscriptores, que se imprimirá en el tomo
    primero.


    VI.


    En
    el tomo primero, parte tercera de las Memorias, reproduce Capmany los
    argumentos en pro de las corporaciones gremiales que contiene su
    Discurso económico-político publicado en 1778, bajo el pseudónimo
    de D. Ramón Miguel Palacio.


    El
    trabajo mecánico que la batalladora Esparta relegó a la raza
    embrutecida de los ilotas, y que Roma juzgó siempre incompatible con
    sus preciados derechos de ciudadanía, vegetó en la más humillante
    oscuridad, objeto de odiosas vejaciones; hasta que la riqueza
    mobiliaria de la clase media empezó a competir con la riqueza
    territorial de la aristocracia. Los reyes vieron entonces con placer
    el naciente poderío de la clase manufacturera, que debía servir de
    contrapeso a la nobleza mal domeñada, insaciable monopolizadora de
    franquicias y ocasionada siempre a turbulentas usurpaciones. San
    Luis, sabiendo que vis unita fortior, y tomando ejemplo de las
    ciudades populares de Italia, hizo redactar a Esteban Boyleau los
    Establecimientos de París, que comunicaron vida legal a las
    comunicaciones obreras. Popularizóse entonces la organización
    jerárquica de los trabajadores bajo el régimen de los cuerpos
    gremiales. Pero como sea fatalidad inevitable de las instituciones
    humanas descastarse lastimosamente cuando se personifican, poco a
    poco el monopolio y la tiranía se entronizaron en los talleres, y se
    cometieron abusos escandalosos. El ilustre Blanqui cita dos hechos
    que parecen increíbles. En Ruan, el que no hubiese sido aprendiz por
    espacio de un quiennio y oficial por espacio de otro, debía cursar
    otra vez el aprendizaje para entrar en los gremios de París y de
    Burdeos, «exigencia tan absurda,- dice el mencionado escritor, -
    como la que obligase a un oficial a convertirse en soldado para
    cambiar de regimiento.» En Inglaterra la ley castigaba con pena
    capital al artesano que abandonaba su país, aunque hubiese en él
    falta de trabajo.


    Estos
    abusos movieron a algunos Gobiernos a abolir un sistema industrial
    tan decantado en su nacimiento y cuyo arraigado planteamiento tantos
    beneficios produjo. La Toscana vio abolidos los gremios por dos
    edictos de 1.° y 3 de febrero de 1770, confirmados nuevamente con
    otro de 25 de noviembre de 1775. Mr. Turgot destruyó de un golpe el
    sistema gremial por las letras patentes de 12 de febrero de 1776. La
    caída del ilustre ministro lo restableció de nuevo, pero la
    revolución y el Imperio lo borraron completamente. En España
    quedaron definitivamente abolidas las corporaciones gremiales con el
    decreto de Cortes de 8 de junio de 1813 que establece:


    Art.
    1. Todos los españoles y extranjeros avecindados, o que se avecinden
    en los pueblos de la monarquía, podrán libremente establecer las
    fábricas o artefactos de cualquiera clase que les acomode, sin
    necesidad de permiso ni licencia, con tal que se sujeten a las reglas
    de policía adoptadas o que se adopten para la salubridad. Art. 2.°
    También podrán ejercer libremente cualquiera industria u oficio
    útil, sin necesidad de examen, título o incorporación a los
    gremios respectivos, cuyas ordenanzas se derogan en esta parte.”


    Las
    ventajas incontrovertibles que produce el sistema gremial, son las
    siguientes:


    I.a
    Comunicar dignidad y nobleza al trabajo.
    2.a
    Nacionalizarlo.
    3.a Fomentar las buenas costumbres de
    los artesanos.
    4.a Suplir y simplificar la acción
    gubernativa.


    5.
    a Impedir la adulteración y falsificación de las
    manufacturas.


    Capmany,
    al reproducir y parafrasear estas ventajas que el vulgo de los
    economistas, que pudiéramos llamar conservadores, reconoce y
    pondera, ha refutado muy de ligero las objeciones poderosas que otros
    economistas ilustres han hecho a la organización gremial. Tales son:


    1.a
    El feudalismo de taller.
    2. a El monopolio.
    3.
    a El enervamiento de las capacidades precoces.


    He
    aquí el motivo por qué el sistema de defensa seguido por Capmany
    carece de relevante importancia científica. Hubiérala tenido
    incuestionable si, no ceñido a una peroración animada en favor de
    los gremios, hubiese reconocido inconvenientes innegables
    anatematizados por la conciencia pública y por el buen sentido. Una
    defensa, por razonada que sea, pierde mucha parte de su valía si
    cierra los ojos a hechos consumados. Para solventar
    satisfactoriamente el importantísimo problema de los gremios, es
    ante todo necesario, en mi humilde concepto, examinar con
    detenimiento concienzudo las bases fundamentales de aquella
    organización, y deslindar los vicios esencialmente orgánicos de los
    abusos puramente locales. Por fin: la verdadera incógnita de esta
    ecuación es el medio de armonizar el sistema de los gremios con el
    espíritu de cuerda libertad industrial, quitando al antiguo régimen
    lo que tenía de opresor y tiránico, y moderando la fuerza expansiva
    del moderno. Por otra parte, si bien han caducado las ventajas
    sociales del sistema gremial, que fueron el objeto originario de su
    institución, preciso es no ser ingratos con los beneficios inmensos
    que reportó, ni desconocer la necesidad palpitante de regularizar y
    encarrilar por buen camino las aspiraciones y necesidades de
    sociabilidad de la clase trabajadora. - G. F.



    VII.


    El
    Excmo. Sr. D. José Caveda en su Discurso sobre el desarrollo de los
    estudios históricos en España desde el reinado de Felipe V hasta el
    de Fernando VII, leído en sesión pública en la Real Academia de la
    Historia el 18 de Abril de 1854 emite el siguiente juicio sobre las
    Memorias históricas:


    «No
    son ya objeto de las investigaciones del autor, ni las guerras y
    conquistas, ni la serie de los reyes ni aquellos acontecimientos
    brillantes que deslumbran y fascinan sin ejercer influencia alguna en
    el destino de las naciones. La vida entera de un pueblo; el
    desarrollo de su riqueza y su cultura, de su industria y su comercio;
    el espíritu que le alienta, y vigoriza, y le hace laborioso y
    emprendedor; las causas y los resultados de sus empresas 
    marítimas
    y de las negociaciones que le ponen en contacto con los países más
    cultos y apartados de la tierra, presentan a Capmany un cuadro más
    filosófico, más consolador, más fecundo también en provechosas
    enseñanzas. Comprende que es necesario indagar los elementos de la
    civilización y la estructura de la sociedad que sabe desarrollarla;
    que mayor bien procurará el escritor con el examen de la prosperidad
    emanada de las luces y el trabajo, que con la pomposa narración de
    muchos hechos brillantes y ruidosos, pero estériles en resultados
    útiles, y primero a propósito para halagar la fantasía, que para
    esclarecer el entendimiento. Esta convicción le obliga a separarse
    de la senda trillada por sus antecesores; a buscar en los antiguos
    pergaminos de nuestros archivos, los datos que ellos despreciaron por
    humildes y vulgares; a reconocer en su conjunto y en mil
    circunstancias en que no reparó el anticuario, la fisonomía de la
    ciudad de la edad media que se propone reanimar, devolviéndole la
    vida, los talleres y las fábricas, las flotas y las negociaciones
    que realzaron su nombre y su fortuna.”


    VIII.


    «Como
    los tratados que se han publicado hasta ahora, - dice Sempere, -
    abundan más de preceptos que de buenos ejemplos analizados, los
    cuales hacen sentir más bien la fuerza de la elocuencia que las
    reglas estériles y secas con que regularmente se suele cargar la
    memoria sin ejercitar el juicio, el Sr. Capmany se propuso dar una
    retórica filosófica en la cual se trata más por principios que por
    definiciones ni reglas, el arte de persuadir y de ejercitar los
    afectos.»


    IX.


    Publicó
    Capmany esta obra bajo nombre supuesto, no juzgando conveniente
    descubrir el suyo verdadero hasta que lo reveló en sus Memorias
    históricas, tomo primero, parte tercera, como es de ver en la nota
    siguiente:


    «Como
    aquí se repiten, dice, muchos pensamientos frecuentísimos en un
    escrito publicado en 1778 en la imprenta de Sancha con el título de
    Discurso económico-político etc..., por D. Ramón Miguel Palacio;
    el autor de estas Memorias, temiendo la nota de plagiario grosero,
    advierte que debiendo tocar la misma materia en este lugar, no podía
    dejar de adoptar mucha parte de las ideas de aquel escrito, en cuya
    publicación tuvo entonces por conveniente ocultar su nombre.”


    X.


    En
    la obra titulada: Espíritu de los mejores diarios literarios que se
    publican en Europa, número 97 y 98, se copió el juicio de los
    diaristas de Roma acerca de las Ordenanzas de las armadas navales de
    la Corona de Aragón y de los Antiguos Tratados de paz y alianza.
    Dice así:


    «Todo
    lo que recuerda la antigua gloria de las naciones y los medios de que
    se valieron para adquirirla, merece sin duda alguna la atención del
    público ilustrado. Este siempre corresponde con elogios y estimación
    al celo de los autores que, sacando del olvido los ramos más
    importantes de la legislación civil y militar, nos presentan en
    compendio las causas del engrandecimiento y decadencia de los
    pueblos. Tal es la obra que anunciamos, la que, aunque al parecer
    sólo mira a la España, sin embargo, no por eso deja de ser digna de
    la atención de los sabios, de los filósofos y de los militares de
    Europa. Los primeros hallarán en ella muchas noticias sobre el modo
    de armar y de tripular los navíos, entre el ataque y la defensa, en
    los tiempos antiguos; sobre el estado de las artes relativas a la
    marina, y sobre otros objetos que tienen conexión esencial con la
    historia, o que pueden interesar a toda clase de lectores. Los
    filósofos podrán discurrir tanto sobre las opiniones que reinaron
    en aquella sazón, como sobre las ideas que se tenían del valor, del
    pundonor y del heroísmo militar; de cuyas reflexiones podrán sacar
    consecuencias no poco útiles para el conocimiento del hombre. Los
    militares, y en particular los empleados o que tienen algún destino
    en la marina podrán ilustrarse comparando el antiguo sistema de la
    legislación de marina con el actual, hoy en que la mayor parte de
    las potencias europeas se esfuerzan más en perfeccionar, y otras en
    crear su marina.


    La
    nación española debe estar sumamente agradecida a D. Antonio de
    Capmany por haber publicado un monumento tan precioso de la
    industria, de la sagacidad y del valor de sus mayores, monumento que
    haría honor al siglo más ilustrado, y que asombra al considerar que
    estas Ordenanzas se publicaron en el año de 1354. Jamás hemos sido
    del parecer de muchos de nuestros escritores que, poco versados en la
    historia literaria de España, dieron una idea no muy ventajosa de
    sus luces; y por lo mismo tenemos especial gusto en referir en
    nuestros papeles con la mayor imparcialidad cuanto podemos adquirir
    sobre la literatura española.


    En
    caso de que tuviéramos una idea poco favorable de las luces de los
    españoles (no nos avergonzaríamos de decirlo), bastaría esta obra
    para que mudáramos de opinión; y a la verdad, ¿no nos manifiesta
    con evidencia que la España fue la que formó una colección tan
    preciosa, tan justa y análoga a las circunstancias del tiempo, que
    entre las naciones más famosas no hay una sola que pueda gloriarse
    de haber dado otra mejor?
    Si por los efectos hemos de juzgar de
    las causas, es preciso confesar que fue muy grande el mérito de
    dicha colección, pues produjo en las tropas aragonesas aquella
    exacta disciplina, aquel valor intrépido y guerrero que hizo tan
    respetable su pabellón en todo el mediterráneo, con el que
    derrotaron varias veces las armadas de los genoveses y venecianos,
    sujetaron a las Baleares, conquistaron la Córcega y la Cerdeña, se
    apoderaron de la Sicilia, hicieron amistad con los sultanes del
    Egipto; y, finalmente, contuvieron a esas potencias berberiscas que
    hoy son el azote de los cristianos.


    No
    es fácil extractar esta colección porque se reduce a 34 ordenanzas
    o capítulos, que 
    tienen
    por objeto las obligaciones del general y de los subalternos, la
    disciplina, la subordinación y la conducta de los soldados, tanto en
    la navegación como en los combates. También se hallan en ellas las
    leyes penales relativas a los que en las expediciones faltasen a su
    deber, y es tal su severidad que parece se hicieron para una clase de
    hombres diferentes de la nuestra. El general Bernardo Cabrera, que
    por orden de Pedro IV formó este código, sin duda alguna estuvo
    íntimamente convencido de la opinión de uno de los más célebres
    filósofos de este tiempo sobre la fuerza de la educación, es decir,
    sobre que «se hallan en nosotros ciertos rencores que para hacer
    prodigios sólo necesitan que los mueva un sabio legislador.» Y en
    efecto: ¿Qué dirían nuestros generales si se les prescribiera este
    precepto: pero si el enemigo llegase a apoderarse de su galera,
    deberá retirarse al lugar en que se halla la bandera, para
    defenderla o morir cerca de ella? Luego para el general no había
    medio entre desconfiar de la victoria y morir, y. si el comandante de
    una expedición había de cumplir con tan estrechas obligaciones
    ¿merecerán más indulgencia los subalternos? Los capitanes que
    cometían algún delito, eran, como los soldados, arrastrados con
    ignominia, sin que pudiesen los cobardes alegar por excusa la
    superioridad del enemigo, ni los contratiempos del mar. En el
    capítulo XXIV se manda expresamente que dos galeras se batan con
    tres del enemigo; tres contra cuatro y contra siete, imponiendo pena
    de muerte al capitán que contraviniese a esta disposición. Los que
    quieran formarse una idea exacta de la obra, podrán leerla sin
    omitir la introducción juiciosa del Editor: en ella hallarán con
    qué espíritu filosófico, con qué nervio expone dichas Ordenanzas,
    y muy bellas reflexiones sobre la disciplina militar y sobre otros
    puntos relativos a las Ordenanzas que publica. El Sr. Capmany acaba
    la obra comparando las ordenanzas navales de la Gran Bretaña, que
    van insertas, traducidas del inglés al español, con las de los
    aragoneses, como en otro tiempo comparó Robertson en su Historia de
    Carlos V las dos constituciones políticas de uno y otro pueblo. Si
    fuera permitido formar juicios de comparación entre ciertos objetos,
    diríamos que en ambas reina un mismo espíritu; que las segundas se
    parecen a las primeras por el pequeño número de preceptos, por su
    laconismo, por la conformidad de las penas impuestas a los capitanes
    acusados de cobardía, y, finalmente, por su energía y precisión,
    cualidades esenciales para la excelencia de las leyes. En cuanto a
    las Ordenanzas de Aragón añadiremos que infundían valor con más
    sencillez y menos estorbos; que presentaban al pundonor como el móvil
    del valor, y que mandaban que no se saliese de los combates sino con
    la victoria; dejando a la industria y valor de cada uno los medios de
    triunfar del enemigo.


    El
    infatigable Capmany ha publicado varias obras que han merecido el
    aprecio de sus paisanos. Sería de desear que algunos de los
    españoles ilustrados establecidos en Italia las tradujeran; tanto
    por la utilidad que resultaría a nuestra literatura, como para
    engrandecer la esfera de nuestros conocimientos. Acabamos de recibir
    otra obra muy apreciable de dicho autor que contiene los tratados
    antiguos de paz y de alianza entre varios reyes de Aragón y muchos
    príncipes de Asia y África, desde el siglo XIII hasta el XV. En
    ellos se ve el poder de aquellos monarcas españoles, cuya amistad y
    protección buscaban a porfía los príncipes berberiscos, para lo
    cual pasaban a Barcelona con este motivo. No podemos menos de elogiar
    la sabia conducta de Carlos III, que actualmente reina, entre cuyas
    acciones memorables admirará la posteridad la paz concluida con los
    musulmanes. La humanidad, la filosofía, la religión y la política,
    aguardaban desde mucho tiempo un hecho tan glorioso, el que siempre
    será una prueba de la mayor ilustración del gabinete de Madrid, al
    mismo tiempo que asegura, o, a lo menos, prepara un nuevo sistema de
    paz entre los dos hemisferios. ¡Ojalá sirva este ejemplo de modelo
    a los demás de Europa! ¡Ojalá pueda algún día nuestra Italia,
    hasta cuyas costas llegan los beneficios de Carlos III, deber a un
    rey tan grande la perfecta seguridad de su comercio y de su
    navegación!»
    ___