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lunes, 13 de julio de 2020

CAPÍTULO XLVII.


CAPÍTULO XLVII.

Que contiene la vida de Armengol de Córdoba, cuarto conde de Urgel.

La paz y quietud de que gozaban los cristianos de Cataluña, después que el conde Borrell retiró los moros a las orillas del Segre, fue tal, que dio lugar al conde Armengol, tres años después de muerto su padre, de ir a visitar la ciudad santa de Roma, devoción muy usada en aquellos siglos. Fueron en su compañía Arnulfo, obispo de Vique, y otros prelados y algunos caballeros, y llegaron en ocasión que Gregorio V celebraba concilio general. De esta peregrinación nos da noticia el episcopologio de Vique, por ocasión de un clérigo llamado Guadaldo, que llamado del pontífice, iba allá y se acompañó con ellos, y juntos llegaron a Roma. Teníanse de este clérigo en la curia romana grandes quejas, originadas de ambición, que fue tan vehemente, que quiso el obispado de Vique a Fruyano y le tomó para sí, y con astucia y maña se hizo consagrar de otro obispo. Descomulgólo por ello Juan XVI, y él hizo tan poco caso de este castigo, que, añadiendo males a males, mató a Fruyano y otros, para así mejor asegurarse en el obispado.
Reinaba en Cataluña Ramón Borrell, y aborrecía las mañas de este intruso: con su favor hicieron obispo de Vique a Arnulfo, que era abad de san Felio (Feliu) de Gerona, el cual fue consagrado obispo en lugar del muerto. Este obispo y otros prelados de Cataluña y el conde de Urgel informaron de la verdad al pontífice y concilio, y tomado su testimonio y la confesión del delincuente, le dieron el merecido castigo, que refiere el episcopologio de Vique, y Arnulfo se quedó con el obispado, y pasando por Narbona, el arzobispo le consagró.
Aunque reposaban los cristianos en Cataluña, no estaban ociosos los moros, antes se prevenían para hacer entrada en tierras de cristianos y darles algún daño notable. Favorecíanles para ello los privados de Hicen, rey de Toledo, por cuyas manos todo se gobernaba, porque él, o por ocio o por incapacidad, cuidaba poco de sus obligaciones; vinieron por la parte de Tarragona y entraron en el Panadés, y aunque los pueblos de él estaban fortificados y prevenidos, no lo fueron tanto, que pudieran defenderse de tan gran poder. Padeció toda la tierra notables daños, y la Seo de Barcelona, que allá tenía las más de sus rentas, fue notablemente damnificada, y hubo de vender las joyas de su sacristía para reparar una torre que servía de presidio y defensa a todas aquellas fronteras de Villafranca. Pasaron al campo de Urgel, y los cristianos les fueron al alcance; pasaron por la puente de Balaguer el Segre, y se retiraron a la campiña de Albesa, lugar que está a las orillas de Noguera Ribagorzana, en los pueblos ilergetes, donde fueron vencidos y derrotados. No *declaran las memorias antiguas cosa particular de esta victoria; pero infiérese que fue grande, pues dicen que de allí adelante casi todas las ciudades de Cataluña que ocupaban los moros se hicieron tributarias al conde de Barcelona Ramón Borrell; y de los nuestros no leemos que muriese otra persona de cuenta, sino Bererengario, obispo de Elna. (Berenguer, Berengarius, Belenguer, Berenguera para mujer).
Era en estos tiempos tan grande en España la potencia de los moros y tan impenetrable, que ningún poder ni fuerza fuera el suyo era bastante para ofenderles; pero ellos, por quererlo así Dios, para mayor bien del cristianismo y aumento de estos reinos, con sus pasiones y propias armas invencibles por entonces, se hicieron guerra y finalmente tributarios y cautivos de los cristianos, que a la postre los echaron de estos reinos. Vivían sus reyes en Córdoba (allí uno de los reyes de taifas), y había muchos años que tenían allá su silla real: era entre ellos esta ciudad cabeza y metrópoli de las demás de España, grande el tesoro que poseían, y numerosos los ejércitos que sustentaban. Duró este estado cerca de doscientos años: el fin fue de discordias entre ellos; causólas la flojedad de Hicen que era rey en nombre y apariencia: quedó de edad de diez años cuando murió su padre, pero tan subyugado y oprimido de Almanzor y de Abdulmelic, capitanes y privados suyos, que siempre le tuvieron encerrado en el alcázar de Córdoba, y no se le permitía hablar, ni salir sino a una grande huerta, donde a nadie era permitido acercársele. Teníanle allí muchas mujeres y otros entretenimientos, y hacíanle creer que en aquello consistía el ser rey. De esta manera vivió veinte y seis años; pasados ellos murieron sus dos privados, que con gran prudencia gobernaban aquel reino; comenzaron luego algunos levantamiratos, y el más notable fue de Mahomad Almohadi, que con doce de los más principales de Córdoba, sus confidentes, se levantó con el reino, apoderóse de la persona de Hicen, y con mucho secreto le encerró en la casa de uno de aquellos doce, sin que nadie supiese de él, y publicaron que era muerto, matando en su lugar a un cristiano su semejante, que por más disimular, enterraron entre los demás reyes.
De esta manera quedó Mahomad en el reino; pero presto se cansaron los cordobeses de su tiranía, y levantaron por rey a Zulema, sobrino del escondido Hicen, que luego cercó a Mahomad, que estaba dentro de Córdoba; pero por no sentirse poderoso pidió socorro al conde don Sancho de Castilla, hijo del conde don Garci Fernández, a quien años antes habían muerto los moros, y con buen ejército de leoneses, castellanos y navarros, se juntó con Zulema y fueron todos a Córdoba. Mahomad salió en campo y quedó vencido, y treinta y cinco mil de los suyos muertos. Retiróse al alcázar de Córdoba, y allí don Sancho y Zulema le cercaron: él conociendo que sus cosas iban de mal en peor, sacó al escondido Hicen, exhortándoles que dejasen a Zulema, que tanto daño les había hecho, metiendo cristianos en sus tierras; pero la gente estaba tan alborotada, que no fue oído, y así, dejando a Córdoba, se retiró a Toledo, donde estuvo algún tiempo, y Zulema quedó rey, y tenía consigo al conde don Sancho como a fundamento de su seguridad; y éste, dejando ya asegurado a Zulema en el reino, certificado de una traición que algunos moros tramaban contra de él y los suyos, se volvió a Castilla muy satisfecho, por haber vengado la muerte de su padre. Estas y otras discordias abrieron buen camino a los cristianos para hacerles guerra. En el mismo tiempo Ramón Borrell, conde de Barcelona, venció al rey de Tortosa; tomóle muchos lugares y matóle mucha gente, y don Sancho el Mayor, rey de Aragón, alcanzó de ellos insignes victorias, porque ocupados en sus guerras civiles, no tenían aquel antiguo valor y fortaleza.
Prevalecía entre ellos el bando o partido de Zulema; Mahomad Almohadi estaba en Toledo, donde reinaba ya Abdallá, que se era levantado con la ciudad y se llamaba rey de Toledo: y Almohadi, por acomodarse con el tiempo, disimulaba con él.
En este tiempo había en Medina-Celi otro capitán moro llamado Alagib Albahadi, por otro nombre Alamés, y tenía un gran ejército para acudir en socorro de los moros de Cataluña, si es que lo hubiesen menester. Este, lastimado de los sucesos de Almohadi, le aconsejó que, a imitación de Zulema, llamase cristianos en su favor contra su enemigo. Pareció bien a Almohadi, y puso sus tratos e inteligencias, por medio del mismo Alamés, con el conde de Barcelona y el de Urgel, su hermano: propúsoles grandes intereses
y partidos, que aceptaron, y prometieron favorecerle. Valiéronse de los prelados, barones, nobles y pueblos de Cataluña: fueron de los más señalados Aecio, obispo de Barcelona; Arnulfo, de Vique; Oton, de Gerona; Oliva, abad de Ripoll; el abad de San Cugat del Vallés (Beuter dice que también pasó allá el obispo de Urgel, y le nombra Berenguer, no siéndolo sino san Armengol, tío del conde de Urgel); Ugo, conde de Ampurias; Gastón de Moncada, Dalmau de Rocabertí, Bernat, conde de Besalú; Ugo, vizconde de Bas; Aymar de Porqueras, Bernat de Bestraca, Ramón de Puig-Perdiguer y otros muchos.
Era el ejército de nueve mil hombres; fuéronse a Toledo, donde hallaron la gente de Almohadi; y con estos ejércitos se juntó el que tenía ya Alamés en Medina-Celi (Medinaceli), y de todos se formó uno que era de más de treinta y cuatro mil combatientes. Tomaron el camino de Córdoba, si bien hay autores que afirman que los nuestros pasaron por Navarra y Aragón a Castilla, antes que llegasen a Córdoba, por ser estas tierras de cristianos o amigos de Almohadi, y tener mejor comodidad, caminando entre ellos, que entre enemigos. Zulema, que reinaba en Córdoba, pidió a los de la ciudad que salieran contra los enemigos, pero ellos se excusaron. Tenía Zulema muchos moros
de África, que siempre le valieron y en esta ocasión le animaron a la batalla, ofreciéndole las vidas y sustentarle en el reino, en que ellos le habían puesto. Animado con esto el moro, salió en busca de los enemigos y asentó su campo; llegó allá Mahomad Almohadi con los ejércitos de Cataluña, Toledo y Medina-Celi, y sin darles el enemigo tiempo de reposar, ni ordenarse, dio de improviso sobre ellos; trabóse la batalla, que faltó poco que no fuese de poder a poder, y toda la furia de los moros cargó sobre las tropas de los condes de Barcelona y Urgel. Al conde no le fue posible defenderse ni ser defendido de los suyos, y quedó muerto de muchas heridas que le dieron los moros. Beuter dice que, andando trabada la batalla, se encontraron el conde Armengol y el rey moro de Córdoba, y pasáronse entrambos las lanzas y quedaron muertos: otros dicen que el rey moro buscaba igual suyo para pelear y daba voces:
“¿quién es aquí rey o hijo de rey que pelee conmigo?” y que el conde, que lo oyó, dijo:
yo soy hijo de conde, que es á par de rey”, y arremetió para él; otros que murió queriendo hacer calle por medio de los enemigos, y recibió tantas lanzadas que luego murió de ellas, despues de haber diez y ocho años tenía el condado. Murieron con él muchos cristianos, y otros fueron mal heridos: de los muertos fue Aecio, obispo (pone abispo) de Barcelona; Arnulfo, de Vique, que salió muy peligrosamente herido, y a los 22 de octubre de este año 1010, vuelto ya en su Iglesia, murió también; y Oton, obispo de Gerona, que había sido abad de San Cugat, donde está en su sepulcro una tabla que da cuenta de estos sucesos con los versos siguientes:
IN HAC URNA JACET OTHO, QUONDAM ABBAS INCLITUS,
QUI CUM VIXIT CORDE TOTO FUIT DEO DEDITUS.
HIC, CUM AD PRAEPOSITURAM VALLENSIS PERGERET,
CONTIGIT QUOD SIC JACTURAM MORTIS TUNC EVADERET;
NAM TUNC FUIT BARCHINONA A PAGANIS OBSITA,
ATQUE DOMUS HUJUS BONA CUM PERSONIS PERDITA.
TANDEM, MAURIS HINC PULSATIS, OTHO CITO REDIIT,
ET HANC SANCTI CUCUPHATIS DOMUM MURIS MUNIIT.
MOX ELECTUS IN ABBATEM, MONACHOS INSTITUIT,
QUOS SECUNDUM FACULTATEM DOMUS PAVIT, INDUIT.
SIC, PROTECTUS DEI DEXTRA, CURAM EGIT OMNIUM,
QUE DITAVIT INTUS EXTRA PRAESENS MONASTERIUM.
TUNC GERUNDA HUNC VOCAVIT PRAESULIS AD GLORIAM,
ET UTRAMQUE GUBERNAVIT PRUDENTER AECCLESIAM.
ITA HUNC PRAEVENIT DEUS BENEDICTIONIBUS,
QUOD NON EST INVENTUS REUS, SED JUSTUS IN OMNIBUS.
DUM FLORERET ISTE SANCTUS MERITORUM FLORIBUS,
CASUM MORTIS EST ATTRACTUS PAGANORUM ICTIBUS;
NAM IN BELLO CORDUBENSI CUM PLURIBUS ALIIS
MORTE RUIT, DATUS ENSI, COELI DIGNUS GAUDIIS;
CUJUS OSSA SUNT SEPULTA IN HOC PARVO TUMULO,
SPIRITUSQUE LAUDE MULTA SUMMO VIXIT SAECULO.
ERANT ANNI MILLE DECEM POST CHRISTI PRAESEPIA,
QUANDO DEDIT ISTI NECEM PRIMA LUX SEPTEMBRIS.

Fue esta batalla, según lo declaran estos versos, a 1.° de setiembre del año 1010.

El cardenal César Baronio, siguiendo al padre Juan de Mariana, de la Compañía de Jesús, siente mal que estos prelados de Barcelona, Gerona, Vique y otros fueran a esta guerra; pero a su sentir satisface la costumbre de España, porque en estos tiempos era cosa muy ordinaria asistir los prelados a las campañas contra los moros, para animar a los cristianos contra los enemigos de la fé católica, que nos tenían profanados los templos y tiranizada la tierra, y ministrar los sacramentos a los que lo hubiesen menester; y se usó muchos años después. En el año 1212, en la batalla de las Navas de Tolosa, estaban el arzobispo de Toledo y el obispo de Placencia y muchos otros prelados; y en la de Benamarin, llamada del Salado, había muchos sacerdotes que ministraban los sacramentos; y el rey don Fernando, el Santo, que ganó Sevilla, siempre llevó en su compañía el obispo de Sevilla; y fray Francisco Ximenez de Cisneros, en el año 1509, estuvo siempre en el ejército que pasó a Oran, desde el principio hasta la fin; y en la batalla de Lepanto fueron padres capuchinos, franciscos observantes, de la Compañía de Jesús y otros de otras religiones y en tiempo de los reyes godos, en las entradas o acometimientos súbitos que hacían los enemigos, los obispos y sacerdotes habían de salir a ayudar por espacio de cien leguas o millas en torno del lugar acometido. El bienaventurado fray Juan de Campistrano es muy celebrado por lo que hizo en Hungría contra turcos, y a fray Lorenzo de Panormo, de la religión de san Francisco, de consejo y de consentimiento de los cardenales, envió el papa con sus frailes por comisario apostólico a las Indias Orientales, para incitar a los isleños tomaran armas contra los turcos; y por estos mismos tiempos, o poco después, Ramón Guillen, obispo de Barcelona, por exhortación de un legado apostólico, fue con el conde Ramón Berenguer a la conquista de Mallorca, donde murió herido. Ni el intento de estos prelados fue de favorecer a los moros, sino de ayudar a los que iban contra de ellos para que entre si se acabasen y consumiesen, que, en razón de estado, prudente cosa es dejar a los enemigos infieles que ellos mismos se persigan y acaben, pues que los
reinos divisos, según la sentencia del Evangelio, se vienen a destruir y deshacer; de manera que estos obispos no favorecieron a los moros, antes cooperaron en su total ruina: y así dicen generalmente todos nuestros autores, que después que los moros tuvieron entre sí las contiendas y batallas que acabamos de decir, nunca jamás levantaron cabeza en España, y nuestros condes de Cataluña, con insignes victorias, les fueron echando poco a poco de lo que poseían en este principado. Algunos autores que describen esta batalla confunden la ida del conde Sancho con la de los condes de Urgel y de Barcelona, poniéndoles todos en una misma batalla y tiempo, afirmando que los condes valieron a los moros contra don Sancho; y esto es imposible, porque ni cuando don Sancho fue a favorecer a Zulema era allá el conde de Barcelona, ni cuando el de Barcelona fue a favorecer a Almohadi se hablaba de don Sancho, ni sabemos que en esta última batalla fuese en favor de Zulema cristiano alguno.
Los cuerpos del conde Armengol y del obispo de Gerona fueron llevados a Cataluña y enterrados, el del conde en Ripoll, con sus padres, y el del obispo en el convento de San Cugat del Valles, a la mano derecha de la puerta que entra del claustro a la iglesia, donde están los versos o epitafio que traigo arriba. Por haber muerto en Córdoba el conde Armengol, comunmente le llaman de Córdoba, para diferenciarle de los otros Armengoles de la casa de Urgel. Algún autor dice que un linaje de Córdobas que hay en Castilla, muy principal y noble, desciende de este conde; pero esto más fue buen pensamiento de aquel que lo dice, que verdad, porque la denominación de estos Córdobas no tiene nada que ver con lo que tratamos aquí.
No dejó más de un hijo de su nombre, habido en la condesa su mujer, cuyo nombre aún no ha venido a mi noticia.

A Rodulfo fue sucesor en el obispado de Urgel Guiso o Visado o Wisago, que todos estos nombres le acomodan, y no he hallado otro obispo entre los dos. Este fue en el año 971 ejecutor de la bula del papa Juan XIII, cuando el arzobispado de Tarragona fue unido a la seo de Vique, por estar aquel ocupado de moros; y a 28 de setiembre de 976, se halló en la consagración da la iglesia del monasterio de San Miguel de Coxá, fundación de ciertos clérigos devotos de la Seo de Urgel, según dice fray Yepes, en el tomo 3, fol. 125.

Capítulo XLVI.


Capítulo XLVI.

De la vida del conde Borrell, tercer conde de Urgel.

Muerto Sunyer, sucedió su hijo mayor. Este en el tiempo que su padre entendía en el gobierno del condado de Barcelona, gobernó el de Urgel. No hallamos, por la antigüedad de los tiempos y faltas de memorias (pone momorias), hechos de consideración suyos, hasta el año de 967, que fue el décimotercio de su condado, en que murió Seniofredo, primo suyo y conde de Barcelona, después de diez y siete años había que gobernaba aquel condado y a los cincuenta y uno de su edad: no le quedaron hijos, porque su mujer doña María, hija de Sancho Abarca, rey de Aragón, era de edad. Los más próximos eran sus hermanos: el mayor era Oliva, conde de Besalú, y el que más derecho parecía tener; pero los barones y gente de Cataluña sintieron lo contrario, excluyéndole de la sucesión. Pondéranse muchas razones: Miguel Carbonell (Pere Miquel Carbonell, archivero real de Juan II y Fernando II el católico) dice que no era buen católico, y lo sacó de una *ria (memoria; página 290 mal escaneada) antigua intitulada Flos mundi, que salió a luz * en tiempo del rey don Martín, y el mismo Carbonell * de ella en muchas partes de su historia: Zurita dice *mo. El padre Diago dice lo contrario, y le alaba * católico y buen cristiano, virtud que jamás hom* mancha en este linaje y prosapia: y en prueba de esto * acciones suyas, muy de buen católico, y que si p* sucesión, no fue por esto, sino por el defecto nat* no poder hablar sin dar primero tres o cuatro veces en * con el pie, a modo de cabra, de donde le quedó el * de Cabreta, y también porque no era derecho de * ni bien agestado, como es bien que lo sean las personas * representan majestad real. No falta quien dice, q* flojedad y descuido que tuvo en el gobierno de* le vino el ser desheredado del de Barcelona, que con * con los de Besalú y Cerdaña eran cosa poca. Esto *ria de su padre el conde Sunyer, la confianza que tenía * le había de imitar, y sus reales virtudes y grandes *mientos, le hicieron conde de Barcelona, añadiendo * título al de conde de Urgel. Fue esta elección c* gusto de toda la ciudad y condado, prometiéndose * mil felices y prósperos sucesos, y certísima espera* de esta vez, habían de quedar expelidos los infieles y *tarse la fé de Cristo en esta parte de la Citerior España *.
Cuando empezaba el nuevo conde a disponer aquello *recía convenir al buen gobierno de sus súbditos, no falt algunos disgustos con el mismo Oliva que, como hijo *de de Barcelona, pretendía ser legítimo sucesor del * de sus padres y abuelos, y últimamente de su herman* parecía no había razón bastante para privarle de ello. Estas pasiones y contiendas encendían ya el corazón y sangre a los primos, y el pleito se iba remitiendo a las armas: no había entonces en España las universidades que después, ni se decidían las sucesiones de los reinos por el Código y Di* como cuando murió el rey Don Martín, estaba el derecho en las armas y no en el parecer de letrados, que entonces eran poco conocidos en esta tierra. Los moros no dormían, y sabían muy bien todo lo que pasaba; animáronse por tomar las armas contra los cristianos, y llamaron en su favor a otros muchos de su nación y casta, que no aguardaban sino el principio de esta guerra civil, de quien dependía todo bien de ellos. No era la intención de aquellos nobilísimos príncipes dar ocasión de que el pueblo cristiano fuese destruído de los paganos, antes deseaban lo contrario, ni Oliva estaba tan ciego de su pasión, que no conociese los daños que podían causarse, así a él mismo como a los demás. Era católico, y como tal, no quería que los de su religión y ley quedasen destruidos, ni que las casas suyas y de su primo, que a costa de sangre cristiana hasta aquel tiempo se eran conservadas y defendidas de infieles, enemigos de la cruz de Cristo, fuesen de todo punto acabadas, dejó sus pretensiones; se reconciliaron los dos primos, quedó contento con lo que Dios le había dado, que es el medio más seguro para la perpetuación de los estados, y las guerras que parecía habían de ser intestinas y más que civiles, cesaron de todo punto, con gran descontento de los infieles, que las estaban aguardando.
Luego que el conde Borrell vio deshecho este nublado, entendió en la reforma de algunas cosas necesitaban de ella.
Lo que más cuidado le daba, era estar la ciudad y * obispado de Tarragona sin prelado y en poder de moros, sin esperanza entonces alguna de poderla cobrar. Consta *los arquiepiscopologios de este arzobispado, que desde el año 693 hasta el de 1091 estuvo yerma y sin prelados, y si algunos hubo, es tan poca la memoria que da de esto que es casi ninguna. El estado eclesiástico padecía mucho en Cataluña por la falta de metropolitano y necesitaba volver a la autoridad y esplendor que estaba en tiempo * los godos; negocio tan grave había de consultarse con el romano pontífice; para tratarle y visitar la iglesia de los * grados apóstoles (devoción muy usada entre los príncipes cristianos de aquellos tiempos) se partió para Roma el año de 971, que era el vigésimo año del condado de Urgel, y cuarto del de Barcelona, siendo obispo de aquella ciud* Pedro.
Gobernaba la sede apostólica Juan XIII, y llegado * el conde, le suplicó con muchas lágrimas que, pues por los pecados de la tierra, estaba en poder de moros la ciudad de
Tarragona y todo su campo, se sirviese de unir aquel arzobispado a la Iglesia catedral de Vique, dando el título * arzobispo a Atton, que era su obispo. El pontífice, movido del celo
del conde y de una petición tan justa, concedió todo lo que le pidió y mandó despachar su bula, y la Iglesia * Vique quedó con título y preeminencia de Metropolitana * Atton, a quien el episcopologio de Vique llama Atto o * fue arzobispo. Duró la sede arquiepiscopal en Vique hasta el tiempo de Urbano II, que la ciudad de Taragona volvió a su antiguo esplendor. Esta bula trae el padre Diago, y la sacó de un registro antiquísimo de las cosas del arzobispo de Tarragona, que está guardado en el archivo real de Barcelona, en el armario de Tarragona, núm. 134, folio 36 (1).
1: Es ahora el núm. 3 de la colección general de registros, y en el folio que se cita está efectivamente continuada la mencionada bula del papa Urbano.
Volvióse luego a Cataluña, y en el mismo año de 971 he hallado que asistió a la dedicación del monasterio de san Benito de Bages, del orden del mismo santo, que entonces habían acabado de edificar dos caballeros llamados Rosarno y Vinifredo, hijos de Salta y Ricarda, su mujer, que le emp*. Eran estos fundadores gente noble y rica, y como tales, convidaron a la dedicación la gente más lucida de esta tierra, entre ellos fueron el conde Borrell, Frugifer, obispo de Vique, Visado, obispo de Urgel, y otros muchos, y todos dotaron aquella iglesia magníficamente, según la costumbre y piedad de aquellos tiempos.
Esta venida del conde fue en muy buena ocasión, porque el rey de Lérida, aprovechándose de su ausencia, convocó todos sus amigos, para talar las tierras de los cristianos y dañarlos todo lo posible, creyendo que nadie supliría su falta. El castillo de Solsona y los demás que hay desde él hasta el mar, tirando una línea derecha, eran frontera o límite entre los cristianos y los moros, y años antes, el conde Sinofredo, predecesor de Borrell, había poblado la villa que está a sombra del castillo, y el conde puso ahora en él gente de guerra, y confirmó los términos que le fueron señalados entonces. Fue esta confirmación en el año 973, y dice Zurita que intervinieron en ella el conde Borrell, la condesa Lutgarda, su mujer, y Ramón, su hijo, la vizcondesa E*esa y Guitardo, su hijo, el obispo de Urgel, que * nombre Salla, de quien diremos en su lugar, cuando tratemos de los obispos de Urgel.
El año siguiente, que fue el de 974, a 11 de las calendas de agosto, y en el año décimonono del rey *L de Francia, el conde Borrell y Guifredo, a quien llama su consanguíneo, dieron a nuestro Señor y al monasterio de san Saturnino, mártir, que está en el condado de Urgel, no lejos de lo que llamamos Seo de Urgel, ecclesias que ab antiquo tempore erant fundatas, et sacris altaribus titul* in extremis ultimos findum marcus, in loco vecitato castrum Lordano no vel in civitate Isauna, quae est destructa a sarracenis * ecclesias quae ibi sunt, scilicet in castro Lordano, vel in civitate jam dicta quam in * qui infra sunt * vel ad futurum erunt constructas quaerum prima in ejus castro Lordan, Sancti Saturnini (Saturnino, Sadurní) est nuncupata ecclesia, alia Santa Maria est nuncupata in ipsa civitate de Isena, quae est destructa, alia Sancti Vincentii, q* fuit monasterium in caput jam dicta villae, juxta fontem quae dicunt Clara (Fuenclara, Font Clara). His praefatas ecclesias concedimus et donamus ad praelibatum caenobium, cum eorum laudibus et possesionibus ac universis adquisitionibus cum illarum decimi et primiciis, seu obligationibus fidelium vivorum ac defunctorum ab integre, etc. Firma el conde Borrell y se intitula Comes et marchio, y después de su signo y firma, están escritos los nombres de Visado, obispo que lo era de Urgel, Vifredo, el pariente del conde, que concurrió con él en la dicha donación; Frugifer, obispo de Vique; Evadallo * que se intitulaba princeps cotorum, y otros que se ignora quienes eran, según todo parece en el dicho auto, que está en el real archivo de Barcelona, en el armario 16 * A núm 86 (1).
(1) Equivócase aquí el autor: la escritura que cita se hallaba antiguamente en el *(mal escaneado) núm 7 de la colección del conde Borrell, y la publicó también Marca, aunque con algunas variantes, copiándola de un ejemplar del archivo de la santa Iglesia de Urgel. En su Marca Hispánica, col. 902, podrán leerla ad longum los curiosos. La escritura del Arm.16, saco A, núm. 86, también es efectivamente una donación al monasterio de san Saturnino; pero otorgada por el conde Ramón Borrell, en el año 11 del rey Roberto.
El padre Diago, que vio esta donación y hace memoria de ella en su historia de los condes de Barcelona, quiere que la iglesia del castillo de Lordan se llamase San Saturnino y que la ciudad de Isauna sea Solsona y que la iglesia de ella fuese Santa María. Yo no quiero im* de que afirma aquel autor tan grave, a quien se debe toda veneración, pero digo que he buscado con cuidado si Isauna es Solsona, y hasta ahora no me ha sido posible averiguarlo, y no hallo razón porque Isona y Isauna hayan de ser Solsona, y no Guisona (Guissona), Osona o Isanta, que le son semejantes. (y también Isábena, Roda de)
Por evitar el * que corrían las monjas que estaban en el monasterio de nuestra señora de Monserrate, desmandándose los moros vecinos de aquellas santas montañas contra los cristianos, y porque la abadesa y monjas no eran bastantes a hospedar tantos peregrinos como acudían allá cada día, llamados de la devoción de la Virgen nuestra señora, las trasladó al monasterio de san Pedro de las Puellas de Barcelona, de donde habían salido en tiempo de Vifredo Peloso, para ir a Monserrate, cuando fue la invencion de la santa imagen. Fue esta traslación el año 976, y aquel monasterio, que hasta entonces había sido de religiosas benitas, de allí en adelante fue de monjes claustrales de la misma orden, que salieron del monasterio de Ripoll, al cual estaba el de Monserrate sujeto, con título de priorato, hasta el año 1410, que el papa Benedicto XIII le erigió, en abadiado, y estuvo así hasta el año 1493, que se unió a la congregación de san Benito el Real de Valladolid.
El año siguiente de 977, Oliva Cabreta, conde de Besalú, dotó el monasterio que, so invocación de Nuestra Señora, había edificado en la parroquia de Serrateix el abad Froylano, con consentimiento del obispo de Gerona, Miron, su hermano, y con consejo de Visado, obispo de Urgel; dióle toda la parroquia de Serrateix, y se reservó para sí y sus sucesores que la elección de abad hubiese de ser con su consentimiento y del obispo de Urgel; y entonces los obispos de Gerona y Urgel concedieran remisión de todos sus pecados a los que eligirían sepultura en la iglesia de dicho monasterio, o darían alguna limosna para él, porque aún no tenían limitada los obispos la licencia de conceder indulgencias.
Por estos tiempos los moros de Mallorca, Tortosa, Lérida y Balaguer, con el favor y ayuda de Hiscen, rey de Córdoba, que era cabeza de todos ellos, se juntaron para tomar la ciudad de Barcelona, que era la cabeza y pueblo más principal de Cataluña, y no estaba tan fortificada y prevenida como era menester. El conde salió con su ejército contra ellos, y les dio batalla en el Vallés, junto al castillo de Moncada, en un llano que llamaban de Matabous, y fue en ella vencido y perdió más de quinientos caballos. Fueron siguiendo
los moros el alcance hasta Barcelona, donde el conde con algunos de los suyos se era recogido. Llegaron a ella miércoles primero de julio, año 986, pusiéronle luego cerco, apretándola y combatiéndola con todo rigor y tomaron las cabezas de todos los caballeros que habían muerto en la batalla, y con un ingenio las tiraron dentro la ciudad, y vinieron a dar cerca la iglesia de san justo y Pastor, que no era muy lejos de los muros antiguos, y allá fueron enterradas. Estaba la ciudad sin fuerzas e imposibilitada de defenderse; el conde y los que con él estaban no eran poderosos para defenderla, y así, habido consejo con los ciudadanos y caballeros que había en ella, escogieron salirse y retirarse a lugar seguro, con confianza de volverla a cobrar, antes que perecer miserablemente en ella. Salido el conde, y pasados seis días después de puesto el asedio, fue entrada de los enemigos: el daño que esta afligida ciudad recibió de ellos fue cual se puede pensar de una muchedumbre de bárbaros enemigos; pasaron innumerable gente a cuchillo, otros cautivaron y llevaron a Córdoba, que era cual otra Constantinopla, y a otras tierras de ellos; lleváronse toda la riqueza que estaba recogida en la ciudad, y lo que no se pudieron llevar, particularmente escrituras, lo quemaron todo. Quedó acabada entonces y consumida la memoria de las casas y linajes de aquella ciudad que habían quedado de tiempo de los godos, y los que escaparon de la tempestad vivos, fueron esparcidos por todos los reinos y tierras de los moros. Tomaron asímismo los moros todos los pueblos que había alrededor de Barcelona y por la costa de la mar, y quedaron solos los castillos de Moncada y Cervellon, (Cervelló, Cervellón) que en esta tan grande calamidad se conservaron por los cristianos. A los moros de Mallorca cupieron las riquezas y todo lo que había en el monasterio de san Pedro de las Puellas, y se alojaron en él; a la despedida, en paga del hospedaje, quemaron todo lo que no se pudieron llevar. Lo que pasó con las religiosas, que constantemente todas resistieron a los torpes deseos de los enemigos, refieren el padre Diago y Domenech en sus historias.
Luego que el conde y los (pone lus) suyos salieron de Barcelona, se retiraron a la ciudad Manresa: acudieron allá el conde de Besalú Oliva Cabreta y muchos caballeros de los más principales de este principado, que nombra Pedro Tomic, y porque sus fuerzas no bastaban a resistir a los enemigos, enviaron sus embajadores al pontífice Juan XVI, y a Lotario, rey de Francia, y a Oton, emperador, para hacerles saber los sucesos y estado de la tierra y pedirles socorro y favor; pero aunque los embajadores partieron luego, no estaba tal el estado de cosas que pudieran aguardar la respuesta, porque en el entretanto podía hacerse más poderoso y grueso el enemigo; y así, sin aguardar más, juntó toda la gente que pudo de Cataluña la Vieja, y para que creciese más el número de la caballería, concedió libertad y franqueza militar a todos aquellos que acudiesen con armas y caballo para seguir la guerra. Fue de tanta eficacia esta concesión, que luego salieron en campo hasta novecientos hombres de a caballo, armados y a punto de guerra, y de allí adelante fueron nombrados hombres de parage, (paraje, paratge) para denotar con este vocablo, que en todas las cosas y honores eran iguales a los demás caballeros de Cataluña, ellos y sus descendientes. Con esta gente de a caballo y con muchas compañías de infantería, puso el conde cerco a Barcelona, y le dio tan recios combates, que en breves días la volvió a cobrar, con todos los lugares vecinos y de la marina que habían tomado los moros. Fue esta recuperación muy pronta, y extraordinaria la diligencia del conde en librarla, porque no había aún pasado un mes de la pérdida de ella. Entrados dentro, hallaron la ciudad tan desolada y perdida y tan otra de lo que pocos días antes la habían dejado, que parecía un campo pacido de langostas o dehesa donde fieras hubiesen invernado. Dice Tomic, que pocos días después de cobrada Barcelona, llegó el socorro que el papa, rey de Francia y emperador habían enviado, y que muchos de los caballeros y cabos recién venidos (que él nombra) se domiciliaron en Cataluña, y de ellos descienden muchas y muy nobles familias. Valiéndose el conde de estos nuevos socorros y de la gente que él tenía, marchó en persecución de los enemigos, y les ganó todas las tierras que tenían desde Barcelona hasta Balaguer y Lérida; y si no fuera que el río Segre les impidió pasar más arriba, así como los había echado del condado de Barcelona, llevaba intento de sacarlos del de Urgel.
Necesitaban entonces mucho reparo los muros de la ciudad de Barcelona, porque de las baterías pasadas quedaban muy flacos, y el castillo de ella quedaba muy derruido: en el que aún dura en la calle que llaman la Call (lo Call, el Call), aunque muy derribado, y está pegado a la cortina del muro viejo de la ciudad. En tiempo del rey don Pedro el Católico sirvió de cárcel a don Carlos, príncipe de Salerno, hijo del rey Carlos de Sicilia, sobrino de san Luis, rey de Francia. Su antigüedad y rastros de su grandeza, y no haber otro tal en Barcelona, es argumento cierto ser este el que fortificó en esta ocasión el conde. Encomendóle, según parece en memorias antiguas, a un caballero de su casa llamado Íñigo Bonfill, (Ignacio, Eneco, Nacho, etc) que cuidó a la fortificación de él; y por esto el conde después a 21 de octubre de 989, le dio muchas heredades y posesiones de diversas personas que habían muerto en las guerras pasadas, y no habían dejado hijos ni descendientes.
En agradecimiento de las mercedes que Dios le había hecho, fue muy pío y liberal con las iglesias. A 2 de las nonas de enero del año primero del rey Ludovico, que es el de Cristo señor nuestro 987, dio a Dios nuestro señor y a san Pedro de la ciudad de Vique la mitad del castillo de Miralles, con todos los diezmos y primicias y ofrendas de los fieles, y dice que le pertenecían por sus padres; y porque se supiese lo que contenía en si dicha donación, declara en el auto de ella los límites y términos de aquel castillo; y esta donación la hace también por las almas de Ramón y Ermengaudo, sus hijos, que le sobrevieron.(sobrevivieron)
Miró mucho por la conservación de la jurisdicción y preeminencias eclesiásticas, y según refiere Diago, habiendo sus oficiales capturado a ciertas personas que eran de la jurisdicción eclesiástica, luego que fue advertido de ello Vivas, obispo de Barcelona, le remitió los delincuentes, para que les castigara según sus culpas.
En el año 991 el obispo Vivas dedicó la iglesia de san Miguel Derdol, que llamaban de Olerdula (Olérdola) junto a Villafranca: asistió el conde a la solemnidad, y le señaló los mismos términos o límites que el conde Suniario, (Sunyer) su padre, cuando la edificó, siendo obispo de Barcelona Teuderico.
Al monasterio de san Pedro de las Puellas solo quedaron las paredes mondas, y el conde, como patrón de aquella casa, la restauró, reedificando la iglesia con gran solemnidad: Bonafilla, (Buena hija) hija del conde, tomó el hábito, fue nombrada abadesa, y con ella vistieron otras doncellas, que eran Ermetruyta, Devota, Ermella, Argudamia y Quiratilla, y con el favor del conde recuperaron todas las propiedades o bienes que tenía el monasterio antes de la guerra, y lo que no pudieron probar por autos, por ser quemados o perdidos, probaron con testigos, fundándose en una ley gótica que disponía que escritura o auto perdido se puede recuperar con testigos oculares y que tengan noticia de ella; y de esta manera volvió el monasterio en posesión de muchas cosas que había perdido.
El monasterio de san Cucufate del Vallés (Sant Cugat) fue muy damnificado, porque entonces aún no estaba murado, y los moros le entraron y quemaron todo lo que no se pudieron llevar y en particular las escrituras, que las había muchas; y el abad Oto, que fue muy señalado varón, de quien después hablaremos, instó al conde Borrell que alcanzase del rey Lotario de Francia renovación de lo que les habían quemado, y el conde con este Oto, que entonces aún no era abad, sino prior de aquel monasterio, fue a Francia, y con buenas pruebas alcanzó que se renovasen los privilegios que los reyes de Francia (que entonces tenían algo del supremo dominio en Cataluña) habían dado al convento.
Ocupado el conde en estos ejercicios, y estando en su obediencia todo lo que es desde Villafranca de Panadés a Rosellón y de Segre hasta el mar, le cogió la muerte en la ciudad de Barcelona, en el año sexto de Hugo Capeto, primero rey de Francia, ascendiente del cristianísimo señor Luis XIV, rey de Francia y conde de Barcelona (1), que era el de nuestro Señor 993, después de haber tenido el condado de Urgel cuarenta y dos años y el de Barcelona veinte y seis, y fue sepultado en el monasterio de Ripoll en el mismo sepulcro de sus padres y ascendientes.

(1) Recuérdese que el autor fue partidario de la casa de Francia, durante la calamitosa guerra que afligió a Cataluña en el reinado de Felipe el Grande.

Casó dos veces, la primera con Letgarda, y de ella tuvo a Riquilda, que casó con Udalardo, vizconde de Barcelona, ascendiente de los señores de la casa de Queralt; a Ermengarda que casó con Miron, señor del castillo de Port, cerca de Barcelona; y a Bonafilla, que fue abadesa del monasterio de san Pedro. La otra mujer fue Aymerudis, y de ella tuvo dos hijos, Ramón Berenguer, que fue conde de Barcelona, y Armengol, que lo fue de Urgel (1), y trataremos de él en el capítulo siguiente. Según parece en su testamento, hecho a 24 de setiembre de 993, usó siempre el título de conde y marqués como consta de las escrituras que se hallan de su tiempo, y fue de los primeros señores de España que tuvieron este título y dignidad. (marqués, marchio, de la Marca Hispánica).
(1) Ramón Borrell, no Berenguer, y Armengol, fueron hijos de Letgarda, y no de Aymerudis.
La muerte del conde cuenta Carbonell (Pere Miquel Carbonell) de otra manera, y sácalo de un libro antiguo manuscrito, intitulado Flos mundi, del cual tomó lo más de su crónica; y como aquel autor, por ser archivero del real archivo de Barcelona, tiene tan grande autoridad, le han seguido casi los demás autores que han escrito después de él, como son Beuter, Diago, Garibay, Menescal, Jorba y otros muchos; aunque Zurita, que averiguó mejor que todos las cosas de esta corona, y el abad Carrillo, y Tarafa, canónigo de Barcelona, conociendo el yerro de los que han seguido a Carbonell, lo cuentan del modo queda referido, siguiendo en esto la genealogía de las constituciones de Cataluña y las memorias del anónimo de Ripoll, y otras memorias más antiguas y ciertas porque aquello que dice Carbonell y los que le siguen, que el conde con quinientos de a caballo, en el Vallés y castillo de *Ganta, cerca de Caldes, embistió a los moros y fue vencido y muerto con todos los suyos, y que luego fueron a poner cerco a Barcelona, y para mayor terror y espanto de los cercados, con ingenios les tiraban las cabezas del conde y de los otros que con él murieron, fue equivocación y atribuir lo que pasó en eI año 986, cuando fue presa Barcelona, a tiempos en que gozaban todos los cristianos de
Cataluña de paz, por estar retirados los moros a la otra parte de Segre y a las orillas del río de Gayá.

En tiempo de este conde, y cuando estaba para cobrar de los moros la ciudad de Barcelona, fue la primera aparición, que sabemos en estos reinos, del glorioso mártir y caballero san Jorge. Cuando el conde, para cobrar a Barcelona, salió de Manresa, ciudad muy vecina a la santa montaña de Monserrate, se encomendaron muy de corazón él y los suyos a Nuestra Señora, por su santa imagen, que no había muchos años la había Dios descubierto, porque sabía que sus fuerzas eran mucho menores de lo que para tantos enemigos era menester; pero así por su fé, como por el peligro que corría la santa imagen de venir a manos de los enemigos, vino a socorrerla san Jorge, patrón y amparo de la tierra, tenido de principio por tal, desde aquellos varones alemanes (Georg, Giorgi, George, Jorge, Jordi, etc.) que comenzaron la conquista y vinieron con Carlo Magno y enseñaron a invocarle en las batallas. Este santo apareció armado en blanco con una cruz colorada en los pechos, encima de un caballo blanco, peleando con braveza por los cristianos, de tal manera, que alcanzando victoria, recobraron a Barcelona y mucho más de lo que habían perdido con gran facilidad; por lo cual agradecido el principado de Cataluña, tomó, en memoria y devoción del santo, por armas la cruz roja en campo de plata, y estas son las del principado de Cataluña, que los cuatro palos de sangre en campo de oro son propias de la casa y linaje de los condes; y la ciudad de Barcelona, que fue la que más experimentó su intercesión,
compuso sus armas en cuartel: en el primero y último puso sendas cruces de san Jorge, y en los otros dos, palos de las armas de los condes, dividiendo los palos, esto es, dos en cada cuartel. La diputación y principado le tomaron por su patrón y tutelar, y en las batallas apellidan su nombre, así como los franceses a san Dionisio y los castellanos a Santiago; y no solo quedó esta devoción en el principado, mas también se comunicó a otras ciudades; y refiere Pedro Tomic, que por asegurarse mejor de los genoveses, les dieron en cierta ocasión la cruz por armas y el nombre del santo por apellido, y les ha quedado después en tanto, que la ayuda que dio el santo al rey de Aragón en la batalla de Alcoraz, un autor valenciano dice que fue por la devoción y compañía de los catalanes, muchísimos de los cuales de ordinario servían a los reyes de Aragón, y en aquella batalla había muchos, porque le tienen ellos por patrón y le invocan. Han experimentado los favores de este santo, después de esta primera aparición, los aragoneses, en Alcoraz; los valencianos, en las batallas del Puig y de Alcoy; los de Menorca, en la conquista de aquella isla, y los mallorquines, en la presa de su ciudad donde, en tiempo de san Vicente Ferrer, celebraban su fiesta con gran solemnidad, en memoria y agradecimiento de la ayuda que dio a los cristianos cuando la tomaron.

Después de Lauderico o Lauberico, obispo de Urgel, ponen los episcopologios de aquella Iglesia a Estéfano, y dicen haber tenido aquel obispado diez y nueve años.
Dotila fue su sucesor, y tuvo la silla seis años; y esta es la memoria que hallo de estos dos prelados, que lo fueron en aquellos calamitosos y desdichados tiempos de la pérdida de España.
Sucesor de ellos fue Félix, que asistió a un concilio que en el año 778 convocó en Narbona Daniel, arzobispo de aquella ciudad, porque Urgel entonces era de aquel arzobispado. Cayó este prelado en algunas herejías; entre ellas era una que Cristo, hijo de Dios, en cuanto a la humanidad era hijo de Dios adoptivo, y no propio y natural, de la cual falsa opinión se seguía necesariamente que en Jesucristo había dos personas y dos hijos, el uno natural, y el otro adoptivo, que fue herejía condenada de muy atrás contra Nestorio. Este error siguió Elipando, arzobispo de Toledo, contemporáneo de Félix; yo creo que todos lo tuvieron por ignorancia más que con pertinacia, porque en aquellos tiempos tan trabajosos había pocas letras en España, y certificados de la verdad, presto se apartaron de él, porque por mandato de Carlo Magno se juntó concilio en la ciudad de Narbona, en el año 778, a 25 de las calendas de julio; y porque todavía perseveraba en sus errores, juntó después otro concilio nacional en Francfort, (Frankfurt) ciudad de Alemania, en el año 794, de casi trescientos obispos de Italia, Alemania e Inglaterra, donde fue este error condenado. Después, según dice Aymonio en el libro cuarto De gestis francorum, convencido ya de su error, le envió aquel concilio al papa Adriano, y en la iglesia de San Pedro Apóstol, presente el sumo pontífice, damnó y dejó aquella herejía y mala opinión, y se volvió a su ciudad. Hacen muy larga mención de este obispo y de su herejía Ambrosio de Morales, el padre Juan de Mariana, el cardenal César Baronio, el doctor Pisa en su historia de Toledo, y otros muchos autores. Bien sé yo que Adon Vienense dice que este obispo fue desterrado de su Iglesia a León de Francia, (Lyon) y murió allá con su error; pero no sé por qué no demos mayor crédito a Aymonio, coronista del emperador Carlo Magno, ante quien se averiguaron las opiniones a Félix y era señor de todas aquellas fronteras de Cataluña, que a Adon Vienense, que escribe las cosas de este obispo como de auditu y muestra estar poco enterado de ellas, pues por llamarle Urgelitanus, le llama Aurelianus, argumento cierto que no estando enterado del nombre de su obispado, menos lo estaría de sus hechos, y en particular de su conversión, pues, tratando de ella, usa de estas palabras:
quem ferunt in eodem ipso suo errore mortuum, como dando al vulgo por autor de esto. Yo he visto unas memorias de los obispos de Urgel, y según lo que en ellas se escribe de este obispo, debió hacer tales demostraciones, que quedó en opinión de santo varón, cosa que es muy ordinaria a la omnipotencia de Dios, de grandes pecadores hacer grandes santos. Vivía este obispo por los años de 792, y gobernó su obispado nueve años.
Sigebuto vino después de Félix, y tuvo la sede doce años.
Visado gobernó veinte y dos años; fue a Francia y recibió muchas mercedes y favores del rey Carlos Calvo, que era señor de esta provincia; y a trece de las calendas de diciembre, año veinte y uno de su reinado, que es el de Cristo 861, le dio la tercera parte de las lezdas y derecho del mercado, y confirmó las donaciones que sus pasados habían hecho a la Iglesia de Urgel.
Después fue obispo Navagico, (plateáo) el cual tuvo la silla veinte y seis años y cuatro meses.
Sucesor suyo fue Nigoberto o Ingoberto: fue gran prelado y muy estimado en Cataluña y provincia Narbonense. En la relación de la vida de san Teodardo, arzobispo de Narbona, sacada de los cartularios de los archivos de San Estévan de Tolosa, hablando de él, se dice: Ejecto de episcopatu ejus sancto et reverendissimo viro, litteris a primaevo et *moribuis benè instituto, Nigoberto, etc. Ordenóle en obispo *Sigebuto o Sigebodo, arzobispo de Narbona, aquel que vino a Barcelona para buscar las reliquias de santa Eulalia. Cuando san Teodardo se hubo de consagrar, entre otros obispos que llamó de Cataluña fue Nigoberto, el cual no acudió por estar enfermo, como ni Frodoyno, obispo de Barcelona, que no pudo dejar su obispado porque los moros amenazaban venir poderosos en sus tierras, ni Teutario, obispo de Gerona, que estaba enfermo; pero todos la confirmaron, así como Ausinto, obispo de Elna, y otros que asistieron a ella. Fue esta consagración domingo día de la Asunción de Nuestra Señora, el año 885 de la Encarnación. En el año que murió Carlomano y le sucedió Oton o Eudo, reyes de Francia, este arzobispo Teodardo fue a Roma a recibir el palio, y allá pidió al papa Estéfano letras apostólicas contra un sacerdote español llamado Selva, el cual, fuera toda razón, se era levantado arzobispo de Narbona, y como tal había echado por fuerza de la Iglesia de Urgel y de su obispado a Nigoberto, y quería sacar de la de Gerona a Deodado, (Deusdat) obispo de aquella ciudad, que había allá puesto el mismo san Teodardo, y meter en ella a Heimemiro. Eran fautores de Selva: Frodoyno, obispo de Barcelona, y Gudmaro, obispo de Vique: llamólos san Teodardo, y ellos rehusaron de ir; vista su inobediencia, convocó a todos sus diocesanos en una villa llamada Porto, entre Mompeller (Montpellier, Montispessulani) y Nismes (Nimes): fue entre ellos Riculfo, obispo de Elna, que Ausinto ya sería muerto, y los obispos de Gerona, Vique y Urgel y muchos otros: allá dieron Ingoberto, obispo de Urgel, y Deodado, obispo de Gerona, sus quejas contra Selva y Frodoyno, y culparon mucho a Gudmaro, obispo de Vique, porque los tres habían ordenado a Heimemiro, y este, entre otras disculpas, dijo que el conde Suario le había obligado a ello, y fue perdonado. No se dice allá quién fue este conde: yo no entiendo que fuese Sunyer, conde de Urgel, porque este aún en el año 912 no era conde, porque vivía su padre. Leyéronse en aquella junta unas letras del papa Estéfano, en que reprendía severamente lo que Selva y otros obispos habían hecho. Frodoyno, obispo de Barcelona, que conoció en que había errado, fue perdonado; a Selva y Heimemiro quitaron las insignias pontificales y privaron de la dignidad episcopal, que indebidamente se habían usurpado, y con esto Nigoberto volvió a su Iglesia de Urgel, después de haberle tenido Selva fuera de ella más de un año; y todo el tiempo del pontificado de Ingoberto fueron diez años. Este obispo en los manuscritos de la Iglesia de Urgel llaman Engilbertus, que en cosas tan antiguas es fácil trocar los nombres.
Nantigiso vivía en el año 899: hay mención de él en un concilio que congregó Arnusto, arzobispo de Narbona, en la iglesia de San Vicente, en la villa de Juncaria, en el territorio de Mompeller: dícelo Catel en la Historia del Languedoc, folios 35 y 733.
Asímismo en el año 940 hubo concilio sinodal en la villa de Foncuberta: juntólo el mismo Arnusto, y en él se determinó una contienda que tenía Nantigiso con Adulfo, obispo de Pallars, por haberle usurpado toda la tierra de Pallars veintitrés años había, y probó que de muy antiguo era de la diócesis de Urgel; y determinó el concilio, que durante su vida Adulfo fuese obispo y tuviese aquel territorio, y después de su muerte se entremetiese en él, y volviese al dominio y ordinacion antigua de la Iglesia de Urgel y de sus prelados. Rodulfo, hijo de Guifre Pelos, conde de Barcelona, tomó el hábito de monje de Ripoll el año 888, cuando fue la primera dedicación de aquel monasterio, y por su causa dio el Conde al dicho monasterio mucho patrimonio; después fue abad, y a la postre obispo de Urgel. Éralo en el año de 913, porque en el archivo del arzobispado de Narbona he tenido en manos una bula del papa Juan X en favor de Agio, arzobispo de Narbona, contra Herardo, que pretendía el dicho arzobispado, la cual era dirigida a los obispos sufragáneos de Narbona, y entre otros que nombra, son: Hugo, de Gerona; Teodorico, de Barcelona; Georgio (En Jordi de Vic), de Vique, y Rodolfo, de Urgel, de donde se infiere que estos obispados eran entonces de la metrópoli de Narbona, así como otros de Francia que allá nombra.

domingo, 28 de junio de 2020

CAPÍTULO IX.


CAPÍTULO IX.

De cómo Asdrúbal llegó a los pueblos Ilergetes, y de lo que hizo en ellos.

No era bien salido Neyo Scipion de Tarragona, cuando Asdrúbal dio la vuelta segunda vez, y pasado el río Ebro se entró en la región de los llergetes, que no tenían la provisión de gente romana que era menester para resistirle; y el primer acometimiento fue sobre la ciudad de Lérida, que era la que había dado rehenes de seguridad a Neyo Scipion; y tales cautelas y diligencias tuvo con sus vecinos Asdrúbal, así de temores que les puso, como de blanduras y promesas amorosas, que no solamente le dieron el pueblo, sino que, viéndose favorecidos con él, tomaron sus mesmos vecinos las armas, y juntos con ellos los cartagineses, comenzaron a correr y a destruir las tierras y pueblos comarcanos, parciales y fieles al pueblo romano; y para desacreditar a Scipion y sus gentes, esparció fama entre los del campo de Tarragona y los pueblos llergetes, que los vecinos de los Pirineos habían bajado contra los romanos y sus amigos y les tenían muy apretados: y estas nuevas dañaron mucho a los romanos; porque los llergetes, que de su natural eran belicosos y generosos, luego se levantaron contra los romanos y se declararon por Asdrúbal, y lo mismo hizo Amusito, hombre principal y poderoso en la comarca o región de los Acetanos. Imitóle en lo mismo otro caballero de los llergetes, llamado Leónero, que se hizo fuerte y alzó con una ciudad muy principal de ellos, llamada Athanagria (1), que, según la más común opinión, sería Lérida; porque, según se infiere de Tito Livio, era la cabeza de aquellos pueblos; y juntos estos con los cartagineses, corrieron y talaron las tierras comarcanas parciales y fieles al bando romano, en venganza de las demasías y daños que los días pasados habían recibido. Scipion, que tuvo aviso de todo esto, no quisiera haber de meter en campaña sus gentes, que ya estaban repartidas en aposentos y deseaba tomaran algún descanso, por ser aquel invierno riguroso, y porque con mejor vigor pudiesen llegar al verano, para pelear con los cartagineses de poder a poder, y de esta manera dar fin a la guerra;

(1) Athanagria o Athanagia, como se halla en todas las ediciones de Tito Livio, dice Cortés que no pudo ser Lérida, como supuso Marina, ni menos Manresa, cuya última opinión impugnó ya Pedro de Marca: antes bien era Sanahuja (no se ve bien) nombre derivado de Azanagia, quitada por aféresis la primera letra, y convertida la g en j; cuya villa conserva aún muchos indicios de su antigüedad, y se halla en la raya divisoria entre los lacetanos y los ilergetes.

pero como cada día le llegaban avisos de los estragos que recibían sus amigos y que Asdrúbal se iba haciendo más poderoso, sacó las gentes de sus estancias y caminó contra los cartagineses, muy apesarado por la mudanza de los ilergetes. Asdrúbal, que supo la venida (de) Scipion, fingió ignorarla, y publicando que no hallaba mala voluntad ni contradicción con los ilergetes, dio vuelta y pasó otra vez el río Ebro, y dejando todos los pasos muy fortificados, se fue a Cartagena, imaginando que los romanos, viéndole tan lejos, se volverían a Tarragona o Empurias, y la región de los ilergetes quedaría sin daño alguno; pues él no se ponía en parte de donde pudiese causar nuevas alteraciones y sospechas. Scipion, que ya tenía las 
gentes en campaña y estaba para marchar, no dejó de proseguir su camino con grande prisa, recogiendo de paso muchos catalanes amigos suyos que le acudieron; y metido con ellos en la región de los ilergetes, no hicieron menos daño que los cartagineses habían hecho primero por la tierra del bando romano, tanto, que todas las personas principales y nobles que había en aquella comarca desampararon sus casas y se retiraron en la ciudad de Athanagria, con harto temor que no hiciese con ellos Scipion lo que los cartagineses habían hecho con Sagunto. Estando retirados en esta ciudad, fueron cercados y combatidos tan a menudo y por tantas partes, que dentro de pocos días se rindieron, y murieron en este sitio Leónero y muchos caballeros principales; y con esta victoria los demás pueblos del derredor quedaron obedientes a Scipion, el cual se tomó la jurisdicción de aquellos lugares, y recibió mayor número de rehenes que había antes recibido, y le pagaron cierto tributo para el gasto de la guerra, que, según dice Ocampo, serían ganados (a quien Tito Livio llama peccunia, porque los romanos al dinero y ganado todo lo comprendían debajo de este vocablo peccunia), metales y otras preseas, y no moneda, porque en aquellos tiempos, que era 200 años poco más o menos antes de la venida de Jesucristo señor nuestro al mundo, no la usaban. 

Esta victoria puso algún temor en los cartagineses y acreditó la buena fortuna de Scipion, el cual, por no perder tiempo, quiso perseguir a Amusito, caballero español y señor de los pueblos Acetanos. Este, en tiempos pasados, había favorecido mucho a los ilergetes, por serles muy amigo y haber liga y confederación entre ellos; y después de la pérdida de Athanagria, se había retirado a su tierra. Pero Scipion no por eso dejó de perseguirle, en odio de los cartagineses; y dejadas a buen punto las cosas de los ilergetes, dice Livio, que movió su campo hacia estos pueblos Acetanos, que son los que están entre los dos ríos Segre y Ebro, y eran confinantes con los ilergetes. a estos, la impresión de Tito Livio llama ausetanos, y es manifiesto error del impresor, ponderadas las palabras de aquel autor, el cual dice: In Ausetanos propè Iberum, socios et ipsos p*orum, procedit; utque urbe eorum obsessa. Lacetanos, auxilium *finilimis ferentes, nocte haud procul jam urbe, cum intrare *vellent excipit, insidiis; y esto no pudo ser, porque los ausetanos, que son los de la plana de Vique, ni están junto al Ebro, ni de muchas leguas se llegan a él, y los acetanos están muy cerca, pues viven en las orillas de aquel río y del de Segre; y así, ni Amusito, como dicen algunos, fue señor de Ausa, que es Vique, (obispado de Ausonia, Vich, Vic) sino de un pueblo o ciudad, que era el pueblo más principal de los Acetanos y que no sabemos el nombre, por callarlo Livio, aunque Florián dice llamarse Acete, sobre el cual puso sitio.
Avisado Amusito de los intentos de Scipion, llamó en su favor a los lacetanos, que son los pueblos que hay desde el río Llobregat hasta Gerona, cuyo pueblo más principal era Barcelona, y según opinión de Beuter, llamó, no a los lacetanos, sino a los jacetanos, que en esto corrige también la impresión de Tito Livio, que dice lacetanos (I mayúscula, no L (ele), Iacca, Iaccam, Jaca, Jacca, etc.), habiendo de hacer de la l, j, equivocación muy fácil del que traslada manuscritos antiguos: y es más verisímil haberse valido de los jacetanos, que son los de la ciudad y comarca de Jaca, que le eran vecinos; que no de los lacetanos, que le estaban más apartados y habían de pasar más tierra para juntarse con él. Sin estos, también llamó a los ilergetes que viven en la Seo de Urgel, porque a estos aún no había llegado Scipion, por estar más remotos, y les pidió Amusito que, según las conveniencias y ligas que había entre ellos, le valieran en aquella ocasión. Juntáronse más de veinte mil hombres que salieron de las montañas que hay desde la Seo de Urgel hasta Aynsa (Aínsa) y Sobrarbe (Superarbe), en el reino de Aragón, gente valerosa y armada. Estaba concertado entre estos montañeses y los cercados, que saliesen a meter fuego en el real de los romanos, y mientras estarían ocupados en matar el fuego, darían sobre ellos antes que estuviesen advertidos del socorro que les venía de los montañeses.
No pasó esto tan secreto que lo ignorase Scipion, por medio de unas espías que cogió; y por evitar este daño, puso gente de a caballo en guarda de su real y cuidó que no tuviesen lugar, ni los de la ciudad a los del socorro, ni estos a los de la ciudad, de darse algún aviso, y él con un buen número de gente se puso en un paso, por el cual habían de venir estos montañeses que enviaba Amusito, que ignorantes de lo que estaba aparejado, venían de noche, sin capitán ni caudillo, y se metieron por un valle, donde toparon con la gente de Scipion, que al principio pensaron eran gente de Amusito, que les venían a encaminar a la ciudad y al real de los romanos. Presto vieron el engaño; porque les apretaron de manera los romanos, que mataron de ellos más de doce mil, y los que quedaron huyeron con el resplandor de la luna, procurando salvarse cada uno de ellos como mejor pudo. Amusito, con la tardanza de los montañeses, conoció que alguna desgracia les habría sucedido, por lo que no dejó salir a nadie de la ciudad, esperando nueva de lo que había sido. Con esta suspensión estuvo hasta la mañana, que vio a los romanos muy alegres y regocijados, y entendió lo que había pasado. Sintió mucho esta pérdida; pero no desmayó, confiando de la esperanza del tiempo, y de la nieve que continuamente caía, y de la falta de mantenimientos que habían de tener los romanos, y que por eso habían de salirse de aquellas tierras; porque donde menos nieve había pasaba de diez pies en alto. Scipion, por estas incomodidades y rigores de tiempo, no se apartó de su empresa y apretó la ciudad cercada; y aunque no la nombra Livio, no pudo ser Vique, como han querido algunos, sino otra que Ocampo llama Acete, cabeza de los pueblos acetanos, donde pasó todo esto. Duró el cerco treinta días; y aunque salieron Amusito con buen número de los cercados a meter fuego en las trincheras e ingenios de batir de los romanos; pero fue en vano, que por estar verdes y helados del tiempo, no prendió el fuego en ellos, y así no fue de provecho la salida. Scipion conoció que los cercados se cansaban; apretó más el cerco; y Amusito, después de haberle sufrido trienta (treinta) días, secretamente salió de su ciudad y pasó a la otra parte del Ebro, donde estaba la gente de Asdrúbal, y de allí se retiró a Cartagena. Los de la ciudad se dieron a Scipion, que les recibió sin quitarles nada de sus libertades y honras, con que pagasen veinte talentos de plata, que declarando qué eran, dice Ocampo ser mil seiscientas libras de plata fina de las libras antiguas, que cada cual de ellas tenía doce onzas de nuestro tiempo, de manera que montaban tanto como ahora dos mil cuatrocientos marcos de plata, que valen, reducidos al precio de moneda castellana, cinco cuentos y setecientos mil maravedís de la moneda menor de Castilla, cuyo marco se vendía, cien años ha, por dos mil y cuatrocientos maravedís. (1).
(1) Florián de Ocampo, lib. 5, c. 8.

domingo, 12 de julio de 2020

CAPÍTULO XXXVI.

CAPÍTULO XXXVI.

De los obispos que ha habido en Lérida y Huesca, ciudades principales de los pueblos ilergetes.

(1) Deben leerse con desconfianza todos estos episcopologios: quien desee más amplias y más seguras noticias, consulte el Viage literario de Villanueva, la España sagrada, y otras obras que tratan ex profeso de la materia, que nuestro autor hubo de tocar tan sólo incidentemente, y aun, como hemos dicho, sin tiempo para corregir lo escrito.

Tratando en esta historia de las cosas más excelentes y más notables que hallo en los pueblos ilergetes, quedo obligado, como a parte principal, tratar de los obispos que ha habido en tres ciudades de ellos: estas son Urgel, Lérida y Huesca. De los de Urgel pienso tratar en sus propios lugares, por estar muy mezclados los hechos de los obispos y de los condes. De los de Lérida y Huesca pienso hacer aquí dos catálogos; el de Lérida más largo y más cumplido que el de Huesca, porque de los primeros no hallo más memoria de la que anda en un sínodo que juntó en dicha ciudad su obispo don Francisco Virgilio, y aún faltan algunos que han llegado a mi noticia, a más de los que están en aquel catálogo. De los de Huesca solo los nombraré, y si importa hacer de alguno de ellos, para mejor inteligencia de esta obra, mención, lo haré; porque de lo demás que pudiera decir, hallará cumplida narración el lector en la historia de Huesca, que con mucha erudición y aplauso de todos ha sacado a luz Francisco Diego de Aynsa e Iriarte hijo de ella. Es tanta la honra y lustre que recibe una ciudad por el obispo, que no puede un pueblo llamarse propiamente ciudad, no habiendo en ella obispo (o McDonald´s hoy en día); cuya dignidad la ennoblece del modo que se puede llamar imperial, por gozar de privilegios imperiales, como lo dice el jurisconsulto Alejandro; y por ser de la primera y de las mejores de la Iglesia, que tuvo principio de los santos apóstoles, fray Gerónimo Román, en su República Cristiana, dice que es orden, y fúndalo en que la Iglesia romana, en la primera colecta que canta el viernes santo, que es por el papa dice: «Roguemos por nuestro beatísimo papa N., para que Dios, que lo puso en el orden de los obispos, etc. »; que ser patriarca, primado y arzobispo, no es sino oficio y cargo, aunque al fin todos son obispos, y tanto quiere decir obispo como vigilante u hombre que mira sobre la grey: y este nombre obispo era muy usado entre los romanos, y era magistrado en la república, y su cargo era cuenta de la provisión común de la ciudad, así de pan como de otras cosas; y parece en el Digesto en el título De muneribus et honoribus, ley últ., § 7; y Cicerón, en la epístola XI del libro séptimo Ad Atticum, hace memoria de este magistrado con nombre de obispo; y después los cristianos lo tomaron para los prelados que rigen las Iglesias, y a ellos pertenece la jurisdicción de todos los clérigos de su diócesis, y aun antiguamente los monjes les estaban sujetos; pero después se eximieron: y comunmente son más los obispos que los patriarcas, primados y arzobispos; porque en cada ciudad ha de haber un obispo, según se saca de muchos concilios y decretos, y no se permite que en lugares y villas ruines haya obispos, porque no sea estimada en poco la dignidad. En Italia hay muchos, porque hay muchas ciudades; y en España no hay tantos de gran parte, porque no hay tantas ciudades; y comunmente estos son más ricos que aquellos, porque tienen más súbditos, y aun obispos hay que tienen dos ciudades, como en Cataluña el de Urgel, que tiene la ciudad de Urgel que se llama Seo de Urgel, y la ciudad de Balaguer; y el de Vique, que tiene las ciudades de Vique y de Manresa; y esto porque sea mayor la renta de la mensa episcopal, y se puedan tratar con el fausto y ostentación decente a tan alto oficio, y dar largas limosnas a los pobres, y sean más estimados de los seglares y respetados de sus súbditos; y por esto nuestros pasados dieron a las Iglesias y prelados muchas jurisdicciones, rentas y vasallos de que en el día de hoy gozan, ilustrando con ellos su persona y oficio; y así podemos afirmar que de las ciudades más principales de España son Lérida y Huesca y la Seo de Urgel, pues muy pocas tuvieron obispos antes que ellas.
De la de Urgel es muy posible san Tesifonte nombrase su primer obispo: de las otras dos tengo por cierto que los tuvieron al principio que España recibió la fé católica con la predicación del apóstol Santiago, aunque no tenemos de Lérida noticia hasta el año 268 de Cristo señor nuestro, de san Licerio; y de los de Huesca no tuvimos noticia hasta Vincencio, que lo fue el año 553; pero es cierto que antes de estos hubo otros de que no nos queda noticia, como acontece a las Iglesias de Toledo, Zaragoza y otras, que ignoran muchos de sus antiguos y primeros prelados y pastores; y san Ildefonso en sus Claros Varones se queja del descuido de los antiguos en escribir los nombres de los obispos; y así no será culpa mía en estos episcopologios de estas tres Iglesias, pasar largos años, y aun centenares de ellos, sin nombrar los obispos que fueron en estos tiempos; porque es sabida la falta que tuvimos de escritores de aquellos tiempos y poca curiosidad que había en ejercicios de letras, porque sabían más valerse de las lanzas para sacar de España los enemigos, que de plumas para dejar memorias de sus hechos; y así, tomándolo de los episcopologios de Lérida y Huesca, y de lo que dejaron escrito Padilla y se halla en los concilios y en otros libros, diré lo que he visto, con deseo que el curioso y deligente que hallare otras noticias las ponga en su lugar, supliendo y enmendando aquello en que aquí hubiere falta o yerro.

Catálogo de los obispos de la ciudad de Lérida.

El primer obispo que hallo de esta ciudad fue el glorioso san Licerio, del cual, aunque en el episcopologio que sacó a luz, en un sínodo que anda impreso el año 1618, el obispo don Francisco Virgilio, sucesor de este santo, no haga memoria, ni menos en la tabla de los días feriados de la corte de aquel obispado, ni fray Vicente Domenech hable de él en su Flos Sanctorum de santos de Cataluña; con todo, no ha querido Dios se perdiese del todo la noticia de él, porque Dextro la da en el año 268, y dice: Init sedem *ilerdensem S. Licerius, vir sanctisimus, ad quem missit litteras Paulatus, episcopus Toletanus. Que san Licerio, varón santísimo, fue el primer obispo de Lérida, y que Paulato, obispo de Toledo, le envió cartas: y después, en el año 311, dice el mismo autor: Concilium Toleti contrahitur, in defensione illiberitani: Sanctus Licerius, episcopus carensis vel carinensis, (suena como Cariñena) in Hispania, Ilerdae, (hoy en día se pronuncia con esta ae : e final: Lleidae : Lleide, por los autóctonos, como Tortosae, y en la provincia de Zaragoza: Favara : Favarae, Maella : Maellae) celebratur, quò translatus fuisse dicitur cum sede: y el Martirologio romano, a 27 de agosto, dice: Ilerdae, in Hispania Tarraconensi, Sancti Licerii, episcopi: y Marieta en sus Santos de España, dice: «Reza la Iglesia de Lérida de este santo obispo Licerio y confesor, a los 27 del mes de agosto;» y Alfonso de Villegas dice: “De san Licerio, obispo y confesor, reza la Iglesia de Lérida a 27 de agosto.” Fue este santo obispo Carense o Carinense, y de aquí pasó a Lérida con su Iglesia, de suerte que el obispado Carinense o Carense fue transferido a Lérida, y san Licerio, que era obispo de este obispado, lo fue de Lérida, y de aquella hora adelante Lérida fue hecha silla episcopal como hoy lo es, y no sabemos que en la que dejó san Licerio fuese puesto otro obispo, ni aun podemos atinar dónde era.
El emperador Antonino en su Itinerario, hace mención de Care y le pone inter Siminium et Cesaraugustam; y Plinio, lib. 3. cap. 3., dice: Carenses populos, in Hispania, complutensibus proximos esse. Y así estaban estos pueblos muy lejos de la ciudad de Lérida, y por otro nombre los llamaban en latín Caracitani; y hace de ellos memoria Plutarco en la vida de Sertorio, y el autor del Diccionario histórico y poético dice llamarse así, de Caraca, pueblo de la España Tarraconense, entre los carpetanos, que son los que hoy decimos del reino de Toledo; si ya no dijésemos que Cara fuese Guadalajara, a quien Antonio de Nebrija llama Caracia o Caraca, de donde derivan Caracitani y Caracenses, que son los de Guadalajara. Sea uno o sea otro, lo cierto es que este pueblo estaba más arriba de Zaragoza, y pareció conveniente en aquella ocasión que la silla episcopal fuese transferida a Lérida, que por ser muy poblada necesitaría de pastor y prelado; y por eso el padre Bivar dice, que las cartas que Paulato, arzobispo de Toledo, escribió a san Licerio fueron sobre la translación de una Iglesia a la otra, por ser primado y pertenecerle el mirar las causas y conveniencias de esta translación, que debió ser por andar en aquellas partes muy cruel la persecución, o por necesitar la ciudad de Lérida de pastor; más que la ciudad o pueblo que dejaba san Licerio, cuya vida fue santísima y el gobierno muy prudente, y por eso obligó a Dextro, en el año 311, que el santo sería muerto, a volver a hacer memoria de él.
Prudencio es el segundo obispo que hallo de Lérida: este floreció el año 400; y dice Dextro que él y Heros, obispo de Tortosa, y Lázaro, obispo de Vique, enviaron a Paulo Orioso con cartas y con los cánones que se habían hecho en el concilio de Zaragoza, el que se había congregado el año 380, a los obispos de África que estaban celebrando un concilio general. Lo que contenían estos cánones y porqué fueron enviados a estos obispos, y de la herejía de Prisciliano, contra quien se juntó aquel concilio, hablan largamente Carrillo, en la vida de san Valero; Padilla en su historia eclesiástica, y Bivar en los comentarios de la historia de Lucio Dextro.
Andrés fue el tercer obispo, el cual en el año 540 asistió al primer concilio de Barcelona; y García de Loaysa, en las adiciones al concilio Ilerdense, dice que este fue antecesor de Februario.
Februario, cuarto obispo, asistió al concilio Ilerdense, del cual queda hecha memoria arriba, congregado por Sergio, arzobispo de Tarragona, el año 546; y Graciano, en su Decreto, en muchas partes se vale de los cánones de este concilio. Murió el mismo año de 546.
Ampelio sucedió a Februario, y luego, el mismo año, asistió al concilio que se congregó en Valencia, de siete obispos.
Polibio asistió y firmó en el concilio Toledano tercero congregado en tiempo del rey Recaredo, a 8 de los idus de mayo, año de Cristo 589, en el cual se hallaron sesenta y dos obispos, y condenaron la herejía de Arrio. (Arrianismo).
Amelio asistió y firmó en onceno lugar el concilio Barcinonense segundo, celebrado el año 14 del rey Recaredo, y en el año de Cristo 599.
Suesario asistió al concilio Egarense, que se juntó en Egara, en el principado de Cataluña, cerca de la villa de Terrasa, y no en Ejea de los Caballeros, como han afirmado algunos, el año de 614.
Fructuoso asistió al cuarto concilio Toledano, no menos grave y principal que el tercero, en el cual se hallaron también sesenta y dos obispos y siete procuradores de obispos ausentes, que también se firmaron en él. Celebróse en tiempo del rey Sisenando, año 634, y firmábanse los obispos por la antigüedad de la consagración, y a este cupo el cuadragésimo segundo lugar. Asistió asímismo al sexto concilio Toletano, celebrado a 9 de febrero del año 638, en el segundo año del rey Chintila, al que asistieron cuarenta y siete obispos de España y Francia, y cinco procuradores de obispos ausentes.
Gauduleno o Gaudiolano. En su tiempo se celebró octavo concilio Toledano, a 17 de las calendas de enero del año de Cristo 653, con asistencia de cincuenta y dos obispos: entre ellos no se halló Gauduleno, sino que envió a *Suterico, diácono, que asistió y firmó por él.
Eusendo asistió y firmó en dos concilios Toledanos: estos son, el décimotercero, que se celebró en tiempo del rey Ervigio, y se hallaron en él cuarenta y ocho obispos, ocho abades, veinte y siete procuradores o vicarios de obispos, y veinte y un condes y varones ilustres; el otro fue el decimoquinto, donde asistieron y firmaron sesenta y dos obispos, once abades y otras dignidades, cinco vicarios de obispos ausentes, y diez y siete condes. Celebróse este concilio a los 15 de mayo de 688.
*Auredo (no se lee bien) fue puesto en silla episcopal después de Eusendo. Este asistió y firmó el concilio Toledano décimosexto que se congregó a 2 de mayo del 693, y hubo cincuenta y ocho abades, tres vicarios de obispos ausentes, y quince condes o varones ilustres. Era rey de España Egica, y era el año sexto de su reinado y también del pontificado de Sergio; y este es el último de los obispos de Lérida que fueron antes de la pérdida de España, permitida de Dios por los pecados del pueblo y de los que le regían, como apuntamos en su lugar.

domingo, 28 de junio de 2020

CAPÍTULO XVI.


CAPÍTULO XVI.

De cómo Mandonio e Indíbil se volvieron otra vez a levantar, y de la muerte de los dos.

De lo que queda dicho se echa de ver que Mandonio e Indíbil eran hombres de altos pensamientos, y esto, y el poderío que tenían entre los suyos, y la autoridad con los vecinos, les hacían que no pudiesen sosegar, y que ahora principalmente corriesen desapoderados a su perdición, despeñándose per sus malos consejos, que la ceguedad de la ambición suele siempre representar fáciles y bien acertados: y aunque el deseo del soberano señorío de España principalmente les movía; mas para buen color de sus intentos y para llevar tras si más fácilmente muchos pueblos, mostraban en público que se dolían de la servidumbre de España en que los romanos la tenían, y que deseaban restituirla en su antigua libertad que tuvo, antes que cartagineses la señoreasen; pues ahora no había habido más novedad en ella, de trocarse el señorío, y quedar sujetos los españoles y servir a los romanos, como antes solían a los cartagineses. Convidaba a muchos españoles para seguir a estos caballeros el dulce nombre de la libertad, que de todos los hombres es muy amada, y la facilidad con que ellos les prometían el cobrarla. Veían los dos hermanos la gran ventaja que hacía Scipion a Léntulo y a Acidino; y la mucha admiración y espanto que la grandeza de Scipion les había causado, todo se les volvía en menosprecio de los que había dejado acá en su lugar. Así decían, donde quiera que trataban de esto, que a los romanos no les quedaba ya otro Scipion para enviar a España, donde no habían quedado capitanes, sino sombras de ellos, y solo el nombre del ejército; pues Scipion se había llevado los soldados viejos, y dejado acá los noveles y poco diestros en la guerra, y por esto muy medrosos y cobardes y mal obedientes en ella; que nunca se podía esperar jamás se ofreciese semejante oportunidad de libertar a España, como la que ahora tenían, para que España quedase para siempre libre y señora, gobernándose por si misma con sus leyes.
Con estas y otras persuasiones semejantes movieron los dos ilergetes no solo a sus vasallos, sino a los ausetanos sus vecinos, que son los de la comarca de Vique (Ausonia), y otros vecinos de aquellos rededores; con que en pocos días juntaron un poderoso campo de treinta mil hombres y cuatro mil caballos, y lo juntaron todo en los términos de Sedetania, que es lo de Játiva y sus contomos, porque así al principio se habían concertado.
Léntulo y Acidino, que estaban en Cataluña a la parte de Gerona, sintieron aparejárseles tan brava la guerra, con temor que no pasase adelante levantarse más pueblos, y se fuese infeccionando de la rebelión mucha parte de la tierra. Con la mejor presteza que pudieron, juntaron ellos también ejército de sus romanos y de muchos españoles, como ya se usaba, y con él fueron a buscar a los enemigos, para mostrarles mejor ánimo y hacer que menguase el suyo; y atravesando por la tierra de los ausetanos, aunque eran sus enemigos declarados, pasaron muy sosegadamente y sin ningún daño, hasta que llegaron a poner su campo menos que una legua de donde los ilergetes lo tenían. Tentaron primero Léntulo y Acidino de convidar con la paz a Indíbil y Mandonio, enviándoles para esto embajadores, y prometiéndoles por ellos perdón de lo pasado, si dejadas las armas, se volviesen cada uno a sus casas. Mas presto se entendió que no aprovecha nada buen comedimiento con una grande obstinación; porque una banda de gente de a caballo de los ilergetes salió a dar sobre los caballos y otras bestias que sacaban los romanos al pasto, y siendo estos socorridos de gente también de a caballo, que Léntulo y Acidino enviaron, se acabó aquel día la pelea, sin que hubiese de una parte ni de otra cosa que se pudiese contar por mejoría. Otro día de mañana, cuando el sol salía ya, los nuestros estaban armados en el campo cerca del real de los romanos, y tenían su batalla ordenada, con estar los ausetanos en la frente de en medio, y en el cuerno derecho los ilergetes con Indíbil, y en el izquierdo los otros pueblos no tan principales, y entre los cuernos y su frente habían dejado vacía tanta distancia, que por ambos lados pudiese entrar la gente de a caballo a pelear cuando quisiese. Los romanos ordenaron de la misma manera su gente, no juntando ellos tampoco sus cuernos con la frente, como siempre solían, sino dejando también espacio en medio, por donde sus caballos pudiesen arremeter, como veían que los enemigos lo habían hecho; mas considerando cuerdamente Léntulo que, estando ordenadas así las batallas, tenía notoria ventaja la gente de a caballo que se anticipase en acometer, dio el cargo a Sergio Cornelio, tribuno, que luego como se comenzase la batalla arremetiese con toda furia con la gente de a caballo, y no parase hasta haberse metido por los dos espacios vacíos, que a los dos lados de los de los enemigos parecían. Dado este aviso, comenzó Léntulo la batalla peleando contra Indíbil y sus ilergetes, que lo recibieron ferozmente; pues del primer arremetimiento desbarataron una legión entera, y la hicieron huir muy desapoderada. Proveyó Léntulo a este daño con presteza, haciendo en un punto pasar allí otra legión que había dejado sobresaliente para socorro; y quedando ya allí la pelea por igual, pasóse luego al cuerno derecho, y halló a Acidino peleando valientemente entre los primeros, y socorriendo con mucho cuidado donde veía que era necesario; y para más animarle a él y a los suyos, que se pudieran haber turbado con la rota de la legión, les avisa como lo de su parte está ya seguro, y que presto se verían envueltos los enemigos de un gran torbellino de la gente de a caballo con que Sergio Cornelio descargaba luego sobre ellos. No lo había bien acabado de decir, cuando ya apareció Sergio metiendo los caballos por los lados de los nuestros, desbaratándoles con ellos sus escuadrones por los costados, y cerrando el camino a nuestra gente de a caballo, y atajándoles porque no pudiesen pasar a pelear con las legiones romanas. Con esto fue forzada la caballería española de dejar los caballos y pelear a pie, para socorrer a los suyos, que veía ya en peligro de ser desbaratados. Léntulo y Acidino, que vieron el buen suceso y el temor y turbación en que ya estaban los enemigos, a punto de desordenarse, corren a unas partes y otras amonestando y rogando a los suyos que aprieten con mayor ímpetu a los enemigos, pues los ven turbados y atónitos, y que no den lugar para que los escuadrones desbaratados se vuelvan a rehacer y ponerse en ordenanza. Valió toda esta amonestación de los dos generales con los romanos, que estos ilergetes no pudieron sufrir esta vez la furia de su acometimiento, si no fuera por Indíbil su señor, que estaba a pie con los de a caballo, que se habían apeado, y poniéndose en la delantera y peleando animosisímamente, sufrió el ímpetu de los romanos y los detuvo que no rompiesen los suyos, como pensaban. Aquí duró un rato lo bravo de la batalla; porque habiendo sido herido mortalmente Indíbil, los suyos, para defenderle, peleaban con una rabiosa porfía, y él, afirmado sobre una pica, aunque le iba faltando ya el aliento y con él la vida, no cesaba de amonestarlos y animarlos para que peleasen; mas al fin, fueron muertos por allí todos los que le defendían, aunque con lealtad verdaderamente española. No faltaban muchos, que viendo muerto uno, se pusiesen luego en su lugar y en el mismo peligro, para defender a su señor y capitán; mas muertos él y ellos, los que quedaban comenzaron a desbandarse del todo. Murieron muchos españoles, en defensa de Indíbil, primero, y después en el alcance. Como no habían tenido lugar de tomar sus caballos, que dejaron, los romanos de a caballo les iban a las espaldas, y los de a pie no cesaban de matar peleando, hasta que entraron en los reales de los nuestros, envueltos con ellos, y se apoderaron de todo lo que había dentro. Los muertos fueron trece mil, y fueron tomados cautivos ochocientos, y de los romanos y sus aliados murieron pocos más de doscientos, y estos al principio de desbaratarse la legión.
Entre los españoles que escaparon de esta batalla, se salvó también Mandonio; y habiendo juntado a los principales para lo que habían de hacer, se le quejaron todos en la junta, lamentando sus desventuras, y echando la culpa de ellas a él y a su hermano, que les habían metido en esta guerra. Con esto fueron todos de parecer que se enviasen embajadores a los generales romanos, con quienes tratasen de la entrega de las armas, y se les rindiesen y pidiesen la paz, para conservarla mejor que hasta allí. Estos embajadores propusieron este mensaje a Léntulo y Acidino, disculpándose con Indíbil muerto y Mandonio ausente, y los otros hombres principales que los habían alterado y casi hecho fuerza para que se levantasen, y así habían permitido los dioses que casi todos ellos muriesen en las batallas, y llevasen el justo castigo que por todos merecían. Léntulo y Acidino respondieron que los recibirían y les darían el perdón y la paz que demandaban, si entregasen vivos a Mandonio y a los demás que habían sido cabezas de este movimiento; que si esto no quisiesen, luego tendrían los ausetanos el ejército romano dentro de su tierra, y, destruida aquella, pasarían a las de los otros rebeldes.
Con esta respuesta tan áspera que dieron los embajadores en el consejo de los ilergetes, fueron luego presos Mandonio y los otros principales que en esto eran culpados;
y entregándolos a Léntulo y Acidino, dice Beuter que los mandaron llevar a Tarragona, y públicamente los sentenciaron como si fueran hombres de baja suerte, y dejaron sosegados a los ilergetes, y en buena paz a los catalanes y a los que con ellos se rebelaron, castigándolos solamente con mandarles que pagasen aquel año el sueldo doblado, y diesen provisión de trigo por seis meses, ropas dobladas para la gente de guerra de los romanos, con rehenes que dieron treinta pueblos, para cumplir todo esto y mantener la paz.
Esta guerra, según afirma el doctor Gerónimo Pujades, fue la primera que los españoles solos, con sus propios capitanes y sin ayuda de forasteros, hicieron con los romanos; porque las otras fueron para defender el bando o amistad de los cartagineses, que ya en esta ocasión eran fuera de toda España, y la que emprendieron ahora Mandonio e Indíbil fue con intención de quedarse con el dominio y señorío de toda ella.
Afirma el doctor Pedro Antón Beuter, por haberlo oído a decir, que aquel arco que está en medio del camino que va de Tarragona a Barcelona (Bará) es el lugar donde fueron degollados Mandonio y los otros que fueron entregados con él a los romanos, y que entre ellos había un capitán romano llamado Barro, que se había pasado a los capitanes ilergetes, y por esto le enterraron vivo en aquel lugar, que era cerca donde él solía vivir antes. Esto pudo ser así, por decirlo aquel autor tan grave; pero lo cierto es que aquel arco se hizo en memoria de Lucio Licinio Sura, que vivía en tiempo de Trajano, como se ve en él, y lo he leído hartas veces y dice: EX TESTAMENTO L. LICINII LUCII FILII SERG. SURAE CONSECRATUM. El doctor Gerónimo Pujades declara lo que hay en esto, y cómo se ha de entender lo que dicen Beuter y Tomic y otros acerca de la materia, donde remito el curioso lector.
Este fue el fin que tuvieron estos dos valerosos capitanes, a quienes mató, no sé si su ambición, o el deseo de ver en libertad a su patria, y expelidos de ella a los que la tenían como tiranizada. Con la muerte de ellos acabó por entonces la guerra, y de muchos años no se habló de ella; porque con tales pérdidas quedaron como atónitos los españoles y pasmados, y los romanos muy contentos; pues no quedaba nadie que por entonces hablase de tomar armas contra ellos, y vieron vengadas las muertes de los dos Scipiones.
No han faltado algunos que han querido afirmar que la familia de los Mendozas, tan noble y conocida en España, descendía de este príncipe Mandonio; pero como es cosa que no se puede decir con certidumbre, lo dejo; porque en tantos siglos que han pasado de en medio de aquellos tiempos a los nuestros, y con tantas mudanzas de señores bárbaros que ha padecido la España, no se puede afirmar ser estos Mendozas de hoy descendientes de nuestro Mandonio; y más siendo cierto que este y otros ilustres linajes tomaron los nombres de lugares y pueblos de que eran señores o habían conquistado.

lunes, 13 de julio de 2020

CAPÍTULO L.


CAPÍTULO L.

Que contiene la vida de Armengol de Gerp, séptimo conde de Urgel. - De la
conquista de Balaguer, y descripción de aquella villa.

El condado de Urgel se iba cada día dilatando, y el valor y fama de sus condes se extendía por España, y ellos iban a porfía por aventajar los unos a los otros, sin reparar en inconvenientes ni peligros, porque ningunos podían meter límite a sus altos pensamientos. El hijo del que murió en Barbastro se llamó Armengol, así como el padre, y por diferenciarle, le llamaron de Gerp, por haber edificado y muerto en el castillo de Gerp, vecino de la ciudad de Balaguer. Muerto su padre, heredó el condado de Urgel y los tributos o parias que cada año lo pagaban los reyes moros.
Los primeros años del gobierno de su condado fueron muy sosegados y quietos, y en ellos llegó a Barcelona Hugo Cándido, cardenal del título de san Clemente, que venía de Aragón, donde le había enviado el papa Alejandro. Este Hugo Cándido no fue natural de Barcelona, sino de Trento, y fue creado cardenal el año 1049: digo esto, porque hay algunos que piensan que un cardenal Hugo que hubo el año 1240, a quien inadvertidamente dan el nombre de Cándido, que fue religioso de la orden de santo Domingo y escribió muy doctamente sobre la Biblia, sea el que intervino en la ordinacion de los Usajes de Barcelona, y equivocándose, toman el uno por el otro, lo que causa alguna confusión en las historias.
Este cardenal, después de haber dejado en muy buena orden las cosas ecclesiásticas de aquel reino, llegó a Cataluña en ocasión que estaba Ramón Berenguer, el Viejo, conde de Barcelona, ocupado en el sitio de la villa de Cervera de Urgel, que así la llamaban antiguamente, y era de moros, que habían acudido con tributo al dicho conde y ahora se lo negaron, declarándose contra de él, corriendo y talando toda la tierra de los cristianos, sus vecinos.
Obligaron al conde a la defensa de sus vasallos y castigo de los moros; puso sitio a la villa, que era muy fuerte y poblada, circuida de buenos y fuertes muros, con un castillo al un extremo de ella, que es la fuerza más principal de aquel pueblo, del cual escribe muy curiosamente Pedro Giscafré, su síndico, en un libro Del triunfo del Santo Misterio que es sucinta y curiosa historia de aquella villa y verdadera relación de sus grandezas. Asistieron en el sitio de ella con el conde Ramón Berenguer muchos prelados, y entre ellos el obispo de Vique, el abad de Ripoll, Ramón de Cervera y Ramón de Guardia, Berenguer de Anglesola y muchos vasallos del conde de Urgel. Fue grande la defensa hicieron los moros, y entonces, para mejor combatir la villa y defenderse de las surtidas de los cercados, se edificó junto a aquella, a la parte inferior, una torre fuerte, cuyas ruinas y señales aún quedan. Estando ocupado el conde de Barcelona en esta empresa, tuvo nueva de la venida del cardenal, y luego encomendó el campo a un caballero muy principal llamado Ramón de Timor, que después se llamó Ramón de Cervera, y se fue a recibirle. Grande sin duda era la utilidad de la conquista de Cervera, y la presencia del conde y demás prelados importaba mucho para ella; pero todo lo dejaron en saber la venida del cardenal, anteponiendo las cosas del servicio de Dios a las de su estado.
Llegado el cardenal, se congregó un concilio de los obispos y demás prelados de Cataluña. Entre otras cosas muy acertadas que ordenaron, la más notable fue, que de común consentimiento dejaron el oficio, rito y ceremonias góticas que hasta entonces habían observado, y tomaron las romanas, prohibiendo del todo a los clérigos el uso del matrimonio, que había quedado del tiempo del rey Vitiza, penúltimo rey godo, y quedando obligados a perpetua castidad, como el día de hoy se guarda.
Dióse asímismo entonces de mano a algunas leyes antiguas que hasta entonces se habían observado, pero tan alteradas, quitadas y añadidas, que eran casi otras de las que se hicieron en tiempo del rey godo Eurico, en cuya ordinacion se halló san Severo, obispo de Barcelona, con sesenta obispos católicos, cerca del año 480. Juntáronse en Barcelona cortes, y en ellas intervino el cardenal, con todos aquellos que tienen lugar en ellas; y Tomich (Tomic) dice, en particular, que fue en ellas el conde Armengol, que en estos tiempos andaba en los veinte y tres años de su edad. De consentimiento de Ramón Berenguer y de la corte fueron nombradas veinte y una personas, y entre ellas fue Arnaldo de Tost, vizconde de Ager, para ordenar y componer nuevas leyes, por las cuales se gobernase y rigiese este principado, y que el día de hoy se observan, y nombran Usajes de Barcelona (usatges): y es tan grande el cuidado que se tiene de la guardia y observancia de ellas, que, entre otros juramentos que hacen los reyes y sus ministros, es uno de guardar aquellos, por contener en sí gran equidad y justicia: fueron ciento y setenta y cuatro, y andan impresos en los libros de las Constituciones de Cataluña.
Cerca de estos tiempos, y en los idus de enero del año ocho del rey Felipe, que es de Cristo nuestro señor 1068, dio el conde privilegio a los del lugar de Valldelort de que jamás ningún señor les pudiese imponer más censo de aquel que solían pagar en tiempo del conde su padre.
Finidas estas cortes, emprendió el conde Armengol la conquista de la ciudad de Balaguer y sus comarcas. Es Balaguer población principal y antigua en los pueblos ilergetes y fundación de Hércules líbico, la segunda vez que vino a España, mil seiscientos setenta y ocho años antes del advenimiento de Cristo señor nuestro, y le nombró Balaguer.
Otros hacen más moderna esta fundación, y la ponen en el año 1.591 antes del nacimiento, y la atribuyen a Sicoro, antiguo rey de España, de quien el río Segre toma el nombre de Sicoris, de cuyas riberas salieron los de los pueblos sicanos, que poblaron la isla de Sicilia, que llamaron Sicania. La interpretación de este nombre de Balaguer, no se sabe; hay empero quien la deriva de un gran grito o balato, que, estando en el puesto más alto de la ciudad dio Hércules mirando a los suyos metidos en una famosa batalla, diciendo: ó quam urgens bellum; de que quedó Urgellum, y del balito o balato Balagarium; y así llamaron a la ciudad que allí se fundó. Esto en opinión de algunos es apócrifo, y graves autores lo juzgan por tal: los que hacen fundador a Sicoro, (Segre) dicen que Balaguer en lengua líbica, (Libia) que era la que usaban estos antiguos reyes, quiere decir señorío de los valles. (bal : val : vallis : valle : vall + ager: Ager).

En tiempo de los romanos floreció mucho y hubo reyes que tomaron el título de la ciudad: uno de ellos fue Belistágenes, que las historias llaman rey de Balaguer, y de los fieles amigos de los romanos en España; porque habiéndose levantado contra ellos todos los pueblos de aquellas comarcas, solo Belistágenes perseveró en en su devoción, lo que celebró Tito Livio y otros autores. Después, en tiempo de los moros, se conservó también el título de rey de Balaguer muchos años, y fueron tributarios a los condes de Urgel, hasta que del todo los sacaron de la ciudad y condado. El sitio de ella está tendido por lo largo a la ribera del río Segre, cuyas aguas bañan sus muros: participa de llano y enriscado; la parte enriscada está dividida en dos puntas o riscos; en la parte llana están edificadas muchas y buenas casas, donde moran los caballeros y ciudadanos y demás gente lucida de la ciudad. Tiene una grandiosa plaza que llaman el Mercadal, que puede competir con las mejores de España. En ella, en tiempo de los condes y aún después, se celebraban los juegos y fiestas públicas; por el un lado pasa una caudalosa acequia de agua que se toma del río Segre, una legua antes de llegar a la ciudad, que sirve para el riego de la huerta y uso de los molinos. Sobre el río Segre hay una hermosa puente de piedra que
sustentan cinco arcos, labrada de sillería, muy ancha y larga, capaz para gran tránsito: pasan por ella los que, viniendo del mediodía, van a la ciudad. Al cabo de ella hay una puerta muy ancha y grande, que es la principal de la ciudad, y muy bien labrada y con majestuoso frontispicio: en medio de ella hay una imagen del arcángel san Miguel (tutelar de la casa de Urgel), de piedra, muy grande, en medio de los dos escudos de las armas de Urgel y Cataluña, en franja; de donde infiero, ser edificio hecho después del año 1334, que el condado de Urgel vino a ser de los hijos de los reyes de Aragón y condes de Barcelona. Algo más arriba están otros dos escudos con las de Urgel solas. A la otra parte, y delante de la puente, hay otro insigne monasterio de la orden de santo Domingo, que fundó el conde Armengol de Cabrera, del cual se da noticia en su vida. Los muros a la parte de tierra son a lo antiguo, aunque renovados en algunas partes; pero a la parte que mira al río, labrados a lo moderno, con sus terraplenes que sirven de paseadores, para comodidad de los vecinos, por gozar de apacible y alegre vista.
La vega es grande y fértil, poblada de hermosas huertas y jardines, y espesas alamedas: extiéndese por las orillas del río Segre, cuyas aguas, conducidas por cada parte del río con caudalosas acequias, sirven para el riego de ella, sin faltar jamás. Había allí entre otras casas de campo una más principal que todas, que llamaban la casa fuerte de la condesa, que estaba tras el monasterio de predicadores, y era casa de recreo de los condes, y edificio suntuoso y fuerte, como lo denotan algunos rastros que no ha muchos años parecían por aquellos campos. Es tradición de los vecinos, que tenían los condes una mina secreta que salía del castillo y pasaba por bajo del río y desbocaba en esta casa, lo que, si es cierto, es cosa espantosa, y tanto más admirable, cuanto más caudaloso es el río Segre que pasa sobre ella: pero la riqueza de los condes podía emprender cosas mayores.
El terreno produce todo género de granos, frutos, legumbres, cáñamos, linos, salitre, vino y lo demás necesario para el uso del hombre; y esto con tanta abundancia, que de lo que se vende entra en la ciudad mucho dinero que la enriquece.
A la otra parte de la vega, hacia el mediodía, sobre una colina, hay un castillo que llaman Rapita (Rápita), y era antiguamente mezquita de moros, donde hacían sus ceremonias moriscas: así lo denota el nombre Rapita, que quiere decir mezquita o casa de devoción que está fuera de poblado. Hay también en medio de la vega, hacia occidente, a la mano izquierda del camino que va de Balaguer a Lérida, un monasteri que lo fue de religiosas cistercienses, obra antigua y maciza. Llámase de las Franquesas. Por estar tan cercano al río está muy sujeto a las avenidas de él, pero puede resistir a ellas. Las religiosas se acabaron, y por ser de aires mal sanos no han puesto otras; porque las aguas se encharcan, y los vapores que se levantan corrompen los aires. Está unido al monasterio real de Poblet, y residen allí uno o dos monjes, que cuidan de la casa y heredades, y celebran misa. Hay en la iglesia algunos sepulcros antiguos de piedra, levantados en alto, no se sabe de quién son, porque no hay armas ni inscripciones: dicen por allá los vecinos ser de algunos principales caballeros, que solían por aquellas partes usar tales sepulturas, como aún los hay muchos por las iglesias de todos aquellos contornos. Consérvanse los claustros y dormitorios y otros cuartos del monasterio, pero amenazando ruina, por haber muchos años están inhabitados.
En un alto de la ciudad, que está a la parte del occidente, está edificada la iglesia mayor, so invocación de Nuestra Señora: es edificio moderno, del tiempo del infante don Jaime, conde de Urgel, hijo del rey don Alfonso: es todo de sillería y de una sola nave, muy grande y capaz, adornado de muchos y muy buenos retablos, y la sacristía muy rica; acúdese al culto divino con grande puntualidad y devoción: la vista de que goza es admirable, y por estar en lugar alto, descubre gran parte del campo de Urgel: residen en ella doce canónigos, un plebano y doce beneficiados.
En el otro risco o recuesto, que está al principio de la ciudad, a la parte de oriente, frontero de la puente, estaba edificado el castillo y alcázar de los condes, el cual era muy fuerte y suntuoso, y de fácil defensa, según lo denotan las ruinas y cimientos de sus muros y torres derribadas, edificados sobre otros más viejos que estaban sobre durísimas y grandes peñas, todo de sillería y obra romana: su grandeza y antigua majestad hoy mal se puede conjeturar, porque desde el año 1413 fue derribado. Queda algún rastro de las cisternas, caballerizas y demás oficinas subalternas; la puerta era hacia el mediodía y de tal traza, que cuatro hombres la podían defender; estaba muy adornada de jaspes, mármoles y pórfidos, de que hay algunos pedazos junto al castillo, que son recuerdos de lo que fue en tiempos pasados, y testimonio verdadero de la instabilidad y mudanza de las cosas del siglo. En el claustro superior del monasterio de Poblet están las colunas que se sacaron de este castillo, y de aquellas adornaron aquel claustro: las piedras de las ventanas del palacio real del mismo Poblet estaban también en este castillo, y por ellas se echará de ver que tal sería este castillo de donde se sacaron.
Había en él una iglesia que llamaban Santa María de la Zuda, donde residían clérigos y celebraban los oficios divinos, cumpliendo con algunas fundaciones dejaron allá los fieles; y en esta iglesia tenían algún derecho los abades de San Pedro de Ager. Era por la parte de occidente, mediodía y tramontana casi imposible la subida; pero por la parte de oriente, entre el castillo y la iglesia de Almata, hay un grande foso que le sirve de defensa: en él vivió el grande rey don Alfonso el tercero, mucho tiempo antes que fuera rey; aquí nació el rey don Pedro el tercero, y sus hermanos, y de ello hace estima en su crónica.
A la otra parte del foso, y fuera los muros de la ciudad, hay una grande llanura, en que en el año 1413 asentó el rey don Fernando el primero su real, para mejor combatir el castillo. Aquí hay una iglesia antigua que llaman Santa María de Almata; es a modo de cruz, con solo tres brazos, que miran a oriente, occidente y septentrión; es la bóveda de ellos redonda, con una cornisa muy llana y sin labor alguna; el brazo que mira al oriente es nuevo, labrado a lo moderno, y cubierto con un gran cimborio, por el cual recibe la luz: aquí está el altar mayor y la santa imagen de Cristo nuestro señor, tan celebrada en el
mundo: a la parte del mediodía la cortina de la pared corre igual, y en esta parte hay una capilla pequeña, donde antiguamente estaba la santa imagen que está en el altar mayor, y en memoria de ello, hay una inscripción que dice así:

EN ESTA CAPILLA ESTUVO LA IMAGEN
DEL SANTO CRISTO MÁS DE 600 AÑOS
Y SE TRASLADÓ A LA CAPILLA NUEVA
A XXI DE MARZO DE MDCXXVI .
EN PRESENCIA DEL REY NUESTRO SEÑOR,
DON PHELIPE IIII Y III DE ARAGÓN Y DEL SERENÍSIMO INFANTE DON CARLOS SU HERMANO ETC.

En esta parte hay una puerta que mira al mediodía; la otra mira al septentrión y llaman la puerta del Real, por haberlo puesto aquí el rey don Fernando cuando prendió al conde de Urgel y aún quedan aquí rastros de una trinchera o muro que hizo el dicho rey. La que mira al poniente es la más principal y mejor, y está frontera al castillo: hay dentro de ella un pórtico muy adornado de colunas y espacioso, que engrandece la entrada de la iglesia. Antiguamente estaba por cabeza de él una imagen de nuestra Señora que llamaban de Almata, y el día presente las religiosas, para mejor consuelo suyo, la tienen dentro del monasterio con gran decencia y ornatos. A la parte de oriente es la capilla mayor, y en ella la imagen santa de Cristo, señor nuestro crucificado, que es una de las más devotas que hay en el mundo, y son sin cuento los beneficios y mercedes hace Dios por ella: la devoción es grande e innumerables los milagros, como lo atestiguan los votos colgados por las paredes; y si se hubiera cuidado de su conservación, estuvieran todas cubiertas de ellos, y pudieran competir con las de Monserrate, Guadalupe y otras casas de devoción y santuarios de España. Aquí se muestra la omnipotencia de Dios curando diversas enfermedades, como son calenturas, mal francés y dolores del cuerpo; vuelve la vista a los ciegos, sana cojos y mancos, favorece a los navegantes, resucita a los muertos y hace otras maravillas, de que están llenas las memorias. Diré de una, y es que aparecen algunas veces de noche en el río Segre cinco luces, o más o menos, y andan por el agua y paran en el escollo donde paró esta santa imagen cuando se halló; y aun en la misma iglesia se han visto muchas veces; y esto es tan cierto y continuo, que apenas hay ninguno de aquella tierra que no pueda ser testigo de ello: es frecuentada de todas las naciones del mundo, y está la hospitalidad tan a su punto, que no les falta nada a los peregrinos y novenarios que continuamente acuden allí, para los cuales hay una gran casa y cierto número de personas eclesiásticas que tienen cuidado de ellos, ejercitando la hospitalidad con tanto amor y limpieza, que su apacible trato es para llamar allá todo el mundo. En el año de 1626, viniendo el rey a jurar a Barcelona, visitó el santo crucifijo y fue hospedado en esta casa, con todos los grandes que venían en su compañía.
Entre la iglesia y casa de peregrinos hay un monasterio de monjas de san Francisco, que fundó el infante don Jaime, hijo del rey don Alfonso, y dotó magníficamente; y tenía prerogativas de fundación real, por haber sido el fundador hijo, hermano y tío de reyes. Las monjas claustrales se acabaron; las rentas se disminuyeron, y el patrimonio del convento quedó muy perdido por haberse acabado los condes de Urgel, patrones y fundadores de aquella casa, que con sus limosnas la socorrían y amparaban. Acabadas y suprimidas las monjas claustrales, estuvo mucho tiempo sin religiosas, y la casa se vino a acabar de todo punto, porque gran parte de ella vino al suelo. A la postre, los paheres de la ciudad se ampararon de ella y levantaron lo caído, y edificaron de nuevo lo que era menester, y se hicieron patrones, y a instancia de ellos metieron la observancia, y vinieron a fundar religiosas observantes del monasterio de Santa Clara de Tarragona, y están súbditas al obispo de Urgel, el cual las visita y tiene allá clérigos muy ejemplares que las ministran los sacramentos y cuidan del servicio de ellos. De esto hay memoria en unas piedras que están en las paredes de aquel convento, y la una dice así: 

CIVITAS BALAGARII MONIALIUM ISTUD COENOBIUS CONDIDIT CUJUS AEDIFICIUM
INCOHATUM FUIT LV NONAS MAII MDCVII CONSULIBUS EXLSTENTIBUS
MAGNIFICIS FRANCISCO TORRES MEDICINAE DOCTORE BABTISTA GOMAR CIVE
FRANCISCO BOTELLA BARTHOLOMEO SALVAT DE REPUBLICA OPTIME MERITIS S. P. Q. B.
La otra dice así:
A 21 DE MARS 1622 ESSENT PAERS DE AQUESTA CIUTAT DE BALAGUER LOS MAGNIFICHS PERE MORATO MIQUEL ALÇAMORA HYERONIM SPERT Y MATHEU GARROFER PATRONS DEL PRESENT MONESTIR DE SANTA CLARA DE ALMATA FOREN TRETES AB AUCTORITAT APOSTOLICA DEL MONESTIR DE SANTA CLARA DE TARRAGONA Y INTRODUHIDES EN AQUEST PER FUNDADORES SOR BENETA CASALS ABADESSA SOR DOROTHEA PALAU VICARIA Y SOR SERAFINA MONTANER MESTRA DE NOVISSIES.

Lo que hace más célebre esta casa y llama a ella a todo el mundo es la muy devota y piadosa imagen de Cristo señor nuestro crucificado, de cuya venida diré lo que escribe aquel santo varón fray Vicente Domenech, del orden de predicadores, cuyas palabras son estas: “Como aya venido el sancto crucifixo á la ciudad de Balaguer, no he podido hallar auto authentico que lo diga; pero he visto en la misma iglesia donde oy lo tienen una scritura antigua, la qual refiere que vino por el río Segre arriba con grande luz y con mucha compañía de ángeles que cantaban las grandezas de Dios; y tienen por tradición que viniendo río arriba, se detuvo en un scollo o pequenyo penyasco que aun parece dentro del agua, y que viniendo con procesion la ciudad para tomarla, se apartó la sancta imágen por el agua adentro, y que baxaron tambien las monjas claustrales Franciscas del Mata, que assi se lama el lugar donde sta edificada su casa, y se dejó recibir por la abbadessa, y á causa desto se la subieron a su monasterio, donde la tienen con gran veneración, y es visitada de todas las naciones del mundo como uno de los más insignes santuarios de la cristiandad.” Y el doctor Onofre Menescal, en su sermón del rey don Jaime el segundo, hablando de los santos de Cataluña, pone entre ellos el santo crucifijo de Balaguer, por estas palabras:
Lo sant crucifici de Balaguer; que dihuen ving* vingué per lo riu Segre, y arribá ab gran llum y companyía de ángels que cantaban alabansas á Deu.
Esto es lo que se sabe por ahora; pero sin duda debieron pasar otras muchas cosas, y tiempo, que todo lo consume, las ha entregado al olvido. La ciudad y clero de Balaguer han hecho diligencias grandes en buscar memorias antiguas, pero no hallo más de lo que tengo dicho; placerá a Dios se hallen tiempos por venir, así como ha Dios descubierto otras cosas semejantes que hasta nuestros días estaban del todo olvidadas. El doctor Jaime Prades, valenciano, en la Historia del uso y adoración de las santas imágenes, dice estas palabras: “ En aquellos mismos tiempos, aquel sancto *viejo Nicodemus enseñó contra aquellos mismos judíos m* claramente por obra también, la misma confesión de e* fé, habiéndole dado primero el mismo Jesucristo cumpli* la noticia de su divinidad y humanidad. Porque escrib* Anastasio, doctor, que fue en tiempo del concilio Nice* segundo, y Gregorio Turonense, que este santo labró con su mano tres crucifijos (porque no se pudiese dudar en es* de su voluntad), representando en cualquiera de ellos la figura de Cristo, de la manera que le vio él enclavado en la cruz; y aunque bastaba la relación que de ello hicieron * habérnosle mostrado tal en sus evangelios los evangelistas sagrados, quiso dárnosle más adelante retratado al vivo, cuerpo muerto, de color amarillo, cual suele ser el de los muertos, los ojos oscuros, turbios y vueltos en blanco, con la boca abierta, todo rociado de sangre, llagados y rasgados aquellos miembros santísimos y del todo ajenos * su belleza, y tan maltratados, que aún a sus enemigos movieran a compasión; y esto para moverse a sí primero con esta vista, y después a nosotros, y porque semejante acto fuese como un testimonio de que descubiertamente confesaba la pasión de Cristo contra la infidelidad de aquellos judíos, y también para que, a ejemplo suyo, los que estaban por venir en todos tiempos hiciesen otras imágenes para el propio efecto; en lo cual no le engañó su pretensión, pues con grande gloria del mismo Jesucristo y aprovechamiento de sus almas, han los cristianos adorado y confesado su pasión por aquellas santas imágenes. Porque una de estas fue la que derramó en Berito sangre y agua en abundancia, convirtiendo toda una sinagoga de judíos, conforme adelante diremos; y hoy en día por estas mismas es también glorificado en la ciudad de Balaguer de Cataluña, y en San Agustín de *Burgos, y en Orense de Castilla; y es tanta la fé y devoción que tienen los cristianos por este medio a la pasión y muerte de Cristo nuestro redentor, que en otros pueblos pretenden más ciertamente tener las mismas imágenes. Esto dice aquel aquel curioso autor, que con tanta piedad escribió la historia de las santas imágenes, contra la falsa opinión de Lutero y otros herejes modernos.
Está esta santa imagen en el altar mayor, dentro de un hermoso tabernáculo: cúbrenlo tres ricas cortinas, y cuando la quieren enseñar a los fieles, sale cierto número de los sacerdotes que residen allá, con sus sobrepellices y cirios encendidos, y con voz lastimosa y devota cantan algunos versos del salmo 50, y en el entretanto van poco a poco corriendo las cortinas, y con dos o más velas que al rededor de la santa imagen están encendidas, se divisan y ven muy bien el santo rostro, llagas, manos y demás partes y color de la santa imagen, y después rezan alguna oración y cierran las cortinas. En tiempo de esterilidad de agua, que acontece muchas veces en aquella tierra, la sacan en procesión; y en otro tiempo la mudaban por nueve días en otro altar, perseverando en oración, devociones y procesiones que acuden de diversos pueblos; y es cosa maravillosa ver la abundancia de agua que Dios envía, fertilizando con ella la tierra; y en
tiempos de grandísima esterilidad, con procesión la bajan al río Segre, cerca del escollo donde fue hallada, y allá, con las aguas del río, la bañan, suplicando a nuestro Señor, que mediante el tocamiento de la santa imagen en las aguas las bendiga, dándoles virtud para que hagan el efecto que el devoto pueblo suplica, enviándolas del cielo con abundancia, para regar y fertilizar aquella tierra; y es tanta la misericordia de Dios y la virtud de aquel santo crucifijo, que apenas pasan muchos días que no se vea el fruto de aquellas devociones, las cuales y todo sea para mayor gloria de Dios, que cada día hace maravillas.
En la capilla en que antes estaba la santa imagen hay una memoria moderna que dice estas palabras: (Es la misma que se halla continuada en las páginas 341 y 42).
Estas palabras han hecho reparar, porque es cierto, que las monjas claustrales no estuvieron en Almata hasta el año 1351, porque, como dije allí, era la iglesia mayor y parroquial de Balaguer; y dando por cierto que las monjas claustrales franciscas de Almata bajaron al río cuando vino la santa imagen y que la tomó la abadesa, no podía haber seiscientos años era allá la imagen cuando se hizo aquella memoria, que fue el año 1626, y así hemos de decir, o que los seiscientos años han de ser muchos menos, o que las monjas eran de otra religión, o que el hallazgo de la santa imagen fue después del año 1351.
Acabadas ya las cortes de Barcelona, en que se hicieron los usajes, dio principio el conde Armengol una gran guerra que por muchos llevó contra los moros sus vecinos, con pretensión de echarlos de una vez de todas las tierras y límites de su condado, acabando con ellos. Valiéronle, según parece en antiguas memorias, el obispo de Urgel, el conde de Pallars, Ramón de Cervera, Guillen de Anglesola; Raimón Folc, vizconde de Cardona, hijo de Hugo Folc; Galcerán de Pinós, Hugo de Treyá, Berenguer de Puig-vert, Oliver de Termens, Gerardo o Guitardo de Ribelles, Juan Despes, Ramón de Peralta, Bernt de Peramola, Pons de Oliva, Asbert Dez-Palau, Juan de Pons, Guillen de Majà, Galcerán de Artisé, Guillen de Alentorn, Ramón de Monsonis, Bernat de Billvés, Benet de san Gruni, Pedro de Torá y Arnaldo Dalmau, y otros muchos caballeros amigos y vasallos del conde. Con ellos bajó como un rayo por las riberas del Segre, conquistando todos los castillos que había de la una y de la otra parte; de aquí pasó a las riberas de Sió, y tomó todos los lugares que había por allá; llegó hasta las villas de Sanahuja y Guisona, y se apoderó de ellas. En esta ocasión conquistó a Linyola y otros pueblos vecinos, cautivando muchos de aquellos infieles. De esta conquista habla un auto de confirmación hecho por Armengol y Arsende, su mujer, condes de Urgel, en favor de Ramón Arnau, de ciertos réditos; y usando del latín de aquellos tiempos, dice:
damus tibi haec omnia praenominata quod ab antiquo tempus avi de me Ermengaudus comitum qui obit a Gerp fecit dono in vita sua ad Arnaldo Dalmatii patre tuo quando Linerola fuit decepta a Xpianis et pagani captivus etc. y de esta vez quedó toda aquella tierra por los cristianos. Luego, pues, que fue señor de la campaña; entendió en la conquista de la ciudad de Balaguer, que era la plaza más fuerte e inexpugnable que por aquella parte quedaba a los moros, donde se eran todos retirados con lo mejor de sus haciendas. Hay cercano a Balaguer,a la parte oriental, media legua distante, a la ribera del Segre, sobre grandes peñas, un lugar llamado Gerp: este puesto escogió Armengol por acomodado para hacer en él plaza de armas para la conquista de Balaguer, y fortificó en él un castillo, cuyos cimientos aún quedan. No es este castillo el que al presente dura en el mismo lugar de Gerp, sino otro algo más apartado, y de aquí se quedó el nombre de Gerp. En autos, empero, y antiguas escrituras parece que a este conde llamaban los moros Armengol de Tuligisa, no se sabe porqué. El abad Briz Martinez, en la historia de San Juan de la Peña, dice que sería por alguna hazaña en el lugar o territorio de este
nombre. Desde el castillo de Gerp, se dio principio al cerco de Balaguer; pasaron en él grandes cosas y diversos hechos de armas, combatióse la ciudad por todas partes, y más en particular por la de Almata. Los moros que estaban dentro entendían valerosamente en la defensa de ella, pero faltóles el socorro que les podía venir y aguardaban de Lérida, y esto era muy dificultoso, porque el conde era señor de la campaña, y por eso los moros, antes de llegar al último punto, escogieron un honesto partido, por no ver entrada y saqueada la ciudad, y así se rindieron y la entregaron al conde con condiciones. Así se infiere del testamento del conde, el cual, entre otras cosas en que instituye heredero a su hijo, son los tributos que Almudafar, moro, le prestaba por Balaguer; y es cierto que si la ciudad se conquistara a fuerza de armas, toda quedara por los cristianos, sin permitir a los moros parte alguna en ella, antes bien los echara del todo; y así Almudafar (suena como Almudévar) debió de quedar o con el castillo o alguna parte de la ciudad, por la cual se obligó a pagar parias o tributos al vencedor. Después de esto, a los que le habían ayudado a aquella conquista hizo participantes del fruto de la victoria, así como lo habían sido de la guerra. A G. de Bibellas, que fue de los que más se señalaron, dio ciertas rentas sobre la ciudad de Balaguer, y a lo que yo conjeturo, le hizo carlan, (castellán) y le dio los castillos de Roda y Monsonis; a Bernat de Peramola dice Terafa que dio los castillos de Auliana y Peramola; a Gispert de Pons, la carlanía de Pons; a Galceran de Pinos, el castillo y tierras de Taltaull; al obispo de Urgel, que en esta guerra hizo mucho, los castillos y villas de Guisona y Sanahuja, aunque se pretendió que esta donación fue en favor de su Iglesia y no de la mensa episcopal; a Berenguer de Puigvert dio ciertos lugares a las riberas de Sió; a Guillen de Majá, Robió y La-Sentiu; a Arnau Dalmau dio la torre Dalmazor, y en auto de confirmación que de esta donación hizo el conde Armengol y Arsende, su mujer, en favor de Raimundo Arnau, su hijo, en que añadió también la mitad de las décimas que tenía en la torre de Erall, dice: Et est haec omnia infra comitatum Urgelli in finibus Marchiarum in loco quod dicitur Pla* superius Linerola: et habet autem afrontacionis prescriptam turrim a parte orientis in terme de Juliagrossa et de *Montosar, de meridie in termino de Valverd et de *Xerapchenic sive in Pennal de la turrim de la Baralla, a parte vero circii in termino de Linerola, et de aquilone in termino de turrim de Erall; y estas donaciones fueron con pacto que lo tuviesen en feudo por el donador, el cual tenía todo el condado de Urgel franco de todo reconocimiento al conde de Barcelona, por haberlo él con sus fuerzas conquistado; y esta prerrogativa y franqueza conservaron siempre todos los condes de Urgel, hasta Armengol VIII, el cual murió sin hijos, y el condado hizo mudanza, porque después de él, todos los que lo poseyeron, fue con ciertos reconocimientos a los condes de Barcelona y reyes de Aragón, los cuales a la fin vinieron a tener el señorío útil, directo y alodial de todo el condado, perdiéndose del todo la soberanía que tuvieron los primeros condes, por haberle ellos conquistado con su espada, y adquirido de los sarracenos.
Por estos tiempos entró en Cataluña, Amato o Antato, obispo de Oloron, en Francia, legado del pontífice Gregorio VII, para visitar los monasterios del orden de San Benito, que eran muchos en Cataluña; detúvose en el obispado de Gerona, y después en el convento de Besalú; y de allí entró en el condado de Urgel, donde fue muy bien recibido del conde y de Lucía, su mujer, y le rogaron que reformase los monasterios de aquel condado, que eran cuatro, llamados de san Saturnino, de santa Cecilia, de san Andrés y de san Laurencio; y empleándose en esto, le pidieron que el de santa Cecilia, que por negligencia de los abades y monjes estaba algún tanto estragado en la religión, lo hiciese de monjas; y condescendiendo en esto el legado, fueron él y el conde y la condesa a Barcelona, y pidieron algunas religiosas a Eliarda, abadesa del monasterio de san Pedro de las Puellas, para la fundación del nuevo monasterio, y ella las dio a 23 de julio del año 1079, y concertóse que el nuevo monasterio estuviese sujeto a ella y a sus sucesoras. De esto hay auto en el archivo de dicho monasterio de san Pedro de Barcelona, cuya autoridad y antigüedad es muy grande, en el saco A, núm 2. El maestro fray Antonio de Yepes, en la historia de san Benito, tomo 6°, refiere esta misma historia; pero añade que esta Eliarda era abadesa del de las Huelgas de san Pedro: es manifiesto error de los trasladadores, y como a tal, lo advierto de paso.
A 5 de los idus de setiembre del año diez y nueve del rey Felipe, que es de Cristo señor nuestro 1079, el conde hizo donación de Biscarri, que estaba en el condado de Urgel, a Raimundo y Valencia, condes de Pallars, y a Arnaldo, hijo de ellos, y dice: que las terminaciones son a parte orientis in termines de castrum Taravalli, a meridie in termines de castrum Benavente vel in quallum sancti Egidii de *occiduo in *Gaveta vel in Lagunas et ascendit per termines de castrum Lordani et de Castelione usque in montem qui dicitur alto etc. *Ica ut non liceat vobis alium seniorem eligere de supradicto castro neque ad vos neque ad posterita vestra nisi me Ermengaudum aut posterita mea. Y se llamó el conde comes et marchio, y este mismo castillo, con la iglesia y parroquia de san Andrés, a 2 de las calendas de junio del año veinte y cuatro del rey Enrique, que era de Cristo 1054, lo había dado Armengol de Barbastro, su padre, que también se intitulaba conde y marqués, a Arnaldo Miron de Tost, y a Arsende, su mujer, vizcondes de Ager; y después el mismo vizconde de Ager, en su testamento, lo dejó a los dichos Valencia, su hija, y a Arnaldo, su nieto, el cual testamento fue hecho a 4 de los idus de agosto del año doce del rey Felipe, que es de Cristo señor nuestro *1072. Y entiendo que la donación hecha en este año 1079 fue confirmación de la del año 1054 y del testamento del vizconde, por razón del señorío que en este y otros castillos se reservaron los condes de Urgel.
Murió por estos tiempos la condesa Lucía, en la cual tuvo el conde un hijo, que fue Ermengaudo, que llamaron de Mallorca; y el año siguiente de 1080 ya había casado con Adelaida, dama francesa, que se intitulaba condesa de la *Prohenza (Provence, Provenza), por tener en aquella provincia ciertos derechos de que hace alguna mención, aunque muy de corrida, César de Nostradamus en su historia de la Prohenza, en la vida de san Gilberto, segundo conde de la Prohenza. El padre Diago dice haber visto un auto en que el conde y esta Adelaida, su segunda mujer, dieron la tercera parte del castillo de Altet a la iglesia de santa María de Solsona, a 13 de febrero del año veinte del rey Felipe, y nombra siete caballeros principales del condado que fueron presentes, y eran Gerardo Mir, vizconde; Hugo Dalmacio, Ramón *Reembaldo, Berenguer Brocardo, Guillermo Arnaldo, Olivon de Arvernia, Guillermo de Izarno y Berenguer de Puigvert.
Entonces entraron en el condado de Urgel y por los valles de Aran y Andorra algunas gentes extranjeras, inficionadas de la herejía arriana (pone araiana), que aún duraba en el mundo: recogiéronse en un castillo que llaman Monleó, y allí se hicieron fuertes para enseñar su perversa y mala doctrina.
El conde y toda su tierra se alborotó notablemente, y sin dar lugar a que derramasen su ponzoña, fueron al castillo y le dieron combate, y sacaron los herejes y toda Cataluña había ya tomado las armas contra de ellos. Señalóse notablemente un caballero llamado Arnaldo de Perapertusa: este, por orden de Armengol, y con gente suya, trabajó con tantas *veras en la expulsión de esta canalla, que mereció que el conde le diese este castillo, con que le tuviese por él y sus sucesores, y que, requerido, le hubiesen de dar las tenencias. Entonces mudaron el nombre al castillo y le llamaron Castellbó, y los descendientes de este caballero tomaron este apellido, y duró este linaje muchos años en Cataluña.
Tomada la ciudad de Balaguer y todos los lugares y castillos que están alrededor de ella, y los demás de las riberas de Sió y Segre hasta Noguera Ribagorzana, emprendió guerra contra los moros de Lérida y Fraga, y los que estaban a las riberas de Segre y Cinca y Ebro, hasta la ciudad de Tortosa, y con tan grande poder, que no leemos otro tanto de ninguno de los príncipes de estos tiempos. Tuvo principio esta nueva empresa en el año 1091, en la primavera. Entonces se le hizo tributario el rey de Lérida, prometiéndole cada año parias. Subió a Fraga, y por las riberas de Segre y Ebro, llegó a Tortosa: aquí recibió socorros de gente que le envió el rey don Pedro de Aragón, su sobrino, desde Monzón, con que pudo dichosamente proseguir sus victorias, que alcanzó muy grandes de los moros. El rey de Zaragoza, que se llamaba Yuseph Abenhut, (Pep, Josep, Joseph, José, Yusef, etc.) se le hizo tributario, e imitando al de Lérida, le reconoció vasallaje.
En el año 1092 ponen todos la muerte del conde, la cual fue en el castillo de Gerp, después de haber gobernado veinte y ocho años el condado, con los aumentos y victorias que quedan referidas, que discurrieron desde el año 1065, hasta el corriente de 1092. Intitulóse siempre conde y marqués, como el conde su padre.
Casó dos veces, la primera con Lucía, de quien tuvo a Armengol, y que algunos llamaron Luciana, y murió poco antes del año 1080; la segunda con Adelaida o Adaleta, que, como dije, se intitulaba condesa de Prohenza, de la cual tuvo un hijo llamado Guillermo, que heredó los estados de la madre y se intitulaba conde de Niza, y, una hija que se llamó Sancha. A más de estos tres hijos, tuvo una hija que casó con Guillen Jordan, penúltimo conde de Cerdaña, que murió en el año 1102, en la ciudad santa de Jerusalén: de esta hija no he hallado memoria en ningún autor, sino en el libro segundo de los Feudos del real archivo de Barcelona, fól. 87 (1) en que hablando el de Urgel con el de Cerdaña, dice: Quod si ego prescriptus comes Ermengaudus, obiero, sine filiis omnem nostrum honorem dimittam a germanam meam Elisabet conjugem tuam et ad te ipsum eternaliter habendum etc. y en el Armario 16 del dicho real archivo, en el núm. 59, hay otro auto en que el mismo * de Armengol hace memoria de esta hermana.

(1) Al libro de los feudos, tal como existe ahora en el archivo, le *faltan muchísimas hojas, que el autor tuvo seguramente a la vista, y *se cree desaparecieron ya a poco más de mediados del siglo XVII. Entonces debió de hallarse todo lo relativo al condado de Urgel; por consiguiente existe ahora casi ninguno de los documentos que Monfar cita a ca* como continuados en aquel libro.

Fue, a lo que se conjetura, sepultado en el monasterio de Ripoll, así como sus ascendientes. Hay de él dos testamentos: del uno hace mención Zurita, lib. 1, cap. 30, y dice que a Armengol, su hijo, le dejó bajo del gobierno de don Ramón, vizconde de Cardona; y de Ponce, vizconde de Gerona; y de Guerao, su hijo, que también se llamaba vizconde de Cabrera; y de Bernardo, obispo de Urgel, y de Ramón, obispo de Pallars; y de don Artal, hijo de don Artal, conde de Pallars; y sobre todo dejaba a Berenguer Ramón, conde de Barcelona, y al rey don Sancho, que tuviesen el gobierno de su estado y de su hijo para defensa de la tierra, y mandaba que cualquiera de estos príncipes que tuviese el regimiento del condado acudiese con el rey don Alonso de Castilla, y se enviase allá su hijo, y quedase debajo de su guarda. En caso que muriese su hijo, llama a la sucesión del estado a don Ramón, don Guillen y don Berenguer, sus hermanos, y si estos no viviesen, nombra por sucesor al infante don Pedro, su sobrino, hijo del rey de Aragón, y muriendo el infante sin dejar hijos, sustitúyele al conde de Barcelona, don Berenguer Ramón. Este testamento fue sin duda antes del año 1086, en que comenzó a reinar el infante don Pedro, sobrino del conde.
Después de este, y en el año 1090, hizo otro testamento, que está en el real archivo de Barcelona, en el armario de los testamentos, núm. 70, el cual da mucha noticia se las cosas y estado del condado, y por esto lo pongo aquí por entero, y es el que sigue:

Testamentum Ermengaudi de Gerp, comitis et marchionis Urgelli.

Nemo rationalium animalium, etc. (1)
(1) El manuscrito deja aquí una página en blanco, donde sin duda debía
continuarse el testamento; ahora es imposible llenar este vacío, porque si bien el índice antiguo de armarios tiene efectivamente continuada la nota de este documento, no se le ha hallado en su lugar correspondiente, ni siquiera viene ya comprendido en el inventario general de las escrituras en pergamino.