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lunes, 13 de julio de 2020

Capítulo XLVI.


Capítulo XLVI.

De la vida del conde Borrell, tercer conde de Urgel.

Muerto Sunyer, sucedió su hijo mayor. Este en el tiempo que su padre entendía en el gobierno del condado de Barcelona, gobernó el de Urgel. No hallamos, por la antigüedad de los tiempos y faltas de memorias (pone momorias), hechos de consideración suyos, hasta el año de 967, que fue el décimotercio de su condado, en que murió Seniofredo, primo suyo y conde de Barcelona, después de diez y siete años había que gobernaba aquel condado y a los cincuenta y uno de su edad: no le quedaron hijos, porque su mujer doña María, hija de Sancho Abarca, rey de Aragón, era de edad. Los más próximos eran sus hermanos: el mayor era Oliva, conde de Besalú, y el que más derecho parecía tener; pero los barones y gente de Cataluña sintieron lo contrario, excluyéndole de la sucesión. Pondéranse muchas razones: Miguel Carbonell (Pere Miquel Carbonell, archivero real de Juan II y Fernando II el católico) dice que no era buen católico, y lo sacó de una *ria (memoria; página 290 mal escaneada) antigua intitulada Flos mundi, que salió a luz * en tiempo del rey don Martín, y el mismo Carbonell * de ella en muchas partes de su historia: Zurita dice *mo. El padre Diago dice lo contrario, y le alaba * católico y buen cristiano, virtud que jamás hom* mancha en este linaje y prosapia: y en prueba de esto * acciones suyas, muy de buen católico, y que si p* sucesión, no fue por esto, sino por el defecto nat* no poder hablar sin dar primero tres o cuatro veces en * con el pie, a modo de cabra, de donde le quedó el * de Cabreta, y también porque no era derecho de * ni bien agestado, como es bien que lo sean las personas * representan majestad real. No falta quien dice, q* flojedad y descuido que tuvo en el gobierno de* le vino el ser desheredado del de Barcelona, que con * con los de Besalú y Cerdaña eran cosa poca. Esto *ria de su padre el conde Sunyer, la confianza que tenía * le había de imitar, y sus reales virtudes y grandes *mientos, le hicieron conde de Barcelona, añadiendo * título al de conde de Urgel. Fue esta elección c* gusto de toda la ciudad y condado, prometiéndose * mil felices y prósperos sucesos, y certísima espera* de esta vez, habían de quedar expelidos los infieles y *tarse la fé de Cristo en esta parte de la Citerior España *.
Cuando empezaba el nuevo conde a disponer aquello *recía convenir al buen gobierno de sus súbditos, no falt algunos disgustos con el mismo Oliva que, como hijo *de de Barcelona, pretendía ser legítimo sucesor del * de sus padres y abuelos, y últimamente de su herman* parecía no había razón bastante para privarle de ello. Estas pasiones y contiendas encendían ya el corazón y sangre a los primos, y el pleito se iba remitiendo a las armas: no había entonces en España las universidades que después, ni se decidían las sucesiones de los reinos por el Código y Di* como cuando murió el rey Don Martín, estaba el derecho en las armas y no en el parecer de letrados, que entonces eran poco conocidos en esta tierra. Los moros no dormían, y sabían muy bien todo lo que pasaba; animáronse por tomar las armas contra los cristianos, y llamaron en su favor a otros muchos de su nación y casta, que no aguardaban sino el principio de esta guerra civil, de quien dependía todo bien de ellos. No era la intención de aquellos nobilísimos príncipes dar ocasión de que el pueblo cristiano fuese destruído de los paganos, antes deseaban lo contrario, ni Oliva estaba tan ciego de su pasión, que no conociese los daños que podían causarse, así a él mismo como a los demás. Era católico, y como tal, no quería que los de su religión y ley quedasen destruidos, ni que las casas suyas y de su primo, que a costa de sangre cristiana hasta aquel tiempo se eran conservadas y defendidas de infieles, enemigos de la cruz de Cristo, fuesen de todo punto acabadas, dejó sus pretensiones; se reconciliaron los dos primos, quedó contento con lo que Dios le había dado, que es el medio más seguro para la perpetuación de los estados, y las guerras que parecía habían de ser intestinas y más que civiles, cesaron de todo punto, con gran descontento de los infieles, que las estaban aguardando.
Luego que el conde Borrell vio deshecho este nublado, entendió en la reforma de algunas cosas necesitaban de ella.
Lo que más cuidado le daba, era estar la ciudad y * obispado de Tarragona sin prelado y en poder de moros, sin esperanza entonces alguna de poderla cobrar. Consta *los arquiepiscopologios de este arzobispado, que desde el año 693 hasta el de 1091 estuvo yerma y sin prelados, y si algunos hubo, es tan poca la memoria que da de esto que es casi ninguna. El estado eclesiástico padecía mucho en Cataluña por la falta de metropolitano y necesitaba volver a la autoridad y esplendor que estaba en tiempo * los godos; negocio tan grave había de consultarse con el romano pontífice; para tratarle y visitar la iglesia de los * grados apóstoles (devoción muy usada entre los príncipes cristianos de aquellos tiempos) se partió para Roma el año de 971, que era el vigésimo año del condado de Urgel, y cuarto del de Barcelona, siendo obispo de aquella ciud* Pedro.
Gobernaba la sede apostólica Juan XIII, y llegado * el conde, le suplicó con muchas lágrimas que, pues por los pecados de la tierra, estaba en poder de moros la ciudad de
Tarragona y todo su campo, se sirviese de unir aquel arzobispado a la Iglesia catedral de Vique, dando el título * arzobispo a Atton, que era su obispo. El pontífice, movido del celo
del conde y de una petición tan justa, concedió todo lo que le pidió y mandó despachar su bula, y la Iglesia * Vique quedó con título y preeminencia de Metropolitana * Atton, a quien el episcopologio de Vique llama Atto o * fue arzobispo. Duró la sede arquiepiscopal en Vique hasta el tiempo de Urbano II, que la ciudad de Taragona volvió a su antiguo esplendor. Esta bula trae el padre Diago, y la sacó de un registro antiquísimo de las cosas del arzobispo de Tarragona, que está guardado en el archivo real de Barcelona, en el armario de Tarragona, núm. 134, folio 36 (1).
1: Es ahora el núm. 3 de la colección general de registros, y en el folio que se cita está efectivamente continuada la mencionada bula del papa Urbano.
Volvióse luego a Cataluña, y en el mismo año de 971 he hallado que asistió a la dedicación del monasterio de san Benito de Bages, del orden del mismo santo, que entonces habían acabado de edificar dos caballeros llamados Rosarno y Vinifredo, hijos de Salta y Ricarda, su mujer, que le emp*. Eran estos fundadores gente noble y rica, y como tales, convidaron a la dedicación la gente más lucida de esta tierra, entre ellos fueron el conde Borrell, Frugifer, obispo de Vique, Visado, obispo de Urgel, y otros muchos, y todos dotaron aquella iglesia magníficamente, según la costumbre y piedad de aquellos tiempos.
Esta venida del conde fue en muy buena ocasión, porque el rey de Lérida, aprovechándose de su ausencia, convocó todos sus amigos, para talar las tierras de los cristianos y dañarlos todo lo posible, creyendo que nadie supliría su falta. El castillo de Solsona y los demás que hay desde él hasta el mar, tirando una línea derecha, eran frontera o límite entre los cristianos y los moros, y años antes, el conde Sinofredo, predecesor de Borrell, había poblado la villa que está a sombra del castillo, y el conde puso ahora en él gente de guerra, y confirmó los términos que le fueron señalados entonces. Fue esta confirmación en el año 973, y dice Zurita que intervinieron en ella el conde Borrell, la condesa Lutgarda, su mujer, y Ramón, su hijo, la vizcondesa E*esa y Guitardo, su hijo, el obispo de Urgel, que * nombre Salla, de quien diremos en su lugar, cuando tratemos de los obispos de Urgel.
El año siguiente, que fue el de 974, a 11 de las calendas de agosto, y en el año décimonono del rey *L de Francia, el conde Borrell y Guifredo, a quien llama su consanguíneo, dieron a nuestro Señor y al monasterio de san Saturnino, mártir, que está en el condado de Urgel, no lejos de lo que llamamos Seo de Urgel, ecclesias que ab antiquo tempore erant fundatas, et sacris altaribus titul* in extremis ultimos findum marcus, in loco vecitato castrum Lordano no vel in civitate Isauna, quae est destructa a sarracenis * ecclesias quae ibi sunt, scilicet in castro Lordano, vel in civitate jam dicta quam in * qui infra sunt * vel ad futurum erunt constructas quaerum prima in ejus castro Lordan, Sancti Saturnini (Saturnino, Sadurní) est nuncupata ecclesia, alia Santa Maria est nuncupata in ipsa civitate de Isena, quae est destructa, alia Sancti Vincentii, q* fuit monasterium in caput jam dicta villae, juxta fontem quae dicunt Clara (Fuenclara, Font Clara). His praefatas ecclesias concedimus et donamus ad praelibatum caenobium, cum eorum laudibus et possesionibus ac universis adquisitionibus cum illarum decimi et primiciis, seu obligationibus fidelium vivorum ac defunctorum ab integre, etc. Firma el conde Borrell y se intitula Comes et marchio, y después de su signo y firma, están escritos los nombres de Visado, obispo que lo era de Urgel, Vifredo, el pariente del conde, que concurrió con él en la dicha donación; Frugifer, obispo de Vique; Evadallo * que se intitulaba princeps cotorum, y otros que se ignora quienes eran, según todo parece en el dicho auto, que está en el real archivo de Barcelona, en el armario 16 * A núm 86 (1).
(1) Equivócase aquí el autor: la escritura que cita se hallaba antiguamente en el *(mal escaneado) núm 7 de la colección del conde Borrell, y la publicó también Marca, aunque con algunas variantes, copiándola de un ejemplar del archivo de la santa Iglesia de Urgel. En su Marca Hispánica, col. 902, podrán leerla ad longum los curiosos. La escritura del Arm.16, saco A, núm. 86, también es efectivamente una donación al monasterio de san Saturnino; pero otorgada por el conde Ramón Borrell, en el año 11 del rey Roberto.
El padre Diago, que vio esta donación y hace memoria de ella en su historia de los condes de Barcelona, quiere que la iglesia del castillo de Lordan se llamase San Saturnino y que la ciudad de Isauna sea Solsona y que la iglesia de ella fuese Santa María. Yo no quiero im* de que afirma aquel autor tan grave, a quien se debe toda veneración, pero digo que he buscado con cuidado si Isauna es Solsona, y hasta ahora no me ha sido posible averiguarlo, y no hallo razón porque Isona y Isauna hayan de ser Solsona, y no Guisona (Guissona), Osona o Isanta, que le son semejantes. (y también Isábena, Roda de)
Por evitar el * que corrían las monjas que estaban en el monasterio de nuestra señora de Monserrate, desmandándose los moros vecinos de aquellas santas montañas contra los cristianos, y porque la abadesa y monjas no eran bastantes a hospedar tantos peregrinos como acudían allá cada día, llamados de la devoción de la Virgen nuestra señora, las trasladó al monasterio de san Pedro de las Puellas de Barcelona, de donde habían salido en tiempo de Vifredo Peloso, para ir a Monserrate, cuando fue la invencion de la santa imagen. Fue esta traslación el año 976, y aquel monasterio, que hasta entonces había sido de religiosas benitas, de allí en adelante fue de monjes claustrales de la misma orden, que salieron del monasterio de Ripoll, al cual estaba el de Monserrate sujeto, con título de priorato, hasta el año 1410, que el papa Benedicto XIII le erigió, en abadiado, y estuvo así hasta el año 1493, que se unió a la congregación de san Benito el Real de Valladolid.
El año siguiente de 977, Oliva Cabreta, conde de Besalú, dotó el monasterio que, so invocación de Nuestra Señora, había edificado en la parroquia de Serrateix el abad Froylano, con consentimiento del obispo de Gerona, Miron, su hermano, y con consejo de Visado, obispo de Urgel; dióle toda la parroquia de Serrateix, y se reservó para sí y sus sucesores que la elección de abad hubiese de ser con su consentimiento y del obispo de Urgel; y entonces los obispos de Gerona y Urgel concedieran remisión de todos sus pecados a los que eligirían sepultura en la iglesia de dicho monasterio, o darían alguna limosna para él, porque aún no tenían limitada los obispos la licencia de conceder indulgencias.
Por estos tiempos los moros de Mallorca, Tortosa, Lérida y Balaguer, con el favor y ayuda de Hiscen, rey de Córdoba, que era cabeza de todos ellos, se juntaron para tomar la ciudad de Barcelona, que era la cabeza y pueblo más principal de Cataluña, y no estaba tan fortificada y prevenida como era menester. El conde salió con su ejército contra ellos, y les dio batalla en el Vallés, junto al castillo de Moncada, en un llano que llamaban de Matabous, y fue en ella vencido y perdió más de quinientos caballos. Fueron siguiendo
los moros el alcance hasta Barcelona, donde el conde con algunos de los suyos se era recogido. Llegaron a ella miércoles primero de julio, año 986, pusiéronle luego cerco, apretándola y combatiéndola con todo rigor y tomaron las cabezas de todos los caballeros que habían muerto en la batalla, y con un ingenio las tiraron dentro la ciudad, y vinieron a dar cerca la iglesia de san justo y Pastor, que no era muy lejos de los muros antiguos, y allá fueron enterradas. Estaba la ciudad sin fuerzas e imposibilitada de defenderse; el conde y los que con él estaban no eran poderosos para defenderla, y así, habido consejo con los ciudadanos y caballeros que había en ella, escogieron salirse y retirarse a lugar seguro, con confianza de volverla a cobrar, antes que perecer miserablemente en ella. Salido el conde, y pasados seis días después de puesto el asedio, fue entrada de los enemigos: el daño que esta afligida ciudad recibió de ellos fue cual se puede pensar de una muchedumbre de bárbaros enemigos; pasaron innumerable gente a cuchillo, otros cautivaron y llevaron a Córdoba, que era cual otra Constantinopla, y a otras tierras de ellos; lleváronse toda la riqueza que estaba recogida en la ciudad, y lo que no se pudieron llevar, particularmente escrituras, lo quemaron todo. Quedó acabada entonces y consumida la memoria de las casas y linajes de aquella ciudad que habían quedado de tiempo de los godos, y los que escaparon de la tempestad vivos, fueron esparcidos por todos los reinos y tierras de los moros. Tomaron asímismo los moros todos los pueblos que había alrededor de Barcelona y por la costa de la mar, y quedaron solos los castillos de Moncada y Cervellon, (Cervelló, Cervellón) que en esta tan grande calamidad se conservaron por los cristianos. A los moros de Mallorca cupieron las riquezas y todo lo que había en el monasterio de san Pedro de las Puellas, y se alojaron en él; a la despedida, en paga del hospedaje, quemaron todo lo que no se pudieron llevar. Lo que pasó con las religiosas, que constantemente todas resistieron a los torpes deseos de los enemigos, refieren el padre Diago y Domenech en sus historias.
Luego que el conde y los (pone lus) suyos salieron de Barcelona, se retiraron a la ciudad Manresa: acudieron allá el conde de Besalú Oliva Cabreta y muchos caballeros de los más principales de este principado, que nombra Pedro Tomic, y porque sus fuerzas no bastaban a resistir a los enemigos, enviaron sus embajadores al pontífice Juan XVI, y a Lotario, rey de Francia, y a Oton, emperador, para hacerles saber los sucesos y estado de la tierra y pedirles socorro y favor; pero aunque los embajadores partieron luego, no estaba tal el estado de cosas que pudieran aguardar la respuesta, porque en el entretanto podía hacerse más poderoso y grueso el enemigo; y así, sin aguardar más, juntó toda la gente que pudo de Cataluña la Vieja, y para que creciese más el número de la caballería, concedió libertad y franqueza militar a todos aquellos que acudiesen con armas y caballo para seguir la guerra. Fue de tanta eficacia esta concesión, que luego salieron en campo hasta novecientos hombres de a caballo, armados y a punto de guerra, y de allí adelante fueron nombrados hombres de parage, (paraje, paratge) para denotar con este vocablo, que en todas las cosas y honores eran iguales a los demás caballeros de Cataluña, ellos y sus descendientes. Con esta gente de a caballo y con muchas compañías de infantería, puso el conde cerco a Barcelona, y le dio tan recios combates, que en breves días la volvió a cobrar, con todos los lugares vecinos y de la marina que habían tomado los moros. Fue esta recuperación muy pronta, y extraordinaria la diligencia del conde en librarla, porque no había aún pasado un mes de la pérdida de ella. Entrados dentro, hallaron la ciudad tan desolada y perdida y tan otra de lo que pocos días antes la habían dejado, que parecía un campo pacido de langostas o dehesa donde fieras hubiesen invernado. Dice Tomic, que pocos días después de cobrada Barcelona, llegó el socorro que el papa, rey de Francia y emperador habían enviado, y que muchos de los caballeros y cabos recién venidos (que él nombra) se domiciliaron en Cataluña, y de ellos descienden muchas y muy nobles familias. Valiéndose el conde de estos nuevos socorros y de la gente que él tenía, marchó en persecución de los enemigos, y les ganó todas las tierras que tenían desde Barcelona hasta Balaguer y Lérida; y si no fuera que el río Segre les impidió pasar más arriba, así como los había echado del condado de Barcelona, llevaba intento de sacarlos del de Urgel.
Necesitaban entonces mucho reparo los muros de la ciudad de Barcelona, porque de las baterías pasadas quedaban muy flacos, y el castillo de ella quedaba muy derruido: en el que aún dura en la calle que llaman la Call (lo Call, el Call), aunque muy derribado, y está pegado a la cortina del muro viejo de la ciudad. En tiempo del rey don Pedro el Católico sirvió de cárcel a don Carlos, príncipe de Salerno, hijo del rey Carlos de Sicilia, sobrino de san Luis, rey de Francia. Su antigüedad y rastros de su grandeza, y no haber otro tal en Barcelona, es argumento cierto ser este el que fortificó en esta ocasión el conde. Encomendóle, según parece en memorias antiguas, a un caballero de su casa llamado Íñigo Bonfill, (Ignacio, Eneco, Nacho, etc) que cuidó a la fortificación de él; y por esto el conde después a 21 de octubre de 989, le dio muchas heredades y posesiones de diversas personas que habían muerto en las guerras pasadas, y no habían dejado hijos ni descendientes.
En agradecimiento de las mercedes que Dios le había hecho, fue muy pío y liberal con las iglesias. A 2 de las nonas de enero del año primero del rey Ludovico, que es el de Cristo señor nuestro 987, dio a Dios nuestro señor y a san Pedro de la ciudad de Vique la mitad del castillo de Miralles, con todos los diezmos y primicias y ofrendas de los fieles, y dice que le pertenecían por sus padres; y porque se supiese lo que contenía en si dicha donación, declara en el auto de ella los límites y términos de aquel castillo; y esta donación la hace también por las almas de Ramón y Ermengaudo, sus hijos, que le sobrevieron.(sobrevivieron)
Miró mucho por la conservación de la jurisdicción y preeminencias eclesiásticas, y según refiere Diago, habiendo sus oficiales capturado a ciertas personas que eran de la jurisdicción eclesiástica, luego que fue advertido de ello Vivas, obispo de Barcelona, le remitió los delincuentes, para que les castigara según sus culpas.
En el año 991 el obispo Vivas dedicó la iglesia de san Miguel Derdol, que llamaban de Olerdula (Olérdola) junto a Villafranca: asistió el conde a la solemnidad, y le señaló los mismos términos o límites que el conde Suniario, (Sunyer) su padre, cuando la edificó, siendo obispo de Barcelona Teuderico.
Al monasterio de san Pedro de las Puellas solo quedaron las paredes mondas, y el conde, como patrón de aquella casa, la restauró, reedificando la iglesia con gran solemnidad: Bonafilla, (Buena hija) hija del conde, tomó el hábito, fue nombrada abadesa, y con ella vistieron otras doncellas, que eran Ermetruyta, Devota, Ermella, Argudamia y Quiratilla, y con el favor del conde recuperaron todas las propiedades o bienes que tenía el monasterio antes de la guerra, y lo que no pudieron probar por autos, por ser quemados o perdidos, probaron con testigos, fundándose en una ley gótica que disponía que escritura o auto perdido se puede recuperar con testigos oculares y que tengan noticia de ella; y de esta manera volvió el monasterio en posesión de muchas cosas que había perdido.
El monasterio de san Cucufate del Vallés (Sant Cugat) fue muy damnificado, porque entonces aún no estaba murado, y los moros le entraron y quemaron todo lo que no se pudieron llevar y en particular las escrituras, que las había muchas; y el abad Oto, que fue muy señalado varón, de quien después hablaremos, instó al conde Borrell que alcanzase del rey Lotario de Francia renovación de lo que les habían quemado, y el conde con este Oto, que entonces aún no era abad, sino prior de aquel monasterio, fue a Francia, y con buenas pruebas alcanzó que se renovasen los privilegios que los reyes de Francia (que entonces tenían algo del supremo dominio en Cataluña) habían dado al convento.
Ocupado el conde en estos ejercicios, y estando en su obediencia todo lo que es desde Villafranca de Panadés a Rosellón y de Segre hasta el mar, le cogió la muerte en la ciudad de Barcelona, en el año sexto de Hugo Capeto, primero rey de Francia, ascendiente del cristianísimo señor Luis XIV, rey de Francia y conde de Barcelona (1), que era el de nuestro Señor 993, después de haber tenido el condado de Urgel cuarenta y dos años y el de Barcelona veinte y seis, y fue sepultado en el monasterio de Ripoll en el mismo sepulcro de sus padres y ascendientes.

(1) Recuérdese que el autor fue partidario de la casa de Francia, durante la calamitosa guerra que afligió a Cataluña en el reinado de Felipe el Grande.

Casó dos veces, la primera con Letgarda, y de ella tuvo a Riquilda, que casó con Udalardo, vizconde de Barcelona, ascendiente de los señores de la casa de Queralt; a Ermengarda que casó con Miron, señor del castillo de Port, cerca de Barcelona; y a Bonafilla, que fue abadesa del monasterio de san Pedro. La otra mujer fue Aymerudis, y de ella tuvo dos hijos, Ramón Berenguer, que fue conde de Barcelona, y Armengol, que lo fue de Urgel (1), y trataremos de él en el capítulo siguiente. Según parece en su testamento, hecho a 24 de setiembre de 993, usó siempre el título de conde y marqués como consta de las escrituras que se hallan de su tiempo, y fue de los primeros señores de España que tuvieron este título y dignidad. (marqués, marchio, de la Marca Hispánica).
(1) Ramón Borrell, no Berenguer, y Armengol, fueron hijos de Letgarda, y no de Aymerudis.
La muerte del conde cuenta Carbonell (Pere Miquel Carbonell) de otra manera, y sácalo de un libro antiguo manuscrito, intitulado Flos mundi, del cual tomó lo más de su crónica; y como aquel autor, por ser archivero del real archivo de Barcelona, tiene tan grande autoridad, le han seguido casi los demás autores que han escrito después de él, como son Beuter, Diago, Garibay, Menescal, Jorba y otros muchos; aunque Zurita, que averiguó mejor que todos las cosas de esta corona, y el abad Carrillo, y Tarafa, canónigo de Barcelona, conociendo el yerro de los que han seguido a Carbonell, lo cuentan del modo queda referido, siguiendo en esto la genealogía de las constituciones de Cataluña y las memorias del anónimo de Ripoll, y otras memorias más antiguas y ciertas porque aquello que dice Carbonell y los que le siguen, que el conde con quinientos de a caballo, en el Vallés y castillo de *Ganta, cerca de Caldes, embistió a los moros y fue vencido y muerto con todos los suyos, y que luego fueron a poner cerco a Barcelona, y para mayor terror y espanto de los cercados, con ingenios les tiraban las cabezas del conde y de los otros que con él murieron, fue equivocación y atribuir lo que pasó en eI año 986, cuando fue presa Barcelona, a tiempos en que gozaban todos los cristianos de
Cataluña de paz, por estar retirados los moros a la otra parte de Segre y a las orillas del río de Gayá.

En tiempo de este conde, y cuando estaba para cobrar de los moros la ciudad de Barcelona, fue la primera aparición, que sabemos en estos reinos, del glorioso mártir y caballero san Jorge. Cuando el conde, para cobrar a Barcelona, salió de Manresa, ciudad muy vecina a la santa montaña de Monserrate, se encomendaron muy de corazón él y los suyos a Nuestra Señora, por su santa imagen, que no había muchos años la había Dios descubierto, porque sabía que sus fuerzas eran mucho menores de lo que para tantos enemigos era menester; pero así por su fé, como por el peligro que corría la santa imagen de venir a manos de los enemigos, vino a socorrerla san Jorge, patrón y amparo de la tierra, tenido de principio por tal, desde aquellos varones alemanes (Georg, Giorgi, George, Jorge, Jordi, etc.) que comenzaron la conquista y vinieron con Carlo Magno y enseñaron a invocarle en las batallas. Este santo apareció armado en blanco con una cruz colorada en los pechos, encima de un caballo blanco, peleando con braveza por los cristianos, de tal manera, que alcanzando victoria, recobraron a Barcelona y mucho más de lo que habían perdido con gran facilidad; por lo cual agradecido el principado de Cataluña, tomó, en memoria y devoción del santo, por armas la cruz roja en campo de plata, y estas son las del principado de Cataluña, que los cuatro palos de sangre en campo de oro son propias de la casa y linaje de los condes; y la ciudad de Barcelona, que fue la que más experimentó su intercesión,
compuso sus armas en cuartel: en el primero y último puso sendas cruces de san Jorge, y en los otros dos, palos de las armas de los condes, dividiendo los palos, esto es, dos en cada cuartel. La diputación y principado le tomaron por su patrón y tutelar, y en las batallas apellidan su nombre, así como los franceses a san Dionisio y los castellanos a Santiago; y no solo quedó esta devoción en el principado, mas también se comunicó a otras ciudades; y refiere Pedro Tomic, que por asegurarse mejor de los genoveses, les dieron en cierta ocasión la cruz por armas y el nombre del santo por apellido, y les ha quedado después en tanto, que la ayuda que dio el santo al rey de Aragón en la batalla de Alcoraz, un autor valenciano dice que fue por la devoción y compañía de los catalanes, muchísimos de los cuales de ordinario servían a los reyes de Aragón, y en aquella batalla había muchos, porque le tienen ellos por patrón y le invocan. Han experimentado los favores de este santo, después de esta primera aparición, los aragoneses, en Alcoraz; los valencianos, en las batallas del Puig y de Alcoy; los de Menorca, en la conquista de aquella isla, y los mallorquines, en la presa de su ciudad donde, en tiempo de san Vicente Ferrer, celebraban su fiesta con gran solemnidad, en memoria y agradecimiento de la ayuda que dio a los cristianos cuando la tomaron.

Después de Lauderico o Lauberico, obispo de Urgel, ponen los episcopologios de aquella Iglesia a Estéfano, y dicen haber tenido aquel obispado diez y nueve años.
Dotila fue su sucesor, y tuvo la silla seis años; y esta es la memoria que hallo de estos dos prelados, que lo fueron en aquellos calamitosos y desdichados tiempos de la pérdida de España.
Sucesor de ellos fue Félix, que asistió a un concilio que en el año 778 convocó en Narbona Daniel, arzobispo de aquella ciudad, porque Urgel entonces era de aquel arzobispado. Cayó este prelado en algunas herejías; entre ellas era una que Cristo, hijo de Dios, en cuanto a la humanidad era hijo de Dios adoptivo, y no propio y natural, de la cual falsa opinión se seguía necesariamente que en Jesucristo había dos personas y dos hijos, el uno natural, y el otro adoptivo, que fue herejía condenada de muy atrás contra Nestorio. Este error siguió Elipando, arzobispo de Toledo, contemporáneo de Félix; yo creo que todos lo tuvieron por ignorancia más que con pertinacia, porque en aquellos tiempos tan trabajosos había pocas letras en España, y certificados de la verdad, presto se apartaron de él, porque por mandato de Carlo Magno se juntó concilio en la ciudad de Narbona, en el año 778, a 25 de las calendas de julio; y porque todavía perseveraba en sus errores, juntó después otro concilio nacional en Francfort, (Frankfurt) ciudad de Alemania, en el año 794, de casi trescientos obispos de Italia, Alemania e Inglaterra, donde fue este error condenado. Después, según dice Aymonio en el libro cuarto De gestis francorum, convencido ya de su error, le envió aquel concilio al papa Adriano, y en la iglesia de San Pedro Apóstol, presente el sumo pontífice, damnó y dejó aquella herejía y mala opinión, y se volvió a su ciudad. Hacen muy larga mención de este obispo y de su herejía Ambrosio de Morales, el padre Juan de Mariana, el cardenal César Baronio, el doctor Pisa en su historia de Toledo, y otros muchos autores. Bien sé yo que Adon Vienense dice que este obispo fue desterrado de su Iglesia a León de Francia, (Lyon) y murió allá con su error; pero no sé por qué no demos mayor crédito a Aymonio, coronista del emperador Carlo Magno, ante quien se averiguaron las opiniones a Félix y era señor de todas aquellas fronteras de Cataluña, que a Adon Vienense, que escribe las cosas de este obispo como de auditu y muestra estar poco enterado de ellas, pues por llamarle Urgelitanus, le llama Aurelianus, argumento cierto que no estando enterado del nombre de su obispado, menos lo estaría de sus hechos, y en particular de su conversión, pues, tratando de ella, usa de estas palabras:
quem ferunt in eodem ipso suo errore mortuum, como dando al vulgo por autor de esto. Yo he visto unas memorias de los obispos de Urgel, y según lo que en ellas se escribe de este obispo, debió hacer tales demostraciones, que quedó en opinión de santo varón, cosa que es muy ordinaria a la omnipotencia de Dios, de grandes pecadores hacer grandes santos. Vivía este obispo por los años de 792, y gobernó su obispado nueve años.
Sigebuto vino después de Félix, y tuvo la sede doce años.
Visado gobernó veinte y dos años; fue a Francia y recibió muchas mercedes y favores del rey Carlos Calvo, que era señor de esta provincia; y a trece de las calendas de diciembre, año veinte y uno de su reinado, que es el de Cristo 861, le dio la tercera parte de las lezdas y derecho del mercado, y confirmó las donaciones que sus pasados habían hecho a la Iglesia de Urgel.
Después fue obispo Navagico, (plateáo) el cual tuvo la silla veinte y seis años y cuatro meses.
Sucesor suyo fue Nigoberto o Ingoberto: fue gran prelado y muy estimado en Cataluña y provincia Narbonense. En la relación de la vida de san Teodardo, arzobispo de Narbona, sacada de los cartularios de los archivos de San Estévan de Tolosa, hablando de él, se dice: Ejecto de episcopatu ejus sancto et reverendissimo viro, litteris a primaevo et *moribuis benè instituto, Nigoberto, etc. Ordenóle en obispo *Sigebuto o Sigebodo, arzobispo de Narbona, aquel que vino a Barcelona para buscar las reliquias de santa Eulalia. Cuando san Teodardo se hubo de consagrar, entre otros obispos que llamó de Cataluña fue Nigoberto, el cual no acudió por estar enfermo, como ni Frodoyno, obispo de Barcelona, que no pudo dejar su obispado porque los moros amenazaban venir poderosos en sus tierras, ni Teutario, obispo de Gerona, que estaba enfermo; pero todos la confirmaron, así como Ausinto, obispo de Elna, y otros que asistieron a ella. Fue esta consagración domingo día de la Asunción de Nuestra Señora, el año 885 de la Encarnación. En el año que murió Carlomano y le sucedió Oton o Eudo, reyes de Francia, este arzobispo Teodardo fue a Roma a recibir el palio, y allá pidió al papa Estéfano letras apostólicas contra un sacerdote español llamado Selva, el cual, fuera toda razón, se era levantado arzobispo de Narbona, y como tal había echado por fuerza de la Iglesia de Urgel y de su obispado a Nigoberto, y quería sacar de la de Gerona a Deodado, (Deusdat) obispo de aquella ciudad, que había allá puesto el mismo san Teodardo, y meter en ella a Heimemiro. Eran fautores de Selva: Frodoyno, obispo de Barcelona, y Gudmaro, obispo de Vique: llamólos san Teodardo, y ellos rehusaron de ir; vista su inobediencia, convocó a todos sus diocesanos en una villa llamada Porto, entre Mompeller (Montpellier, Montispessulani) y Nismes (Nimes): fue entre ellos Riculfo, obispo de Elna, que Ausinto ya sería muerto, y los obispos de Gerona, Vique y Urgel y muchos otros: allá dieron Ingoberto, obispo de Urgel, y Deodado, obispo de Gerona, sus quejas contra Selva y Frodoyno, y culparon mucho a Gudmaro, obispo de Vique, porque los tres habían ordenado a Heimemiro, y este, entre otras disculpas, dijo que el conde Suario le había obligado a ello, y fue perdonado. No se dice allá quién fue este conde: yo no entiendo que fuese Sunyer, conde de Urgel, porque este aún en el año 912 no era conde, porque vivía su padre. Leyéronse en aquella junta unas letras del papa Estéfano, en que reprendía severamente lo que Selva y otros obispos habían hecho. Frodoyno, obispo de Barcelona, que conoció en que había errado, fue perdonado; a Selva y Heimemiro quitaron las insignias pontificales y privaron de la dignidad episcopal, que indebidamente se habían usurpado, y con esto Nigoberto volvió a su Iglesia de Urgel, después de haberle tenido Selva fuera de ella más de un año; y todo el tiempo del pontificado de Ingoberto fueron diez años. Este obispo en los manuscritos de la Iglesia de Urgel llaman Engilbertus, que en cosas tan antiguas es fácil trocar los nombres.
Nantigiso vivía en el año 899: hay mención de él en un concilio que congregó Arnusto, arzobispo de Narbona, en la iglesia de San Vicente, en la villa de Juncaria, en el territorio de Mompeller: dícelo Catel en la Historia del Languedoc, folios 35 y 733.
Asímismo en el año 940 hubo concilio sinodal en la villa de Foncuberta: juntólo el mismo Arnusto, y en él se determinó una contienda que tenía Nantigiso con Adulfo, obispo de Pallars, por haberle usurpado toda la tierra de Pallars veintitrés años había, y probó que de muy antiguo era de la diócesis de Urgel; y determinó el concilio, que durante su vida Adulfo fuese obispo y tuviese aquel territorio, y después de su muerte se entremetiese en él, y volviese al dominio y ordinacion antigua de la Iglesia de Urgel y de sus prelados. Rodulfo, hijo de Guifre Pelos, conde de Barcelona, tomó el hábito de monje de Ripoll el año 888, cuando fue la primera dedicación de aquel monasterio, y por su causa dio el Conde al dicho monasterio mucho patrimonio; después fue abad, y a la postre obispo de Urgel. Éralo en el año de 913, porque en el archivo del arzobispado de Narbona he tenido en manos una bula del papa Juan X en favor de Agio, arzobispo de Narbona, contra Herardo, que pretendía el dicho arzobispado, la cual era dirigida a los obispos sufragáneos de Narbona, y entre otros que nombra, son: Hugo, de Gerona; Teodorico, de Barcelona; Georgio (En Jordi de Vic), de Vique, y Rodolfo, de Urgel, de donde se infiere que estos obispados eran entonces de la metrópoli de Narbona, así como otros de Francia que allá nombra.

jueves, 14 de marzo de 2019

Libro quinto

LIBRO QVINTO
DE LA HISTORIA DEL REY DON IAYME DE ARAGON, PRIMERO DESTE NOMBRE,
LLAMADO EL CONQUISTADOR.

Capítulo primero. De lo mucho que el
Rey se afligía por no haber salido antes a hacer guerra a los Moros,
y del honesto descargo que para esto le daban los suyos.

Año
era de nuestra redención MCCXXVIII cuando el Rey, habiendo ya
cumplido los xx de su edad, y hallándose muy dispuesto para
ejercitar las armas, y que por eso tanto más deseaba extender con
ellas su nombre y fama por el mundo, andaba muy afligido y
descontento, por no haber aun salido de sus reynos, ni hecho cosa
alguna insigne en los extraños. Señaladamente por no haber
perseguido antes a los Moros vecinos a sus reynos, ni a imitación de
sus antepasados, tomado les por fuerza de armas algunas villas y
castillos para introducir la fé y nombre de Cristo en ellos: por
haber sido este su principal fin y designo, desde que comenzó y
reynar, y de cuando fundó la religión y orden de nuestra Señora de
la Merced para la redención de cautivos Cristianos. La cual le había
ofrecido como primicia de la general redención que había de hacer
dellos, conquistando los reynos de los Moros. Pues como desta
tardanza tuviese el Rey alguna manera de empacho, y mostrase dello
descontento, no faltaron algunos antiguos criados suyos que le habían
seguido en todas las jornadas que hizo desde que comenzó a reynar
(según algunos escritores lo significan) que se atrevieron con
buenas razones a distraerle de aquella su persuasión (
psuasió)
y prepostero sentimiento. Para esto se valieron de las que le
causaban empacho, para más abonarle el entretenimiento pasado: con
fin de darle mayor ánimo para llevar adelante su tan heroico
intento. Porque le mostraron claramente, como el haber salido antes
de sus reynos para tan importantes empresas de guerra, fuera tan
errado negocio, cuanto el entretenerse había sido del todo acertado,
y muy en su lugar y tiempo hecho. Pues antes, ni la edad, ni el
consejo, ni la autoridad y experiencia, que tan necesarias son para
llevar guerras en tierras extrañas, le acompañaban: ni la necesidad
que tuvo de dejar primero sus reynos apaciguados le permitían la
salida. Sino que le fue mucho mejor, con sus pequeños y bien regidos
ejércitos, pasar los primeros ejercicios de la milicia dentro de sus
tierras, antes que con muy grueso campo andar desvelado por las
ajenas: según que la experiencia lo trae, y la razón después de
bien considerado todo, lo aprueba. Porque de comenzar poco a poco, y
con pocos, a ejercitarse en la guerra: de ir en persona por general
de una hueste mediana: de ver depender de si todo el gobierno de
ella: claro está que a este le será forzado y también posible
llevar el cuidado de todos, y que pues los conoce, y va por lugares
conocidos, ya no por sus tenientes (como en los ejércitos grandes)
sino por si mismo podrá fácilmente no solo regirlos, pero en los
principales ejercicios de guerra hallarse presente ante todos. Como
es para ser en el concertar los escuadrones, y en el trabar de las
escaramuzas el primero: para según la ocasión y tiempo, así
presentar, o no, batalla a los enemigos: para darles muchas veces
alarma, y no por esto luego acometerles: para ponerse en celada, o
descubrir y falsear la de los otros. Finalmente para tener siempre
los ojos con la sospecha abiertos, y prevenir antes que ser
prevenido: con los demás ejercicios y advertimientos militares, que
por haber pasado su persona Real tan en particular por ellos, habían
sido ocasión y medio para pasarle de soldado a gran capitán, como
lo era. De manera que por haber empleado sus primeros ejercicios de
armas dentro sus reynos, como quien echa mayores raíces para dentro,
había sido como creciente de río represada, que al fin sale con
mayor ímpetu de madre: o como en las baterías de las ciudades que
solían dar contra el muro con las machinas arietarias, o
bayuenes:
las cuales cuanto más se retiraban , y con debido espacio se
entretenía, tanto mayor era la arremetida, y más terribles
encuentros hacían. Verificaban esto los mismos, con heroicos
ejemplos de los más célebres capitanes Romanos, señaladamente del
gran Scipion Africano. El cual se entretuvo por algún tiempo en
Sicilia, en la ciudad y puerto de
Saragosa,
para fabricar y trazar consigo mismo la presa de la ciudad de
Carthago. Porque cuanto más sin ruido daba orden en el aparejo de
sus machinas e instrumentos
bellicos
para la empresa, y con pocos soldados trazaba el pelear contra
muchos, tanto mejor salió de repente afuera, y con mayor gloria
alcanzó la presa y conquista de ella. Lo cual refiriendo Valerio
Maximo con muy grande admiración, concluye su dicho sabiamente con
esto, Que los ilustres y extremados ingenios, cuanto más se recogen,
tanto con más glorioso ímpetu sacan a luz sus cosas. Por donde
concluyeron su razón para más animar al Rey a poner en ejecución
sus generosos propósitos, con decir, que todo lo que la ciudad de
Saragosa en Sicilia en cosas de mar y tierra pudo aprovechar y valer
al Africano para la conquista de la ciudad de Carthago: en todo
aquello podía valer y servir al Rey para que cualquier conquista que
allende el mar quisiese emprender contra moros, la ínclita y antigua
ciudad de Tarragona, nobilísima colonia de Romanos, y muy celebrada
por las historias dellos, donde a la sazón el Rey se hallaba. De
cuyo asiento y comodidades grandes de mar y tierra para paz y guerra
hablaremos en el capítulo siguiente.

Capítulo
II. Del asiento, antigüedad y excelencias de la ciudad de
Tarragona.

La ciudad de Tarragona, que fue antiguamente cabeza
de la provincia Tarraconense, y de la España citerior, está fundada
sobre un cabo de monte que da sobre la mar al oriente, cuya población
antigua fue tan grande, que según fama, se extendía el monte abajo
por lo llano con mucho número de casas, hacia el puerto de Salou, el
cual mira al lebeche, y se le descubre entre levante y medio día.
Puesto que la ciudad, a respeto de su antigua grandeza y
vezinos,
agora es muy pequeña. Y porque entendamos la causa dello, brevemente
recorreremos lo que por los
Annales y
historias
de la corona de Aragón se
halla escrito de ella. Como desde la primitiva iglesia, cuando esta
ciudad por los méritos e intercesión de su gloriosa patrona santa
Tecla mártir, recibió la fé y religión Christiana, hasta por todo
el tiempo de los Godos, no solo mantuvo mucha parte de su población
y grandeza:
pero también en lo espiritual, fue cabeza de muchas
yglesias Cathedrales. Porque con la asistencia de su Prelado, y
suffraganeos,
que sin los de Cataluña, lo eran también los Obispos de Aragón,
Valencia, y Navarra, se celebraron en ella muchos concilios
provinciales, con decretos santísimos que en ellos se publicaron: y
que por la grande devoción que había de la misma santa fue su
iglesia, que es la mayor de la ciudad, muy venerada y amplificada de
muchos predios y dones, por los mismos Reyes Godos y otros devotos, a
ella concedidos. Hasta que sobrevino la general entrada y destrucción
(destruycion) que hicieron los Moros en España. Los cuales tomaron a
esta ciudad y la arruinaron y destruyeron de manera, que por algún
tiempo quedó yerma. Lo que fue ocasión para que el trato grande de
mar que en ella había comenzase a pasar a Barcelona. Teniendo pues
aviso desto el Papa Vrbano segundo (como lo refiere en sus Annales
Geronymo çurita) y considerando lo mucho que esta ciudad en tiempo
antiguo había florecido, y sido potentísima en lo temporal: las
muchas calidades y comodidades que tenía para poder volver a
sustentar el estado antiguo,que también tuvo en lo espiritual: luego
que entendió que los Condes de Barcelona habían echado los Moros de
ella y de todo el campo, restituyó en ella la silla Pontifical
Metropolitana, que antes tenía, dándole pastor y Prelado, y por sus
suffraganeas las siete iglesias Cathedrales de Cataluña, con las
demás, que como hemos dicho, ya se teñía antes. De ahí quedó
hecha cabeza de la que agora
llaman provincia en Cataluña.
Siguiose poco después que el Conde don Ramón Berenguer abuelo del
Rey don Alonso el segundo, viendo la ciudad tan mal parada y
despoblada, y que no la podía restaurar como debía, la dio con todo
lo temporal a la iglesia de santa Tecla y al Arzobispo S. Oldegario
que entonces era, y a sus sucesores: con fin que la reparasen, y
defendiesen de los Moros, y que se mantuviese con la autoridad y
devoción que a su patrona santa se debía. Lo cual efectuado, como
luego se hallase el Arzobispo empachado con el cargo y regimiento
secular la dio en feudo a un Barón principal de la tierra llamado
Roberto de Aguilon. Este de ahí a pocos años no la quiso tener,
sino que la restituyó a la iglesia, y al Arzobispo llamado don
Bernaldo. El cual finalmente volvió el señorío antiguo, y gobierno
temporal de ella, con ciertas reservaciones de rentas y derechos, al
Conde Berenguer, de esto reclamó Guillen Aguilon hijo de Roberto,
pretendiendo ser suya la ciudad en el estado que su padre la tuvo.
Sobre ello pleiteó con el Arzobispo que sucedió llamado Vgo de
Ceruellon, y hubo entre los dos tantos debates, y altercaciones
terribles
que el demonio fue parte para que el el Aguilon matase
al Arzobispo don Vgo, por defender los derechos de su iglesia. Y
acaeció que en el mismo año Thomas Becket (Thomas Becheto)
Arzobispo de Canterbury (Cóturbé) en Inglaterra fue martirizado
también por defender los derechos e inmunidades de su iglesia. Pues
como el conde don Berenguer procediese contra Guillé el matador,
privole de todo el derecho que pretendía, y echole para siempre de
la tierra. Por donde hubo nuevo concierto entre los Arzobispos y
Condes, de cierto mixto Imperio y gobierno de la ciudad, y por este
han pasado todos los Reyes sucesores hasta hoy en día: el cual
dejaremos de especificar, por ser ajeno de nuestro propósito e
historia. Pues ni aun lo de arriba se ha dicho a otro fin, que por
mostrar, no fue falta de la tierra, sino sobra de grandes ruinas y
persecuciones que pasaron por esta ciudad, el haber vuelto a tan
pequeña población, a respeto de su antigua grandeza. La cual aunque
la vemos en el monte recogida, allí está muy fuerte y bien
edificada, con su iglesia mayor, tan suntuosa y bien labrada, como
haya otra en la corona, y tan adornada de Prelado, dignidades,
cabildo y clero: que por eso, y ser su ciudad tan antigua cabeza de
la mayor provincia de España, puede tenerse por la más principal de
toda ella. Demás que por tener tantas iglesias suffraganeas, y haber
con ellas celebrado muchos concilios, como dicho habemos, con harto
buen título ha pretendido siempre el Primado de las Españas,
También por la liberalidad que con la ciudad usan sus Prelados, la
vemos en nuestros tiempos notablemente mejorada, a causa de la
universidad para todas sciencias, que de nuevo han fundado en ella.
Pues con el edificio de las escuelas, colegios, y hospitales que se
levantan junto al muro, por lo menos se halla un tercio más
acrecentada. Mas si volvemos a lo que ella por si misma vale y puede,
vemos que con la oportunidad del mar abunda de toda cosa. Así por la
gran copia que tiene de mucho y muy delicado pescado, como por el
gran concurso de naves en su puerto para ser proveída de toda
mercaduría. Porque en lo que toca a las demás provisiones y
auituallamientos, no le falta cosa de la vida. Mayormente por tener a
la parte del septentrión muy fértiles dehesas para el pasto, y
crianza de todo género de ganados, con mucha diversidad de caza y
montería. Y sobre todo por la extraña abundancia que de su gran
campo, que llaman de Tarragona, se le acarrea. El cual a vista de
ella se extiende hacia el poniente sobre una espaciosa y deleitosa
llanura, cercada de altos montes, y solo hacia el mar abierta, por
donde le entran los embates de él con mucha frescura. Es este campo
de si tan fértil, y con la muchedumbre de fuentes y acequias para su
regadío, tan aparejado y hecho a producir todo género de mieses, y
variedad de frutos, que de su tamaño no hay cosa mejor en la Europa,
y que por eso ha llegado a ser de lo muy poblado de ella: por las
muchas y muy grandes villas y lugares que en él se hallan, como
colonias fundadas por los Arzobispos, cuyo es el mando y señorío
del Campo. Y así como pueblos salidos de las entrañas de la
ciudad, la obedecen y proveen de todo lo necesario. De suerte que se
conoce, como a causa de tan buenas comodidades y auituallamientos que
esta ciudad alcanza por su campo y puerto, tuvieron antiguamente los
Romanos, sus procónsules y ejércitos alojados en ella, como cabeza
y fortaleza puesta para la defensa y gobierno de su provincia
antigua, que comprendía la mayor parte de España, para de allí
hazer rostro a los Carthaginenses, sin dejarles entrar, ni poner el
pie en ella. Por esto la fortificaron muy bien, entre otros, los dos
Scipiones que mucho tiempo residieron en ella, y no solo la dotaron
de los privilegios y prerrogativas de las ciudades de Italia, pero la
ennoblecieron grandemente, con muy ilustres e insignes edificios de
Theatros, tropheos, sepulchros, y templos, con otras muy magníficas
y suntuosísimas obras, de las cuales quedan admirables vestigios y
señales. Mayor nombre de los que se descubren hoy en día cavando
debajo tierra, que son tan grandes, tan profundos, y conformes a los
edificios antiguos que por ellos se muestra realmente como está una
ciudad sobre otra, y que por las ruinas de ella ha venido a ser
manifiesto
que por ventura era llano. Puesto que la obra costosísima de los
conductos que hicieron para traer el agua de muy lejos y que hoy
vendría (
vernia) cauallera
a la ciudad, señala, que parte, o lo mejor de ella, o su alcázar,
estuvo edificado en alto. Como se ve por los arcos que pasan y
atraviesan de monte a monte, y aunque están rotos en algunas partes,
no por eso se tiene por difícil del todo ni demasiado costosa la
restauración y reparo dellos. Y es cierto que restituyéndose el
agua a la ciudad, mejoraría notablemente, y la población se
acrecentaría. Ni hay porqué dejar de hacer memoria de otra
maravillosísima obra que los mismos edificaron, y fue al muelle, o
puerto fabricado, que al pie del monte hicieron en la mar, para
encerrar en él las galeras y otros bajeles pequeños, que en Salou
no se tenían por seguros. El cual estaba hecho a semejanza de otro
de Roma, con el mismo artificio, junto a Ostia a las bocas de Tiber,
delante un pueblo que por razón del puerto, se llama Portu, y de no
haberse frecuentado el uno ni el otro, están los dos casi ciegos,
pero no imposibilitados para ser restituidos en su primer estado.
Concluyamos pues, que por las mismas causas y fines porque los
Romanos se aprovecharon del asiento y campaña, del mar y puerto de
esta ciudad, con las demás comodidades dichas: por las mismas
también los Reyes de Aragón y Cataluña se valieron desta, para
fabricar y poner en orden sus armadas, y hacer sus salidas y empresas
por mar. Por las cuales llegaron los Cathalanes a ser tan señores, y
temidos por la mar, que yendo en corso contra infieles, siempre
volvían muy prosperados y ricos. Mas porque la armada que en esta
ciudad y puerto se aderezó (adreço) para la empresa de Mallorca por
orden y mandado del Rey, fue de las más principales que Catalanes
hicieron, será bien que descubramos la ocasión y motivos, que al
Rey se ofrecieron dentro la ciudad, para emprender esta conquista,
con el favor y ayuda que tuvo de Cataluña para también acabarla.






Capítulo
III. De la nueva ocasión que al Rey se ofreció para la empresa de
Mallorca, con el convite (cóbite) de Pedro Martel, y de lo que
respondió al Rey sobre la pregunta de las Islas, vecinas a
Tarragona.


Apaciguados los alborotos, alteraciones y
bandos que en los dos reynos de Aragón y Cataluña había , así de
los vasallos contra el Rey como de los pueblos y vasallos contra
vasallos: y restituida la Condesa Aurembiax en su estado de Urgel con
el favor del Rey, y por su mano casada con don Pedro de Portugal:
partió el Rey de Lerida (como dijimos antes) para Tarragona, y
llevando consigo a don Nuño Sánchez (el cual por muerte de su padre
el Conde don Sancho, había sucedido en el condado de Rosellón con
el de Conflent y Cerdaña y otros pueblos) y a don Vgo Conde de
Ampurias, a don Guillen de Moncada Vizconde de Bearne en la Gascuña,
con otros señores y Barones de Cataluña, entró en la ciudad con
mucho triunfo, por el grande recibimiento que en ella se le hizo. A
donde a causa de visitarle, concurrieron muchos principales hombres
de las ciudades y villas de los dos reynos, con otras gentes, que de
todas partes venían, a darle gracias por la general y tan deseada
paz, que por su mano gozaban todos. De manera que estando la ciudad
muy puesta en recrear al Rey con juegos, espectáculos, y
representaciones de las que allí antiguamente se usaban, Pedro
Martel ciudadano principal y rico, del número de los del consejo y
regimiento de la ciudad, hizo al Rey, y a todos los grandes y barones
de los dos reynos, que allí se hallaban, un
convite
solemnísimo, y muy espléndido, a uso y costumbre de la tierra.
Porque suelen los Catalanes, que de suyo son medidos y concertados en
el comer, y gente de pocas palabras, y muchas manos, convidar muy de
tarde en tarde, pero magnífica y espléndidamente. Tenía Pedro
Martel su casa donde fue el convite al cabo de la ciudad, y el
asiento y cuadra donde se celebró la fiesta del, en una muy
espaciosa y descubierta galería, que demás de estar muy bien
aderezada (adreçada), daba sobre la mar. De donde a todas partes se
descubría una muy larga y extendida vista. Pues como fuese la comida
opulentísima, y cual al convidado se debía, alzados los manteles,
cuando después de contento y saciado el apetito y gusto, también
buscan los otros sentidos sus pastos y adecuados objetos, de música,
de buenos olores y espectáculos, que suelen en aquella hora ser muy
acceptos, y que no faltaron, volvieron todos los ojos a contemplar la
mar, que siempre
hinche
la vista, y la recrea más que otra cosa. Y estando con gran silencio
comenzó el Rey a preguntar, qué Islas había por aquel mar más
cercanas a la costa de Cataluña, y cuan grandes y bien pobladas
eran, y pues sabía que todas las poseían Moros, qué trato seguro
tenían con ellos los Cristianos, siendo tan infestado aquel mar de
corsarios infieles, que no solo robaban a cuantos bajeles encontraban
de Cristianos, pero aun cautivaban a la gente, y según las quejas
que de esto llegaban a sus oídos debía ser el daño mayor de cada
día. Entonces se levantó en pie Pedro Martel, por ser el hombre que
más había navegado por aquellas partes, y tenía bien vistas y
reconocidas todas las Islas del mar mediterráneo: y hecho su debido
acatamiento al Rey, y a los demás (como quien pide licencia para
hablar primero) respondió desta manera. Rey y señor nuestro, las
Islas pobladas, y más propinquas a Cataluña son cuatro. Las dos que
llamaron los griegos Baleares, le dicen Mallorca y Menorca, y las
otras dos que están más conjuntas a la tierra firme en derecho del
Reyno de Valencia, que también los Griegos llamaron Pityusas, son
Yuiça y la Formentera. De todas estas, Mallorca es la mayor y más
fértil y poblada, y en segundo grado Menorca, que dista poco de
ella. Son todas pobladas de Moros, súbditas, y que obedecen al Rey
que se intitula de Mallorca, en donde reside de contino, y tiene sus
Xeques como gobernadores puestos en cada una de las otras. Son muy
fértiles y abundantes de todo lo que importa para el mantenimiento
humano: y con todo eso salen de allí grandes corsarios por la mar a
causa del aparejo que tienen para hacer armadas, con las cuales hacen
robos y daños grandes a cuantos navíos encuentran de Cristianos.
Porque a los que cautivan tratan con grandísima crueldad si no
reniegan la fé para ser moros: y entre otros es este reyno el más
molestado y perseguido de ellos. Mas si los reyes de España se
juntasen con buena armada para conquistarlos, no se tiene por
imposible salir con la empresa. Y es cierto que tomadas estas Islas,
no solo se limpiaría nuestro mar de corsarios, y sería la
navegación segura y muy provechosa para la Cristiandad: pero con
poca armada de galeras que se pusiese en ellas, se impediría el paso
a los Moros de África, para que no pasasen tan a su salvo a
favorecer a los de Valencia y Granada, para la ruina de los reynos
circunvecinos de Cristianos. Porque como son Islas tan fértiles de
pan, vino, y aceite, y de todo género de ganados con lo demás
necesario para abastecer y sustentar ejércitos: y que sin eso
abundan de madera y metal para hacer naves y galeras, podriase muy
bien de allí por mar, y de Cataluña y de Aragón, por tierra
emprender la conquista del reyno de Valencia. De manera que quien
fuere señor destas Islas no solo lo será absoluto deste mar de
España, pero hará muy prósperos y ricos a estos reynos: y les
abrirá el paso para ir más al seguro a dar con sus armadas en la
costa de Berbería (Berueria). Como acabó Pedro Martel su
razonamiento, todos los convidados
platicos
de mar que le oyeron, aprobaron su buen discurso y parecer, y con más
razones lo confirmaron, facilitando mucho al Rey la conquista: así
por el grande aparato de armada y municiones que en Cataluña tenía
para emprenderla: como por lo que se entendía de la afición y buena
gana con que la gente Catalana le seguiría en esta jornada, por ir a
vengarse de los Mallorquines Moros, por tantos robos y daños dellos
recibidos. Mayormente por haber tentado tantas veces de emprenderla
sus Reyes antepasados, y nunca proseguido la empresa: que parecía
quedaba, por la voluntad divina, reservada a él: para que echada de
allí la impía secta de Mahoma (siendo este su principal fin y
deseo) fuese por su mano introducida en ellas nuestra santa fé
Catholica.





Capítulo IV.
De la nueva ocasión que
Retabohihe
Rey de Mallorca dio para que se le moviese guerra, y de lo que la
Isla era en tiempo de los Reyes Moros.


En este medio que
el Rey se detenía en Tarragona, se ofreció una nueva ocasión dada
por el Rey de Mallorca, que puso en mayor obligación al Rey para
tomar muy de veras esta empresa, como se entenderá por lo que se
sigue. Había pocos días que reynando en estas Islas Retabohihe
Moro, sus corsarios de Menorca saliendo en corso (como solían) a
robar, encontraron con ciertas naves de mercaderes Catalanes que
venían de hacia el poniente de Sevilla, cargadas de muy rica
mercaduría, y aunque a los principios hicieron alguna resistencia,
pero como el poder de los corsarios fuese sobrado, por salvar la
principal mercadería que son las vidas, se rindieron y entregaron
con sus naves a ellos: y luego los llevaron con toda la presa a
presentar a Retabohihe a Mallorca. El cual se holgó mucho con tan
buena presa, y hinchió su palacio de lo bueno y mejor de ella,
dejando para los cosarios, se aprovechasen, del rescate de los
cautivos. Pues como se supo todo esto en Barcelona, y era pérdida
que tocaba a muchos, la ciudad hizo gran sentimiento de ellos: y de
presto formó su embajada, empleando el nombre del Rey, para el de
Mallorca, rogando le tuviese por bien de mandar a sus corsarios
restituyesen las naves con los marineros gente, y mercadería que
habían tomado de mercaderes Catalanes, por mayor conservación de la
antigua amistad, que entre Mallorca y Cataluña había: que
haciéndolo, obligaría mucho al Rey de Aragón para gratificarle con
otra cortesía, por la que en esto haría a los Catalanes sus
vasallos. A lo cual respondió Retabohihe con gran cólera y
soberbia: de qué Rey es esta demanda que traes? Es, dijo el
embajador, del Rey don Jaime de Aragón, hijo de aquel gran Rey don
Pedro, que hallándose con su ejército en la famosísima batalla de
Vbeda contra los ejércitos de los moros de África y España, en
compañía de los Reyes de Castilla y Navarra, fue gran parte para
los sojuzgar, y alcanzar gloriosísima victoria de ellos. Como oyó
esto Retabohihe se encendió en tanta saña contra el embajador, y
con tan airado rostro le maltrató de palabras, que faltó poco para
mandarle echar por las ventanas. Pero aplacado por los suyos que
escuchaban al embajador por sus libertades, mandó que por horas se
saliese de la Isla, y sin esperar más respuesta se embarcó y partió
de ella. Este llegó a la sazón a Tarragona, y contó puntualmente
ante el Rey, y los de su Corte, lo que en su embajada le aconteció
con el Rey de Mallorca, y el soberbio y desenfrenado ímpetu con que
le echó de la Isla, sin darle otra respuesta. Lo cual oído por el
Rey, de común acuerdo y parecer de todos, se concluyó, que la
guerra contra Retabohihe y sus Islas era justa, y que se pregonase a
fuego y a sangre, así por relevar de tan continuos daños y gruesas
pérdidas a la gente y costa de Cataluña: como por librar millares
de cautivos Cristianos que estaban detenidos en ellas: principalmente
por introducir la fé y religión Cristiana en ellas. Con esta
deliberación y sentencia quedó determinada la guerra contra estas
Islas. De las cuales brevemente tocaremos lo que fue de ellas estando
en poder de Moros. Como habían sido sojuzgadas dellos, del tiempo
que entraron y destruyeron a España. Cuyos Reyes vivían muy
disolutamente como tiranos: pues no contentos de la gran riqueza y
fertilidad de ellas, hacían sus armadas, y por mano de cosarios, que
salían en corso cogían cuantas naves y bajeles encontraban de
Christianos: cautivando las personas y robando para el Rey toda la
mercadería y naves que llevaban. Por esta causa se fundaron tantos
castillos y torres por la costa destas Islas. Señaladamente por la
de Mallorca que está llena de puertos y calas, y quedan hoy en día
por atalayas, para descubrir los navíos que por tormenta, o por
otras necesidades tocaban en la Isla, para luego cogerlos. Y así

son tantos los castillos y torres de las atalayas, que a la vista
parece a los navegantes que es la más poblada Isla del mundo. Por lo
cual y ser ella tan rica y abundante, como en los dos libros
siguientes mostraremos, fue tan preciada de los Cosmographos que la
llamaron la Isla dorada, y en las tablas Geographicas, la pintaron
dorada, a imitación de la Aurea Chersoneso de Asia, que llaman la
provincia de Calicut. En esta Isla que es la mayor de todas, residían
los Reyes Moros con su corte, las demás eran súbditas a esta, y se
regían por los Xeques, o gobernadores que el Rey ponía en cada una
de ellas. Los cuales eran grandes corsarios, y tenían tanto dominio
sobre el mar de su comarca, que de sus manos muy pocos navegantes
escapaban. Lo cual era en muy grande afrenta de los Reyes de España,
y mucho más para los de Aragón y Cataluña por no haberlas
sojuzgado antes. Puesto que las continuas guerras que tenían con los
de Valencia y de Granada
no les dejaba emprender jornada fuera de
sus reynos.


Capítulo V. Como el Rey tuvo cortes generales
en Barcelona, y del gran razonamiento que en ellas
hizo para
persuadir la guerra de Mallorca.

Como acabó el Rey de
entender la tiranía y mal trato del Rey de Mallorca, y las continuas
presas y daños que sus corsarios hacían de cada día contra las
haciendas de los mercaderes, por mar y en la costa de Cataluña, de
suerte que ya eran absoluto señores del mar mediterráneo de España:
propuso determinadamente en su ánimo de llevar a delante esta
conquista. Para ello mandó convocar cortes generales a Catalanes en
la ciudad de Barcelona para el mes de diciembre siguiente. Acudieron
a ellas todos los Prelados, y Abades señores de vasallos, con todos
los grandes y señores de título, y Barones del reyno: juntamente
con los Síndicos de las ciudades y villas Reales: con poderes
bastantísimos, para entrevenir y consentir en todo lo que el Rey
para tan santa y provechosa
empresa para el reyno, pidiese, y en
las cortes se determinase. Llegado el plazo y congregados todos, se
ayuntaron en el palacio real, adonde después de dada por cada uno,
según su orden y grado, la obediencia al Rey, estando sentado en su
Real solio, vestido de púrpura, con su cetro (sceptro) en la mano, y
las demás insignias reales, habló en voz alta y suave que la podían
oír todos, desta manera. Fieles vasallos, de vuestro gran concurso y
alegre rostro con que os veo aquí todos congregados, vengo a juzgar,
que os ha de ser muy grato y acepto todo lo que hoy, por grave que
sea, he de proponeros. Mayormente por la experiencia que de mí
tenéis, que ni he jamás demandado cosas que no pudiessedes muy bien
cumplir, ni otras algunas sino las que para mí son honrosas, y para
vosotros útiles y provechosas. Cuanto más, que la que propondré
(proporne) agora, puesto que se encara para la comodidad y ampliación
de nuestros reynos y señoríos: nuestro principal fin es para mayor
ensalzamiento y dilatación de nuestra fé católica, con la
extirpación de la perversa secta Mahometica. Porque estas tres cosas
son las que desde que comencé a reynar propuse en mi ánimo de
llevar siempre adelante. Y si las ocupaciones que hasta aquí he
tenido, en asentar las diferencias y altercaciones de nuestros reynos
no me lo estorbaran, sin duda saliera con ellas. Mas pues al presente
se nos ofrece la ocasión tal, con la desocupación que deseamos,
para entrar en la demanda: es menester, que tomando el favor divino
por nuestra verdadera guía, y vuestra ayuda y fuerzas por
compañeras, os dispongáis a proseguir con nosotros la cruel guerra
que por mar y por tierra determinamos mover contra los infieles
Moros. Y que pues aún no es llegada la sazón y aparejo que se
requiere para mover la contra los de tierra firme, pasemos primero
con buen ejército la mar,
y los echemos de las Islas de Mallorca
y sus circunvecinas. Así para librar a esta ciudad y reyno de los
daños que recibe de ellas: como para dedicarlas al nombre, y fé
santa de nuestro Señor Iesu
Christo, y su bendita madre: y para
incorporarlas en nuestros reynos de la corona.
Porque si bien lo
miráis, los Moros de todas estas Islas mayores perros y enemigos
vuestros son, y mucho más perniciosos para vuestra navegación y
tratos de mar, que los que tenemos en tierra firme vecinos, Pues no
solo os privan del trato y comercio, no consintiendo que os alegéis
(allegueys) a ellas, ni os valgáis de su increíble fertilidad y
copia de mantenimientos para beneficio destos reynos: pero aun con
las continuas correrías que sus corsarios hacen por mar contra
vuestros
vaxeles y mercaderías, y por tierra robando la costa,
os causan muchísimos daños, cautivándoos las personas, y por el
rescate,
llevando se os
lo mejor de vuestras haciendas. De manera que si salimos
con la
empresa: demás de los provechos grandes que sacaréis de ellas,
seguirse han dos cosas importantísimas. La una que aseguraréis
vuestra navegación y costa de los corsarios dellas, y de los de
África, con la buena armada que pondremos en ellas. La otra que con
este nuevo señorío, facilitaremos la empresa de Valencia. Y aunque
a la verdad vemos ser esta conquista muy difícil y ardua, y no menos
costosa que trabajosa, porque se hace por mar, cuya experiencia no
tenemos, y por esto nos será algún tanto lícito el temerla: pero
confiando en lo mucho que vosotros en el arte del navegar y pelear
por mar, excedéis a las otras naciones, y el poder y fuerzas que
para proveer de gente, armas, y dineros tenéis: demás que pelearéis
por vuestra común utilidad y provecho: no hay duda, sino que en todo
nos valdréis de manera, que tendrá (
terna)
muy próspero suceso esta jornada. Mas porque aprovecharía poco
mover guerra por defuera, no quedando la paz firme en casa, ha se de
procurar cuanto a lo primero, que todas las diferencias y discordias
así públicas, como secretas, que andan sembradas por el Reyno,
entre gente que no atiende sino a inquietarse los unos con los otros,
que ante todas cosas, mediante nuestra autoridad y decreto, se
asienten y apacigüen. Para que pacificados entre si los ánimos de
esta gente distraída, revuelvan, y encaren todo su furor e ir a
contra los Moros de esta conquista. Pues es muy cierto que terna poca
fuerza la guerra movida contra Moros. que no fuere nacida de la
concordia firme
dentre
Christianos.





Capítulo VI.
Como fue aprobada por todos la proposición de la conquista, y de lo
que el Reyno, Prelados, Señores y Barones ofrecieron para ella, y de
la general paz que se hizo por toda Cataluña.


Acabado el
razonamiento del Rey, súbitamente se oyeron grandes voces de aplauso
y contentamiento por toda la congregación, alabando mucho los buenos
fines y determinaciones del Rey, con la general aprobación de su
demanda. Y así luego se levantaron en pie los prelados que allí se
hallaban, el Arzobispo de Tarragona, y Obispos de Barcelona y Girona
con los Abades, y de uno en uno fueron con palabras santas y de mucha
afición (cuales refiere el Rey en su historia) a darle gracias por
tan santa, y útil demanda, y tan enderezada al servicio de Dios, y
bien común de sus reinos: ofreciéndose de acompañarle y seguirle
en ella con sus personas, o de ayudarle según la posibilidad de cada
uno, con gente y dineros para esta guerra. Y así por contentar al
Rey, y que se quitasen todos los estorbos para la ejecución de la
empresa se determinó en las mesmas cortes, se hiciesen treguas y
universal paz entre todos los del reyno: no embargante cualesquier
diferencias que hubiese
entrellos,
so pena de la vida, o destierro perpetuo, para los que rehusasen la
paz y tregua. Las cuales se pregonasen desde el río Cinca donde
entra el Ebro, hasta la fortaleza
de Salsas, de allí al río de
la Cenia, volviendo al mismo río Cinca. Porque toda Cataluña se
contiene dentro de una figura triangular, cuyas dos lineas
colaterales salen de Cinca. La una por las raíces de los Pyrineos la
vía de Salsas hasta el mar, hacia el levante, la otra va Ebro abajo
hasta el río de la Cenia al medio día. De donde comienza la basis o
fundamento del triángulo, y vuelve por la costa de la marina de
Tortosa, Tarragona, Barcelona, Girona, y Rosellón hasta dar en
Salsas. Lo segundo fue que por tan justas y honestas causas y razones
y tan evidente provecho y utilidad del reyno, se otorgase para esta
jornada el tributo del bouage, del cual hablamos en el precedente
libro, que pues se solía dar a los Reyes el primer año de su
Reynado, y no se les negaba cuando se ofrecían algunas muy grandes
necesidades, que por ser esta para tan gran beneficio del reyno, y
servicio del Rey, cuanto podía ser otro, se le otorgase para esta
guerra. Este tributo, como dijimos, no dejaba de valer mucho en aquel
tiempo, a causa que todos criaban ganados mayores y menores, y daban
tanto por cabeza, con lo demás que se acostumbraba por las
haciendas. Y como el fin de los capitanes no era de acumular para si,
sino de vencer, y no alargar la guerra, bastaban estos tributos para
los gastos de ella. Junto con esto los señores de título, y los
ricos hombres, y barones del reyno, prometieron de ayudar al Rey en
esta empresa liberalísimamente. Porque el conde de Bearne ofreció
de seguirle con CCCC hombres de armas, con su persona, a su propia
costa. Y don Nuño Sánchez ofreció su persona con cierto número de
caballos ligeros a su costa, y admitió por todos sus estados de
Rosellón, Conflent y Cerdaña se publicase y ejecutase el edicto de
la general paz y tregua, y también consintió en el tributo del
bouage por todas ellas. Tras estos todos los señores y Barones, y
luego las ciudades y villas Reales, a competencia ofrecieron de
servir y seguir al Rey con gente y dinero.












Capítulo
VII. Como se pregonó la guerra contra Mallorca, y de las
capitulaciones que se hicieron conforme a los sucesos de ella.


Luego se pregonó por todos los reynos de Aragón y Cataluña,
y también por Mompeller, y
la Guiayna, la guerra contra
Mallorca: y se hizo mucha gente de a pie y de a caballo. Señalose el
plazo para el embarcar de allí a cuatro meses, que sería para los
XIII de mayo siguiente. Y el lugar, en la ciudad de Tarragona, y
puerto de Salou, a donde se habían de juntar todas las naves y
galeras: para lo cual se había ya hecho general embargo de ellas por
todos los puertos de Cataluña, porque estuviesen a punto para dicho
plazo. Así mismo para más atraer y asegurar los ánimos de los
capitanes y soldados, mandó el Rey ordenar y sacar en pública forma
las condiciones y estatutos que se habían de observar por todos en
el discurso desta guerra, prometiendo él por su parte de cumplirlos
al pie de la letra, debajo su real fé y palabra. Y así los
publicaron, y contenían lo siguiente. Lo primero que con todos
aquellos que a su propria costa, con sus personas, o con gente de a
pie, o de a caballo, o con sus navíos, o galeras, o con aparatos
navales, seguirían el ejército del
Rey, con todos: y con cada
uno se había de hacer partición de cuanta presa y despojos se
ganasen, así de la campaña como de pueblos de enemigos, guardando a
cada uno su proporción según los gastos y servicios en la guerra
hechos, y según el tiempo que comenzó y perseveró en hacerlos. Lo
segundo, que de todo lo que se adquiriese por la guerra, así de
tierras y campos, como de lugares y pueblos grandes y pequeños, se
hiciese la división entre los señores y capitanes del ejército,
conforme a la misma razón del tiempo y gastos, y según por su
calidad a cada uno le pertenecía. Reservando para el Rey y corona
Real la mayor parte, y también las casas reales, palacios grandes,
dehesas, con los prados, huertas y jardines principales, que en las
ciudades, villas y otros cualquier lugares se hallasen: juntamente
con los castillos y pueblos fuertes, como cosas necesarias y
pertenecientes a la corona real, a efecto de poner en ellos su
guarnición y gente de guarda para la defensa del reyno. Y también
para que teniéndolas a su mano, y siendo señor dellas, pudiese
mejor igualar y allanar las altercaciones que en el repartir de los
despojos suelen seguirse, prevaleciendo a la razón y derecho las
armas. Que mediante su autoridad, y el juicio de hombres buenos, se
decretase todo conforme a razón y justicia. Para lo cual nombró por
jueces árbitros a Berenguer Palou, o Palauesin (como otros dicen)
Obispo de Barcelona, persona insigne en letras y en santidad de vida,
y a los Condes don Nuño de Rosellón, y don Vgo de Ampurias, a don
Guillén Vizconde de Bearne, don Ramón Folch Vizconde de Cardona,
don Guerao Conde de Cabrera, el cual, aunque privado del condado de
Urgel, no por esto le faltó poder con su hábito de Templario, para
seguir al Rey en esta, y otras jornadas. Añadiose a los decretos que
los Prelados, Arzobispos y Obispos, que a sus costas ayudasen con
gente en esta jornada, demás de los diezmos y primicias que por
derecho común y divino se les debiesen acogidos y llamados para la
general repatriación de los despojos, y de las tierras y lugares,
como de los demás en la forma dicha.
Otrosi
que para la fábrica y edificio de los Templos, que tomadas las Islas
se tenían que edificar para el culto divino, se les señalasen con
las competentes y rentas a arbitrio de los mismos jueces. Últimamente
deliberaron, porque no quedasen las Islas desiertas, que los Barones,
y otros caballeros, a quien por su parte y porción les hubiese
cabido algunas villas, o lugares, fuesen obligados a residir
personalmente en ellas, o dejar otros en su lugar: otramente fuesen
luego sus villas y lugares incorporados en la corona real. Estas
fueron las condiciones y capitulaciones que para la buena y concorde
ejecución desta guerra y empresa se ordenaron. Estando a todo esto
presentes el Rey, y los señores, y Prelados, con los demás
nombrados en las Cortes, y aceptando los jueces árbitros el cargo de
las reparticiones. Con esto se concluyeron las Cortes, y el Rey dio
licencia a todos volviesen a sus tierras por mejor ponerse con orden
para la jornada, y acudir al plazo y puerto señalado.













Capítulo VIII.
Como el Rey fue a Tarazona, y halló de paso en Calatayud a Zeyt
Abuzeyt, Rey de Valencia, y de las causas de su venida, y favor que
se le dio para cobrar su reyno.

Entre tanto que pasaba
todo esto en Barcelona, y el Rey andaba muy puesto en el aderezo de
la armada para la empresa, y en dar prisa en collectar el bouage,
entendió como era llegado a Tarazona, Ioan, Cardenal de santa
Sabina, a quien el Papa Gregorio IX, enviaba por Legado a latere con
muy grandes poderes y facultades para tratar y concluir negocios muy
arduos con el Rey, señaladamente para declarar sobre el divorcio que
había puesto contra la Reyna doña Leonor el mismo Rey. El cual
luego se puso en camino, acompañado de algunos Prelados y grandes de
Aragón que se hallaban con él en Barcelona. Como llegase de paso a
la ciudad de Calatayud, la cual como en fertilidad y belleza de
tierra, en nobleza y autoridad de ciudadanos, y grandeza de comunidad
y pueblos que se rigen por ella, sea la segunda de Aragón, hizo muy
gran recibimiento al Rey: el cual tuvo en mucho los buenos servicios
que los pocos días que se detuvo allí se le hicieron: donde fue
avisado como Zeyt Abuzeyt Rey de Valencia con pocos de a caballo
había entrado en la ciudad, y pedía con instancia le llevasen ante
el Rey, porque tenía que tratar con él negocios de grande
importancia. Como oyeron esto los que iban con el Rey, maravilláronse
mucho de esta novedad. Pero el Rey que ya sabía la causa de la
venida de Abuzeyt, alegroles con decir estuviesen de buen ánimo,
porque con la llegada deste se le abría la entrada del reyno de
Valencia, por haber recibido poco antes cartas del mismo, con las
cuales muy en secreto le avisaba de parte suya y del Príncipe
Abahomad su hijo, lo mucho que deseaban los dos tener amistad y
alianza con él, y verse * para comunicarle cosas muy graves, y que
cumplían mucho a todos, mas les dijo, que como los de Valencia
hubiesen entendido algo destas cartas, y por ellas sospechado de él
cosas contra su secta, y seguridad del Reyno, comenzaron a indignarse
contra él; y por eso antes de verse, con algún trabajo, se había
salido secretamente del reyno a verse con él. Esta fue la causa de
la venida de Abuzeyt, según refirió el Rey, y lo escribió en su
historia. Pero el Obispo de Burgos, que compuso la historia general
de Castilla en lengua Latina, muestra como fue mayor la causa de la
venida de Abuzeyt, diciendo como este, no solo escribió al Rey de
Aragón, pero que envió a Roma embajada secreta al sumo Pontífice,
significándole como estaba muy dispuesto y aparejado para hacerse
Cristiano, y que daba por testimonio desta su voluntad firme, haber
ya mucho tiempo que no usaba
de la crueldad que solía con los
cautivos Christianos, ni de hacer entradas, ni robos en tierras de
ellos. Y que como fue descubierta esta embajada y cartas, uno de los
principales del reyno llamado Zaen, con el favor de otros, echó a
Abuzeyt del Reyno, y se alzó con él. De manera de llegado a
Calatayud y entrado a ver al Rey, fue recibido por él, y por todos
con mucha honra y real respeto, como el Rey lo mandó. Declarado por
Abuzeyt el ánimo y afición que al Rey, y a los Christianos tenía,
y lo mucho que certificaba se haría Cristiano luego que cobrase el
reyno, comenzó a pedir favor y socorro al Rey para cobralle:
prometiendo y protestando que cobrado que le hubiese, se
lo
entregaría, porque Abahomad su único sucesor e hijo también estaba
en lo mismo. Y tenían por muy cierto que mucha parte del reyno en
sabiendo que se valía del favor y ayuda del Rey de Aragón, se
declararían por él contra Zaen, al cual no querían tener por
señor. Como oyó esto el Rey, tuvo su consejo, y entendiendo la
verdad y llaneza con que Abuzeyt trataba su negocio, y que era muy
creíble que pondría en ejecución y cumpliría lo que prometía:
concluyeron, que vista su justa demanda y afición para ser
Cristiano, debía ser oído y creído, y que no había porqué
negarle el favor y socorro que pedía, y así convenía ayudarle con
gente y armas. Porque de esta manera poco a poco se comenzaría la
conquista de Valencia, y sería hacer gran prevención para la de
Mallorca.
Porque entreteniendo con esta guerra, aunque lenta, a
los Valencianos, ningún socorro ni ayuda osarían dar a los de
Mallorca. Ni tampoco los de Murcia y Granada viendo a sus vecinos los
de Valencia puestos en guerra dejarían de favorecer a ellos por
acudir a los de Mallorca. Y así llamado Abuzeyt, el Rey se le
ofreció liberalísimamente, y prometió luego valerle con gente y
dinero.


Capítulo IX. Del socorro que dio el Rey a
Abuzeyt para cobrar su reino, y fue por capitán de él don
Blasco
de Alagón, del cual fue esta la causa de su entrada en el reyno, y
no la que otros dicen.

Determinado ya el Rey o los de su
consejo de favorecer a Abuzeyt para cobrar su reino, y que poco a
poco fuese recogiendo lo perdido: o si quiera entretuviese la guerra
hasta que el Rey, acabada la conquista de Mallorca, emprendiese la de
Valencia, y se valiese de Abuzeyt y sus amigos para pasar delante. Y
así entendieron en hacer las capitulaciones y conciertos que se
habían de observar en el proseguimiento de la guerra, sobre lo que
el uno al otro se prometieron. Primeramente que todas las villas y
castillos que Abuzeyt cobrase, las cuales por la antigua división de
los Reynos tocasen a la corona de Aragón, que la cuarta parte de lo
conquistado con todos sus derechos y pertinencias, recayese a la
señoría del Rey. Que las fortalezas de las villas que se ganasen,
se pusiesen en poder de caballeros Aragoneses, y las que tomasen
fuera de la división, fuesen de Abuzeyt. El cual por hacer valederos
y firmes los conciertos, prometió dar en rehenes seis villas de su
reino con sus fortalezas en los confines de Aragón y Cataluña: que
fueron Peñíscola, Morella, Cullar, Alpuente, Xerica y Segorbe.
También el Rey prometió de su parte valer y defender a Abuzeyt con
todo su poder, y dar en rehenes a Castielfauich y Ademuz, dos villas
fuertes con sus castillos, muy propincuas al Reyno de Aragón, las
cuales el Rey don Pedro su padre había ganado por fuerza de armas en
el Reyno de Valencia: condición que dos caballeros Aragoneses
tuviesen las fortalezas y tenencia dellas por Abuzeyt. Puesto que no
hallamos que pasase en efecto el entrego de las unas, ni de las otras
conforme al concierto. Desde entonces comenzó Abuzeyt a entender en
la recuperación del Rey no con el pequeño ejército que el Rey le
formó: dándole por capitanes a don Blasco de Alagón, y a don Pedro
Azagra señor de Albarracín, con la gente de caballo de Teruel. Y
cierto que parece esta más verdadera causa de la entrada y
detenimiento de don Blasco en el reyno de Valencia, que la infame y
muy indigna de su valor y persona le aplican algunos escritores
falsamente, diciendo, que estando indignado don Blasco contra el Rey
por gran suma de dinero que le debía, y le entretenía con palabras
por no pagársela, salió con gente armada al camino a la Reyna doña
Leonor, al tiempo que pasaba de Aragón para Castilla, despedida del
Rey por el divorcio que con ella hizo (del cual se hablará luego), y
que llevando su recámara muy rica, y llena de joyas que el Rey le
había dado a la despedida, la salteó y robó don Blasco: y que por
huir del Rey se metió por el Reyno de Valencia adentro, donde estuvo
dos años, hasta que el Rey le perdonó. Lo cual cierto parece
desatino, porque tan atroz y descomedido robo, ya que no se pudiera
reparar por parte del Rey con prender y condenar a muerte a don
Blasco, debiérase enmendar con recompensar a la Reyna su pérdida, y
la injuria, que el Rey tomara por propia para ejecutar el castigo en
don Blasco siempre que haberle pudiese, o perpetuamente desterrarle:
Pero que al cabo de dos años, como dice, volviese ante el Rey, y que
sin restituir las joyas le perdonase, fuera tanta la infamia que por
esto incurriera el Rey, que pudiera muy bien don Blasco transferir en
él su pecado. Ni se ha de creer que el Rey, si quiera por su
descargo, dejara de hacer mención alguna dello. Y así como cosa de
sueño lo damos por fabuloso.






Capítulo X.
Como el Rey puso divorcio contra la Reyna doña Leonor, y que es
falso lo que dicen que doña Theresa se opuso al matrimonio de ella,
y de los matrimonios anticipados.

Luego que el Rey hubo
despedido a Zeyt Abuzeyt con la gente y capitanes para comenzar la
guerra del Reyno de Valencia, determinó, para poder más sin cuidado
atender a la de Mallorca, proveer de heredero en sus reynos, pues
según los sucesos de la guerra son inciertos, no quedasen sin
sucesor. Y así le pareció que lo mejor sería declarar al Príncipe
don Alonso su hijo único, y de la Reyna doña Leonor. por sucesor en
ellos. Por esto deseaba ya verse con el Legado para decretarlo con su
autoridad. Sino que se lo estorbaba notablemente el divorcio que
antes había hecho con la Reyna, por las causas que poco después
alegó ante el Legado: que fue por el impedimento de cuarto grado
de
consanguinidad había entre los dos, para el cual no fueron
dispensados por el sumo Pontífice: y también por haberse casado
ante la edad legítima, que no pasaba de XII. años cuando casó con
ella, por lo que muchas veces dijo, y lo confirmó en su historia.
que pasaron XVIII meses que no pudo tener acceso carnal con ella. De
donde claramente se ve ser errónea la opinión del curioso
historiador el maestro Pedro Antonio Beuter y de otros, cerca la
venida del Cardenal Legado en aquella fazó. Diciendo como en
Cataluña hubo una nobilísima mujer llamada doña Theresa Gil de
Vidaure, la que se opuso al matrimonio que el Rey hizo con la Reyna
doña Leonor: pretendiendo que había sido antes el suyo con el mismo
Rey, de quien tuvo dos hijos varones: y porque se vio desechada de él
se fue a Roma y presentó su libelo al Pontífice, el cual envió por
esta causa al Legado para declarar sobre el divorcio de doña Leonor,
y matrimonio de doña Theresa. Pero todo
esto es falso, por
muchas causas, y por sola esta, que arriba tocamos, imposible. Porque
si casó con doña Leonor a los X años de su edad, y por su
imbecilidad pasaron tantos meses que no fue apto para mujer, como era
posible que ya antes hubiese comunicado con doña Theresa, y que
tuviese
dos hijos de ella. Demás que no es creíble, habiendo
(como dicen) venido el Legado a instancia de doña Theresa para
declarar en favor de su matrimonio, que por entonces instase el Rey
por el divorcio de doña Leonor, para dar más lugar a la demanda de
doña Theresa habiéndosela negado por toda la vida. Pues dado que
fue verdad lo que de doña Theresa dicen, que tuvo dos hijos del Rey,
a don Iayme y a don Pedro, y que los heredó (como adelante diremos)
y a doña Teresa dio rentas en Valencia, en cuyos arrabales en un
sitio llamado la Saydia, edificó un principalísimo
monasterio
de monjas, adonde pasó su vida con gran religión y recogimiento.
Pero cuanto a lo demás, lo que se halla por muy cierto es, que el
matrimonio al cual se opuso ella, no fue el de doña Leonor, sino el
segundo que el Rey hizo con doña Violante hija del Rey de Vngria. Y
que del engaño del nombre de Leonor por Violante, nació este error
manifiesto. Volviendo pues al divorcio de doña Leonor, como no
hallamos que el Rey alegase en público otras más causas para
descasarse, de las que arriba hemos dicho, y estas por legitimar al
Príncipe don Alonso, que nació de ellos,
eran muy fáciles de
remediar, y se podía muy bien ratificar el matrimonio entre ellos:
todavía en ver que el Rey tanto instaba el divorcio, se creyó debía
tener alguna grande causa oculta, que notificó
muy en secreto a
los jueces, y que fue tal que hizo algún efecto: como en el
siguiente capítulo diremos. La cual, como algunos imaginan, debió
nacer de algún íntimo odio entre los dos que pudo concebirse del
anticipado matrimonio, y por la imbecilidad del agente, y ardor de la
concupicencia
sin poderse
amatar,
se sigue tal menosprecio entre ellos que pasa a divorcio. Y así se
ve destos matrimonios anticipados, o como dicen, antecogidos, que
muchos de ellos para en separación y aborrecimiento, y que en alguna
manera se habrían de evitar: pues no es justo que a los particulares
intereses y comodidades de los hombres, se haya de posponer la
madureza y
sazón de naturaleza que el matrimonio y sus adyacentes requieren.
Pues así como no puede durar mucho tiempo
el fruto del árbol
que antes de tiempo madura, así los tales matrimonios no solo suelen
ser infructuosos y estériles, pero están muy sujetos a causar odios
y divisiones.





Capítulo XI.
Como el Legado tuvo Concilio de Prelados en Tarazona, ante quien el
Rey propuso
el divorcio hecho con doña Leonor, y que tenía por
legítimo a don Alonso hijo de los dos.

Llegado pues el
Cardenal Legado para tratar del divorcio de doña Leonor, y declarar
sobre negocio tan grave, que había de resultar en notable injuria de
ella, y hacer dudosa la legitimidad de don
Alonso único hijo y
sucesor del Rey, luego convocó Concilio nacional en Tarazona, para
que donde se celebraron las bodas allí se hiciesen las obsequias de
este matrimonio. Acudieron a él los principales Prelados de España,
don Rodrigo Arzobispo de Toledo, don Aspargo Arzobispo de Tarragona,
que ya era muy viejo, con nueve Obispos que fueron, Burgos,
Calahorra, Segovia, Sigüenza (Ciguença), Osma, Lerida, Huesca,
Bayona, y Taraçona, personas de mucha autoridad y doctrina y de muy
gran ejemplo de vida. Los cuales después de estar muy bien
informados por los
aduogados
y procuradores de las dos partes, y alegado todo lo que se podía por
parte de la Reyna: vistos y muy bien reconocidos los méritos de la
causa: estando ya para pronunciar la sentencia, el Rey compareció en
persona en el Concilio el día antes de la publicación della: adonde
assentado
en medio de los Prelados, y en presencia de los señores y grandes
del reyno que consigo vinieron,
habló desta manera. Apostólico
Legado, y muy Reverendos Prelados. No puedo dejar de confesar, como
ha poco más de ocho años que en esta misma ciudad, yo casé en faz
de la santa madre yglesia, mediante su autoridad, con la Reyna doña
Leonor de Castilla, y que nuca he dudado de la verdad y firmeza de
este matrimonio: tanto que perseverando en esta fé hube en ella a mi
único hijo don Alonso, al cual siempre he tenido y tengo por propio
y legítimo, y como tal lo he llamado, y declarado por sucesor para
después de mis días, en todos mis reynos y señoríos. Por tanto
quiero avisaros como tengo esta mi declaración de sucesor en don
Alonso mi hijo, por muy rata y firme, y si menester es vuestra
autoridad para ello, la hago y confirmo de nuevo, salvos mis derechos
en lo del divorcio con doña Leonor, por las causas que cada uno de
vosotros tiene, por mi descargo, de mí entendidas. Y así os
requiero declaréis sobre estos dos artículos decisivamente. Esto
dicho se levantó para salirse de la sala del Concilio, y como todos
se levantasen para acompañarle, hizo los quedar, rogando les
considerasen, y determinasen este negocio con mucho acuerdo,
señalando la sucesión de don Alonso. Porque dudando ya el Rey de
ella, por el divorcio que quería hacer poco antes teniendo cortes en
Lerida a los Aragoneses, le había declarado por su heredero y
sucesor en el reyno de Aragón, y ciudad de Lerida con su distrito:
queriéndola incorporar en el reyno de Aragón, y le juraron por
Príncipe sucesor. Esto hizo con fin que los demás hijos que de otra
mujer le naciesen, sucediesen en los otros estados de Cataluña y
Mompeller.




Capítulo XII. Que por las secretas causas que
para esto tuvieron los Prelados, pronunciaron por el divorcio, y como
se despidió doña Leonor del Rey, el cual tomó la insignia de la
cruz de mano del Legado.


Como los Prelados hubiesen de
pronunciar la sentencia sobre el divorcio, salva la legitimidad de
don Alonso: para concordar dos cosas en si tan diferentes y
contrarias, tuvieron sobre ello sus alteraciones y consideraciones
secretas: que no se podía deducir ni comunicar en proceso. Por donde
venía a ser entre si muy diferentes los votos, y muy difícil el
pronunciar la sentencia, por las informaciones aparte dadas por el
Rey. Mas considerando que a los jueces, o que muchas veces suele
mover más una secreta razón y causa importante, que cuanto esta
deducido en proceso, o que en las causas de los Reyes, conviene
alguna vez por beneficio universal de los reynos, juzgar más presto
por la universal consideración y ley de buen gobierno, que por las
leyes escritas y alegadas, y que de estos juicios hay cada día
muchos: fue así que
inferida
la confesión del Rey en la sentencia, pronunciaron. Que no
embargante la legitimidad de don Alonso hijo del Rey don Iayme de
Aragón y de la Reyna doña Leonor de Castilla, y que era verdadero y
legítimo sucesor del Rey su padre, tenía lugar el divorcio hecho
por el Rey contra la Reyna, con la total disolución del vínculo
conyugal (
cójugal).
Esta sentencia fue muy solemnemente in pleno concilio publicada y
notificada al Rey, y a doña Leonor, y aunque pareció muy extraña,
toda vía
ella fue vista y revista, y también suscrita por el Legado
Apostólico y nueve Prelados, entre Arzobispos y Obispos, los más
principales y doctos de toda España, y con decreto de concilio, sin
discrepar ninguno: siendo la mayor parte dellos de reynos extraños,
y no súbditos del Rey. Porque se vea no tuvieron particular afecto,
sino toda libertad para descargar su conciencia y conforme a ella dar
su voto cada uno. Con esta sentencia no se derogó la donación de
las villas y pueblos de Aragón hecha en favor de doña Leonor, de
las cuales fue dotada al tiempo que casó con el Rey. Con esto, y
muchas joyas y riquezas que el Rey le dio, se despidió de ella, y le
envió a Castilla. Y así queda más justificada y confirmada la
rectitud de la sentencia: con esto que ni la Reyna doña Berenguela
su hermana, ni don Fernando su sobrino Rey de Castilla, tuvieron por
alevoso el divorcio: pues ni hicieron sentimiento alguno de ello, ni
se apellaron de la sentencia para el sumo Pontífice, que a sobrar
razón, appellaran. Hecho esto, el Rey se despidió del Legado y de
los Prelados, usando con ellos de toda liberalidad y magnificencia,
conforme a quien él y ellos eran: y se partió para Tarragona, por
llegar a ella antes del día del plazo, cuando toda la gente que se
hacía para la jornada de Mallorca se había de hallar junta en la
ciudad y puerto de Salou. Aunque no pudo ser tan presto la junta, por
mucho que el Rey lo trabajó, que no se alargase hasta por todo el
mes de Setiembre, que para entonces estuvo ya el armada aprestada.
Pues como se hallasen ya congregados en la ciudad los señores,
Barones, y caballeros de todas partes para embarcarse, de nuevo se
publicaron y aprobaron los capítulos que en Barcelona se firmaron
sobre la división de las tierras, y despojos que se adquiriesen en
la conquista: entrando y siendo acogidos a igual repartimiento de lo
capitulado los Aragoneses que seguirían el ejército real, y en la
guerra y servicios, se igualarían con los demás. Añadieron para la
misma división dos jueces más de los arriba nombrados, que fueron
el Obispo de Girona y don Bernardo Campà Comendador de Miravete
(
Mirauete):
el cual era Vicario del gran Maestre del Temple en los reynos de
España. Finalmente pareciendo al Rey que importaba poco ir los
soldados Cristianos a pelear con los infieles, muy armados de lanza y
escudo y todas armas si no llevaban los ánimos guarnecidos de
verdadera fé Cristiana, impresa y sellada en sus corazones con el
señal de la Cruz, y pasión de Cristo su capitán soberano: mandó
que todos tomasen la insignia de la Cruz, y la pusiesen sobre sus
armas y arneses. Y para que esto se hiciese con más solemnidad, se
partió con los capitanes y principales de su Corte para Lerida, a
dos jornadas de Tarragona, por donde ya pasaba el Legado de vuelta
para Roma: y ayuntados en la iglesia mayor, comenzando el Rey,
tomaron la Cruz los demás de mano del Legado para ponerla sobre sus
armas. Y para los ausentes dio el mismo Legado comisión y facultad a
los Prelados que se hallaban en el ejército, diesen la Cruz a todos
los soldados que quedaban en Tarragona. Demás de esto, muchos de
aquellos señores y capitanes fueron armados caballeros por mano del
Legado. El cual hecho esto, con mucho contentamiento y satisfacción
del Rey se despidió de él, y se partió para Roma: y el Rey volvió
con su gente a Tarragona para dar calor a la empresa de Mallorca.


Fin del libro quinto.