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miércoles, 17 de julio de 2019

EL NACIMIENTO DE LA NOBLEZA ARAGONESA


3.2. LA NOBLEZA Y LOS SEÑORÍOS

136. EL NACIMIENTO DE LA NOBLEZA ARAGONESA (SIGLO IX. SAN JUAN DE LA PEÑA)

EL NACIMIENTO DE LA NOBLEZA ARAGONESA (SIGLO IX. SAN JUAN DE LA PEÑA)


Corría el año 832, cuando el cuarto rey de Sobrarbe, don Sancho García, fue muerto en batalla campal contra los musulmanes, cayendo también junto a él García Aznar, quinto conde de Aragón. El desastre personal, material y moral en las filas cristianas fue considerable, pero unos seiscientos de los supervivientes cristianos, amparados por lo escabroso del terreno, se refugiaron en el monasterio de San Juan de la Peña, desde donde hostigaron cuanto les fue posible a sus enemigos.

Vivieron al calor del monasterio pinatense en torno a diez años sin que se produjera avance alguno en ningún sentido, ni militar, ni económico, ni organizativo. Así es que creyeron llegado el momento de cambiar el rumbo de los acontecimientos, por lo que determinaron, como primera medida, elegir de entre ellos a doce barones, en quienes recayó el gobierno del territorio y dieron origen a los «seniores», poco después llamados «ricoshombres de natura», germen de la nobleza aragonesa.

Estos doce seniores eligieron al nuevo rey sobrarbense y le dieron lo poco que habían ganado a los moros, mas a cambio le obligaron a jurar que los mantendría siempre en derecho, que procuraría mejorar los fueros, y que no podría reunir cortes ni juzgar sin consejo de ellos, como tampoco mover paz, guerra, tregua ni negocio importante sin acuerdo de los doce ricos-hombres allí constituidos. La monarquía cuya andadura se revitalizaba estaría, por lo tanto, mediatizada en adelante.

Era tan grande la autoridad que concentraban en sus manos estos doce ricos-hombres que el rey no podía actuar ni tomar determinación alguna sin su consejo y parecer, de modo que ante el monarca parecían ser sus iguales, con quienes repartía las rentas de los lugares que se iban ganando, lo que les servía para mantener caballeros y vasallos a su servicio.

[Fuente, Vicente de la, Estudios críticos..., t. 2, págs. 189-171.
Olivera, Gonzalo, «Reyes de Sobrarbe», Linajes de Aragón, I (1910), 146.]





domingo, 14 de julio de 2019

ALFONSO V NACE ENTRE TERREMOTOS Y ESPANTO

131. ALFONSO V NACE ENTRE TERREMOTOS Y ESPANTO
(SIGLO XIV. VALENCIA)

ALFONSO V NACE ENTRE TERREMOTOS Y ESPANTO  (SIGLO XIV. VALENCIA)


En casi todas las culturas y pueblos, se hayan desarrollado más o menos, es bastante habitual buscar señales extraordinarias —generalmente de carácter sideral, sobrehumano o sobrenatural— para tratar de significar ante los demás mortales a determinadas personas.
El futuro Alfonso V el Magnánimo —hijo del Trastámara con el que se instauró esta dinastía en Aragón tras el Compromiso de Caspe— tuvo, sin duda, las suyas.

Un dietario redactado en Valencia, repleto de innumerables noticias de toda índole, nos describe de manera sucinta cómo en el año de la Natividad de 1396, lunes, día 18 del mes de diciembre, conmemoración de la Expectación de la gloriosa Virgen María, a la hora en la que las campanas tocaban a misa en la seo valenciana, tuvo lugar un impresionante terremoto y un gran espanto en todo el reino de Valencia.

Tal debió ser la intensidad del seísmo que se derrumbaron tanto iglesias de cimientos profundos como pequeñas ermitas; se abatieron enormes castillos roqueros y se hundieron casas modestas hechas de adobe por doquier. Fue tanto y tan grande el daño producido por el terremoto en todo el reino que fue causa de grandísimo dolor.

Luego se supo y se relacionaron ambos hechos que, a muchos kilómetros de distancia, en aquel año, en el mismo día y a idéntica hora, nacía en Castilla el infante don Alfonso, primogénito de don Fernando —hermano del rey de Castilla—, el cual don Fernando fue rey de Aragón, con el nombre de Fernando I de Antequera. Luego, a la muerte de este último, fue rey de Aragón el dicho don Alfonso —Alfonso V—, autor de grandes y maravillosos actos.

[Cabanes, Mª Desamparados, Dietari..., pág. 105.]



Alfonso V de Aragón (Medina del Campo, 1396 - Nápoles, 27 de junio de 1458), llamado también el Magnánimo y el Sabio,​ entre 1416 y 1458 fue rey de Aragón, de Sicilia, Valencia, Mallorca, Cerdeña y Córcega, conde de Barcelona, duque de Atenas y Neopatria, así como conde de Rosellón y Cerdaña; y entre 1442 - 1458 rey de Nápoles.

//

Nos Alphonsus Dei gratia Rex Aragonum, Siciliae, Valentiae, Maioricarum, Sardiniae et Corsicae, Comes Barchinonae, Dux Athenarum et Neopatriae, ac etiam Comes Rossilionis et Ceritaniae

//

Era el hijo primogénito del regente de Castilla Fernando de Antequera y posteriormente rey de Aragón con el nombre de Fernando I, y de la condesa Leonor de Alburquerque. Pertenecía, por tanto, a la Casa de Aragón por ser nieto de Leonor de Aragón (ya que la dignidad real aragonesa podía transmitirse por línea femenina)​ y al linaje Trastámara por ser nieto de Juan I de Castilla.


El 28 de junio de 1412 se convierte en heredero al trono de la Corona de Aragón cuando su padre fue proclamado rey tras el llamado Compromiso de Caspe y tres años más tarde, el 12 de junio de 1415, en la catedral de Valencia, contrae matrimonio con su prima la infanta María hija de Enrique III de Castilla y de Catalina de Lancáster.


El 2 de abril de 1416, tras el fallecimiento de su padre le sucede como rey de Aragón y de los demás reinos de los que era titular.


En las Cortes de 1419 tendrá un enfrentamiento cuando la nobleza catalana formó una liga de barones, villas y ciudades reclamando a Alfonso V que redujera el elevado número de miembros de la nobleza castellana elegidos para cargos de gobierno, lo que hizo que el monarca redujera y reorganizara la Casa Real.


En 1448, Alfonso V dicta desde Nápoles, donde había instalado la corte, una provisión que permitía a los payeses reunirse en un sindicato para tratar la supresión de los malos usos. Los propietarios de las tierras se oponen a la medida y la hacen fracasar. El tema volverá sin embargo en 1455 cuando Alfonso dicta la conocida como “Sentencia interlocutoria” en la que suspende las servidumbres y los malos usos, medida que en 1462, ya reinando Juan II de Aragón provocará la primera guerra remensa.


Juan II ocupaba el trono castellano desde 1406 tras la muerte de su padre Enrique III, quien en su testamento y debido a que al acceder al trono Juan sólo contaba con poco más de un año de edad, había dispuesto que la regencia del reino la desempeñaran su viuda Catalina de Lancaster y el infante Fernando de Trastámara.


Al ser coronado Fernando rey de Aragón en el Compromiso de Caspe (1412), dejó a sus hijos, los infantes de Aragón Juan II de Navarra y Enrique, como sus lugartenientes en Castilla para defender sus intereses.


En 1419, Juan II de Castilla alcanza la mayoría de edad y pretende librarse de la influencia de los Infantes. Tras el golpe de Tordesillas y el fracasado cerco del castillo de La Puebla de Montalbán a finales de 1420, delega todo el poder en el nuevo Condestable de Castilla Álvaro de Luna, lo que dará lugar a una larga e intermitente guerra civil entre dos bandos: el primero formado por don Álvaro y la pequeña nobleza, y el segundo formado por los infantes de Aragón y la alta nobleza, apoyados por Alfonso V desde Aragón.

Constitutio Alphonsi V Aragon. Regis (1423)

Sin embargo, el enfrentamiento que surge entre los propios infantes por el poder provoca que la influencia aragonesa en Castilla corra peligro, por lo que Alfonso V, que se encontraba en Nápoles, decide retornar a la Península. En 1425 tras acusar a Álvaro de Luna de usurpador del gobierno, logra reconciliar a sus hermanos los infantes y, aunque consigue en un primer momento, 1427, que el Condestable de Castilla sea desterrado a Cuéllar, no pudo evitar su retorno vencedor al año siguiente.


Alfonso V, entre 1429 y 1430, se enzarza en una guerra contra su primo Juan II de Castilla y la política del valido Álvaro de Luna para apoyar a sus hermanos los infantes pero, cuando ambos bandos se encontraban, cerca de Jadraque, frente a frente para entablar batalla, la intervención personal de la reina castellana María de Aragón, hermana de Alfonso V, la evitó.


En 1432 Alfonso retorna a Italia y, en 1436, se firma la paz con Castilla mediante un tratado en el que los infantes abandonaban el reino castellano a cambio de percibir rentas anuales.


Representación heráldica ecuestre del rey de Aragón («Le Roy | d’Aragon») Alfonso V el Magnánimo con el señal real en sobreveste y gualdrapas del caballo

Representación heráldica ecuestre del rey de Aragón
(«Le Roy d’Aragon») Alfonso V el Magnánimo con el 
señal real en sobreveste y gualdrapas del caballo en el Armorial ecuestre del Toison d'Or. París, Bibliothèque de l’Arsénal, ms. 4790, f. 108r, miniatura n.º 228.

Más en la wikipedia ...

  1. Alberto Montaner Frutos, El señal del rey de Aragón: Historia y significado, Zaragoza, Institución «Fernando el Católico», 1995, págs. 24-25; Ana Isabel Lapeña Paúl, Ramiro II de Aragón: el rey monje (1134-1137), Gijón, Trea, 2008, pág. 184; Ernest Belenguer, «Aproximación a la historia de la Corona de Aragón», en Ernest Belenguer, Felipe V. Garín Llombart y Carmen Morte García, La Corona de Aragón. El poder y la imagen de la Edad Media a la Edad Moderna (siglos XII - XVIII), Sociedad Estatal para la Acción Cultural Exterior (SEACEX), Generalitat Valenciana y Ministerio de Cultura de España - Lunwerg, 2006, pág. 26; Adela Mora Cañada, «La sucesión al trono en la Corona de Aragón», en El territori i les seves institucions històriques. Actes de les Jornades d’Estudi. Ascó, 1997, vol. 2, Barcelona, Pagés (Estudis, 20), 1999, vol. 2, págs. 553-556 y Carlos Laliena Corbera y Cristina Monterde Albiac, En el sexto centenario de la Concordia de Alcañiz y del Compromiso de Caspe, coord. por José Ángel Sesma Muñoz, Zaragoza, Gobierno de Aragón, 2012, pág. 5.
  2. Alberto Montaner, «La problemática del número de elementos en las armerías medievales: diseño frente a representación»,
    Miguel Metelo de Seixas y Maria de Lurdes Rosa (coord.), Estudos de Heráldica Medieval, Lisboa, Instituto de Estudos Medievais; Centro Lusíada de Estudos Genealógicos e Heráldicos, 2012, págs. 125-142; cfr. esp. pág. 130, fig. 2. ISBN 978-989-97066-5-1

lunes, 22 de junio de 2020

257. FUNDACIÓN DEL MONASTERIO DE TRASOBARES


257. FUNDACIÓN DEL MONASTERIO DE TRASOBARES
(SIGLO XII. TRASOBARES)

La imagen de la Virgen que los mozárabes de Trasobares habían perdido en el siglo XI les fue devuelta en cuanto Alfonso I el Batallador reconquistó el castillo de este pueblo, pues es sabido por medio de la leyenda cómo el propio rey Sancho Ramírez la había llevado personalmente al monasterio de San Pedro de Siresa para ponerla a salvo de los moros.

El retorno de la talla de madera a Trasobares constituyó un verdadero acontecimiento en el pueblo y en la comarca, pues sus habitantes recuperaban parte de sus raíces, pero el hecho hubiera pasado más o menos desapercibido de no ser por los hechos que se sucedieron poco después, durante la minoría de edad de doña Petronila, la hija de Ramiro II el Monje.

En efecto, doña Toda Ramírez —una importante e influyente dama que pertenecía a la nobleza castellana y estaba emparentada con la casa real de Aragón— se presentó en la corte aragonesa con la pretensión de solicitar ayuda para fundar un monasterio dedicado exclusivamente a albergar mujeres pertenecientes a la nobleza, cenobio que tenía pensado someter a la regla del Cister.

Antes de convencer a la reina y al conde de Barcelona, viajó a Francia para entrevistarse personalmente en París con el mismo san Bernardo, que escuchó a la dama castellana, aceptó complacido la idea y concedió gustoso su placet, así es que con la probación en la mano doña Toda Ramírez regresó a Aragón. En la corte aragonesa, fue oída por la joven reina doña Petronila a la que convenció no sólo para que diera su aprobación, sino también para que donara el terreno y dotara al nuevo cenobio de algunos bienes para su mantenimiento.

A la hora de buscar el lugar idóneo para levantar el monasterio, el hecho de estar como estaban todavía frescos los acontecimientos de la devolución de la Virgen a los vecinos de Trasobares favoreció la elección de un paraje recogido a la vera del río Isuela que surge del Moncayo, aprovechando la existencia de la ermita de la Virgen, que pronto pasó a presidir la sala capitular del nuevo monasterio, de donde le vendría el nombre de Nuestra Señora del Capítulo.

[Pérez Gil, Miguel Ángel, El habla..., pág. 127.]

miércoles, 25 de agosto de 2021

III, continúa la Biografía

III.



Los
que suponen, para dar al hecho más visos de sobrenatural, que
Raimundo Lulio después de su conversión, así como pasó desde la
vida sensual y mundana a la espiritual y contemplativa, desde la
vanidad y los devaneos a la virtud más sublimada, pasó también de
la ignorancia al grado de la más alta sabiduría, cometen un error
harto visible. No es justo que el afán de hacer ver que la gloriosa
era de su sabiduría empezó por un milagro, así como la de su
libertinaje había acabado por un desengaño, haya de apartar
nuestros ojos de los testimonios que el mismo Raimundo nos da de lo
que fuera él durante su vida cortesana y caballeresca. Si su
inteligencia apareció como iluminada prodigiosamente por un destello
de clara luz, no es que el sacro fuego no estuviese depositado en el
fondo de su alma grande, creada para altísimos fines, sino que su
ardor permanecía como extinguido bajo el peso de su misma
degradación moral, y ahogado al parecer por la indómita carne que
le envolvía. ¡Qué mucho pues que al recibir el doble y continuo
incentivo de la contemplación y del estudio, no radiase en poco
tiempo y se convirtiese en una antorcha de claridad vivísima y
deslumbrante!



Raimundo,
además de nacer con el privilegio del genio estampado en su frente,
recibió una educación la más esmerada que en aquellos tiempos
podía apetecerse, al lado de la nobleza y entre los más altos
príncipes de la época: y si bien a las armas se había propuesto
consagrar toda su existencia, no por eso dejó de alternar en este
noble ejercicio con el de las letras, para ser más tarde un
caballero tan apto para defender a su patria con su brazo, como para
aconsejar a su rey con su saber. A pesar de lo independiente de su
carácter y de lo indómito de sus pasiones, contra las cuales, según
el mismo manifiesta, no bastaban palabras ni astucias, castigos ni
halagos, el joven Raimundo se hizo uno de los donceles de más
inteligencia y talento de la corte aragonesa. La instrucción
en los negocios de estado, el conocimiento de la índole, usos y
costumbres de los pueblos, el arte de la guerra, la política, la
cosmografía, la historia y las letras, venían a formar los más
bellos adornos de su espíritu, en términos de que por lo claro de
su entendimiento tanto quizás como por su hidalguía, y por los
servicios que prestara su padre al rey Don Jaime el Conquistador
en sus bélicas expediciones, le escogió este de entre la
muchedumbre que formaba la nobleza de su reino, para senescal
de su hijo el príncipe Don Jaime, más tarde rey de Mallorca.

Tan
alto y distinguido empleo no era a la verdad propio de sus juveniles
años, pero lo que le sobraba en talento suplía lo que en años le
faltaba; y tan a gusto de su señor desempeñó en palacio su
cometido, que conquistó enteramente su afecto y se granjeó por do
quiera las más vivas simpatías. Tratando con los más altos y
distinguidos personajes adquiría mayor experiencia, así como en los
viajes en que acompañaba a su príncipe se hacía con mayor
instrucción. Por eso en los comienzos de su vida contemplativa pudo
escribir aquellos preciosos y ya citados libros sobre el Régimen de
príncipes y del Orden de caballería, y más tarde su Arte política
que cita Alfonso de Proaza en su catálogo de las obras de Lulio,
fruto de su experiencia y de sus observaciones durante su existencia
palaciega.



Una
de las tareas literarias empero que más ocupaban los ocios de su
brillante juventud, fue el dulce estudio de la poesía. Aspirando al
título de trovador, con que se habían honrado hasta los Alfonsos y
los Pedros de Aragón, y que tanto había ennoblecido desde
antiguo la protección que los Berengueres de Barcelona
dispensaron a la gaya ciencia, poco costó sin duda a su rica
imaginación hacerse el mejor lugar entre los que ocupaban entonces
la atención general. Y el aura popular de que le rodeara la viveza
de su ingenio y la gracia de sus trovas, haciéndole objeto del amor
de las damas y del respeto de los caballeros, fue quizás lo que
contribuyó a que despertase su corazón a los malos instintos de la
vanidad у a que se rindiese a las seducciones de la vida galante y
sensual que acabaron por conducirle a los mayores extravíos.



Mas
aunque después, tal vez a pesar suyo, hubo de abandonar la corte
aragonesa
que tantos incentivos ofrecía a su espíritu, para
pasar a Mallorca con el infante Don Jaime a quien servía; ni
la vista de su nativo suelo, ni el reposo a que la pacífica isla le
brindaba, pudieron desviarle de la existencia inquieta y aventurera a
que se había lanzado. Sus devaneos se hicieron públicos, sus
amoríos llegaron al escándalo y sus compatricios no veían ya en él
sino a un loco disipado a quien la providencia había concedido un
talento que deplorablemente malograba. Así como en Barcelona la
emulación y la sed de gloria literaria le dictaron tal vez más de
un lais para aspirar a la violeta de oro que en premio se ofrecía en
los poéticos certámenes al que mejor rimaba, en Mallorca destinó
solamente el habla divina de la poesía con que el cielo le dotara,
para cantar por las noches lánguidos suspiros de amor bajo la reja
de desdeñosa doncella, o para insinuar con la magia de su poder en
el alma de cándidas vírgenes el sensualismo que le estaba
devorando.



Por
desgracia de las letras mallorquinas estos rasgos de la pluma juvenil
de Raimundo se han perdido. Toda aquella vida de exaltación y de
amorosa fiebre, de quejas y suspiros, de temores y desdenes, de
exigencias y reproches, de placeres y orgías que estampaba en el
papel en armoniosas consonancias el más ardiente y mejor hablista de
los trovadores lemosines de su época, ha quedado envuelta en
las tinieblas de los siglos; o quizás las aniquiló el remordimiento
del poeta sin dejar de ellas rastro alguno, al aniquilar en su propio
corazón hasta el más mínimo rastro de sensación mundana y de
profano sentimiento. Ay! ¿Quién pudiera tener en sus manos uno solo
de aquellos inspirados cantares del amante trovador, una sola de las
concepciones poéticas que trazara aquella imaginación poderosa,
aquella alma de fuego, cuando concentrada toda en el amor, por el
amor vivía, por el amor deliraba y de amor enloquecía! ¡Quién
pudiera tener en sus manos aquel precioso romance que, en medio del
despecho amoroso que le produjera el más terrible de los desengaños,
escribía para dar salida a los sollozos de su corazón dilacerado,
poco antes de representarse a sus abrasados ojos la figura del
Redentor, para que tras él emprendiese el camino de la virtud!
¡Quién pudiera fijar una mirada sobre aquellos sentidos versos con
que se despedía de un amor que tan cruelmente le había desengañado,
y de la idolatrada hermosura que de tan terrible manera le había
hecho comprender lo falaz y miserable de los placeres del mundo (1)!



Ni
una canción siquiera de las que escribió Lulio durante su
existencia de corte ha llegado a nuestros días; y si el autor
coetáneo de su vida y el poeta mismo en varios pasajes de sus obras
no nos dijese que en escribirlas se ocupó mucho durante su
extraviada juventud, creyéramos sin duda que su afición a la rima y
su arte en manejarla, fue uno de tantos resultados que alcanzó su
entendimiento luego de entregarse a la contemplación y al estudio.



(1)
Hay divergencia entre los biógrafos de Lulio acerca el nombre de la
bellísima genovesa que tan amorosamente perdido tenía a Raimundo, y
que en tan gran manera contribuyó a su conversión, haciéndole ver
la repugnante enfermedad que corroía su seno, y mostrándole que
solo lo eternamente bello e incorruptible era digno de ser amado.
Leonora es el nombre que unos dan a tan interesante hermosura; otros,
y entre ellos Solerio, asegura que se llamaba Ambrosia del Castello.




Sin
embargo ha habido biógrafos estrangeros que han trascrito una
versión, sino del poético billete con que Raimundo declaraba a su
dama la pasión que le devoraba, de la contestación que la bella
hizo llegar a sus manos. He aquí como cuenta uno de dichos biógrafos
la singular aventura. - “Costumbre era entre los poetas catalanes celebrar en sus versos la belleza, objeto de su
adoración. En una trova que Raimundo Lulio dirigió a Ambrosia, hizo
grande elogio del seno de la hermosa dama, pintando la admiración y
el ardiente amor que le inspiraba. La trova no ha llegado a nuestros
tiempos, pero sí la contestación de Ambrosia, cuya lectura ofrece
algún interes. "Señor, dice, los versos que me habéis
dirigido, si bien demuestran la excelencia de vuestro espíritu,
hacen ver al mismo tiempo el error, cuando no la debilidad de vuestro
juicio. No es extraño que pintéis con tan vívidos colores la
hermosura, cuando sabéis embellecer aun la fealdad misma. Mas ¿cómo
consentís en serviros de vuestro divino ingenio para prodigar
alabanzas a un poco de arcilla coloreada con el tinte de la rosa?
Emplear debierais toda vuestra habilidad en ahogar el amor que os
consume en vez de declararle. No es que no os considere digno del
aprecio de las damas más distinguidas, mas sin duda desmereceríais
mucho ante ellas si persistiéseis en servir a la menor de todas.
Así, no es regular que un alma esclarecida como la vuestra, creada
únicamente para Dios, se ciegue hasta el extremo de adorar una
criatura. Olvidad, pues, una pasión que degrada vuestra nobleza, y
no expongáis por tan poco vuestra reputación: que si continuáis en
tan loco empeño me veré en la necesidad de desengañaros,
haciéndoos ver que lo que forma el objeto de vuestro entusiasmo no
debe serlo sino de vuestra aversión. Me decís en vuestros versos
que mi seno os ha flechado el corazón! Bien, yo convengo en
descubríroslo para curar vuestra llaga. Mas en el ínterin podéis
estar seguro de que os tengo tanto amor, como aparento no amaros."
Raimundo Lulio, como amante, interpretó estas líneas enigmáticas
en favor de su pasión, y se enamoró más locamente de Ambrosia.
Seguíala a todas horas, y tal era su frenético afán de verla, que
un día cabalgando Raimundo por la plaza mayor de Palma, en el
momento mismo en que Ambrosia se dirigía a la catedral, llevado de
su ciega pasión la siguió montado hasta el interior del templo.
Aunque esta extravagancia fue objeto de burla y de muchos comentarios
en toda la ciudad, Raimundo llevó a tal extremo su indiscreción,
que la dama, que en lo que menos pensaba era en tal amor, resolvió
poner fin a un asunto cuyos resultados podían llegar a ser
desagradables. Con posterioridad a la carta que había enviado a
Lulio, ni las manifestaciones más visibles de desagrado ni hasta los
desdenes que empleó la linda genovesa, pudieron contener a su
constante perseguidor. Cansada en fin de tan inútiles medios, se
decidió, acorde con su esposo, a emplear el último recurso.
Escribió a Raimundo y le dio en su casa una cita; acudió volando a
ella el joven amante, quien no pudo menos de conmoverse, viéndose en
presencia del objeto que adoraba, y al notar la calma, la gravedad y
el sello de tristeza que se vislumbraba en su semblante. La dama fue
la que rompió el silencio preguntándole el motivo porque tan
obstinadamente la perseguía; a cuyas palabras Raimundo, más
insensato que nunca, le dijo que siendo ella la criatura más hermosa
de la tierra le era imposible no adorarla, o dejar de seguirla.
Hallándose pues en su tema favorito de la belleza de su ídolo, no
vaciló en loar con entusiasmo los hechizos que le habían inspirado
sus versos. Entonces la infeliz Ambrosia decidióse a sanar a
Raimundo de su amorosa locura. "Vos me creéis, le dijo, la más
bella de las mujeres; ¡cuánto os engañáis! Mirad, añadió, mirad
lo que tanto amáis, mirad lo que causa vuestro delirio; y le
descubrió su seno que un espantoso mal estaba devorando. Pensad en
la podredumbre de este pobre cuerpo que alimenta vuestras esperanzas,
y aviva vuestros deseos. Ah! exclamó Ambrosia no pudiendo comprimir
sus lágrimas, dirigid a mejor fin vuestra pasión, y en vez de amar
a una imperfecta criatura que se consume, amad a Dios que es perfecto
e incorruptible.” Apenas hubo Ambrosia proferido estas palabras,
cuando se dirigió al interior de su estancia, dejando solo a
Raimundo entregado a sus reflexiones." -



Sea
como fuere, nosotros deseáramos que los que estampan palabras tan
textuales, hubiesen dado pruebas de su autenticidad, trascribiéndonos
el original de tan interesante carta, o citándonos el cronista del
sentido coloquio. Por lo demás es lo cierto que esta aventura al
mismo tiempo que puso término a los amoríos y locuras de Raimundo,
dio fin también a sus apasionadas trovas; y que conduciendo el alma
del amante a más elevadas regiones, dio a su estro un carácter
sublime, grave y severo.



Si
en este cambio vino a ganar o no la poesía de Lulio no es fácil
determinarlo cuando no hay posibilidad de comparar; sin embargo es de
creer que perdiese en la forma y en la gracia de la expresión lo que
por otra parte ganaba en elevación y grandeza: pues como sus
galantes y amorosos versos tenían por objeto exclusivo deleitar con
su armonía a las beldades que le inspiraban para hacer más fácil
la conquista de su corazón, o lucir quizás sus dotes poéticas en
los concurridos certámenes, era regular fuesen escritos con más
esmero todavía que aquellos en que, prescindiendo algún tanto de
semejante atractivo, se dirigían noblemente a más altos fines y a
mayores empresas. La guerra abierta que declaró a cuanto pudiese dar
el menor halago a los sentidos, al mismo tiempo que le circunscribió
a un género de vida extremadamente rígido, le hizo adoptar hasta en
sus escritos un lenguaje ajeno de todo artificio, si bien puro y
agradable; y a tal extremo llevó su severidad, que hasta se duele en
varios pasajes de sus obras de que sus contemporáneos gustasen de
las pinturas y vanos adornos en los libros y prescindiesen del
espíritu que en ellos se encerraba.



Su
devoción le aficionó a los asuntos místicos y religiosos; sus
contratiempos le hicieron a veces plañidero y elegíaco; la magnitud
de sus proyectos le dio atrevimiento y osadía en sus versos de
circunstancias; su fé, caridad y amor al prójimo le convirtió en
cantor de la moral más pura y de las excelencias de Dios; y la
idolatría con que amaba la ciencia le hizo poeta didáctico: y así
como durante los desvíos de su juventud, según él mismo
manifiesta, la hermosura de las mujeres era el imán de sus ojos; más
tarde lo fueron de su corazón la poética figura de María, bajo
cuyo manto procuraba conducir a los que vivían en las tinieblas del
error, la imagen (imájen) sagrada de la religión por la que
tanto se desvelaba, y la majestad sublime de la sabiduría de que
quiso ser hijo predilecto.



Remordiéndole
la conciencia por el sensualismo de las profanas canciones que había
escrito, cuyos consonantes exhalaban, dice, el hedor de la
concupiscencia (1), quiso expiar su falta dedicándose a los asuntos
místicos y escribiendo lleno de devoción y en sentidos versos una
bella composición elegíaca sobre el Llanto y dolores de María, y
otra que tituló las Horas de la Virgen; para inmortalizar sus
infortunios nos dejó el Canto de Raimundo y el Desconsuelo; para
alentar a la cristiandad en los grandes proyectos que tenía
meditados compuso el Concilio; para que la criatura conociese los
misterios y las grandezas del Todo-poderoso trazó su Dictado de
Raimundo y los Cien nombres de Dios; para inculcar los sanos
principios de la moral cristiana y enseñar a aborrecer el vicio puso
en rimas el extenso libro que llamó Medicina del pecado; y para la
mejor aplicación de su doctrina, delineó un poema sobre la Lógica,
y otro sobre las Reglas para la aplicación del Arte general.



(1)
Teniendo presente Lulio sus pasadas trovas escribía en el libro de
Contemplación, que fue uno de los primeros que compuso en su retiro:
- “Luxuria fá, Senyor, fer cançons, dançes, é voltas, é lays
als trobadors é cantadors. On ¿qu'els val, Senyor, loament de
fayçons, ni de agensament de paraules, pus que la obra per la qual
son cantadors es tota plena de pudors é de sucietats?" - Cap.
143.



Siendo
pues la poesía nuestro exclusivo objeto, ocuparémonos de cada una
de estas obras en particular, por el orden cronológico con que
fueron escritas, y daremos de las mismas los textos originales,
inéditos todavía (1), con toda la exactitud que nos sea dable,
prefiriendo siempre en los pasajes que nos han parecido oscuros, transcribirlos letra por letra y tal como están en los antiguos
códices que poseemos, antes que alterar en lo más mínimo ni la
idea ni la expresión del autor, y notando las principales variantes
que nos resulten del minucioso cotejo de ambos códices; mas no
consentimos en dar fin a nuestro bosquejo sin que insertemos un
fragmento de la carta que por vía de nota acompaña la bellísima
Descripción histórica artística del castillo de Bellver, escrita
por el célebre Jovellanos. - “El solo nombre de Lull, dice, vale
por cuantos testimonios se pudieran alegar en favor de Mallorca. En
la esfera inmensa de sus escritos se descubre un amor decidido, y un
felicísimo talento para la poesía. Han perecido a la verdad los
innumerables versos de amor y galanterías que confiesa haber escrito
en su extraviada juventud, y aún yacen olvidados muchos de sus
poemas piadosos; pero bastan los que se conocen para prueba de que
ningún trovador del siglo XIII le igualó ni en hermosura de
dicción, ni en pureza de estilo. Lo más digno de notar es, que
mientras los demás trovadores envilecían su profesión y numen,
copiándose y repitiéndose unos a otros ideas lúbricas y
pensamientos frívolos, solo Lull levantándose en las alas de la
filosofía y de la religión, consagraba su estro ora a la expresión
de las ideas más sutiles y abstractas, tal como en su lógica y
retórica en metro catalan, ora a los pensamientos más
sublimes y piadosos, como en su patético poema del Desconort, y en
los que escribió sobre los cien nombres de Dios y sobre el orden del
mundo. De forma que si V. considera que Lull nació en Mallorca dos
años después de la conquista; que recibió en ella su educación, y
que pasó su juventud en la corte de sus reyes, no sólo hallará que
la musa balear ganó por él un puesto muy distinguido en el
Parnaso catalan, sino que a él le deben la lengua y la poesía catalana su majestad y esplendor."



(1)
No sabemos que se haya impreso en su original ninguna de las obras
poéticas de Raimundo Lulio. Algunas lo han sido en latín por
algunos amantes de las glorias de nuestro célebre paisano. D.
Nicolás de Pax publicó en el siglo XVII una traducción castellana
del Desconort que se ha reproducido en nuestros días.




Yo
no sé si esta fue la razón que tuvo el docto Mariana para decir que
los poetas de la corte de Don Juan I componían y trovaban en
lenguaje mallorquín; pero el suyo fue siempre muy exacto, y
sus frases siempre muy pensadas, para que creamos que asentó aquella
sin alguna buena razón. Lo que no tiene duda es que el ilustre
ejemplo de Lull no fue perdido para su patria. Si el descuido ha
dejado olvidar en ella como en otras partes las producciones de sus
trovadores, la frecuente residencia de los reyes de Mallorca
en Cataluña y Francia; la gran cabida que tuvieron los
mallorquines, así, en su corte como en la de Aragón;
su afición constante a los buenos estudios, y el genio que en ellos
acreditaron, y que se podría comprobar con muchos y buenos
testimonios, no permite que se les excluya de la participación de
esta gloria, cuanto menos constándonos el aprecio que siempre
hicieron de los escritos de su ilustre paisano, cuyos libros andaban
a todas horas en sus manos, y el esplendor con que sus discípulos
cultivaban todavía la poesía nacional en el siglo XV y a la entrada
del XVI.

martes, 21 de septiembre de 2021

Raimundo Lulio. III.

III.



Los
que suponen, para dar al hecho más visos de sobrenatural, que
Raimundo Lulio después de su conversión, así como pasó desde la
vida sensual y mundana a la espiritual y contemplativa, desde la
vanidad y los devaneos a la virtud más sublimada, pasó también de
la ignorancia al grado de la más alta sabiduría, cometen un error
harto visible. No es justo que el afán de hacer ver que la gloriosa
era de su sabiduría empezó por un milagro, así como la de su
libertinaje había acabado por un desengaño, haya de apartar
nuestros ojos de los testimonios que el mismo Raimundo nos da de lo
que fuera él durante su vida cortesana y caballeresca. Si su
inteligencia apareció como iluminada prodigiosamente por un destello
de clara luz, no es que el sacro fuego no estuviese depositado en el
fondo de su alma grande, creada para altísimos fines, sino que su
ardor permanecía como extinguido bajo el peso de su misma
degradación moral, y ahogado al parecer por la indómita carne que
le envolvía. ¡Qué mucho pues que al recibir el doble y continuo
incentivo de la contemplación y del estudio, no radiase en poco
tiempo y se convirtiese en una antorcha de claridad vivísima y
deslumbrante!



Raimundo,
además de nacer con el privilegio del genio estampado en su frente,
recibió una educación la más esmerada que en aquellos tiempos
podía apetecerse, al lado de la nobleza y entre los más altos
príncipes de la época: y si bien a las armas se había propuesto
consagrar toda su existencia, no por eso dejó de alternar en este
noble ejercicio con el de las letras, para ser más tarde un
caballero tan apto para defender a su patria con su brazo, como para
aconsejar a su rey con su saber. A pesar de lo independiente de su
carácter y de lo indómito de sus pasiones, contra las cuales, según
el mismo manifiesta, no bastaban palabras ni astucias, castigos ni
halagos, el joven Raimundo se hizo uno de los donceles de más
inteligencia y talento de la corte aragonesa. La instrucción
en los negocios de estado, el conocimiento de la índole, usos y
costumbres de los pueblos, el arte de la guerra, la política, la
cosmografía, la historia y las letras, venían a formar los más
bellos adornos de su espíritu, en términos de que por lo claro de
su entendimiento tanto quizás como por su hidalguía, y por los
servicios que prestara su padre al rey Don Jaime el Conquistador
en sus bélicas expediciones, le escogió este de entre la
muchedumbre que formaba la nobleza de su reino, para senescal
de su hijo el príncipe Don Jaime, más tarde rey de Mallorca.

Tan
alto y distinguido empleo no era a la verdad propio de sus juveniles
años, pero lo que le sobraba en talento suplía lo que en años le
faltaba; y tan a gusto de su señor desempeñó en palacio su
cometido, que conquistó enteramente su afecto y se granjeó por do
quiera las más vivas simpatías. Tratando con los más altos y
distinguidos personajes adquiría mayor experiencia, así como en los
viajes en que acompañaba a su príncipe se hacía con mayor
instrucción. Por eso en los comienzos de su vida contemplativa pudo
escribir aquellos preciosos y ya citados libros sobre el Régimen de
príncipes y del Orden de caballería, y más tarde su Arte política
que cita Alfonso de Proaza en su catálogo de las obras de Lulio,
fruto de su experiencia y de sus observaciones durante su existencia
palaciega.



Una
de las tareas literarias empero que más ocupaban los ocios de su
brillante juventud, fue el dulce estudio de la poesía. Aspirando al
título de trovador, con que se habían honrado hasta los Alfonsos y
los Pedros de Aragón, y que tanto había ennoblecido desde
antiguo la protección que los Berengueres de Barcelona
dispensaron a la gaya ciencia, poco costó sin duda a su rica
imaginación hacerse el mejor lugar entre los que ocupaban entonces
la atención general. Y el aura popular de que le rodeara la viveza
de su ingenio y la gracia de sus trovas, haciéndole objeto del amor
de las damas y del respeto de los caballeros, fue quizás lo que
contribuyó a que despertase su corazón a los malos instintos de la
vanidad у a que se rindiese a las seducciones de la vida galante y
sensual que acabaron por conducirle a los mayores extravíos.



Mas
aunque después, tal vez a pesar suyo, hubo de abandonar la corte
aragonesa
que tantos incentivos ofrecía a su espíritu, para
pasar a Mallorca con el infante Don Jaime a quien servía; ni
la vista de su nativo suelo, ni el reposo a que la pacífica isla le
brindaba, pudieron desviarle de la existencia inquieta y aventurera a
que se había lanzado. Sus devaneos se hicieron públicos, sus
amoríos llegaron al escándalo y sus compatricios no veían ya en él
sino a un loco disipado a quien la providencia había concedido un
talento que deplorablemente malograba. Así como en Barcelona la
emulación y la sed de gloria literaria le dictaron tal vez más de
un lais para aspirar a la violeta de oro que en premio se ofrecía en
los poéticos certámenes al que mejor rimaba, en Mallorca destinó
solamente el habla divina de la poesía con que el cielo le dotara,
para cantar por las noches lánguidos suspiros de amor bajo la reja
de desdeñosa doncella, o para insinuar con la magia de su poder en
el alma de cándidas vírgenes el sensualismo que le estaba
devorando.



Por
desgracia de las letras mallorquinas estos rasgos de la pluma juvenil
de Raimundo se han perdido. Toda aquella vida de exaltación y de
amorosa fiebre, de quejas y suspiros, de temores y desdenes, de
exigencias y reproches, de placeres y orgías que estampaba en el
papel en armoniosas consonancias el más ardiente y mejor hablista de
los trovadores lemosines de su época, ha quedado envuelta en
las tinieblas de los siglos; o quizás las aniquiló el remordimiento
del poeta sin dejar de ellas rastro alguno, al aniquilar en su propio
corazón hasta el más mínimo rastro de sensación mundana y de
profano sentimiento. Ay! ¿Quién pudiera tener en sus manos uno solo
de aquellos inspirados cantares del amante trovador, una sola de las
concepciones poéticas que trazara aquella imaginación poderosa,
aquella alma de fuego, cuando concentrada toda en el amor, por el
amor vivía, por el amor deliraba y de amor enloquecía! ¡Quién
pudiera tener en sus manos aquel precioso romance que, en medio del
despecho amoroso que le produjera el más terrible de los desengaños,
escribía para dar salida a los sollozos de su corazón dilacerado,
poco antes de representarse a sus abrasados ojos la figura del
Redentor, para que tras él emprendiese el camino de la virtud!
¡Quién pudiera fijar una mirada sobre aquellos sentidos versos con
que se despedía de un amor que tan cruelmente le había desengañado,
y de la idolatrada hermosura que de tan terrible manera le había
hecho comprender lo falaz y miserable de los placeres del mundo (1)!



Ni
una canción siquiera de las que escribió Lulio durante su
existencia de corte ha llegado a nuestros días; y si el autor
coetáneo de su vida y el poeta mismo en varios pasajes de sus obras
no nos dijese que en escribirlas se ocupó mucho durante su
extraviada juventud, creyéramos sin duda que su afición a la rima y
su arte en manejarla, fue uno de tantos resultados que alcanzó su
entendimiento luego de entregarse a la contemplación y al estudio.







(1)
Hay divergencia entre los biógrafos de Lulio acerca el nombre de la
bellísima genovesa que tan amorosamente perdido tenía a Raimundo, y
que en tan gran manera contribuyó a su conversión, haciéndole ver
la repugnante enfermedad que corroía su seno, y mostrándole que
solo lo eternamente bello e incorruptible era digno de ser amado.
Leonora es el nombre que unos dan a tan interesante hermosura; otros,
y entre ellos Solerio, asegura que se llamaba Ambrosia del Castello.




Sin
embargo ha habido biógrafos estrangeros que han trascrito una
versión, sino del poético billete con que Raimundo declaraba a su
dama la pasión que le devoraba, de la contestación que la bella
hizo llegar a sus manos. He aquí como cuenta uno de dichos biógrafos
la singular aventura. - “Costumbre era entre los poetas
catalanes
celebrar en sus versos la belleza, objeto de su
adoración. En una trova que Raimundo Lulio dirigió a Ambrosia, hizo
grande elogio del seno de la hermosa dama, pintando la admiración y
el ardiente amor que le inspiraba. La trova no ha llegado a nuestros
tiempos, pero sí la contestación de Ambrosia, cuya lectura ofrece
algún interes. "Señor, dice, los versos que me habéis
dirigido, si bien demuestran la excelencia de vuestro espíritu,
hacen ver al mismo tiempo el error, cuando no la debilidad de vuestro
juicio. No es extraño que pintéis con tan vívidos colores la
hermosura, cuando sabéis embellecer aun la fealdad misma. Mas ¿cómo
consentís en serviros de vuestro divino ingenio para prodigar
alabanzas a un poco de arcilla coloreada con el tinte de la rosa?
Emplear debierais toda vuestra habilidad en ahogar el amor que os
consume en vez de declararle. No es que no os considere digno del
aprecio de las damas más distinguidas, mas sin duda desmereceríais
mucho ante ellas si persistiéseis en servir a la menor de todas.
Así, no es regular que un alma esclarecida como la vuestra, creada
únicamente para Dios, se ciegue hasta el extremo de adorar una
criatura. Olvidad, pues, una pasión que degrada vuestra nobleza, y
no expongáis por tan poco vuestra reputación: que si continuáis en
tan loco empeño me veré en la necesidad de desengañaros,
haciéndoos ver que lo que forma el objeto de vuestro entusiasmo no
debe serlo sino de vuestra aversión. Me decís en vuestros versos
que mi seno os ha flechado el corazón! Bien, yo convengo en
descubríroslo para curar vuestra llaga. Mas en el ínterin podéis
estar seguro de que os tengo tanto amor, como aparento no amaros."
Raimundo Lulio, como amante, interpretó estas líneas enigmáticas
en favor de su pasión, y se enamoró más locamente de Ambrosia.
Seguíala a todas horas, y tal era su frenético afán de verla, que
un día cabalgando Raimundo por la plaza mayor de Palma, en el
momento mismo en que Ambrosia se dirigía a la catedral, llevado de
su ciega pasión la siguió montado hasta el interior del templo.
Aunque esta extravagancia fue objeto de burla y de muchos comentarios
en toda la ciudad, Raimundo llevó a tal extremo su indiscreción,
que la dama, que en lo que menos pensaba era en tal amor, resolvió
poner fin a un asunto cuyos resultados podían llegar a ser
desagradables. Con posterioridad a la carta que había enviado a
Lulio, ni las manifestaciones más visibles de desagrado ni hasta los
desdenes que empleó la linda genovesa, pudieron contener a su
constante perseguidor. Cansada en fin de tan inútiles medios, se
decidió, acorde con su esposo, a emplear el último recurso.
Escribió a Raimundo y le dio en su casa una cita; acudió volando a
ella el joven amante, quien no pudo menos de conmoverse, viéndose en
presencia del objeto que adoraba, y al notar la calma, la gravedad y
el sello de tristeza que se vislumbraba en su semblante. La dama fue
la que rompió el silencio preguntándole el motivo porque tan
obstinadamente la perseguía; a cuyas palabras Raimundo, más
insensato que nunca, le dijo que siendo ella la criatura más hermosa
de la tierra le era imposible no adorarla, o dejar de seguirla.
Hallándose pues en su tema favorito de la belleza de su ídolo, no
vaciló en loar con entusiasmo los hechizos que le habían inspirado
sus versos. Entonces la infeliz Ambrosia decidióse a sanar a
Raimundo de su amorosa locura. "Vos me creéis, le dijo, la más
bella de las mujeres; ¡cuánto os engañáis! Mirad, añadió, mirad
lo que tanto amáis, mirad lo que causa vuestro delirio; y le
descubrió su seno que un espantoso mal estaba devorando. Pensad en
la podredumbre de este pobre cuerpo que alimenta vuestras esperanzas,
y aviva vuestros deseos. Ah! exclamó Ambrosia no pudiendo comprimir
sus lágrimas, dirigid a mejor fin vuestra pasión, y en vez de amar
a una imperfecta criatura que se consume, amad a Dios que es perfecto
e incorruptible.” Apenas hubo Ambrosia proferido estas palabras,
cuando se dirigió al interior de su estancia, dejando solo a
Raimundo entregado a sus reflexiones." -



Sea
como fuere, nosotros deseáramos que los que estampan palabras tan
textuales, hubiesen dado pruebas de su autenticidad, trascribiéndonos
el original de tan interesante carta, o citándonos el cronista del
sentido coloquio. Por lo demás es lo cierto que esta aventura al
mismo tiempo que puso término a los amoríos y locuras de Raimundo,
dio fin también a sus apasionadas trovas; y que conduciendo el alma
del amante a más elevadas regiones, dio a su estro un carácter
sublime, grave y severo.



Si
en este cambio vino a ganar o no la poesía de Lulio no es fácil
determinarlo cuando no hay posibilidad de comparar; sin embargo es de
creer que perdiese en la forma y en la gracia de la expresión lo que
por otra parte ganaba en elevación y grandeza: pues como sus
galantes y amorosos versos tenían por objeto exclusivo deleitar con
su armonía a las beldades que le inspiraban para hacer más fácil
la conquista de su corazón, o lucir quizás sus dotes poéticas en
los concurridos certámenes, era regular fuesen escritos con más
esmero todavía que aquellos en que, prescindiendo algún tanto de
semejante atractivo, se dirigían noblemente a más altos fines y a
mayores empresas. La guerra abierta que declaró a cuanto pudiese dar
el menor halago a los sentidos, al mismo tiempo que le circunscribió
a un género de vida extremadamente rígido, le hizo adoptar hasta en
sus escritos un lenguaje ajeno de todo artificio, si bien puro y
agradable; y a tal extremo llevó su severidad, que hasta se duele en
varios pasajes de sus obras de que sus contemporáneos gustasen de
las pinturas y vanos adornos en los libros y prescindiesen del
espíritu que en ellos se encerraba.







Su
devoción le aficionó a los asuntos místicos y religiosos; sus
contratiempos le hicieron a veces plañidero y elegíaco; la magnitud
de sus proyectos le dio atrevimiento y osadía en sus versos de
circunstancias; su fé, caridad y amor al prójimo le convirtió en
cantor de la moral más pura y de las excelencias de Dios; y la
idolatría con que amaba la ciencia le hizo poeta didáctico: y así
como durante los desvíos de su juventud, según él mismo
manifiesta, la hermosura de las mujeres era el imán de sus ojos; más
tarde lo fueron de su corazón la poética figura de María, bajo
cuyo manto procuraba conducir a los que vivían en las tinieblas del
error, la imagen (imájen) sagrada de la religión por la que
tanto se desvelaba, y la majestad sublime de la sabiduría de que
quiso ser hijo predilecto.



Remordiéndole
la conciencia por el sensualismo de las profanas canciones que había
escrito, cuyos consonantes exhalaban, dice, el hedor de la
concupiscencia (1), quiso expiar su falta dedicándose a los asuntos
místicos y escribiendo lleno de devoción y en sentidos versos una
bella composición elegíaca sobre el Llanto y dolores de María, y
otra que tituló las Horas de la Virgen; para inmortalizar sus
infortunios nos dejó el Canto de Raimundo y el Desconsuelo; para
alentar a la cristiandad en los grandes proyectos que tenía
meditados compuso el Concilio; para que la criatura conociese los
misterios y las grandezas del Todo-poderoso trazó su Dictado de
Raimundo y los Cien nombres de Dios; para inculcar los sanos
principios de la moral cristiana y enseñar a aborrecer el vicio puso
en rimas el extenso libro que llamó Medicina del pecado; y para la
mejor aplicación de su doctrina, delineó un poema sobre la Lógica,
y otro sobre las Reglas para la aplicación del Arte general.







(1)
Teniendo presente Lulio sus pasadas trovas escribía en el libro de
Contemplación, que fue uno de los primeros que compuso en su retiro:
- “Luxuria fá, Senyor, fer cançons, dançes, é voltas, é lays
als trobadors é cantadors. On ¿qu' els val, Senyor, loament de
fayçons, ni de agensament de paraules, pus que la obra per la qual
son cantadors es tota plena de pudors é de sucietats?" - Cap.
143.







Siendo
pues la poesía nuestro exclusivo objeto, ocuparémonos de cada una
de estas obras en particular, por el orden cronológico con que
fueron escritas, y daremos de las mismas los textos originales,
inéditos todavía (1), con toda la exactitud que nos sea dable,
prefiriendo siempre en los pasajes que nos han parecido oscuros,
transcribirlos letra por letra y tal como están en los antiguos
códices que poseemos, antes que alterar en lo más mínimo ni la
idea ni la expresión del autor, y notando las principales variantes
que nos resulten del minucioso cotejo de ambos códices; mas no
consentimos en dar fin a nuestro bosquejo sin que insertemos un
fragmento de la carta que por vía de nota acompaña la bellísima
Descripción histórica artística del castillo de Bellver, escrita
por el célebre Jovellanos. - “El solo nombre de Lull, dice, vale
por cuantos testimonios se pudieran alegar en favor de Mallorca. En
la esfera inmensa de sus escritos se descubre un amor decidido, y un
felicísimo talento para la poesía. Han perecido a la verdad los
innumerables versos de amor y galanterías que confiesa haber escrito
en su extraviada juventud, y aún yacen olvidados muchos de sus
poemas piadosos; pero bastan los que se conocen para prueba de que
ningún trovador del siglo XIII le igualó ni en hermosura de
dicción, ni en pureza de estilo. Lo más digno de notar es, que
mientras los demás trovadores envilecían su profesión y numen,
copiándose y repitiéndose unos a otros ideas lúbricas y
pensamientos frívolos, solo Lull levantándose en las alas de la
filosofía y de la religión, consagraba su estro ora a la expresión
de las ideas más sutiles y abstractas, tal como en su lógica y
retórica en metro catalan, ora a los pensamientos más
sublimes y piadosos, como en su patético poema del Desconort, y en
los que escribió sobre los cien nombres de Dios y sobre el orden del
mundo. De forma que si V. considera que Lull nació en Mallorca dos
años después de la conquista; que recibió en ella su educación, y
que pasó su juventud en la corte de sus reyes, no sólo hallará que
la musa balear ganó por él un puesto muy distinguido en el
Parnaso catalan, sino que a él le deben la lengua y la
poesía catalana
su majestad y esplendor."







(1)
No sabemos que se haya impreso en su original ninguna de las obras
poéticas de Raimundo Lulio. Algunas lo han sido en latín por
algunos amantes de las glorias de nuestro célebre paisano. D.
Nicolás de Pax publicó en el siglo XVII una traducción castellana
del Desconort que se ha reproducido en nuestros días.




Yo
no sé si esta fue la razón que tuvo el docto Mariana para decir que
los poetas de la corte de Don Juan I componían y trovaban en
lenguaje mallorquín; pero el suyo fue siempre muy exacto, y
sus frases siempre muy pensadas, para que creamos que asentó aquella
sin alguna buena razón. Lo que no tiene duda es que el ilustre
ejemplo de Lull no fue perdido para su patria. Si el descuido ha
dejado olvidar en ella como en otras partes las producciones de sus
trovadores, la frecuente residencia de los reyes de Mallorca
en Cataluña y Francia; la gran cabida que tuvieron los
mallorquines, así, en su corte como en la de Aragón;
su afición constante a los buenos estudios, y el genio que en ellos
acreditaron, y que se podría comprobar con muchos y buenos
testimonios, no permite que se les excluya de la participación de
esta gloria, cuanto menos constándonos el aprecio que siempre
hicieron de los escritos de su ilustre paisano, cuyos libros andaban
a todas horas en sus manos, y el esplendor con que sus discípulos
cultivaban todavía la poesía nacional en el siglo XV y a la entrada
del XVI.

domingo, 14 de julio de 2019

JAIME II ELIGE ESPOSA, 1314

130. JAIME II ELIGE ESPOSA (1314) (SIGLO XIV).


Consejo de nobles presidido por Jaime II de Aragón.
Consejo de nobles presidido por Jaime II de Aragón.

Jaime II, que había sido rey de Sicilia antes de acceder al trono de Aragón, se había casado con Blanca de Anjou, hija mayor de Carlos II de Nápoles, con la que había tenido varios hijos, entre ellos quien sería el heredero de la corona, Alfonso IV.

Pero muerta doña Blanca en 1310, parece que el rey Jaime II estuvo dispuesto a consolarse pronto de su viudez, pues al año siguiente envió embajadores suyos a pedir la mano de una cualquiera de las dos hijas, María o Eloísa, del rey de Chipre, Hugo de Lusignan.

Los dos emisarios, una vez puestos en camino para tratar de cumplir encargo tan delicado por parte del rey, pensaron que en lugar de solicitar la mano de «una cualquiera» de las dos hermanas era preferible conocerlas primero y elegir después aquella que mejor les pareciera. Para ello tuvieron que pasar algunos días en torno a la corte chipriota y con el mayor disimulo fueron estudiando, hasta donde podían llegar sin levantar sospechas, el comportamiento de ambas infantas, acabando por decidirse por la más pequeña, llamada Eloísa.

Una vez adoptada la decisión, solicitaron audiencia al rey chipriota al que confesaron sus verdaderas intenciones y le pidieron la mano de Eloísa, la hermana menor, para unirla en matrimonio nada menos que a Jaime II de Aragón, señor del Mediterráneo. Hugo, al saber que era para ceñir la corona de Aragón, les convenció para que se decantaran por la mayor, María, que era la heredera del trono de Chipre y de Jerusalén, y a la que no le faltaban virtudes.

Cambiaron impresiones los dos embajadores aragoneses entre sí y, ante las razones tanto personales como políticas argumentadas por el rey chipriota, accedieron gustosos al cambio, regresando a Barcelona en junio de 1313. Un año después llegó a Gerona procedente de Chipre María de Lusignán, tras varios días de navegación. Allí mismo se verificó el enlace y la coronación de la nueva reina de Aragón, que desgraciadamente habría de morir, sin haberle dado sucesión a don Jaime, en Tortosa, pocos años más tarde, en 1321, fatal desenlace que motivó aún un tercer matrimonio del monarca, entonces con doña Elisenda de Moncada.



Sepulcro de la reina María de Chipre, esposa de Jaime II de Aragón, en la Catedral de Barcelona.
Sepulcro de la reina María de Chipre, esposa de Jaime II de Aragón, en la Catedral de Barcelona.


[Sánchez Pérez, José Augusto, El Reino de Aragón, págs. 193-194.]


http://www.enciclopedia-aragonesa.com/voz.asp?voz_id=11344


http://worldcat.org/identities/lccn-n84805690


https://es.wikipedia.org/wiki/Mar%C3%ADa_de_Chipre



María de Chipre o María de Lusignan (1279 - Tortosa, 1319), princesa de Chipre y reina consorte de Aragón entre 1315 y 1319 por su matrimonio con Jaime II de Aragón.


Hija de Hugo III, rey de Chipre y de Jerusalén y de Isabel de Ibelín. Era nieta por vía paterna de Enrique de Poitiers e Isabel de Lusignan y por vía materna de Guido de Ibelín y Felipa de Berlais. Hermana del senescal de Chipre Felipe de Ibelín.


El 15 de junio de 1315 contrajo matrimonio por poderes con Jaime II en la catedral de Santa Sofía de Nicosia y en persona el 27 de noviembre del mismo año en la catedral de Gerona. No tuvo descendencia.


Falleció el mes de septiembre de 1319 en Tortosa.


A la muerte de la reina, su cadáver recibió sepultura en el Convento de San Francisco de Barcelona, donde a lo largo de la Edad Media recibieron sepultura numerosos miembros de la familia real aragonesa, como el rey Alfonso III el Liberal. Allí permaneció sepultado el cadáver de la esposa de Pedro III durante varios siglos, hasta que en 1835 el Convento de San Francisco fue demolido, y la mayoría de los restos de las personas reales allí sepultadas, incluyendo a la reina María de Chipre, fueron trasladados a la Catedral de Barcelona.


En el siglo XX, los restos de la reina fueron colocados en un sepulcro, en el lado izquierdo del Altar Mayor de la Catedral de Barcelona, en el que también se encuentran los restos mortales de otras dos reinas de Aragón, la reina Constanza de Sicilia, esposa de Pedro III el Grande, y la reina Sibila de Fortiá, cuarta esposa de Pedro IV el Ceremonioso. En el mismo sepulcro también descansan los restos de la reina Leonor de Aragón, reina de Chipre por su matrimonio con Pedro I de Chipre, y nieta de Jaime II de Aragón. Los sepulcros, en los que los restos de las reinas fueron depositados en 1998, fueron realizados por el artista español y catalán Frederic Marès.


Arco y Garay, Ricardo del (1945). Sepulcros de la Casa Real de Aragón. Madrid: Instituto Jerónimo Zurita. Consejo Superior de Investigaciones Científicas. OCLC 11818414.



https://www.worldcat.org/oclc/11818414

https://es.wikipedia.org/wiki/Jaime_II_de_Arag%C3%B3n


Jaime II de Aragón, el Justo (Valencia, 10 de abril de 1267​– Barcelona, 2 de noviembre de 1327) fue rey de Aragón, de Valencia y conde de Barcelona entre 1291 y su muerte, y rey de Sicilia entre 1285 y 1302. Ostentó los títulos honoríficos de Portaestandarte, Almirante y Capitán General de la Santa Iglesia Católica.


Segundo hijo de Pedro III y de su esposa Constanza II de Sicilia, de su madre heredó el reino de Sicilia en 1285. Derrotó a su competidor Carlos de Anjou, cuyas fuerzas navales fueron deshechas en más de un encuentro por el almirante Roger de Lauria, nacido en la Basilicata italiana y al servicio de Jaime II. Conquistó parte de Calabria y las islas del golfo de Nápoles.


https://www.academia.edu/34154582/LENGUA_NAPOLITANA_NAPULITANO_UNA_ACADEMIA_POR_UN_PATRIMONIO_DE_LA_HUMANIDAD

https://www.youtube.com/watch?v=6IAq2QWik-k

En 1291 recibió también la Corona de Aragón, al morir sin descendencia su hermano Alfonso III, y se alió con el rey de Castilla con una alianza matrimonial casándose con la hija de éste Isabel de Castilla. Dicha unión fue solo civil al ser frustrada por el Papa a causa de la consanguinidad de los prometidos. No tuvo descendencia dicho matrimonio dado que no llegó a consumarse; la novia en el momento de la boda tenía ocho años de edad. Tras la muerte de su suegro, el rey Sancho IV de Castilla en 1295, este primer matrimonio del monarca aragonés quedó definitivamente anulado.


Intentó obtener una alianza con el sultán Khalil en 1292, pero al disminuir las amenazas exteriores, la dejó sin ratificar.


En 1296 iniciaría una contienda con Castilla, aprovechando la minoría de edad de Fernando IV y los conflictos entre sus regentes, sin declaración de guerra, para conquistar el Reino de Murcia. / Jaime I lo conquistó y lo entregó a Castilla, a su yerno Alonso o Alfonso X el sabio, casado con Violante de Aragón / Alicante sería la primera ciudad en caer en el mes de abril, y tras ella Elche, Orihuela, Guardamar del Segura y Murcia. En 1298 tomaría Alhama de Murcia y Cartagena y el 21 de diciembre de 1300 finalizaba la contienda con la conquista de Lorca. Por la Sentencia Arbitral de Torrellas (1304) y el Tratado de Elche (1305) se firmaría la paz con Castilla, devolviéndole la mayor parte del Reino de Murcia a excepción de los territorios al norte del río Segura, quedando las comarcas de Alicante, Orihuela y Elche en posesión del Reino de Valencia


Su dominio sobre Sicilia había sido contestado por el Papado y los Anjou, por lo que Jaime se avino finalmente a ceder la isla al papa a cambio de los derechos sobre Córcega y Cerdeña y la cesión de la isla de Menorca a Jaime II de Mallorca, por el Tratado de Anagni (1295). Sin embargo, su hermano menor Fadrique o Federico, al que había nombrado gobernador de Sicilia, se negó a abandonar el dominio de la isla y resistió eficazmente la campaña militar de Jaime II para arrebatársela aunque finalmente fue derrotado en 1299. Ese mismo año se reforzó el pacto mediante la boda de Jaime II con Blanca de Anjou, hija de Carlos de Anjou.


Federico fue reconocido como rey de Sicilia por la paz de Caltabellota (1302).


Terminada aquella contienda, Jaime conquistó Cerdeña (1323-1325), que quedó así incorporada a la Corona de Aragón, a pesar de la oposición de Génova y Pisa y de múltiples rebeliones locales posteriores.


repartimiento Cerdeña, compartiment Sardenya


Esta política de expansión en el Mediterráneo se completó con un acuerdo con Castilla para repartirse las respectivas zonas de influencia en el norte de África. Para ello selló una alianza con Sancho IV, las (Vistas de Monteagudo, 1291), quien ayudó a la Corona de Aragón a intensificar su presencia en Túnez, Bugía y Tremecén a cambio del correspondiente apoyo contra los franceses.


Jaime II organizó también una expedición a Oriente bajo el mando de Roger de Flor, concebida para librar al reino de la presencia de las peligrosas compañías militares conocidas como los «almogávares» (1302).


Intentó rescatar a los templarios peninsulares (especialmente a fray Dalmau de Rocabertí, submariscal de la orden) caídos en la expugnación de la isla y fortaleza de Arwad (septiembre de 1302). Para ello, envió una serie de embajadas, las primeras (1304-1305 y 1306-1307) llevadas a cabo por Eymeric de Usall, que llegó a traer consigo a Barcelona al "ustadar" (una especie de primer ministro de temas económicos y militares en Egipto)
Fakhr al-Dihn. Consiguió su libertad en 1315, y fray Dalmau murió en 1326 en el Monasterio de Santa María de Vilabertrán. Otras embajadas de don Jaime pidieron, sin éxito, el Santo Grial y el Lignum Crucis al sultán Muhammad al-Nasir.


En 1312 Felipe IV de Francia conmina a Jaime II a extinguir la Orden del Temple en su Reino, pero no teniendo queja el Rey Aragonés del comportamiento de los Templarios, (recordemos que Alfonso I el Batallador les había legado en testamento todo el Reino, aunque finalmente no prosperó dicha cesión), se niega en principio a actuar contra ellos, aunque instado a ello por el Papa, no tiene más remedio que prenderlos, si bien no los condena sin la celebración de juicio previo, resultado del cual se les declara inocentes en los términos que expresa el acta del mismo:
“Por lo que, por definitiva sentencia, todos y cada uno de ellos fueron absueltos de todos los delitos, errores e imposturas de que eran acusados, y se mandó que nadie se atreviese a infamarlos, por cuanto en la averiguación hecha por el concilio fueron hallados libres de toda mala sospecha: cuya sentencia fue leída en la capilla de Corpus-Christi del claustro de la iglesia metropolitana en el día 4 de noviembre de dicho año de 1312 por Arnaldo Gascón, canónigo de Barcelona, estando presentes nuestro arzobispo y los demás prelados que componían el concilio”.


Jaime II dio su apoyo a las propuestas de fray Ramon Llull sobre la recuperación de Tierra Santa (proyecto Rex Bellator). Su hijo primogénito, el infante don Jaime, renunció a la corona y vistió el hábito blanco con la cruz roja, seguramente con la esperanza de llegar a ser «la espada de la cristiandad».


También la fracasada cruzada de Almería en 1309, a la que ayudó Arnau de Vilanova con sus consejos de sanidad y medicina, se enmarca, junto con la fugaz toma de Ceuta, en la estrategia de Llull del libro De Fine (1305).


Con respecto a su política peninsular:


En las cortes de Zaragoza de 1301 Jaime II de Aragón dictaminó que Ribagorza pertenecía a Aragón y que sus límites estaban en la clamor de Almacellas. Aunque en las cortes de Barcelona de 1305 se protestó esta situación, Jaime II el Justo, tras pedir un informe al Justicia Jimeno Pérez de Salanova, confirmó que Ribagorza se incluía en Aragón.


Consolidó la Corona de Aragón al declarar la unión indisoluble entre los reinos de Aragón y Valencia y el condado de Barcelona (1319).

Obtuvo el vasallaje de los reyes de Mallorca (miembros de la casa real aragonesa).
Recuperó el Valle de Arán.
Reforzó la posición de la Corona sometiendo a la nobleza con el apoyo de las ciudades.
Hizo avanzar la frontera del reino de Valencia a costa del de Murcia, aprovechando la intervención en las disputas sucesorias castellanas (1304).
Reforzó la defensa del flanco sur frente a los musulmanes creando para ello la orden militar de Montesa (1317), aprobada por el papa Juan XXII en 1317, con el fin de luchar contra los musulmanes.
Fundó en 1300 la Universidad de Lérida y en 1305 el Consejo (actual Senado) en Crevillente.
Dirige el fracasado asedio a Almería en 1309.
Al final de su reinado, en 1325, las Cortes reunidas en Zaragoza acordaron la supresión del tormento.

En su testamento otorgado en Barcelona el 28 de mayo de 1327, Jaime II ordenó la erección de la tumba de su padre, el rey Pedro, al mismo tiempo que disponía la creación de la suya y de su segunda esposa, Blanca de Anjou, fallecida en 1310. Se dispuso que los sepulcros se hallaran cobijados, como así se hizo, bajo baldaquinos labrados en mármol blanco procedente de las canteras de San Feliu, cerca de Gerona. Cuando el rey Jaime II dispuso la creación de su propio sepulcro, tomó como modelo el sepulcro de su padre.


En el mausoleo de Jaime y Blanca, ejecutado por Bertrán Riquer entre 1313 y 1315, ambos difuntos tienen estatua yacente sobre sus sepulcros, labradas en mármol, a diferencia del de Pedro III.
Rey y reina aparecen vestidos con el hábito cisterciense. Cada una de las efigies de los monarcas ocupa todo el plano en declive que forma la cubierta del sepulcro, ejecutada en mármol, que cubre la urna de alabastro donde se encuentran los restos de los monarcas.


El epitafio del rey Jaime II se halla enfrente de su sepulcro y dice así:


HONORATUR HAC TUMBA QUI SIMPLICITATE COLUMBA

EST IMITATUS REX JACOBUS HIC TUMULATUS,
REX ARAGONENSIS COMES ET DUX BARCINONENSIS,
MAYORICENSIS REX NEC NON CICILIENSIS:
MORIBUS ET VITA CONSORS SUA BLANCA MUNITA,
ILLUSTRI NATA CARULO SIMUL HIC TUMULATA.
NEC FUIT HIC SEGNIS IN SUBDENDIS SIBI REGNIS,
SUBDITA SUNT JAMQUE SIBI MURCIA SARDINIAQUE,
FLORUIT HIC QUINQUE REGNIS TEMPUS UTRIUMQUE,
RESTITUIT GRATIS TRIA JUS SERVANS DEITATIS,
HIC HUMILIS CORDE PECCATI MUNDUS A SORDE,
MISERICORS MUNDUS ANIMO SERMONE FACUNDUS,
JUDICIS JUSTUS ARMIS BELLOQUE ROBUSTUS,
LAETUS NON MAESTUS VULTU MITISQUE MODESTUS,
DICI PACIFICUS MERUIT QUIA PACIS AMICUS,
REGNA TENET COELI DOMINO TESTANTE FIDELI,
CUM SE COLLEGIT HABITUM CISTERCIENSEM PRAE ELEGIT,
QUI CUNCTA REGIT PARCAT QUAE NESCIUS EGIT.
DEFECIT MEMBRIS SECUNDA NOCTE NOVEMBRIS,
ANNO MILLENO CENTUM TER BIS QUOQUE DENO
SEPTENOQUE PIA SIBI SISTAT DEXTERA VIRGO MARIA. AMEN.

En diciembre de 1835, durante la Primera Guerra Carlista, tropas gubernamentales integradas por la Legión Extranjera Francesa (procedente de Argelia) y varias compañías de migueletes se alojaron en el Monasterio de Santes Creus, causando numerosos destrozos en el mismo, profanando las tumbas reales de Jaime II y su esposa y quemando sus restos, aunque parece que algunos permanecieron en el sepulcro. La momia de la reina Blanca fue arrojada a un pozo de donde fue sacada en 1854. El sepulcro de Pedro III, a causa de la solidez de la urna de pórfido utilizada para albergar los regios despojos, impidió que sus restos corrieran igual suerte.


Elaboró una política de enlaces matrimoniales con la familia real castellana, pero no dio los resultados esperados. La hija de Sancho IV formaba parte del trato y, pese a sus ocho años de edad, fue enviada a Aragón para ser casada con Jaime II, pero tres años más tarde fue devuelta a Castilla, pues el papa Bonifacio VIII no concedió la dispensa matrimonial.


Se casó cuatro veces: con Isabel de Castilla, Blanca de Anjou, María de Chipre y Elisenda de Moncada. Sólo tuvo descendencia con su segunda esposa, Blanca de Anjou, naciendo diez hijos de dicho matrimonio:


Jaime de Aragón (1296-1334), que renunció a sus derechos reales después de su matrimonio con Leonor de Castilla para ingresar en la Orden de San Juan de Jerusalén.

Alfonso IV de Aragón (1299-1336), rey de Aragón, rey de Valencia y conde de Barcelona.
María de Aragón (1299-1347), casada con Pedro de Castilla y, después de enviudar, monja en el Monasterio de Santa María de Sigena.
Constanza de Aragón (1300-1327), casada con Don Juan Manuel.
Blanca de Aragón (c. 1301-1348), monja y priora en el Monasterio de Santa María de Sigena.
Isabel de Aragón (1302-1330), que casó en 1315 con Federico I de Austria.
Juan de Aragón (1304-1334), arzobispo de Toledo, de Tarragona y patriarca de Alejandría.
Pedro IV de Ribagorza (1305-1381), conde de Ribagorza, de Ampurias y de Prades.
Ramón Berenguer I de Ampurias (1308-1364), conde de Prades y señor de la Villa de Elche.

Violante de Aragón (1310-1353), casada con Felipe, déspota de Romania e hijo de Felipe I de Tarento, y posteriormente con Lope Ferrench de Luna, primer conde de Luna.



  • Arco y Garay, Ricardo del (1945). Sepulcros de la Casa Real de Aragón. Madrid: Instituto Jerónimo Zurita. Consejo Superior de Investigaciones Científicas. OCLC 11818414.