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martes, 23 de junio de 2020

307. LOS CORPORALES DE ANIÑÓN


307. LOS CORPORALES DE ANIÑÓN (SIGLO XIV. ANIÑÓN)

En torno al año 1300, una noche aciaga, sin saber cuál fuera la causa, el templo dedicado a Nuestra Señora del Castillo del pueblo de Aniñón, lugar situado en la comunidad de Daroca, ardió por completo. Las enormes llamas envolvieron al edificio hasta devorarlo por completo, a pesar de los denodados esfuerzos de todos los habitantes del pueblo por salvarlo haciendo una cadena humana con cubos de agua.

Aunque durante varios días siguió saliendo humo del edificio en ruinas, afortunadamente el siniestro no produjo ninguna pérdida humana, pero era peligroso adentrarse en sus ruinas. No obstante, el sacerdote del pueblo —no pudiendo esperar por más tiempo para indagar si se había salvado algo en el interior del templo, lo cual era difícil— entró con unos feligreses, con gran riesgo para su integridad personal, pues todavía quedaban vigas de madera a medio quemar y lienzos de pared tambaleantes.

Lo que allí vivieron aquellas atrevidas personas fue un portento que maravilló a todo el mundo cristiano. Había ardido todo, excepto seis hostias consagradas y su hijuela que el sacerdote había guardado en el Sagrario, entre unos corporales, que igualmente quedaron intactos. El Sagrario, de madera, había desaparecido. A decir verdad, algunas de las sagradas formas quedaron mínimamente chamuscadas y cinco de ellas aparecían cubiertas en sangre, entre los corporales igualmente empapados, mientras que la sexta y la hijuela estaban unidas y se habían convertido en una especie de levadura.

La noticia del portentomilagro le llamaron los más— corrió veloz por todo el país, y hasta Aniñón llegaron gentes de todos los puntos cardinales, convencidos los más e incrédulos algunos. Naturalmente, también la monarquía aragonesa estuvo al tanto del prodigio, por lo que no es de extrañar que, años más tarde, el rey Juan II solicitara a los habitantes de Aniñón que le dieran la hijuela con la Sagrada Forma pagada a ella. Concedido el favor por los habitantes del pueblo, Juan II depositó aquel auténtico tesoro en la catedral de Valencia, junto con el Santo Grial.

[Lanuza, Historia eclesiástica de Aragón, I, lib. 5, cap. 32. Faci, Roque A., Aragón..., I, págs. 8-10.]

domingo, 17 de noviembre de 2019

EL TROVADOR DE LA ALJAFERÍA


162. EL TROVADOR DE LA ALJAFERÍA (SIGLO XV. ZARAGOZA)

En la Zaragoza de mediados del siglo XV, dividida políticamente entre los partidarios del rey Juan II y los del príncipe de Viana, dentro, pues, de un clima enrarecido, el noble Lope Artal de Azlor no tuvo conmiseración para con la gitana Estrella, a la que condenó a ser quemada viva en la hoguera porque había ahogado a su propio primogénito.

EL TROVADOR DE LA ALJAFERÍA (SIGLO XV. ZARAGOZA)


En vano le imploró clemencia Azucena, hija de Estrella, y al no obtenerla juró vengarse de don Lope, de modo que, amparada por la oscuridad, raptó a un hijo del noble para arrojarlo también a la misma hoguera en la que su madre iba a morir. Sin embargo, la fatalidad y el error hizo que fuera el propio hijo de Azucena el que muriera quemado, mientras el descendiente de Lope Artal de Azlor, don Manrique de Lara, se salvaba. El caso es que en el joven y apuesto Manrique, a la sazón celebrado trovador y poeta, creció por todo aquello un ardiente odio contra don Lope Artal de Azlor, ignorando que era su propio padre.

Sucedió por entonces que, enamorado rendidamente de una de las damas de la reina, Leonor Sesé de Urrea se llamaba, tras una justa poética celebrada en el palacio de la Aljafería, donde estaba la Corte, el trovador Manrique (partidario del príncipe de Viana) hubo de enfrentarse a Antonio Artal, del bando realista e hijo de don Lope, y, por lo tanto, hermano suyo, quien también la amaba. Amor y política, pues, enfrentaron a ambos jóvenes, que desconocían su condición de hermanos.

Con el fin de resolver la oposición de la doncella, enamorada del trovador, el realista Antonio Artal recurrió a la ayuda de su hermano Guillén para apresarla contra su voluntad y encerrarla en un convento, de donde la raptó una noche de luna el apasionado Manrique. Por un breve espacio de tiempo, la fortaleza del Castellar, donde se refugiaron, fue escenario de la felicidad de Leonor y Manrique, hasta que éste fue apresado. Durante un tiempo, que se hizo eterno, el torreón de la Aljafería fue prisión inhóspita del trovador, hasta ser condenado a muerte. Se suicidó Leonor a la vez que también moría de remordimiento Antonio Artal, tras conocer demasiado tarde la verdad de su parentesco con don Manrique de labios de Azucena, quien acabó, asimismo, enloqueciendo ante tanto infortunio.


jueves, 14 de noviembre de 2019

LA CURACIÓN MILAGROSA DEL HIJO DEL CONDE DE RIBAGORZA

153. LA CURACIÓN MILAGROSA DEL HIJO DEL CONDE DE RIBAGORZA
(SIGLO XV. ZARAGOZA)

El condado de Ribagorza, de tanta raigambre e importancia política dentro del reino de Aragón, había ido a parar, en 1468, a manos de don Alonso de Aragón, hijo natural del rey Juan II, al que Fernando el Católico e Isabel la Católica le concedieron, asimismo, el significado ducado de Villahermosa poco tiempo después. 
Don Alonso de Aragón, por lo tanto, estaba considerado como un influyente personaje en el entramado político y social del momento.

Sus dos hijos varones no sólo eran la alegría de la familia sino que aseguraban también la sucesión de don Alonso en el condado. Sin embargo, tras una corta y desconocida enfermedad, falleció el menor de ellos y la consternación se adueñó del palacio familiar de los condes en Zaragoza, donde había sucedido el luctuoso hecho.

Pero la vida siguió su curso y aún no se habían serenado mínimamente los ánimos cuando ocho días después el primogénito contrajo la misma rara enfermedad que el muchacho fallecido, lo que hizo pensar a los galenos que moriría aquella misma noche.

Ante la falta de remedios humanos, don Alonso y su esposa fueron a implorar a la virgen del Pilar, a la que incluso la condesa ofreció un manto de terciopelo carmesí, bordado en oro, para adorno de la imagen. 
Mientras esto sucedía, el prior de la basílica, adelantándose a los acontecimientos, hizo que dos sacerdotes prepararan las exequias fúnebres en casa del desdichado matrimonio dando por muerto al niño sin remisión.

Al cabo de un rato, regresaron los dos sacerdotes comisionados totalmente desconcertados, tanto que rogaron al prior que les acompañara al palacio de los condes ribagorzanos. Allí, totalmente ajeno a lo que había sucedido, el primogénito de don Alonso de Aragón, heredero del condado de Ribagorza, estaba jugando tranquilamente con otros niños.

don Alonso y su esposa fueron a implorar a la virgen del Pilar


Para asombro y desconcierto generalizado de los médicos que habían actuado en el caso, la mejoría total y definitiva tuvo lugar aquella misma noche, lo cual llenó de gozo y esperanza a los condes, que habían visto prácticamente resucitar a su heredero.

[Ansón, Francisco, Los milagros de la virgen del Pilar, págs. 136-137.]

Ansón, Francisco, Los milagros de la virgen del Pilar


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