CAPÍTULO XLVII.
Que
contiene la vida de Armengol de Córdoba, cuarto conde
de Urgel.
La paz y quietud de que gozaban los cristianos de
Cataluña, después que el conde Borrell retiró los moros a las
orillas del Segre, fue tal, que dio lugar al conde Armengol, tres
años después de muerto su padre, de ir a visitar la ciudad santa de
Roma, devoción muy usada en aquellos siglos. Fueron en su compañía
Arnulfo, obispo de Vique, y otros prelados y algunos caballeros, y
llegaron en ocasión que Gregorio V celebraba concilio
general. De esta peregrinación nos da noticia el episcopologio
de Vique, por ocasión de un clérigo llamado Guadaldo, que
llamado del pontífice, iba allá y se acompañó con ellos, y juntos
llegaron a Roma. Teníanse de este clérigo en la curia
romana grandes quejas, originadas de ambición, que fue tan
vehemente, que quiso el obispado de Vique a Fruyano y le tomó
para sí, y con astucia y maña se hizo consagrar de otro
obispo. Descomulgólo por ello Juan XVI, y él hizo tan
poco caso de este castigo, que, añadiendo males a males, mató a
Fruyano y otros, para así mejor asegurarse en el obispado.
Reinaba
en Cataluña Ramón Borrell, y aborrecía las mañas de
este intruso: con su favor hicieron obispo de Vique a Arnulfo,
que era abad de san Felio (Feliu) de Gerona, el cual
fue consagrado obispo en lugar del muerto. Este obispo y otros
prelados de Cataluña y el conde de Urgel informaron de la verdad al
pontífice y concilio, y tomado su testimonio y la confesión del
delincuente, le dieron el merecido castigo, que refiere el
episcopologio de Vique, y Arnulfo se quedó con el obispado, y
pasando por Narbona, el arzobispo le consagró.
Aunque reposaban
los cristianos en Cataluña, no estaban ociosos los moros, antes se
prevenían para hacer entrada en tierras de cristianos y darles algún
daño notable. Favorecíanles para ello los privados de Hicen, rey
de Toledo, por cuyas manos todo se gobernaba, porque él,
o por ocio o por incapacidad, cuidaba poco de sus obligaciones;
vinieron por la parte de Tarragona y entraron en el Panadés,
y aunque los pueblos de él estaban fortificados y prevenidos, no lo
fueron tanto, que pudieran defenderse de tan gran poder. Padeció
toda la tierra notables daños, y la Seo de Barcelona, que allá
tenía las más de sus rentas, fue notablemente damnificada, y hubo de
vender las joyas de su sacristía para reparar una torre que servía
de presidio y defensa a todas aquellas fronteras de Villafranca.
Pasaron al campo de Urgel, y los cristianos les fueron al alcance;
pasaron por la puente de Balaguer el Segre, y se retiraron a
la campiña de Albesa, lugar que está a las orillas de
Noguera Ribagorzana, en los pueblos ilergetes, donde fueron
vencidos y derrotados. No *declaran las memorias antiguas cosa
particular de esta victoria; pero infiérese que fue grande, pues
dicen que de allí adelante casi todas las ciudades de Cataluña que
ocupaban los moros se hicieron tributarias al conde de Barcelona
Ramón Borrell; y de los nuestros no leemos que muriese otra
persona de cuenta, sino Bererengario,
obispo de Elna. (Berenguer, Berengarius, Belenguer, Berenguera
para mujer).
Era en estos tiempos tan grande en España la
potencia de los moros y tan impenetrable, que ningún poder ni fuerza
fuera el suyo era bastante para ofenderles; pero ellos,
por quererlo así Dios, para mayor bien del cristianismo y
aumento de estos reinos, con sus pasiones y propias armas invencibles
por entonces, se hicieron guerra y finalmente tributarios y cautivos
de los cristianos, que a la postre los echaron de estos reinos.
Vivían sus reyes en Córdoba (allí uno de los reyes de
taifas), y había muchos años que tenían allá su silla
real: era entre ellos esta ciudad cabeza y metrópoli de las
demás de España, grande el tesoro que poseían, y numerosos los
ejércitos que sustentaban. Duró este estado cerca de doscientos
años: el fin fue de discordias entre ellos; causólas la flojedad de
Hicen que era rey en nombre y apariencia: quedó de edad de diez años
cuando murió su padre, pero tan subyugado y oprimido de Almanzor
y de Abdulmelic, capitanes y privados suyos, que siempre le
tuvieron encerrado en el alcázar de Córdoba, y no se le
permitía hablar, ni salir sino a una grande huerta, donde a nadie
era permitido acercársele. Teníanle allí muchas mujeres y otros
entretenimientos, y hacíanle creer que en aquello consistía el ser
rey. De esta manera vivió veinte y seis años; pasados ellos
murieron sus dos privados, que con gran prudencia gobernaban aquel
reino; comenzaron luego algunos levantamiratos, y el más notable fue
de Mahomad Almohadi, que con doce de los más principales de
Córdoba, sus confidentes, se levantó con el reino, apoderóse de la
persona de Hicen, y con mucho secreto le encerró en la casa de uno
de aquellos doce, sin que nadie supiese de él, y publicaron que era
muerto, matando en su lugar a un cristiano su semejante, que por más
disimular, enterraron entre los demás reyes.
De esta manera
quedó Mahomad en el reino; pero presto se cansaron los cordobeses de
su tiranía, y levantaron por rey a Zulema, sobrino del
escondido Hicen, que luego cercó a Mahomad, que estaba dentro de
Córdoba; pero por no sentirse poderoso pidió socorro al conde
don Sancho de Castilla, hijo del conde don Garci Fernández,
a quien años antes habían muerto los moros, y con buen ejército de
leoneses, castellanos y navarros, se juntó con
Zulema y fueron todos a Córdoba. Mahomad salió en campo y quedó
vencido, y treinta y cinco mil de los suyos muertos. Retiróse
al alcázar de Córdoba, y allí don Sancho y Zulema le
cercaron: él conociendo que sus cosas iban de mal en peor, sacó al
escondido Hicen, exhortándoles que dejasen a Zulema, que tanto daño
les había hecho, metiendo cristianos en sus tierras; pero la gente
estaba tan alborotada, que no fue oído, y así, dejando a Córdoba,
se retiró a Toledo, donde estuvo algún tiempo, y Zulema quedó rey,
y tenía consigo al conde don Sancho como a fundamento de su
seguridad; y éste, dejando ya asegurado a Zulema en el reino,
certificado de una traición que algunos moros tramaban contra de
él y los suyos, se volvió a Castilla muy
satisfecho, por haber vengado la muerte de su padre. Estas y otras
discordias abrieron buen camino a los cristianos para hacerles
guerra. En el mismo tiempo Ramón Borrell, conde de Barcelona, venció
al rey de Tortosa; tomóle muchos lugares y matóle mucha
gente, y don Sancho el Mayor, rey de Aragón, alcanzó de
ellos insignes victorias, porque ocupados en sus guerras civiles, no
tenían aquel antiguo valor y fortaleza.
Prevalecía entre ellos
el bando o partido de Zulema; Mahomad Almohadi estaba en Toledo,
donde reinaba ya Abdallá, que se era levantado con la ciudad
y se llamaba rey de Toledo:
y Almohadi, por acomodarse con el tiempo, disimulaba
con él.
En este tiempo había en Medina-Celi otro capitán
moro llamado Alagib Albahadi, por otro nombre Alamés,
y tenía un gran ejército para acudir en socorro de los moros de
Cataluña, si es que lo hubiesen menester. Este, lastimado de los
sucesos de Almohadi, le aconsejó que, a imitación de Zulema,
llamase cristianos en su favor contra su enemigo. Pareció bien a
Almohadi, y puso sus tratos e inteligencias, por medio del mismo
Alamés, con el conde de Barcelona y el de Urgel, su hermano:
propúsoles grandes intereses
y partidos, que aceptaron, y
prometieron favorecerle. Valiéronse de los prelados, barones, nobles
y pueblos de Cataluña: fueron de los más señalados Aecio, obispo
de Barcelona; Arnulfo, de Vique; Oton, de Gerona; Oliva, abad de
Ripoll; el abad de San Cugat del Vallés (Beuter dice que también
pasó allá el obispo de Urgel, y le nombra Berenguer, no
siéndolo sino san Armengol, tío del conde de Urgel); Ugo, conde de
Ampurias; Gastón de Moncada, Dalmau de Rocabertí, Bernat, conde de
Besalú; Ugo, vizconde de Bas; Aymar de Porqueras, Bernat de
Bestraca, Ramón de Puig-Perdiguer y otros muchos.
Era el
ejército de nueve mil hombres; fuéronse a Toledo, donde hallaron la
gente de Almohadi; y con estos ejércitos se juntó el que tenía
ya Alamés en Medina-Celi (Medinaceli), y de
todos se formó uno que era de más de treinta y cuatro mil
combatientes. Tomaron el camino de Córdoba, si bien hay autores que
afirman que los nuestros pasaron por Navarra y Aragón a Castilla,
antes que llegasen a Córdoba, por ser estas tierras de cristianos o
amigos de Almohadi, y tener mejor comodidad, caminando entre ellos,
que entre enemigos. Zulema, que reinaba en Córdoba, pidió a los de
la ciudad que salieran contra los enemigos, pero ellos se excusaron.
Tenía Zulema muchos moros
de África, que siempre le valieron y
en esta ocasión le animaron a la batalla, ofreciéndole las vidas y
sustentarle en el reino, en que ellos le habían puesto. Animado con
esto el moro, salió en busca de los enemigos y asentó su campo;
llegó allá Mahomad Almohadi con los ejércitos de Cataluña, Toledo
y Medina-Celi, y sin darles el enemigo tiempo de reposar, ni
ordenarse, dio de improviso sobre ellos; trabóse la batalla, que
faltó poco que no fuese de poder a poder, y toda la furia de los
moros cargó sobre las tropas de los condes de Barcelona y Urgel. Al
conde no le fue posible defenderse ni ser defendido de los suyos, y
quedó muerto de muchas heridas que le dieron los moros. Beuter dice
que, andando trabada la batalla, se encontraron el conde Armengol
y el rey moro de Córdoba, y pasáronse entrambos las lanzas y
quedaron muertos: otros dicen que el rey moro buscaba igual
suyo para pelear y daba voces:
“¿quién es aquí rey o hijo
de rey que pelee conmigo?” y que el conde, que lo oyó, dijo:
“
yo soy hijo de conde, que es á par de rey”, y arremetió
para él; otros que murió queriendo hacer calle por medio de los
enemigos, y recibió tantas lanzadas que luego murió de ellas,
despues de haber diez y ocho años tenía el condado. Murieron con él
muchos cristianos, y otros fueron mal heridos: de los muertos fue
Aecio, obispo (pone abispo) de Barcelona; Arnulfo, de Vique,
que salió muy peligrosamente herido, y a los 22 de octubre de este
año 1010, vuelto ya en su Iglesia, murió también; y Oton, obispo
de Gerona, que había sido abad de San Cugat, donde está en su
sepulcro una tabla que da cuenta de estos sucesos con los versos
siguientes:
IN HAC URNA JACET OTHO, QUONDAM ABBAS
INCLITUS,
QUI CUM VIXIT CORDE TOTO FUIT DEO DEDITUS.
HIC, CUM
AD PRAEPOSITURAM VALLENSIS PERGERET,
CONTIGIT QUOD SIC JACTURAM
MORTIS TUNC EVADERET;
NAM TUNC FUIT BARCHINONA A PAGANIS
OBSITA,
ATQUE DOMUS HUJUS BONA CUM PERSONIS PERDITA.
TANDEM,
MAURIS HINC PULSATIS, OTHO CITO REDIIT,
ET HANC SANCTI
CUCUPHATIS DOMUM MURIS MUNIIT.
MOX ELECTUS IN ABBATEM,
MONACHOS INSTITUIT,
QUOS SECUNDUM FACULTATEM DOMUS PAVIT, INDUIT.
SIC, PROTECTUS DEI DEXTRA, CURAM EGIT OMNIUM,
QUE DITAVIT
INTUS EXTRA PRAESENS MONASTERIUM.
TUNC GERUNDA HUNC
VOCAVIT PRAESULIS AD GLORIAM,
ET UTRAMQUE GUBERNAVIT PRUDENTER
AECCLESIAM.
ITA HUNC PRAEVENIT DEUS BENEDICTIONIBUS,
QUOD NON
EST INVENTUS REUS, SED JUSTUS IN OMNIBUS.
DUM FLORERET ISTE
SANCTUS MERITORUM FLORIBUS,
CASUM MORTIS EST ATTRACTUS PAGANORUM
ICTIBUS;
NAM IN BELLO CORDUBENSI CUM PLURIBUS ALIIS
MORTE RUIT, DATUS ENSI, COELI DIGNUS GAUDIIS;
CUJUS OSSA SUNT
SEPULTA IN HOC PARVO TUMULO,
SPIRITUSQUE LAUDE MULTA SUMMO VIXIT
SAECULO.
ERANT ANNI MILLE DECEM POST CHRISTI PRAESEPIA,
QUANDO DEDIT ISTI NECEM PRIMA LUX SEPTEMBRIS.
Fue
esta batalla, según lo declaran estos versos, a 1.° de setiembre
del año 1010.
El cardenal César Baronio, siguiendo
al padre Juan de Mariana, de la Compañía de Jesús, siente
mal que estos prelados de Barcelona, Gerona, Vique y otros fueran a
esta guerra; pero a su sentir satisface la costumbre de España,
porque en estos tiempos era cosa muy ordinaria asistir los prelados a
las campañas contra los moros, para animar a los cristianos contra
los enemigos de la fé católica, que nos tenían profanados los
templos y tiranizada la tierra, y ministrar los sacramentos a
los que lo hubiesen menester; y se usó muchos años después. En el
año 1212, en la batalla de las Navas de Tolosa, estaban el
arzobispo de Toledo y el obispo de Placencia y muchos otros
prelados; y en la de Benamarin, llamada del Salado,
había muchos sacerdotes que ministraban los
sacramentos; y el rey don Fernando, el Santo, que ganó
Sevilla, siempre llevó en su compañía el obispo de Sevilla; y fray
Francisco Ximenez de Cisneros, en el año 1509, estuvo siempre en
el ejército que pasó a Oran, desde el principio hasta la
fin; y en la batalla de Lepanto fueron padres capuchinos,
franciscos observantes, de la Compañía de Jesús y
otros de otras religiones y en tiempo de los reyes godos, en
las entradas o acometimientos súbitos que hacían los enemigos, los
obispos y sacerdotes habían de salir a ayudar por espacio de cien
leguas o millas en torno del lugar acometido. El bienaventurado
fray Juan de Campistrano es muy celebrado por lo que hizo en
Hungría contra turcos, y a fray Lorenzo de Panormo,
de la religión de san Francisco, de consejo y de consentimiento de
los cardenales, envió el papa con sus frailes por comisario
apostólico a las Indias Orientales, para incitar a los isleños
tomaran armas contra los turcos; y por estos mismos tiempos, o poco
después, Ramón Guillen, obispo de Barcelona, por exhortación
de un legado apostólico, fue con el conde Ramón Berenguer a
la conquista de Mallorca, donde murió herido. Ni el intento
de estos prelados fue de favorecer a los moros, sino de ayudar a los
que iban contra de ellos para que entre si se acabasen y consumiesen,
que, en razón de estado, prudente cosa es dejar a los enemigos
infieles que ellos mismos se persigan y acaben, pues que los
reinos
divisos, según la sentencia del Evangelio, se vienen a destruir y deshacer; de manera que estos obispos no favorecieron a los moros,
antes cooperaron en su total ruina: y así dicen generalmente todos
nuestros autores, que después que los moros tuvieron entre sí las
contiendas y batallas que acabamos de decir, nunca jamás levantaron
cabeza en España, y nuestros condes de Cataluña, con insignes
victorias, les fueron echando poco a poco de lo que poseían en este
principado. Algunos autores que describen esta batalla confunden la
ida del conde Sancho con la de los condes de Urgel y de
Barcelona, poniéndoles todos en una misma batalla y tiempo,
afirmando que los condes valieron a los moros contra don
Sancho; y esto es imposible, porque ni cuando don Sancho fue a
favorecer a Zulema era allá el conde de Barcelona, ni cuando el de
Barcelona fue a favorecer a Almohadi se hablaba de don Sancho, ni
sabemos que en esta última batalla fuese en favor de Zulema
cristiano alguno.
Los cuerpos del conde Armengol y del
obispo de Gerona fueron llevados a Cataluña y enterrados, el
del conde en Ripoll, con sus padres, y el del obispo en el convento
de San Cugat del Valles, a la mano derecha de la puerta que entra del
claustro a la iglesia, donde están los versos o epitafio que traigo
arriba. Por haber muerto en Córdoba el conde Armengol, comunmente le
llaman de Córdoba, para diferenciarle de los otros Armengoles de la
casa de Urgel. Algún autor dice que un linaje de Córdobas que hay
en Castilla, muy principal y noble, desciende de este conde; pero
esto más fue buen pensamiento de aquel que lo dice, que verdad,
porque la denominación de estos Córdobas no tiene nada que ver con
lo que tratamos aquí.
No dejó más de un hijo de su nombre,
habido en la condesa su mujer, cuyo nombre aún no ha venido a mi
noticia.
A Rodulfo fue sucesor en el obispado de Urgel Guiso
o Visado o Wisago, que todos estos nombres le acomodan,
y no he hallado otro obispo entre los dos. Este fue en el año
971 ejecutor de la bula del papa Juan XIII, cuando el arzobispado de
Tarragona fue unido a la seo de Vique, por estar aquel ocupado de
moros; y a 28 de setiembre de 976, se halló en la consagración da
la iglesia del monasterio de San Miguel de Coxá, fundación
de ciertos clérigos devotos de la Seo de Urgel, según dice fray
Yepes, en el tomo 3, fol. 125.